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¿Qué es la retórica?

G. Robles (2019). Retórica para juristas

Recientemente he publicado un librito que, a pesar de que se


titula Retórica para juristas[1], puede ser leído por cualquiera que no lo sea,
ya que trata de la retórica en general, si bien, por una cierta inclinación
profesional (soy catedrático de filosofía del derecho) he propendido a poner
ejemplos de la vida jurídica. Por otro lado, esto no debe sorprender porque, si
hay alguna actividad en la cual el uso de la retórica esté presente, esa es sin
duda la actividad de los juristas. Pero dejémonos de justificaciones que nadie
nos pide y vayamos al grano: ¿Qué es la retórica y por qué ese nombre suena
mal muchas veces?
Hay que distinguir la buena y la mala retórica. Esta última es sinónimo de
palabrería hueca, de hojarasca verbal, o simplemente de demagogia barata.
Suele decirse, cuando oímos a alguien que lanza un discurso pero no dice nada
concreto, que ese alguien está aquejado de verborrea, es incontinente verbal o
simplemente que lo que hace, es retórica. Al hablar así nos estamos refiriendo
obviamente a la mala retórica. La retórica es una actividad (enseguida
veremos en qué consiste), y como sucede con toda actividad, puede realizarse
bien o mal. Uno puede nadar bien o mal, cocinar bien o mal, jugar al tenis
bien o mal. No puede extrañar, por consiguiente, que haya individuos que,
desde el punto de vista retórico, sean  desastrosos y otros que, por el contrario,
sean espléndidos. Bien es verdad que, de estos últimos, suele haber pocos, y
de aquellos, legión.
La retórica como arte de convencer
Lo primero que debemos preguntarnos es qué es la retórica. La retórica es el
arte de convencer o persuadir por medio de la palabra. Esta definición
corresponde a la concepción tradicional, y en ella no hay nada que sea
criticable. No obstante, la definición mencionada encubre una realidad, que no
es otra sino que todo acto de comunicación conlleva implícita y
necesariamente una dimensión retórica.
Cuando nos referimos a la retórica enseguida imaginamos a un orador que,
ante un público, expone sus ideas, llama a la acción, o exalta la figura de un
prócer. Esta es la figura clásica de la retórica: el orador ante su público.
La retórica como dimensión constitutiva de la comunicación
Pero hay además otra concepción de la retórica cuya presencia es más
cotidiana y que se muestra como imperceptible, es aquella que se presenta con
carácter general en todo acto comunicacional.

La retórica en la vida cotidiana [https://pixabay.com/es/photos/personas-antigua-hombre-


abuelo-2563411/]

Si le digo a un amigo que no puedo ir a ver el partido de fútbol porque tengo


que llevar a mi nieto al médico, aparte de decir lo que le digo, y por tanto
darle una información sobre mi situación actual, intento además que el amigo
me crea. Aunque yo no haga explícita esa intención con palabras, en mi acto
lingüístico se encuentra implícita. En realidad, el amigo entenderá
perfectamente que le estoy diciendo: créeme, no puedo ir contigo al fútbol
porque tengo que llevar a mi nieto al pediatra. Ese “créeme”, que no expreso
verbalmente, está sin embargo sobreentendido. Con mi frase intento persuadir
a mi amigo para que quede convencido de mi imposibilidad de acudir con él al
estadio. Este rasgo oculto tiene naturaleza retórica.
Por eso, puede afirmarse que la retórica es una dimensión constitutiva,
siempre presente, en todo acto de comunicación. La dimensión retórica es
consustancial al lenguaje. No hace falta que nos vistamos la toga y nos
pongamos ante un tribunal; tampoco que nos situemos ante un público
entregado porque comparte nuestras convicciones políticas. Basta con que
hablemos, escribamos, gesticulemos, o realicemos cualquier acto de
comunicación. La dimensión retórica está presente en la comunicación, ya que
en todo acto lingüístico el emisor de dicho acto pretende convencer o
persuadir de algo a quien va dirigido el acto.
Entonces, ¿arte o dimensión de la comunicación?
¿Hay algo de común entre la idea tradicional de la retórica y este pensamiento
de su carácter omnipresente en todo acto comunicacional? Es evidente que sí:
en ambos casos lo que el hablante pretende es que el destinatario de su acto
comunicacional, primero, le entienda, y en segundo lugar, se convenza de
algo. Depende de qué tipo de acto lingüístico se profiera para que ese “algo”
tenga una dirección  u otra. Si el ladrón, a punta de navaja, me conmina a que
le entregue la cartera, me parece evidente que lo que quiere es que yo me
convenza de que es mejor para mí que se la entregue. Si alguien, en un
contexto jocoso de broma, hace y dice lo mismo que el ladrón, yo podré
seguirle la broma sabiendo que no va en serio su “amenaza”, porque su acto
comunicacional me transmite un mensaje distinto al del ladrón.
Las diferentes situaciones de habla indican el diverso sentido retórico que hay
que dar a nuestras expresiones cotidianas. Esto nos conduce a otra conclusión
teórica: sólo por medio del análisis hermenéutico seremos capaces de
determinar la presencia del componente retórico así como también su alcance.
Las situaciones de habla las podemos encuadrar dentro del concepto más
amplio de situaciones comunicacionales. Esto es así obviamente porque el
habla constituye tan sólo una forma de comunicación, ya que ésta engloba
también muchas otras posibilidades, entre ellas, los simples gestos, los
símbolos, y también el silencio.    
Causas de la mala fama de la retórica 
Desde esta perspectiva la retórica se erige como una disciplina muy seria y
necesaria, alejada de su “mala fama”. Uno puede preguntarse de donde viene
esa imagen de palabrería vana y vacía, siendo por otra parte una realidad
histórica comprobable el haber sido y ser hoy día una disciplina con una gran
tradición y una amplísima bibliografía a sus espaldas.
Primera causa: el abuso de los sofistas
Creo que su mala prensa tiene diversas causas. La primera se debe a la
polémica que se suscitó en los orígenes de la retórica griega. Nacida en la
Magna Grecia (Sicilia) para defender demandas ante los jueces, pronto se
convertiría con los sofistas en una disciplina de gran éxito para los jóvenes
que deseaban triunfar en la política en el contexto democrático de Atenas. De
la mano de los sofistas, la retórica se convirtió en el arte de persuadir con
independencia de la verdad y de la ética. La mayoría de ellos predicaban una
estrategia del éxito por encima de cualquiera otra consideración.
Este menosprecio hacia lo objetivo y el bien, y la consiguiente relativización
de los valores, fueron criticados enseguida por los grandes filósofos: Sócrates,
Platón y Aristóteles (aunque este último con un sentido más realista que su
maestro Platón). El caso es que la retórica surgió en un contexto polémico, de
difícil aceptación. La vinculación entre retórica y sofística se convirtió así en
una carga que siempre acompañaría a la primera.
Segunda causa: la mentalidad racionalista

Chaïm Perelman y Lucie Olbrechts-Tyteca, Tratado de la argumentación. La nueva retórica

Una segunda causa la encontramos en la mentalidad racionalista propia de la


Modernidad. Como han señalado Perelman y Olbrechts-Tyteca[2], a partir de
Descartes se instaura una mentalidad científica y filosófica que pretende
desplazar todo aquello que no sea demostrable por medio de la razón
deductiva. La Edad Moderna erige la geometría, y más en general la
matemática, como la ciencia reina, como el modelo científico cuyo método
debe generalizarse y dominar todo el panorama del conocimiento. La retórica,
que por su propia naturaleza estaba vinculada a la filología y a las
humanidades, quedaba entonces fuera de ese planteamiento de racionalismo
científico estricto.
Tercera causa: el positivismo 
El proceso intelectual de la Edad Moderna tiene además otro rasgo
epistemológico: se abre camino la filosofía empirista a partir sobre todo de
Francis Bacon, y con ella, el modelo epistemológico que acabará triunfando
decisivamente con el positivismo. Racionalismo y empirismo constituyen dos
aspectos de una misma postura intelectual en muchos aspectos, aunque no en
todos. Se unen la matemática y la física como las verdaderas ciencias,
quedando lo demás para la ideología y también para la retórica.
Pero, si nos fijamos bien, caeremos en la cuenta de que el positivismo lo único
que hace es implantar un modelo de retórica que se adecua a sus
planteamientos epistemológicos. En efecto, el credo positivista exige que se
hable sólo de los hechos, sean éstos los que sean: físicos, químicos, sociales,
económicos, jurídicos, etc., y pretende que su “hablar” sobre los hechos, su
“discurso”, sea el único que merece el calificativo de “científico”.
Pretende además otra cosa: que su discurso, además de ser el único científico,
no sea criticable en modo alguno, ni como ideológico ni como retórico. Para la
mentalidad positivista, el único discurso legítimo en el campo del
conocimiento es el científico, el cual a su vez se caracteriza por su neutralidad
respecto de los valores, por su objetividad descriptivista. No cabe duda de que
estas condiciones exigen un modo de hablar determinado, la comunicación ha
de ser estrictamente científica, es decir, adecuada al paradigma descrito de la
física matemática. No se puede dudar de que, con el positivismo, se instaura
una retórica característica de dicho paradigma.
Sin embargo, la retórica subsistió
A pesar del dominio positivista, subsistió sin embargo la necesidad de decidir
sobre problemas humanos; cuestión ésta sobre la cual difícilmente sería
suficiente con esgrimir las razones de la ciencia. Aunque la ciencia ayudase,
era preciso tomar decisiones no fundamentables científicamente y necesitadas
en consecuencia de otro tipo de  lenguaje. De una forma o de otra, bien como
retórica científica o bien como retórica a secas, el componente retórico-
comunicacional del lenguaje ha persistido siempre como una realidad
incuestionable, pero sobre la cual no siempre se ha tenido conciencia
suficiente.
Tercera causa: el mal uso
Otra causa del desprestigio de la retórica ha sido su constante mal uso. En
nada le aprovechaban los discursos de gran profusión verbal y escaso
contenido de ideas, práctica ésta no infrecuente en las reuniones políticas y,
por supuesto, también en las sesiones parlamentarias. El siglo XIX y buena
parte del XX abundan en personajes de gran elocuencia y escaso bagaje
intelectual. La mala retórica suele ir unida a la demagogia.
Ahora bien, por una parte, el positivismo también ha entrado en crisis, y por
otra, la elocuencia sin contenido se ha desprestigiado. La consecuencia de ello
ha sido la necesidad de volver a la retórica, esta vez tomada en serio, como lo
hicieron los griegos y los romanos.
La escuela de Atenas
[https://www.museivaticani.va/content/museivaticani/es/collezioni/musei/stanze-di-
raffaello/stanza-della-segnatura/scuola-di-atene.html]

Para Platón la retórica debe guiarse por la sabiduría y buscar la verdad


La aportación de los sofistas sugiere que, en un régimen político democrático,
es necesario atender a todo tipo de argumentos y que no basta con la palabra
última del sabio. En la democracia triunfa la tesis de Protágoras de que Zeus
ha otorgado a todos los hombres las dotes del respeto y la justicia y de que, en
consecuencia, todos ellos tienen la facultad necesaria para intervenir en las
decisiones que afectan a la vida común de la polis.
Platón sólo acepta la retórica si está guiada por la sabiduría y el afán de la
verdad; descree de la democracia y pone el fundamento de su estado ideal en
la sabiduría de los hombres que se dedican a la filosofía. No cabe duda de que
el gran protagonista de sus diálogos, su maestro Sócrates, es un gran retórico,
pero a diferencia de los sofistas, no con la intención de conseguir el éxito y el
poder, sino como manera de alcanzar la verdad. Por eso, Platón prefiere
defender la dialéctica, y no la retórica, en cuanto que la primera es una
modalidad de intercambio comunicacional en pos de la verdad, mientras que
la segunda está demasiado influenciada por la perspectiva sofística del
relativismo.
Para Aristóteles busca convencer en la práctica
El espíritu equilibrado y conciliador de Aristóteles le hizo encontrar una vía
intermedia, representada por una de sus grandes obras, la Retórica.[3]
Para Aristóteles, la retórica se caracteriza por ser una disciplina general,
aplicable a cualquier tipo de discurso y a cualquier materia o disciplina. Lo
acabamos de subrayar al vincular la retórica con el lenguaje y con toda forma
de comunicación. La retórica no es una ciencia particular, como pueda serlo la
física, la geografía, o la historia. Su objeto de investigación es una actividad
práctica: el arte de persuadir o convencer, usando para ello los tópicos o
lugares comunes en los razonamientos de diverso tipo que usamos tanto en la
conversación o discursos cotidianos como en la exposición y debate de teorías
científicas o filosóficas, y asimismo en los debates políticos y jurídicos. De
hecho, la búsqueda de esos tópicos o lugares comunes constituye el punto de
partida de todo discurso o de toda negociación.
Cuando un individuo se propone convencer a un auditorio de la tesis que
mantiene o de la conveniencia de llegar a un pacto de determinados caracteres,
lo primero que debe hacer es una lista o catálogo de aquellos argumentos que
a parecen más convincentes a todo el mundo, o a los más, o a los especialistas
en la materia. Es muy probable que, siendo estos argumentos persuasivos,
puedan también convencer al auditorio en el discurso y a la otra parte en la
negociación.
La relación con la retórica jurídica
Aristóteles destaca que, a diferencia de los razonamientos matemáticos, que se
caracterizan por ser estrictos, exactos y necesarios (en cuanto que las
conclusiones se derivan necesariamente de las premisas), los razonamientos
propios de la retórica se mueven con razones o argumentos que son comunes a
todos los hombres, o al menos a grupos determinados, debido a su profesión o
saberes especializados. El terreno más genuino de la retórica es el de la
comunicación dirigida al común de las gentes y que todos pueden entender. Le
retórica jurídica es “especializada” por aplicarse a un campo, el jurídico; sin
embargo, es una modalidad que se compenetra muy bien con la retórica
general. De otros ámbitos disciplinarios no puede afirmar lo mismo: la retórica
propia de los ingenieros se aleja del sentido genuino de la retórica como
disciplina general.
Lenguaje jurista [https://pixabay.com/es/photos/martillo-libros-ley-tribunal-719061/]

¿Por qué sostengo que la retórica jurídica se compenetra muy bien con la
retórica general? La respuesta me parece sencilla: el lenguaje jurídico, a pesar
de ser en gran parte un lenguaje especializado (“lenguaje de los juristas”),
forma parte también del lenguaje ordinario. No conozco a nadie a quien no se
le pueda explicar con palabras sencillas los conceptos jurídicos e incluso los
más intrincados vericuetos argumentativos que usan los juristas en las diversas
materias. Todas las personas con un nivel cultural aceptable están preparadas
para entender el derecho. Es más, las palabras que expresan conceptos
jurídicos (como norma, derechos, sanciones, hipoteca, préstamo, sociedad
anónima, homicidio, impuesto) forman parte del lenguaje ordinario o común.
Se da la peculiaridad de que el lenguaje de los juristas es un lenguaje a la vez
normal y especializado; y por ello la retórica jurídica se compenetra a las mil
maravillas con la retórica general.
Razonamientos retóricos y razonamientos matemáticos
Los razonamientos retóricos no son apodícticos, no tienen el carácter
necesario de la lógica matemática. Aristóteles afirma que se sitúan en el nivel
de lo probable. Afirmación esta última que, en mi opinión, no es muy
ajustada, ya que la probabilidad es una dimensión que pertenece al
razonamiento matemático. En efecto, la misma expresión “cálculo de
probabilidad” nos está indicando su pertenencia a la matemática, y no al
razonamiento retórico.
Si la retórica fuera reconducible a un conjunto de razonamientos de
probabilidad, o cálculo de probabilidades, entonces formaría parte de la
lógica. Cosa distinta es que en el lenguaje ordinario se use la expresión “es
probable”, o “lo más probable es que…”, y similares como modo
argumentativo de lo que sucederá en el futuro. Esas expresiones,
genéricamente consideradas, esto es, sin relación concreta con un auténtico
cálculo de probabilidad, no indican sino una opinión del emisor del mensaje,
que, con la palabra “probable” quiere dar mayor crédito a una opinión o
vaticinio personal.
El razonamiento retórico no es apodíctico, aunque pueda contener números
Que el razonamiento retórico no sea apodíctico, y, por tanto, no sea un
razonamiento de índole matemática, ya sea apodíctica o probabilística, no
quiere decir que no pueda integrar esas modalidades en su seno. No sólo es
usual que así sea, sino que además es perfectamente legítimo.
No es infrecuente que un político tire de cifras para defender su postura en el
parlamento. Las cifras cantan, suele decirse. Si esas cifras que invoca
responden efectivamente a la realidad y ha sido resultado de un cálculo
correcto, estaremos ante un razonamiento matemático. Sin embargo, al
introducir el orador ese razonamiento en su discurso político, se transforma,
sin dejar de ser matemático, en razonamiento retórico. Pues las cifras pueden
ser unas u otras, pero la decisión política que haya que adoptar dependerá no
sólo de las cifras sino asimismo de la perspectiva y la intención de quien las
presenta. La decisión política no sólo atiende a las cifras, aunque las tenga en
cuenta, sino también, y quizás sobre todo, a lo que se persigue al decidir. Esto
se traduce, en términos comunicacionales, en el hecho de que el razonamiento
lógico o matemático queda incorporado al razonamiento retórico.  
La relación entre lógica y retórica
Este último pensamiento nos lleva al problema de la relación entre lógica y
retórica. Si empleamos la palabra “lógica” en su sentido genuino, esto es,
como lógica formal y deductiva, entonces parece evidente que sucede lo
mismo que comentábamos respecto de los razonamientos matemáticos. Quiero
decir que, por una parte, el razonamiento retórico no es un razonamiento
lógico (al igual que no lo es matemático), y por otra, que es posible y
frecuente que se usen razonamientos lógicos dentro de un contexto retórico (al
igual que se usan razonamientos matemáticos dentro de un discurso retórico),
lo cual obviamente es algo muy diferente a afirmar que el razonamiento
retórico es o puede ser lógico.
¿La retórica podría definirse como otro tipo de lógica?
Luis Recasens [https://estebanlopezgonzalez.com/2013/09/15/de-luis-recasens-siches/]

Para evitar estos escollos se han inventado algunas fórmulas que sostienen la
posibilidad de otras lógicas, las cuales permitirían calificar al razonamiento
retórico como lógico también. Tal sucede por ejemplo con la denominada
“lógica de lo razonable”, designación esta que puso en boga hace muchos años
nuestro Recaséns Siches. En trabajos muy significativos Luís Recaséns Siches
(1903-1973)[4] sostiene que, junto a la lógica formal o la lógica matemática,
hay que sostener, para las disciplinas prácticas, una lógica de lo razonable.
Diferencia entre racionalidad y razonabilidad, y sobre la base de esta
distinción introduce la dualidad lógica racional o formal y lógica de lo
razonable o material.
Me parece que, en el fondo, esta idea constituye una reformulación de la
clásica distinción entre razón teórica y razón práctica. En mi opinión, la
propuesta de Recaséns Siches no resuelve el problema sino que lo oscurece.
Amplía desmesuradamente el campo de la lógica al integrar lo que él
denomina racional y razonable, de tal modo que puede sostenerse que, con ese
punto de partida, todo lo que decimos o pensamos estaría dominado por
alguno de estos géneros de lógica. Por esa vía sucedería que nuestras
disquisiciones prácticas, es decir, las relativas a la moral y al derecho, al bien
y al mal, a lo justo y a lo injusto, estarían presididas por una lógica, diferente
de la lógica formal, pero al fin y al cabo lógica. De esta manera se conseguiría
dotar de cierta certeza y solemnidad a nuestros propios juicios de valor.
La lógica de lo razonable
La lógica de lo razonable sería algo así como el “sentido común” que, sin
embargo, como suele afirmarse por la sabiduría popular quitando el velo a la
ilusión que esconde, es el menos común de los sentidos. Algunos autores tan
inteligentes como Émile Durkheim[5] nos han avisado de las trampas que
esconde esa advocación al sentido común.  
Lo propio de la retórica es la argumentación
¿Qué queda entonces para el razonamiento retórico? Queda la argumentación.
El acto de argumentar consiste en dar razones, motivos, fundamentos, de una
decisión. La argumentación siempre gira alrededor de una decisión que hemos
adoptado o vamos a adoptar. Por eso, la argumentación no puede aplicarse a la
matemática. En esta no se decide, sino que se concluye necesariamente a partir
de unas premisas determinadas. Incluso una teoría matemática de las
decisiones no posibilita que estas últimas sean el resultado sólo de un
razonamiento matemático. La matemática sirve para hacer un cálculo de
riesgos y probabilidades, pero al final queda la decisión, y ésta no puede
concebirse sino como un acto de elección entre alternativas posibles y, en
definitiva, como un acto de libertad.
Ortega y Gasset expresó muy bien esta idea al afirmar que el hombre está
obligado a ser libre puesto que está obligado a decidir  en cada momento de su
vida. Ahora bien, un argumento no es una figura lógica, aunque a veces se le
pueda parecer. Hay argumentos que tienen forma silogística, aunque en
realidad no son silogismos; otros argumentos adquieren forma de inducción,
pero tampoco son inducciones. La lógica y la argumentación son dos modos
de razonar. La lógica excluye la argumentación, pero la argumentación no
excluye la lógica aunque no se queda en ella.
NOTAS
[1] Ediciones Olejnik, Santiago de Chile, 2019.
[2] Chaïm Perelman y Lucie Olbrechts-Tyteca, Tratado de la argumentación.
La nueva retórica. Traducción española de Julia Sevilla Muñoz. Gredos,
1989.
[3] Aristóteles, Retórica. Edición del texto con aparato crítico, traducción,
prólogo y notas, por Antonio Tovar. Instituto de Estudios Políticos, Madrid,
1971. También, Aristóteles, Retórica. Introducción, traducción y notas por
Quintín Racionero. Editorial Gredos, primera edición, Madrid, 1990.
[4] Luís Recaséns Siches, Nueva filosofía de la interpretación del
derecho. Primera edición, 1956. Segunda edición aumentada, Editorial Porrúa,
México, 1973. Experiencia jurídica, naturaleza de la cosa y Lógica
“razonable”. Fondo de Cultura Económica & Universidad Nacional
Autónoma de México, México, 1971.
[5] Émile Durkheim, Las reglas del método sociológico. Edición de Gregorio
Robles Morchón. Traducción de Virginia Martínez Bretones. Editorial
Biblioteca Nueva, Madrid, 2005.
197
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Gregorio Robles

Gregorio Robles Morchón es catedrático de Filosofía del Derecho en la


Universidad de las Islas Baleares

Lógica ,  retórica

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