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9ES-GALO.

DOC (16/10/03: 0) - 1

Perspectiva Pastoral
Prof. JEAN GALOT, Roma

Toda la misión pastoral que se desarrolla, de múltiples maneras, dentro de la Iglesia


está dominada por la palabra evangélica «Yo soy el buen pastor» (Jn 10,11.14). El hecho
mismo de que esta declaración solemne se repita dos veces seguidas destaca su importancia.
Jesús subraya así el significado de su presencia personal en la tierra.
Entre las afirmaciones de identidad que comienzan por «Yo soy», ésta se impone de
manera especial como una definición que ilumina todas sus actividades, pues revela un
aspecto fundamental del sacerdocio de Cristo. La intención pastoral no es algo secundario; es
más bien una síntesis de todas las aspiraciones que se expresan en la misión del Salvador.
Es necesario recordar que la expresión usada no tiende directamente a indicar bondad,
puesto que debería ser traducida literalmente como «el pastor hermoso» o «el pastor
excelente». Se trata de un pastor que posee la perfección de todas las cualidades. La bondad
es, por cierto, una cualidad propia del comportamiento de Jesús, pero no la que él quiere
poner de relieve en estas circunstancias. Opone más bien su comportamiento como pastor al
de los ladrones y bandidos que van a robar, matar y destruir. No menos evidente es el
contraste con el mercenario que, por no ser pastor, abandona las ovejas y huye al ver llegar al
lobo. Jesús no sólo no ha perseguido nunca su propio beneficio en sus relaciones con los
hombres, sino que ha demostrado su amor diciendo: «El buen pastor da su vida por las
ovejas». Él realiza el ideal del perfecto pastor por medio del don de su propia vida. Tan
elevada es esta disposición del alma que supera el modelo de pastor que los escritos del
Antiguo Testamento atribuyen a Dios. Dios había sido reconocido como una figura soberana
del pastor, y repetidas veces había marcado la distancia entre su comportamiento y los
numerosos defectos de los pastores humanos. Pero el Dios venerado por Israel no hubiera
podido emprender la senda del sacrificio ofrecido por sus ovejas, pues ésta exigía la
Encarnación. Como buen pastor, sólo el Hijo encarnado podía, por medio del sacrificio de la
cruz, llevar hasta el final su generosidad.
Jesús ha indicado claramente que este signo supremo de amor es la propiedad que
distingue al buen pastor. Así todo el camino pastoral de la Iglesia ha sido orientado hacia ese
modelo más alto de amor; el sacerdocio ha sido guiado, de manera definitiva, desde lo alto
hacia un don generoso, semejante al del buen pastor.

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