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1 l"‘
Feuerbach
o la sensualidad
emancipada
taurus
Trae a presencia este libro a una de
las más grandes figuras del pensa
miento europeo, que hizo avanzar
hasta el siglo xix el espíritu renova
dor y crítico de la Ilustración y abrió
camino a trascendentales ideas filosó
ficas y políticas. Un tanto olvidado
hoy, muestra, al ser revalorizado, una
amplia gama de inquietudes y terre
nos en que descolló. Discípulo de Hc-
gel, es el más destacado crítico del
pensamiento jurídico en un importan
te momento de la historia alemana,
el psicólogo que se adelantó a Freud
en algunos aspectos, el materialista
fisiológico y el filósofo moral junto
al más recordado pie y puente para
la ideología marxista, eslabón entre
su maestro y Marx.
Alfred Schmidt ha tenido presente
en su estudio la amplia serie de in
tereses feuerbachianos, concentrándo
se especialmente sobre la ruptura,
«iniciadora de una época», con la con
cepción idealista, determina cuál es
su lugar en la historia del materialis
mo de su tiempo y arroja luz sobre
aspectos no muy atendidos anterior
mente de la relación Marx-Fcuerbach,
llegando de este modo al problema,
verdaderamente actual, de la sensua
lidad emancipatoria.
El origen de este estudio fue un
trabajo para una nueva lectura de
Feuerbach, colocado al frente de su
Materialismo antropológico, pero re
elaborado, revisado y puesto al día
de acuerdo con crítica de fuentes apa
recida entretanto, adquiriendo carác
ter de obra nueva y de excelente pre
sentación del pensador materialista
alemán.
ALFRED SCHMIDT
FEUERBACH
O LA
SENSUALIDAD EMANCIPADA
Versión española
de
J ulio Carabaña
taurus
Título original: Emanzipatorische Sinnlichkeit.
© 1973, Cari Hanser Verlag, Munich. ISBN 3446-1162-4.
8
FEUERBACH COMO ESCRITOR
DEL “VORMÁRZ”
11
Puesto que «el hombre se ha puesto en el lugar del
cristiano prácticamente, también teóricamente ha de po
nerse la esencia humana en lugar de la divina» \ Se
trata entonces de encontrar un principio adecuado a la
recién conseguida «inmediatez» del hombre; pues «sólo
así nos libramos de la contradicción... de nuestra vida
y nuestro pensamiento con una religión que contradice
desde su raíz esta vida y este pensamiento. Pues hemos
de volver a ser religiosos —la política ha de convertirse
en nuestra religión— pero esto sólo puede hacerlo si nos
otros tenemos algo supremo en nuestra idea misma que
nos convierte la política en religión. ...Este principio no
es otro que el ateísmo —el abandono de un Dios diferen
te del hombre» *. Al tener Dios su verdad únicamente en
el hombre se sigue de ahí que tampoco el Estado, expli
cado subjetivamente, surge de la fe religiosa, sino de la
«desesperación en Dios» *. Los hombres están sometidos
a la necesidad de la vida; han de unirse para resistir a la
presión de la naturaleza externa. «Suma de todas las rea
lidades», el Estado (que Feuerbach aún no alcanza a dis
tinguir conceptualmente de la sociedad) es un «ser esen
cialmente diferente» del individuo*3*5*. Como Estado ver
dadero —aún no realizado—, es «el hombre ilimitado,
infinito..., divino. Unicamente el Estado es el hom
bre absoluto... que se determina a sí mismo»*. Por
lo que se refiere a la revolución del cuarenta y ocho,
Feuerbach no la comprendió socialmente, como claramen
te vio Lenin78*. Sin analizar sus circunstancias más próxi
mas, explica en 1851 que los republicanos habían creído
«que bastaba con querer una república para llamarla a
la vida»*. Y Feuerbach concede que las lecciones de Hei-
delberg habían sido su «única manifestación de actividad
pública en la llamada época de la revolución»*. El ha to
* Ib id., p. 151.
3 Ibid., pp. 151, 152 (subrayado de Feuerbach).
‘ Ibid., p. 152.
* Ibid., p. 153.
‘ Ibid.
7 Cfr. los apuntes de Lenin sobre las Vorlesungen über das
Wesen der Religión, en Vierke, t. 38, Berlín, 1964, p. 41.
8 F euerbach, Gesammelle Werke, t. 6, /. c., p. 5 (subrayado de
Feuerbach). (Como siempre, para todos los autores, mientras no
se diga lo contrario.)
» Ibid., p. 4.
12
mado parte en los acontecimientos de aquellos tiempos
«únicamente como espectador y oyente crítico», y por cier
to debido a que suele permanecer alejado de «empresas
sin éxito y por tanto sin cabeza» ,0. Pero desde el principio
había él previsto que la revolución tendría «un fin tan ig
nominioso y carente de resultados» ll. Por lo demás ha
tomado parte «en una revolución grande y victoriosa»
«cuyos verdaderos efectos y resultados», como él dice, «se
desarrollarán sólo en el curso de siglos». Los flancos dé
biles de esta argumentación son manifiestos
No obstante, la primera de sus lecciones de Heidelberg
muestra que también Feuerbach se vio desgarrado por
los sucesos del año de la revolución, y que barruntó al
menos lo que su actividad literaria significaba política
mente. «Vivimos en un tiempo», se dice allí, «en que cada
uno, por mucho que en su imaginación se considere el me
nos partidario, es un hombre de partido incluso contra su
saber y voluntad, aunque sea sólo teóricamente..., en que
el interés político absorbe todos los demás intereses..., en
que es incluso un deber —hablo de nosotros, alemanes
apolíticos— olvidarlo todo sobre la política; pues como
el individuo nada alcanza ni logra si no tiene la fuerza de
dedicarse exclusivamente durante algún tiempo a lo que
quiere lograr, también la humanidad tiene que olvidar en
ciertas épocas todas las tareas por una sólo si es que quie
re realizar algo efectivo, completo (consumado). La reli
gión... ciertamente está contactada en lo más íntimo con
la política. Pero nuestro interés principal no es en la ac
tualidad la política teórica, sino la práctica. Queremos to
mar parte en la política de modo inmediato, actuando;
nos faltan el reposo, el sentido, las ganas de leer y es
cribir, de enseñar y aprender. Nos hemos ocupado ya
durante bastante tiempo con el discurso y con la escritura
y nos hemos satisfecho con ello...; estamos hartos del
idealismo político, como lo estamos del filosófico; va
mos a ser ahora materialistas políticos» **. Frases que
hubieran podido ser también pronunciadas durante el
clima de «Vormárz» de la revuelta estudiantil de los úl
timos años sesenta.
El pathos por el hombre de Feuerbach constituye el*145
w Ibid.
u Ibid., p. 5.
14 Ibid., p. 4.
15 Ibid., pp. 7 ss.
13
lado fuerte y el precario de su filosofía. El hecho de que
—al contrario que los ilustrados precedentes— no comba
ta la religión y la metafísica espiritualista primariamente
como obstáculos del progreso científico, sino de la felici
dad terrena, explica su éxito extraacadémico; entre artis
tas y escritores, como Richard Wagner, Gottfried Keller,
Georg Herwegh, Ludwig Borne y Heinrich Heine. La
aquendidad sin compromisos de Feuerbach se convierte
en fermento del naciente realismo poético Bajo otras
condiciones y en lenguaje antropológico repite el progra
ma de los escritos teológicos del joven Hegel en el que
ya se dice que se trata de «vindicar... como propiedad
del hombre los tesoros que han sido malbaratados en el
cielo» 1S.
Más importante aún —también políticamente— es el
influjo de Feuerbach sobre la historia del pensamiento
social en Rusia 1S. Habría que mencionar al anarquista Ba-
kunin y a los llamados «demócratas revolucionarios», en
particular su teoría y crítica literarias ,T. Belinskij, Her-
zen, Dobroljubow y Tschernyschewski pasaron de Hegel a
Marx de la mano de sus escritos, sin por ello abandonar
el método dialéctico. En parte intentan aplicar los hallaz
gos de Feuerbach en la vida social. Plejanof, el fundador
del marxismo ruso, es de orientación feuerbachiana. Y el
célebre libro de Lenin Materialismo y empiriocriticismo
enlaza inmediatamente con Feuerbach y el «Monismo na
tural» del feuerbachiano Joseph Dietzgen.
En la medida en que puede hablarse de una recepción
burguesa de Feuerbach en Alemania durante el siglo xix,145
14 Theobald Ziegler subraya con razón: «El antropologismo de
Feuerbach se acerca al realismo de la joven Alemania en que
quería volver a poner en su sitio a la sensualidad y a la carne,
protegiéndolas de todo ascetismo; Feuerbach creó los fundamen
tos filosóficos para estas tendencias de rehabilitación» (en Die
geistigen und sozialett Strómungen des XIX. Jahrhunderts, 3.* edi
ción revisada, Berlín, 1910, p. 204).
15 Nohl, Tübingen, 1907, p. 225.
,G Cf. a este respecto la obra standard de T homas G. Masaryk,
Zur russischen Geschichts— und Retigions philosophie. Sozioto-
gische Skizzen, Jena, 1913, nueva edición invariada, Kóln-Düssel-
dorf, 1965; a modo de complemento, cf. Dmitrii T schizewskij,
Hegel bei den Slaven, Reichenberg, 1934; edición ampliada y co
rregida, Darmsiadt, 1961.
15 El libro de Georg Luk/ícs, Der Russische Realismos in der
Weltliteratur, Berlín, 1953, pinta el importante influjo, entre nos
otros prácticamente ignorado, de Feuerbach sobre los «demó
cratas revolucionarios».
14
queda ésta frustrada en puro epigonismo. Así en la histo
ria de la literatura de Hermán Hettner, que, tras un co
mienzo muy prometedor queda atascado en un método su
perficialmente positivista. Y la monografía de Jodl (cuyo
editor Bórner, suaviza al batallador materialista Feuer
bach situándolo al nivel de un «clásico») contrapone sin
más, en estilo nacional —liberal, el más profundo «ideal
de cultura» del filósofo a las «metas predominantemente
políticas de la revolución del año 1848» M,con lo que falsea
toda la situación. En contraste con éste, los más recientes
estudios sobre la filosofía alemana del siglo xix, como el
de Lówith ", se hace —pese a sus limitaciones «a la his
toria» del espíritu— mucho más adecuadamente justicia
al lugar e influencia históricos de Feuerbach. Cuyo papel
en la destrucción del pensamiento especulativo se malen-
tiende de antemano cuando se mide abstractamente su em
presa con el «nivel» de los idealistas alemanes. «Con Feuer
bach», subraya Lówith, «comienza la época de un filoso
far carente de tradición, que, mirado desde atrás, signifi
ca efectivamente una recaída en la primitividad concep
tual y metódica, mirado desde adelante, sin embargo, equi
vale al productivo intento de transformar la problemática
de la filosofía de modo adecuado a la conciencia existen
cia! fácticamente transformada de esa generación» **. Dig
no de notar es que Marx acaba llegando a un juicio pare
cido sobre Feuerbach cuando al pasar a la Crítica de la
economía política, se confronta con Hegel por segunda vez
durante los años cincuenta y sesenta: «Comparado con
Hegel, Feuerbach es perfectamente pobre. Y sin embargo
hizo época después de Hegel porque puso el acento sobre
ciertos puntos desagradables para la conciencia cristiana
e importantes para el progreso de la crítica, puntos que
Hegel había dejado en un claroscuro místico»'1.
* Ludwig Feuerbach, Stuttgart, 1921, p. 111.
“ Cf. el conocido libro de L8with, Vori Hegel zu Nietzsche. Der
Revolution&re Bruch im Denken des 19. Jahrhunderts, 3.* edición,
Stuttgart, 1953; también su Memoria de cátedra de Universidad
Das Individuum in der Rolle des Mitmenschen, Munich, 1928;
reimpresión invariada, Darmstadt, 1961.
51 K aki. Lówith, Ludwig Feuerbach und der Ausgang der klassi-
chen deutschen Philosophie, en Lagos, t. XVII, Tubinga, 1928,
p. 327. Popitz intenta también comprender a los jóvenes hege-
íianos a partir de la «conciencia de época»; cf. Der entfremdete
Mensch, l. c., pp. 4-28.
21 Carta de 24-1-1865 a J. B. Schweitzer, en Marx/ E ngels, Aus-
gewahlte Briefe, Berlín, 1953, p. 181.
15
De igual modo que es necesario juzgar la polémica de
Feuerbach contra la especulación desde su situación his-
tórico-filosófica, tampoco es suficiente con la indicación
de que un mismo pensamiento, expresado en tiempos di
ferentes, tiene significados completamente distintos. Pues
aquí se trata de la cuestión de qué es lo que puede rete
nerse en el plano filosófico material de la tentativa de
Feuerbach de ir más allá de la filosofía como tal. Una
tentativa que merece la pena de ser seguida aunque sólo
fuera por las semejanzas estructurales que existen entre
ella y el paso (teórico y político) de Marx desde la filoso
fía a la «praxis». ¿Cómo ha de estar configurado un pen
samiento que, después de Hegel, se compromete a pene
trar desde el concepto concreto en un medio «más con
creto»? Problemas de tipo «metafilosófico», que hoy se
abordan de nuevo ”, aunque determinaron ya (en cuanto al
contenido) las controversias del «Vormárz».
El estudio de Feuerbach se ve dificultado por el hecho
de que los criterios habituales de la filosofía académica
no sirven para él. Como Nietzsche, con el que tiene mucho
en común, posee Feuerbach un modo de pensar que toda
conciencia con pretensiones de modernidad ha de mante
ner vivo dentro de sí. El filosofar tradicional apenas si ha
logrado incorporárselo. La manera feuerbachiana de es
cribir no es la menor culpable de esto. Corre, como
los jóvenes hegelianos en general, Kierkegaard incluido,
todos los riesgos de una teoría enemiga de la sistematiza
ción. Si se hace abstracción de los pocos trabajos con los
que Feuerbach esperaba encontrar eco académico y que,
como la Teogonia, muestran un lastre filológico perfecta
mente accesorio, su obra no puede ser considerada sino
como fragmentarista, aforística y'fensayística. Lo que pre
cipitadamente se tachó en él como periodismo, prolífera
retórica y también como imprecisión terminológica, es,
por el contrario —entendido en su función objetiva— la
apasionada toma de partido por temas que habían sido
eliminados durante tiempo demasiado largo por la filo
sofía anterior (y por la sociedad en que se apoyaba).*
16
FEUERBACH ENJUICIADO POR MARX
Y ENGELS
17
2
sión —tácitas o expresas— al procedimiento «humanista
naturalista» de Feuerbach (que, por supuesto, gana a ojos
vistas en determinación concreta cuando se aplica a cues
tiones realmente sociales) se encuentran en los muy dis
cutidos escritos del «autoentendimiento» marxiano, surgi
dos en 1843-45, en los cuales se interpenetran de modo
particular la crítica a Hegel'y la aceptación positiva del
tema hegeliano de la alienación: en la Crítica del Derecho
público hegeliano, en la Introducción a la crítica de la Fi
losofía del Derecho hegeliana, pero ante todo en los Ma
nuscritos económico-filosóficos de París y en La Sagrada
Familia, primer trabajo redactado juntamente con Engels.
Así, Marx destaca en 1844 que Feuerbach ha «derribado
las viejas filosofía y dialéctica desde sus cimientos» **. «De
Feuerbach —sigue diciendo— data la crítica positiva hu
manista y naturalista. Cuanto más silenciosa, tanto más
firme, profunda, amplia y duradera es la acción de los es
critos de Feuerbach, los únicos escritos que contienen una
revolución teórica desde la Fenomenología y la Lógica de
Hegel»’5. Y Marx no deja de advertir que «la crítica
positiva en general, y por tanto también la crítica alema
na positiva de la Economía Política [debe] su verdadera
fundamentación a los descubrimientos de Feuerbach»“.
Si la teoría marxista, en su forma evolucionada, discute la
realidad social en dos planos (ligados precisamente a tra
vés de su separación), si insiste en que las categorías eco
nómicas como mercancía, dinero, valor y capital, sin per
juicio de su objetividad, son «subjetivas», es decir, con
cretas determinaciones existenciales de hombres corpora
les, es éste un punto de vista que se retrotrae a Feuerbach.
El paso revolucionario más allá de la economía burguesa
consiste, ya en el joven Marx, en atisbar que ésta de
grada «al accidente, a lo inesencial» el movimiento real de
la vida social: la relación de los hombres entre sí y con
la naturaleza, relación de la que «la ley» de la oferta y la
demanda es «sólo un momento abstracto, accidental v uni
lateral » **. Por eso objeta Marx a la Economía Política, en
los Extractos de los Eléments d'Économie politique de
Mills, el que —cayendo en la apariencia objetivista—,
” Okonomisch-philosophische Manuskripte, en Marx/ E ngels,
Werke, Erganzungsband. Erster Teil, Berlín, 1968, p. 569.
* Ibid., p. 468; cf., también, p. 569.
* Ibid., p. 468.
* Ibid., p. 445.
18
«fije la forma alienada del movimiento social como la
esencial y originaria, y correspondiente con la disposición
humana»*. La muerta objetividad de las categorías eco
nómicas oculta su contenido «antropológico»: el destino de
los individuos entregados a los mecanismos del mundo
de las mercancías. El intercambio de actividades y produc
tos humanos, que los economistas consideran lo único
decisivo, está mediado por «la actividad y el espíritu es
pecíficos, cuya existencia real, consciente y verdadera son
la actividad social y el disfrute social»™. Marx subraya a
este propósito que —en sí— la esencia de la sociedad «no
es ningún poder abstracto-general frente al individuo sin
gular, sino la esencia de cada uno de los individuos, su
actividad propia, su vida propia, su espíritu propio, su ri
queza propia» ”, La sociedad surge —en esto sigue Marx
a los ilustrados— de la necesidad y el egoísmo del indivi
duo —no de la reflexión consciente—. El que sea o no sea
una comunidad, no es cosa de mero capricho, «sino que
mientras el hombre no ha organizado el mundo de modo
humano, esta comunidad aparece bajo la forma de la alie
nación. Porque su sujeto, el hombre, es un ser aliena
do de sí mismo. Los hombres, no como una abstracción,
sino como hombres reales. Vivientes, particulares, cons
tituyen esta comunidad. Como ellos son, es ella. Es una
tautología que el hombre se aliena a sí mismo y que la
Sociedad de este hombre alienado es la caricatura de su
verdadera esencia comunitaria, de su auténtica vida espe
cífica, y que por ello la actividad se le aparece... como
tormento, su propia creación como poder extraño, su ri
queza como pobreza, el lazo esencial, que lo une a otros
hombres, como un lazo inesencial, y más bien la separa
ción de los demás hombres como su verdadero ser»”.*3
3 Ibid., p. 451.
3 Ibid.
» Ibid.
w Ibid. Esta decidida reducción del «ser» social a lo indivi
dual, extraña en principio en un autor como Marx; se entiende
si y sólo si se piensa que en 1844 ve ya de antemano la existen
cia individual en el horizonte feuerbachiano de lo natural, es de
cir, universal conforme con la especie, y que se encuentra enton
ces en un estadio de su evolución en el que le importa, sobre
todo, combatir las generalidades hipostasiadas del idealismo, su
metafísica del espíritu absoluto. De ahí el continuo recurso al
individuo concreto, que en La ideología alemana se esgrime con
tra el concepto de «hombre» (rechazado en toda forma filosófi
ca). Naturalmente que en la medida en que Marx logra funda-
19
Está fuera de duda el papel tanto metódico como de
contenido que desempeñó Feuerbach en el nacimiento de
la economía materialista. Así, se dice en el Prefacio de La
Sagrada Familia: «El humanismo real no tiene en Alema
nia enemigo más peligroso que el esplritualismo o el idea
lismo especulativo, que pone la autoconciencia o el es
píritu en el lugar del hombre real individual» a. Y Engels,
cuyos escritos de juventud no están menos determinados
que los de Marx por la óptica feuerbachiana, escribe sobre
los «geniales desarrollos» de Feuerbach en la negación de
la filosofía anterior: «¿Quién ha descubierto el "secreto
del sistema?" Feuerbach. ¿Quién ha aniquilado la dialécti
ca de los conceptos, la guerra de dioses que sólo los filó
sofos conocían? Feuerbach. ¿Quién ha puesto al hombre
en el lugar de la vieja chatarra, también de la "autocon
ciencia infinita"? Feuerbach y sólo Feuerbach»*. Marx
atribuye a Feuerbach haber sido el único en culminar y
criticar a Hegel desde un punto de vista hegeliano, «disol
viendo el metafísico espíritu absoluto en el hombre real
sobre la base de la naturaleza», y en consumar la crítica
de la religión «trazando superficialmente las grandes lí
neas maestras para la critica de la especulación hegeliana
y, al mismo tiempo, por tanto, de toda la metafísica»3*.
Una entusiasta alabanza, que los autores, como es sa
bido, no mantuvieron en esta forma. En la medida en que
pasan del democratismo radical y del «comunismo filosó-
20
fico» (Moses Hess) a la concepción materialista de la his
toria y a la política revolucionaria, se les hace claro que
el hombre corporal, individual de Feuerbach representa
efectivamente, frente a las abstracciones especulativas, un
concreto a retener, con el que hay que comenzar, pero que
sin embargo es todavía, considerado como mero ser espe
cífico prendido a la naturaleza, demasiado abstracto “. El
mismo Feuerbach percibe la insuficiencia de su posición e
intenta avanzar desde la naturaleza al mundo de los hom
bres. Pero en la medida en que lo hace de un modo limi
tado a la religión y a la filosofía moral, cae exactamente
por detrás de los puntos de vista sociales del idealista
Hegel. «Feuerbach», escribiría más tarde Engels, «tiene
toda la razón en que el mero materialismo de la ciencia
natural forma sin duda el cimiento del edificio del saber
humano, pero no este edificio mismo. Pues vivimos no
sólo en la naturaleza, sino también en la sociedad huma
na... Se trataba entonces de poner en armonía la ciencia
con la sociedad, es decir, la suma de las llamadas ciencias
históricas y filosóficas con la base material, y «le recons
truirlas sobre ella» *. Feuerbach no estaba a la altura de
esta amplia tarea. Se limitó a hacer a un lado el sistema
hegeliano, en lugar de descifrarlo como el sistema de la
sociedad. No logró salvar los contenidos nuevos, recubier
tos idealistamente, de Hegel en «la ciencia del hombre
real y de su evolución histórica»*7.
* Cf. al respecto la importante carta de Engels a Marx del
19-11-1844 donde se dice: «El "hombre" de Feuerbach está deri
vado de Dios, Feuerbach ha llegado de Dios al "hombre”, y de
este modo está el hombre coronado todavía con el halo de san
tidad de la abstracción. El camino verdadero para llegar al "hom
bre" es el inverso. Tenemos que partir del yo, del individuo cor
póreo, empírico, y no, como Stirner, para quedarnos ttascados
en él, sino para elevamos hasta el "hombre" a partir de ahí.
"El hombre" es siempre una figura espectral mientras no tiene
su base en el hombre empírico. En una palabra, tenemos que
partir del empirismo y del materialismo, si es que nuestros pen
samientos y nuestro "hombre" han de ser algo verdadero: te
nemos que derivar lo universal de lo singular, no de sí mismo
o del aire, a lo Hegel.» En Marx/ E ngels, Werke, t. 27, Berlín,
1963, p. 12. Cf. también la carta de Engels a Marx de 19-8-1846
{ibid., pp. 33 ss.) en que la distancia hasta entonces alcanzada
respecto a Feuerbach se pone particularmente de manifiesto.
* Ludwig Feuerbach und der Ausgang der deutschen klassis-
chen Phiíosophie, en Marx/ E ngels, Werke, t. 21, Berlín. 1962,
pp. 280 ss.
w Ibid., p. 290.
21
El hecho de que Feuerbach rechace la dialéctica es
paradójico en la medida en que su propia crítica de la
especulación hace posible retomar de nuevo de una ma
nera no-idealista el pensamiento dialéctico. Marx y En-
gels saben hacer mucho más que él mismo con sus
propios hallazgos. Ya en La Sagrada Familia, cuya
argumentación «contra Bruno Brauer y consortes» be
be, como se indicó más arriba, del rechazo feuerba-
chiano del hegelianismo, insisten en que, en un tiempo
en que «incluso los filisteos alemanes comienzan a com
prender a Feuerbach e ...incluso a apropiárselo», es de
importancia «captar correctamente y utilizar con habili
dad» a éste"8. El libro es precisamente un testimonio de
ello. Sus autores tematizan por primera vez la historia
material con sus fuerzas económicas motrices, y las luchas
reales de los hombres aparecen en el lugar del —feuerba
chianamente interpretado— «conflicto de la existencia
sensible-individual con la existencia específica del hom
bre» ”, decisiva todavía para los Anales Franco-alemanes.
«Del ser humano de Feuerbach», no queda, según Bloch,
«más que su negación en el capitalismo» **. AI dar con la
economía política, sitúan lo que Feuerbach llama «auto-
escisión religiosa del hombre» concreta e históricamente:
en las Tesis de 1845 como en La Ideología Alemana que
redactaron en común (184546), textos en que el recurso
a Hegel, tan dirigido contra Feuerbach como mediado por
éste, llama la atención incluso terminológicamente. El in
dividuo que Feuerbach pone de relieve y en último térmi
no supone «de modo abstracto y aislado», pertenece a una
«forma social determinada» (que es, como El Capital de
muestra después, la forma social productora de mercan
cías)4'.*401
M L. c., p. 99.
" Zur Judenfrage, en Marx/E ngf.i.s, Werke, t. I, Berlín, 1959,
p. 377. (Subrayado mío.)
40 B loch, Das Prinzip Hoffnung, t. I, Berlín, 1954, p. 273.
41 Cf. Das Kapital, l. c., pp. 84 ss., donde Marx dice: «Para una
sociedad de productores de mercancías, cuya relación de pro
ducción social general consiste en comportarse respecto a sus
productos como mercancías, como valores por consiguiente, y en
referir entre sí sus trabajos privados en esta forma material co
mo trabajo humano igual, es el Cristianismo, con su culto del
hombre abstracto [al que todavía Feuerbach permanece ligado,
A. S.], y nominalmente en su desarrollo burgués, el Protestantis
mo, Deísmo, etc., la forma correspondiente de Religión.»
22
Las Tesis abandonan la categoría de «especie» 45 y al
canzan el concepto clave de praxis social, entendido como
«actividad objetiva» en un doble sentido: epistemológica
mente, como constitución de un mundo de experiencia co
tidiana intersubjetivamente dado, políticamente como ac
tuar «revolucionario», transformador4*. Ambos momentos
no pueden separarse conceptual ni históricamente. Más
clara todavía se hace esta relación dialéctica en La Ideo
logía Alemana, que pasa de la crítica social a la antropo
logía de Feuerbach a la crítica del no menos abstracto
empirismo de su concepción de la realidad exterior al
hombre. Al no haber logrado volver el pensamiento hege-
liano de la mediatez —subjetiva— de todo lo inmediata
mente sensible contra su Forma idealista, y mantenerse
en ello, no va más allá de hacer ásperas aseveraciones,
pese a su continua prédica del «sumergimiento en lo con
creto» 44. Así pues, dicen también Marx v Engels: «La con
cepción de Feuerbach del mundo sensible se limita por un
lado a su mera intuición perceptiva, por otro a su mera
sensación»4*. Entonces «se encuentra necesariamente con
cosas que contradicen su conciencia y... su sentimiento,
que estorban la armonía por él presupuesta de todas las
partes del mundo sensible, y, naturalmente, del hombre*
** En todo caso no de una vez por todas. Así habla Marx, en
El Capital (t. I, l. c., p. 85) de formas de producción preburguesas
que «reposan» sobre la inmadurez del hombre individual aún
no liberado del cordón umbilical del nexo natural especifico con
otros... Acentuado en el sentido de la filosofía de la historia,
aparece el concepto de especie en las Teorías sobre la plusvalía
(M arx/ E ngels, Werke, l. 26.2, Berlín, 1967, pp. 110-111), donde se
celebra el «desarrollo de las fuerzas productivas como principio
fundamental en Ricardo» y se dice de éste: «Quiere la produc
ción por la producción, en esto tiene razón. Si quisiera afirmar
se..., que la producción como tal no es el fin, se olvidaría que la
producción por la producción misma no significa otra cosa sino
...desarrollo de la riqueza de la naturaleza humana como fin en sí.
...Lo que no se entiende es que esc desarrollo de las capacidades
de la especie hombre, aunque al principio se realice a costa de
la mayoría de los individuos humanos y de clases enteras de
hombres, rompa finalmente sus antagonismos y coincida con el
desarrollo del individuo singular, que, por consiguiente, la indi
vidualidad superior sólo se compre a través de un proceso histó
rico en el que los individuos son sacrificados...»
43 Marx, Tesis sobre Feuerbach, l. c., pp. 5-7.
44 E ngels, Ludwig Feuerbach und der Ausgang der klassischen
deutschen Philosophie, l. c., p. 286; cf., también, p. 289.
45 Die deutsche Ideologie, en Marx/ E ngels, Werke, t. 3, l. c.,
página 42.
23
con la naturaleza. Para hacer a un lado estas cosas, debe
echar mano de una doble intuición» y distingue así la que
sólo «se encuentra al alcance de cualquiera» de otra filo
sófica, superior, que «penetra la verdadera esencia de las
cosas» **. Es de notar, sin embargo, que Marx y Engels, al
argumentar así, no están pensando en nivelar a estilo po
sitivista la distinción (decisiva para sus posteriores aná
lisis económicos) entre superficie y ley, entre fenómeno y
esencia. Antes bien, su reproche se refiere al carácter con
siderablemente contemplativo de la concepción feuerba-
chiana: «El error no es que Feuerbach subordine lo que
está al alcance de la mano, la apariencia sensible a la rea
lidad sensible constatada por una investigación más pre
cisa del hecho sensible, sino que, en última instancia, no
puede arreglárselas con la sensibilidad sin contemplarla
con los "ojos", es decir, con los anteojos del filósofo»*'.
Esto lo habían objetado ya las Tesis: «Feuerbách, descon
tento con el pensamiento abstracto, quiere la intuición;
pero no capta la sensibilidad como actividad humana sen
sible, práctica»1*. La Ideología Alemana, aún pretendién
dose antifilosófica, saca las consecuencias epistemológicas
(y metafísicas, en tanto interpretan el «mundo» en gene
ral) de ello: Feuerbach «no ve cómo el mundo sensible
que lo rodea no está inmediatamente dado desde la eter
nidad, no es una cosa siempre igual, sino el producto de
la industria y del estado de la sociedad..., un producto
histórico... Incluso los objetos de la más simple «certeza
sensible» le son... dados sólo a través del desarrollo so
cial» **. La parcialidad epistemológica de Feuerbach frente
a los resultados empíricos se revela como política. Al no
tomar en cuenta, en su realismo ingenuo, que los «hechos»
por él sentidos y percibidos reposan, en lenguaje fichtea-
no, sobre «acciones» colectivas, que suponen una «activi
dad de la totalidad»", no comprende la necesidad histó-
“ Ibid., pp. 42 ss.
47 Ibid., p. 43.
« Ibid., p. 6.
“ Ibid., p. 43. Esta crítica a Feuerbach se extiende también,
consecuentemente, a su materialismo, en cuanto está cimentado
en las ciencias naturales y pasa por alto que el material sensible
que los eruditos investigan ha sido siempre producido también
socialmente (cf. ibid., p. 44). Sobre este aspecto de la crítica a
Feuerbach, cf., asimismo, Ai.fhf.d S ciimidt, üer Begriff der Natur
in der Lehre von Marx, nueva edición revisada, completada y con
un postscriptum, Frankfurt am Main, 1971, pp. 25 ss.
“ Ibid., p. 39.
24
rica de «revolucionar el mundo existente, de emprenderla
prácticamente con las cosas que en él se encuentran y
transformarlas» ”.
Una crítica que se resume diciendo que en Feuerbach
materialismo e historia se dan separados *. No obstante,
ninguno más que él fue el primero en posibilitar la nue
va idea (vuelta contra él) de una unión «práctica» de pen
samiento materialista e histórico. Feuerbach —esto tam
bién lo reconocen Marx y Engels— «va tan lejos como
cualquier teórico puede ir sin dejar de ser teórico y filó
sofo» “. Frente a los «apuros materialistas» (con ello se
significan los del siglo xvu y xvm) posee la «gran ventaja»
de ver cómo también el hombre es «objeto sensible» “ —no
una masa molecular espacio-temporal determinada sólo
mecánicamente (o a lo sumo fisiológicamente). Sin dar
cuenta de ello procede Feuerbach dialécticamente: no ab-
solutiza la unidad genética del hombre con el resto de la
naturaleza, ni tampoco su diferencia cualitativa. Cierto
que no atina a concebir también el «objeto sensible» hom
bre como una «actividad sensible», como fuerza producti
va histórica. Pero para poder hacer esto tenía primero que
ser reconocido el hombre como un ser también cualitati
vamente determinado, irreductible a su base atomista. In
sistentemente ha llamado la atención Bloch sobre esto:
«Si el hombre no hubiera sido asimismo «objeto sensible»,
habría sido mucho más difícil elaborar materialistamente
lo humano como raíz de todas las cosas sociales. El mate
rialismo antropológico de Feuerbach representa... el faci
litado tránsito posible del materialismo meramente mecá
nico al histórico»®.
Los puntos flacos de Feuerbach están a la vista. En
tanto son teóricos, se relacionan inmediatamente —como
antes indicamos— con los políticos. Obviamente son más
histórico-objetivos de lo que en su natural encuentra
fundamento. De ahí tiene que partir quien quiera juzgar
adecuadamente a Feuerbach. Limitado al punto de vista
de la Ilustración, pretende una mera reforma de las con
ciencias y evita temerosamente todo contacto con las lu
chas políticas cotidianas, aunque hubiera podido tenerS l*534
Sl Ibid., p. 42.
a Cf. ibid., p. 45.
53 Ibid., p. 42.
54 Ibid., p. 44.
“ Das Prinzip Hoffnung, i. c., p. 274.
25
ocasión de tomarlo a través de Ruge, Kapp, Herwegh y
Marx. No colabora tampoco, por ejemplo, en los Anales
franco-alemanes, para los que Marx intenta ganarlo en
1843. Su actitud (de la que él mismo era consciente)
en último término apolítica, pusilánime por ello co
mo la de un filisteo, es la de la burguesía del Vor-
márz en su conjunto. Es una víctima de la «miseria
alemana» (Engels). Consecuencia del atraso político-social
de Alemania, ya sus primeros escritos despiertan la cólera
de la reacción; tras algunos años que pasa como Privat-
dozent en Erlangen, abandona toda esperanza de hacer
una carrera académica. Cuando se deja sentir el fragor
de la tormenta del 48 se agrariza y aparta ya del mundo,
en expresión posterior de Engels, en su retiro rural de
Brucksberg. No logra influir duraderamente en la oposi
ción democrática; la política nunca deja de ser para él
una «frontera infranqueable»81.
Cuando los escritos de Feuerbach producen frutos po
líticos inmediatos, se muestran coherentes con ellos. De
recordar es el socialismo profundamente pequeño-burgués,
«verdadero» o «alemán», de KarI Grün, cuya retórica fra
seología critican tan acremente Marx y Engels en La Ideo
logía Alemana y en el Manifiesto. Demuestran lo que la li
teratura de este socialismo es: una mala traducción de
temas de la crítica social francesa contemporánea al de
gradado vocabulario alemán-especulativo, que gira en tor
no al hombre por antonomasia «que no pertenece a
ninguna clase, que en absoluto pertenece a la realidad,
que sólo pertenece al vaporoso cielo de la fantasía filosó
fica» B. Entre los socialistas «verdaderos» retorna el vago
culto feuerbachiano del «amor», del «hombre y de la «co
munidad» en que su «comunismo» se agota. Ni a sus parti
darios ni a él mismo les es dado avanzar hasta el proceso
vital básico de los hombres. Por ello cuentan Marx y En
gels todavía su doctrina entre la «Ideología alemana»,
aunque ven muy claramente, por otro lado, que es el úni-
“ E ngels , Ltidwig Feuerbach, 1. c., p. 286.
" Manifest der Kommunistischen Partei, en Marx/ E ngels, Wer
ke, t. 4, Berlín, 1964, p. 486. Cf., también, p. 487, donde se dice:
«Tejida con la tela de araña especulativa, recargada de flores re
tóricas, empapada de sentimental rocío amorosamente tibio, esta
vestidura exuberante con que los socialistas alemanes envolvían
su par de huesudas «verdades eternas», tan sólo aumentaba la
venta de su mercancía». Cf. sobre esto, también, E ngels, Ludwig
Feuerbach, l. c., p. 272.
26
co hegeliano de izquierda cuyo pensamiento manifiesta
«gérmenes capaces de desarrollarse» “. En qué consisten
éstos se indicó ya. Han de ser retrotraídos a que la escue
la de jóvenes hegelianos que Feuerbach culmina lucha to
davía, como Engels a su vez señala, con armas filosóficas,
ciertamente, «pero ha dejado de hacerlo por finalidades
filosófico-abstractas» ", y añade que la batalla principal se
ha desarrollado en torno a la religión porque la política
era entonces «un terreno muy espinoso». Es conocida la
importancia que esta «lucha política indirecta había de
adquirir para el surgimiento del materialismo dialécti
co»®. Quien, en la Alemania de 1848, se encuentra en la
cima de la evolución filosófica y literaria de la conciencia
democrática, ha hecho suyo a Feuerbach. Su filosofía es,
para hablar con Lukács, la «forma conceptual suprema de
la democracia alemana revolucionaria»"'.
27
EL MARXISMO Y FEUERBACH: SU RELACION
HOY; LA IDEA DE HERBERT MARCUSE DE
UNA “NUEVA ANTROPOLOGIA”
29
ta entonces idealistamente exaltada. Para él se trata de in
corporar un correctivo pasivo a una actividad espiritual
que no negaba en modo alguno como tal. Este correctivo
es en primer lugar el cuerpo humano, el «límite razonable
de la subjetividad» “, la naturaleza inherente a ella. El
pensamiento absoluto, se dice además en los Fundamen
tos de la Filosofía del Futuro (1843), «niega todo; pero só
lo para ponerlo todo en sí. Ha dejado de tener límites en
algo fuera de él, pero con ello avanza él mismo fuera de
sus límites inmanentes, naturales» **. O, en otro lugar, to
davía más agudamente: «En el pensamiento soy sujeto
absoluto, hago que todo lo demás valga únicamente como
objeto o predicado de mí, del pensante; soy intolerante;
en la actividad sensible, por el contrario, soy liberal, dejo
de ser al objeto lo que yo mismo soy —sujeto, ser real,
que se afirma a sí mismo. Sólo el sentido, sólo la percep
ción me da algo como sujeto». Pero «ser significa ser
sujeto, significa ser para sí» “.
Un pensamiento de desusada importancia. La filosofía
auténticamente humanista se caracteriza precisamente
porque en cierto modo deja expresarse a las cosas exterio
res al hombre en su determinación propia, no las deerada
de antemano al nivel del «material del deber» fichteano.
Ahora bien, Marx ha insistido más de una vez en lo des
acertado de atribuir al trabajo social (bajo esta rúbrica
tratan las obras económicas tardías las cuestiones de sub
jetividad) «fuerza creadora sobrenatural»’, la «naturaleza
es fuente de los valores de uso en la misma medida... que
el trabajo, que no es más que la exteriorización de una
fuerza natural, la fuerza de trabajo humana»". Ya en la
primera edición de F.l capital (1867), subraya Marx (con
plena conciencia de sus implicaciones filosóficas): «El
trabajo humano simple... es en efecto susceptible de cual
quier determinación, pero en sí es indeterminado. Sólo
puede realizarse, objetivarse en cuanto la fuerza de traba
jo humana es consumida de una forma determinada...,
M F euerbacii, Gesammelte Werke, t. 9, Berlín, 1970, p. 311.
“ Ibid. Cf. también sobre esto p. 305, donde Fcuerbach escribe:
«El ser es el límite del pensamiento; el ser en cuanto ser no es
objeto de... la filosofía absoluta. La filosofía especulativa expresa
esto ella misma de modo indirecto al serle el ser igual al no-ser
—a la nada. Pero la nada no es un objeto del pensamiento.»
*» Ibid., p. 304.
* Kritik des Gothaer Programms, en Marx/E ncels, Werke, 1 .19,
Berlín, 1962, p. 15.
30
pues sólo el trabajo determinado tiene frente a él una ma
teria natural, un material exterior en que se objetiva. Uni
camente el «concepto» hegeliano es capaz de objetivarse
sin materia e x t e r na »Es t a diferencia —en principio pre
supuesta, luego mantenida— entre sujeto y objeto no debe
inducir a errores sobre el hecho de que, sobre todo en el
Marx maduro, el hombre económicamente activo se «com
porta a priori como propietario respecto a la naturaleza,
fuente primaria de todos los medios y objetos de traba
jo» M. Según El Capital es una «potencia natural» que tiene
que habérselas con un mundo de cosas reducidas de ante
mano a mera «materia natural» “, la unidad del cual, que
es la de la dominación, viene ocasionada por la produc
ción social. Cierto que Marx tiene en cuenta la determina
ción propia de este material7Í, pero en conjunto sigue la
línea del pensamiento burgués moderno. «Knowledge and
human power are synonymous», explica Bacon en el No-
vum Orgamim, «since the ignorance of the cause frustrates
the effect. For Nature is only subdued by submission, and
that which in contemplative Philosophy corresponds
with the cause, in Practical Science becomes the Rule...
The human Underslanding is active and cannot halt or
rest...»51. Y Descartes, el verdadero fundador de la sub
jetividad moderna, escribe en el Discours de la Méthode
que la ciencia ha de hacernos «maítres et possesseurs de
la nature» s. El nuevo método, que ha de aliviar el sino
humano, es aplicable a todos los dominios del saber; ofre
ce «la inmensa posibilidad de una ciencia conjunta total*701
57 Marx/ E ngels, Studienausgabe II, editada por Iring Fetscher,
Frankfurt am Main 1966, p. 2z8. Se juega aquí con la «doctrina
del concepto» hegeliana en la primera parte del System der Phi-
losophie: «El concepto, que en principio es sólo subjetivo, avanza
hacia su objetivación sin necesitar para ello de material externo,
con arreglo a su actividad propia» (G i.ockner, Sámtliche Werke,
t. 8, Stuttgart-Bad Cannstatt, 1964, p. 405; cf., también, pp. 354
v 361).
“ Kritik des Gothaer Programms, l. c., p. 15.
“ Marx, Das ¡Capital, t. I, /. c., p. 185. Los conceptos reseñados
llevan, precisam ente en su c a rá c ter ab stracto , el sello del modo
burgués de producción, aunque aparecen en un capítulo em peñado
en «considerar el proceso de trab ajo ... independiente de toda for
ma social determinada» (ibid.).
70 Así se dice en El Capital (ibid., p. 47): «El hombre sólo pue
de proceder en su producción como la naturaleza misma, es decir,
variando las formas de tos materiales».
71 B acon, Novum Organon, Londres, 1893, pp. 11-20.
71 D escartes , Discours de la méthode, París, 1962, p. oO.
31
homogénea, que se sirve en todas sus ramas de los mis
mos principios e... inaugura un camino menos fatigoso
para el dominio de la naturaleza»*74S.
Adorno y Horkheimcr han expuesto en su Dialéctica
de la Ilustración desde el punto de vista de la Filosofía de
la historia, hasta qué punto el credo de un método univer
salmente válido está en relación con los intereses y re
laciones burguesas que surgen al mismo tiempo que él
y se constituyen en su portador. El sentido teológico,
incluso el metafísico, palidecen, las cualidades desapa
recen: «La multiplicidad de las formas es reducida a si
tuación y ordenación, la historia al factum, las cosas a la
materia... La lógica formal fue la gran escuela de la uni-
formación. Ofreció a los ilustrados el esquema de la
computabilidad del mundo... Las mismas ecuaciones do
minan la justicia burguesa y el intercambio de mercan
cías... La sociedad burguesa está dominada por lo equi
valente. Hace comparable lo heterónimo, reduciéndolo a
magnitud abstracta. Para la Ilustración se convierte en
apariencia lo que no cabe exactamente en números; el
moderno positivismo lo relega a la poesía»
Parece evidente que también la teoría marxiana —des
arrollada— presenta a la naturaleza bajo el apriori histó
rico de la administración, la dominación y la opresión; se
ve forzada a ello por su objeto, el modo de producción ca
pitalista. Así, Marx tiene que desatender la forma natural
de las mercancías, su valor de uso, exactamente en la me
dida que es característica de la economía burguesa. En el
capitalismo, la naturaleza que el hombre se ha apropiado
aparece como mero «soporte material» 15del valor de cam
bio, único determinante; sus cualidades humanizadas, la
posibilidad que le es inmanente de satisfacer necesidades
de hombres vivientes, es algo externo al proceso de valo-
n R ein e r S pecht, Descartes, Reinbeck bei Hamburg, 1966, p. 81.
Marx; de ello atestigua y no en último término Das Kapital (cf.
t. I, l. c„ pp. 480 ss.) que es consciente de la conexión histórica y de
contenido de su empresa con las posiciones de la gran Ilustración.
Siguiendo a los franceses ve en Bacon y Descartes a los funda
dores de la cientificidad moderna, pero, como materialista históri
co, critica en ellos que «consideraran la variación en la forma de la
producción y el dominio de la naturaleza por el hombre como
resultado de la variación del método de pensamiento».
74 Max H orkheimer y T iieodor W. Adorno, Dialektik der Aufkla-
rung, Amsterdam, 1947, pp. 17-18.
75 Marx, .Das Kapital, t. I, /. c., p. 40.
32
rización del capital. Todo esto lo tiene presente Marx; su
propio análisis se atiene por de pronto, ciertamente, a la
inversión que se le presenta de lo (genéticamente) prime
ro en algo secundario, derivado, que tiene ante él; pero
tiene ante la vista un estado en que la producción de mer
cancías misma, y con ella la relación antagónica de valor
de uso y valor de cambio, haya desaparecido7C.
No obstante hay que dar la razón a Kurnitzky cuando
insiste en que ya Marx, y no sólo sus partidarios posterio
res, se mueve «en el continuo de la tentativa burguesa de
un dominio acabado de la naturaleza»*77*. Su punto de vis
ta —digno de consideración— de que «el progreso huma
no» transcurre en manera alguna de un modo unívoco,
indiscutible o perfectamente lineal, sino que hasta hoy
se asemejó «a aquél abominable ídolo pagano» «que só
lo quería beber el néctar en los cráneos de los muer
tos» tiene en conjunto menos importancia en el texto
de lo que convendría a una teoría dialéctica. Marx pasa
por alto «el carácter destructivo enquistado desde el prin
cipio en la ciencia natural y en la industria»7*; y las con
sideraciones de Engels sobre la libertad en el Anti-
Diihring, que fueron prácticamente canonizadas, dejan
de lado toda negatividad del progreso, cualquier freu-
diano «malestar en la cultura». «La libertad consiste...
en el dominio sobre nosotros mismos y sobre la na
turaleza exterior fundado sobre el conocimiento de las
necesidades naturales; por ello, es necesariamente un
producto del desarrollo histórico. Los primeros hom
bres que se separaron del reino animal eran en todo lo
esencial tan poco libres como los animales mismos; pe-
33
3
ro todo progreso en la cultura era un paso hacia la liber
tad» w. Tesis que hoy habrá que proveer de un signo de in
terrogación. De estas breves referencias debería despren
derse que el marxismo clásico, el que llegó a ser política
mente efectivo, queda prendido en el continuo —que hay
que hacer saltar— del dominio de la naturaleza (interna y
externa) en la medida en que sacrifica su meta histórico-
universal, el «reino de la libertad», a los medios hiposta-
siados de hacerlo surgir. Como toda la Ilustración, tampo
co fue nunca «inmune a la confusión de libertad con la
máquina de autoconservación»". A cuyo servicio se en
cuentra, como Adorno y Horkheimer demuestran en de
talle, el comportamiento esencialmente ¡nslrumentalista
de los sabios burgueses, comportamiento que retorna
también en Marx y Engels en el pathos de la «cientifici-
dad» estricta. Si el padecer real del individuo en la his
toria «no disminuye en absoluto en proporción al creci
miento de los medios para su supresión» “, se necesita —si
es que ha de realzarse la utopía inmanente a esos medios
en sí— del concepto en sentido enfático: «Pues éste no
se limita a distanciar, en cuanto ciencia, a los hombres
de la naturaleza sino que como autodeterminación del pen
samiento mismo, que en la forma de la ciencia Dermanece
aherrojado a la ciega tendencia económica, permite cali
brar la distancia que perpetúa la injusticia» *. Ya en He-
gel no es el concepto, la lógica dialéctica, un saber arcano
superior, sino la percepción de la finitud de las determi-8
88 Anti-Diiring, en M arx / E n g els , Werke, t. 20, Berlín, 1968, pá
gina 106. Engels parece ver que toda dominación sobre la natura
leza externa al hombre va paralela con dominación sobre la huma
na (fracaso, renuncia a impulsos), pero no problematiza esta re
lación. Con todo, sería falso aceptar- que Engels ha defendido de
lleno una fe ingenua en el progreso. Así, el 15-12-1882 escribe a
Marx sobre el historiador Maurer que éste sigue «el ilustrado pre
juicio de que desde la oscura Edad Media tendría que haber te
nido lugar un continuo progreso hacia lo mejor; lo cual, no sólo
le impide ver el carácter antagónico del verdadero progreso, sino
también los retrocesos aislados» (en M arx / E ngels , Ausgzwühlte
Briefe, Berlín, 1953, p. 425). También de esto puede decirse lo
que de la frase correspondiente de Marx arriba citada: tales in
tuiciones, correctas en sentido abstracto, aparecen demasiado ra
ramente como para que hubieran podido determinar esencialmen
te el contenido doctrinal tradicional del marxismo.
81 M ax H orkheimer y T heoixir W. Adorno, Dialektik der Aufklü-
rung, l. c., p. 55.
81 Ibid.
88 Ibid.
34
naciones del entendimiento, lo que no quita para que
—idealistamente— se adapten a un sistema conclusivo, re
conciliado con el mundo. En el auténtico materialismo,
por el conlrario, y a ello apuntan las reflexiones de Ador
no y Horkheimer, el concepto se ocupa por fin de aquello
que busca sustraerse a su conjuro, y es «presencia cons
ciente de la naturaleza en el sujeto», en el cual «se en
cuentra conclusa la verdad inapreciada de toda cultura» H.
Sólo a este «autoconocimiento del espíritu como natura
leza escindida de sí misma» le es dado resolver su «preten
sión de dominio», que «justamente le hace esclavo de la
naturaleza... Ilustración es, más que ilustración, natura
leza que se hace perceptible en su enajenación»
Al abarcar el «concepto» marxista la ciencia y la refle
xión histórico-filosófica sobre los procedimientos de que
se sirve (ilustración como antítesis de dominación), la ne
cesidad —sin la cual sería imposible el conocimiento—
pierde su absoluto carácter coactivo. Se hace incompren
sible por qué razón deberían ser consideradas «las prác
ticas de la dominación, que de siempre han repercutido
del sometimiento de la naturaleza al de la sociedad...
como fiadoras de la libertad venidera»". Precisamente
esto hacía el viejo socialismo: «Instaurando la necesi
dad como base de todo futuro y depravando al espíritu en
buen estilo idealista como la más alta cumbre, mantuvo
la herencia de la filosofía burguesa [de la "intelectual"
como de la "racional", A. S.] con demasiada rigidez. La
relación de la necesidad con el reino de la libertad se
quedó en meramente cuantitativa, mecánica, y la natura
leza, puesta como algo completamente extraño, como en
la primera mitología, se hizo totalitaria y absorbió la li
bertad juntamente con el socialismo» *\
M Ibid.
85 Ibid., p. 54.
“ Ibid.
87 Ibid., p. 56. Que la cuestión de cómo las categorías científicas
han de ser concebidas dialécticamente de modo que ‘bmenten la
meta humana (que no puede alcanzarse con puro cientificismo)
del «reino de la libertad», apenas si fue considerada, y mucho
menos solucionada, por el marxismo tradicional, lo muestran los
más modernos trabajos soviéticos, que no pueden seguir sustra
yéndose a la problemática. Incluso a teóricos progresistas como
Theodor I. Oiserman les resulta difícil penetrar en la dialéctica
aquí dominante entre científico y más-que-científico. Cf. su artícu-
35
La interpretación de Marx de los años cincuenta, orien
tada primordial mente hacia los Manuscritos de París
de 1844, persiguió intereses de una filosofía de la existen
cia etizante, incluso intereses teológicos, que sobrepasa
ron la academia en escasa medida y pusieron en juego
los «más originarios» escritos de juventud contra la obra
crítica de la economía*8; un decenio después se iesucita-lo
lo «Die dialektische Verwandlung von Notwendigkeit in Freiheit»
(en Friedrich Engels und moderne Probleme der Philosophie des
Marxismus, edil, por Mathias Klein y Hermann Ley, Berlín, 1971),
que, de todas formas, destaca que el «concepto de necesidad his
tórica objetiva no es de naturaleza económica, sino filosófica»
(ibid., p. 372). Quizá debiera decirse más precisamente: está fun
damentado en principio en la ciencia económica ( ¡indominabilidad
de la ley del valor!), pero se convierte en filosófico porque a los
fundadores del materialismo histórico se les aparece de ante
mano a la luz de la emancipación humana, es decir, de la po.
sible superación. Por lo que concierne al «reino de la liber
tad» es para Oiserman «más bien una metáfora que un con
cepto científico (\sicl)» (ibid., p. 394). De improviso se convierte
la necesidad, introducida al principio (al menos también) como ca
tegoría filosófica, en hecho omnipotente, «científico». «Esta pala
bra (se refiere al «reino de la libertad», A. S.) no debe entenderse
como superación de la necesidad objetiva por la libertad. Con
virtiéndose en libertad, la necesidad no cesa de ser necesidad.
Pero desaparece el poder de las relaciones sociales extraña
das, esto es, la forma antagónica de la necesidad social» (ibid.,
p. 394). Uno se pregunta qué es entonces lo que ha de significar
todavía «cambio» de la necesidad en libertad. Secreto de Oiser
man es cómo la alienación debe poder ser superada si la ne
cesidad sigue en principio existiendo. Más bien parece como si,
según Horkheimer y Adorno malician, «la relación de la nece
sidad con el reino de la libertad» no pasara aquí de ser «mera
mente cuantitativa, mecánica...».
" Característico de los motivos del debate mantenido durante
los años cincuenta por los cristianos en torno a los Escritos de
juventud es el estudio de E rich T hier (amplio, todavía digno de ,
leerse), Die Anlropologie des ¡ungen Marx nach den Pariser óko-
nomisch-philosophischen Manuskripten, comentario introductorio
a la edición de Marx, Nationalokonomie tmd Philosophie, Colonia
v Berlín, 1950. De esto hay que distinguir los planteamientos mar-
xistas para una filosofía del hombre en Bloch, Schaff, Kosík y
otros, que se dirigían contra el rígido cientifismo de procedencia
staliniana sin quitar por ello valor a la crítica de la economía po
lítica. Este sigue siendo el caso todavía en U rsula M üller -H er -
l itz , cuya tesis de licenciatura, Kart Marx: Wesen und Existenz
des Menschen, München, 1972, intenta reconstruir los procesos de
pensamiento del «comunismo reformista» sobre la base de los
Manuscritos de París. Esencialmente más útil es, por el contra
rio. el libro de Lucin\ SteVE, Marxisme et théorie de la personna-
lité, París, 1969, que toma como punto de partida las necesidades
de una psicología dialéctico-materialista, que se ocupa tanto de
36
ba en Europa Occidental —fuera de la ciencia oficial y
contra ella— la tan oportuna discusión del Marx madu
ro. Sus portadores fueron grupos estudiantiles de pro
testa entre los que, como era de esperar, pronto se ar
ticuló la necesidad, surgida de las luchas políticas cotidia
nas, de no olvidar el contenido «antropológico» de las ca
tegorías económicas por su objetividad. Esto condujo
en un principio a su vez a una recepción difusa, apenas o
mal mediada con la teoría marxista, de autores como
Freud, Marcuse o Reich. Entretanto se ha establecido, tam
bién políticamente, una situación más favorable. Quien
alude hoy a la importancia de los Manuscritos, ha dejado
de estar expuesto a la sospecha de recaer por detrás de
lo alcanzado en El Capital. La cuestión de si son los es
critos del joven o del viejo Marx los esenciales, carece,
así planteada, de objeto. Hoy no puede tratarse más que
de enlazar con los pensamientos más sólidos de todas las
fases de la evolución de Marx. Las necesidades del pre
sente, no los argumentos cronológicos, son quienes de
ciden.
Ante una situación en la que la destrucción de las ba
ses naturales de vida de la sociedad progresa cada vez más
rápidamente, los escritos de juventud de Marx y Engels
se leen de modo diferente a como se leían hace todavía
poco. Al mismo tiempo abren una nueva perspectiva res
pecto a Feuerbach, sin el que serían impensables. Na
die que esté familiarizado con el estado del debate puede
revocar la transición a la economía política y a su crítica.
Pero entretanto se ha puesto de manifiesto lo cara que ha
costado. En cuanto Marx se mantuvo sobre la problemá
tica de la «constitución del mundo» —cierto que orienta
da en sentido materialista—, continuó activa en él —con
tra su intención humana— algo de la Irybris idealista: que
lo existente nada es en sí, sino únicamente «material» de
la praxis social. Pero sería falso romanticismo concluir de
ello que valiera retornar a la cosmovisión de un realismo
precrítico —lo que aquí significaría prctécnico. Más
bien se tendrían que estudiar de nuevo aquellos textos
tempranos, teñidos de feuerbachianismo, que intentan to
davía pensar la «apropiación» histórico-práctica de la na
tos aspectos científicos singulares de la cuestión tan a fondo como
de las posiciones contrapuestas de Sartre y Althusser; cf. el ca
pítulo final, importante en nuestro contexto: «Mort et transfi-
guration de l’antropologie».
37
turalcza conjuntamente con un estado en el que los hom
bres se «reconcilian» con esta naturaleza y con la suya
propia ".
Los Manuscritos de París, recordémoslo en este con
texto, contienen las frases programáticas: «La sensibili
dad (vide Feuerbach) tiene que ser la base de toda cien
cia sensible y de necesidad sensible —es decir, sólo si la
ciencia parte de la naturaleza, es auténtica ciencia. La
historia entera es la historia de una evolución para que el
«ihombre» se convierta en objeto de la conciencia sensible
y la necesidad del «hombre en cuanto hombre» en necesi
dad... La historia misma es una parte real de la historia
natural, del devenir de la naturaleza hasta el hombre, de
la conversión de la naturaleza en hombre. La ciencia na
tural será un día la ciencia del hombre, lo mismo que la
ciencia del hombre subsumirá la ciencia natural: serán
una única ciencia»"1.
«Un día» —es decir: bajo las premisas del comunismo
logrado, de la sociedad ya devenida, que ha dejado de de
venir (de estar «alienada»). Guardémonos de ligar ideas
positivistas contemporáneas con el concepto de «ciencia»
aquí empleado. Lo que Marx atisba como futura «unidad
de la ciencia» se diferencia tanto de la concepción —me
todológicamente fundamentada— de la «ciencia unifica
da» del Círculo de Viena*1 como de las tentativas de dis
poner «sintéticamente» los más generales resultados cien
tíficos singulares. Antes bien, entienden los Manuscri
tos (en el sentido de la dialéctica fenomenológica de He-
gel) por ciencia, no unos conocimientos muertos, extra
ños tanto al sujeto como a la cosa, sino el «movimiento
comprendido y sabido de su devenir»" concreto mismo.*51
• Así escribe E ngels en 1844 en su Esbozo de una critica de la
Economía Política (difícil de sobrevalorar para el desarrollo de
Marx) que la revolución a la que el siglo se enfrenta es «la re.
conciliación de la humanidad con la naturaleza y consigo misma».
En Marx/E ncbls, Werke, t. 1, Berlín, 1957, p. 505. Cf. al icspecto
el libro del autor Der Begriff der Natur in der Lehre von Marx,
(. c., cuyo IV capítulo trata de la «utopía de la relación del hom
bre y la naturaleza». La exposición del joven Marx le satisface en
tretanto menos que entonces: hoy convendría más positiva —como
convendría la especulación de Bloch sobre la naturaleza.
“ Okonomisch-philosophische Manuskripte, l. c., pp. 543 ss.
51 Cf. sobre esta cuestión el instructivo escrito de Frank Fiedlkr,
*Einheitswissenschafl* oder Einheit der Wissenschaft?, Berlín,
1971, en particular el capítulo II y III.
* Okonomisch-philosophische Manuskripte, l. c., p. 536.
38
Por lo que a la «unidad» de tales ciencias se r e f i e r e , se
encuentra anticipada —en cuanto objetivamente funda
mentada— en el antropologismo de Feuerbach: «La nueva
filosofía hace del hombre, con inclusión de la naturaleza
como base del hombre, el objeto único, universal y su
premo de la filosofía —la antropología por tanto, con in
clusión de la fisiología, ciencia universal»“.
Como es sabido, Marx va más allá de todo esto en tan
to dota de contenido histórico-social, por medio del con
cepto de trabajo hegeliano, a las autoridades de Feuer
bach: hombre y naturaleza. Aquel es necesario; pues ni
«los objetos humanos son los objetos naturales, tal como
se ofrecen inmediatamente, ni el sentido humano, tal
como es inmediatamente, como objeto, es objetividad hu
mana. Ni la naturaleza —objetivamente— ni la naturaleza
subjetiva tal como inmediatamente se da es adecuada a
la esencia humana» **. Lo que hay que exponer es el com
plicado proceso en que esta adecuación se realiza, cuya
expresión es «la ciencia natural del hombre»', en ella coin
ciden la «realidad social de la naturaleza» y la «ciencia
natural humana» Volvamos de nuevo para documentar
más precisamente la moderna actualidad de Feuerbach
para la discusión del marxismo, al concepto de libertad
de éste, tal como desde el Anti-Düring * de Engels se ha
pasado a los libros de texto oficiales del partido. En opi
nión de Adorno, el hecho de que (en fatal concordancia
con el idealismo alemán) permaneciera prendido en el
el continuo histórico de dominación sobre la naturaleza
y sobre el hombre, y con ello a la moral represiva, cons
tituyó «la fuente teórica de la falsa reconciliación»1". Na
turaleza y libertad se mantuvieron en hostil contraposi
ción. Sin embargo, en los Manuscritos de París (apenas
se ha prestado atención a esto), precisamente por su ca
rácter predominantemente especulativo, se perfila la po
sibilidad de transformar radicalmente la relación del hom-
39
bre con la naturaleza tanto externa como suya propia*8.
De nuevo hay que referirse al impulso pionero de Feuer-
bach, que une la liberación del hombre con la de la na
turaleza y eleva así a esta última a la categoría de lo polí
tico. «Todas las ciencias», escribe en las Tesis Provisiona
les, «tienen que fundarse en la naturaleza. Una teoría es
solamente una hipótesis hasta que no ha encontrado su
base natural. Esto es especialmente válido para la teoría
de la libertad. Solamente la nueva filosofía logrará natura
lizar la libertad, que hasta ahora fue una hipótesis anti- y
supranatural»**.
Conforme con su planteamiento antropológico, la filo
sofía de Feuerbach —a la que él caracteriza como «he
cho nuevo, autónomo»— tiene ciertamente en cuenta la
naturaleza exterior al hombre sólo en tanto que condicio
na la existencia humana y se encuentra referida a ella;
pero esto no significa de ningún modo que —aparecien
do desde siempre en el horizonte humano— se la reduz
ca a mero ser para y por otro. Al contrario. Vimos ya que
Feuerbach no entiende la filosofía como acto de «puro»
engendrar o poner objetos, sino como acto de un yo que
es ya él mismo objeto natural: el hombre. Este es «no
un ser idéntico o simple, sino esencialmente dualista, ac
tivo y pasivo, independiente y dependiente, autosuficien-
te y social o simpatizador, teórico y práctico» Una
teoría de la subjetividad que por un lado anticipa la uni
dad contradictoria de los momentos del concepto mar-
xiano de praxis, mientras que por otro (lo cual le repro
cha la primera Tesis sobre Feuerbach) tiende a depo
tenciar al sujeto —cognitivo— en favor de la indepen
dencia, incluso del carácter de «sujeto», de los objetos.
«En el pensamiento en cuanto-tal», explica Feuerbach,98
98 A ello se ha referido con insistencia HliRBERT M arcuse, uno
de los más tempranos intérpretes de los Manuscritos, en su libro
Counterrevolution and Revolt, Boston, 1972, bajo el aspecto de la
«sensibilidad liberadora»: «The subversive potential of sensibility,
and nature as a field of liberation are central themes in Marx’s
Economic and philosophic Manuscripts. They have been reread
and reinterpreted again and again, but these themes have been
largely neglected... I believe that in spite of their "pre-scientific"
character, and in spite of thc prevalence of Feuerbach's philoso
phic naturalism, these writings espouse the most radical and in
tegral idea of socialism, and that precisely here, nature finds its
place in the theory of revolution» (ibid., pp. 63 ss.).
” F eukrbach, Gesammelte Werke, t. 9, /. c., p. 262.
"» Ibid., p. 338.
40
«me encuentro en identidad comingo mismo..., no hay en
él por consiguiente diferencia alguna entre el objeto y
mi pensamiento de él. Pero cuando se trata del ser de un
objeto..., debo interrogar testigos diferentes de mí. Es
tos testigos son los sentidos. Ser es algo en que no tomo
parte yo sólo, sino también los demás y sobre todo el
objeto mismo. Ser significa ser sujeto, significa ser para
sí. Y no es probablemente lo mismo si yo soy sujeto u
objeto, un ser para mí mismo o solamente un ser para
otro ser, es decir..., pensamiento» ,M.
Es de notar que Feuerbach no haya desarrollado más
en detalle esta tesis, altamente expuesta, y mucho menos
su contenido utópico u*. A él le importa simplemente la
prueba de que la relación pasiva, de percepción sensible,
con las cosas naturales es la más deseable y humana,
frente a la espontáneo-reflexiva, acaso práctico-transfor
madora; aquélla las deja valer como objetos transubjeti-
41
vos, y por eso mismo como «sujeto». Sólo es diferente de
mí lo que ejerce una actividad propia, lo que me opone
resistencia. Feuerbach se percata del momento de cegue
ra, de limitación en «la ira de la voracidad con 'a que el
animal se precipita sobre la presa» Ahora bien, en lu
gar de exponer, como el Marx de París, la idea de una
praxis auténticamente humana, que se apropie del ser
natural sin hacerle violencia, desecha Feuerbach, con la
utilitaria, cualquier praxis, y esto por motivos —prima
riamente— de crítica a la religión. Su exposición se en
cuentra en La esencia del Cristianismo a propósito de la
doctrina judía de la creación. Esta «se origina únicamen
te desde el punto de vista en el que el hombre somete
prácticamente la naturaleza a su voluntad y su necesi
dad, degradándola en su imaginación, como consecuen
cia a una mera chapuza, a un producto de la voluntad...
La cuestión: ¿De dónde viene la naturaleza o el mundo?...
surge sólo una vez que el hombre se ha separado ya de
la naturaleza y ha hecho de ésta un mero objeto de la
voluntad» 1<M. Frente a esto, celebra Feuerbach a los an
tiguos filósofos como serenos veneradores de un mun
do que es en sí. Estos ponen «como fundamento de la
naturaleza... una fuerza de la naturaleza —una fuerza pre
sente», «una fuerza que actúa en la intuición sensible co-*lo
,in Ibid., p. 336. Adorno ha intentado también (en la Negative
Dialektik, 1. c., p. 31) retrotraer el idealismo de la subjetividad
constitutiva a orígenes animales: «El sistema en el qué el espí
ritu soberano se imaginaba transfigurado tiene su prehistoria en
lo preespiritual, en la vida animal de la especie. El animal rapaz
está hambriento; el salto sobre la víctima es difícil, a veces pe
ligroso. Para que el animal se atreva, necesita de estímulos
adicionales. Estos se fusionan con el malestar del hambre en la
cólera hacia la víctima, v su expresión por otro lado asusta y
paraliza adecuadamente a ésta. En el progreso hacia la humani
dad esto se racionaliza por proyección. El animal rationale que
apetece a su enemigo tiene, ya feliz poseedor de un super-yo, que
encontrar un motivo. Cuanto más completamente sigue ia ley de
la autoconscrvación aquello que hace, tanto menos ■.<? está per
mitido confesar el primado de ésta a sí mismo y a los demás...
El animal que va a ser devorado tiene que ser maligno. Este es
quema antropológico se ha sublimado hasta dentro de la teoría
del conocimiento. En el idealismo... rige inconscientemente la
ideología de que ql no-yo..., todo lo qué recuerda la naturaleza
en definitiva es inferior, a fin de que la unidad del pensamiento
que se conserva a sí mismo pueda devorarlo en paz».
F euerbach, Das Wesen des Christentums. t. I. editado por
Werner Schuffenhauer, Berlín, 1956. p. 187; cf., asimismo, pági
nas 190 ss.
42
mo fundamento de las cosas» Los griegos tenían una
relación a un tiempo teórica y estética con el mundo;
«pues la visión teórica es originariamente la estética, la
estética la prima p h ilo s o p h ia » Para ellos, «el concepto
del mundo era el concepto del cosmos, del esplendor, de
la divinidad misma» ,w.
El hecho de que el hombre, como Feuerbach dice con
Anaxágoras, ha nacido para la contemplación del mundo,
constituye para él la esencia de lo teórico: «Armonía con
el mundo» Este materialismo elemental (que Marx cri
ticará más tarde como meramente «contemplativo») no
conoce más que una forma de actividad subjetiva, «aqué
lla en que el hombre se satisface, se deja campo libre a
sí mismo..., la imaginación sensible»1re: Poniéndose en ac
tividad —esto es lo que le importa a Feuerbach— deja
«a la naturaleza obrar y existir en paz»; el hombre «com
pone sus castillos en el aire, sus cosmogonías poéticas
únicamente de materiales naturales» ’10; ciencia y arte sur
gen en el suelo del politeísmo. «Cuando, por el contrario,
el hombre se coloca sólo en actitud práctica y contempla
desde ella el mundo, convirtiendo el punto de vista prác
tico en teórico, entonces queda escindido de la naturale
za, hace de la naturaleza la más sumisa de las servidoras
de su interés propio, de su egoísmo práctico»
Consideraciones que anticipan el posterior pathos
fcuerbachiano de la «sensibilidad» y arrojan luz al mis
mo tiempo sobre el intento temprano de Marx de inter
pretar de un modo integral —y por tanto también estéti
camente— la apropiación práctica del mundo. Por supues
to que la diferencia no es de las que pueden pasarse por
alto. Lo que para Marx no está dado todavía, porque su
pone la realización del comunismo, está para Feuerbach
Ibid., p. 187.
"* Ibid.. pp. 187 ss.
m Ibid., p. 188.
"• Ibid.
'<* Ibid.
"* Ibid.
,n Ibid. De hecho. Fichtc —mulatis mu tañáis también la teoría
marciana— declara «teórico el punto de vista práctico». A Feuer
bach se le escapa que la escisión de hombre y naturaleza no era
consecuencia necesaria de la praxis como tal, pero sí del carácter
hasta entonces ligado a la dominación de ésta. En la parte se
gunda del estudio se aclara hasta qué punto él mismo argumenta
más tarde «epistemológicamente» basándose en la praxis.
43
garantizado antropológicamente: en la teoría. En los
Principios Fundamentales declara sin rodeos: «El hom
bre no es una esencia particular como el animal, sino una
esencia universal, y por ello no limitada ni sujeta, sino
ilimitada y libre, pues universalidad, ilimitabilidad, liber
tad son inseparables. Y esta... libertad, esta universali
dad se extiende por su esencia entera... el hombre no tie
ne el sentido del olfato de un perro de caza o de un cuer
vo; pero sólo porque su olfato abarca toda suerte de olo
res, y es por ello libre, indiferente frente a olores par
ticulares. Pero cuando un sentido se eleva por encima de
los límites de la particularidad y de su atadura a la ne
cesidad, se eleva a significación y dignidad teóricas, in
dependientes. Incluso los sentidos inferiores, gusto y ol
fato, se alzan en el hombre a la altura de actos espiritua
les, científicos» Al mismo tiempo concede Feuerbach
que esta universalidad no está realizada en el individuo,
sino en la especie; que, en efecto, lodo es «sensiblemen
te perceptible», «si no inmediatamente, sí mediatamente,
si no con los sentidos brutos, plebeyos, sí con los educa
dos, si no con los ojos del estudiante de Anatomía o de
Física, sí con los del filósofo»11S.
Marx se une a él en esto. Por supuesto que con la de
cisiva reserva de considerar como potencial histórico-uni-
versal lo que para Feuerbach es algo dado —si bien po
tencial mente—. Pasa por alto que esa naturaleza «del hom
bre» que él tan entusiastamente describe, es decir, su uni
versalidad, no es más que la imagen fantásticamente exa
gerada de aquellas cualidades antropológicas que tenían
que nacer en la moderna sociedad bajo las condiciones
del «trabajo alienado». De ahí- la —instintiva— repug
nancia de Feuerbach a abandonarse a la praxis real, que
(como Marx nota en la primera Tesis) él fija en su «for
ma fenoménica» interesado-comercial. Para él es odiosa:
negación de su ideal antropológico; pues necesita y en
gendra hombres particulares, no universales; la natura
leza física no es nada para ella, se la convierte en «mero
objeto de la voluntad» Por esto (dice Marx a su vez)
considera en La esencia del Cristianismo «el comporta-*1
45
un análisis más detallado. Por lo pronto hay que hacer
notar que el modo como los objetos son «afirmados»
«no es en absoluto uno y el mismo, sino que más bien
es el diferente modo de la afirmación lo que constituye
la peculiaridad de su existencia, de su vida» !*°. Además
(este momento está en Feuerbach demasiado abreviado)
hay que distinguir también por el lado del sujeto. Sólo a
través de la «industria», por medio de la «propiedad pri
vada», llega a ser «la esencia onlológica de la pasión hu
mana, tanto en su totalidad como en su humanidad, la
ciencia del hombre —la Antropología de Feuerbach—
«es, por consiguiente, también ella, un producto de la
actividad propia del hombre» Como «elaboración del
objeto», como «superación inmediata del objeto en su
forma independiente», es ésta al mismo tiempo su «afir
mación» m.
De este modo queda perfilado un tipo superior de pra
xis humana. Enlaza apropiación y reconciliación, trans
formación de las cosas y permanencia de su ser propio.
Feuerbach (al menos el primero) no conoce la praxis más
que en contraposición abstracta con la teoría; su órgano
de conocimiento es la sensibilidad adiestrada estéticamen
te, y también científica y filosóficamente, percepción inme
diata que deja intacta la independencia de los objetos na
turales sin perjuicio de su «significatividad» humana (que
los eleva a más de meras porciones de un árido mundo
de cuerpos). Esto es precisamente lo que retoma, como
hemos dicho, en la idea marxiana de una praxis auténti
camente creativa («poética» en sentido estricto). Que por
supuesto está ligada al acto histórico-universal de la «su
peración de la propiedad privada» Para Marx es ésta
todo lo contrario de una medida burocrático-económica;
significa «la emancipación completa de todos los sentidos
y cualidades humanas; pero es una tal emancipación pre
cisamente porque estos sentidos y cualidades han llegado
a ser humanos, tanto subjetiva como objetivamente. El
ojo ha llegado a ser ojo humano, lo mismo que su objeto
ha llegado a ser un objeto social humano, emanado del
hombre para el hombre» *. Y continúa, aceptando y co-
110 Okonomisch- philosophische Manuskripte, l. c., pp. 562 ss.
131 Ibid., p. 563.
135 Ibid.
133 Ibid., p. 540.
•* Ibid.
46
rrigiendo el sensualismo objetivo de Feuerbach: «De mo
do que los sentidos se han convertido en teorizantes in
mediatamente, en su praxis. Se comportan en relación a
la cosa por la cosa, pero la cosa misma es una conducta
humana objetiva hacia sí misma y hacia el hombre, y vi
ceversa. De modo que la necesidad o el goce han perdido
su naturaleza egoísta y la naturaleza su mera utilidad al
haberse hecho ésta utilidad humana» m.
Lo que Feuerbach, de modo antropológico-supratem-
poral, retrotrae a la diferencia entre el hombre (univer
salidad) y el animal (unilateralidad), lo concreta Marx
en términos sociales y de política de clase. Su célebre
análisis del «trabajo alienado» —enlazando con la si
tuación del proletariado parisino de entonces— pone de
manifiesto la posibilidad real (existente aún hoy en to
das partes) de un punto humano cero —aquel estado en
que «el hombre (el trabajador) deja de sentirse como
actuando libremente solo en sus funciones animales, co
mer, beber y engendrar, a lo sumo habitar y engalanarse
y sólo como animal en sus funciones humanas—. Lo ani
mal se hace humano y lo humano animal. Cierto que co
mer, beber, engendrar, etc., son también funciones verda
deramente humanas. Pero en la abstracción que las sepa
ra del círculo de las demás funciones humanas y las con
vierte en fines últimos y exclusivos son animales» * No
es éste el lugar de discutir más de cerca la problemática
(por lo demás tratada literariamente en extenso desde los
años treinta) de la «autoalienación» humana ®. Lo que
importa en el presente contexto es la opinión de Marx de
que el modo de producción burgués «reduce a medio la
actividad propia, la actividad libre» —que él posibilita
por primera vez— y, de este modo, hace de «la vida es
pecífica del hombre», de la riqueza de su esencia, «medio
de su existencia física» Pero esto significa una reduc-
Ibid.'
1* Ibid., pp. 514 ss.; cf. sobre esto también pp. 523 ss.
197 La relevancia de su contenido teórico es hoy más debatida
que nunca. Cf. desde este punto de vista el libro Proletarischer Hu
manismos de M iladin Z ivotic, Munich, 1972, que se ocupa críti
camente de las deformaciones cientificistas corrientes del pensa
miento de Marx. Zivotic escribe sobre la situación actual: «La
controversia fundamental sobre el marxismo del siglo xx se da
entre la concepción del marxismo como teoría de la alienación
y las interpretaciones positivistas..., su concepción como una cien
cia positiva» (ibid., p. 37).
1* Ibid,, p. 517; cf., también, p. 516.
47
ción inhumana de aquello que Feuerbach se limita a dar
por supuesto como naturaleza humana (y que todavía
Marx, mutatis mutandis, toma como norma ética con la
que medir lo existente)12*: «En el lugar de todos los sen
tidos físicos y espirituales... tenemos la alienación sim
ple de todos estos sentidos, el sentido del tener» lM. Y a
181 Otra cosa es La ideología alemana, que en verdad penetra
lo ideológico de la «esencia universal» feuerbachiana del hombre, •
pero que al mismo tiempo mantiene el concepto en cuanto lo
cimenta material istamen te. No se trata aquí de la destrucción
nominalista de una esencialidad —que no se sale del terreno de
lo filosófico—, sino de la demostración precisa de que con la
aparición de la sociedad burguesa en la Historia universal se ha
llegado de hecho a la universalización de las disposiciones, nece
sidades y relaciones humanas; que la «suma de las fuerzas pro
ductivas, capitales y formas de circulación social, que todo indi
viduo... encuentra como... previamente dada... [es] el fundamen
to real de aquello que los filósofos se representan como «sustan
cia» y «esencia del hombre», de lo que han apoteosizado y com
batido, un fundamento real que no es estorbado en lo más mí
nimo en su influencia sobre el desarrollo del hombre porque estos
filósofos se rebelen contra ello como autoconciencia y como único
(en Marx/E ngei.s, Werke, t. 3, l. c., p. 38). Formulaciones que entre
tanto se leen de otro modo. Recuerdan fatalmente la respuesta
hegeliana de que la virtud —siempre abstracta— del individuo
singular no importa nada frente a la razón del transcurso del
mundo. Es verdad que era adecuado poner la «esencia del hom
bre» sobre terreno histórico-matcrial. Queda por saber, por su
puesto, si se agota en aquella «suma de fuerzas productivas, ca
pitales y formas de circulación social». Cierto que cae bajo la
crítica á la alienación y ha de ser «dominada conscientemente»
en el futuro por los individuos unidos (ibid., p. 37). Sin embargo,
por lo que se refiere a la históricamente originada «relación con
la naturaleza y de los individuos entre sí» (ibid., p. 38) que ha
de ser pensada junto con la traducción de la «esencia humana»
en lo materialista, no es en cuanto tal vuelta a tematizar en los
escritos «científicos» de Marx y Engels. No es de extrañar que
la discusión se haya dirigido recientemente cada vez con más
fuerza a los Manuscritos de París y que un autor como Marcuse
—conociendo con precisión la obra de Marx— esboce la «idea de
una nueva antropología, no sólo como teoría, sino también como
modo de existencia» (en Das Ende der Ulopie, Berlín, 1967, p. 15).
Según Marcuse, tiene esta antropología que desarrollar necesida
des vitales de libertad cualitativamente nuevas —contra la socie
dad dominante y su moral represiva. Cf. sobre esto también su
trabajo Verstich iiber die Befreiung, Frankfurt am Main, 1969, en
particular los capítulos I v II que se ocupan del recién descu
bierto fundamento «biológico» del socialismo y de cuestiones «de
nueva sensibilidad»; además. «Befreiung von der überflussgesells-
chaft», en Dialektik der Befreiung, edif. por David Cooper. Rein-
bek bei Hamburg. 1969, pp. 90-101.
,M Ibid., p. 540. Horkheimer v Adorno han demostrado en la
Dialektik der Attfklarung, l. c„ p. 20, que esta alienación se pro-
48
continuación: «La propiedad privada nos ha hecho tan
tontos y unilaterales que un objeto es nuestro sólo cuan
do lo poseemos, o sea, cuando existe para nosotros como
capital o es usado inmediatamente por nosotros» m. Por
ello, como ya vimos, es su «superación» en el comunismo
—filosóficamente entendido— «emancipación completa de
todos los sentidos y cualidades humanas»: ruptura con la
pobreza absoluta de un estado del mundo en que hombre
y naturaleza están necesariamente «desnaturalizados», son
sujeto-objeto de una organización explotadora.
Marcuse logra sacar ventaja a la utopía marxista, que
lo es tanto del conocimiento como de la vida justa (am
bos se muestran como unidad inseparable) en un aspec
to actual y que va más allá de aquélla. La «sensualidad»
irrestringida, tal como se expone en la concepción de
Feuerbach y Marx, no es sólo un resultado del comunis
mo ya realizado sino, más todavía, un presupuesto in
eludible de su realización en general, de su poder sobre
la historia. La idea de Marcuse de una antropología com
bativa apunta a restringir la divergencia —que frena el
proceso revolucionario— «entre la necesidad objetiva y
las necesidades subjetivas» m. Ante el alto grado de madu
rez de los recursos materiales de la sociedad, la «rede
terminación del factor subjetivo» '* se convierte en la ta
rea más importante, tanto política como teóricamente. Se
trata, en primer lugar, de liberar la conciencia de las po
sibilidades objetivamente existentes; pues su «indoctrina-
miento... contra tales posibilidades es... la situación ca
racterística... de la sociedad existente» Por esto consi
dera Marcuse el «trabajo en el desarrollo de esta concien-*3
49
A
cia... como una de las tareas fundamentales, hoy..., del
materialismo «revolucionario» m.
Marx tenía razón cuando (siempre sub specie del co
munismo realizado) subrayaba que «ya los sentidos del
hombre social» son «otros sentidos» que los del asocial m.
Sin embargo, se necesitan ya hoy esos nuevos intereses
que «son cualitativamente diferentes de las necesidades
agresivas y represivas dominantes, y se encuentran inclu
so en contradicción con ellas»; se necesita «un nuevo tipo
humano con impulsos vitales, biológicos, en dirección a
la libertad y con una conciencia que se encuentre en si
tuación de penetrar la apariencia, tanto material como
ideológica de la sociedad opulenta» 1W. Y Marcuse pone de
manifiesto el núcleo de su planteamiento antropológico
cuando hace depender el «salto en el reino de la libertad
de «la apertura y activación de una dimensión profunda
de la naturaleza humana», «que se encuentra aquende y
por debajo de la base material tradicional: no una dimen
sión idealista sobre o por encima de la base material, sino
una dimensión que es todavía más material que la "base
material”... Hablar de esta dimensión no significa susti
tuir la política por la psicología. Al contrario, significa
aclararse de una vez respecto a que la sociedad... se en
cuentra clavada en los más profundos fundamentos del
ser individual, incluso en el subconsciente del hombre.
Debemos buscar los fundamentos de la sociedad en los
individuos mismos... que, como consecuencia de... la pre
sión técnico-social, reproducen el continuo de la repre
sión, incluso a través de las revoluciones que han tenido
lugar hasta ahora»,M.*
¡bid., p. 29.
1WOkonomisch-philosophische Manuskripten, /. c., p. 541.
** M arcuse, Befreiung von der Vberflusseesellschaft, /. c., p . 95.
'* Ibid., pp. 95 ss.; cf.. también, p. 92. Sería incitante compa
rar el esbozo marcusiano de una «nueva antropología» con el
planteamiento correspondiente de Bloch. Las semejanzas son am
plias (aparte la crítica de Bloch al psicoanálisis, que Marcuse no
acepta en absoluto ciegamente). Asi, B loch determina al hombre
en Das Prinzip Hoffmmg (cf. t. 1, segunda parte, apartados 9-13)
como «ser de amplia impulsividad». La «dimensión profunda» de
Marcuse debería corresponderse en Bloch con un agens metafí-
sico-material en el hombre, al que él, con (Bohme y Schelling)
llama «intensivamente objetivo». Así se dice en Das Prinzip Hoff-
nung (t. 3, Berlín, 1959, p. 431): «Extraversión significa: el qué
(dass) como esencia entra en la historia, en su historia fenoméni
ca que se experimenta a sí misma dialécticamente. Como ésta
50
Consideraciones que resultan suficientemente metafísi
cas. Marcuse —pese a la tradición engelsiana— no teme
propugnar un desarrollo del socialismo desde la ciencia
a la utopía. Por otra parte, incorpora categorías moral-
normativas precisamente en el concepto del «socialismo
científico». Pues «toda liberación» carecería de sentido sin
la finalidad objetivamente fundamentable de una existen
cia mejor, una existencia libre... —iría más allá de pro
gresos en el interior de la servidumbre» '**—. Si la vieja
teoría marxista contemplaba el socialismo primordialmen
te como necesidad económica y política, ahora se hace
evidente que es una «necesidad biológica» esto en tan
to que «una sociedad socialista, según Marx, tendría que
concordar con todo el logos de la vida, con las posibili
dades esenciales de la existencia humana, no sólo espiri
tual, no sólo intelectualmente, sino también orgánicamen
te» '**. Esto último aunque sólo fuera porque a su con
cepción del trabajo como actividad vital adecuada a la
especie le es inherente un momento especulativo. Que el
hombre haya surgido de la naturaleza es algo que se ex
presa para Marx menos en sus funciones y necesidades
corporales inmediatas que en el hecho de que las satis-
51
faga por medio de la apropiación universal de la natura
leza «en tanto que ésta no es el cuerpo humano mismo»
Ella es su cuerpo verdadero, si bien «inorgánico», «con el
que ha de permanecer en un proceso permanente para no
morir. El que la vida espiritual y física del hombre» —a
través del trabajo— «esté en relación con la naturaleza
no tiene otro sentido sino que la naturaleza está en rela
ción consigo misma, pues el hombre es una parte de la
naturaleza» Marx piensa aquí (en consonancia con es
peculaciones semejantes de la filosofía del Renacimiento)
conjuntamente en el cosmos y en la praxis: el hacer del
hombre, externo y extraño —en un principio— al mundo
objetivo, se revela como «finalidad» inmanente de éste.
El trabajo libre, como el joven Marx lo concibe, es auto-
mediación de la naturaleza.
El pensamiento marcusiano de una «tecnología de la
liberación» 1,5 enlaza repetidamente con los Manuscritos
de París; en particular, lo mueve la parte estética del pro
blema que allí aparece, aunque sólo de modo periférico;
pues está íntimamente conectada con lo biológico «El
52
verdadero filósofo», había declarado Feuerbach, «es el
hombre universal —el hombre que tiene sentidos y en
tendimiento para todo lo esencialmente humano, sentidos
y entendimiento de la especie, por consiguiente» w. Marx
hace suyo este pensamiento —sobre el terreno hegaliano
y de la economía clásica— y lo dota de un contenido
determinado. El «hombre universal» es el hombre activo
universalmente, en armonía con la natura naturans: «El
animal conforma sólo según la medida y la necesidad de
la especie a que pertenece, mientras el hombre sabe-pro
ducir según el patrón de toda especie... y aplica por to
das partes al objeto la medida inherente; por ello el hom
bre conforma también según las leyes de la belleza»14*.
Marcuse, interpretando este pasaje en conexión con la
Crítica del Juicio de Kant, coordina lo bello natural a lo
bello artístico como correlato o más bien como desiderá
tum. En efecto, el hombre en armonía consigo mismo y
con la naturaleza puede, como Marx dice, enfrentarse li
bremente a su producto, aplicar a las cosas una medida
que, sin embargo, no les hace ninguna violencia, sino que
es la suya propia: la actualización de sus potencias,4#.
En la medida en que la sociedad de clases industrial
avanzada —no obstante que y porque crea abundancia—
«mutila... el organismo humano, y además en un sentido
completamente real y literal» ,w, tenía que surgir una nue
va sensibilidad —primero como praxis política—. ha Nue
va Izquierda comprendió que necesidades biopsíquicas
completamente diferentes, concretamente las de tipo es
tético, no eran un epifenómeno que resultara automática
mente de una transformación de las instituciones, sino que
ésta rompe con el continuo histórico si es llevada por hom
bres, y únicamente entonces, que tienen ya nuevas necesi
dades y finalidades; tienen que «ser determinantes desde
un comienzo para la reestructuración de la sociedad, y no
sólo al final o en un futuro lejano» m. En cuanto el mar-*1478
ordinariamente importante es su contribución a la cuestión de la
subjetividad revolucionaria y creativa.
147 F euerbacii, Zur Beurteilung der Schrift «Das Wesen des
Christeníums», en Gesammelte Werke, t. 9, l. c., pp. 240 SS.
148 Okonomisch—Philosophische Manuskripte, l. c., p. 517.
148 Cf. tam bién sobre esto Alfred S chmidt, Der Begnff der Na-
tur in der Lehre von Marx, l. c., pp. 165-167.
m M arcuse , «Befreiung von der Uberflussgesellschaft», /. c., pá
gina 98.
>« Ibid.
53
xismo tradicional infravalora la base «natural» del cambio
que se pretende frente a la tccnico-económica, e incluso la
ignora, está sometido también a la crítica; acentúa la ne
cesidad de la toma de conciencia política de las masas,
sin cuidarse de aquella esfera en que los hombres expe
rimentan su mundo y a sus semejantes del modo más
inmediato: en la estructura de sus necesidades e impul
sos Si la dominación burguesa invierte la vida huma
na (también en esto concuerda Marcuse con el joven Marx)
de tal modo que se convierte de fin en sí en puro medio,
la teoría no debe seguirla en ello, sino que en lugar de
fetichizar el crecimiento planificado de los recursos ma
teriales y las fuerzas productivas —por muy necesario que
éste sea— tiene que «determinar el socialismo en su sen
tido utópico»: «como supresión del trabajo, como termi
nación de la lucha por la existencia... y como liberación
de la sensibilidad y sensitividad humanas, que se convier
te así en fuerza revolucionaria... Poner a la sensibilidad
v a la sensitividad en su lugar... es ... una finalidad
fundamental del socialismo integral... Este presupone
una completa transmutación de todos los valores, una
nueva antropología. Presupone un tipo humano... bioló
gicamente incapaz de hacer la guerra y ocasionar dolor,
con una clara idea de la alegría y el placer, y que trabaja,
como particular y con los demás, por crear un ambiente
social y natural en que sea posible una existencia de este
género»
'* Cf.M arcuse , Counierrevolntion and Revolt, /. c., p. 62.
M arcuse , «Befreiung von der Uberflussgeseílschaft», /. c., pá
gina 96; cf., también, pp. 97 ss. y p. 91, en que Marcuse recalca
que hoy los «rasgos radicales» de una sociedad socialista tienen
que aparecer como «utópicos, metaffsicos, idealistas» si han de
representar la «negación decidida» de lo existente. Cf. sobre
el surgimiento de una «conciencia ecológica» el escrito de T omXs
M alsonado, Umwelt und Revolte. Zur Dialektik des Entwerfens
im Spatkapitalismus, Reinbck bei Hamburg, 1972. El complejo to
tal lo trata el libro, rico en material, de W olf L e p e n ie s , Soziolo-
gtsche Anthropologie, Munich, 1971, en particular el capítulo final
«Im Ñamen der Natur? Móglichkeiten und Grenzen einer antho-
pologischen Kritik an der Neucn Linkcn», pp. 115-127. Lepenies
investiga la circunstancia de que «antinaturalismo» y «antropo.
logismo» han luchado continuamente entre sí en la historia de la
recepción de la teoría marxista. «El primero conlleva la renuncia
a toda antropología, el último la referencia exclusiva a ella» (ibid,
p. 119). En el presente el conflicto se ventila sobre todo en Fran
cia. Althusser pasa por exponente de aquella interpretación, Sar-
tre de ésta. Por supuesto, queda por saber si el contenido crítico
54
Volvamos de nuevo a los Manuscritos de París para
esclarecer el contexto cognitivo de las tesis programáticas
55
de Marcuse. Hay que conectar de nuevo con la «abolición
de la propiedad privada». Marx la llama «positiva» por
que reconoce y conserva los resultados civilizatorios del
proceso histórico a ella ligado; es «retorno consciente,
completo y logrado en el interior de toda la riqueza del
desarrollo anterior del hombre para sí como un hombre
social, es decir, como hombre humano» Pero esto (y
en ello reside lo cualitativamente nuevo de los Manuscri
tos) significa al mismo tiempo una relación cualitativa
mente nueva del hombre con la naturaleza propia v con
la exterior. Sólo en la sociedad —comprendiendo el con
cepto enfáticamente— existe «perfecta unidad esencial en
tre el hombre y la naturaleza»; aquélla es la «verdadera
resurrección de la naturaleza, el naturalismo realizado del
hombre y el humanismo realizado de la naturaleza»IB.*15
versal y particular, está fundamentado de modo critico-materia
lista: ni objetiva ni subjetivamente desaparece la naturaleza en
las condiciones histórico-sociales de su «carácter mediado»; ante
todo, el hombre no es idéntico con las formas en que hasta ahora
se ha manifestado. El concepto de naturaleza de Marx sigue sien
do utópico-abierto. Por mucha desconfianza que sea aconsejable
frente a planteamientos antropológicos —Lepenies insiste con ra
zón en que «no siguen teniendo sentido más que orientados hacia
una ciencia social» (/. c., p. 122)— la abstinencia de la vieja Teo
ría Crítica, sobre todo de Adorno, a este respecto, no puede man
tenerse asi. La enérgica recuperación del problema, por Marcuse,
el «antroplogismo» de toda la Nueva Izquierda, centrado alrede
dor del «hombre nuevo», atestiguan que «la naturaleza» es algo
político. Invocándola, no «se objeta (a la conciencia utópica) la
falta de una antropología, ni se le critica una falsa» (Lepenies,
ibid).
IM Okonomisch-Philosophisclte Manuskripte, l. c., p. 536.
155 Ibid., p. 538. Dietf.r Wyss, en su libro Marx und Frcua. Ihr
Verhaltnis zur modernen Aiithropologie, indica que «Marx ve en
el hombre un ser natural, tanto ante$ como después de la supe
ración de la alienación». Obviamente, quiere insinuar con ello
que precisamente por esta causa tiene el viejo Adán que seguir
vivo en el comunismo (cf. p. 111). Wyss cita entre otros el pasaje
siguiente de los Manuscritos económico-filosóficos: «El hombre és
inmediatamente ser natural. En cuanto ser natural... está en parte
provisto de fuerzas naturales, fuerzas vitales, es un ser natural
activo; estas fuerzas existen en él como disposiciones y capacida
des, como impulsos y en parte es, en cuanto ser natural, corpó
reo, sensible, objetivo, un ser paciente, condicionado v limitado,
como también lo son el animal y la planta, es decir, que los obje
tos de sus impulsos existen fuera de él, como objetos independien
tes de él; pero estos objetos son objetos de sus necesidades, im
prescindibles, esenciales para el ejercicio y afirmación de las fuer
zas de su ser» (/. c., p. 578). A esto añade Wyss a modo de comen
tario (p. 20): «La discrepancia que aquí se abre entre el hombre
56
Marx persigue esta idea (en la que Bloch ve la clave
para su obra) hasLa sus —ramificadas— consecuencias
epistemológicas. Si a la época caracterizada «por el mo
vimiento de la propiedad privada, de su riqueza y mise
ria» le corresponde un modo específico de organizar
sociaimente los datos de ios sentidos previamente a toda
experiencia individual, de someterlos a un esquema «va-
lorativo», si esta época deslinda un horizonte histórico en
el que el «mundo» se constituye, también ha de ocurrir
esto en la sociedad comunista tal como Marx la entrevé;
también ella troquela, con ios objetos, el aparato percep
tor individual a ellos orientado. Aquí distingue Marx
—con Feuerbach— el «sentido» que un hombre reúne pa
ra formas civil izatorias, artísticas, incluso naturales: la
como ser natural por un lado, el hombre como ser racional por
otro, no la hace notar ni la discute Marx como su importancia
merece, pese a que es aquí donde comienza la problemática an
tropológica... Sus concepciones no van en este punto más allá de
Feuerbach. Tras la abolición de la alienación podrá el hombre
vivir no sólo con arreglo a sus capacidades, sino también y so
bre todo con arreglo a sus necesidades. Es decir, en esta visión
cudeimonística del futuro los impulsos podrán realizarse sin limi
taciones, dejando de escasear los objetos para la satisfacción de
los impulsos». Las reflexiones de Wyss padecen por su mala in
terpretación del trasfondo material del pasaje aducido. Marx no
tiene aquí la intención de pintar la situación humana según que
se haya abolido o se mantenga la propiedad privada. Sino que
más bien crítica sobre la base del sensualismo y naturalismo —ac
tivados— de Feuerbach el «saber absoluto» de Hegel; en él se
hacen idénticas «alienación» y «carácter objetivo». El carácter
alienado de las cosas es lo que desaparece en el comunismo,
de ningún modo su independencia del pensamiento. También el
comunismo presupone al hombre como ser natural —activo y
pasivo—, sin duda. Pero hay una sensible diferencia entre que
la no identidad entre hombre y mundo, sujeto y objeto (que re
torna en el hombre) se manifieste en el interior de una mediación
concreta o no. El que Marx no comente la «discrepancia entre
el hombre como ser natural por un lado, ser racional por otro»,
que haya descuidado la «problemática antropológica» que con ella
se inicia, es tan poco verdadero que forma el contenido funda
mental de los Manuscritos. Sólo que Marx ha penetrado la men
tira de que tuviera que existir eternamente y del mismo modo:
«La abstracta hostilidad entre hombre y espíritu es necesaria
mientras el sentido humano para la naturaleza, el sentido huma
no de la naturaleza, también por tanto el sentido natural del
hombre no haya sido producido por el propio trabajo del hom
bre» (/. c., p. 532). Que «en este punto» no vaya más allá de Feuer
bach ocurre porque la filosofía de éste ha preconcebido al menos
la idea de un acceso estético-universal al mundo.
Okonomisch-Philosophischc Manuskripte, l. c., p. 542.
57
medida en que ha internalizado resultados de la historia
de la especie, de la actividad (más o menos limitada) de
los órganos particulares de los sentidos. Por supuesto:
como ésta, así aquél, y viceversa. El que está sometido a
la «ruda necesidad práctica» 157 está demasiado atado co
mo para tomar inmediatamente algo no aprovechable,
cuanto más para experimentarlo espiritualmente: «Para
el hombre hambriento no existe la forma humana de la
comida, sino sólo su existencia abstracta... El hombre cui
tado, necesitado, carece de todo sentido hasta para la
más bella representación; el tendero de minerales no ve
más que el valor mercantil del mineral, no su belleza o
su naturaleza peculiar; carece de sentido mineralógico;
la objetivación, tanto teórica como práctica de la esen
cia humana, es necesaria así para hacer humanos los sen
tidos del hombre como para crear sentido humano en
consonancia con toda la riqueza de la esencia humana y
natural»,a.
A esta «totalidad de la manifestación vital humana»
le pertenece también lo que se investigaba aisladamente
en la teoría del conocimiento tradicional. Marx no deja
de prestar atención a sus cuestiones fundamentales, como
se verá más adelante. Pero se le plantean bajo una luz
completamente nueva. En lugar de hacer reflexiones ge
nerales sobre la relación entre sensibilidad y entendimien
to, intuición y concepto, sujeto y objeto, se sumerge Marx,
buen hegeliano en ello, en la historia material; ella le pro
porciona las formas concretas y diferenciadas de esta re
lación. Hasta él los historiadores, expuestos a la «alie
nación», contemplaron la historia sólo en su «esencia abs
tracto-general» 1W , como política, literatura, arte; tenía que
escapárseles la medida en que la vulgar «historia... de la
industria es el libro abierto de las fuerzas esenciales del
hombre, la psicología del hombre presentada sencillamen
te» Constituye la base real de los actos de la especie,
y de los actos de conocimiento al mismo tiempo. «Una
psicología para la que este libro, precisamente la parte
más accesible de la historia, está cerrado, no puede llegar*16
1K Ibid.
*» Ibid.
»» Ibid., p. 539.
«" Ibid., p. 542.
161 Ibid.
58
a ser una ciencia real y llena de contenido» 1B. Una cien
cia tal es la que fundaron Marx y Gngels con el materia
lismo histórico.
Los Manuscritos de París —en esto reside la peculia
ridad de su aspecto epistemológico— penetran la ilusión
de creer que se podrían resolver las «antítesis teoréti
cas» 183 (cuyo contenido propio Marx no infravalora) en el
interior de la teoría misma: «Subjetivismo y objetivismo,
espiritualismo y materialismo, actividad y pasividad (pier
den) por primera vez en el estadio social» (así se mienta
una vez más el comunismo) «su carácter de opuestos y su
existencia como tales opuestos» 1M. La filosofía especulati
va no estaba en condiciones de resolver la que es «verda
dera tarea vital», «precisamente porque la concebía como
una tarea exclusivamente teórica» Marx llega aquí al
papel epistemológico de la praxis, tan importante después
para él. Esta no es (contra el uso lingüístico corriente) la
«realización» de una «teoría» ya lista, existente fuera de
ella. Sino que más bien su concreto cumplimiento es en
sí teórico, la teoría misma como siendo ahí. En tanto esto
es así espera Marx del curso de la historia, no del pensa
miento subjetivo, la mediación —aprehensible por los sen
tidos— de las abstracciones filosóficamente solidificadas.
La medula de la nueva concepción de la sensibilidad
posibilitada por Marx y Feuerbach la forma la revolucio
naria perspectiva de que, se la entienda subjetiva u obje
tivamente, ha llegado a ser históricamente. Transforman-
• do mediante el trabajo el mundo de las cosas, los hom
bres abolen y superan su materialidad originaria al igual
que el mero carácter fisiológico de las funciones de sus
sentidos. Marx quiere demostrar que la dialéctica socio-
histórica de inmediatez y mediación, en cuyo transcurso
la naturaleza se «humaniza» y el hombre se «naturaliza»
gradualmente, conduce al comunismo —a una sociedad
K* Ibid. El concepto (que no hay que entender demasiado es
trictamente) de «Psicología» que aparece aquí es, sin duda, de
origen feuerbachiano. En las Tesis Provisionales de F euerbach
se dice: «La metafísica o lógica es una ciencia inmanente, real,
sólo si no es desgajada del llamado espirita subjetivo. La metafí.
sica es la Psicología esotérica» (Gcsammelte Werke, t. 9, /. c., pá
gina 246). Marx concreta la problemática apuntando a desarrollar
una historia social del «espíritu subjetivo».
'** Ibid., p. 542.
'** Ibid.
Ibid.
59
que produce «al hombre rico, de sensibilidad universal v
profunda, como su realidad permanente»
La «abolición de la propiedad privada», de ello habla
mos ya, permite por primera vez la «apropiación sensi
ble... de las obras humanas por y para el hombre, no sólo
en el sentido del poseer, del tener. El hombre se apropia
su esencia universal de modo universal, como hombre to
tal por tanto. Cada una de sus relaciones humanas con el
mundo, ver, oír, oler, gustar, sentir, pensar, mirar, perci
bir, actuar, amar, en una palabra, todos los órganos de su
individualidad, como los órganos que inmediatamente son
órganos comunitarios por su forma, son en su comporta
miento objetivo o en su comportamiento respecto al obje
to la apropiación del mismo» u\
En cuanto el «sentido humano de la naturaleza» y el
“* Ibid.
187 Ibid., p. 539. Marcusc (Cf. Counterrevolution and Revolt, l. c.,
pp. 68 ss.) tiene razón cuando a este propósito insiste en que ya
el concepto de «apropiación» humana de la naturaleza jtilizado
en los Manuscritos de Parts está afectado por algo de la hibris
de la dominación «Appropiation —dice— no matter how human,
remains appropiation of a [living] object by a subject. It offends
that which is essencially other than the appropiating subject, and
which exists precisely as object in its own right-that is as a sub
ject! The latter will be hostil to man, in which case the relation
would be one of struggle; but the struggle may also w b'ide and
make room for paace, tranquility, fidfülment. In its case not ap-
popiation but rather its negation would be the non-exploitative
relation: surrender, "letting be”, acceptance... But such surrender
meets with the impenetrable resistence of matter; nature is not
a manifestance of "spirit", but rather its essential limit.» Formu
laciones que, en su elemento «quietista», la tendencia a conside
rar al objeto diferente del sujeto asimismo como «sujeto», de
ben mucho a la filosofía de Fcuerbach, tal y como aquí es dis
cutida. Por lo que se refiere al concepto de «apropiación» en
los Manuscritos de París, le es ciertamente inherente el momento
del que Marcusc protesta, que es, sin embargo, inerradicable. Pero
comparado con el modo como Marx trata el problema en el ter
cer libro de El Capital adquiere hoy una gran importancia. Los
Manuscritos entrevén un estado qué reconcilia libertad y necesi
dad, humanismo y naturalismo, superando la razón instrumen
tal en la dialéctica. El Capital, por el contrario, rompe con es
ta idea —precisamente hoy— actual; distingue estrictamente en
tre el «reino de la necesidad», en que el trabajo está siempre
«determinado por la necesidad y finalidad externa», y un «reino
de la libertad» que se encuentra «propiamente más allá de la
esfera de la producción material». «El desarrollo de la fuerza,
que se hace fin de sí mismo», puede únicamente «florecer con
aquel reino de la necesidad como base» (Das Kapital, t. TU, Ber
lín. 1953, pp. 873-4).
60
«sentido natural del hombre» se reflejan uno en otro, la
«abstracta hostilidad entre sentidos y e s pí r i t u»baj o cu
yo dictado se encontraba toda la historia, ha llegado a su
fin. Una nueva praxis los unifica. También aquí feuerba-
chianamente inspirado, rompe Marx con el esquema gno-
seológico, válido hasta Kanl, que atribuye a la sensibili
dad la «pasividad», al entendimiento (pensamiento en ge
neral) la «actividad». Su concepto de actividad «objetiva»
las contiene a ambas: sensualidad activa, actividad sen
sible. Por ello puede afirmar que en el estado de reconci
liación «los sentidos han llegado a ser teorizantes inme
diatamente en su p r a x i s » c o m o Nietzsche habla, en un
contexto estético, de «sensibilidad inteligente» 17°.
El conflicto (planteado, sobre todo, en la ética de Oc
cidente) entre deber e inclinación, razón y naturaleza, es,
visto metafísico-epistemológicamente, el de universal y
particular. La filosofía especulativa, desde Kant a Hegel,
lM ókonomisch-philosophische Manuskripte, l. c., p . S5?..
"• Ibid., p . 540; c f. ta m b ié n p . 541. D e m o d o s e m e ja n te v u e lv e
M a rx e n la Introducción a la Crítica de la Economía Política a la
re la c ió n e n tr e b a s e m a t e r i a l y p r o d u c c ió n a r t ís t ic a ; c f. M arx / E n -
gees , Werke, t. 13, B e rlín , 1964, p p . 623 ss . M a r c u s e p r e s ta , c o n
ra z ó n , g r a n a te n c ió n a la « p ra x is d e lo s s e n tid o s » ; in t e n ta in c o r
p o r a r el p e n s a m ie n to m a r x ia n o e n u n a t e o r ía d e la c o n s titu c ió n
d e s e s g o a la vez m a t e r i a li s ta y e m a n c ip a to r ia : «“Radical sensi-
bility’’; the concept stresses the active, constitutive role of the
senses in shaping the reason, that is to say, in shaping the ca-
tegories under which the worid is ordered, experienced, changed.
The senses are not merely passive, receptive; they have their
own "syntheses" to which they subject the primary data of ex
perience. And these syntheses are not only the puré “forms of
intuition" (space and time) which Kant recognized as inexorable
a priori o r d e r in g of sense data. Therc are perhaps also other
syntheses, far more concrete, far more "material'', which may
constitute an empirical (i. e. historical) a priori of experience.
Our worid emerges not only in the puré forms of time and space,
but also, and s im u lta n e o u s ly , as a totality of sensuous qualities
—object not only of the eye (synopsis) but of a ll human senses
(hearing, smelling, touching, tasting). ít is this qualitative, ele-
mentary, unconscious, or rather preconscious, constitution of the
worid of esperience, it is this primary experience itself which
musí change radically if social change is to be radical, qualita
tive» (Counterrevolution and Revolt, l. c., p . 63). C f., ta m b ié n , la
p. 71, e n q u e re c a lc a la s c o n s e c u e n c ia s p o lític a s d e e s t a re d e fin i
c ió n d e la s e n s ib ilid a d : «The radical redefinition of sensibilily as
"practica!” desublimates the idea of freedom without abandonig
its trascendent contení: the senses are not only the bases for the
e p is te m o lo g ic a l constitution of reality. but also for its Ir a n s fo r-
m a tio n , its s u b v e r s ió n in the in the interest of liberation».
™ N ietzsche, Werke, t. X V I, l. c., p. 227.
61
se esforzó en dirimirlo. Tras su fracaso retoman Feuer-
bach y Marx la problemática desde un punto de vista an-
tropológico-materialista. «Uno de los más profundos y
verdaderos pensamientos de Hegel», escribe Feuerbach,
«es uno que expresa... sólo casualmente, a propósito de
Aristóteles: "Lo empírico en su totalidad es lo especulati
vo"» MI. Para Feuerbach es el hombre, precisamente en
cuanto sensible-natural, «un ser ilimitado, libre, pues su
universalidad, ¡limitación, libertad son inseparables. Y es
ta libertad no existe en ninguna facultad particular, en
la voluntad, como tampoco esta universalidad en una fa
cultad particular, la capacidad de pensar, la razón —esta
libertad, esta universalidad se extiende a su esencia ente
ra... Donde un sentido... se eleva por encima de los lími
tes de su particularidad y de su ligazón con la necesidad,
se eleva a significación y dignidad independientes y teó
ricas: sentido universal es entendimiento, sensibilidad uni
versal es espiritualidad» Por ello, no es la especulación
«nada más que la empiría universal y verdadera»
Pero si «no sólo lo finito, lo fenoménico es objeto de
los sentidos, sino también la esencia —el sentido órgano
de lo absoluto» m— entonces se ha perfilado también la
función del arte: lo que éste presenta en «la forma de la
sensibilidad» no es «otra cosa que la esencia propia de
la sensibilidad, inseparable de esa forma» m. Meditaciones
ásperamente antitéticas, cuyas huellas pueden rastrearse
en los Manuscritos de París. El concepto de praxis hu
mana genialmente esbozado aquí en contradicción con to
do instrumentalismo se nutre —por paradójico que esto
suene— del momento contemplativo de la filosofía de
Feuerbach. Para éste es, como vimos, la «intuición teóri
ca... primordialmente... estética,~la Estética la prima phi-
losophia» Precisamente ahí apuntan los sentidos eman
cipados y emancipatorios en Marx; su praxis es teórica:
«se comportan hacia la cosa por amor de la cosa mis
ma»*l.
171 F euerbach, Vorliiufifie T¡tesen, en Gesammelte Werke, t. 9,
l. c„ p. 250.
,a F euerbach, Grunds'átze der Philosophie der Zukunft, l. c.,
página 336.
m F euerbach, Vortaufige Thesen, I. c., p. 250.
174 F euerbach, Grundsdtze, I. c., p. 322.
175 Ibid.
174 F euerbach, Das Wesen des Christentttms, t. I, l. c., pp. 187 ss.
m Okonomisch-philosophische Manuskripte, I. c., p. 540.
62
II
DIFICULTADES DE LA LECTURA DE
FEUERBACH. SU PLANTEAMIENTO
ANTISISTEM ATICO
3
ninguna tentativa de agrupar sus ideas en tomo a puntos
candentes está exenta de arbitrariedad. Contrario a la
pose profesoral, maneja a veces la terminología acredi
tada de un modo laxo. Como pocas veces una filosofía se
defiende la de Feuerbach contra epígrafes ergotistas. Is-
mos tradicionales: realismo, empirismo, naturalismo, tam
bién humanismo o antropologismo, que el mismo Feuer
bach u otros han propuesto, se adecúan con dificultad a
su planteamiento radicalmente nuevo. Este no es ninguna
«posición». También en esto semejante a Nietzsche, Feuer
bach se enfrenta a todo «sistema» con gran desconfianza,
entendiendo por tal, comprensiblemente, sobre todo el he-
geliano. Cierto que es «un medio imprescindible y perma
nente de educación y disciplina del espíritu que nadie pue
de ignorar impunemente. Pero tan necesaria como la es
cuela es la superación de la escuela. No la escuela, sino
la libertad de la escuela es el verdadero fin de ésta. Es
necesario determinarse, formarse, a través de un sistema
filosófico, pero la determinación mantenida y fijada es
limitación. Sólo la filosofía fluida, la filosofía que deja
de ser un sistema fijo, que comprende en sí la verdad de
los sistemas existentes sin ser ella misma un sistema con
cluso y que a pesar de todo no es un eclecticismo, sólo
ésta es la filosofía de la vida, del futuro» es, como Feuer
bach dice completando lo anterior, «la unidad... de verda
des antitéticas como una verdad... absolutamente inde
pendiente» *.
Por muy familiar que sea al historiador de la filoso
fía de escuela hegeliana el movimiento del espíritu mo
derno desde Bacon a la dialéctica especulativa, por mu
cho que enlace con sus temas y su lenguaje, su verdadera
intención es elevarse reflexivamente por sobre la filosofía
anterior. Entrevé un pensamiento de un tipo completa
mente nuevo, que es «negación de la filosofía» en cuanto
logra prescindir de principios y términos filosóficos espe
cializados. Así, afirma en las Tesis Provisionales'. «La nue
va, la única filosofía positiva es la negación de toda filo
sofía escolar, aunque contenga dentro de sí lo verdadero
de aquélla... —no tiene... lenguaje particular, ni nombre
particular, ni principio particular—. La nueva filosofía...
66
es el hombre mismo pensante, el hombre que es y se
sabe como la esencia autoconsciente de la naturaleza, la
esencia de la historia..., de los Estados..., de la religión
—el hombre que es y se sabe la identidad real (no imagi
naria) absoluta de todos los contrarios y contradicciones,
de todas las cualidades activas y pasivas, espirituales y
sensibles, políticas y sociales»3.
Los escritos de Feuerbach dejan constancia de que no
ha conseguido realizar este ambicioso programa de un fi
losofar terminológicamente incomprometido, puramente
humano, de la «negación de la filosofía como cualidad
abstracta, particular, esto es, escolástica» \ Aunque la fi
losofía no es en absoluto para Feuerbach, como Engels
afirma, si bien a gran distancia, «una barrera infranquea
ble, algo sagrado e intocable» sí que se sigue sirviendo,
sin embargo, de las categorías tradicionales; pero cambia
su sentido establecido, lo que dificulta la interpretación de
sus textos. El lector ha de contar continuamente con una
ambigüedad y multivocidad que apenas aparece así en
otros autores, con la excepción quizá de Nietzsche. Casi
permanentemente muestran los conceptos de Feuerbach
un nivel de significación anti y metafilosófico ñor debajo
del filosófico tradicional.*
67
EL PRINCIPIO “SENSUALISTA”
69
objeto, de la pasión, de la fuente de todo placer y necesi
dad se engendra el verdadero y objetivo pensamiento»’.
O, en otro lugar, con no menos energía: «La filosofía de
be... captar en sí... la esencia entera del hombre. Al filo
sofar pertenece, por consiguiente, no sólo el actus purus
del pensamiento, sino también el actus impurus o mixtus
de la pasión, de la receptividad sensible que es la única
que nos mete en el flujo universal de las cosas reales. La
filosofía, como asunto de una facultad particular..., del
mero pensamiento puesto aparte, aísla y escinde al hom
bre; por ello, tiene necesariamente a las demás faculta
des en oposición a ella. La filosofía se ve libre de esta
oposición si incorpora, y sólo entonces, la oposición a la
filosofía en sí misma»**.
Esta «oposición» a la filosofía como pensamiento abs
tracto es descubierta por Feuerbach, como vimos, no fue
ra del hombre, en el mundo material, sino en el hombre
mismo. Esto distingue su punto de partida del de los
materialistas mecanicistas, que, como Holbach, se con
tentan con presentar al hombre como «obra de la natu
raleza», como «un ser puramente físico», no siendo «el
hombre moral más que este ser físico considerado
desde un determinado punto de vista»*. La Ilustra
ción francesa pasa de la materia y de su movimiento re
gular al hombre; la naturaleza —en el sentido más am
plio— es el «gran todo, que resulta de la reunión de los
diferentes... elementos que vemos en el universo. La na
turaleza..., considerada en cada cosa por sí, es el todo
que resulta de la esencia, es decir, de las peculiaridades...,
combinaciones..., o modos de actuar que diferencian a
esta cosa de otras cosas. Así, el hombre es un todo... de
elementos diferentes, provistos de diferentes cualidades,
cuya ordenación se llama estructura corporal. Y la esen
cia del hombre consiste en sentir, pensar, obrar, en una
palabra, en moverse de un modo que lo diferencia de
otras cosas con las que se le compare: sobre la base de
esta comparación el hombre adquiere un lugar en un or
den, en un sistema, en una clase particular que es dife
rente de la de los animales... Los diversos sistemas de las
1 F euerbach, Vorliiuíige Thesen, I. c., p. 254.
* F euerbach, Zur Beurieilung der Schrift «Das Viesen des Chris-
tentums», l. c., p. 241.
9 Thesen des Materialismus nach Holbachs «System der Na-
tur », Leipzig, 1960, p. 3.
70
cosas..., sus naturalezas particulares dependen del siste
ma principal..., de la naturaleza universal a la que perte
necen y con la que todo lo existente está necesariamente
ligado» ".
Fuerbach es diferente. Es lo bastante hegeliano como
para diferenciar de manera estricta (cognitivamente o al
valorarlo) lo que es primero metódicamente de lo que
lo es genéticamente, sin por ello negar su unidad. El mé
todo «especulativo-empírico» o «genético-crítico», como
Feuerbach llama en 1841 al suyo”, descubre —prime
ro— el mundo de los hombres. «Sólo aquél cuyo resul
tado se encuentre en contradicción directa con su inicio
consciente es un pensador auténticamente genético»
Ahora bien, el inicio es en Feuerbach antropológico, y
sólo en cuanto tal fisiológico, comprendiendo «la fisio
logía... en su antiguo sentido universal», como «ciencia
natural» en general «Mi doctrina o mis opiniones de
clara en las Lecciones de Heidelberg, se resumen en las
dos palabras naturaleza y hombre. La esencia que yo ten
go por supuesto del hombre..., que es su causa o fun
damento, a la que éste debe su nacimiento y su exis
tencia..., la llamo yo naturaleza, una esencia y pala
bra... sensibles. Pero a la esencia en la que la natu
raleza llega a ser un ser personal, consciente, intelectual...,
la llamo el hombre. El ser carente de conciencia de la na
turaleza es para mí el ser eterno, inoriginado, el ser pri
mero, pero primero en el tiempo, no en el rango, el ser
primero física, pero no moralmente; el ser humano cons
ciente es para mí lo segundo surgido en el tiempo, pero
el primer ser por el rango»M. Así determina Feuerbach10
10 P aul T hiry d'H oüach , System der Natur oder von der Ge-
setzen der physischen und moralischen Welt, Berlín, 1960, p. 17.
Cf., también, la instructiva introducción a esta edición, redactada
por Manfred Naumann: d'Holbach und das Materialismuspro-
blem in der franzosischen Aufklarung, pp. v-l v ii i . Es importante
recurrir a los franceses del siglo xvin para poder entenderse me
jor en el estudio de Feuerbach sobre unidad y diferencia del ma
terialismo antropológico y del viejo materialismo mecánico.
" Cf. la carta del 5-1-1841 a su editor, Wigand, en F euerbach,
Epistolario, editado por Werner Schuffenhauer, Leipzig, 1963, pá.
gina 142.
'* Fragmente zur Charasteristik meines philosophischen curri
culum vitae, en Gesammelte Werke, t. 10, l. c., p. 179.
11 F euerbach, Vorlesungen über das Wesen der Religión, l. c.,
página 28.
" Ibid., pp. 28 ss.
71
la relación de lo «moral» con lo «físico» de un modo más
diferenciado que el materialismo francés; aquello no es
ni mucho menos una modificación —gradual— de esto,
sino algo cualitativamente nuevo.
A la inversa, Feuerbach no vacila en ver la diferencia
entre ateísmo y teísmo en que «el teísta» —como su pro
pio método antropológico— «parte del hombre y pasa de
éste a la naturaleza, concluye sobre ella, el ateo o natu
ralista» —de tipo feucrbachiano— «parte de la natura
leza y sólo desde ella llega al hombre. El ateo recorre un
camino natural, el teísta uno innatural. El ateo... hace
seguir el final al principio; hace lo primero de lo más
temprano según la naturaleza, mientras que el teísta hace
del final principio, lo más tardío primero...; comete...
la... equivocación de hacer nacer lo inconsciente de la
consciencia, en vez de hacer nacer lo consciente de lo in
consciente» “. En la unidad y diferencia de ambos cami
nos, que por su parte han de ser pensados unitariamente,
se expresan la unidad y diferencia del materialismo de
Feuerbach y del de los ilustrados.
Desde el principio le parece a Feuerbach poco honra
do hablar de pensamiento «sin presupuestos». Si la filo
sofía no comienza con algo cualitativamente diferente de
ella, parte de sí misma y es siempre idealista. Ya el he-
geliano (nunca completamente ortodoxo) que llama a la
filosofía «la ciencia de la idea independiente de la expe
riencia» recuerda por otro lado las «instancias de la ex
periencia razonable» y subraya la necesidad de «disolver
las dzopíaí, las dificultades» que surgen de ella. Somos
seres presos «en todos los límites de la empiría» “; me
jor le va a la filosofía «si cesa de dejar la empiría fuera
de sí y la penetra y vindica. Esto debe suceder, por su
puesto, de modo diferente a como era hasta ahora el caso
con la denominada aplicación de la filosofía a las cien
cias positivas...»*167.
De hecho, el «principio sensualista» de Feuerbach re
mite más allá de la mera teoría del conocimiento. «Sen
sualidad» —el concepto tiene una carga mayor de lo que
11 Ibid., pp. 169 ss.
16 Feuerbach a Karl Beycr, 1838, en Briefwechsel, l. c„ p. 113.
17 Carta a Kapp del 17-6-1835, en Ausgewahlte Briefe vori und
an Ltidwig Feuerbach, reeditado y ampliado por Hans-Martin Sass,
XII y XIII, tomo de la edición Bolín, Stuttgart-Bad Cannstadt,
1964, p. 294.
72
en un principio se sospecha— no se agota en una «facul
tad» subjetiva; significa ser: como objeto no sólo del pen
samiento, sino del ser mismo; pero éste es «un secreto de
la sensación, de la intuición, del amor» Sólo éstos pro
curan objetividad indiscutible al otorgar «valor absolu
to» 18 a la cosa o al hombre aislado, finito. «La nueva fi
losofía», explica Feuerbach con insistencia, «no es... otra
cosa que la esencia de la sensación elevada a la concien
cia,; afirma ...con la razón sólo lo que todo hombre... re
conoce en su corazón... El corazón no quiere objetos ni
seres abstractos, metafísicos y.teológicos, los quiere rea
les..., sensibles»2”. Feuerbach insiste a este propósito en
que de ningún modo es el simple ser externo v cósmico
el que llega a ser objeto real de los sentidos —troquela
dos por la historia de la cultura—. «No sólo sentimos ma
deras y piedras, no sólo carne y huesos, sentimos también
sentimientos cuando apretamos las manos o los labios de
un ser que siente; no sólo percibimos con el oído el ru
mor del agua y el susurro de las hojas, sino también la
voz llena de alma del amor y la sabiduría; no sólo vemos
superficies de espejos y fantasmas de colores, también
miramos en la mirada del hombre. No sólo lo exterior,
por consiguiente —también lo interior—, no sólo carne
también espíritu—, no sólo la cosa —también el y o — , es
objeto de los sentidos... Todas nuestras ideas nacen... de
los sentidos; en esto tiene razón... el empirismo; sólo
que olvida que... el más esencial objeto de los sentidos
del hombre es el hombre mismo, que sólo en la mirada
del hombre al hombre se enciende la luz de la conciencia
v del entendimiento... La comunidad del hombre con el
hombre es el principio y criterio primero de verdad y ge
neralidad. La certeza misma de la existencia de otras co
sas fuera de mí me está mediada por la certeza de la exis
tencia de un hombre diferente fuera de mí. Dudo de lo
que yo sólo veo; sólo lo que otro también ve se vuelve
seguro»**'. Esta unidad de «sensualismo» y «altruismo»
atraviesa el pensamiento entero de Feuerbach; volvere
mos repetidamente sobre ella.
" F euerbach, Grundsütze, l. c., p. 317: cí., también, ->. 316, don
de se dice: «El objeto dado con o idéntico al pensamiento es
sólo pensamiento. Donde no hay sentido..., no hay objeto real».
” Ibid.
■ Ibid., p. 319.
* Ibid., pp. 324 ss.
73
ELEMENTOS DE UNA TEORIA MATERIALISTA
DEL CONOCIMIENTO
75
pensamiento a partir del objeto, pero objeto sólo es lo
que existe fuera de la cabeza»**.
El «principio sensualista» de Feuerbach —al menos
esto queda claro desde lo expuesto— es realismo teórico
del objeto. Todo contacto con lo objetivo real se basa en
último término en la sensibilidad. Esta es «el secreto del
saber inmediato»**; sensiblemente es como «se da un...
objeto —no a través del pensamiento por sí mismo»*—,
que —especulativamente aislado— malentiende los pro
pios productos como siendo en sí. De ahí el recurso de
Feuerbach a la doctrina baconiana de los idola (que an
ticipa la crítica del conocimiento del último Nietzsche):
« ¡Cuánto se ha hablado del engaño de los sentidos, cuán
poco del engaño del lenguaje, del que, sin embargo, el
pensamiento es inseparable! Y, sin embargo, ¡qué grose
ra es la mentira de los sentidos, cuán fina la del lengua
je! » Por supuesto que sería falso ver en éstas y otras
parecidas formulaciones un volver la espalda hostil al pen
samiento, al trabajo teórico, una aceptación fetichista de
lo dado. Feuerbach sabe que su empresa está «mediada»
históricamente. Pasando de lo suprasensible a lo sensible,
deriva, en primer lugar, la verdad de éste de la penetra
ción en la no verdad de lo suprasensible. Pero por ello
su posición filosófica resulta diferente de la de los au
tores que parten, o más bien creen partir, inmediatamente
de lo sensible. Lo «sensible» de Feuerbach es ya resulta
do de la historia de la especie, en modo alguno, algo in
mediato «en el sentido de que... sea lo que está a la ma
no, lo carente de pensamiento, lo comprensible por si
mismo»*1. Los hombres se apartan sólo lentamente del
mundo oriental de sueños, presidido por la imaginación y
la fantasía incontroladas. «Intuición sensible» como con
cepto teórico estricto es un producto tardío de este pro
ceso. Precisamente por ella ha de regirse un pensamiento
que no cae en la falsa inmediatez, sino que parte de que
las cosas no son en principio captadas como son sino co
mo «aparecen». Según Feuerbach, ciencia y filosofía (que*
» L. c., t. I, p. 15.
34 Grundsatze, 1. c., p. 321.
* Ibid., p. 316.
* F euerbach, Darstellung, Entwicklung und Kritik der Leib-
nizschen Philosophie, en Gesammelte Werke, t. 3, Berlín, 1969,
página 246.
v Grundsatze, l. c., p. 325.
76
se le presentan todavía en unidad aproblemática) tienen
la misión de «hacer visible, es decir, objetivo, lo invisible
al ojo común»™. Su sensualismo tiene, por decirlo de otra
manera, una función crítico-polémica, no dogmática; es
correctivo, no negación abstracta, de lo lógico, al que, a
diferencia de Hegel, no se le permite continuar «en línea
recta, en la identidad consigo», sino que sólo llega a ser
pensamiento objetivo al «interrumpirse... por la intuición
sensible»™. No separando el entendimiento de los senti
dos nos encontramos con que lo presuntamente «supra
sensible» es lo sensible mismo, puesto en su concepto:
experiencia ilimitada, universal.
El «saber... perfecto» es, por ello, «el saber más sen
sible..., el saber de las más grandes pequeñeces y de los
detalles más imperceptibles» amoroso sumergirse en lo
particular, y también en la riqueza de sus mediaciones.
La «filosofía abstracta» ”, como Feuerbach llama al idea
lismo tradicional, se figuraba estar libre de sensibilidad
porque abstraía de ella. Pero así estaba incapacitada para
aclarar la cuestión de «cómo diversas sustancias, esencias
independientes, podían actuar unas sobre otras, por ejem
plo, el cuerpo sobre el alma, sobre el yo» *.* La tarea era
insoluble porque las sustancias metafísicas que debían ac
tuar unas sobre otras eran «puros seres del entendimien
to» 53; pues sólo las cosas sensibles, y no las pensadas,
están ligadas necesariamente.
Insistamos, una vez más, en que el «principio sensua
lista» no puede significar ningún inventario aconceptual
de áridos hechos; pues tampoco se podría hablar de
él sin trabajo del pensamiento. Esto lo tiene claro
también Feuerbach como materialista. No obstante, sus
adversarios contemporáneos querían convencerlo de una
mala contradicción, pues por una parte afirma la in
mediata certeza de lo sensible, por otra que esto último
no es lo superficial («abstracto»), como Hegel critica con
razón aunque sobre bases idealistas. Feuerbach se plan
tea esta contradicción y demuestra su necesidad. La sen-
® Ibid., p. 326.
® Ibid., p. 330.
» Ibid.. d . 279.
* Ibid., p. 316.
M Ibid., p. 317.
" Ibid.
77
sibilidad en cuanto «unidad verdadera, no pensada ni he
cha, sino existente, de lo material y lo espiritual»: un
«elemento radicalmente diferente del pensar» ”, consti
tuye alfa y omega de todo proceso de conocimiento. Es el
residuo terreno irreductible al simple espíritu, insupri-
mible. Quien no adopta de antemano «el punto de vista
de la abstracción», tiene que conceder «que los hombres,
al menos originariamente, hacen dependiente toda certe
za de los solos sentidos; que para ellos sólo es lo que es
sensible» ”. Feuerbach se remite además a la historia de
la religión, a la ciencia natural, y, finalmente, lo que lo
caracteriza especialmente, «a la historia cotidiana de cada
uno en particular, que nos dice que estamos en la oscu
ridad y la duda sólo en tanto no... hemos hecho de algo
objeto de la intuición» M.
Esta certeza —elemental— de lo sensible se ve des
truida en cuanto los hombres proceden a dominar la na
turaleza. La observación metódica diferencia «el ser apa
rente de una cosa de su ser real»”. Obviamente, en este
progreso del conocimiento se oculta la posibilidad de su
interpretación idealista. Una vez descubierta la «aparien
cia de los sentidos» parece normal desechar junto con
ella «la verdadera esencia de los sentidos», declarar el
«ser que no es ser aparente», «un ser completamente dis
tinto», colocar «seres pensados en el lugar de las reali
dades sensibles» ”. A esto se opone Feuerbach —no a la
crítica al realismo ingenuo, como a veces se afirma. Con
sidera los sentidos cultivados, específicamente humanos,
como «criterio y fundamento del hombre y de la reali
dad»”, reconociendo así que el pensamiento pertenece ya
a la visión. Aquello que investigo de cerca tengo que des
ligarlo de su entorno, fi jarlo por sí mismo, hacerlo «obje
to del entendimiento» ", reuniendo sus diversas cualida
des. Pero incluso esto es insuficiente: «sensibilidad ca-*14
78
rente de pensamiento»; «se queda atascada en un fenó
meno aislado y lo explica sin... crítica..., inmediatamente
por sí mismo; la intuición pensante, por el contrario,
enlaza hechos sensibles heterogéneos que aparentemente
nada tienen que ver entre sí, y sólo cuando el hombre
se eleva a una tal conexión de lo sensiblemente percibido
sólo entonces piensa»4\
Sin hacer tabla rasa, por consiguiente, al modo positi
vista de la diferencia —imprescindible para el pensamien
to crítico— entre esencia y fenómeno, evita Feuerbach el
error común de ordenar a esta diferencia dos «reinos o
mundos» dispares; es una diferencia «en el interior del
dominio de la sensibilidad misma»***. Cierto que ésta ne
cesita, para ampliar su horizonte, del pensamiento racio
nal, pero sigue siendo el sustrato inerradicable de éste.
Justamente ahí se apoya el decidido materialismo ateo
de Feuerbach. «Lo mismo que la naturaleza», se dice en
las Lecciones de Heidelberg, «es para mí el primer obje
to de la religión, así es para mí también... en la filoso
fía lo sensible lo primero; pero lo primero no sólo en
el sentido de la filosofía especulativa, en la que lo pri
mero significa aquello de que se tiene que partir, sino
lo primero en el sentido de lo inderivable, de lo verda
dero y por sí mismo existente. Lo mismo que no puedo
derivar lo sensible de lo espiritual, tampoco puedo de
rivar de Dios a la Naturaleza; pues lo espiritual no es
nada... sin lo sensible, el espíritu es solamente la esen
cia, el sentido, el espíritu de los sentidos... Y lo mismo
que la naturaleza no es una verdad pasajera en la histo
ria de la religión, tampoco es la verdad de los sentidos
pasajera en la filosofía. Los sentidos son más bien el
fundamento permanente, incluso cuando desaparecen en
las abstracciones de la razón, esto al menos a los ojos
de quienes, en cuanto llegan al pensamiento, no piensan
más en los sentidos, olvidando que el hombre piensa úni
camente por medio de la cabeza sensiblemente existente,
que la razón tiene un fundamento sensible permanente
en la cabeza, el cerebro, el punto de reunión de los sen
tidos» “.
" lbid., p. 161. Cí. sobre esto también el juicio aprobatorio de
F eierbach sobre la crítica de Leibniz al empirismo de Locke, en
Gesammelte Werke, t. 3, l. c., pp. 139-145.
** Grundsatze, l. c., p. 325.
“ Gesammelte Werke, t. 6, l. c., p. 100. El párrafo alude a la
79
Feuerbach no combate únicamente, sin embargo, in
terpretaciones superficialmente positivistas de su pensa
miento. Apenas menos terminantemente se distancia del
subjetivismo trascendental filosófico. En las Observacio
nes críticas de 1848-49 se dice: «Con los sentidos... lee
mos el libro de la naturaleza, pero no lo comprendemos
a través de ellos... Pero el libro de la naturaleza no con
siste en un caos desordenado y confuso de... letras arro
jadas sin orden ni concierto, de modo que el entendi
miento viniera a poner orden y concierto en el caos, y la
combinación de las letras en una frase comprensible...
fuera obra suya. No: distinguimos y combinamos las co
sas mediante el entendimiento sobre la base de las no
tas de distinción y combinación que nos son dadas a tra
vés de los sentidos; separamos lo que la naturaleza ha
separado, combinamos lo que la naturaleza ha combina
do, y subsumimos los fenómenos y las cosas de la natu
raleza en la relación... de causa y efecto porque tam
bién... objetivamente, realmente, las cosas se encuentran
en una relación tal»“. Los filósofos trascendentales ex
plican (de un modo u otro) la naturaleza como produc
to del espíritu (en último término humano). Pasan por
alto al hacerlo que tal «producción sólo tiene el signifi
cado de una deducción subjetiva, íormal, científica, pero
80
de ningún modo el de... una producción y surgimiento
reales, objetivos» “.
A esta tesis de la estructura propia de las cosas na
turales se opone a primera vista el nominalismo y el in
dividualismo de Feuerbach (más estrictamente pretendi
do que mantenido), que insiste en que «lo real... en el
pensamiento no es representable46 en números enteros,
sino sólo en fracciones», porque la diferencia entre pen
samiento (universalidad) y realidad (individualidad) no
puede superarse47. Si se mira más de cerca se echa de
ver que Feuerbach no niega simplemente la objetividad
del universal —lo que ya muestra su enfático concepto
«del» hombre. Se dirige únicamente contra la identifica
ción ingenua de nuestros modelos científicos, lógicos o
matemáticos de la naturaleza (siempre históricamente
relativos) con su realidad objetiva. La contradicción de
que la naturaleza se sustraiga a todo canon humano y,
sin embargo, sólo pueda ser apropiada gracias a catego
rías inextirpablemente antropomórficas, ha de ser «so
portada», para decirlo con Hegel. El que estemos obliga
dos a aplicar expresiones y conceptos humanos a lo ex
terior a lo humano, no significa que esto, por estar me
diado humanamente, sea sin más incognoscible o carez
ca de necesidad propia. «Lo mismo que mi nervio gus
tativo no imputa a la sal el sabor ácido (si no podría sa
berme también a ácido el azúcar o cualquier otro obje
to), pese a que la sal en sí no es, sino que sólo sabe áci-
da, tampoco imputa mi cerebro una esencia humana a
la naturaleza, pese a que en sí no sea tal. El ácido como
sabor es la expresión subjetiva de una disposición obje
tiva de la sal; se encuentra en la sal misma el funda
mento de que, como objeto de sensación, haga sobre mí
“ Gesammelte Werke, t. 6, l. c., p. 97. Cf. también la crítica de
F euerbach a Kant en los Gmndsatze, l. c., pp. 291 ss. F . carac
teriza aquí un problema que no podía ser recogido sino por la
teoría de Marx, descifrando el pathos idealista alemán de la «crea
ción» del mundo como «actividad objetiva» de individuos sociales.
“ Grundsatze, l. c., p. 330.
47 Pese a esta diferencia de universal y particular, Feuerbach
ha mantenido de todas formas la posibilidad de su mediación. En
el libro sobre Leibniz (claro que en un añadido posterior) se vuel
ve contra la rígida dicotomía: «En la sensación... soy hombre sin
gular, en el pensamiento... hombre universal. Sólo que en la sen
sación no soy menos universal que singular en el pensamiento. La
concordancia en el pensamiento se funda sólo en la concordancia
en la sensación». En Gesammelte Werke, t. 3, l. c„ pp. 246 ss.
81
6
la impresión de lo ácido» **. Todo conocimiento interpre
ta y traduce la naturaleza, la «humaniza» —pero siem
pre en consonancia con ella—: «Así es la humanidad de
la naturaleza una expresión subjetiva de una disposición
objetiva suya...»*5. Feuerbach combate todo agnosticismo.
«El que en último término el proceso de conocimiento
sea también un proceso natural no significa, sin embar
go, identidad entre sujeto y objeto: el nervio gustativo
es una formación natural con el mismo derecho que la
sal, pero de ahí no se sigue que el sabor de la sal sea
inmediatamente en cuanto tal una propiedad objetiva de
ésta, que aquello que la sal es como objeto de sensación
lo sea también en y por sí mismo y que, por tanto, la
sensación de la sal sobre la lengua sea una propiedad
de la sal pensada sin sensación» u.
Algo paralelo vale para las construcciones teóricas.
También ellas permanecen referidas a estados de cosas
exteriores al lenguaje. Los conceptos empleados en ellas
no son signos arbitrarios, por mucho que estén afecta
dos por elementos ateóricos, incluso «accidentales» —ya
sobre la base de la problemática, histórico-socialmente
limitada en cualquier caso, a cuyo servicio se encuen
tran—. La naturaleza «en sí» y la naturaleza «para nos
otros», como objeto científico, difieren entre sí. A nues
tra representación de la legalidad objetiva le correspon
de lo real: no es una mera proyección. «Pero —recalca
Feuerbach— los procesos regulares existen en la natura
leza de modo diferente que en la conciencia teórica: «or
den», «fin», «ley», son palabras con las que el hombre
traduce a su lenguaje las obras de la naturaleza, para
comprenderlas; no son palabras sensibles, es decir, ob
jetivas; pero, no obstante, tengo que distinguir entre el
original y la traducción» La «identidad de pensamien-
“ F euerbach, Uber das Wesen der Religión in Beztehung auf
R. Hayrns Feuerbach und die Philosophie, en Gesammelte Werke,
t. 10, /. c., p. 340.
** Ibid. Nada cambia en la fundamental exactitud de estas con
sideraciones porque en el contexto citado se refieran al antropo
morfismo religioso.
» Ibid., p. 342.
S1 Ibid., p. 345. Los paralelos de la teoría del conocimiento de
Feuerbach con la del Nietzschc tardío son asombrosos y serían
dignos de un estudio particular. También Marx defíne en El Ca
pital (t. I, /. c., p. 18) lo «ideal» como «lo material traducido y
traspuesto en la cabeza humana».
82
to y ser» ", con la que se designa la cognoscibilidad de
éste, queda preservada para Feuerbach aun cuando «co
pia» y «original» ** no sean congruentes en absoluto. Su
realismo de la espía es crítico. Nuestro pensamiento sim
plifica el nexo objetivo de la naturaleza, al aislar artifi
ciosamente determinados momentos de sus manifestacio
nes y reflejarlos, aproximadamente, rotos por nuestro
interés (no sólo en la cosa). Pero lo que el concepto (en
tendido de modo lógico-formal) «separa, porque reduce
siempre a lo abstracto, unilateral, lo que en la realidad
es universal, eso mismo lo liga el sentido, la intuición, la
vida»*
* Ibid.
» Ibid., p. 338.
M Ibid., p. 344. Una formulación que esclarece la función po
lémica de la «metafísica de la sensualidad» feuerbachiana. Como
los idealistas posteriores en general rechaza él también el ya por
Hegel objetado «carácter abstracto» del pensar en el entendi
miento aislado. Hegel logró rebajarlo todavía a «momento» de
la razón dialéctica. Tras el derrumbe de la especulación sigue
existiendo (por razones muy reales) la necesidad de un pensa
miento concreto universal; que es «satisfecha» en la filosofía bur
guesa de la vida y la existencia mediante la fijación de los lími
tes del entendimiento como límites del pensar en general y me
diante el intento de establecer un modo de conocimiento intuitivo
más allá de toda racionalidad. Naturalmente, Feuerbach es de
masiado ilustrado como para convertirse en irracionalista.
83
MOTIVOS DE LA CRITICA DE FEUERBACH
A HEGEL
85
cia de «la relación de trabajo», la hace surgir «de la adap
tación del yo a la finalidad por él determinada, asi como
al material heterogéneo» ”. La subjetividad se debe, dicho
de otra manera, «a la conformidad con ciertas leves de la
supervivencia de la especie, a su aprovisionamiento con
comestibles» “. Frente a esto, sirve de poco el que Hegel
asegure al mismo tiempo que el espíritu es el todo. Pues
si necesita, por su propio concepto, en aquello que es, «de
aquello que él no es, el recurso al trabajo deja de ser lo
que los apologetas de la sección de filosofía repiten como
su última sabiduría: una {UTdjkou sic áXXo -/evo?... El
concepto idealista de espíritu explota el tránsito al traba
jo social: la actividad general, que absorbe a los indivi
duos actuantes, puede ser transfigurada con facilidad en
en sí cuando se abstrae de éstos» *.
Feuerbach —en esto consiste su papel histórico uni
versal— desenmascara el actus purus de la filosofía de lo
absoluto como un trozo de teología racionalizada. En tan
to ésta culmina en el sistema hegeliano, «la necesidad y
justificación históricas»" del enfoque sensualista antro
pológico enlaza con su crítica decidida. La filosofía de He
gel «no tiene en sí ningún principio pasivo»; «especula so
bre la existencia sin tiempo, sobre el ser-ahí sin duración,
sobre la cualidad sin sensación»“. Feuerbach aprueba el
esfuerzo de Hegel por incorporar en el pensamiento los
contenidos concretos del mundo, pero le censura que esto
suceda en él solamente al precio de su total Iogificación
y privación de su dureza «existencial». Hegel es oor ello
«la superación en lo viejo de lo viejo decrépito»®, hace
«del más allá de la teología más acá, pero, por contra...,
del más acá del mundo real más allá»®. Pese a su tan
celebrada inmanencia, la filosofía-hegeliana está afectada
de rasgos de trascendencia teológica. «La determinación»,
escribe Feuerbach, «de que únicamente el concepto "con
creto”, el concepto que lleva en sí la naturaleza de lo real,*
87 Ibid., pp. 196 ss.
* Ibid., p. 197.
59 Ibid. La hipostatización hegel ¡aña de la «actividad del uni
versal» se funda en la economía específicamente burguesa; no va
mos a seguir aquí con este tema.
“ Grundsatze, t. c., p. 295.
« Ibid., p. 253.
13 Zur Beurteitung der Schrift «Dos Wesen des Christentums»,
I. c., p. 253.
** Grundsatze, t. c., p. 303.
86
es el concepto verdadero, expresa... el reconocimiento...
de la verdad de lo concreto. Pero como, no obstante esto,
se da de antemano por supuesto el concepto, es decir, la
esencia del pensamiento, como la esencia absoluta, única
verdadera, lo real... puede sólo ser reconocido de modo
indirecto, como el adjectivum esencial y necesario del con
cepto. Hegel es realista, pero realista de modo puramente
idealista, o más bien abstracto-realista en la abstracción
de toda realidad. Niega el pensamiento, es decir, el abs
tracto..., pero de nuevo en el pensamiento abstracto mis
mo... Hegel es un pensador que se sobrepuja a sí mismo
en el pensamiento —quiere aprehender la cosa misma,
pero en el pensamiento de la cosa, quiere estar fuera del
pensamiento, pero en el pensamiento mismo— de ahí la
dificultad de captar el concepto "concreto”» M. En contra
dicción, por tanto, con su intención declarada, la filosofía
hegeliana es ajena al ser empírico; es el acto de esta ena
jenación del ser empírico.
El reproche de que Hegel afirma el mundo sensible-
objetivo sólo aparentemente en cuanto lo hace quedar ab
sorbido en las categorías bajo las que la conciencia cog-
noscente lo representa, atraviesa el conjunto de los escri
tos de Feuerbach “. Visto «sistemáticamente» (en la me-845
84 Ibid., pp. 313 ss.; cf. también para la critica del «panlogis-
mo» de Hegel, ibid., p. 227; asimismo, Vorlaufige Thesen, l. c., pá
gina 257.
85 Por supuesto que Hegel se sirve de determinaciones ónticas.
Pero tácitamente les otorga un sentido conceptual supratemporal,
es decir, «ontológico». Esto mismo achaca Feuerbach —mutatis
mutandis— a la religión. «Aunque yo —se dice en las Lecciones de
Heidelberg— reconocí va en mis primeros escritos a la sensibili
dad como la esencia de la religión, no pude, sin embargo, reco
nocer el carácter sensible de la religión. Primero porque es con
tradictorio con la realidad, es sólo fantástico y emocional. El
cuerpo, por ejemplo..., que la religión... hace valer contra la in
mortalidad filosófica es sólo un cuerpo fantástico y emocional,
un cuerpo "espiritual”..., que es tanto como decir ninguno. La
religión es por ello... la afirmación de la sensibilidad en contra
dicción con la sensibilidad. Y, segundo, no podía reconocerlo
porque yo mismo me encontraba todavía... en la situación del
pensador abstracto, no había captado todavía toda la importan
cia de los sentidos... A un auténtico y completo reconocimiento
de la sensibilidad llegué por un lado á través de un nuevo y más
profundo estudio de la religión, por otro del estudio sensible de
la naturaleza...Sólo en mis escritos... más tardíos combatí tanto...
la abstracta inhumanidad de la filosofía como la humanidad fan
tástica, ilusoria de la religión. Sólo en ellos puse con plena con
ciencia la verdadera esencia del mundo o de la naturaleza en el
87
dida en que sea lícito usar aquí esta expresión) se funda
en él radical rechazo por Feuerbach del «enredado, sub
ordinado, innatural lugar de la naturaleza»* en Hegel.
Cuyo «verdadero lugar», recalca Feuerbach, «lo encontra
mos solamente cuando colocamos el espíritu humano vi
vo en el lugar de espectro que es el "espíritu universal".
La filosofía hegeliana es demasiado uniforme en sus mé
todos, demasiado arbitraria e innatural en sus transicio
nes..., demasiado apartada de la intuición del hombre en
la naturaleza en sus determinaciones... como para que no
tuviera que ser también aquí una necesidad urgente... la
separación... de verdad y error»
A esta necesidad responde La esencia del Cristianismo.
La tajante crítica de Feuerbach se forja en la cruz del idea
lismo hegeliano, como de todo idealismo: el concepto de
naturaleza. El libro, recordaba Engels todavía decenios
después, «elevó de nuevo el materialismo sin preámbulos
al trono... La naturaleza existe independientemente de to
da filosofía; ella es la base sobre la cual nosotros los hom
bres, productos naturales también, hemos crecido; nada
existe fuera de la naturaleza y de los hombres, y los seres
superiores que nuestra fantasía religiosa creó, son sólo
los reflejos fantásticos de nuestro propio ser». El hechizo
estaba roto; el «sistema» volado y echado a un lado...
El entusiasmo era general; en aquel instante éramos to
dos feuerbachianos “. Con esto queda perfilado hasta qué
punto fue decisiva la aparición de Feuerbach en las luchas
políticas cotidianas del período anterior al cuarenta y ocho
para —como Engels subraya— los «más decididos» * par
tidarios de la izquierda hegeliana. Sigamos ahora en deta
lle la argumentación de Feuerbach, por su importancia pa
ra la crítica marxista a Hegel, en modo alguno clausurada
todavía. Su nervio consiste en la remisión urgente al mo
mento ineludiblemente alógico de la naturaleza. La resis*1
lugar de la esencia del m undo a p a rta d a de él, m eram ente pen
sada, que se llam a Dios, y al hom bre sensible y real dotado de
razón en el lug ar del ser racional de la filosofía separado del
hom bre y despojado de los sentidos» ( Cesammelte Werke, t. 6,
l. c., p. 20).
“ ¡tur Beurteilung der Schrift «Das Wesen des Christentums»,
1. c„ p. 238.
« Ibid.
“ Ludwig Feuerbach und der Ausgang der ktassischen
deutschen Philosophie, en Marx/ E ngels, Werke, t. 21, l. c., p. 272.
• Ibid., p. 271.
88
tencia que ésta nos ofrece, las «lagunas y barreras» de
nuestro conocimiento de ella, se desprenden de que el
«saber» no es ni su «fundamento» ni su «finalidad»”. La
esencia del ser natural no se agota en su ser-pensado;
pues «que algo es no tiene otro sentido sino que algo no
es solamente pensado. Pero la prueba de esto no puede
ser sacada del pensamiento mismo. Si el predicado del ser
ha de añadirse a un objeto del pensamiento, tiene que
añadírsele algo diferente del pensamiento... En el pensa
miento como tal me encuentro en identidad conmigo mis
mo..., ahí soy juez y parte al mismo tiempo, ahí no hay,
por tanto, ninguna diferencia crítica entre el objeto y mi
pensamiento de él. Pero cuando... se trata del ser de un
objeto..., tengo que oír a testigos diferentes de mi. Estos
testigos, diferentes de mí como pensante, son los senti
dos» n. De estas consideraciones (que recuerdan, pese a
toda hostilidad, al Schelling tardío) saca Feuerbach con
respecto a la relación —fundamental filosóficamente— de
pensamiento y ser la conclusión genética siguiente (acep
tada y orientada socialmente por el joven Marx): «El ser
sujeto; el pensamiento, predicado... El pensamiento sale
del ser, pero no el ser del pensamiento. El ser sale de sí
y es por sí —el ser es dado sólo por el ser— el ser tiene
su fundamento en sí, porque sólo el ser... es todo en
todo» ”. A esto añade Feuerbach expresamente que la «gé
nesis temporal» se extiende «sólo a las formas», no a la
«esencia de la naturaleza»; ésta es, «la esencia del ser en
cuanto ser» n.
La «ontología» materialista (veremos que Feuerbach
se sirve de este concepto en un sentido firmemente rea
lista), en modo alguno supone dogmáticamente autorida
des como sensibilidad, naturaleza, hombre. Su método
que consiste en «reducir todo lo sobrenatural a la natu
raleza por mediación del hombre, todo lo suprahumano
al hombre por mediación de la naturaleza» ’*no es —como
Feuerbach mismo destaca —ninguna simple «posición»,
sino «negación de la negación» en cuanto surge de la po
lémica contra el magro papel de la naturaleza en el sis-701*4
70 Fragmente zur Charakteristik meines philosophischen curri
culum vitae, en Gesammelte Werke, t. 10, p. 178.
71 Grundsatze, l. c., pp. 303-4; cf., también, p. 305.
71 Vorlaufige Thesen, l. c., p. 258; cf,, también, p. 259.
75 Ibid., p. 258.
74 Fragmente, l. c., p. 180.
89
tema hegeliano. Este no le otorga «existencia verdadera
alguna»; «sólo la idea misma existe eternamente, porque
es ser-en-y-para-sí, esto es, ser-retomado-en-sí. La natura
leza es lo primero en el tiempo, pero el prius absoluto lo
es la idea; este prius absoluto es lo último, el verdadero
comienzo, el A es la D» «Sólo para la conciencia inme
diata misma» (así explica Hegel su idealismo en la parte
lógica del sistema), «es la naturaleza lo inicial e inmediato
y el espíritu lo mediado a través de ella. Pero de hecho
es la naturaleza la puesta por el espíritu y es el espíritu
mismo quien hace de la naturaleza presupuesto suyo» n.
La idea lógica se enajena en la naturaleza, y ésta origina
gradualmente el espíritu; aquélla abóle y supera «su ma
terialidad como algo no verdadero, inadecuado al concep
to que habita en ella», y llega así a la «completa inmate
rialidad»”. El «espíritu que ha llegado a ser,., como la
verdad de la naturaleza... tiene el sentido de que natura
leza se abóle y supera en sí misma como lo no verdade
ro... El espíritu es la verdad existente de la materia, que
expresa que la materia misma no tiene verdad alguna» ™.
Siendo esto así, tenía que ser la filosofía natural de
Hegel la par.te más atacada de su sistema. Contiene mu
cho de abstruso, pero también —como de Engels a Bloch
se ha constatado continuamente— bastante de utilizable,
todavía hoy digno de meditación. Piedra de escándalo fue
ron más raramente contenidos teóricos aislados (las bur
las de los investigadores empíricos sobre sus «definicio
nes» de la luz o de la electricidad carecen de relevancia
filosófica)-, donde la concepción de la naturaleza de He
gel fue criticada materialistamente en serio, se trata de*l.
n H egel. System der Philosophie 2? en Samtliche Werke, Gloc-
kner, t. 9. Stuttgart, 1958, p. 58.
T‘ H egel, System der Philosophie 1, en Samtliche Werke, Gloc-
kner, Stuttgart-Bad Cannstatt, 1964, p. 450.
n System der Philosophie 3, en Samtliche Werke, Glockner,
l. 10, Stuttgart, 1958, p. 54.
n Ihid, nn. 523. Ño obstante ha apreciado Hegel en el mate
rialismo (que para él era únicamente el mecánico) «el esfuerzo
más entusiasta por desbordar el dualismo con su aceptación de
dos mundos como igualmente sustanciales y verdaderos, por su
perar este desgarramiento del uno originario» (ibid.,p. 60). Bloch
ha descubierto mucho de «criplomaterialista» en Hegel. Cf. so
bre esto, modernamente, Günther Mensching, Thesen und Mate-
riatien zu Hegels Verstiindnis des Materialismus, en Aktualit&t
und Folgen der Philosophie Hegels, Edit. por Oskar Negt, Frank-
furt am Main, 1970, pp. 123-36.
90
su extremadamente problemático «surgimiento» desde la
lógica. Es incomprensible cómo precisamente de ella, la
suma del puro pensamiento, puede surgir «un Estado en
el que caen piedras, digieren estómagos, hombres se ma
tan» ”. Pues, como Bloch nota, Hegel cae también, ante
la imposibilidad de deducir lógicamente el ser material,
en «una suerte de lenguaje verdaderamente cortesano. El
acto del surgimiento de la naturaleza aparece tan despó
tico al menos como un ukase; la voluntad del monarca
interrumpe el trabajo del buró lógico» ". El célebre pasa
je, tantas veces comentado en la literatura, el final de la
Lógica del Sistema dice: «La idea que es para sí, es con
templada según esta unidad consigo la intuición, y la
idea que intuye es naturaleza. Como intuición la idea es
puesta por la reflexión externa en la determinación unila
teral de la inmediatez o la negación. La libertad absoluta
de la idea es, sin embargo, que ella... se decide en la ab
soluta verdad de sí misma a desprender de sí libremente
el momento de su particularidad o de la primera determi
nación, la idea inmediata como su reflejo, a sí misma co
mo naturaleza» n. Más o menos igualmente oscura queda
esta transición en el capítulo final de la lógica de la esen
cia, donde Hegel insiste por un lado en que el «último
resultado» de ésta, la idea absoluta, llega también a ser
en cuanto «pura verdad el principio de una esfera y cien
cia diferentes»**, mientras que por otro lado no quiere
comprender a ningún precio este llegar a ser como un
proceso real: «Esta determinación» —de la naturaleza—
«no es. sin embargo, un ser devenido y una transición...
La pura idea es más bien... liberación absoluta, para la
que no hay ya ninguna determinación inmediata que no
sea asimismo puesta y que no sea concepto; por ello, no
tiene lugar ninguna transición en esta libertad; el ser
simple al que se determina la idea, sigue siendo perfecta
mente transparente para ella y es el... concepto que per
manece en sí mismo. El tránsito ha de ser más bien con
cebido como que la idea se desprende libremente de sí
misma, absolutamente segura de sí y reposando en sí. Por
18 E rnst B loch, Subjekt-Objekt. Erlauterungen zu Hegel, Ber
lín, 1952, p. 189.
88 Ihid., p. 190.
B H egel, System der Philosophie 1, l. c., pp. 451 ss.
* H egei., Wissenschaft der Logik II, Lasson, Leipzig, 1951, pá
gina 505.
91
causa de esta libertad es la forma de su determinación
asimismo libre sin más —la exterioridad del espacio y del
tiempo que existe para sí misma sin subjetividad» í5.
Exigencias de la filosofía hegeliana que al menos ha
bía que traer a la memoria; sólo así puede juzgarse ade
cuadamente la envergadura de la ruptura de Feuerbach
con ellas.
Volvamos ahora a la crítica materialista de Feuerbach
al concepto especulativo de naturaleza. Comienza en 1827-
28, cuando tras la lectura de Hegel le asaltan las prime
ras dudas. Así, se dice en una nota de este tiempo: «¿Có
mo se relaciona el pensamiento con el ser, la "lógica” con
la naturaleza? ¿Está fundada la transición de aquélla a
ésta? ¿Dónde está la necesidad, dónde el principio de esta
transición?... La necesidad del curso lógico es la propia
negatividad de las determinaciones lógicas. Pero ¿qué es
lo negativo en la idea absoluta, perfecta? ¿El que siga es
tando sólo en el elemento del pensamiento? Pero ¿cómo
sabes tú que hay todavía otro elemento? ¿Por la "Lógi
ca”? En absoluto; pues precisamente la "lógica” sabe só
lo de sí a partir de sí misma, sólo del pensamiento. Por
tanto, lo otro de la lógica no se deduce de la lógica, no
se deduce lógica sino ilógicamente, es decir, la "lógica”
cumple la transición a la naturaleza porque el sujeto pen
sante encuentra fuera de la "lógica" un ser ahí inmediato,
una naturaleza y se ve obligado a reconocerla en virtud
de su punto de vista inmediato, es decir, natural. Si no
hubiera una naturaleza, nunca podría la inmaculada vir
gen "lógica” engendrar una de sí»“. Lo ilusorio de toda
tentativa de deducir lógicamente la realidad cósica, queda
aquí ya —por el contenido— expresado. Feuerbach ve que
en el interior de la lógica hegeliana, «determinaciones sim
ples como ser, nada, algo, otro, finito, infinito, se confun
den unas con otras y se abolen»; pueden y tienen que ha
cerlo; pues son «en sí determinaciones abstractas, unila
terales, negativas». Pero ¿cómo, pregunta, «puede la idea,
como totalidad que abarca todas estas relaciones, ser
puesta en la misma categoría con estas mismas determi
naciones finitas suvas?» ¿En qué consiste, dicho de otra
manera, la absoluta negatividad de lo lógico (ya sistemá-
“ Ibid.
“ Fragmente, l. c., pp. 155 ss.
w Ibia., p. 155.
92
tico ello mismo)? ¿En qué consiste en él el «impulso»
hacia el tan poco etéreo mundo?
Los grandes manifiestos religiosos del Vormárz han de
jado ya en pos de sí toda vacilación respecto a esta cues
tión verdaderamente central. Investigan psicológico-gené-
ticamente el absoluto de Hegel y lo reconocen como la
«abstracción de todo lo determinado, puesto como esen
cia diferente de estas abstracciones al tiempo que como
identificado de nuevo con ellas»M. Para la historia de la
filosofía se presenta como «la vieja esencia o monstruo
no finita, no humana, no material..., no creada, de la teo
logía y la metafísica —la nada anterior al mundo puesta
como acto»8’—. En concordancia con esto resulta la crí
tica de Feuerbach a la Lógica hegeliana; es teología logi-
ficada: «Todo lo que hay en la tierra se encuentra de
nuevo en el cielo de la teología —así, también, todo lo
que hay en la naturaleza se encuentra en el cielo de la
lógica divina: cualidad, cantidad, masa, esencia, quimis-
mo, mecanismo, organismo» w. Las categorías lógicas, co
mo las teológicas, son, por consiguiente, determinaciones
extraídas de la realidad humana y autonomizadas al mis
mo tiempo. Si la «esencia de la teología» es solamente «la
esencia del hombre trascendente, puesta fuera del hom
bre», la Lógica de Hegel es «el pensamiento trascendente,
el pensamiento del hombre, puesto juera del hombre»”.
El más importante concepto polémico de Feuerbach
durante este período es el de «abstracción». El «pensador
abstracto» (el concepto retorna con un acento polémico
similar en Marx y Kierkegaard) pone «la esencia de la
naturaleza juera de la naturaleza, la esencia del hombre
fuera del hombre, la esencia del pensamiento juera del
acto de pensamiento» **. Justamente así —el pensamiento
sería decisivo para los Manuscritos económico-filosóji-
cos— aliena al «hombre de si mismo»*1. Al descansar
sobre tales actos de abstracción, el sistema de Hegel «vuel
“ Vorl&ufige Thesen, I. c., p. 245.
* Ibid.
* Ibid.
” Ibid., p. 246. Un motivo que Marx recogió y que sigue influ
yendo hasta El Capital (cf. t. I, i. c„ p. 18), donde se dice: «Para
Hegel es el proceso del pensamiento, al que incluso transforma
en un sujeto independiente con el nombre de idea, el demiurgo
de lo real, que constituye sólo su manifestación exterior».
» Ibid., p. 247.
« ¡bid.
93
ve ciertamente a identificar» lo que separa, «pero sólo de
un modo separable, mediato él mismo. A la filosofía de
Hegel le falta unidad inmediata, certeza inmediata» *.
* Que
dó ya claro que ésta no es tampoco para Feuerbach un
simple dato. Lo que importa aquí es, naturalmente, criti
car la ascensión del método dialéctico «de lo abstracto a
lo concreto», en cuanto para Hegel es el tránsito, ontoló-
gico al mismo tiempo, de lo ideal a lo real. Este sólo vale
para Feuerbach en la filosofía práctica; en la teórica no
se alcanza de este modo «la realidad verdadera, objetiva,
sino únicamente la realización de las propias abstraccio
nes» “ siempre ficticia. Quien quiera abandonar la teolo
gía debe romper con la filosofía hegeliana, su último re
fugio; pues su doctrina de que «la naturaleza es la rea
lidad puesta de la ¡dea —es sólo la expresión racional de
la doctrina teológica de que la naturaleza ha sido creada
por Dios, el ser material por un ser inmaterial, es decir,
abstracto—. AI final de la "Lógica" la idea absoluta es
incluso conducida a una nebulosa "decisión” para docu
mentar por propia mano su procedencia del cielo teoló
gico» “.
Ahora bien, Hegel intenta prevenir ¡deas demasiado
ingenuas (pero inevitables, como se ha de mostrar) del
surgimiento del mundo material a partir del logos indi
cando que no es que en el tiempo ti existiera éste y en el
tiempo t2 aquél. Hay que partir más bien «a priori» de la
eternidad de la idea; ella no es «antes o después del tiem
po, ni antes de la creación o del ocaso del mundo; sino
que la eternidad es absoluta, presente, el ahora sin antes
ni después. El mundo ha sido creado, es creado ahora y
ha sido creado eternamente; esto último ocurre en la for
ma de la preservación del mundo'. Creada es la actividad
de la idea absoluta; la idea de la naturaleza es, como la
idea en cuanto tal, eterna... Al hacer la pregunta de si...
el mundo, la naturaleza, tienen en su finitud un principio
en el tiempo o no, se tiene el mundo o... la naturaleza en
* Ibid.
* Ibid., p. 251. En otra hoja hallamos que Feuerbach arroja
por la borda en este lugar el progreso dialéctico de lo «abstracto»
a lo «concreto» (tal y como es adoptado como principio de cono
cimiento por la Economía de Marx) junto con su concepción idea
lista; al nominalismo no puede corresponderle aquí mas que un
papel polémico pasajero.
*• Ibid., p. 258.
94
general ante la representación, es decir, lo universal; y lo
verdaderamente universal es la idea, de la que ya se ha
dicho que es eterna» **. Por otra parte, y en ello insisten
sus críticos materialistas, no puede pasarse Hegel sin ser
virse de determinaciones ónticas, es decir, temporales,
cuando habla del surgimiento del mundo (que por supues
to quiere comprender al mismo tiempo como no surgido):
«Lo manifiesto, que como idea abstracta es transición in
material, devenir de la naturaleza, es, como manifestación
del espíritu, que es libre, posición de la naturaleza como
su mundo; una posición que, como reflexión, es, al mis
mo tiempo, presuposición del mundo como naturaleza in
dependiente» *. Igualmente problemático, si no más trai
cionero, es el «concepto universal» de la Lógica de Hegel,
según el cual ésta es «el reino del puro pensamiento»:
«Este reino es la verdad tal como es en y por sí misma sin
cobertura. Puede decirse, por tanto, que este contenido es
la representación de Dios, tal como es en su esencia eter
na antes de la creación de la naturaleza y de todo espíri
tu finito»”.
No es un lapsus ocasional el que Hegel, pese a su ase
veración general de que el «surgimiento» de la natura
leza es un proceso en el interior de la divinidad y por ello
alemporal, haya de forzar continuamente en casos particu
lares un «antes» y un «después» —sólo temporalmente
comprensibles—; más bien denota la dificultad originaria
de su filosofía: es crítica de la vieja ontología, pero, co
mo Feuerbach ha demostrado, se mantiene calladamente
en su punto de vista. Así incorpora Hegel el devenir en la
«esencia» de las cosas —hasta entonces atemporalmente
pensada: pero sólo en apariencia; le falta todo lo que
compone el devenir en el mundo real. La filosofía especu
lativa toma determinaciones «concretas» del mundo, que
naturalmente se muestran en seguida como determinacio
nes del «concepto» absoluto y son así privadas de su con
creción. Hegel, censura Feuerbach, «ha hecho del desarro
llo separado del tiempo una forma, un atributo del ab
soluto. Pero esta separación... es una auténtica pieza
maestra de arbitrariedad especulativa, y la prueba con
cluyente de que los.filósofos especulativos han hecho exac-
w H egbl, System der Philosophie 2, l. c., p. 52.
“ H ecel, Emyclopddie der philosophischen Wissenschaften,
Hoffmeister, Leipzig, 1949, p. 329 (párr. 384).
K H egei.. Wissenschaft der Logik /, Lasson, Leipzig, 1951, p. 31.
95
lamente lo mismo con su absoluto que los teólogos con
su Dios, que tiene todos los afectos del mundo sin afecto,
ama sin amor, se encoleriza sin cólera. Desarrollo sin tiem
po es tanto como desarrollo sin desarrollo. La proposi
ción: El ser absoluto se desarrolla a partir de sí mismo
—es por la demás verdadera y razonable sólo que a la in
versa. Debe decir, por tanto: Sólo un ser que se desarro
lla, que se desenvuelve temporalmente es un... ser verda
dero, absoluto» “.*
* Vorlaufige Thesen, l. c., p. 252. La crítica de Feuerbach al con
cepto especulativo de la naturaleza, que fundamenta el materia
lismo posthegeliano, tan de tomar en serio filosóficamente, ha
influido fuertemente, como es sabido, en el planteamiento del
joven Marx. Es interesante seguir el reflejo de la argumentación
de Feuerbach en los Manuscritos económico-filosóftcos y, más
importante todavía, su desarrollo epistemológico ulterior. La «abs
tracción que se concibe como abstracción», se dice aquí, «se
sabe como nada; tiene que eliminarse a sí misma, y llegar
así hasta un ser que es precisamente lo contrario de ella,
la naturaleza. Toda la Lógica es entonces la demostración de que
el pensamiento abstracto no es nada por sí, de que sólo la natu
raleza es algo. La idea absoluta..., toda esa idea que de modo tan
particular y barroco se engendra y que tan monstruosos dolo,
res de cabeza ha causado a los hegelianos, no es nada más que
la abstracción, i, e., el pensador abstracto que espoleado por la
experiencia e instruido sobre su verdad, se decide bajo múltiples
condiciones, falsas e incluso abtractas ellas mismas, a suprimirse
a sí mismo y a poner en lugar de su... universalidad e... indeter
minación a su ser otro, lo particular, determinado, dejando salir
libremente de si a la naturaleza a la que alberga en sí únicamente
como una cosa del pensamiento, esto es, abandonando la abstrac
ción y contemplando por una vez la naturaleza libre de ella... Toda
esta transición de la lógica en la filosofía natural no es más...
que la transición desde el abstraer en el intuir —tan difícil de
conseguir para el pensador abstracto y por esta razón descrito
por él de modo tan extravagante. El sentimiento místico que em
puja a los filósofos desde el pensamiento abstracto a la intuición
es el aburrimiento, la nostalgia de un contenido» (l. c., pp. 585 ss.).
Un aliado —inesperado— en la crítica de tan espinosa «transi
ción» de la idea lógica a la naturaleza le sale al materialismo en
la filosofía tardía de Schelling. Dejando a un lado sus lesultados
turbiamente mitológicos, y, por qué no decirlo, reaccionarios, ha
pintado, con exactitud, cómo B loch subraya (cf. Subjekí-Objekt,
l. c., pp. 191 ss. y 373 ss.) los aprietos del «panlogismo» frente a
la materialidad existente, y en particular la circunstancia de que
Hegel alcanza el «ser exterior» sólo haciendo que «el concepto
anterior al mundo se rompa a sí mismo» (¿bid., p. 190). «Hegel»,
se dice en las «Lecciones de Munich» de Schelling, en 1827, «ha
querido construir su lógica abstracta por encima de la filosofía
natural. Sólo que ha llevado consigo el método de la filosofía
natural; es fácil imaginar qué forzamiento tenía que producirse
al. querer elevar a la nuda categoría de lo lógico un método que
96
tiene a la naturaleza como contenido y a la contemplación de
la naturaleza de compañía; el forzamiento surgió porque tenía
que negar estas formas de la intuición y suponerlas continua*
mente, de modo que no es difícil descubrir que Hegel presuponía
la intuición ya con el primer paso de su Lógica... La vieja meta
física... tenía como fundamento general una ciencia que tampoco
tenía como contenido más que los conceptos en cuanto conceptos,
la ontología. No era más que esta ontología lo que a Hegel le
iba por la cabeza en su Lógica, a la que el... quería elevar por
encima de la mala forma que... había tenido en la filosofía de
Wolf. Pero volver de cualquier modo a esta ontología era un re
troceso» (Zur Geschichte der neueren Philosophie, Leipzig, 1968,
p. 159). Y más adelante: «Los conceptos como tales no existen sino
en la conciencia; objetivamente considerados son posteriores, no
anteriores a la naturaleza... No puede ser un devenir antes que al
go que devenga, una existencia antes que algo que exista» (ibid,
p. 161). Particularmente importante es, como se dijo, la crítica de
Schelling a la transición hegeliana a lo real, tan semejante a la de
Feuerbach y Marx: La «idea realizada al final de la Lógica es... su
jeto-objeto..., unidad de pensamiento y ser, de ideal y real... Pero
en cuanto realizada de este modo se encuentra inmediatamente
en el limite de lo puramente lógico, esto es, o no se puede seguir
adelante con ella de ningún modo o sólo puede hacerse esto
fuera de lo lógico, de modo que ha de abandonar completamente
la posición que, como mero resultado de la ciencia lógica, toda
vía tenía en ésta y pasar a lo no lógico, al mundo contrapuesto
a lo lógico. Este mundo... es la naturaleza; pero esta naturaleza
no es ya la apriórica, pues ésta tendría que haber sido en la
lógica. La naturaleza comienza allí donde lo lógico acaba...
Pero en la idea no se encuentra absolutamente ninguna necesi
dad de un movimiento cualquiera por la que ella no pudiera ya
progresar en sí misma (pues esto es imposible al tener ya su
perfección), sino más bien tuviera que romper completamente
consigo. Al final de la lógica, la idea es... consciente de sí mis
ma, es lo real en cuanto es lo ideal, y por ello no tiene ninguna
necesidad... de volverse real de modo diferente a como es ya. De
modo que si pese a esto se acepta que ocurre algo de este te
mor..., no es... como consecuencia de su necesidad en la idea
misma, sino simplemente porque la naturaleza existe... Pues uno
se reiría de una filosofía que no fuera más que'lógica en sentido
hegeliano y nada supiera del mundo real... En la lógica no hay
nada que transforme el mundo. Hegel tiene que llegar a lo real.
En la idea misma... no hay ninguna necesidad... de devenir otro».
Así que Schelling rechaza el discurso hegeliano de la «libre de
cisión» de la idea de «dejarse salir» a sí misma como natura
leza: «Esta expresión, "dejar salir" —la idea deja salir a la na
turaleza— pertenece a las más extravagantes, ambivalentes, y por
ello pusilánimes expresiones tras de las que esta filosofía se refu
gia en los puntos difíciles» (ibid., p. 172; pp. 173 ss.; pp. 174 ss.).
97
7
SUBJETIVIDAD, CUERPO Y MUNDO
99
fícil situación del problema permite también una nueva
visión del idealismo gnoseológico anterior. Así, con base
en Feuerbach se hace claro que la cuestión kantiana de
las condiciones «subjetivas» de la posibilidad del conoci
miento, interpretada después académicamente como cues
tión de la «realidad del mundo exterior», exige por sí mis
ma un tratamiento que sobrepasa el marco en que hasta
entonces había sido planteada. A esto se contrapone que
ya la reflexión kantiana, incluso la fichteana, sobre la sub
jetividad constitutiva persigue un interés estrictamente
objetivo. Los idealistas alemanes no están solamente em
peñados en disolver el concepto «natural» del mundo de
la conciencia precrítica, en conmover su convicción de la
independencia de la «realidad empírica» del pensamien
to; quieren asimismo fundamentar la medida en que el
entendimiento humano común no se equivoca cuando su
pone tácitamente un mundo corpóreo extramental. Por lo
demás, la filosofía crítica, al menos a los ojos de Kant,
no tiene tanta ventaja sobre el pensamiento cotidiano. El
idealismo subjetivo —él lo llama «psicológico»— apenas
puede refutarse argumentativamente en el interior de la
teoría en general. «Sigue siendo», se dice en la Critica de
la Razón Pura, «un escándalo de la filosofía... tener que*l.
ducción a la Fenomenología del Espíritu, y su ejecución se realiza
en la marcha de la misma dialéctica fenomenológica en sus dife
rentes estadios. B loch tiene razón cuando dice que a la filosofía
de Hegel le falta «una teoría del conocimiento» propiamente di
cha, pero se ocupa en conjunto del problema de ¡a relación suje
to-objeto, esto es, *de teoría del conocimiento» (Subjekt-Objekt,
l. c., p. 186). Esto vale, claro está, de la Fenomenología, que, en
cuanto «historia del saber que aparece y se rectifica permanen
temente», acaba en «un paralelo histórico-material con la critica
del conocimiento». «Según lo cual la teoría del conocimiento se
vuelve superflua, al estar contenida materialiter en el proceso
del mundo y ser solventada en él» (ibid., p. 187). Es claro, como
aquí puede verse, que a Bloch le es posible seguir tan lejos la
dialéctica hegeliana sólo porque entiende su transición al mate
rialismo marxista como mero intercambio de un sustrato meta-
físico unitario del mundo, dicho de otro modo, sigue siendo fi.
lósofo de la identidad. Pero si en lugar del «espíritu» ae Hegel
no aparece una materia universal, sino el «ser social», que es lo
que corresponde en realidad al surgimiento del materialismo dia
léctico, entonces se replantea, precisamente como consecuencia de
la perdurante no-idcntidad de sujeto y objeto, la problemática
de la teoría del conocimiento, sin que por ello haya que ignorar
la crítica de Hegel a Kant. Cf. sobre esto la introducción al vo
lumen colectivo, compilado por el autor, Beitrage zur marxisti-
chen Erkenntnistheorie, l. c., pp. 7-13.
100
aceptar la existencia de las cosas fuera de nosotros (de
las que, sin embargo, proviene toda la materia de nuestro
conocimiento, incluso para nuestro sentido interior) por
simple fe, y no poder oponer ninguna demostración sa
tisfactoria cuando a alguien se le ocurre dudar de ello»
También Hume habla de fe (belief) convencional en esta
cuestión; sus seguidores modernos consideran la admi
sión de un mundo existente en sí teóricamente como me
tafísica aún no desterrada, prácticamente como una fic
ción inevitable, también útil.
Feuerbach —esto le hace sensu stricto predecesor del
marxismo— toma en serio la necesidad práctico-vital de
presuponer objetos independientemente de la conciencia,
como un asunto teorético él mismo. Tiene en cuenta la
«historia cotidiana de cada uno» ,r?. Su doctrina del ser
objetivo está ligada en lo más íntimo con la realidad an
tropológica que implica un concepto de «empina» más
rico que el que se halla en el derivado del empirismo an
terior, sobre todo científico-natural. Se trata de introdu
cir el mundo pre-y ateórico de la existencia cotidiana en
un pensamiento nuevo, «realfilosófico». El necesario «sal
to» de la filosofía en la empiría no debe, sin embargo, re-
1,1 Kant, Kritik der Reinen Vernunft, edit. por Raymund Sch-
midt, Leipzig, 1944, BXXXIX, p. 38. No obstante intenta Kant dar
una «demostración» de este tipo, que naturalmente parte más
bien del hombre corpóreo que del «sujeto trascedental». El que
yo no sólo sea inmediatamente consciente de «mi representación
de cosas exteriores», sino que al mismo tiempo esté seguro de
que existe «algo que fuera de mí se corresponde con ella» se
desprende según Kant de que «soy consciente de mi existencia
en el tiempo (y, por consiguiente,"también de su determinabili-
dad en éste) mediante la experiencia interna», lo que es más «que
ser meramente consciente de mi representación, pero una mis
ma cosa que la conciencia empírica de mi existencia, que sólo
es determinable por relación a algo ligado a mi existencia y fuera
de mí. Esta conciencia de mi existencia en el tiempo está por
consiguiente ligada por modo de identidad con la conciencia de
una relación a algo fuera de mí, y es, por consiguiente, experien
cia y no invención, sentido y no "imaginación lo que enlaza indi
solublemente lo exterior con mi sentido interno; pues el sentido
externo es ya en sí relación de la intuición con algo real fuera
de mí, y la realidad de este algo externo, a diferencia de la ima
ginación, descansa sólo en que sea enlazado de modo inseparable
con la experiencia interna misma, como condición de posibilidad
de la misma, que es lo que aquí sucede» (ibid., pp. 38 ss.). Cf. so
bre esto también la crítica de Kant a Berkeley, ibid., pp. 316 ss.
m Kritische Bemerkungen zu den Grundsdtz'en der Philosophie,
i. c., p. 159.
101
sultar de que aquélla se apropie los resultados ya listos
de ésta incorporándolos simplemente al saber. Más bien
ha de arreglárselas la filosofía futura para «reconocer
también... la actividad empírica... como filo só fic a » S ó
lo así se abandona el nivel «abstracto».
«Sensualismo» (por recoger de nuevo este pensamien
to, tan importante para Feuerbach) significa, por consi
guiente, comprender filosóficamente en su relevancia fun
damental la experiencia primaria del mundo de la con
ciencia prefilosófica. Los órganos de los sentidos se con
vierten en órganos de la filosofía, porque son esta praxis
humana. La sensibilidad, como vimos, deja de ser consi
derada en Feuerbach mera receptividad. Igualmente, tam
poco se propone analizar «hechos de conciencia» al estilo
del viejo empirismo o del nuevo cientificismo. Cierto que
Feuerbach habla también, como la tradición, de sensacio
nes, percepciones y representaciones. Pero estos términos
los mienta desde un principio «antropológica» y, por qué
no, «existencialmente». Algo como una «percepción del ro
jo» puntual, desligada de todo contexto humano, es algo
que existe en el mejor de los casos en el laboratorio. A la
«sensibilidad» feuerbachiana le corresponden hechos co
mo el padecer físico y psíquico, el dolor, el placer orgáni
co, la pasión y la felicidad, las necesidades, deseos e im
pulsos, pero también categorías como resistencia real,
materia, praxis, intuición, fantasía y amor'". No es que
autores anteriores hayan desdeñado las «experiencias» ex
presadas en los componentes feuerbach ¡anos de la sensi
bilidad. Desempeñan un papel importante— aunaue ne
gativo— en los sistematizadores racionalistas: la verda
dera filosofía se eleva sobre las pasiones del alma. Una
significación afirmativa (por ello crítica en sentido anti-
1W F euerbach, Der Anfang der Philosophie, e n Gesammelte Wer-
ke, t. 9, /. c., p. 145.
m Los Okonomisch-philosophischen Manuskripte (/. c., p. 54)
incluyen el amor en el sentido humano —históricamente deve
nido, que abarca los «sentidos espirituales» y los «prácticos». El
concepto feuerbachiano del amor se volvió importante, y no en
último término, para la teoria del objeto desarrollada por Marx
y Engels en La Sagrada Familia. «¡Cómo no iba a ver», se dice
aquí, «la subjetividad absoluta, el actus purus, la critica "pura”
su béte noiré, Satán en persona, en el amor, que es el primero
que enseña verdaderamente al hombre a creer en el mundo ob.
jetivo fuera de él, que no sólo hace del hombre objeto, sino in
cluso hombre del objeto!» (Marx/E ngels, Werke, t. 2, Berlín, 1959,
página 21).
102
metafísico) tienen en el materialismo francés, al que
Feuerbach debe bastante. El acento particular, sin embar
go, del que dota a la facticidad sensible, denota una dife
rencia total.
La filosofía de Feuerbach se vuelve, como Braun des
taca con razón, contra «toda una época de la historia del
pensamiento, con los nombres de Descartes, Spinoza, Leib-
niz, Kant y Hegel». Esta época, continúa Braun, «estuvo
dominada por el pensamiento del Yo. En todas sus mo
dalidades se muestra un principio: Todo lo que puede
ser pensado es pensado para una conciencia, para un yo-
sujeto. Conocimiento de la realidad quiere decir por ello
conocimiento del sujeto pensante y de sus determinacio
nes externas» 10\ Feuerbach rompe con esta «filosofía de
la subjetividad carente de objeto» —como él la llama—
que se comporta «como si fuera nuestra cabeza una... co
sa extramundana» mientras que, sin embargo, las deter
minaciones subjetivo-lógicas tienen que «ser consideradas
en la unidad con la esencia de la subjetividad viviente y
reconocidas... como objetivas»11*.
El esquema que domina a través de toda la filosofía
moderna desde la doctrina cartesiana de las dos sustan
cias, según el cual yo y mundo, sujeto y objeto, van se
parados, es acerbamente criticado por Feuerbach. Los teó
ricos del conocimiento ven en él, casi sin excepción, un
«estado originario», cuando en realidad ha surgido en la
historia de la especie y de la sociedad. Los hombres no
experimentan primariamente el «mundo» como suma de
objetos de conocimiento, ni tampoco es su «actitud» ori
ginariamente cognitiva. Difusas, subjetivas y objetivas a
la vez como son las más de las categorías de Feuerbach,
se burlan de las pulcras distinciones establecidas con
aquel esquema. Esto no significa, como ya vimos, que
Feuerbach haga «desaparecer» especulativamente la no-
identidad entre ser y pensar, objetivo y subjetivo. Preci
samente es ésta, por el contrario, de decisiva importancia
para su tema principal, la crítica de la religión. Sino que
intenta abordar el problema del sujeto y el objeto, la cues
tión de la diferencia v conciliación de los momentos del
conocimiento, de modo cualitativamente nuevo.*l.
>“ Hans J ürg Braun, Ludwig Feuerbachs Lehre vom Menschen,
Stuttgart-Bad Cannstatt, 1971, p. 104.
Zur Beurteiíung der Schrift *Das Wesen des Christentums»,
l. c., p. 239.
Iü3
Sólo porque el mundo de fuera es primeramente un
«objeto del querer, del querer ser y tener» 1(r, se convierte
en objeto de la reflexión. El «acto al que la filosofía, el
saber en general, deben su existencia» consiste en «ele
var... algo de objeto del goce vital a cosa del pensamien
to» El singular se experimenta primariamente como pa
sivo, como necesitado, determinado fisiológica e impulsi
vamente. Los contenidos externos, en los que propiamente
tiene su «esencia», se le enfrentan como límites de su
querer. «La conciencia del mundo», explica Feuerbach en
La esencia del Cristianismo, «es la conciencia de mi limi
tación —si no supiera nada del mundo no sabría nada de
límites...»
Mientras tanto, lo objetivo, el mundo exterior, del que
el sujeto necesita ineludiblemente para preservarse, está
presente originariamente en él mismo: como cuerpo. El
conflicto epistemológico entre sujeto y objeto tiene un
rango secundario, se fundamenta en el antropológico en
tre espíritu y carne, yo y cuerpo. Pero este último es «la
antítesis del yo, necesariamente ligada con el yo» Con
razón pregunta Feuerbach qué es lo que queda «si abs
traigo del objeto o contenido de las sensaciones o activi
dades del yo» m. Este puede elevarse a «principio de de
ducción universal», pero solamente si —al contrario que
en Fichte— «se descubren y demuestran en el yo mismo un
no-yo, diferencias, contraposiciones en general; pues con
la eterna y monótona letanía del yo=yo simplemente no
puede hacerse nada» La autocerleza cartesiana del «yo
pienso» —por mucho que avance al modo especulativo
idealista hacia la «actividad infinita»— no es capaz de
fundamentar de modo concluyente ni a sí misma ni al
«mundo». Así se hace también problemática la «unidad»
de la conciencia: «El yo que produce el tono musical es
un yo completamente diferente del yo... del que surge una
categoría lógica o una lev jurídica o moral» m. A la Psi-
,w Kritik des Idealismus (del trabajo, escrito en 1863-5, publi
cado en 1866, Über Spiritualismus una Materialismus, besonders
in Beziehune auf die Willensfreiheit, e n F euerbach, Anthropologis-
cher Materialismus, I, 1. c„ p. 213).
Der Anfang der Philosophie, l. c., p. 144.
"» L. c., t. I, p. 147.
1,0 Der Anfang der Philosophie, l. c., p. 152.
'•* ibid., p. 151.
"* Ibid., p. 152.
•« Ibid.
104
cología le corresponde, según Feuerbach, la tarea de «de
clinar el yo, para deducir de las diferentes relaciones del
yo en sí mismo diferentes principios...»11'.
Feuerbach no duda en llamar al cuerpo —de nuevo de
modo similar a Nietzsche— «el Principium metaphysicum
supremo, el secreto de la creación..., fundamento del mun
do»; «no solamente tiene una significación histórico-na-
tural o psicológico-empírica, también, esencialmente, la
tiene especulativa..., metafísica» Pero como la metafí
sica o lógica —Feuerbach sigue la doctrina hegeliana de
su identidad— es «ciencia real, inmanente» (es decir, psi
cología esotérica‘“), únicamente cuando no se la desliga
del espíritu subjetivo, lo mismo es cierto que no debe ser
separada del cuerpo, «de la pasividad del yo» Un yo
que se agota en el pensamiento, con el que los idealistas
pretextan comenzar la filosofía, es imposible. «Sin prin
cipio p a siv o » n a d a sensible podría serle dado; ninguna
sensación, por hablar con Fichte, sería deducible de él.
La polémica de Feuerbach contra Reiff (cuyos impor
tantes argumentos hemos dado aquí repetidamente) expo
ne con gran claridad las dificultades del idealismo. Toda
filosofía debe comenzar, según Reiff, «sin presupuestos»:
con el «puro yo» Cierto que a éste le está dado en prin
cipio algo extraño, que estropea su pureza. Pero, dice
Reiff, sólo en tanto que el yo se capta a sí mismo en su
diferencia con esto que le es dado puede decir que «lo
dado... es otra cosa que el yo... Lo dado ha desaparecido
ya, por tanto. Se ha convertido en lo otro del yo. Esto
otro es sólo en el acto diferenciador del yo» Contra
esto insiste Feuerbach —lo que lo muestra como mate
rialista consciente— en lo insalvablemente dogmático que
hay justamente en el concepto idealista del yo. El «yo que
se separa de las cosas, que pone lo objetivo como ío otro
de sí y que así lo elimina» es siempre «un yo hipotético»;
no un primero inderivable, sino construido: «el yo de un
punto de vista particular» Surge del autoengaño del*17
■'* Ibid.
,u Ibid., pp. 152 ss.
n* Vorlaitfige Thesen, l. c., p. 246.
117 Der Anfang der Philosophie, l. c„ p. 153.
1,1 Ibid.
"* Ibid., p. 146.
'* Ibid., p. 147. (Subrayado mío.)
Ibid.
105
pensamiento filosófico, que se figura liberarse mediante
la abstracción de aquello de lo que abstrae: de la natu
raleza (en el sujeto). «La filosofía que nada presupone...
es la filosofía que se supone a sí misma, que comienza
consigo misma» O, como Feuerbach dice en otro sitio,
aún más tajantemente: «Quien conscientemente y con in
tención nada supone, supone incoscientemen te como ver
dadero justo aquello que quiere demostrarnos. Sólo aquél
cuyo resultado está en contradicción directa con su co
mienzo consciente es un pensador verdaderamente genéti
co» Lo metódicamente primero no debe confundirse con
lo genéticamente primero. Sólo cuando la filosofía, repite
Feuerbach, comienza «con su antítesis..., con su alter ego»
evita este error; si comienza consigo misma —con el pen
samiento— «se queda para siempre subjetiva, prendida
en el yo»
Los idealistas tienen mano ligera para el reproche de
que el materialismo es dogmático. Pero se pregunta Feuer
bach, ¿qué es más dogmático que la subjetividad que se
encierra en sí misma y cuyo punto de vista, también de
venido, pretende, como hemos visto, ser «sin más un pun
to de vista absoluto, necesario»1**? «¿No es, pues, el ob
jeto», continúa Feuerbach, «nada más que objeto»? Se
guro que es lo otro del yo, pero ¿no puedo decir también
a la inversa: el yo es lo otro, el objeto del objeto, y, por
consiguiente, también el objeto un yo? ¿Cómo es que el
yo llega a poner un otro? Unicamente siendo en relación
al objeto lo que es el objeto en relación al yo. El yo, sin
embargo, se confiesa esto... sólo de manera indirecta al
hacer de su passivum un activum. Pero quien hace del yo
mismo objeto de la crítica, se da cuenta de que la libre
posición del objeto por parte del yt>... no expresa sino el
forzado ser puesto del yo por parte del objeto. Pero si el
objeto no es sólo algo puesto, sino también... algo que
se pone a sí mismo, se ve claro que el yo carente de pre
supuestos, que excluye de sí el objeto y lo niega es sólo
un presupuesto del yo subjetivo, contra el que el obje
to protesta; que no es un principio de deducción univer
'» Ibid., p. 146.
m Fragmento, l. c., p. 179; para la teoría de Feuerbach sobre
el principio, cf., también, su artículo Zur Kritik der Hegelschen
Philosophie, en Gesammelte Werke, t. 9, /. c., pp. 23 ss.
* Der Anfane der Philosophie, l. c., p. 146.
'* ibid., p. 147.
106
sal y suficiente, por tanto... De modo que mientras la filo
sofía en realidad ya lista consigo misma desde el comien
zo pone su interés más esencial en responder a la pregun
ta: ¿Cómo llega el yo a la aceptación de un mundo, de un
objeto?, la filosofía objetivamente creadora... se plantea
la pregunta, opuesta, mucho más interesante y fecunda:
¿Cómo llegamos a la aceptación de un yo, que además
pregunta y puede preguntar? 1,5*.
Reflexiones de Feuerbach que caracterizan el espíritu
dialéctico (rara vez aprehendido en la literatura) de su fi
losofía materialista. La cual no va dirigida sólo contra la
religión y el idealismo, sino que se encuentra al mismo
tiempo por encima de ellos en cuanto trasciende el con
flicto filosófico interno y descubre la base real de lo por
ella rechazado. Feuerbach recomienda representar la «pro
pia convicción», «exponiendo y disolviendo» «contraargu
mentos» objetivamente posibles: «Hspiritualismo y mate
rialismo, teísmo y ateísmo, se relacionan... entre sí como
la juventud con la madurez, pero por eso mismo, como el
hombre respecto al joven, no guardan entre sí una rela
ción únicamente hostil, de mutuo aniquilamiento, sino
también una relación de reconocimiento. El verdadero
ateo no refuta la fe en Dios, al menos directa e inmedia
tamente, sino que la explica, reconoce los argumentos
que hablan en su favor, la comprende como una necesidad,
para él, naturalmente..., sólo subjetiva, pero objetiva, in
cluso absoluta, para la mayor parte de la humanidad, al
menos desde el estado en que se encuentra actualmente.
El verdadero materialismo tiene asimismo la misión de
reconocer no sólo los argumentos contra, sino también
los argumentos a favor del espiritualismo o idealismo, y
no los pensados y hechos que el espiritualismo manifies
ta, sino los motivos psicológicos internos: es decir, mos
trar su necesidad subjetiva»
'**" Ibid., pp. 147 ss.
'* Carta a Albrecht Rau de 31-12-1860. en F euerbach, Briefwe-
chset, edit. por Werner Schuffenhauer, Leipzig. 1963, p. 303. «Ma
terialismo». así lo determina Adorno, completamente en la direc
ción de lo desarrollado por Feuerbach, «no es una... posición con
traria... que se toma por decisión, sino la suma de la crítica al
idealismo v a la realidad por la que el idealismo opta ueformán-
dola» (Negative Diatektik, l. c., p. 195). Cf., asimismo, a este res
pecto la indicación expresa de Lenin de que el idealismo filosó
fico es presentado «como absurdo sólo por el materialismo bur
do, simple, metafísico», mientras que, mirado desde el punto de
107
Aplicando este punto de vista a la discusión del sub
jetivismo epistemológico, resulta por ello absolutamente
cierto que «nada puede ocurrir al o en el yo... para lo
que no se pueda encontrar... una razón en el yo mis
mo» 1K. Por supuesto que en principio «toda determinación
exterior es al mismo tiempo una... autodeterminación»,
«el objeto mismo... no es nada más que el yo objetivo»
Seria, sin embargo, falso concluir de aquí la verdad del
idealismo. Más bien domina una dialéctica material que
se eleva sobre la disputa —no pensada a fondo— de las
direcciones filosóficas fundamentales; pues «lo mismo
que el yo en el objeto, se pone y se prueba el objeto en
el yo. La realidad del yo en el objeto es al mismo tiempo
la realidad del objeto en el yo. Si sólo importaran las
impresiones de los objetos, como creen el materialismo
y el empirismo de espiritualizados..., tendrían que ser fí
sicos... también los animales; si sólo el yo importara, no
podrían otros seres que nosotros, diferentes del yo. reci
bir las mismas o análogas impresiones que nosotros de
los mismos objetos»
Precisamente en esto se expresa la unidad objetiva de
la naturaleza. Feuerbach concede a Reiff que la impresión
sensible de las cosas sobre el yo cognoscente es diferente
de la «impresión que hace el dedo sobre la cera» El yo
no es un simple aparato registrador. Por otra parte, si
gue diciendo Feuerbach, «la impresión sobre la cera es..,
diferente de la impresión sobre el sebo, sobre la cal o
sobre cualquier otro cuerpo. El sebo es flexible..., aun
que ni mucho menos tan maleable... como la cera, pero
en la impertinente rudeza del calcareus densus se estrella
todo intento de penetrar con el dedo en su ser» Son,
por tanto, las cualidades objetivas'de cada material sin
gular las causantes del consenso intersubjetivo. Desde lue
go que éste no ha de entenderse de modo puramente ló
gico; se limitaría entonces al «hombre dotado de yo»;*17
vista del materialismo dialéctico, es «un desarrollo unilateral, exa
gerado... de uno de los lados del... conocimiento en forma de...
un absolutum endiosado, separado de la naturaleza»; no sólo tiene
raíces en la política social de clase, sino también «en la teoría
del conocimiento» (en Werke, t. 38, l. c., p. 344).
117 Der Anfang der Philosophie, l. c., p. 148.
«• Ibid.
•» Ibid.
<» Ibid.
>" Ibid.
108
no hay que atribuir «a la virtuosidad y universalidad del
yo, únicamente, lo que pertenece también a la fuerza vital
y a la individualidad propia de las cosas, y que por ello
afecta del mismo o al menos de análogo modo al yo como
al no-yo» **. Feuerbach piensa aquí en la sencilla circuns
tancia de que también a otros seres vivos les gusta lo
que al hombre le sabe bien.
Con lo dicho debería haber quedado claro, al menos,
que el materialismo antropológico es de gran interés pre
cisamente en nuestros días. No solamente representa, en
cuanto «fin de la filosofía clásica alemana» (Engels) el
estadio más avanzado del materialismo del «Vormárz» en
general. Sino, lo que es más importante, es adecuado para
fomentar la reflexión epistemológica de la doctrina mar-
xiana que se impone en todas partes de modo paulatino,
sobre todo por haber producido una aportación a la teoría
materialista de la subjetividad —esto se comienza a ver
ahora— cuyos resultados no fueron alcanzados, y mucho
menos sobrepujados, en su totalidad por el mismo Marx
(y sus discípulos). No es de extrañar que las reflexiones
metacríticas de Adorno sobre teoría del conocimiento
vuelvan por su asunto a Feuerbach, fuera consciente de
ello o no. Así, es de espíritu feuerbachiano la opinión de
Adorno de que «ningún su jeto de lo inmediatamente dado,
ningún yo al que le sea dado, es posible con independen
cia del mundo transubjetivo»Perteneciendo aquel «a
quien le es dado algo... «a priori» a la misma esfera que
lo dado», «el materialismo... no es el dogma tal y como sus
escamados adversarios lo acusan, sino disolución de algo
descubierto a su vez como dogmático; de ahí su razón en
la filosofía crítica» m.
Feuerbach ha sabido defender esto. Su planteamiento
sensual somático hace posible un concepto material de
subjetividad. ¿Iban a estar, pregunta, «el gusto v el olfato
por bajo de la dignidad del yo humano? ¿iban a pertene
cer, en cierto modo, al ser fuera y por debajo de nosotros?
Porque si el ojo se te ciega, el oído se te sorda, el gusto
o el olfato se te embotan, ¿no te vas a sentir infinitamen
te miserable y desgraciado, tanto espiritual como corpo
ralmente..., y no vas a conceder abiertamente... que efecti-
« Ibid., p. 149.
,*1 Adorno, Negative Dialektik, /. c., pp. 194 ss.
Ibid., p. 195.
109
vamente los sentidos pertenecen a tu cuerpo, que eres, sin
sentidos o con ellos incompletos, un lisiado digno de com
pasión»?"5. ¿Qué otra cosa, sigue preguntando Feuerbach,
es el «yo especulativo» que ha de tejer el mundo entero
a partir de sí, sino el yo de un hombre corpóreo, espacio-
temporalmente condicionado —del que se ha quitado la
sensibilidad, aquello, por tanto, en lo que verdaderamente
consiste? Es una abstracción, sin que por ello pueda ne
gar su inerradicable «afinidad con el yo empírico» 13T; pues
¿cómo ha de ser un yo con el cual, al ser pensado, no se
liga necesariamente una persona concreta? Con razón re
cuerda Feuerbach que el idealismo, pese a todo su discur
so sobre el sujeto «puro», se ve obligado continuamente
a guarnecerlo de determinaciones de cariz antropológico.
Particularmente manifiesto se hace esto en la Crítica de
la Razón Pura, que presupone, por un lado, un yo trascen
dental, supraindividual, pero que por otra habla de que
«nosotros» somos afectados sensiblemente por la cosa en
s í1®. La contradicción es inevitable; a un yo-pienso «pu
ro», nada material puede serle «dado».
El análisis feuerbachiano del concepto idealista de sub
jetividad se atiene, en principio, estrictamente inmanente
en esto, a las ideas corrientes. El «yo especulativo» tiene
sobre el «empírico» la ventaja «de que es el yo bajo el
que puede aprehenderse sin diferencias cualquiera que
dice "yo” —el yo limpio de todas las particularidades,
inesencialidades y accidentalidades de la empiría» *®. Pero
si el cuerpo no consiste simplemente en estos momentos*138
110
secundarios, carentes de importancia, no se ve entonces
por qué no ha de ser tan constitutivo de la subjetividad
como el pensamiento. «El cuerpo, al menos el cuerpo
especulativo» pertenece también al «yo especulativo»;
pues ¿Por qué «íbamos a otorgar sólo al yo y no al cuer
po la diferencia entre lo necesario y lo accidental» por
qué no íbamos a poder, preguntando de otro modo, dar
un concepto también teorético y no sólo empírico del
cuerpo?
La «teoría del conocimiento» de Feuerbach (emplean
do el término con las reservas comentadas) se apoya en
primer lugar sobre su «existencialismo de la corporeidad»,
como se puede llamar a esta concepción UI. «El yo es cor
póreo», así resume Feuerbach, «no significa otra cosa...
sino: el yo no es solamente un activum, sino también
passivum. Y es falso» —como en Fichte— «derivar inme
diatamente de su actividad esta pasividad o querer presen
tarla como actividad. Al contrario: lo pasivo del yo es lo
activo del objeto. A causa de que el objeto es también
activo, constituye el yo un padecer, del que por lo demás
el yo no tiene por qué avergonzarse, pues el mismo ob
jeto pertenece al ser más íntimo del y o » Y precisamen
te por esto es sumamente «unilateral y partidario» —aquí
se refiere Feuerbach de nuevo a Reiff— «querer presen
tar, distanciadas de los objetos, todas las determinaciones
del yo como meras autodeterminaciones del mismo, ade-
lw Ibid.
1,1 No abordaremos el otro fundamento —no menos importan
te— de la teoría del conocimiento de Feuerbach hasta la discu
sión de su concepto de praxis. Consiste en la tesis de que el su
jeto del conocimiento es siempre un colectivo, de que a la re
lación del hombre con el hombre le corresponde el papel objetivo
de un criterio de verdad. Feuerbach se ha ocupado intensamente
de la cuestión de si «el espacio..., el mundo mismo, es sólo algo
ideal, subjetivo, como afirman Kant, Fichte y Schopenhauer». Su
respuesta es, sin embargo, breve, porque «desde su punto de vis
ta..., el de la inseparabilidad de yo y alter ego, que es dado
sólo por los sentidos, que presupone, por tanto, la verdad, o al
menos el carácter absolutamente esencial que para el hombre
tiene la sensibilidad, incluso la sexualidad..., esta cuestión... apa
rece... como una cuestión absurda, descabellada» (Carta del 4-2-1864
a Wilhelm Bolín, en F euerbach, Briefwechsel, l. c., p. 321).
10 Der Anfang der Philosophie, l. c., p. 150. La opinión de Feuer
bach de que el «objeto mismo (pertenece) a la esencia más ínti
ma del sujeto» sería sin duda apropiada para corroborar y con-
cretizar la teoría de la «preeminencia del objeto» expuesta por
Adorno en la Negative Dialektik.
111
más de ser perfectamente irrealizable. Y es que la capa
cidad propia del yo no alcanza en absoluto para satisfa
cer todas sus necesidades; ha de tomar por ello, nolens
volens, los medios que le faltan del mundo objetivo res
pecto del propio cuerpo» m.
Subjetividad, cuerpo y mundo forman una unidad
concreta. El cuerpo, parte constitutiva del sujeto al par
que su «límite razonable» es el núcleo de la existencia
humana. En él como medio se abre, por tanto, según
Feuerbach, el ser del mundo. Nuestro yo, recalca, «en mo
do alguno está 'abierto al mundo' 'por si mismo', en cuan
to tal, sino por sí en cuanto ser corpóreo. Frente al yo
terminado es el cuerpo el mundo objetivo. A través del
cuerpo el yo no es yo sino objeto. Ser en el cuerpo sig
nifica ser en el mundo. Tantos sentidos —tantos poros,
tantos lugares débiles. El cuerpo es... el yo poroso»m,
el modo originario de ser dado del mundo; en él están
presentes al mismo tiempo sujeto y objeto, yo y mun
do Esto tiene validez, desde luego, sólo en la esfera
de lo cognitivo, que, como Feuerbach reprocha al moder
no subjetivismo de todos los tipos, no debe ser desligado
del contexto genético. Lo mismo que ha de recurrirse al
hombre si se quiere explicar los restantes organismos, en
la misma medida sólo puede hablarse del mundo material
si pensamos junto con él al hombre consciente —también
él ha surgido de la naturaleza, es producto del mundo.
Hombre y mundo están mutuamente «mediados»; no hay
ningún comienzo abstracto (en sentido hegeliano). Pero
no se necesitan uno a otro del mismo modo. El hombre
percibe siempre el mundo desde la perspectiva de su cor
poreidad; pero ésta se debe, sin embargo —desde el pun
to de vista de la historia natural—-a aquella inmediatez
mundana que únicamente él media.
El materialismo —reflexivo— enseña la mediación sub-*14
w* Ib id., p. 151.
“* Crundsatze, I. c., p. 311.
144 Der Anfang der Philosophie, l. c., p. 151.
m Con el pensamiento de que «ser-en-el-cuerpo» significa a la
par «ser-en-el-mundo» anticipa Feuerbach, si bien sobre una base
óntica, la doctrina de Heidegger en Sein und Zeit de que el «Ser-
ahí» es ya desde siempre «ser-cn-el-mundo», siendo el existencial
heideggeriano «ser-en» expresamente desplazado por el material
«estar-ante-los-o.jos de una cosa corporal ”en” un existente que
está ante-los-ojos» (Sein und Zeit, 9.» edic., Tübingen, 1960, p. 54;
también, pp. 65; 204).
112
jetiva de la objetividad. Pero no se contenta con enun
ciar la reciprocidad de los momentos, sino que destaca
las prioridades en el interior de éstos. La relación —cog-
nitiva— de cuerpo y mundo se refleja en la genética de
conciencia y mundo. Si persigo algo inmediatamente pri
mero, éste no puede ser nunca más que el mismo pensa
miento que piensa esto primero Uí. Ya Descartes, el fun-
111 Schopenhaucr sostiene bastante drásticamente un idealismo
subjetivo (de tipo berkeleyano) para el que la existencia del mun
do «cuelga de un único hilillo: y éste es la conciencia de cada
momento, en la que aquel está ahí». También afirma que con
el cogito ergo stun de Descartes ha sido «encontrado el punto
de partida esencial y el único correcto, al tiempo que... ver
dadero punto de apoyo de toda filosofía»: «Pues éste es irremi
siblemente... lo subjetivo, la propia conciencia. Pues sólo ésta
es y permanece como lo inmediato: todo lo demás, sea lo que
sea, es primero mediado y condicionado por ésta, luego depen
diente ae ella... Para el punto de vista empírico de las demás
ciencias es perfectamente adecuado aceptar el mundo como exis
tiendo sin más: no para el de la filosofía, que, como tal, ha de
retroceder hasta lo primero y originario. Sólo la conciencia es al
go inmediatamente dado, y por ello su fundamento se reduce
a hechos de la conciencia: es decir, es esencialmente idealista»
(Die Welt ais Wille und Vorstellung, segundo tomo, 1. c., pp. 4
y 5). Una argumentación característica de toda filosofía de pri
meros principios. El materialismo es liquidado rápidamente co
mo punto de vista burdamente realista, dogmático, que sólo po
see un valor heurístico en las ciencias particulares. Por lo que
se refiere al reproche de dogmatismo, Feuerbach lo ha devuelto
terminantemente al idealismo. El enfoque inmanente a la filoso
fía fracasa en sus propias premisas. Al reducir Descartes la esen
cia del espíritu humano a la nuda función del pensamiento, al
contraponer abstractamente razón y sensibilidad, bloqueó la in
evitable dialéctica de los conceptos de la teoría del conocimiento.
«No es que el espíritu», lo interpreta Feuerbach, «sea inmate
rial y piense..., sino que es inmaterial porgue y en cuanto piensa,
su inmaterialidad, su no ser cuerpo, es únicamente... su pensa
miento, su conciencia, y de ahí que la cuestión de si es además
corporal o no sea impertinente» (Geschichte der neueren Philoso-
phie von Bacon yon Verulam bis Benedikt S pinaza, en Gesam-
melte Werke, l. 2, Berlín, 1969. p. 265). El concepto de espíritu
«no contiene nada que pertenezca al concepto de cuerpo»; aquél
es realiter diferente del cuerpo, pues puedo entenderlo clara y
distintamente sin éste (ibid., p. 257). De modo que Descartes —es
to es aquí decisivo— no tiene que ver con «sensaciones», «que
por medio de los órganos ocurren en nosotros», que «en tanto
expresan, como referidas a objetos sensibles, las determinaciones
de éstos, afirman lo sensible como diferente de mí, sino más bien
habla desde un principio de algo abstracto, de la «conciencia de
la sensación (esto es, del sentimiento) en tanto es uno con el
pensamiento, uno con mi autocerteza..., uno con mi reflexión y
relación conmigo mismo)» (ibid., p. 258). De hecho toca Feuer-
1 13
t
dador de la moderna teoría de la conciencia, resalta que
el espíritu, la res cogitans, puede determinarse antes y de
modo más cierto que una cosa corpórea (como el propio
cuerpo). Con él comienza la confusión idealista entre lo
metódica (o cognitivamente) primero con lo genéticamen
te primero (como fundamento existencial de lo conocido),
mientras que en realidad lo metódicamente segundo es lo
genéticamente primero y viceversa. Feuerbach, que capta
exactamente esta dialéctica, muestra en Hegel cómo es de
cisivo no equiparar el proceso de mediación conceptual
de una cosa con su génesis real: «Sólo aquel cuyo resul
tado se encuentra en contradicción directa con su prin
cipio consciente, es un pensador auténticamente genéti
co» '**. Pero si lo primero y lo último han de coincidir,
hay que partir para ello de la intuición sensible; sólo ésta
vuelve a desembocar en ella misma.
La crítica de Feuerbach a la subjetividad constitutiva
e incluso productora del mundo es digna de atención por
que (anticipando también en esto a Marx) no se limita a
echar un borrón sobre el pensamiento de la «dependen
cia» del ser del mundo respecto del hombre, sino que la
formula de un modo nuevo. Comprende que de lo que se
trata es de determinar la sensibilidad como «activa» y la
actividad como «sensible»; la rígida división mecánica del
bach aquí el nervio epistemológico de la disputa entre materia
lismo e idealismo; se refiere en última instancia a la «relación
entre sensación y pensamiento; pues la sensación es plenamente
materialista, corporal, como ya los antiguos afirmaban» (Anthro-
pologischer Materialismus, t. I, /. c„ p. 226). Investigaciones más
modernas, como los escritos de Adorno, se plantean también a
partir de este punto la critica al idealismo. Así, la Negative Dia.
lektik muestra que «precisamente la fenomenología de los hechos
de la conciencia necesita sobrepasar aquello a cuyo través fue
ron ellos definidos como tales... Cuando Kant en la «Fundamen-
tación» construyó la libertad como libertad de la sensación, rin
dió sin querer el honor que quería regatear. Lo mismo que no
se salva la jerarquía idealista de lo dado (Gegebenhciten), tam
poco la separación absoluta de cuerpo y espíritu, que tácitamen
te aboca ya a la primacía del espíritu» (/. c., p. 195). Cf., tam
bién, sobre lo inerradicablemente materialista de la sensación,
los pasajes pertinentes de Adorno en la Metakritik der Erkenn-
tnistheorie (en Gesammelte Schriften, Frankfurt am Main. 1971,
pp. 36; 146-50; 153; 160 ss.). La transición al materialismo viene
motivada por la visión de que «los hechos de la conciencia» no
constituyen ninguna última y permanente inmediatez —como
Schopenhauer asegura—, sino que en si mismos se encuentran
somática y socialmente mediados.
*“ Fragmentos, l. c., p. 179.
114
conocimiento en una «facultad» constantemente pasiva
(sensible) y otra constantemente activa (espiritual) es in
sostenible. Ciertamente que no llega Feuerbach a la pro
ducción económica de la vida que media estos momentos
de modo concreto. Sin embargo, plantea (y esto debe ser
estimado en mucho) el problema de una «materialización»
—antropológica en sentido amplio— de la subjetividad
El hombre es afectado en primer lugar por las cosas rea
les, que le ofrecen resistencia, pero se confronta con ellas
como un ser también corporal (no meramente reflector),
las transforma convirtiendo su realidad en realidad para
él. «Pues sólo es real... lo que es objeto de actividad
re a l» F e u e rb a c h intenta poner sobre sus pies incofesa-14950
149 Un tema que atraviesa la filosofía postidealista del siglo pa
sado. Aparte de los dialécticos materialistas, se ocupa de él Scho-
penhauer, que, en efecto, sostiene un fenomenalismo idealista
(mundo como representación), pero derivándolo al mismo tiem
po de la fisiología del cerebro... También él concibe el todo del
mundo a partir de la existencia soma tico-impulsiva del individuo
singular, al que —como Feuerbach— caracteriza como «objeto in
mediato». A él se une Nietzsche. que expresamente quiere filo
sofar en el «hilo conductor de la vida» con mayor radicalización.
Un importante papel desempeña la problemática del cuerpo en
la escuela francesa de Husscrl. La «ontología fcnomcnológica» de
Sartre trata el problema de la «existencia ajena» —la constitu.
ción de una porción de mundo como mundo-para-mi-conciencia—
partiendo del ser-para-si objetivo del cuerpo, y Merleau-Ponty, en
su Phénoménologle de la perception ve en el cuerpo 2 l aspecto
trascendental sin más.
150 Grundsdtze, l. c., p. 286. Nada de extraño que el mismo
Feuerbach se tuviera que defender del reproche de sostener una
filosofía de la subjetividad, a la que ningún objeto le es dado.
Un recensor de la Esencia del Cristianismo creyó poder concluir
de la frase de Feuerbach de que también los objetos sensibles,
en cuanto objetos de los hombres, son «manifestaciones» de su
esencia, el que los objetos son para Feuerbach únicamente una
«representación ilusoria». La réplica de éste dice: «De que los
objetos, debido a que y en la medida que el hombre los conoce,
sean espejo de su esencia, no se sigue en lo más mínimo la irrea
lidad de los objetos o la mera subjetividad del conocimiento...
Cajus es un minerálogo; el que no sabe que Cajus es un mine
rálogo apasionado no sabe lo que Cajus es —en cuerpo y alma—.
El que el hombre, sin embargo, pueda interesarse por la piedra
muerta, y hasta entusiasmarse, es cosa que expresa una determi
nación esencial de la naturaleza humana, de modo que el hom
bre se conoce a si mismo, aquí, por cierto, como un ser minera
lógico, al conocer las piedras. ¿Pero se sigue de aquí que la mi
neralogía es sólo una representación ilusoria del hombre?» (fle-
leuchtung einer theologischen Rezension iiber «Das Wesen des
Christentums», en Gesammelte, t. 9, l. c., pp. 178 ss.). La contro
versia no está ni mucho menos resuelta; representantes vulgares
115
damente materiales la problemática de la subjetividad
constitutiva del mundo, hasta entonces tratada exclusiva
mente al modo idealista. La subjetividad está mediada
por la historia, tanto natural como cultural: «El yo igual,
carente de diferencias y de sexo es... una quimera idea
lista, un pensamiento vacío»1"; únicamente «al llenarse el
hombre subjetivo con los contenidos del mundo real, se
convierte la... subjetividad supranatural en subjetividad
práctica...» ,si. De este modo, ya las reflexiones «sensua
listas» y «existenciales» de Feuerbach posibilitaron la
cuestión —recogida hace poco por los marxistas— de la
salvación del concepto de «constitución del mundo» de
las ruinas del idealismo en una teoría (y praxis) comple
tamente diferentes.15
116
EL LUGAR DE FEUERBACH EN LA HISTORIA
DEL MATERIALISMO
118
de lo real, de lo materialmente existente —el materialis
mo, empirismo, realismo, humanismo—, la negación de
la teología es la esencia de Jos tiempos modernos. El pan
teísmo es por ello la esencia de los nuevos tiempos eleva
da a esencia divina, a principio religioso —filosófico... El
panteísmo es... materialismo teológico, la negación de la
teología, pero desde el mismo punto de vista de la teolo-
gía» ls*. Y sigue diciendo Feuerbach, refiriéndose de nue
vo a la era moderna: «Donde no falta el sentido, tampo
co faltan los sentidos, los órganos... De modo que la hu
manidad perdió en la época más reciente los órganos para
el mundo suprasensible y sus secretos simplemente por
que perdió el sentido para él junto con la fe en él, porque
su tendencia fundamental era una tendencia anticristiana,
antiteológica, es decir, antropológica, realista, materialis
ta. Spinoza dio por ello en el blanco con su paradójica
frase: Dios... es un ser extenso. Encontró la expresión
filosófica para la tendencia materialista del tiempo mo
derno; la legitimó, la sancionó. Dios mismo es materia
lista» 1B>.
Visto así, el panteísmo es una posición «intermedia»
entre la vieja teología y un materialismo fundamentado
en la pura ciencia natural. Una unidad problemática, que,
sin embargo, permite reconocer sin reservas a la natura
leza sin sacrificar su riqueza cualitativa Por ello, pudo
Marx, queriendo animarlo a la colaboración con él, afir-
Ibid.
’® Ibid., pp. 286 ss.; también, pp. 287 ss. y 244 ss. De modo
semejante describe el estudio de Engels sobre Feuerbach el papel
del panteísmo en la filosofía contemporánea: «Los filósofos... de
este largo período, desde Descartes a Hegel y de Hobbes a Feuer
bach, no fueron ni mucho menos impulsados sólo, como ellos
creían, por la fuerza del puro pensamiento. Al contrario. Lo que
de verdad los impulsó..., fue el poderoso... progreso de la cien
cia natural v de la industria. En los materialistas esto se ponía
de manifiesto ya en la superficie, pero también los sistemas idea
listas se fueron llenando cada vez más de contenido materialista
e intentaron reconciliar en el panteísmo la antítesis de espíritu
y naturaleza; de modo que en último término el sistema de He
gel representa sólo un materialismo puesto patas arriba, idea
lista por el método y el contenido» (í. c., p. 277).
Algo semejante ocurre, como L ukAcs ha mostrado, con la
evolución mental y política de Heine. Su sensualismo (panteísta)
«intenta... tanto superar el carácter mecánico del viejo materia
lismo como también las tendencias idealistas reaccionarias de la
filosofía de Hegel» (en Heinrich Heine ais nationaler Dichter,
l. c„ p. 117).
119
mar, aludiendo a la filosofía natural «dinámica» de Sche-
lling, que Feuerbach había realizado el «sincero pensa
miento de juventud» de éste; que «se ha convertido en
verdad, realidad, seriedad madura»
Desde luego que este momento especulativo no debe
inducir a error sobre el hecho de que Feuerbach se atiene
ante todo a la praxis inmediata de la investigación en
ciencias naturales. «La filosofía», reclama, «tiene que li
garse de nuevo con la ciencia natural, y la ciencia natural
con la filosofía. Esta ligazón, fundada en la necesidad in
terna..., será más fructífera que el actual concubinato en
tre la filosofía y la teología» Cuando Feuerbach insiste
en que el cristianismo se ve negado por toda la praxis
vital, y no de un modo meramente teórico, piensa sobre
todo en el papel social de la ciencia naturall,a, cuya «co
rona» ve en la antropología, el divulgado «secreto de la
teología» ’**. Por otra parte, hay declaraciones de Feuer
bach que manifiestan alguna precaución frente a las ten
tativas (divulgadas hacia 1850) del materialismo vulgar de
«reducir» totalmente el ser biológico al químico o inclu
so al mecánico. Escribe, por ejemplo, tras la lectura del
libro de Moleschott sobre la química fisiológica de los ali
mentos: «Creo... de hecho, que entre el punto de vista del
médico que tiene ante sí el organismo como tal, como ser
viviente, y el punto de vista del químico orgánico existe
todavía actualmente una diferencia necesaria y no resuel
ta, y que existirá mientras el organismo no sea disuelto
en la química completamente o ésta en aquél, en pocas
palabras, mientras el organismo no haya sido enteramen-15*
120
te explicado. Pues ¿qué es la actividad nerviosa y cómo
se comporta en relación al «intercambio de materia» en
que consiste la vida? A esto no encuentro respuesta algu
na en Moleschott» ,ss.
Evidentemente, si se revisa hoy su obra, Feuerbach ha
sobrevalorado la base específicamente científica de su fi
losofía. Esto se hace comprensible si se considera que los
métodos y resultados del progreso científico natural, al
contrario que hoy, no estaban todavía en el siglo xtx «cos-
movisionalmente» neutralizados en absoluto, y tenían por
ello un peso político inmediato*166.
Que el materialismo de Feuerbach no está primaria
mente fundado en las ciencias particulares se echa de ver
en su teoría de la «religión natural», construida a partir
del hombre sensualmente existente. En ella se expone, si
bien en forma apariencial-ideológica, la «verdad de la sen
sibilidad» ll17. «Así están interconectados», añade Feuer-
121
bach, «los "Principios de la filosofía” con... la "esencia
de la religión'”*. En las ideas de la religión natural se ex
pone, desde luego que inconscientemente, el hecho de que
la naturaleza «es una esencia primera, originaria, inderi-
vable» ira. Se la experimenta en primer lugar como poder
imponente, existencial, no científicamente. Esto se refleja
en la religión natural. Cuando Feuerbach la juzga positi
vamente no se trata para él de sustituir los artículos de
la fe cristiana por la fe en la naturaleza, tan a menudo
pequeño-burguesa. «La naturaleza», explica Feuerbach,
«no es para mí, en modo alguno, algo originario porque
la religión natural la vea y la venere como tal, sino que
más bien, del hecho de que sea algo originario, inmediato,
saco en consecuencia que tenía que aparecer como tal al
sentido originario, inmediato, próximo, por tanto, a la na
turaleza, de los pueblos. Dicho de otro modo: El hecho
de que los hombres veneraran la naturaleza como Dios,
no es..., en modo alguno, una prueba de la verdad del
sentido subyacente a este hecho; pero encuentro en él la
confirmación de la impresión que la naturaleza hace so
bre mí como ser sensible; encuentro en ello la confirma
ción de los motivos que me determinan como ser cultu
ral, intelectual, filosófico, a dar a la naturaleza, si no la
misma significación que le da la religión natural —pues
yo no divinizo nada, y tampoco a la naturaleza— sí una
significación análoga, semejante, modificada sólo por la
ciencia natural y la filosofía. Simpatizo de todas formas
con los veneradores religiosos de la naturaleza; soy un
apasionado admirador... suyo; comprendo..., a partir de
mis intuiciones e impresiones inmediatas sobre la natura
leza, que los pueblos antiguos, que todavía pueblos ac
tuales, puedan venerarla como Dios-»170.
De aquí se desprende la definición feuerbachiana de la
naturaleza, que anticipa la doctrina de Marx en cuanto no
determina la naturaleza solamente en el sentido de un
realismo epistemológico, como realidad «independiente de
la conciencia», sino, de modo más amplio, como el terre
no de la praxis, independiente de toda praxis humana:
«Entiendo por naturaleza la suma de todas las fuerzas
y seres sensibles que el hombre diferencia de sí como no
Ibid.
'» Ibid.
'« Ibid., p. 103.
122
humanos... O entendiendo prácticamente la palabra: na
turaleza es todo lo que se muestra... a los hombres como
fundamento y objeto de su vida... Naturaleza... es lodo
lo que no nace de las manos y los pensamientos de los
hombres» 171. Aquí insiste Feuerbach (anticipando el mate
rialismo dialéctico también en esto) la importancia de no
interpretar la naturaleza como sustrato ontológico-unita-
rio: La... materia del mundo... no debemos «pensarla
como algo homogéneo, carente de diferencia: una mate
ria tal es sólo una abstracción humana, una quimera; la
esencia de la naturaleza, la materia, es ya originariamen
te en sí un ser diferenciado; pues sólo un ser determina
do, diferenciado, individual es un ser real» ,s*. La «uni
dad de la naturaleza» ra consiste en su materialidad, pero
en realidad ésta se presenta sólo en forma particular:
«La naturaleza es luz. es magnetismo, es electricidad, es
aire, es agua, es fuego, es tierra, es animal, es planta, es
hombre, en cuanto ser que actúa involutaria e incons
cientemente... O, si vamos a la anatomía de la naturale
za, naturaleza es la suma de los seres y las cosas, cuyas
manifestaciones, apariencias y efectos, en los que... se re
velan su existencia y su esencia..., no tienen su funda
mento en los pensamientos..., sino en fuerzas astronómi
cas o cósmicas, mecánicas, físicas, químicas, fisiológicas
u orgánicas...» Precisiones cuyo valor reside en el re
conocimiento de diferencias formales en el interior del ser
natural (manteniendo el materialismo), relativizando así
el mecanicismo; siguen estando —cosa a la que apenas
se prestó atención en la literatura —en el horizonte de
Hegel y de la filosofía romántica de la naturaleza.
Ciertamente, como Lukács subraya, se inclina todo
panteísmo a «cielificar religiosamente al más acá
polémicamente contrapuesto al más allá» ,!t. Y ya el joven
Engels lo llama el «último escalón antes del modo libre
123
y humano de ver las cosas» i;t. Por lo que se refiere a
Feuerbach, ha contribuido, como se vio claramente, de
modo esencial a la crítica del panteísmo. Sin embargo,
hay que comprender en su contexto histórico-filosófico los
«restos» panteístas que todavía (y no sin razón) se le
echan en cara, en lugar de negarlos. Feuerbach no es ni
idealista especulativo ni materialista, al menos si por ma
terialista se entiende aquel pensamiento que intenta «re
trotraer todo lo cualitativo a lo meramente cuantitati
vo» w y, orientado de un modo groseramente naturalista,
desemboca en «una física absoluta» m. El materialismo de
Feuerbach rechaza este «caput mortuum de la naturaleza
con el que sinceramente nada puede hacerse» m. Es ver
dad que los escritos de Marx y Engels de 1845-6 lo cuen
tan todavía entre el pensamiento burguesamente limita
do, más precisamente, entre la «Ideología Alemana»; pero
conceden que Feuerbach «tiene sobre los materialistas
"puros" la gran ventaja de que ve que también el hom
bre es "objeto sensible"» al abrirse paso hasta lo an
tropológico pudieron concebir la materialidad de un mo
do nuevo: práctico-histórico.
De tal modo sobrepasa Feuerbach los enunciados de
las ciencias naturales elevados a la categoría de metafísi
ca que sirvieron a la burguesía occidental de 1879 en su
lucha de emancipación contra la teología, la feudalidad y
el absolutismo. El materialismo cuantificador de los si
glos xvii y xviii, hay que recordarlo brevemente, se repre
senta el universo como materia movida por una causali
dad mecánica, matemáticamente determinada. «El mun
do», dice su representante clásico, Hobbes, en el Levia-
tán, «es corpóreo; tiene la dimensión de lo extenso, lon
gitud, anchura y profundidad; de modo que toda parte
del universo es cuerpo, y lo que no lo es no es parte del
universo; pero como el universo lo es todo, lo que no es
parte suya no es nada y nunca puede serlo»1S1. En el pri
mer libro de sus Elementos filosóficos define Hobbes los
cuerpos (o la cosa material) del modo siguiente: «Cuerpo
m Die Lage Englands. Thomas Carlyles «Past and Presenta, en
Marx/ E ngei^, Werke, t. I, /. c., p. 547.
m Schopenhauer, Die Welt ais Wille und Vorstellung, segundo
tomo, l. c., p. 357.
Ibid., p. 361; tam bién, pp. 195 ss.
Ibid., p. 360.
1.0 Die deutsche Ideología, l. c., p. 44.
1.1 Citado según H olbach, System der Natur, l. c., p. 381.
124
es todo lo que independientemente de nuestro pensamien
to coincide con cualquier parte del espacio o se extiende
junto con ella» Todo conocimiento se funda en último
término en «fantasmas de los sentidos y la imagina
ción» m, siendo las cualidades como color, tono, gusto o
temperatura secundarias; no constituyen la estructura ob
jetiva de las cosas —meramente su modo de afectar nues
tros instrumentos sensoriales. Marx y Engels (con excep
ción de Bloch, esto se tiene poco en cuenta en la literatu
ra) no enlazan con el materialismo fisicalista, sino que por
medio de Feuerbach— retroceden hasta la filosofía natural
de Bacon 183\ Este es, en efecto, «el verdadero padre de
toda la ciencia experimental moderna» Pero La Sagrada
Familia acentúa que, frente al materialismo puramente
cientificista del siglo xvn, el suyo contiene, si bien «de
modo ingénuo», «gérmenes de un desarrollo universal» m.
Como Giordano Bruno y pensadores próximos del Renaci
miento, presenta Bacon un concepto creador de la materia,
que admita formas cualitativamente diferentes. «La mate
ria», lo interpreta Marx, «sonríe en un resplandor poéti-
co-sensual a todo el hombre»; entre sus propiedades «el
movimiento es la primera y preferida, no sólo como mo
vimiento matemático y mecánico, sino más aún como im
pulso, espíritu vital, elasticidad, como tormento —para
usar la expresión de Jakob Bohme— de la materia. Las
formas primitivas de esta última son fuerzas esenciales
vivas, individualizadoras, inherentes a ella, productoras
de las diferencias específicas» Y en otra parte se bur
la Marx de los jóvenes hegelianos que —en rígida oposi
ción al espíritu— «presentan (la materia)... como finita,
burda, brutal, muerta e inorgánica»
En oposición a esto —de ello no deja Marx duda al
guna— se convierte la filosofía materialista en el mucho
más sistemático Hobbes en «unilateral» y «enemiea del*l
'** Hobbiís, Lehre vom Korper, trad. alemana de Max Frischei*
sen-Kóhler, Leipzig, 1949, p. 85.
in Cf. acerca de esto el instructivo resumen (claramente influi
do por los trabajos de Feuerbach sobre Historia de la Filosofía)
del materialismo anglofrancés en La Sagrada Familia, l. c., pági
nas 131-141.
Ibid.
m Ibid., p. 135.
l“ Ibid.
l“ Ibid.
Ibid., p. 99.
125
hombre»: «La sensibilidad pierde sus flores y se convier
te en la sensibilidad abstracta del geómetra. El movi
miento físico se sacrifica al mecánico o matemático...
Para poder superar al espíritu descarnado, enemigo del
hombre, en su propio terreno, tiene el materialismo que
mortificar su carne y hacerse asceta. Aparece como un
ser del entendimiento, pero desarrolla también la conse
cuencia implacable del entendimiento» 1W .
Es ilustrador que Marx y Engels —pisando a su vez
suelo decididamente feuerbachiano— no pudieran conten
tarse con esta forma del materialismo; necesitaban de un
concepto menos «derivado» de la realidad, tanto especí
ficamente humana como mundanal. La meta de su doc
trina: la emancipación de individuos corpóreos, la univer
salidad de sus fuerzas productivas, pierde su sustrato
cuando el mundo palidece hasta convertirse en «un mun
do de cuerpos... más o menos despojados de su forma
sensible» m y se afirma secamente que también el hombre
está sometido a sus leyes. No hay que extrañarse si los
fundadores de la teoría del socialismo prefieren a este
—abstracto— materialismo el francés del siglo xvm. por
cuanto —como el de Helvecio— está orientado hacia la
vida económico-social1M. Pues también han indicado —re
petidamente en La Sagrada Familia— «la necesaria cone
xión» de la filosofía inoral materialista con las metas del
socialismo: «Si el hombre se forma... todo conocimien-*18
126
to... a partir del mundo de los sentidos, importa instau
rar el mundo empírico de tal forma que experimente en
él lo verdaderamente humano... Si el interés bien enten
dido es el principio de toda moral, importa que el inte
rés privado... coincida con el interés humano. Si el hom
bre no es libre en el sentido materialista, es decir, es li
bre, no por la facultad negativa de poder evitar esto o
aquello, sino por el poder positivo de hacer valer su pro
pia individualidad, hay que dar...a cada uno espacio so
cial para su manifestación vital esencial. Si el hombre es
formado por las circunstancias, hay que formar humana
mente las circunstancias. Si el hombre es social por na
turaleza, sólo desarrolla su verdadera naturaleza en la
sociedad, y no hay que medir el poder de su naturaleza
en el poder de los individuos singulares, sino en el de la
s o c i e d a d » As í caracterizan los autores el contenido
esencial del materialismo francés, en la medida en que
éste no desemboca en la ciencia natural, sino que (a tra
vés de Fourier, Dézamy, Gay, Owen y otros) se hace «doc
trina del humanismo real» y «base lógica del comunis
mo» m. Como se ha dicho, es digno de ser meditado el he
cho de que Marx y Engels enuncien este juicio cuando
se dedican a combatir a Hegel y a su escuela con medios
feuerbachianos. Pues Feuerbach representaba para ellos
«el materialismo coincidiendo con el humanismo... en el
plano de lo teórico», como «el socialismo inglés y fran
cés... en el de lo práctico»*
•“ Ibid., p. 138.
m Ibid., p. 139. Cf., también, sobre esto el estudio de R ogkr
G araudy, Die franzosischen Quellen des wissenschaftlichen Sozia-
lismus, Berlín, 1954.
** Ibid., p. 132. En la carta de Marx a Feuerbach de 11-8-1844
se pone de manifiesto cómo aquél era consciente de la conexión
—por lo que al contenido se refiere— entre la filosofía sensualista
de Feuerbach y las doctrinas socialistas utópicas de los franceses;
allí se dice; «Es un fenómeno curioso cómo... la irreligiosidad
del hombre que se siente como hombre... ha descendido hasta el
proletariado francés. Tendría usted que haber vivido una de las
asambleas de los ouvriers franceses para poder creer en la fres
cura virginal, en la nobleza que se desprende de estos hombres
agotados por el trabajo... En todo caso... la historia prepara
entre estos "bárbaros" de nuestra civilizada sociedad los elemen
tos para la emancipación del hombre. La antítesis entre el carác.
ter francés y el nuestro alemán... no me había salido al paso
de modo tan chocante como en un escrito de Fourier, que co
mienza con las siguientes frases; "Vhomme est tout entier dans
ses passions”. "Avez-vous jamais rencontré un homme qui pen-
127
Era necesario este excurso en la prehistoria de la teo
ría marxiana para documentar, una vez más, qué momen
tos —nuevos— de la filosofía sensualista de Feuerbach
permitieron la transición al punto de vista económico-
dialéctico. Tan poco «mecánico» era el materialismo de
Feuerbach que Marx y Engels se pudieron servir de los
argumentos de éste contra los verdaderos voceros de
aquél m. Al plantearse metódicamente al hombre como un
ser al par sensiblemente necesitado y apasionadamente
activo, otorga valor a cualidades —intensivas— de la na
turaleza que el ala «fisicalista» del viejo materialismo ha
bía desatendido (y que incluso se les hicieron difíciles a
espíritus avanzados como Diderol). Mérito de Feuerbach
es el recurrir, en el contenido, a los rasgos renacentistas
del materialismo aún abierto de la burguesía naciente,
incluso a la filosofía natural de Jakob Bóhme !**, posibi-
sál pour penser, qui se ressouvinl pour se ressouvenir qtti imagi-
nát pour imaginer? qui voulait pour vouloir? cela done est-il ja
máis arrivé á vous-méme?... non évidemment non\». El móvil
fundamental de la naturaleza, como de la sociedad, es por
tanto la atraction mágica, apasionada (no reflexiva) y "tota
étre, hontme, plante, animal ou globe a re<;u une somme de
forces en rapport avec a mission dans Vordre universel"...
¿No parecen todas estas frases como si el francés hubiera con
trapuesto adrede sus passions al actus purus del pensador ale
mán?» (F euerbach, Briefsvechsel, l. c., pp. 184-5). Marx alude sin
duda aquí al siguiente pasaje de las Vorlaufigen Thesen: «Sola
mente... donde al pensamiento se une la intuición, al Phlegma
escolástico de la metafísica alemana el principio antiescolástico,
sanguíneo del sensualismo y del materialismo francés, sólo allí
hay vida y verdad» (/. c., pp. 254 ss.).
1M Naturalmente que la realidad específicamente humana a la
que Feuerbach, Marx y Engels han dado acceso necesita de un
análisis económico de su contenido; sería falso aceptar (con los
«socialistas verdaderos») que «sólo se rifccesita hacer a Feuerbach
práctico, aplicarlo a la vida social, para tener la crítica completa
de la sociedad existente» (Deutsche Ideologie, l. c„ p. 479).
m Cf. sobre esto, la Geschichte der neueren Philosophie von
Bacon von Verulam bis Benedikt Spinoza de F euerbach (redacta
da todavía, por supuesto, en el espíritu del hegelianismo de iz
quierda), en Gesammelte Werke, t. 2, l. c.; sobre el materialismo
de Bacon, cf. pp. 57 ss., donde Feuerbach —y esto caracteriza
al mismo tiempo su posición posterior— subraya que Bacon «es
taba llamado a despertar el estudio de la física, en tanto no es
mera «matemática aplicada» sino física; su espíritu estaba... orien
tado hacia la cualidad de las cosas, afanado por captar las co.
sas en su ser y vida específicos, cualitativos. El concepto que le
domina es el de... cualidad; de ahí también que resalte de ese
modo la experiencia... Pues la cualidad es objeto... de la sola
percepción sensible, y sólo mediatamente se hace así... objeto
128
litando así una teoría del ser material cualitativamente
escalonado.
Si ponemos de nuevo sobre el tapete la cuestión del
panteísmo de Feuerbach es porque tiene una significa
ción clave en relación al lugar histórico del filosofar feuer-
bachiano. Vimos lo positivamente que aprecia la influen
cia de Spinoza sobre la conciencia crítica de la época mo
derna. En los Principios fundamentales lo llama «Moisés
de los modernos espíritus libres y de los materialistas»
Y ya antes, cuando se dedica a sus trabajos sobre histo
ria de la filosofía, escribe: «Por muy opuesto al espíritu
de todo Spinoza que sea el realismo práctico, desdeñoso
de la especulación, de los sistemas llamados sen
sualismo y materialismo de los ingleses y franceses, tie
nen, sin embargo, su último fundamento en aquella vi
sión de la materia que Spinoza, como metafísico, expresó
en la renombrada frase: la materia es un atributo de
Dios» tK. El sustancial principio de unidad de Spinoza,
deus sive natura, podía de este modo convertirse en la al
ternativa aul deus aut natura
del pensamiento... Por eso se queda... Bacon sólo ahí. Pues el
concepto que domina a Hobbes y —Descartes y otros investiga
dores de la naturaleza es el de cantidad, la naturaleza es su ob
jeto sólo del lado de su determinabilidad matemática. Bacon en
cambio resalta... la forma de la cualidad... La naturaleza es ob
jeto para él sólo en esta forma, es... la forma primitiva de la
naturaleza. De ahí que diga también que incluso la primera ma
teria tiene que ser pensada en unión con el movimiento y la cua
lidad... Por esto dice de sí mismo que procura investigar en par
ticular las pasiones o appetitus materiae». Sobre Botone, cf. pá
ginas 174 ss. De los pasajes antes citados de La Sagrada Familia
se desprende con claridad que el estudio de Feuerbach les era
conocido a los autores.
m Grundsatze, I. c., p. 287.
1,7 Citado según K aki. G r í In , Ludwig Feuerbach in seinem Brief-
xvechsel und Nachlass, t. I, Leipzig/Heidelberg, 1874, pp. 324 ss.
Feuerbach sigue aquí con toda claridad la construcción de la
Geschichte der Philosophie de Hegel según la cual en el materia
lismo francés «se cumple... la sustancia de Spinoza» (Sdmtliche
Werke, l. 19, Glockner, Stuttgart, 1959, p. 509). En otros jóvenes
hegelianos resulta de ahí «la escuela francesa de Spinoza» (Heili■
ge Fatnilie, l. c., p. 139). Por el contrario, Marx y Engels presen
tan dos corrientes del materialismo francés, una de las cuales se
retrotrae a Descartes, la otra a Locke. Aquélla desemboca en el
materialismo mecanicista y la ciencia natural francesa, la otra
se convierte en fuente inmediata de las doctrinas socialistas
(cf. ibid., p. 132; pp. 138 ss.).
’* Sobre la interpretación de Spinoza por Feuerbach, cf. Plu-
janok, Grundprobleme des Marxismus, Berlín, 1958, pp. 21 ss.;
129
Feuerbach (esto apoya nuestra tesis del carácter no
mecanicista de su filosofía) no está conforme con derivar
el materialismo específicamente alemán de Holbach o de
Lamettrie Por el contrario, intenta demostrar que —en
la historia de las ideas— tiene un «origen religioso; co
mienza con la Reforma; es un fruto del amor de Dios a
los hombres, cuya imagen, o mejor, esencia, no encontra
ron los reformadores en un amor indeterminado, fantás
tico, sino en el amor más íntimo del hombre... Hasta el
protestantismo no se hizo verdad antropológica, es decir,
viva, real, lo que en el catolicismo no era más que una
imagen teológica o sacramento; "Dios es el amor”. Pero
sólo ama cuando ama con el mismo corazón, con la mis
ma interioridad y autenticidad, con que el hombre...
ama... al hombre. Esta... humanización y verificación del
amor divino... es el resultado de la Reforma... El amor...
que no es una mera frase... clerical, el... amor humano...
es esencialmente patológico, es decir..., lleno del padecer
material, real de la humanidad... El verdadero amor...
nada sabe de una psicología separada de la anatomía y la
fisiología. Y este amor, este Dios, que tiene en su cora
zón no sólo la salud de nuestra alma, sino también nues
tra vida y bienestar corporales, que no está presente en
la historia sacerdotal, sino en nuestro cuerpo natural, que
no sólo se encarnó una vez sino que se une todavía ahora
con nuestro cuerpo y nuestra sangre..., que enciende en
el cerebro la luz del conocimiento, en el corazón la chis
pa de los afectos, al menos de los buenos... —este Dios
es el padre del materialismo. El materialismo alemán es,
por consiguiente, un alemán auténtico... que vio la luz
del mundo va en tiempos de la Reforma...»*"'.
Con razón se pone continuamente de relieve en la li
teratura sobre Feuerbach que su crítica de la religión su
prime a Dios como sujeto absoluto, pero no los predica
dos divinos; a Feuerbach se le representan éstos como pre
dicados de la naturaleza humana y exterior al hombre, as
cendida de rango. Identificando a Dios con la naturaleza,
y declarando a ésta como origen del hombre, Spinoza an-
también S. Rawidowicz, Ludwig Feuerbachs Philosophie. Ursprung
und Schicksal, 2.* edic., Berlín, 1964, pp. 179-181.
Cf. F euerbach, Samtliche Werke, reeditado por Wilhelm Bo
lín y Friedrich Jodl, t. X (Schriften zur Ethik und nachgelassene
Aphorismen), Stuttgart, 19J1, p. 155.
*» Ibid., pp. 155 ss.; 157.
130
ticipa el antropologismo naturalista. El reparo que, pese
a esto, le opone Feuerbach es el modo demasiado abs
tracto en que aparece en el el atributo divino-natural de
la «extensio»; la naturalidad, que se reconocía al mismo
tiempo, se volatiliza, el «amor dei» se hace «amor intellec-
tualis». De ahí se desprende necesariamente que a la sus
tancia de Spinoza le falta todo elemento subjetivo-m/en-
sivo, histórico-evolutivo; «se mantiene», como ya Hegel
(y tras él el Marx feuerbachiano) nota, «en la rigidez, en
la petrificación, sin fuentes bohmianas» ***.
Feuerbach (esto se tiene en cuenta raramente) ve «la
naturaleza como entendida en un eterno progreso» **; és
ta «no es capaz de cualquier cosa en cualquier tiempo...;
lo que pone de relieve... está ligado a condiciones... La
característica de la tierra es actualmente la estabilidad;
el tiempo de las revoluciones pasó; se desató ya... Pero
lo mismo que el hombre sólo desenvuelve fuerzas extra
ordinarias en tiempos extraordinarios..., así también des
arrolló la tierra su fuerza creadora zoológica sólo en el
tiempo de las revoluciones geológicas..., en que todas sus
fuerzas y elementos se encontraban en su mayor fermen
tación, hervor y tensión. Conocemos la naturaleza sólo
en su status quo actual; ¿Cómo podemos entonces con
cluir que lo que ahora no sucede en la naturaleza... no
pudiera ocurrir en absoluto..., tampoco bajo condiciones
completamente distintas?» ” . La naturaleza atraviesa una
serie de estadios, en los que sucesivamente —simultánea
mente sólo más tarde— se hacen activos «fuerzas y resor
tes mecánicos, físicos, químicos, vegetales, animales» **.
Feuerbach no niega, por tanto —al contrario que He
gel—, que la naturaleza evoluciona en el tiempo, que tie
ne auténtica historia. Según él sólo así puede responder
se de modo adecuado la difícil cuestión de cómo derivar
el espíritu de la naturaleza. Si se parte de que ambos son
entidades fijas, si se hace uno «una idea demasiado des
pectiva de la naturaleza..., demasiado elevada, distingui
da del espíritu»1*', se ha establecido ya con ello la inso
131
lubilidad del problema. El que afirma que el espíritu no
surge de la naturaleza, lo declara tácitamente un ser ex
tra y supraterreno. «De hecho», corrobora Feuerbach iró
nicamente, «el espíritu... tal como lo conciben los teístas,
no es explicable a partir de la naturaleza; pues ese espí
ritu es un producto muy tardío, y además... de la fanta
sía y de la abstracción humanas, y por ello tan poco de-
rivable de la naturaleza como un teniente, un profesor o
un ministro pueden explicarse inmediatamente a partir
de ella, ni siquiera del hombre» ***. Se trata de indagar los
eslabones intermedios.
A pesar de ocasionales resonancias a Lamarck o Dar-
win no debe confundirse la concepción que Feuerbach tie
ne de la naturaleza con el evolucionismo común a finales
del siglo xix. «Feuerbach», subraya también Rawidowicz,
«no conoce ni la mecanística consecuente ni la atomís
tica; la naturaleza forma para él una unidad orgánica»*”.
Desde luego que de esto saca la conclusión falsa de que
este «naturalismo», «en modo alguno, es de cuño mate
rialista» Como a la mayor parte de los intérpretes bur
gueses le repugna ya el pensamiento de un materialismo
que no sea exclusivamente cuantilativista. Cuando Feuer
bach niega tanto el «materialismo mecanicista extremo»
como el «idealismo espiritualista»*”, no es que tenga la
diferencia entre las corrientes filosóficas fundamentales
por irrelevante, como Rawidowicz viene a decir, sino que
quisiera determinarlas de nuevo sobre una base antropo
lógica.
Esta doble posición frontal de Feuerbach, que apare
ce especialmente nítida en su recepción del Spinozismo,
criticando sus rasgos mecanicistas tanto como los teoló
gicos, tiene un gran interés. Muestra que la filosofía de
Feuerbach es el eslabón final de una tradición alemana
de pensamiento que lleva de Tschirnhaus a Lessine, Her-
der y Goethe pasando por Stosch, Lau y Edelmann
** Ibid., p. 174. (Subrayado mío.)
S. R aw idow icz , Ludwig Feuerbach* Philosophie, l. c., p . 177;
cf., también, p. 219, donde Rawidowicz cita la frase del legado de
Feuerbach; «Pero no hay para nosotros más que una vida orgá.
nica, un actuar orgánico, un pensar orgánico»; cf. sobre esto, asi
mismo, p. 222.
** Ibid., p. 177.
*» Ibid., p. 218.
*10 Cf. sobre esta tradición los siguientes estudios marxistas:
Paui. Rilla, Lessing und sein Zeitalter, Berlín, 1960, sobre todo las
132
«Lo que Goethe podía expresar solamente de modo in
mediato», dice el joven Engets aludiendo a Feuerbach,
«se encuentra desarrollado v fundamentado en la más
moderna filosofía alemana» Tanto menos podrá uno
atenerse a las consideraciones de Feuerbach —en cierta
medida apócrifas— sobre la «relación genealógica del ma
terialismo con el protestantismo» “ —con razón toma co
mo punto de partida la especulación renacentista sobre la
naturaleza—. No en vano tuvieron sus contemporáneos al
revolucionario médico Paracelso por el «Lutero de la me
dicina». La nueva imagen de la naturaleza (para ventaja
suya también afectada todavía por elementos místico-
"góticos") estaba cualitativamente articulada, y justo por
eso era susceptible de mediación con la actividad huma
na. Así apunta la nostalgia de Fausto y del joven Goethe,
según Lukács, a una «filosofía de la naturaleza que con
duzca a una convivencia perfecta con la movilidad de és
ta, una filosofía que lleva más allá de lo meramente con
templativo, de la muerta objetividad, de la falta de unión
entre el conocimiento de la naturaleza y la praxis huma
na» ”s. Este desiderátum es todavía familiar a Feuerbach.
Contempla la naturaleza como todo unitario, como sujeto
productivo incluso, según hemos visto. Lo que se llama
comúnmente «dios o la naturaleza» es «únicamente la im
presión y la expresión de la divinidad de la naturaleza» **.
133
Con ella se liga el hacer humano que traduce las propie
dades naturales, por ejemplo de la sal, en forma de «efec
tos económicos, médicos y tecnológicos»
La obra de Feuerbach cierra uno de los procesos del
siglo xvm más importantes para la historia de la ideolo
gía: el «debate sobre Spinoza» en la Ilustración alemana.
En él tomaron parte las mejores cabezas del tiempo. Jun
to a la metafísica escolástica leibniziano-wolfiana y la fi
losofía popular idealista surgieron pensamientos materia
listas sobre el trasfondo de una recepción (primero eso
térica, luego pública) del spinozismo fustigado como ateo,
que se convirtió así en la fuente y dirección canónica de
los materialistas alemanes**1*. En ello se reflejan, como
Marx ha expuesto en un contexto semejante, las contra
dicciones de un modo de producción «que se constituye
a partir de la sociedad feudal..., pero no ha encontrado
todavía su forma propia» *1T. Lo transmitido por la tradi
ción se traduce al lenguaje de lo nuevo; la filosofía bur
guesa se desarrolla todavía en sus principios «en la for
ma religiosa de la conciencia», con lo que, naturalmente,
«liquida por un lado la religión en cuanto tal, por otra,
y positivamente..., se mueve todavía únicamente en esta
esfera religiosa idealizada, disuelta en pensamiento»”*.
Por este conducto encarna la doctrina del todo-uno de
Spinoza una piedad cósmica traducida sin residuos a la
filosofía, muy alejada de la religiosidad ortodoxa. Recha
za la imagen trascendente de Dios mediante la idea de la
inconmovible regularidad del curso de la naturaleza; tam
poco el hombre puede sustraerse a él. Con esto están de
acuerdo los ilustrados progresistas alemanes. Lo que los
separa de Spinoza, aquello en lo que modifican la doctri
na de éste, está condicionado por las relaciones sociales
de su tiempo”’.
»'* Ibid. p. 9.
*'* Los detalles de este debate no vamos a explicarlos aquí;
cf., sobre su contexto histórico-íilosófico, A. W. G ulyga, Der
Deutsche Materialismus am Ausgang des 18. Jahrhunderts, l. c„
pp. 28 ss. y 45 ss.
*,J Marx, Theorien über den Mehrwert, Parte 1, Berlín, 1956,
página 18.
*'* Ibid.
*'* El libro de H erbert Lindner, Das Problem des Spinozistnus
im Scha.11en Goethes und Herders, l. c., analiza cuidadosamente
la unidad y diferencia entre Spinoza y el Spinozismo alemán; cf.
pp. 78-95. El trabajo contribuye esencialmente a la crítica de la
134
La burguesía alemana, comparada con la francesa o
la inglesa, era política y económicamente todavía extraor
dinariamente débil al final del siglo xvm Esto explica
el dominio pertinaz, si bien no indiscutido, de la filosofía
idealista durante el período de la Ilustración. El materia
lismo es recibido en forma teológicamente encubierta, no
en la del Sistema de la Naturaleza de Holbach 01. Junto a
esto se aceptan con entusiasmo las ideas prerrománticas
de Rousseau, el enemigo de (os «philosophes» (en particu
lar su revuelta «naturalista»). Hasta muy poco antes del
estallido de la Revolución Francesa cobran fuerzas las ten-
tesis difundida en la literatura oficial de que Goethe no lúe spi-
nozista, sino «místico neoplatónico».
Cf., sobre todo, los importantes análisis de Marx y Gngels
en La ideología alemana (/. c., pp. 176 ss.). «La situación de Ale
mania al final del siglo pasado se refleja perfectamente en la Cri
tica de la Razón Practica de Kant. Mientras, la burguesía france
sa se elevaba al poder mediante la más colosal Revolución que la
Historia conoce y conquistaba el continente europeo, mientras
la burguesía inglesa, ya políticamente emancipada, revolucionaba
la industria y sometía políticamente la India y comercialmente el
mundo entero, los impotentes burgueses alemanes no pasaban de
la «buena voluntad», aun cuando no diera resultado alguno, y
ponían la realización de esta buena voluntad, la armonía entre
ella y las necesidades e impulsos de los individuos en el más
allá. A esta buena voluntad de Kant le corresponde plenamen
te la impotencia, depresión y misére de los burgueses alemanes,
cuyos mezquinos intereses nunca fueron capaces de desarrollarse
hasta llegar a ser intereses comunitarios, nacionales, de una cla
se, y que por ello fueron explotados sin interrupción por los
burgueses de todas las demás naciones. Estos mezquinos intere
ses locales se correspondían por un lado con la estupidez real
mente local y provinciana, por otro con la hinchazón cosmopolita
de los burgueses alemanes». Cf., también, p. 178.
m Recuérdese cómo se expresa Goethe en Dichtung tmd Wah-
rheit sobre la famosa obra de Holbach, la biblia del materialis
mo mecánico: «Nos parecía tan gris, tan de laboratorio, tan mor
tecino, que... nos estremecíamos ante él como ante un fantasma...
El Sistema de la Naturaleza había sido anunciado, y esperába
mos enterarnos de algo sobre la naturaleza, nuestro ídolo... Pero
qué hueca y vacía se ie antojó a nuestro ánimo en esta triste me
dianoche atea... Debía haber una naturaleza..., movida... desde la
eternidad, y debía producir... los infinitos fenómenos de la exis
tencia. Hubiéramos estado contentos incluso con todo eso si el au
tor hubiera construido verdaderamente el mundo a partir de su
materia en movimiento delante de nuestros ojos. Pero, tras haber
puesto algunos conceptos generales, los deja abandonados en se
guida para transformar aquello que aparece como más alta na
turaleza en la naturaleza material pesada, cierto que en movi
miento, pero carente de dirección y de forma* (Werke, Hamburger
Ausgabe, t. 9, pp. 490-1).
135
dencias materialistas en el pensamiento alemán *, que,
como era de esperar, modifica característicamente el spi-
nozismo. La sustancia de éste es rígida y estática; en
Goethe y Herder, para nombrar los autores más impor
tantes, es viva e ilimitadamente productiva; «la necesidad
lógico-matemática del ser divino» se transforma en una
«causalidad dinámica de la fuerza divina»"9. La imagen
del mundo de Herder y Goethe va más allá del mero cam
bio de forma; representa «el pensamiento del desarrollo
de lo inferior a lo superior» El estudio de Lindner prue
ba que se perfilan en esto perspectivas nuevas, biológi
cas: «Si la mecánica clásica había enseñado, en tiempo
de Spinoza, a ver... el universo infinito de cuerpos en
movimiento como un todo unitario moviéndose según de
terminadas regularidades, y había abierto a la mirada del
hombre imponentes espacios ante los que él mismo y las
cosas de este mundo tenían que aparecer sólo como las
más pequeñas partículas de un nexo infinito, también se
crean todavía en su tiempo los fundamentos de la biolo
gía, que, en su ulterior perfeccionamiento, va poniendo
igualmente ante el hombre un gran reino en el cual todo
se disuelve delante de sus ojos en organismos»5,5 «Cuan
to más conocemos la materia», escribe Herder, «tantos
más organismos descubrimos en ella, de manera que el va
cío concepto de una extensión total... desaparece comple
tamente» Así resulta superflua la serie de Spinoza: sus
tancia-atributo-modo. En su lugar se pone el pensamien
to «de que la divinidad se manifiesta de infinitos modos
en infinitas fuerzas»**.
Leibniz, cuya huella puede reconocerse sin muchas di
ficultades en lo expuesto, es importante para el spinozis-
mo alemán porque incorpora los-nuevos conocimientos
científicos (en particular la concepción de que la natura
leza constituye una sucesión de estadios ligados por tran
siciones). Su Monadología corrige a Spinoza en cuanto
anticipa el «lado activo» (Marx) de la especulación idea
lista desde Kant hasta Hegel, si bien sólo en forma ger-
Cf. sobre esto, Lindner, /. c., p. 43.
S ciixeece, Goeihes Spinozisnuis (1911), citado en Lindner,
l. c., p. 82.
L indner, /. c., p. 80.
m Lindner, l. c., p. 87: cf., también, la cita de K. B iedermann,
Deutschland im achtzehnten Jahrhundert, pp. 87 ss.
m Citado en L indner, p. 88.
* Ibid.. p. 92.
136
minal. La mónada que produce de por sí sin cesar «repre
sentaciones» que constituyen el universo entero con arre
glo a su individualidad, más aún, que consiste en esta pro
ducción, «puede ser considerada como el modo despertado
a la vida y a la independencia», a la propia sustanciali-
dad ***. Esto se expresa en forma ideológica en que el mun
do se concibe cada vez más como producto, no de una di
vinidad extramundana, sino del trabajo histórico de la es
pecie humana. Por supuesto que de modo inmediato la
«actividad» como característica esencial de la sustancia
había de redundar en favor de la concepción de la natura
leza de un «spinozismo transformado» " . Sin por ello con
vertirse en leibnizianos, sin sacrificar sus fundamentos
' materialistas, se apropian Lessing, Herder y Goethe los
motivos desarrollados por Leibniz más allá de los rasgos
mecanicistas de Spinoza. «La naturaleza», dice Lindner,
«podía ser ahora vista en permanente desarrollo y movi
miento. El acontecer natural recibió carácter proce-
sual» m.
Pero junto con esto surge un concepto cualitativamen
te nuevo del hombre (y ésta es la más importante modi
ficación del spinozismo). Si la sustancia eterna de Spino
za se manifiesta, por hablar con Marx, como «naturaleza
disfrazada metafísicamente en la separación del hom
bre» “ , si éste juega en su sistema el papel puramente pe
riférico, contemplativo, de un modus finito, en Goethe y
Herder (como en general en toda la literatura del «Sturm
und Drang») se coloca en el centro como ser titánico ac-
137
tivo-cognoscente, transformador del mundo*". De todas
formas hay que prestar atención al hecho de que ya en
el mismo Spinoza están «latentes» «puntos de transición»
a la concepción de que «la esencia divina es en realidad
la esencia humana» La identificación de Dios y mundo
contiene en potencia la de Dios y el hombre.
No es otra cosa lo que enseña el «humanismo» de
Feuerbach, que aparece abiertamente como «el spinozis-
mo desprovisto de sus colgaduras teológicas» **. Entonces
se manifiesta el contenido materialista de éste. Sólo que
Feuerbach no lo toma en su forma mecanicistamente li
mitada. Esto había que documentarlo aquí en extenso.
Así, Feuerbach sabe —pensando dialécticamente de modo
tácito— de una «unidad del mundo» como «armonía de
causas y efectos» la naturaleza «no tiene principio ni
fin; todo se encuentra en ella en interacción; todo es re
lativo, todo causa y efecto al mismo tiempo; todo en ella
es omnilateral y opuesto»**. Vimos además que Feuer
bach, más avanzado que la mayoría de los materialistas
franceses, no ve en el hombre un simple caso especial de
naturaleza física, sino que, a la inversa (sin perjuicio de
su primado genético sobre el hombre) interpreta a ésta
en el medio de su realidad antropológica. Es incuestiona
ble que este planteamiento no se mantiene externo al con
cepto mismo de naturaleza. También abordamos esto aquí.
El materialismo de Feuerbach no muestra sólo la huella
de la especulación romántica sobre la naturaleza*" (que
138
a su vez —piénsese en la recepción por Schelling de Gior-
dano Bruno— echa mano de motivos del Renacimiento);
más que esto enlaza, al menos por lo que respecta al con
tenido, con el debate alemán sobre Spinoza, al que tam
bién «dinamiza» recurriendo a Leibniz®'. En tanto que
las bases sociales no posibiliten todavía un materialismo
histórico-dialéctico, las doctrinas «panteizantes», elevado
ras del hombre y de la naturaleza, permiten combatir a
la par al materialismo y al idealismo. Su más avanzado
representante en Alemania es Feuerbach. Su materialismo
no pasa de ser un episodio en la burguesía porque ésta
se encuentra frente al proletariado aun antes de haberse
constituido políticamente como clase.*238
139
EXISTENCIALISMO “MATERIAL” COMO
ANTROPOLOGIA COMBATIVA
141
tidos y por todos los lados. Pero aquello de lo que el hom
bre... se sabe dependiente... es la naturaleza, un objeto
de los sentidosȒn.
Debería ser desde aquí desde dónde mejor pudiera ex
plorarse el punto de partida antropológico de Feuerbach.
Siendo él mismo ser sensible, el hombre se experimenta
como dependiente de la naturaleza externa; pues en ella
«vivimos, nos movemos, somos; ella es lo que abarca al
hombre; ella es aquello cuya supresión suprime también
su propia existencia; ella es aquello mediante lo cual éste
existe, de lo que su actuar... depende en todo»”*. En esto
reposa la teoría del conocimiento —objetivamente orien
tada— de Feuerbach (que por supuesto él no desliga en
ningún momento de la realidad antropológica)’ «Si no
hubiera materia, la razón no tendría ningún estimulo, nin
gún tema para pensar, ningún contenido» ”*. El saber teó
rico no se funda en sí mismo; es un modo derivado de
apropiarse el mundo. Ya en la vida cotidiana se prueba
la sensibilidad —la teoría es sólo su agudización— del
hombre, vitalmente necesaria para la actividad. Es carac
terístico de la existencia sensible el que necesite de cosas
diferentes, independientes de ella: «Necesito aire para res
pirar, agua para beber, luz para ver, materia vegetal y
animal para comer, pero nada, al menos de modo inme
diato, para pensar» Las realidades a las que el hombre
(como todo lo vivo) se ve remitido de modo constante,
en las que se satisface, ponen de manifiesto su «esencia
objetiva»*“, un pensamiento que ha recogido y continua
do la discusión marxiana del proceso del trabajo en los
Manuscritos económico-filosóficos. Al alienarse (Hegel) un
organismo vivo en algo existente fuera de él, revela sus
cualidades: «Lo que... un ser es, se reconoce sólo a partir
de sus objetos; el objeto al que un ser se refiere necesa
riamente no es otra cosa que su esencia manifiesta. El341*5
341 Vorlesungen über das Wesen der Religión, l. c., p. 54; cf.,
también, pp. 32 y 91.
344 Ibid., p. 91. Formulaciones que muestran cuánta razón te
nían Marx y Engels cuando echaban en cara a Feuerbach pasar
por alto que los hombres, sobre todo en la moderna edad bur
guesa, experimentan la naturaleza sólo de modo indirecto: a tra
vés del filtro de su ser social’, en él «viven y colean», no en la
naturaleza inmediata.
313 Grundsdtze, l. t\, p. 289.
244 Ibid., p. 269.
345 Ibid., p. 267.
142
objeto de los animales herbívoros es la planta; pero me
diante este objeto se diferencian esencialmente de los
otros animales, los carnívoros. El objeto del ojo es la luz,
no el sonido ni el olor... Por ello también denominamos
en nuestra vida las cosas y los seres por sus objetos...
Quien labra la tierra es un labrador...; quien coge pesca
dos, un pescador» ”*.
Y Feuerbach obtiene de la ecuación vida=expresión
vital objetiva la conclusión filosófico-religiosa de que en
Dios, que es sólo un objeto del hombre, se expresa tan
sólo la esencia humana: «El ser supremo es objeto
del mismo ser supremo» Siendo Dios un objeto
exclusivamente humano, se disipa la distinción episte
mológica entre lo que es en sí y lo que es para los hom
bres. Esta sólo es necesaria respecto a un objeto inme
diatamente sensible, dado, por tanto, también a otros se
res. Así es la luz una «esencia universal»; no sólo afecta
a los hombres sino también a las plantas, los animales, los
minerales. Si queremos saber lo que la luz es tenemos
que investigar al mismo tiempo sus efectos sobre los seres
diferentes de nosotros”*. Aquí insiste Feuerbach en que
la diferencia «entre el objeto en si mismo y el objeto para
mí» está también «objetivamente fundada»”’; de ella no
se sigue ningún agnosticismo. Si el hombre tuviera más
órganos sensoriales no conocería más propiedades de la
naturaleza que ahora; entre él y sus objetos no existe
ninguna incompatibilidad de principio; «no hay más en
el mundo exterior, en la naturaleza inorgánica, que en la
orgánica. El hombre tiene exactamente tantos sentidos co
mo necesita para... captar... el mundo en su totalidad. Lo
mismo que el hombre... debe su existencia y su nacimien
to a la actuación conjunta de toda la naturaleza, así tam
poco están sus sentidos limitados a determinadas especies
o tipos de cualidades o fuerzas corpóreas, sino que abar
can la naturaleza entera»*50.
Un optimismo del conocimiento que sólo puede com
prenderse si se medita de nuevo en qué gran medida el
pathos feuerbachiano de la objetividad está concebido
—hegelianamente— desde el lado del sujeto, que en todo
*• Ibid., p. 270.
»» Ibid., p. 272.
" Cf. ibid., p. 271.
*• Ibid.
“ Vorlestingen iiber das Wese» der Religión, l. c., p. 145.
143
caso no aparece como «espíritu» sino como hombre sen
sible y corpóreo. Este es al mismo tiempo totalidad in
tensiva y momento del mundo. La metafísica (u ontolo-
gía) de Feuerbach es una metafísica de la sensualidad,
por la cual entiende «la unidad verdadera, no pensada ni
hecha, sino existente, de lo material y lo espiritual»151;
para él es equivalente a realidad absoluta —«absoluta» en
el sentido estricto de la palabra: desligada de la diferen
cia (no obstante insuprimible) entre sujeto y objeto*5*.
Expresamente explica Feuerbach que en La esencia del
Cristianismo ha logrado captar «la esencia absoluta como
esencia sensible, la esencia sensible como esencia absolu
ta»*3.
De ahí también el rechazo —fácil de malentender— de
Feuerbach de la alternativa entre idealismo y materialis
mo abstractamente planteada en el interior de la filosofía:
«Verdad no es ni el materialismo ni el idealismo, ni la
fisiología ni la psicología; verdad es solamente la antro
pología, verdad es sólo el punto de vista de la sensibili
dad, de la intuición; pues sólo él... me da la individuali
dad y la totalidad» *“. Tschernyschewski, un discípulo ruso
de Feuerbach que Marx apreció, comenta del siguiente mo
do el «principio antropológico»: «Consiste en que hay que
considerar al hombre como una esencia, que tiene una
única naturaleza; en no dividir la vida humana en diver
sas mitades que pertenecen a diferentes naturalezas; en
considerar cualquier lado de la actividad del hombre como
actividad de su organismo entero, desde la cabeza a los
pies, o, cuando se trata de una función especial de cual
quier órgano particular en el organismo humano, en in-
*> ¡bid., p. 19.
Recuérdese que F euerbach, ya en el escrito Zur Kritik der
Hegelschen Philosophie (/. c., p. 53) considera la estricta «distin
ción entre lo subjetivo y lo objetivo como característica para el
pensamiento genético-crítico, condicional».
843 Üher das »Wesen des Chrisientums» in Beziehune auf Stir.
ners «Der Einzige und sein Eigentum», en Gesammeíte Werke,
t. 9, 1. c.. p. 431.
354 Wider den Dualismus vom Leib und Seele, Fleisch und Geist,
en Gesammeíte Werke, t. 10, p. 135. De modo semejante subraya
Feuerbach en su réplica a Stimer que no es «ni materialista ni
idealista. Para Feuerbach son Dios, espíritu, alma, yo, meras abs
tracciones, pero lo mismo son para él meras abstracciones el
cuerpo, la materia. Verdad, esencia, realidad, es para él sólo la
sensibilidad. ¿Has visto tú, o sentido, alguna vez un cuerpo, una
materia? Sólo! has visto... este agua..., estas piedras..., estos hom-
144
vestigar esie órgano en su conexión natural con el con
junto del organismo. Esto parece ser una exigencia per
fectamente simple y, sin embargo, sólo en los tiempos más
modernos ha sido reconocida y satisfecha por los pensa
dores que se ocupan de las ciencias morales, y esto sola
mente por unos pocos de entre ellos, mientras que la ma
yoría del estamento de los doctos... sigue trabajando con
el anterior método fantástico de la descomposición anti
natural del hombre en mitades diferentes, procedentes de
naturalezas diferentes» **.
Lo que el ilustrado ruso pinta como punto de vista
metodológico, tiene obviamente para Feuerbach un signi
ficado primariamente metafísico. Lo que a él le importa
es reconocer «los límites de la física y la fisiología», pe
netrar en que «hay que completar y justificar el punto
de vista del conocimiento, de la teoría, mediante el pun
to de vista de la vida» **. «La vida», dice, «es el "punto de
vista del absoluto", la ciencia el... de... lo finito. La vida
une, la ciencia separa»®5. Feuerbach —esto es decisivo
aquí— se resiste al modo tradicional de separar materia
lismo e idealismo en la medida en que operaba con con
ceptos cosificados, poniendo en juego el ser «material»
contra el «ideal» o viceversa. «Ni el alma piensa y siente
—pues el alma es solamente la función... del pensar, el
sentir y el querer personificada e hipostasiada, transfor
mada en una esencia— ni el cerebro piensa y siente, pues
el cerebro es una abstracción fisiológica, un órgano des
garrado de la totalidad, separado del cráneo, del rostro,
del cuerpo todo, fijado por sí mismo» **.
Feuerbach se muestra aquí como discípulo de la es
peculación que, no obstante, criticó. Critica la ciencia
«analítica» de modo análogo al del joven Hegel (o al del
vitalismo de Bergson); está «en directa oposición con la
145
10
vida; va de fuera adentro, y la vida de dentro afuera» "9.
Feuerbach intenta superar el dualismo tradicional median
te el concepto —mediador— de la sensualidad. «La sen
sualidad», subraya, «es la última ratio, la summa summa-
rum, la doctrina de los sentidos es la doctrina de las últi
mas cosas...sensualidad es perfección. Si... te sales fue
ra del punto de vista de la... intuición vital, haces de un
ser perfecto un ser imperfecto; lo mutilas y lo haces tro
zos, lo disuelves en sus elementos; pero los elementos de
un ser, los determines, en cuanto materialista como áto
mos, como mónadas en cuanto espiritualista, como cuerpo
y alma en cuanto psicólogo empírico, no son todavía el ser
mismo. El entendimiento es la muerte, el sentido la vida
de las cosas...; pero éstas son lo que son sólo en tanto
sus elementos son recibidos en el haz de los sentidos»"6.
Feuerbach muestra además que el materialismo y el
esplritualismo «abstractos» son por necesidad complemen
tarios: «Si reducimos el cuerpo orgánico a determinacio
nes materiales abstractas como... las... de una cosa com
puesta, divisible, es entonces necesario, desde luego, ex
plicar los fenómenos del cuerpo orgánico que contradi
cen... esta determinación a partir de un ser fingido, espe
cial de propiedades contrapuestas. Pero el cuerpo orgáni
co... posee ya éstas en sí como cuerpo. Pese a toda la
multiplicidad de sus partes es "una cosa", una unidad
individual, orgánica. Esta... es el principio de la repre
sentación y la sensación» Lo extraño, lo rígido y cósi
co de un cadáver anatómicamente diseccionado, engen
dra también, según Feuerbach, «el extendido horror ante
el materialismo o ante el auténtico organismo» **. La gen
te se opone a «pensar el acto del pensamiento como un
acto del cerebro»"8; pues si el hbmbre piensa en su ce
rebro, «piensa involuntariamente la vida bajo la imagen
de la muerte, el cerebro como objeto anatómico..., con el
que le es tan imposible ligar el acto del pensamiento como
la vida con el cadáver. Engañado por su imaginación, no
ve que el cerebro como sujeto, como vivo, es un ser com
pletamente distinto del cerebro como objeto, que... lo in
terior del organismo en general... sólo en la muerte cae
*» lbid., p. 137.
*° lbid., pp. 138; 139 ss.
*> lbid., p. 131.
« lbid., p. 126.
** lbid.
146
bajo la categoría de materialismo propiamente dicho...,
se hace un objeto externo, palpable, visible, olfateable y
gustable, mientras que en la vida no es más que un obje
to del sentido interno, es decir, sentimiento de sí mis
mo» ***.
Era necesaria esta documentación exhaustiva de la ba
se totalista-organicista (o «sensible») de la «antropología»
de Feuerbach, dado el papel determinante (si bien hasta
ahora insuficientemente tenido en cuenta) que desempeñó
en el nacimiento del materialismo marxista. El concepto
feuerbachiano de la «vida» alterna entre el ser biológico y
el práctico-cotidiano. Con él enlazan Marx y Engels du
rante su período de formación. De este modo se hacen de
cisivos no sustratos «ontológicos» del mundo, sino los
«modos de existencia sociales de los hombres»*5. La rea
lidad antropológica, en cuanto suceder concreto, unitario,
está siempre más allá de las antítesis filosóficas. Frente
a ella, también el materialismo anterior —independiente
mente de sus méritos— se revela todavía como «abstrac
to»: es el «espirittialismo abstracto de la materia»**. El
materialismo del siglo xvin, dice Engels en el Esbozo de
una crítica de la Economía nacional «no atacó el despre
cio y el envilecimiento cristiano del hombre, y se limitó
a colocar como absoluto frente al hombre la naturaleza
en lugar del Dios cristiano» Y en otra parte, explica, de
modo todavía más preciso, que la «lucha (de la Ilustra
ción) contra la «abstracta subjetividad del cristianismo»
produce solamente la «unilateralidad contraria»: «a la
subjetividad se opuso la objetividad, al espíritu la natu
raleza, al espiritualismo el materialismo, a lo singular
abstracto lo general abstracto, la sustancia» **.
Los Manuscritos económico-fiosóficos replantean la
problemática filosófica idealismo-materialismo sobre el te
rreno preparado por Feuerbach, en el que la filosofía en
cuanto tal queda trascendida. La «solución del enigma teó
rico», se dice aquí, es «una tarea de la praxis, práctica
mente mediada»1*. Asimismo, la abstracta hostilidad en
*• lbid.
** Kritik des Hegelschen Staatsrechts, e n M arx / E ngels , Vierke,
t. 1, l. c., p. 241.
lbid., p. 293.
lbid., p. 500.
** lbid., p. 551.
** Okonomisch-philosophische Manuskripte, l. c., p. 552.
147
tre sentidos y espíritu no es solamente un asunto teórico;
es necesaria «mientras el sentido humano para la natura*
leza, el sentido natural del hombre, por tanto, no sea pro
ducido mediante el propio trabajo humano» *™ . Las
ciencias naturales, hasta ahora una fuente esencial de pun
tos de vista materialistas, deben ser reinterpretadas co
mo momento de la praxis histórica; sólo así pierden su
«orientación abstractamente material o más bien idealis
ta» *71. Marx reprocha a la filosofía que «saber» sea «su
única relación hacia los objetos» **. Pasa por alto que las
controversias que plantea pueden resolverse «únicamen
te mediante la energía práctica del hom bre»C oncibe
«como solamente teórica» lo que es «una verdadera tarea
vital»*7*. Marx subraya, por contra, el carácter mediador,
sintético, de la praxis humana: «Subjetivismo y objetivis
mo, espiritualismo y materialismo, actividad y pasividad
(pierden) su oposición y con ello su existencia como ta
les opuestos sólo en un estado social» —que por supues
to se encuentra completamente sólo en el comunismo175
El «naturalismo o humanismo consumados», resume Marx
este pensamiento en lenguaje feuerbachiano, se diferen
cia «tanto del idealismo como del materialismo» y es «al
mismo tiempo la verdad que unifica a ambos»; únicamen
te él logra «comprender el acto de la historia universal»*7'.
No menos clara es la huella de Feuerbach en La Sagrada
Familia. «Después que la vieja oposición entre materia
lismo e idealismo había sido combatida hasta el final
por todos lados», se dice aquí contra los jóvenes hegelia-
nos, «y superada de una vez por todas por Feuerbach, la
"crítica” la constituye de nuevo como dogma fundamen
tal en su forma más repugnante»*77.
Lecturas superficiales de estos pasajes podrían indu
cir a la falsa conclusión de que los autores hubieran arro
jado por la borda en sus escritos de juventud, junto con
el hegelianismo lo que Engels —con razón— llama más
tarde la «gran cuestión fundamental de toda filosofía, es-
148
pecialmente de la moderna: «la de la relación del pen
samiento respecto al ser, del espíritu respecto a la na
turaleza»*7*. La primera impresión es de hecho como si
los textos traídos a colación intentaran una suerte de com
promiso entre materialismo e idealismo, como si ambas
direcciones se juntaran de modo ecléctico carente de prin
cipios. Sin embargo, no es así. Feuerbach y sus partida
rios marxistas quieren más bien plantear de nuevo aque
lla «gran cuestión fundamental» en el terreno de la vida
(orgánica y social). Con ello deja de significar la contra
posición de dos sustancias determinada de modo interno
a la filosofía y pasa a la contraposición de materialidad
«práctica» y filosofía en cuanto relación meramente con
templativa con el mundo, sea materialista o idealista. La
«sensualidad» de Feuerbach constituye, como vimos, la
verdad más alta, por más plena de contenido, frente a las
abstracciones «fisiológicas» y «psicológicas» («cerebro» y
«alma»). Al determinarla como «actividad objetiva», hu
mano-sensible»*79 también, alcanza Marx el plano —aún
más concreto— de la praxis histórica, cuyas leyes no pue
den retrotraerse a las de la vida orgánica. El capítulo so
bre Feuerbach en La ideología alemana lleva en efecto el
subtítulo «Oposición de la visión materialista y la idealis
ta»*80. Pero no se refiere, sin embargo, a la vieja oposi
ción de meras cosas del pensamiento, liquidada por Feuer
bach «de una vez por todas», sino a la cualitativamente
nueva entre «especulación» y «exposición... del proceso
práctico de desarrollo del hombre»; con ella «pierde» la
«filosofía independiente... su medio de existencia»*81.
De todo esto debería desprenderse que la antropología
de Feuerbach —«sensualistamente» fundamentada— es
absolutamente autónoma. Sería falso, en particular, con
fundirla con esbozos modernos de una antropología que
se autoentiende «filosóficamente». Lo que Dilthey, Pless-
ner, Scheler o Landsbcre han presentado, sigue siendo*
** E n g els , Ludwig Feuerbach und der Ausgang der klassischen
deutschen Philosophte, l. c., pp. 274; 275.
** Thesen iiber Feuerbach, 1. c., cf. 5 y 6. Lenin (cf. Werke,
t. 38, l. c„ p. 280) comenta el paso marxiano del siguiente modo:
«El "primer principio” olvidado y desfigurado por el idealismo.
Por el contrario, sólo el materialismo dialéctico ha ligado el prin
cipio con la continuación y con el final». Habrá que volver a esto
en la discusión del concepto feuerbachiano de praxis.
*" Die deutsche Ideoloeie, l. c., p. 17.
*» Ibid., p. 27.
149
(pese a sus pretensiones de metafísica de la vida) acadé
mico. Feuerbach, por el contrario, exige que la filosofía
«asuma en sí misma la oposición a la filosofía»”s. Que con
siste en el «actus impuras o mixtus de la pasión..., que
es el único que nos mete en el flujo universal de las cosas
reales» Unicamente la «filosofía hecha hombre es... ver
dadera filosofía»”1; declara «la antropología... ciencia
universal» 35 —desde el punto de vista de la no-filosofía—.
Según Feuerbach la religión es ya más que simple sinsen
tido porque lo antropológico, «su verdadero objeto y con
tenido»*, es de una importancia decisiva.
Topos de la crítica a Feuerbach se convirtió desde
Marx y Engels que a su concepción del hombre le falta
una teoría de la historia desarrollada en cuanto al conte
nido. La extrañeza de Feuerbach respecto a ella se ex
plica, si no se disculpa, porque la referencia a la historia
y a lo históricamente devenido se encuentra en su tiem
po al servicio de tendencias romántico-conservadoras, par
tidarias de la autoridad estatal (Savigny, F. J. Stahl). Por
otra parte, al decir «historia» piensa, como el Nietzsche jo
ven, en historia meramente archivarial, paralizante: «Así,
para el historiador lo verdadero... es lo "histórico", no lo
vivo, lo sensible, lo actual... Todas las cosas y los seres le
interesan sólo en tanto se han convertido en objetos de
erudición histórica: modela siempre el presente según el
pasado... lo muerto es para él lo vivo, pero por eso mis
mo también lo vivo es para él lo muerto..., lo no exis
tente» **i.*7.
No obstante, sería falso negar a Feuerbach toda con
ciencia histórica. Sostiene el concepto de progreso de la
Ilustración, y sobre todo de Hegel: «Dios... como suma
de todas las realidades y perfecciones... es... la suma com
pendiada de las propiedades de la especie distribuidas en
tre los hombres, que se realizan en el curso de la historia
universal» *\ y que, por tanto, no están dadas en absoluto
por la naturaleza: «el hombre que surgió inmediatamente
de la naturaleza..., era... en principio sólo un ser natural,
“P Zur Beurteilung der Schrift «Das Wesen des Christentums»,
i. c., p. 241.
» Ibid.
** Ibid., p. 242.
885 Grundsatze, l. c., p. 337.
888 Das Wesen des Christentums, t. 1,1. c., p. 22.
887 Anthoropologischer Materialismos, t. I, /. c., p. 162.
888 Grundsatze, l. c., p. 279.
150
no un hombre. El hombre es un producto del hombre, de
la cultura, de la historia» *. Esta última determina el «an-
tropologismo» de Feuerbach más de lo que se desprende
de los escritos juveniles de Marx y Engels. Cuando los fu
turos críticos de la Economía política reprochan a Feuer
bach que transfigura «a/ hombre» en lugar de ocuparse
de los «hombres históricos reales»190, que su «hombre»
(concebido de modo abstracto-general) conlleva rasgos del
pequeño burgués típico alemán, tienen razón por lo que
respecta al papel ideológico de su filosofía en las circuns
tancias de aquel tiempo. Sin embargo —esto se va ha
ciendo claro hoy— en modo alguno puede fijarse a Feuer
bach en una «imagen del hombre» estacionaria, una doc
trina de los invariantes. Expresamente asegura, de nuevo
en contexto de crítica religiosa, que es «presunción sepa
rar de la historia las necesidades del corazón, de las que
surgen las ideas cristianas..., colocarlas como necesidades
atemporales, suprahistóricas, esto es, hacer del carácter
cristiano la esencia universal, simplemente absoluta, a la
que todos los tiempos sin distinción han de estar someti
dos». Quien se «cierra ante el poder de la... historia, de
clara como absolutas necesidades particulares, históri
cas» m.
En la medida en que puede hablarse de un «método
histórico» en Feuerbach, se encuentra éste asombrosamen
te cercano al del Marx maduro, gracias a su crítica al evo
lucionismo trivial: «No concluyo, como los historiadores,
del pasado al presente, sino de éste a aquél. Tengo al pre
sente por la clave del pasado,-no a la inversa, por la sen
cilla razón de que, aunque sea inconsciente e involuntaria
mente, mido siempre el pasado únicamente por mi situa
ción actual, lo juzgo, lo reconozco; por eso cada tiempo
tiene una historia distinta del pasado, no obstante ser
éste muerto e invariable en sí»”5.28901
289 Fragmente zur Charakteristik meines philosophischen curri
culum vitae, l. c., p. 178.
290 Die Deutsche Ideologie, l. c.; cf. p. 42.
291 Beleuchtung einer theologischen Rezension über *Das We
sen des Christentums», l. c., p. 185. Cf., también, sobre esto las
Vorlesungen iiber das Wesen der Religión (l. c., p. 106) donde se
dice: «Un hombre del siglo xvu no podría nunca, aunque no hu
biera tiempo en medio, ser el padre de uno del siglo xix, por
que la distancia cualitativa... entre las costumbres, los hábitos,
las ideas, los caracteres —y éstos se imprimen... incluso corpo
ralmente— hubiera sido demasiado grande.»
392 Vorlesungen iiber das Wesen der Religión, l. c., p d . 103 ss.
151
Feuerbach (también en ello se pone de manifiesto el
momento «histórico» de su pensamiento) designa la nue
va antropología como «filosofía del futuro»; debe des
cender «de la bienaventuranza sin necesidades del pensa
miento» a la «miseria humana»**. Por ello es por lo que
Feuerbach escribió «prácticamente». Su acercamiento me
tódico al hombre encierra crítica y acusación: apunta a la
emancipación de los individuos. Característico de todo
esto es un cierto vacilar (que también se encuentra en
marxistas como Marcuse): las cualidades humanas, sobre
todo las necesidades, ¿tienen que ser solaménte liberadas
tal como existen «en sí», o se trata de crearlas, de posibi
litarlas incluso, antes que todo? En lodo caso, se expresa
en la vacilación de Feuerbach la tensión entre la esencia
actualmente finita pero infinita potencialmente del hom
bre. No pudiendo desligarse nunca totalmente las necesida
des nuevas del hombre que puedan originarse de los de
seos impulsivos que hic el mine (y sea el que quiera el
modo de su deformación) manifiesta y realiza, oscila toda
teoría de la esencia humana entre los conceptos descripti
vos y los anticipadores.
Esto puede decirse también de la concepción de Feuer
bach. Lo que dice sobre el «ser» de hombre implica siem
pre un «deber ser» (históricamente mediado); la indivi
dualidad dada y la totalidad superada se condicionan re
cíprocamente. Así, el «ser» panteístamente objetificado es
en realidad el ser humano —un ser «indeterminado. pero
capaz de infinita determinación» **. De modo semejante
argumenta Feuerbach en relación al teísmo: «Dios no es
otra cosa que el prototipo y modelo del hombre* cómo
y qué es Dios, eso debe, eso quiere ser el hombre, o espe
ra al menos llegar a serlo alguna vez»”5. Eliminando lo
«suprahumano teológico», el ateísmo no desecha con él
«lo superior moral..., el ideal que todo hombre ha de pro
ponerse...; pero este ideal es y tiene que ser un ideal y
una finalidad humanos»38. Tiene que tratarse, dicho de
otra manera, de deseos «que no sobrepasen la especie o la
naturaleza humanas..., sino que se (fundan) en una nece
sidad e impulso reales de la naturaleza humana»; sólo
ellos son realizados «dentro de la especie humana, en el*49
*® Grundsatze, l. c\, p. 264.
494 Vorlaufige Thesen, l. c„ p. 260.
”s Grundsatze, l. c., p. 287.
494 Vorlesungen über das Wesen der Religión, l. c., p. 122
152
curso de la historia humana»’”. «En lugar de la divinidad,
en la que sólo se satisfacen los... deseos suntuosos del
hombre, tenemos, por consiguiente, que poner la especie o
la naturaleza humana..., el futuro histórico, el futuro de la
humanidad»*”. Es un hecho conocido que Feuerbach no
ha logrado salirse del progreso del conocimiento hasta
llegar a ja s condiciones objetivas económicas del progre
so real. Aquí se trataba de demostrar que hay en él al
menos acercamientos al análisis histórico.
Sobre este trasfondo se hace comprensible el pathos
«antropológico» de Feuerbach. La historia como tarea del
presente está también en juego cuando, en La esencia del
Cristianismo, llama al hombre el «verdadero Ens realissi-
mum», el «principio real positivo»*’ de su pensamiento.
Los Principios fundamentales determinan esto más de cer
ca por el lado gnoseológico: «Lo real en su... totalidad...
es sólo... objeto para una... esencia total. La nueva filo
sofía tiene por ello como principio de conocimiento, como
sujeto, no el yo..., la razón in abstracto, sino el ser real
y total del hombre. La realidad, el sujeto de la razón es
únicamente el hombre. El hombre piensa, no el yo, no la
razón»**. Sólo cuando el pensamiento no se hipostatiza
en «sujeto para sí mismo», sino que se le reconoce como
predicado y función de una esencia real, puede verse có
mo llega hasta el saber de los objetos. Al pensamiento
como tal no se le corresponde por anticipado el ser como
«determinación»; «La unidad de pensamiento y ser de
pende... del objeto, del contenido del pensamiento»""
Consideraciones sobre la antropología del conocimiento de
las que Feuerbach deriva el siguiente «imperativo categó
rico»; «No quieras ser filósofo como diferente del hom
bre, no seas más que un hombre pensante; no pienses
como pensador...; piensa en la existencia, en el mundo
como un miembro suyo, no en el vacuum de la abstrac
ción. como... mónada aislada.... monarca absoluto, como
Dios no participante fuera del mundo —entonces puedes
contar con que tus pensamientos son unidades de pensa
miento y ser» **.
** Ibid., p. 314.
** Ibid., p. 315.
“ Das Wesen des CUristentums, t. I, I. c., pp. 17 ss.
** Grundsatze, l. c., p. 333.
*“ Ibid., p. 334.
« Ibid.
153
La crítica de Feuerbach al concepto moderno de sub
jetividad se revela como existencialismo —material ***—;
surge junto con el rechazo (desde luego reflexivo) de la
filosofía en general. Uno de sus momentos es inherente
a todo el auténtico pensamiento de la existencia del si
glo xix. Los existencialistas avant la lettre: Kierkegaard,
Schopenhauer, también Nietzsche, son en tan escasa me
dida como Feuerbach o Marx (que en los años cincuenta
fue preferentemente interpretado «existencialmente») fi
lósofos positivos de la existencia en sentido académico.
Cuando se oponen a Hegel, el pensador sistemático por
excelencia, expresan la «esencial inadecuación de la filo
sofía frente a la existencia humana» pero se guardan
—a diferencia de la moderna ontología existencial y sus
variantes— de exagerar a su vez el impulso que toman del
pensamiento «abstracto» hasta una filosofía profesoral.
El materialismo antropológico pone la «Esencia de la
Filosofía» en su «negación»; proclama a la «filosofía ver
tida i» succum et sanguinem, hecha carne y sangre..., co
mo única filosofía verdadera»*". De ahí el reproche de
que la especulación idealista, al enseñar la identidad del
pensamiento y la cosa pensada, reduce la «existencia real
a una existencia de papel por el conducto de la pluma» **.
Frente a esto quiere Feuerbach, precisamente gracias a su
separación crítica de pensamiento y cosa, apoderarse de
ella tal como es en sí. ¿Pero cómo es esto posible? Feuer
bach tropieza aquí con la dificultad fundamental de toda
polémica contra Hegel. ¿Pues qué quiere decir cuan
do en La esencia del Cristianismo asegura que los pensa
mientos que escribe son conclusiones de premisas que no
son a su vez pensamientos sino «hechos objetivos..., que
** La primera tentativa de interpfetar a Feuerbach en el sen
tido de la filosofía existencial debe de ser la memoria de cátedra
del entonces discípulo de Heidegger LBwith, Das Individuum in
der Rolle des Mitmenschen, que apareció en 1928 (cf. /. c., pp._7-
15). Cf., también, sobre esto, M. G. Lange y G. Lehmann en su
nota preliminar a los Grundsatzen en la edición de Lange de los
Kleine Philosophische Schriften, Leipzig, 1950, pp. 82-85. En Fran
cia no sólo se interpretó existencialmente a Feuerbach, sino tam
bién a Stimer. Cf. el estudio de H enri Arvon, Aux sources de
Vexistentialisme: Max Stimer, París, 1954.
*• H erbert Marcóse, Existentialismus, en Kullur und Gesell-
schaft 2, Frankfurt am Main, 1965, p. 83. [Trad. castellana en Etica
de la 'Revolución, Madrid, Taurus, 3.a ed., 1970, pp. 55-94],
m Das Wesen des Christentums, t. I, /. c., p. 17.
*» Ibid.
154
por sobre su burda existencia en folio doble» ™ no po
dían ser alojados en su cabeza? Un hegeliano ortodoxo
podría responder que todo son aseveraciones abstractas,
que incluso de los hechos más pertinaces sabe únicamen
te por medio de sus conceptos, y esto por muy indepen
dientemente de todo pensamiento que se presenten; pues
se trata, en efecto, de hechos concretamente determina
dos. Si se rehuye la incognoscibilidad kantiana de la cosa
en sí y el golpe de fuerza de Hegel, que de la necesidad del
hombre de no disponer nunca más que de sus conceptos,
hace la virtud del idealismo absoluto, surge el problema
de cómo algo independiente del pensamiento, extraño a
él, debe dejarse determinar como tal en el interior del
pensamiento, cuya demarcación no podemos abandonar.
Hegel pone en último término aquello que no es idéntico
con el pensamiento, porque también su diferencia con el
pensamiento puede constituirse sólo pensando, del lado
del concepto —de este modo— absoluto. Reduce 'os con
tenidos materiales de los conceptos a sus formas intelec
tuales, bajo las cuales —ya en virtud del lenguaje— apa
reen. Feuerbach se rebela contra esto. Como Kierkegaard,
el «pensador existente» (que tanto le debe), quiere sal
var lo inmediato por irrepetible, singular. De ello, escribe
todavía en un trabajo originado en 1863-65, se habla en
Hegel sin cesar, «y, sin embargo, falta completamente a su
filosofía lo que esta palabra designa, lo inmediato; pues
no se sale nunca fuera del concepto lógico, al hacer de
antemano de lo inmediato una propiedad, en su lenguaje
un momento, de lo más mediato de lodo, del concepto
abstracto» **.
* Una crítica justificada en principio. Ya se
indicó que Feuerbach no consigue concretarse más allá
de esto, que —como la teoría dialéctica de la sociedad—
mantiene el pensamiento idealistamente concebido de la
mediatez de lo inmediato contra su forma idealista
*» Ibid.. p. 15.
** Artthropologisher Materialismos, t. I. /. c., p. 189.
m AI contrario de lo que suele decirse, no han negado en ab
soluto Marx y Engels ¡unto con el idealismo alemán su concepto
de «saber mediador». Sólo que (y ésta es una diferencia que afec
ta al todo) no lo identifican con la «posición» de lo que es no
vo. Lo «real» no puede, ni tejerse a partir del mero pensamiento
ni ser sin más afirmado precríticamente. Engels sobre todo
se toma drásticamente la problemática de la mediación, pero
correctamente con arreglo al contenido. Así se dice en la mono
grafía sobre Feuerbach que «no puede evitarse de ningún modo
155
Feuerbach quisiera, para hablar con Lówith, «regresar de
lo múltiplemente mediado y derivado a lo simple y ele
mental»"0, que a su vez es problemático.
Desde luego, parece oportuno en este lugar clave re
visar la interpretación hecha hasta ahora de Feuerbach.
también la de Marx y Engels. Con seguridad, Feuerbach
ha logrado preservar este existente individual (de modo
semejante, por lo demás, a Schelling, Kierkegaard y sus
contemporáneos de la izquierda hegeliana) pagando por
ello con demasiada frecuencia el precio de su irracionali
zación Pero por otra parte hay también en él principios
de ruptura del hechizo de la lógica de la identidad, sin
caer por ello en una irracionalidad incontrolada. Habría
que partir de su teoría sensualista del objeto, según la
cual sólo hay cosas y seres individuales. No obstante, ha
bla Feuerbach del hombre como de un «ser específico».
Habiéndole indicado Stirner la supuesta contradicción,
se ve Feuerbach obligado a explicar su terminología. In
siste en que Fm esencia del Cristianismo es el único es
crito en que «el motto de la época moderna..., la indivi
dualidad, ha dejado de ser una fórmula sin sentido....
pues sólo la negación de Dios (del ser abstracto, infinito,
como ser verdadero) es la posición del individuo, y sólo*310
que todo lo que mueve a un hombre tenga que pasar por su ca
beza» (t. c.. p. 281); pero es erróneo concluir de ahí la verdad
del idealismo. Si éste se redujera a reconocer la mediatez ideal
de todo lo inmediatamente vivido, entonces sería «todo hombre
de algún modo normalmente desarrollado un idealista de naci
miento, ¿y cómo entonces es que puede siquiera haber todavía
materialistas?» (ihid). De modo semejante se explica sobre la
conciencia ideológica. Le parece a ésta que «toda acción, por estar
mediada por el pensamiento, se... fundamenta también en él»
(Carta a Mehring de 14-7-1893, en Ausgewahlte Briefe, Berlín, 1953,
página 549). Cf., sobre la relación de lenguaje y mundo, Die
aeutsche Ideologie, 1. c., pp. 432 ss.
310 En el epílogo a su edición de Feuerbach Kleine Schriften,
Frankfurt am Main, p. 255. Cf. también sobre esto i.’ artículo
de LOwith, Vermittlung und Unmitteibarkeit bei Hegel, Marx und
Feuerbach, en el instructivo número dedicado a Feuerbach en la
Revue Internationale de Philosophie, año 26, núm. 101, Bruselas,
1972, pp. 308-335.
m Schf.li.tng escribe en su obra (inspirada en Jakob Bóhme)
Das Wesen der menschlichen Freiheit (1809) de la carencia de re
glas, de la contraconceptualidad inicial que es «en las cosas (donde
se encuentra) la base inaprehensible de la realidad, el residuo
que nunca se apura, eso que ni con el mayor esfuerzo puede
disolverse en el entendimiento, sino que permanece eternamente
en el fondo» (Edic. de Fuhrmann, Düsseldorf, 1950, p. 28).
156
la sensualidad el sentido cierto de la individualidad»*'*
Stirner, por el contrario, abstrae del ser natural; el yo
que él loa es, en cuanto «único, incomparable», un «yo
carente de sexo», un «resto no digerido del viejo suprana-
turalismo cristiano» El individuo tiene realidad sólo en
virtud de sus cualidades sensibles corporales. Pero justa
mente éstas le confieren a la par rasgos supraindividua-
les, específicos. Para el individuo puede que la «especie»
sea una abstracción —«en sí misma» tiene «existencia
sensible»Sl*. Como «naturaleza del hombre» que evoluciona
históricamente a‘\ es la especie el verdadero sujeto del
conocimiento: determinado social y biológicamente a un
tiempo; pues «existe sólo en... la oposición de yo y tu,
hombre y mujer» **.
Si el individuo es el «ser... verdadero, real»3", a esta
realidad pertenece no sólo su aislamiento «egoísta» de los
otros, sino también su comunidad con ellos*1*. ¿Por qué,
se pregunta Feuerbach, empleo el concepto de especie y
no digo sencillamente: este «individuo exclusivo»? Su res
puesta dice: porque entonces no sabría lo que quiero, per
dería toda propiedad conceptual, retrocedería al punto
de vista religioso Pues es propio de la religión elegir un
único individuo de una clase de objetos o de una especie
y enfrentarlo como sagrado a los demás individuos. «Su
perar una religión significa por ello... demostrar la iden
tidad de su objeto o individuo sagrado... con otros indi
viduos profanos de la misma especie»*1. Si al individuo
singular del cristianismo —el hombre dios— se le des
encanta antropológicamente, se «presenta», junto con su
«diferencia individual» y del mismo modo «innegable su
identidad con los otros individuos, su vulgaridad»*'. Só
lo puede reconocer al individuo quien reconoce al menos
a dos individuos. «Egoísmo» y «comunismo» coinciden, si
se mira la cosa moralmente. La «especie» no es cosificada310
111 Uber «Das Wesen des Christentums» in Beziehung auf den
«Einzigen und sein Eigentum», 1. c., p. 430.
«' Ibid., p. 433.
Ibid., p. 435.
Ibid.
310 Ibid.
»» Ibid., p. 432.
311 Ibid., pp. 432 ss.
3l» Ibid., p. 432.
**• Ibid.
331 Ibid.
157
por Feuerbach, sino que significa «frente al yo singular,
fijado para sí, el tú, el otro, el individuo humano existen
te fuera de mí en general... Lós límites de este individuo
no son tampoco los... de otro... los... del hombre pre
sente... ni tampoco los del hombre futuro»3*4. Visto epis
temológicamente, el concepto de especie es casi impres
cindible para Feuerbach, pues es preciso distinguir «in
cluso en el interior del mismo individuo, entre lo necesa
rio y lo superficial, lo individual en el sentido de lo ac
cidental, lo esencial y lo inesencial, lo próximo v lo leja
no»333. Momentos esencialistas, que suavizan el decidido
nominalismo de Feuerbach.
El que sólo la totalidad de los hombres, como Feuer
bach dice con Goethe, conozcan la naturaleza, vivan lo hu
mano m, avala la adecuación a la especie del contenido
concreto de su humanismo orientado «al individuo sensi
ble». Este es principio de la realidad y del conocimiento,
y tal diferente del «único» de Stimer, según ya se dijo,
como del «individuo» de Kierkegaard, pese a todas las
analogías que resulten de las circunstancias históricas o
de la común oposición a Hegel. Estos son ambos estruc
turalmente semejantes. El uno «se abandona a la nada»
en ilusoria independencia del mundo exterior, considera
de modo solipsista los hombres y las cosas como puro
material para su consumo y su goce; el otro rechaza todo
ser trascendente a la conciencia junto con el sujeto-ob
jeto especulativo (en la consecuencia). La «subjetividad
ético-existente de Kierkegaard» es, como Adorno ha mos
trado, una «interioridad carente de objeto» 345 que, sólo se*51
m Ibid., pp. 434-5. Marx ha interpretado también, en la carta
a Feuerbach del 11-8-1844 (no impresa hasta 1958), su concepto
de especie «sociológicamente». Se dicelen ella: «Ha dado V. —no
sé si con intención— un fundamento filosófico al socialismo, y
los comunistas han entendido en seguida estos trabajos de ese
modo. La unidad del hombre con el hombre, que está fundada
en la real diferencia entre los hombres, el concepto de la especie
humana traido del cielo de la abstracción a la tierra íeal, ¿qué
es sino el concepto de la sociedad?» (F t-uf.rbach, Briefwechsel,
l. c., p. 184).
511 Ibid., p. 437.
®* Zur Kritik der Hegelschen Philosophie, cf. /. c., p. 20
T hkodor W. Adornó, Kierkegaard. Konstruktion des Asthe
tischen, 2.“ edic., Frankfurt am Main, cf. pp. 50 ss. Así escribe
K ierkiígaard en la primera parte del Abschliessende unwissenschaf-
tlichen Nachschrift zu den philosophischen Brocken: «Para el
existente es el existir su más alto interés, y el estar interesado
en el existir la realidad». Y en otro lugar: «La única realidad
158
vuelve significativa (si es que se vuelve) para los hechos
exteriores como «oscuro ser otro» 3,íi. Stirner y, de un mo
do aún más articulado, Kierkegaard, siguen estando, pese
a su protesta contra el idealismo de Hegel, en el círculo
de la moderna filosofía inaugurada por Descartes. Parten
de la autoconciencia, a la que no corresponde ningún ob
jeto, sino una «conciencia del objeto». El mundo objetivo,
sobre todo social, del que su pensamiento es trasluz pe-
queñoburguesamente mediado, les preocupa poco.
Frente a ellos, cuando Feuerbach habla de «ser», «exis
tencia» y «realidad», estas categorías no se encuentran
bajo el signo de la soberanía imaginada (Stirner) ni de la
«conciencia desgraciada» (Kierkegaard). El pensamiento
de Feuerbach encarna —como el de Marx y Nietzsche—
el espíritu de la «mundanidad» radical. Transforma el
concepto de teoría y rompe (como ya se indicó) el tradi
cional esquema sujeto-objeto del conocimiento. La antí
tesis agarrotada de interioridad y exterioridad, de yo y
mundo de cosas, corresponde a la reflexión abstracta, ex
trañada de la vida. En cuanto proceso tanto biológico co
mo práctico, ésta se encuentra siempre, por supuesto, uni
ficando tales momentos contrapuestos, determinaciones
de sí misma.
Volvamos ahora a la crítica antropológica del concep
to idealista del yo. No piensa la res cogitans, la autocon
ciencia o el pensamiento, sino el hombre corpóreo, indi
vidualmente acuñado. La identidad de la conciencia, de
la persona, no es algo absoluto; siempre pertenece a ella
la del cuerpo”7: con él se destruye también ella. «La fi
losofía», cita Feuerbach a Hegel, «tiene que ver que el
espíritu es para sí mismo sólo porque se opone a la ma
teria, en parte como su propia corporeidad, en parte co
mo mundo exterior en general, retrotrayendo esto, tan di
ferente de él, a la unidad consigo mismo mediada por la
oposición y por la abolición de la oposición»”8. Insistien
do en que el espíritu tiene que dominar las presiones del*
159
cuerpo, los filósofos morales olvidan que, a la inversa,
«todo aquello de que somos capaces sobre nuestro cuer
po lo somos en virtud del cuerpo»; pues «el espíritu mis
mo es ya inconscientemente determinado por el cuerpo
a aquello para lo que conscientemente determina él al
cuerpo» m.
El cuerpo «representa» en Feuerbach, en sentido per
fectamente leibniziano, la naturaleza toda; es principio
monadológico, individualizador, aquello que distingue a
un hombre nítidamente de otro, «aquella fuerza. . nega-
dora, limitadora, sin la que no puede pensarse ninguna
personalidad... El cuerpo es el fundamento, el sujeto de
la personalidad»***. Constituye, con otras palabras, una
porción de mundo con la que la inteligencia se encuentra
genéticamente ligada y por la que es trascendida. Pero si
el «Cogito» tradicional se sustituye por el consecuente re
conocimiento de la sensualidad, se pone de manifiesto
que el «cuerpo pertenece a mi esencia; más aún, el cuerpo
en su totalidad es nti yo, mi esencia misma»*". El mo
mento genético de la relación se impone aquí de tal mo
do que la «esencia» tradicional del hombre (alma, espí
ritu, razón) es literalmente «incorporada» en su existen
cia real: «El cuerpo es la existencia del hombre; quitar
el cuerpo quiere decir quitar la existencia; quien ha de
jado de ser sensible, ha dejado de ser».**.
El pensamiento real, que nunca puede ser sino pensa
m Ibid., pp. 199-210. Feuerbach anticipa aquí (como en la doc
trina de los dioses como contenidos cosificados de deseos) opi
niones de Freud; entiende las funciones corporales no sólo de
modo fisiológico, sino también dinámico-impulsivo, viendo en la
«sexualidad» el «más fuerte impulso natural» (Das Wesen des
Christentums, t. I, l. c., p. 159).
** Das Wesen des Christentums, t. I, /. c., pp. 159 ss.
331 Grundsatze, l. c., p. 320.
“* Wider den Dualismus, l. c„ p. 141. Con esta identificación
de esencia y existencia del hombre (que hay que entender polé
micamente) no sólo cae Feuerbach por detrás de su posición
epistemológica, que si bien (cf. párr. 43 de los Grundsatze) no
erige ninguna muralla china entre esencia y fenómeno, sin embar
go (párr. 44), no quiere saber de entender lo sensible como inme
diatez abstracta. Sino que mengua asimismo su interés emancipa-
torio, que —como se comentó arriba— se nutre implícitamente
de la tensión histórica entre ser y deber ser del hombre. Mani
fiesto se hace el —tendencialmente conformista— momento de la
equiparación de esencia y ser (existencia) del hombre en el pá
rrafo 27, que ya fue criticado por el joven Engels. Cf. Die deutsche
Ideologie, 1. c„ pp. 541-3.
160
miento de una conciencia singular, y no de un místico es
píritu colectivo, sucede siempre en el espacio y en el tiem
po, formas objetivas «de existencia de todo ser»1*. Con
la corporeidad del hombre está puesta de modo insupri-
mible su existencia espacio-temporal: «Una sensación sin
tiempo, una voluntad sin tiempo, un pensamiento sin
tiempo... son absurdos»33*. Feuerbach remite a las conse
cuencias políticas, altamente perjudiciales, de la «nega
ción de espacio y tiempo» en el pensamiento rígidamente
ontológico: «Espacio y tiempo son los primeros criterios
de la praxis. Un pueblo que... diviniza la existencia abs
tracta. separada del tiempo, que en consecuencia excluye
el tiempo también de su política, diviniza el antihistórico
principio de estabilidad, contrario al derecho y a la ra
zón»
Lo mismo que Feuerbach no conoce un tiempo «sepa
rado de las cosas temporales», que no se distingue «de la
muerta y estable eternidad»5*, tampoco ontologiza el es
pacio en un «recipiente», en cierto modo sin paredes, de
lo existente. Tampoco éste tiene preeminencia, sobre sus
contenidos concretos. De modo que no se puede tratar
el espacio y el tiempo antes de la materia y de su movi
miento, como hace la filosofía natural de Hegel. Puede
que esto se corresponda con nuestra manera de formar
conceptos; pero «en la realidad (se da) justamente el
caso contrario», es decir, que «las cosas no presuponen
el espacio y el tiempo, sino el espacio y el tiempo las
cosas, pues el espacio o la extensión presuponen algo que
se mueva. Todo es espacial y temporal, todo es extenso
y está en movimiento...; pero la extensión y el movi
miento son tan diferentes como las cosas que se extien
den y se mueven»55í. Esta diversidad es inderivable de la
determinación formal de espacio y tiempo: «Extensión y
movimiento son más bien... dependientes del algo... que
161
ii
se extiende y se mueve»3”. También aquí se separan lo
cognitivo y lo genéticamente primero. «Lo... que es lo
primero para el hombre, o al menos para su actividad
abstractiva, es lo último para o en la naturaleza; como
el hombre hace de lo subjetivo objetivo, es decir, de lo
que para él es lo primero, lo primero en sí o según la na
turaleza, también hace de espacio y tiempo los primeros
seres fundamentales de la naturaleza, y en general lo ge
neral, es decir..., abstracto, esencia fundamental de la
realidad, por consiguiente, también de la esencia con con
ceptos generales, la esencia pensante, espiritual, esencia
primera que precede no sólo por el rango sino también
en el tiempo a todos los demás seres» 339.
El espacio, como el tiempo, es una ley del ser tanto
como del pensar: «Ser-ahí es el primer ser, el primer ser
determinado. Aquí estoy yo —ésta es la primera señal de
un ser real, vivo...—. Aquí está el primer límite..., la pri
mera separación. Yo estoy aquí, tú allí; estamos separa
dos... La determinación local es la primera determinación
racional, en la que hace pie toda ulterior determina-
» Ibid.
** Ibid., pp. 135 ss. De ahí el retomo crítico de Feuerbach al
empleo prehegeliano de los términos «abstracto» y «concreto».
En el progreso de Hegel de lo abstracto a lo concreto no ve tanto
la progresiva toma de contenido del pensamiento como el prima
do de lo lógico sobre la naturaleza. Por lo que se refiere a las
relaciones de materia, espacio y tiempo, se encuentra Feuerbach
más cerca de la filosofía natural de Hegel de lo que a primera
vista parece. H egel dice (Sdmtliche Werke, t. 9, /. c., pp. 92 ss.):
«en cuanto hay movimiento, se mueve algo; este algo duradero
es la materia. Espacio y tiempo están llenos de materia... Se ha
comenzado a menudo con la materia, y considerado después es
pacio y tiempo como formas de la misma. De esto es cierto que
la materia es lo real en espacio y tiempo. Pero éstos tienen que
aparecérsenos aquí, por su abstracción, como lo primero; y luego
ha de ponerse ae manifiesto que la materia es su verdad. Así
como no hay movimiento sin materia, tampoco hay materia sin
movimiento. El movimiento es... el pasar del espacio a tiempo y
viceversa: la materia, por el contrario, la relación de espacio y
tiempo, como identidad en reposo. La materia es la primera rea
lidad, el ser-para-sí que es ahí; no es sólo ser abstracto, sino
existencia positiva del espacio... y con ello el primer limite real
en el espacio». A todo esto hubiera Feuerbach asentido sin re
servas, como sus propias formulaciones muestran. Lo que, sin
embargo, objeta en Hegel es su aseveración —idealista— de que
el espacio no es «adecuado a su concepto», y de que éste sea
«lo que se procura existencia en la materia» (tbid). La transición
cogmtiva se revela aquí como ontológica.
162
ción» Si con el espacio están dados diferentes lugares,
también es cierto —en esto pone Feuerbach el acento—
que «yo... no puedo separar el lugar del espacio si quiero
aprehender el espacio en su realidad. Sólo con el dónde
surge para mí el concepto de espacio. ¿Dónde?, es uni
versal, vale de todo lugar sin distinciones y, sin embar
go, es determinado. Al mismo tiempo que éste... está
puesto aquél dónde, a la par por tanto que la determina
ción del lugar la universalidad del espacio; pero precisa
mente por eso, el concepto general del espacio es un con
cepto concreto y real sólo en conexión con el carácter
determinado del lugar»8,1 Hegel, partiendo de la lógica
pretende determinar la separación espacial de la natura
leza, en la que todo se presenta en principio, como «con
tradicción insoluble», como algo negativo, contrario a la
razón. Es claro que esto es posible solamente si se da
por supuesto que aquel «ser separado» es la «separación
de aquello que no debe estar separado, porque el con
cepto lógico, como absoluta identidad consigo, vale para
la verdad» M *. Así se convierte el espacio en negación de
la razón, que a su vez ha de ser negada. Desde luego,
Feuerbach concibe la separación espacial como positivi
dad que reposa en sí, como «primera esfera de la ra
zón» Las diferencias espaciales fundan las lógicas —no
a la inversa—. En el pensamiento se distingue lo que tam
bién se distingue realmente —es decir, en el espacio—:
«El estar espacialmente separado... es la verdad de las
diferencias lógicas»
Las consideraciones de Feuerbach sobre el espacio y
el tiempo no nacen únicamente del debate (interno a la
filosofía) sobre Hegel, sino también de su análisis del
mundo cotidiano (que asimismo contribuye esencialmen
te al debate). De modo específico hacen valer algo que
ahora examinaremos más a fondo: una crítica materia
lista de la vieja y —esto anticipadoramente— moderna
ontología. Ser, subraya Feuerbach, es siempre ser deter
minado —no hay que aislarlo del algo—. El algo, no la
nada como en la Lógica de Hegel, forma verdadera opo-*•
163
sición al ser especulativo, meramente pensado Cuando
Hegel habla de «ser» se trata de un ser carente de dife
rencias, predicable de todas las cosas, irreal por consi
guiente. En realidad, es «tan distinto como las cosas que
son... El ser no es un concepto general, separable de las
cosas» m. Como lo trascendente al pensamiento —su «lí
mite»— el ser, expresado «según la cosa y la razón», es
ser-ahí, ser-para-sí, realidad [Reálitat], existencia, reali
dad [Wirklichkeit], objetividad M~. Viejas categorías he-
gelianas que han dejado de constituir un reino de esen-
cialidades atemporales para reflejar relaciones naturales
y humanas. Las determinaciones metafísicas y ontoteoló-
gicas sólo tienen realidad si se las descifra antropológi
camente.
Lo mismo pasa con el concepto de existencia. Al con
trario que en la filosofía tardía de Schelling, tampoco
ella puede desligarse de lo corpóreamente existente. La
existencia extrañada de todo lo empírico, la más alta y
simple es Dios —suma de propiedades específicas hipos-
tatizadas. Lo que existe realmente es finito. Por ello afir
ma Feuerbach en La esencia del Cristianismo: «Toda exis
tencia real... es existencia cualitativa, determinada... La
cualidad es el fuego, el oxígeno, la sal de la existencia» ***.
Como cada cual, la realidad humana se alza y cae con las
determinaciones sensibles. Por ello hay que desechar la
lógica del ser hegeliana por una teoría de la existencia
cualitativa. «La cualidad no es diferente del ser... Ser sin
estructura es una quimera... Sólo mediante la cualidad
me es dado el ser; no primero el ser y luego la cualidad...
La primera certeza es siempre la de la cualidad; el ser se
entiende por sí mismo una vez que la cualidad es cier
ta» ***. Y las Tesis provisionales caracterizan al inicio de*
M Zur Kritik der Hegelschen Philosophie, l. c., pp. 23 ss. y
34
*“ Grundsütze, l. c., pp. 305-6.
" lbid., p. 305.
* T. 1. 1. c., p. 55.
** lbid., p. 276. La teoría feuerbachiana de la siempre cualita
tivamente determinada existencia ha impresionado evidentemente
a Kierkegaard. Toda su polémica contra el oscuro «proceder» he-
geliano de la existencia desde la «esencia» —conceptual— (que
preludia el de la naturaleza desde lo lógico en general) se nutre
tácitamente de aquélla. El existente singular no puede ser dedu
cido de la existencia como categoría. Así escribe K ierkegaard al
principio del segundo tomo de Umvissenschafttichen Nachschrift...
(/. c., p. 1): «La existencia es [según la Lógica de Hegel, A'. S.]
164
la filosofía como lo «finito» (en sentido hegeliano). Teó
logos y filósofos especulativos han convertido las deter
minaciones de lo real o finito «en predicados de lo infi
nito... mediante la negación del carácter determinado en
el que son lo que son»***. También Hegel dice que lo in
finito no podría ser pensado sin lo finito (y viceversa)
—sólo que, añade Feuerbach, «únicamente de modo indi
recto, invertido» 3“. Si es verdad que lo infinito es sólo real
en tanto que es determinadamente «puesto»: no «como
infinito, sino como finito..., entonces, en realidad, lo fi
nito es lo infinito»3**. Lo mismo que el concepto de éste
no es pensable sin lo finito, tampoco puede hablarse de
cualidad sin más; es siempre cualidad sensualmente de
terminada: «El origen v curso subjetivos de la filosofía
son también los objetivos. Antes de que pienses la cua
lidad, sientes la cualidad. Pues el sentir precede al pen
sar» **.
Los rasgos humanos esenciales son «sensibles» **. Ha
bía que exponer aquí los múltiples lastres y matices de
este atributo en la filosofía de Feuerbach, en diferentes
la unidad inmediata de la reflexión-en-sí y la reflexión-en-otro. Es
por ello [?] el conjunto indeterminado de existentes. ¿Cómo llega
la definición abstracta de la existencia a astillarse de ése modo?»
Y en el tomo I de los Tagebiicher (Düsseldorf/Colonia, 1962, pá
gina 351) se dice (repitiendo casi literalmente a Feuerbach): «¿Es
que es «ser» una categoría? Lo que es cualidad, esto es, ser de
terminado, no está en absoluto determinado por sí mismo... Toda
la doctrina del "ser" es un vacío preludio de la doctrina de la
cualidad». Claro que la influencia de Feuerbach sobre Kierke
gaard puede probarse casi sólo por los contenidos, pero apenas
filológicamente, pues raramente, y casi siempre en relación a la
religión, hace éste manifestaciones sobre aquél. Cf.. ñor ejemplo.
Stadien auf dem Lebensweg, Düsseldorf/Colonia, 1958, pp. 481 ss.
Cf., sobre la relación Kierkegaard-Feuerbach, S. R awidowicz. Lnd-
wig Feuerbachs Philosophie. t. c., pp. 347 ss.; también. H enri
Arvon. Ludivig Feuerbach ou la transformation dtt sacré. París.
1957. pp. 72 ss.
*• Vorlaufige Thesett, l. c., p. 251.
™ lbid., p. 249.
» lbid.
30 lbid., p. 250.
•“ N athan R otenstreich habla de que la antropología de Feuer
bach «ií not only replacing theólogy, but is suggestmg the iden-
tif¡catión of anthropology with sensibility» («Anthropology and
sensibility», en el número dedicado a Feuerbach de la Revue In
ternationale de Philosophie, l. c., p. 344). Por lo que se refiere
a la carga polémica de la «sensualidad» feuerbachiana, remite
Totenstreish con insistencia al papel parecido de este concepto
en la Critica de la Razón Pura de Kant (cf. ibid., pp. 339 ss.).
165
planos. De lo que se trataba era de demostrar que Feuer-
bach va más allá del empirismo de los siglos xvn y xvm
en la medida en que deja de tratar primariamente a la
«sensualidad» como «facultad teórica». El incorporarla
en toda su extensión a la conciencia filosófica significa
más bien una ruptura con el sistema más severa que la
«objeción existencial» de Kierkegaard, que sigue centra
da en el yo, en la interioridad de la existencia. «Sensua
lidad» se refiere a las variadas realizaciones de la vida so
cial humana en su inmediatez subjetiva y objetivamente
experimentada. Esta es ciertamente negación de la filo
sofía especulativa, pero en modo alguno «ateórica» se
gún afirman, tomándolo al pie de la letra, autores más
modernos, como Thies, que se contentan con repetir a
Hegel y acusar a Feuerbach de «abstracción». «Como la
teoría», escribe, «no puede dar inmediatamente los fenó
menos de la vida humana a los que Feuerbach se refiere
y ha de ser siempre más que ellos, es decir, hablar sobre
ellos, puede en todo caso la reflexión filosófica asegu
rarse de las condiciones que se le prescriben, compren
diéndolas como teoría e interpretándolas en conexión con
lo que ella no es. Las estructuras de su autointerpretación
obedecen entonces, de todos modos, a otras leyes —a la
logicidad del lenguaje o del concepto— que los estados
y manifestaciones inmediatas de la vida humana. La dife
rencia de fenómeno y teoría, de "vida” y "filosofía"... la
intenta Feuerbach superar en vano: Sensualidad inmedia
ta, intuición sensible V reflexión se encuentran adyacien
do abstracta e incomprendidamente, y su conexión... no
pasa de postulado. La filosofía, "partiendo del hombre”,
no puede satisfacer la aspiración con la que aparece. Al
estar todavía orientada simplemente hacia la antropolo
gía, esto significa reducirla a una posición que ya no per
mite pensar completamente el pensamiento del hombre.
Pensamiento, por tanto, que piensa al mundo y al hom
bre sólo a partir de sí mismo, lo abrevia de la capacidad
para la pura teoría que se basta a sí misma y no alcanza
justamente aquello que pretende: pensarlo completamen
te»
Merece la pena pararse un poco en estas objeciones
contra Feuerbach: Thies habla exactamente de «fracaso*1
*• E rich T hies, Die Verwirklickung der Vernunft. Ludwig Feuer-
bachs Kritik der spekulativen-systematischen Philosophie, ibid.,
1. c., p. 282.
166
de la empresa de Feuerbach» **. Thies ofrece los argumen
tos fundados sobre el suelo hegeliano ortodoxo, y qui
siera al hacerlo representar los «motivos» para la «inte
rrupción del trabajo en la nueva filosofía» de Feuer
bach Sigámoslo en detalle, para precisar cosas ya ex
puestas.
El planteamiento crítico de Feuerbach es problemáti
co (el título de su trabajo es ya instructivo al respecto)
en primer lugar por cuanto mide los manifiestos revolu
cionarios del «Vormarz» con el programa —especulati
vo— de la carta de Feuerbach a Hegel de 22 de noviem
bre de 1828, que el entonces idealista había adjuntado a
su Memoria para cátedra de Universidad, De ratione una,
universali, infinita, al enviarla a Berlín. Cierto, para Feuer
bach se trataba ya en 1828 (se creía de acuerdo en este
punto con toda la nueva filosofía y, por supuesto, con
Hegel) de concebir una doctrina apropiada para «romper
las barreras de la escuela y llegar a ser una visión gene
ral, histórico- universal, manifiesta» **. Thies pasa por al
to, sin embargo, que el Feuerbach del Vormarz tendría
que romper con hegelianismo precisamente por causa
de este programa; y que, por tanto, es errado juzgar con
los criterios de lo inicial lo posteriormente alcanzado.
Pertenece a la ortodoxia hegeliana (hoy con pocos adep
tos) reprochar a Feuerbach una recaída tras el «nivel de
reflexión» del idealismo dialéctico. Esto es correcto si se
equipara previamente a la filosofía con «filosofía de la
reflexión trascendental y especulativa y con su tendencia
» Ibid.
m Ibid., p. 283; cf. ibid., donde achaca a Feuerbach una «in
conexa y aforística filosofía de la inmediatez». También H ans
Martin S ass resalta en su ensayo Feuerbachs Prospekt einer neuen
Philosophie (Revue International de Philosophie, /. c., p. 267) que
«a la programática de la nueva filosofía, tal como fue planteada
en 1842-3, no le siguió... una elaboración sistemática...; sólo en
algún caso de muestra se vuelve el programa... algo más concreto.
El momento fundamental de los siguientes escritos de Feuerbach
son voluminosos escritos de crítica religiosa que, ni por el objeto
ni por el planteamiento, se salen del terreno de la crítica de la
religión». Que este juicio —aún propiciado por el mismo Feuer
bach— no es completamente adecuado es lo que intenta docu
mentar el presente estudio. Justamente los trabajos tardíos con
tienen mucho de importante —sobre todo en teoría del conoci
miento.
58 Feuerbach a Hegel: Carta del 22-11-1828, en Briefwechsel,
l. c., p. 56; cf. sobre el programa filosófico de este escrito Thies,
l. c., pp. 285 ss.
167
a la mediación total» w. Para los hegelianos actuales, co
mo Thies, no puede estar claro, como Lówith nota con
razón, «que Feuerbach se saliera del círculo encantado
de la mediación total del sistema hegeliano y se liberara
de él precisamente porque recayó bajo el nivel de refle
xión de su maestro» m. Se trataba, como Engels dice en
La Sagrada Familia, de ponerse de una vez ruera «de la
jaula del modo de ver hegeliano»861. Feuerbach satisfizo
como ningún otro esta necesidad vital. De ahí su papel
en la historia del surgimiento del marxismo. Cuyos fun
dadores supieron servirse de las armas feuerbachianas en
su polémica con los jóvenes hegelianos. La filosofía de
Bruno Bauer se proponía como meta «sublimar en mera
apariencia y en puro pensamiento todo lo que fuera de la
autoconsciencia infinita afirma todavía una existencia ma
terial finita». «Combate», dice Marx, «en la sustancia, no
la ilusión metafísica, sino el núcleo mundano —la natu
raleza..., tanto en cuanto existe fuera del hombre como
en cuanto es su propia naturaleza. No suponer la sustan
cia en ningún terreno— significa para él, por tanto: no
reconocer ningún ser diferente del pensamiento, ninguna
energía natural diferente de la espontaneidad espiritual,
ninguna fuerza humana esencial diferente del entendimien
to, ningún padecer diferente de la actividad..., ningún
sentir y querer diferentes del saber, ningún corazón dife
rente de la cabeza, ningún objeto diferente del sujeto, nin
guna praxis diferente de la teoría..., ninguna comunidad
"* Lowith, V erm ittlung and U nm ittelbarkeit bei Hegel, Marx
and Feuerbach, l. c., p. 317. Por otro lado (en ello ve Lowith con
toda evidencia una concesión fuera de lugar a Hegel) pudieron
Marx y Engels mantener el principio de la «mediación» materia-
listam ente en la medida en que lo «de^totalizaron» (cf. nota 309).
Falsamente habla Lowith aquí de un «idealismo materialista» en
Marx (l. c., p. 322).
m Lówith, 1. c., p. 316; también p. 310. en que Lowith insiste
en que la «primitividad» de Feuerbach (a tomar en sentido es
tricto) está por encima del pensamiento hegeliano (y, según él
piensa, del de Marx), al «retroceder a lo elemental e inmediato»:
la naturaleza. «Haciendo valer de nuevo la naturaleza en su in
mediatez, contra Hegel e indirectamente contra Marx, ha inten
tado repetir lo que la metafísica era en sus orígenes y siguió
siendo hasta Lucrecio; ciencia de la physis, de la natura gene-
trix» (l. c., p. 319). Es muy interesante que Lowith mencione en
este contexto el «sentido de la naturaleza» de Goethe ( '*. sobre
esto nuestras consideraciones en el capítulo: Sobre el lugar de
Feuerbach en la historia del materialismo).
*' Die heilige Familie, I. c., p. 97.
168
real diferente de la generalidad abstracta, ningún tú dife
rente del yo» Cosas reales independiente de la refle
xión subjetiva, absoluta, que hacen saltar el «sistema» y
además desde fuera-, pues indiscutiblemente «el punto
’arquimédico” desde el que se levantó desde sus ángulos
el modo de pensar hegeliano no podía encontrarse en el
interior de la reflexión»®1. Quien acríticamente: sin aten
der a la ¡nsuprimible diferencia de sujeto y objeto, se
abandona a la dialéctica especulativa, no logra sustraerse
más a ella: «Sólo un salto puede... llevar a la libertad» **.
Todo esto no significa en modo alguno que Feuerbach
se conforme con expresar esa diferencia. Se esfuerza tam
bién por rastrear nuevas formas (no meramente concep
tuales) de «mediación» entre lo subjetivo y lo objetivo.
Desde luego que Thies tiene razón al constatar que las
tentativas de Feuerbach en esta dirección no llegan a ser
satisfactorias. Se limita a asegurar de cuando en cuando
que la «vida» está desde siempre ahí, uniendo lo abstrac
tivo (y realmente) separado. Las estructuras recién des
cubiertas del mundo vital las nombra más a menudo de
lo que realmente las analiza. Con toda su adecuación de
principio, el planteamiento de Feuerbach sigue siendo
«pobre en conocimientos y explicaciones diferenciadores
de la praxis política y social»*5.
Por otra parte, debe de ser difícil para Thies hacer jus
ticia a Feuerbach cuando supone en él sin rodeos «objeti
vismo irracional»**. Forma parte del idealismo criticado
por Feuerbach el que sea únicamente la teoría —filosófi
camente obligada— quien «se interprete en conexión con
aquello que ella no es» y esté al hacerlo a la par «en
sí misma»*1. La teoría «pura», autosuficiente, no conta
minada con lo real es una ilusión. Feuerbach, dice Marx
en Im Sagrada Familia, demostró que la filosofía es «em-
169
piría mística y especulativa», es decir, «expresión abstrac
ta de las condiciones existentes» **. Pero de ello no se si
gue su carácter «archipráctico», como Edgar Bauer afir
ma. Más bien le parece a Marx, que se plantea la dialéc
tica de la relación, «que la filosofía, precisamente porque
era solamente la expresión trascendente, abstracta, de las
condiciones existentes, por su trascendencia y abstracción,
por su diferencia imaginaria con el mundo, tenía que ha
berse figurado que había dejado muy detrás de sí las
condiciones existentes y los hombres reales; que, por otra
parte, porque no se diferenció verdaderamente del mun
do, no podía emitir sobre él ningún juicio verdadero, ni
hacer valer sobre él ninguna fuerza diferenciadora, sino
que... tenía que conformarse con una praxis in abstrac
to»**. Cuanto más precisamente penetra la teoría su de
pendencia de la realidad sensible, tanto más libre es fren
te a ésta, mientras que, a la inversa, estando en suspenso
sobre ella, sigue siendo impotente.
Que el hombre, como Thies al fin asegura, sea sólo
accesible a la «pura teoría», cuya «resistencia contra el
mundo que se le echa encima» se limita a «llegar a su
interpretación universal» **, testimonia de la debilidad de
su argumentación. La esencia del rechazo feuerbachiano
de Hegel le es extraña. No ve que la «insistencia continua
en la "sensualidad"... no tiene peso por sí misma, sino
como acceso al mundo de la naturaleza a través de nues
tros sentidos corpóreos, abiertos al mundo» m. Las «sen
saciones humanas», subraya Feuerbach, «no tienen... sig-
ficado empírico, antropológico, en el sentido de la vieja
filosofía trascendente, tienen significado ontológico, me-
tafísico» **. Es, por consiguiente, inadecuado afirmar co
mo Thies (atribuyendo esta vez-un mal «subjetivismo»)
que Feuerbach piensa hombre y mundo todavía desde la
perspectiva de aquélaT\ Puede demostrarse que su interés
principal se dirige desde el principio al ser objetivo, que,
naturalmente —sin por ello reblandecerse «subjetivista-
mente»— aparece sólo en el medio de la realidad antropo-*3701
170
lógica (que pertenece ella misma a ese ser) ” . Feuerbachia-
namente entendida, ésta es lo bastante «universal» como
para abolir, superar en sí la diferencia, sumamente pro
blemática, pero continuamente solicitada por Thies, entre
«sujeto empírico» y «razón filosófica» ” . Sin duda que
quedan aún problemas ligados a ella. Pero lo que a duras
penas resulta adecuado es de jar de lado la «explicación del
pensamiento y sentimiento subjetivos» que da Feuerbach
como puramente «popular» ” , negándole todo contenido
filosófico real.
Thies procede de un modo perfectamente sumario al
hablar sin más de «antropologismo de la filosofía posthe-
geliana» e incluir a Feuerbach entre aquellos que determi
nan al hombre como un ser que «primariamente actúa»
Parece no saber nada de un «tertium datur» más allá de
la «pura» teoría y de un «practicismo» carente de princi
pios. Feuerbach (esto se mostró en la primera parte de
este estudio) estaba en todo caso tan poco dispuesto como
el admirador suyo que fue hasta 1844 Marx a doblegarse
ante esta alternativa. La antropología sensualista es un
proyecto utópico; nace de un estado del mundo en que
los sentidos están desnaturalizados, extrañados a su esen
cia; se les «degrada de instructores a servidores de las
más vulgares necesidades vitales» Su verdadera praxis
(Marx retoma el pensamiento en los Manuscritos econó
mico-filosóficos) sería precisamente de tipo «teórico»; se
apropiaría la naturaleza sin forzarla. La «relación correc
ta» consistiría en volver a poner «el fin por delante de los
medios, retornar a lo originario, a la naturaleza, en todos
sus aspectos: pero no a la naturaleza como es objeto del
hombre sin cultivar, sino a la naturaleza como objeto de
formación científica»” .
171
Volvamos, tras este excurso sobre la discusión contem
poránea, a la exposición propiamente dicha.
La crítica feuerbachiana a Hegel (como la posterior
de Marx y Engels) plantea cuestiones que en ciertos as
pectos recuerdan la problemática kantiana. También él
corrige el pensamiento racional con la intuición. Tanto
ésta como aquél no son sólo órganos del conocimiento,
sino necesidades reales. El pensar, necesidad de la «ca
beza», es «fuente de actividad, de la libertad, de la infini
tud metafísica, del idealismo»; la intuición, necesidad del
«corazón», «la fuente del padecer, de la finitud..., del sen
sualismo. La intuición da el ser... inmediatamente idénti
co con la existencia, el pensamiento el ser mediado por la
diferenciación, por la separación de la existencia» La
unidad inmanente de la «vida» produce la síntesis de los
contrarios porque en sí —prácticamente— representa ya
su unidad La filosofía objetiva, vuelta hacia la vida,
vista de una —futura— «praxis estética». Así, escribe .1. P.-O sie r
en la Introducción a la edición francesa de La esencia del Cris
tianism o (París, 1958): «[En Feuerbach] el significado depende
esencialmente de la contemplación (intuición, mirada, observa
ción): El ojo representa el instrumento teórico por excelencia.
Este lugar privilegiado que otorga a la contemplación, y por
cierto en perjuicio de la praxis [instrumental, A. S.]... se ex
plica fácilmente si no se olvida que para Feuerbach toda praxis
está guiada por el interés subjetivo en la medida en que no
tiene como objeto la cosa misma, sino la relación, orientada ha
cia la ventaja, del sujeto con la cosa, lo que se corresponde...
con la diferenciación del mismo objeto... en dos niveles de ob
jetivación... El hombre de Feuerbach quiere entenderse, sobre la
base de su «natural», con el sabio de Aristóteles (en la Etica a
N icóm aco) o al menos con los sabios griegos. Syssitiu m , Sym po-
sium , Eros, Philia y, por último, Theoria, éstos son los valores
del griego y de Feuerbach... que, como su maestro, quiere «se
guir a la naturaleza»... El ideal de Feuerbach es pagano y su
pretensión es la del paganismo frente al cristianismo» Tcit. según
M arcee X haufflaire, Feuerbach u n d die Theologie der Sakutarisa-
tion, Munich, 1972, pp. 154 ss).
m Vorlaufige Thesen, l. c., p. 254. En la K ritik der Hegelschen
R echtsphilosophie recoge M arx la terminología de Feuerbach: «La
em ancipación del alem án es la em ancipación del hom bre. La ca
beza de esta emancipación es la filosofía, su corazón el proleta
riado» (en M arx/ E ngels "Werke. t. 1, /. c., p. 391). Cf.. también,
p. 386, donde explica en el estilo del sensualismo de Feuerbach:
«Las revoluciones necesitan de... un elemento pasivo, de una base
material».
*■ Como en la posterior filosofía de la vida, la constante re
misión de Feuerbach a la concreción de la vida tiene algo de
abstracto, de conjuro —por correcto que por el contenido fue
ra tematizar epistem ológicam ente «vida» y «praxis». La «unidad
172
tiene que conciliar pensamiento e intuición, actividad y
pasividad, principio masculino y femenino, «cabeza» y «co
razón»: «Unicamente... donde... el principio antiescolás
tico, sanguíneo del sensualismo y materialismo francés,
se unifica con la flema escolástica de la metafísica alema
na, sólo allí hay vida y verdad» m.
La síntesis de lo hasta ahora teóricamente separado
está mediada por la crítica antropológica de la religión.
Cuyo método consiste en tomar al pie de la letra el ca
rácter profundamente emocional de la conciencia religio
sa (que en la nueva ilustración ha destacado particular
mente Hume). El teísmo tradicional descansa sobre el con
flicto de «corazón» y «cabeza»; «porque separar, distin
guir en sujeto y objeto es su asunto propio, transforma la
esencia propia del corazón en una esencia... diferente, ob
jetiva» Ms. La teología niega la verdad empírico-humana del
afecto religioso fingiendo reconocerla. Frente a ello ense
ña Feuerbach un «antropoteísmo» «que trata la religión
como «patología psíquica»3”. Lo que el corazón dice a su
manera, lo expresa él en la cabeza sólo a la manera del
e n ten d im ien to » E l ateísmo es la religión llegada a su
adecuada autoconciencia, que en sí misma es «afecto, sen-
de la vida» por él presupuesta —con excesiva ingenuidad— es,
en el mejor de los casos, utópico-anticipatoriamente pensable. Por
el contrario, el escrito de Hegel sobre la «Diferencia» (cf. Siimtli-
che Werke, Glockner, t. I, Stuttgart, 1958, p. 44) explica que la
«escisión» real es precisamente la «fuente de la necesidad de
¡a filosofía»; surge precisamente «cuando el poder de la unifica
ción desaparece de la vida del hombre... La filosofía es la... necesa
ria tentativa de superar la contraposición de la subjetividad y la
objetividad que se han vuelto rígidas, y de comprender el ser
devenido del mundo intelectual y del real como un devenir, su
ser (como producto) como un producir» (ibid., p. 46). Si Hegel
procura superar la «escisión» de la vida especulativamente, Marx
ve ahí (cf. los pasajes pertinentes de los Manuscritos Económico-
filosóficos)i una tarea práctica.
m Vorlaufige Thesen, 1. c.. p. 255. Feuerbach formula este pen
samiento —implícitamente— en una recensión escrita va en 1836:
«En verdad, ei eminente principio «delta coincidenza de contra-
rii» que Bruno enuncia con tanto entusiasmo es el principio de
la época y la filosofía modernas. Es el principio de la vida mis
ma, y sólo por él se distingue la filosofía moderna del estancado
escolasticismo de la Edad Media, que tenia como canon v prin
cipio. la seca ley de. la.identidad formal» (Gesammelte 'Werke,
t. 8, Berlín, 1969, p. 133).
383 Ibid., p. 256.
M Das Weseti des Christentums, t. I, o. c., p. 6.
as Vorlaufige Thesen, l. c„ p. 256......................
173
timiento..., amor, es decir, la negación, la disolución de
Dios en el hombre»
En el carácter emocional, decididamente «práctico» de
lo religioso reside su ventaja frente a la filosofía: se en
cuentra más cerca del mundo cotidiano, menos «extraña
da» a las necesidades palpables de los hombres. De un
modo semejante argumenta Kierkegaard. También él in
siste en el carácter inconmensurable del conocimiento pu
ramente conceptual y de la vida humana. Incluso Hegel,
se burla, «tiene que vivir en el uso cotidiano en catego
rías completamente diferentes de aquéllas sobre las que
especula»m. Lo que une a todos los hombres no es el sa
ber, sino la pasión intensiva, el interés personal, la nece
sidad concreta. Sin duda, motivos feuerbachianos. Pero no
conviene olvidar la diferencia específica por las similitu
des. Volviendo la «subjetividad» contra la reflexión ob
jetiva de Hegel, cae todavía en el mismo prejuicio de que
el «corazón» (expresión evidentemente inadecuada con la
que Feuerbach designa la parte irreductible al pensamien
to, por su antirracionalidad, de la naturaleza humana) es
«la coraza de la Teología»5". Pero según Feuerbach es el
«principio absolutamente incrédulo, ateo... en el hombre.
Pues no cree en otra cosa que en si mismo, sólo cree en
la ineludible realidad de su ser. Cierto que para el cora
zón es una necesidad otro ser, pero sólo un ser... que sea
igual a él» Pasión no constituye aquí, al contrario que
en el personalismo «existencial» de Feuerbach una cate
goría de la pura interioridad: «El corazón no quiere ob
jetos abstractos... sino reales» 39°. El núcleo más íntimo del
individuo es, por consiguiente, más la voluntad de estar-
ahí y bien-estar (positivamente valorada por Feuerbach)
que el interés —religioso— en la eterna bienaventuranza
de Kierkegaard.
También las estructuras de los afectos y los impulsos
psicológicos pertenecen al dominio de lo «material», que
Feuerbach, a diferencia del materialismo matemáticamen
te orientado, no reduce a ser abstracto-cósico. No obstan
te, y por su base corporal, se encuentran ordenados a «ob-*•
384 Ibid.
K ierkegaard, Tagebücher, t. II, Diisseldorf/Colonia, 1963, pá
gina 41.
m Vorláufige Thesen, 1. c., p. 255.
"> Ibid., p. 256.
*• Grundsütze, I. c„ p. 319.
174
jetos» materiales, necesitan de ellos. Con el primer grito
con el que el niño recién nacido «anuncia su existencia,
anuncia también, aunque inconscientemente, la existencia
de un mundo diferente de él»391. Un ser sólo puede obje
tivarse si lo objetivo existe fuera de él. Si la sensación
fuese puramente subjetiva, encapsulada en sí: inmanente
a la conciencia, «sería... imposible, más aún, absurdo, que
rer encontrar una transición desde ella a un objeto, a algo
fuera de ella; pero la sensación es el contrario exacto de
la filosofía ascética: fuera de sí por placer o por dolor...,
pues sin objeto no hay goce»**. No puede hablarse, por
tanto, de que la sensación —Feuerbach cita a Schopen-
hauer— permanezca reducida «al dominio interior a la
piel», con lo que «no contiene nunca nada que se encuen
tre más allá de la piel, es decir, fuera de nosotros» m. El
objeto es aquí reducido al «objeto de la sensación», pero
es al mismo tiempo su «fundamento» y «condición»; te
nemos —dice Feuerbach— «un mundo objetivo dentro de
la piel, y éste es el único motivo de que pongamos fuera
de nuestra piel uno objetivo que se le corresponda»**.
Se ve que el estricto objetivismo de Feuerbach no aparece
como tesis «epistemológica», sino como necesidad vital.
Mediado se encuentra por el insaciable impulso del hom
bre a la felicidad.
En la continua alusión de Feuerbach al amor no se
expresa tampoco únicamente una sentimentalidad religio
sa (a menudo, y con razón reprendida), sino asimismo la
tentativa de «materializar» el concepto del yo constitutivo
de la experiencia, de encontrar formas nuevas, «ateóricas-
teóricas» de mediación entre sujeto y objeto. Su unidad
pertenece a su diferencialidad; ambos principios forman
conjuntamente «el verdadero principio del pensamiento y
de la vida, de la filosofía y la fisiología» “ . Los Principios
fundamentales exponen cómo el amor forma objetiva y
subjetivamente «el criterio del ser —el criterio de la ver
dad y la realidad»**. A tener en cuenta es el ser «como
objeto del ser», es decir, tal como se nos presenta en
cuanto ser existente, no meramente reflector: como «ser*
*l Anthropologischer Materialismus, t. I, /. c., p. 215.
m Ibid., pp. 215 ss.
**» Ibid., p. 216.
m Ibid.
** Ibid., p. 220.
Grundsatze, l. c., p. 319.
175
del sentido, de la intuición..., del amor»***. El último se
refiere siempre a lo singular, a un éste determinado no al
éste en general, único del que (como universal) sabe la
Fenomenología del espíritu hegeliana; se refiere a algo
«inefable» que en la interpretación de Hegel «no es otra
cosa que lo no verdadero, lo no racional, lo vulgar sim
plemente» Feuerbach (esto es digno de ser notado) no
desdeña hacer caer sobre si, por causa del singular, el odio
del irracionalismo: «El ser..., fundado sobre puras inefa
bilidades, es por ello algo él mismo inefable. Sí, lo inefa
ble. Sólo donde cesan las palabras comienza la vida, se
abre el secreto del ser. Si toda inefabilidad es irraciona
lidad, es toda existencia sinrazón, porque no es nunca
más que esta existencia. Pero no lo es. La existencia tiene
sentido y razón para sí misma, sin necesidad de poder ser
expresada» aM.
Con esto se corresponde la doctrina feuerbachiana del
individuo. Lo llama «intraducibie, inimitable, incompren
sible —salvo en apariencia o por ciertas peculiaridades—
indefinible; es únicamente objeto de conocimiento sensi
ble, inmediato, intuitivo»4*. Pero su prototipo es el amor.
Es posible que a la dialéctica especulativa se le revele «el
esto», se refiera a una persona o a una cosa, como nulo
—si es amado alcanza «valor absoluto»—. Sólo al amor,
no al pensamiento abstracto, se le hace patente «el se
creto del ser. El amor es pasión, y únicamente la pasión
es el símbolo de la existencia. Sólo es lo que es... objeto
de pasión. El pensamiento sin sensación y sin pasión...
abóle la diferencia entre ser y no ser, pero para el amor
es una realidad esta diferencia que se le escapa al pensa
miento... En las sensaciones cotidianas... se encuentran
ocultas las más profundas verdades. Así es el amor la
verdadera demostración ontológica de la existencia de un
objeto fuera de nuestra cabeza»"1.
•** Ibid., p. 317.
** H egel, Phdnom enologie des G eisies, l. c., p. 88.
*• G rundsatze, l. c., p. 308. Cf. sobre esto la confrontación de
Feuerbach con la dialéctica hegeliana de la «certeza sensible»
en el trabajo Z ur K ritik der Hegelschen Philosophie. Cf., además,
el repetidamente citado artículo de Lowith, /. c., p. 325.
“• F euerbach, Z u r E th ik : Spiritualism us u n d M ateria,ism us, en
Sam tliche W erke, edic. de Bolín y Jodl, i. X, Stuttgart, 1911, p. 144.
G rundsatze, l. c., p. 318. Feuerbach ha seguido manteniendo
hasta más tarde esta estricta teoría objetiva de la sensualidad,
como ya se ha hecho notar: «Ninguna sensación es más subjetiva
176
Ciertamente, en el «hombre absoluto» de Feuerbach
se ve claramente en qué gran medida su negación de Dios
queda prendida en premisas teológicas y burguesas que
ya peligraban en los tiempos posteriores a Goethe y se
disuelven completamente en la sociedad actual. El «valor
absoluto» que ha de ser atribuido, por único, al hombre
amado se revela como copia profana del alma cristiana
inmortal que lleva el marchamo del liberalismo y comu
nismo «sentimental» del Vormárz. La polémica de Feuer
bach contra la liquidación hegeliana del individuo es co
rrecta en un sentido abstracto; ninguna conciencia críti
ca, hasta incluir a Adorno, hubiera dejado de aceptarla
y elaborarla. Y no obstante ha confirmado «a posterior i»
el curso real de la historia —irónicamente— la frase de
Hegel de que «el ser absolutamente singular» es en reali
dad «el universal». Si lo individual se muestra como idén
tico con «todo y cada uno», no puede entonces ser vuelto
a traer hasta ello. Según los cánones de la razón domi
nante, aparece de hecho como «irrazonable» insistir de
masiado en lo singular, en lo no standardizado
Se ha considerado a menudo paradójico que justo los
filósofos materialistas, que —tal y como se entienden a sí
mismos— piensan de modo decididamente «determinis
ta», aparecieran como brillantes defensores de la libertad
humana e hicieran importantes contribuciones a su teo
ría. Esto es válido también para Feuerbach. La teoría de
la libertad se encuentra estrechamente enlazada con el
postulado eudaimonístico de reconocer plenamente «la
sensualidad». Vimos ya (parte primera del estudio) que,
frente a toda la tradición idealista, se esfuerza en «natu
ralizar la libertad, que hasta ahora era una hipótesis anti
y supranatitralista» MB. No contra la naturaleza, sino en ar
monía con ella, debe desarrollarse la libertad. El hombre
es la existencia de la libertad*"; su libertad es «autode
terminación», pero «en el interior de una determinación
que la sexual, y, sin embargo, ninguna anuncia más viva y enér
gicamente la necesidad y la existencia de su correspondiente ob
jeto; pues toda excitación sexual unilateral es... propiamente una
excitación que representa al otro sexo» (Atithropologischer Mate
rialism os, t. I, /. c.. p. 220).
in Cf., sobre esto, el análisis hegeliano (aquí socialmente inter
pretado) de la «certeza sensible» en la Phiinontenologie des Geis-
tes, o. c., pp. 88 ss.
*“ Vorlaufige Tltesen, l. c., p. 262.
«** Ibid.
177
13
de la naturaleza independiente de la voluntad del hom
bre» *“. Con ella es compatible lo que Feuerbach llama «li
bertad razonable»*": aquella «que se prueba y se mani
fiesta... como independencia, diligencia, ejercicio, forma
ción, autodominio; pues el siglo, las circunstancias y con
diciones, los condicionamientos naturales bajo los que yo
he llegado a ser no son... seres omnipotentes. Más bien
la naturaleza abandona al hombre a sí mismo; no le ayu
da si él no se ayuda a sí mismo, lo deja ahogarse si no
sabe nadar» *". Los determinantes, con otras palabras, no
eliminan la posibilidad (y necesidad) real de intervención
humana. «La libertad es... principio tan escasamente co
mo la idea, es fin» *"; en cuanto tal es «asunto de la his
toria»*"; los contenidos de la voluntad cambian; están
espacio-temporalmente mediados.
Tras la voluntad consciente, que fija fines —en esto
sigue Feuerbach a ilustrados como Helvecio y Holbach *“—
se encuentra, sin embargo, el impulso a la felicidad o a
la libertad, que coincide con el impulso a la autoconser-
vación, Feuerbach lo llama el «impulso de los impulsos» *".
Nada es, pues, más absurdo para Feuerbach (como criti
ca en Schopenhauer) que «cargar al hombre con una "ne
cesidad metafísica" particular, independiente de su im
pulso a la felicidad y... hacer de ella la esencia y funda
mento de la religión, cuando la... prima philosophia... de
la humanidad, la religión, demuestra de la manera más
convincente que esta necesidad metafísica sólo se satis
face al servicio del impulso a la felicidad... Incluso la di
ferencia fundamental... entre causa y efecto, objeto y yo,
no se apoya solamente... en mi entendimiento, sino tam
bién y esencialmente en mi voluntad» *”. Incluso en la exi
gencia de conocimiento objetivo-se esconde (si bien en*410
Anthropologischer Materialismus, t. II, Frankfurt am Main,
1967, p. 232. «Libres —dice Feuerbach en los Nachgelassenen Apho-
rismen—, lo somos sólo si hacemos nuestra la voluntad de la na
turaleza, siendo o haciendo de corazón lo que también haríamos
sin voluntad por imperativo de la naturaleza» (Samtliche Werke,
t. X, /. c., p. 335).
Vorlesungen iiber das Wesen der Religión, l. c., p. 187.
4OT Ibid., p. 186.
“* Nachgelassene Aphorismen, l. c., p. 314.
<c3 Zur Ethik: Spiritualismus und Materialismus, l. c., p. 12.
410 Cf. ibid., p. 111, donde Feuerbach se remite expresamente
al System der Nattir.
411 ¡bid., p. 108.
4lí Ibid., pp. 109 ss.
178
forma sublimada) el «impulso de felicidad, que se satis
face primero por medio del entendimiento, luego en el
curso de la cultura en que el impulso de saber llega a
ser un impulso independiente, en el entendimiento... El
hombre quiere saber cómo algo sucede o se hace, para,
a ser posible —el impulso de saber es primariamente im
pulso a la imitación— poder hacerlo él mismo con sus
manos, en caso contrario imitarlo al menos en el pensa
miento. Poder, posesión —y poseer, ocupar lo que no
puede ser poseído corpóreamente, significa exactamente
saber— es un objeto del impulso de felicidad»
Caracteriza a Feuerbach desde el punto de vista de la
política de clase el hecho de que (en importantes lugares
de su obra) provea del epíteto «egoísta» a la inerradica-
ble tendencia del individuo a la felicidad. En la antropo
logía de la época burguesa desempeñan categorías como
«interés», «autoconservación», «egoísmo» (los economis
tas clásicos hablan de «selfish system») un importante pa
pel. Es verdad que los antiguos y medievales conocían ya
la tendencia al goce y el bienestar (doctrina hedonista de
Aristipo, appetitus natural is de la escolástica) como re
sortes del obrar humano y de lo viviente en general. Pero
no es hasta el Renacimiento cuando estas categorías se
desplazan verdaderamente al centro. Piénsese en Maquia-
velo, Montaigne, Hobbes o Spinoza, cuya Etica proclama
el «conatus sese conservandi» como fundamento prime
ro y único de la «virtud». En el siglo de Helvecio y Hol-
bach (y hasta, en este respecto «liberal», la filosofía de la
historia de Hegel) el «interés» —en último término— ma
terial de los individuos, grupos y pueblos se convierte en
fundamento decisivo del movimiento. Se supone, en efec
to, la creencia de que la armonía del todo surge cuando
todo singular (o todo colectivo) realiza este interés en sen
tido bien entendido —«razonablemente».
«Por Interés —se dice en el Sistema de la Naturale
za— se designa el objeto al que cada hombre, de acuerdo
con su temperamento y sus ideas peculiares, liga su bien
estar; de ahí se desprende que el interés nunca puede ser
más que lo que cada uno de nosotros considere necesario
para su felicidad... Si afirmamos, por tanto, que el inte
rés es la única fuerza impulsora del actuar humano, que
remos... decir que todo hombre persigue la felicidad a
«* Ibid., pp. 108, 109.
179
su manera... y orienta toda su conducta a conseguirla.
Bajo estos presupuestos no puede nadie llamarse desinte
resado. Sólo se adjudica esta denominación a aquellos
cuyos impulsos no conocemos o cuyos intereses aproba
mos... De hecho, ningún ser inteligente y dotado de sen
sibilidad puede perder de vista un instante... su interés;
cada uno es culpable ante sí mismo si no procura su di
cha; pero pronto le mostrarán experiencia y razón que no
se puede procurar sólo —sin la ayuda de los demás— to
das las cosas necesarias para su felicidad. Vive en comu
nidad... con seres que... piensan como él en su propia
dicha, pero que son capaces de ayudarle para que obten
ga los objetos que ambiciona para sí mismo... De ahí se
sigue que se comportará en lodo momento, por amor de
su propia dicha..., de un modo apropiado para procurar
se la... inclinación..., el aplauso... y la ayuda de los seres
que pueden contribuir al máximo al cumplimiento de sus
aspiraciones... Virtud es solamente el arte de hacerse di
choso a sí mismo favoreciendo la felicidad de los otros» 4“.
Helvecio, que representa una posición parecida, fue,
según Plejanof, el único filósofo del siglo x v iii «que osó
tocar la cuestión del origen del sentimiento moral», «y
derivarla de la "sensibilidad" del hombre»41*. El hombre
huye del dolor físico y persigue el placer sensible. Preci
samente en eso consiste su amor por sí mismo (amour
propre). «De todos los sentimientos», subraya Helvecio,
«es lo único de este tipo; a él le debemos todos nuestros
deseos, todas nuestras pasiones; éstos sólo pueden ser en
nosotros la aplicación del amor a nosotros mismos a este
o a ese objeto...»410.
En Feucrbach retorna el motivo ilustrado del «interés»
que se oculta tras lo espiritual —por mucho que su críti
ca religiosa en conjunto sobrepasa el esquema de psico
logía del interés de la «mentira de los curas». Cuando
toma en serio a la religión como hecho antropológico, y
habla de su «fundamentó humano o egoísta»**417, entiende
por esto un principio filosófico universal; «egoísmo» sig
nifica en la terminología de Feuerbach una oposición
—consciente— al pensamiento teológico; no se mienta
4.4 System der Natur, l. c„ pp. 231 ss.; 233 ss.
4.5 G. W. P lejanof, Beitrage zur Geschichte des Materialismus,
Berlín, 1957, p. 82.
110 De l'Homme, citado en P lfjanof, l. c., p . 83.
417 Vorlesungen iiber das Wesen der Religión, t. c., p. 60.
180
ningún egoísmo moral, «que en todo lo que hace, incluso
en lo que parece hacer por otros, tiene a la vista sólo su
provecho». Esta es la «nota característica del filisteo y
del burgués» la forma vulgar de aquello que Feuerbach
quiere sobrepasar. Su doctrina (esto se mostró de diferen
tes modos) rechaza toda conducta puramente calculato
ria, orientada a la utilidad. «Entiendo por egoísmo (se di
ce en las «Lecciones de Heidelberg»), el hacerse valer,
el afirmarse a sí mismo del hombre, conforme a su na
turaleza y, por consiguiente —pues la razón... no es más
que la naturaleza consciente del hombre—, a su razón,
frente a todas las exigencias innaturales c inhumanas que
la hipocresía teológica, la fantasía religiosa y especulati
va, la brutalidad y el despotismo político plantean a los
hombres. Entiendo por egoísmo el... egoísmo metafísico,
es decir, el egoísmo fundado, sin saber y sin voluntad,
en la esencia del hombre, el egoísmo sin el que el hom
bre no puede vivir en absoluto —pues para vivir tengo
que apropiarme continuamente lo que me es provechoso-
para mí, alejar lo que me es hostil y dañino—, el egoísmo,
por tanto, que se encuentra en el organismo mismo, en la
apropiación de lo asimilable y el rechazo de lo no asimi
lable. Entiendo por egoísmo el amor del hombre a sí mis
mo, es decir, el amor al ser humano, el amor que pone en
marcha la satisfacción y la formación de todos los im
pulsos y disposiciones sin cuya satisfacción y formación
no es ni puede ser un hombre verdadero, completo; en
tiendo por egoísmo... el amor del individuo a su seme
jante..., el amor del individuo por sí mismo sólo en tanto
todo amor por un objeto es... un amor a sí mismo; pues
sólo puedo amar... lo que se corresponde... con mi esen
cia. Brevemente, entiendo por egoísmo aquel impulso a
la autoconservación en virtud del cual el hombre no se
sacrifica a sí mismo, su sentido, su entendimiento, su
cuerpo...»"*.
En la filosofía de Feuerbach se encuentran, por
tanto, superadas las más importantes posiciones de los
materialistas franceses; su mérito al haberlos introducido
en la discusión alemana (si dejamos a un lado a Scho-
penhauer) es considerable. En cuanto si Feuerbach (eso es
lo que aquí importa) sobrepuja a los teóricos del «pen-
Ibid.
m Ibid., pp. 60 ss.; cf., también, pp. 62 ss. y 341.
181
ser, c’est sentir», de la «sensibilité physique» en general,
lo hace a dos niveles imperfectamente mediados (y que
apenas pueden mediarse): a un nivel de metafísica de la
vida —que recuerda a Nietzsche— y otro de filosofía de
la historia. Por lo que concierne al primero, dice Feuer-
bach: «Vida significa emplear a los otros seres como me
dios para lo mejor, hacerse valer pese a otros seres, sig
nifica ser un ser absoluto... que se refiere sólo a sí mis
mo. Vida es egoísmo. Quien no quiere egoísmo, quiere
que no haya vida» wo. Si el amor a sí mismo aparece aquí
como puesto con la existencia humana, incluso biológica,
sin más, en otros lugares —en el segundo plano de dis
cusión— hay formulaciones que intentan recoger la rela
tividad histórica en el concepto de egoísmo. Lo «bueno»,
subraya, «se encuentra en la naturaleza humana, incluso
en el egoísmo humano; lo bueno (corresponde) al egoís
mo de todos los hombres, lo malo... al egoísmo de clases
singulares de hombres, a costa de otros por ende..., pero
el egoísmo de todos, o en principio sólo de la mayoría,
es siempre más poderoso que el egoísmo de la minoría.
¡Echese una mirada a la historia! ¿Dónde comienza...
una nueva época? Por todas partes, allí donde una masa
o mayoría oprimida hace valer su bien justificado egoís
mo contra el egoísmo exclusivo de una nación o una cas
ta, donde hombres o naciones enteras se destacan de la
despreciable oscuridad del proletariado a la luz de la ce
lebridad histórica por encima de la arrogante petulancia
de una minoría patricia. Así... también el egoísmo de la
humanidad ahora oprimida... hará valer sus derechos y
fundará una nueva época histórica»
m Erganzungen und Erlauterungen tu m «Wesen der Religión»,
en SSm tiiche Werke, t. 10, l. c., p. 82; cf., también, pp. 101 ss. y
107.
4,1 Vorlesungen iiber das Wesen der Religión, l. c., p. 345. El
proyecto de Bloch de una antropología marxista (cf. Das Prinzip
H offnung, t. I, l. c., p. 78) ve, al modo materialista tradicional, el
«impulso fundamental más seguro» en la «autoconservación». In
sistiendo enérgicamente (cf. p. 80 ss.) en la «limitación históri
ca», el «cambio *histórico de los impulsos, también del de auto-
conservación». La posición de Feuerbach es parecida, al menos
en su intención. Vimos cómo apenas puede mantenerse la idea-
habitual-sobre el carácter completamente «ahistórico» de su fi
losofía. Si a pesar de ello no le sale del todo bien la dinamización
del «egoísmo» (o impulso a la autoconservación) fijado «en una
metafísica de la vida», de modo que pueda ser incorporado al
proceso histórico que lleva al hombre universalmente desarrólla
la
«Amor a la vida», «interés», y «egoísmo» son, por tan
to, las bases naturales en Feuerbach de la «moral y el de
recho» Su egoísmo es universal, como la naturaleza hu
mana desarrollada en la historia de la cultura; «compren
de en sí tantos tipos y especies... como tipos y especies...
hay de la esencia humana, pues no sólo hay un egoísmo
singular o individual, sino también un egoísmo social, un
egoísmo familiar, de corporación, de comunidad local, pa
triótico» ,a3. En absoluto niega Feuerbach que estos egoís
mos particulares, considerados en sí, son «la causa de
todo mal». Pero (como pensadores de la fuerza de Man-
deville) ha penetrado lo suficiente en la dialéctica de la
historia para darse cuenta de que tales egoísmos, aunque
sin quererlo, son también la «causa de todo bien»; pues,
pregunta, «¿qué sino el egoísmo ha producido la agri
cultura..., el comercio..., las artes y las ciencias?... El
egoísmo es el primer legislador y causante de las virtu
des, aunque sólo sea por hostilidad al vicio, sólo por egoís
mo..., porque es un mal para él lo que para mí es un vi
cio, y viceversa, lo que para mí es una negación para el
otro es una afirmación de su egoísmo»4*.
Feuerbach no duda en llamar al materialismo «el úni
co fundamento sólido de la moral»4*5. Según él es impo
sible encontrar actos éticos libres de todo egoísmo. Está
ciertamente obligado a Schopenhauer, que se destaca «de
los restantes pensadores especulativos alemanes por su...
franqueza, claridad y precisión»; en particular aprecia
Feuerbach en él que —«al contrario de los hueros princi
pios filosóficos de la moral»— considere la compasión
do, no se debe esto a incapacidad subjetiva sólo, sino también
a una dificultad de la materia, a la que el mismo Marx, crítico
de Feuerbach, se vio confrontado. E l Capital (t. 1, l. p. 640)
distingue «la naturaleza humana en general» de la «naturaleza
humana modificada históricamente en cada época», las necesida
des «naturales» de las «sociales» {ibid., p. 617). A Marx le re
pugna disolver al modo historista el inventario material de la
historia, se trate de la «naturaleza» externa o de la interna. Lo
mismo que es correcto decir que las teorías de la autoconserva
ción individual podían florecer preferentemente en la época de la
búsqueda burguesa de posesión, también sería sociologistamente
limitado ver en ellas exclusivamente proyecciones —capitalista
mente condicionadas— sobre la realidad presocial y extrahuma
na. Con lo que no se niega que también existan éstas.
« Cf. ibid., p. 340.
* Ibid., p. 341.
'» Ibid.
4,5 Z u r E thik: Spiritualism us u nd M ateriálismiis, l. c., p. 151.
183
«como el único resorte auténticamente moral y vivo al
mismo tiempo» del actuar humano**“. Pero con la misma
decisión discute Feuerbach que la ética del neminem lae-
de se sustraiga absolutamente a la tendencia a la propia
dicha. Schopenhauer tiene razón «cuando funda la dis
tinción de bueno y malo exclusivamente sobre la de...
placer y dolor» **7. Es falso, sin embargo, «que retrotraiga
la compasión a un principio metafísico en vez de al prin
cipio de la sensualidad..., que destierre el eudaimonismo
de la moral, que conciba la moral en general únicamente
en contradicción con el egoísmo humano»418.
Aunque es cierto que Schopenhauer rechaza la moral
apriorista kantiana como «inadmisible aceptación y mero
disfraz de la teológica»*®, no se sale de suelo kantiano
por cuanto —como ridiculiza Feuerbach— «hace pasar por
una obra maestra universal el expediente kantiano con
su distinción entre un carácter inteligible y un carácter
fenoménico, porque así se saca del apuro de la miseria
de su pensamiento y escapa al reino de los sueños metafí-
sicos»4”.
De hecho declara Schopenhauer —discípulo en ello de
la Ilustración francesa— el egoísmo, es decir, el «impul
so a estar-ahí y bien-estar» «resorte principal y fundamen
tal en el hombre» en cuanto tal, es absolutamente an
timoral, por ser natural’. «El primer y más importante...
poder que el impulso moral tiene que combatir» Scho-
penhaeur, desde luego, no se queda en lo descriptivo, sino
que intenta (en el sentido de su tesis epistemológica de
partida) derivar el egoísmo de que todo individuo está
inmediatamente dado a sí mismo; los otros son para él
sólo mediatamente; en virtud de la «subjetividad esencial
a toda conciencia, cada uno es para sí mismo el mundo
'* Z u r E thik: Der E udám onism us, en Sam tliche W s/ke, t. X,
/. c., p. 276.
**' Feuerbach a Wilhelm Bolin, carta de 16-7-1861, en B rief •
wechsel, l. c., pp. 306 ss. Cf. sobre la relación de Feuerbach con
Schopenhauer, que como filósofo moral le ocupó intensamente
durante el último decenio de su vida, los exhaustivos datos de
R awidowicz, Ludwig Feuerbachs Philosophie, l. c., pp. 285-313.
* Carta del 16-7-1861 a Bolin. /. c., p. 185.
m S chopenhauer, Preisschrift iiber die Grundlage der Moral, en
Sam tliche W erke, t. 4, Wiesbadcn, 1950, p. 185.
,so Carta del 16-7-1861 a Bolin, /. c., p. 307.
“* S chopenhauer, P reisschrift iiber die Grundlage der Moral, l. c.,
página 196.
*» Ibid., p. 198.
184
entero: Pues todo lo objetivo existe como mera represen
tación del sujeto; de modo que todo depende siempre
de la autoconciencia... Por esto... es cada uno para sí
todo en todo: se encuentra como poseedor de toda rea
lidad y nada puede ser para él más importante que el
mismo» *33. El criterio de si a una conducta le corresponde
«valor moral» es, por tanto, la «ausencia de toda motiva
ción egoísta»***. Schopenhauer toma de la experiencia ab
solutamente común que hay (no que debe haber) un obrar
tan altruista. Se funda en la identificación (primero
teórico-intuitiva, luego práctica) con un semejante en que
«toda diferencia total entre mí y cualquier otro, sobre la
cual precisamente descansa mi egoísmo, se ha suprimido
al menos en cierta medida... Pero el proceso aquí anali
zado es... perfectamente real, y en absoluto raro: es el
fenómeno cotidiano de la compasión..., de la... participa
ción inmediata, independiente de cualesquiera otros mi
ramientos... en la pasión de un otro y a través de ella
en la supresión de este padecer, en que en último térmi
no consiste toda satisfacción y todo bienestar y dicha» m.
Schopenhauer no deriva su «fundamento explicativo»
de la acción altruista conceptualmente (por ejemplo, de
un «bien en sí*); en vez de esto remite a la «compasión
innata, natural a todo hombre» —si bien en medida di
versa— con todo lo viviente*36. Por supuesto, como «na
tural» se presenta sólo «desde el punto de vista de la
experiencia»; forma «el contrapeso del encendido egoísmo
que llena a todos los seres y que a veces para en maldad»;
felizmente, implantó la naturaleza «en el corazón humano
aquella maravillosa disposición gracias a la cual la pasión
del uno es compartida por el otro» *s .
Ahora bien, si investigamos esta simpatía (que hay que
entender literalmente) metafísicamente llegamos al nota
ble resultado de que su sustancial en—sí consiste en negar
libremente la naturaleza: la voluntad espacio-temporal-
mente manifestada, el mundo causalmente condicionado.
Esto es algo de que sólo el hombre es capaz. En él puede
«la libertad, es decir, la independencia del principio de
Ibid., p. 197.
m Ibid., pp. 203 ss.
Ibid., p. 208.
** Ibid., p. 264; cf., también, p. 265.
*37 Ibid., p. 245.
185
razón suficiente, que sólo corresponde a la voluntad como
cosa en sí y que contradice al fenómeno, aparecer..., no
obstante, también en el fenómeno... donde necesariamen
te se presenta como una contradicción consigo misma» 4ÍW .
Tan ineludible como el egoísmo: diferencia absoluta de
los hombres entre sí, aparece a la conciencia empírica,
así que está en primer plano; pues lo que los individuos
saben de sí de un modo inmediato no les concierne nunca
más que como porción del «fenómeno cerebral» que es
el mundo. Cuyo verdadero sustrato, sin embargo: la
cosa en sí, la voluntad, no está ligada a espacio, tiem
po o multiplicidad. Por ello no puede lo idéntico «en las
innumerables apariencias de este mundo sensible ser,
sin embargo, más que uno, y sólo el... ser uno se
manifiesta en todos éstos» Epistemológicamente recu
rre Schopenhauer aquí a la estética trascendental de Kant,
en filosofía moral a su doctrina del carácter inteligible y
empírico. Este está invariable y estrictamente determi
nado, aquél es, por el contrario, libre. Por ello son «todos
los hechos del hombre su propia obra, por muy necesa
riamente que resulten... del carácter empírico; pues és
te... es simplemente la manifestación del inteligible en...
nuestra capacidad de conocimiento, es decir, el modo en
que a ésta se le representa la esencia en sí de nuestro
propio yo. Según lo cual la voluntad es, en efecto libre,
pero sólo en sí y fuera del fenómeno; en éste se presenta
con un carácter determinado, al que todas sus acciones
han de adecuarse y que por ello, determinadas más de
cerca por los motivos que se añadan, han de resultar ne
cesariamente así y no de otro modo»4". Es conocimiento
intuitivo, no discursivo, el que se da cuenta del núcleo
ciegamente apremiante del mundo; él aprehende la iden
tidad de lo que no es yo con el propio yo; como compa
sión práctica derriba el muro de separación entre él y
el tú.
Como insinuamos, Feuerbach está obligado a la ética
de Schopenhauer, concretamente a su pensamiento de que
la abyección moral surge con la falta de compasión. Igual-*l.
186
mente asiente a la fundamentación de la justicia en el
neminem laede. Lo que objeta es la filosofía teórica de
Schopenhauer, de la que ciertamente resultan también
faltas prácticas. «¿Cómo es posible», pregunta Feuerbach,
«no darse cuenta de que en el fondo de la compasión mis
ma se vuelve a encontrar el impulso de felicidad? De que
esta simpatía con el que padece surge únicamente de an
tipatía contra el padecer, del no querer padecer, del que
rer ser dichoso, de que, por tanto, la compasión es tan
sólo el propio impulso a la felicidad que padece, que
está herido con las heridas del impulso de felicidad ajeno
o de otros? Cuanto más indiferente, cuanto más insensi
ble es un hombre para sus propios dolores, tanto más in
sensible será también para los dolores de los otros. Y
sólo porque los dolores de los otros le duelen a él mismo
o al menos le molestan en su dicha, porque involuntaria
mente, sin cálculo alguno, se hace el bien a sí mismo al
hacer bien a los demás, les presta asistencia activa»**'.
Feuerbach vuelve aquí a la diferencia entre egoísmo
«vulgar» y «metafísico», siendo el primero —mentalidad
pequeño-burguesa— combatible en todo caso, mientras
el segundo está puesto con la vida como tal. Hay que dis
tinguir entonces estrictamente «entre egoísmo malo, in
humano, sin corazón, y egoísmo bueno, participante, hu
mano; entre el amor a sí mismo espontáneo y libre de
malicia, que se satisface en el amor a los otros, y el calcu
lado, intencionado, que se satisface en la indiferencia o
hasta en la malicia frente a los otros». Quien suprime toda
voluntariedad —como prevé en el caso óptimo la moral de
Schopenhauer— «suprime también la compasión. Para
quien la felicidad es sólo egoísmo, o apariencia y fruslería,
tampoco tiene verdad alguna la desgracia, el ser digno de
compasión; pues el ay de dolor de la miseria no es me
nos egoísta y fatuo que el grito del placer y la alegría.
Para quien se entusiasma por el nirvana o cualquier otra
realidad o nulidad metafísica o suprasensible por el esti
lo, como si fuera la más alta verdad para el hombre, para
ése no es nada la felicidad humana, terrena; pero tampo
co el sufrimiento y la miseria humanos... al menos si quie
re ser consecuente. Sólo quien reconoce la verdad del ser
individual..., del impulso a la felicidad, tiene una compa-41
187
sión bien fundada, en concordancia con su principio, con
su ser fundamental» **’.
De aquí se siguen importantes consecuencias para la
doctrina feuerbachiana de la libertad. Su programa de
«naturalizar» la hasta entonces casi siempre idealistamen
te entendida libertad presupone un nuevo principio: «La
moral no puede ser explicada y derivada... de la mera
razón sin los sentidos, sólo puede serlo de la combina
ción de tú y yo dada a través de los sentidos, de la com
binación de ía "autonomía" y "heteronomía” kantianas,
de la aulolegislación y de la legislación por algo diferen
te del vo. Este otro..., fundamento que determina al yo
para el deber, es... el impulso de felicidad del tú. La fe
licidad..., pero repartida entre diferentes personas, abar
cando al yo y al tú..., es el principio de la moral». «Sólo
la libertad fundada... en el impulso a la felicidad... es
una fuerza política irresistible» *“.
El ansia de libertad no puede satisfacerse ni contra
la naturaleza humana ni contra la exterior al hombre,
sino sólo en armonía con ella: «Sed es necesidad, pero
beber libertad... La naturaleza no me ha cargado sólo
con la necesidad de la sed. me ha otorgado también la li
bertad... para pensar en otras cosas»*44. Libertad es siem
pre libertad de un mal concreto; en vez de estar dada
inmediatamente con la voluntad, está «mediada y condi
cionada por... el conocimiento y el uso de los remedios...
materiales» 445. Estos a su vez dependen por su cantidad
y cualidad del estadio histórico alcanzado, que Feuerbach
interpreta como el «humanizarse de la humanidad» 44<. «La
U1 lbid., pp. 277 ss. Cf., también, sobre esto las pp. 278 ss., don
de Feuerbach intenta dem ostrar q u e'el «eudaimonismo» es per
fectamente compatible con el supuesto de una «conciencia» que,
desde luego (aquí anticipa la teoría psicoanalítica del superego)
es socialmente derivable: «Conciencia es saber con otro ( Gewissen
ist Mitwissen). De tal modo está encajada en mi autoconciencia,
en la imagen de mí mismo, la imagen del otro, que incluso la
expresión de lo más propio e íntimo, de la conciencia, es una
expresión del socialismo, del carácter comunitario; que yo mis
mo no me puedo recluir en el más secreto y oculto de ios rin
cones de mi casa, de mi yo, sin dar al mismo tiempo testimonio
de la existencia del otro fuera de mí» ( ibid., p. 282).
Zur Ethik : Spiritualismtis und MateriaHsmus, l. c., pp. 11?
112 ss.
«• Ibid., p. 123.
«* ibid., p. 150.
M* Nachgetassene Aphorismen, t. c., p. 313.
188
libertad», dice en una formulación sorprendentemente pró
xima al humanismo de Marx, «no consiste en otra cosa
que en crear al hombre una estera ilimitada en conso
nancia con su totalidad, con todas sus fuerzas y dispo
siciones» **:. Tenemos que guardarnos, por ello, de des
preciar el proceso histórico en nuestros enunciados sobre
los hombres. ¿Cuán a menudo no se elevan «fenómenos
transitorios, particulares de una época a... expresiones
permanentes, clásicas del espíritu humano..., a norma ab
soluta de lo humano»?*". La penetración de Feuerbach
en la dialéctica histórica (cuya base económico-material
no llega ciertamente a descubrir) le ayuda a la hora de
evitar este error. Las leyes, usos y costumbres de toda
formación estatal pueden muy bien ser «temporalmen
te» necesarias, «en sí», sin embargo, son arbitrarias «.li
mitaciones de la esencia humana»; son aceptadas mien
tras no se las siente como obstáculos, sino como «deter
minaciones en consonancia con el hombre»*". Los perío
dos de decadencia histórica se caracterizan según Feuer
bach en que estas «limitaciones» se revelan como «obs
táculos» perturbadores, y «son por ende superados». Tal
decadencia es históricamente necesaria: «pues el hombre
aspira de modo incontenible al despliegue ilimitado..., a
formas de existencia que se correspondan con su esencia
entera, y por ello destruye implacablemente toda existen
cia unilateral, limitada, iodo Estado del mundo que sólo
puede afirmarse por opresión de todo apetito humano
esencial, todo Estado que... convierta las condiciones de
su permanencia en leyes de la naturaleza humana. La
esencia por encima de los Estados y los pueblos, esencia
que determina y decide su destino —es decir, la propia
del hombre, pero la esencia tras su conducta intenciona
da—, es la naturaleza humana. Lo que corresponde a la
naturaleza humana, permanece; lo que la contradice...,
perece» *“.
La naturaleza —en ello reside el centro de la doctrina
feuerbachiana de la libertad— so encuentra en el hombre
así en sí misma como escindida de sí. Lo que el hombre
enuncia sobre ella, lo enuncia ella sobre sí misma; pero
“» ibid., p. 312.
“* Ergdnzungen und Erliiuierungen zum «Wesen der Religión »
en G esam m elte Werke, t. 10, l. c., pp. 90 ss.
Ibid., p. 91.
Ibid.
189
al mismo tiempo nunca manifiesta el hombre más que
su propia esencia en aquello que dice sobre lo exterior
a él. Lo igual es reconocido tanto a través de lo igual
como de lo desigual. El doble carácter de la naturaleza
es un motivo que atraviesa toda la obra de Feuerbach.
Ya L a e s e n c ia d e l C r is tia n is m o lo elabora de modo con
ciso. Por una parte tenemos: donde «hay mundo, allí hay
materia, y donde hay materia, allí hay presión e impulso,
espacio y tiempo, límite y necesidad»451. Un negativum
que afecta incluso a los goces humanos; pues «con ellos
va ligada n e c e s id a d , y con la necesidad m a te r ia , e s d e c ir ,
p a s ió n , d e p e n d e n c ia , in f e l ic i d a d s 454. Por otra parte, sin
embargo, no se puede «separar el p la c e r ... de la materia.
El placer material es por así decirlo... la a le g r ía d e la
m a te r ia c o n s ig o m is m a , la m a te r ia q u e s e p o n e a s í m is
m a e n a c c ió n . Toda alegría es autoactividad, todo placer
exteriorización de fuerza, energía»
La naturaleza, activa y pasiva, negativa y positiva en
uno, somete al hombre a sujeciones; pero también lo do
ta con los instrumentos para satisfacer sus necesidades e
impulsos. «Satisfacer un impulso significa liberarse de él
aunque sólo sea momentáneamente» “**. Pero del ser efí
mero de la dicha sensible no se siguen para Feuerbach
ideales ascéticos ningunos. Al contrario: el «reconocimien
to sincero, de corazón, de la sensualidad es el reconoci
miento... del g o c e s e n s i b l e ... Lo que no es reconocido co
mo f i n e n s í m i s m o — lo que en modo alguno quiere de
cir como fin ú l t i m o —, es que n o es reconocido»4S5. La li
bertad sensible es la única verdad de la libertad espiri
tual 4!*.Y, por último: «La libertad política es materialis
Tomo I, /. c., p. 184.
•a Tomo II, /. c., p. 498.
Ibid., p. 488. «Bienestar —se dice en el trabajo Zur Ethik:
Der Eudámonismus no es... otra cosa que un estar adecuado a
aquello que es, a su esencia, a sus órganos y a sus necesidades,
a sus tendencias e impulsos» (I. c., p. 290).
*“ Zur Ethik: Spiritualismus und Materiatismus, 1. c., p. 123.
*“ Das Wesen des Christentums, t. II, l. c., p. 489. De modo
semejante habla Marx del «reino de la libertad» donde el «des
arrollo de las fuerzas humanas... es fin de sí mismo» (Das ¡Capital,
t. III, Berlín, 1953, p. 874.
“ Ibid., t. I, i. c., p. 258. De ahí que en la filosofía social de
Feuerbach no exista contraposición alguna —en todo caso abs
tracta— entre ideas e intereses. «¿Pues no son las ideas —excla
ma— también intereses? ¿No son también... intereses generales
de toda la humanidad... los intereses... que contradicen ¡os...
190
mo en el terreno de la política. La libertad material, cor
poral..., pertenece también a la libertad real»*87. El más
alto concepto de Feuerbach es por eso la «dicha» como es
tado objetivo: no «la» verdad. Le mueve menos la verdad
del materialismo (como simple doctrina) que el materia
lismo de la verdad: su contenido práctico.
Disgusto y placer, materialismo crítico y afirmativo,
forman una unidad negativa. De esto no deja Feuerbach
duda alguna: «La sensualidad es la fuente del placer,
pero... también... de los dolores, de los sufrimientos, de
las enfermedades», por ello «quien no pierde de vista
ni del corazón los sufrimientos de la humanidad, se con
vierte necesariamente en materialista... La medicina, la
patología ante todo, es la... fuente del materialismo; y
esta fuente no puede ser por desgracia cegada por razo
nes filosóficas; pues... en tanto los hombres padezcan,
aunque sólo sea sed y hambre, y estos padecimientos no
particulares de los estamentos o clases ahora dominantes, aun
que por ahora sean ignorados, aunque no sean reales todavía...?
¿No es la justicia un interés general... de los que son tratados
con injusticia, aunque no de los estamentos o clases que la injus
ticia ejercen? En una palabra, la lucha entre ideas e intereses...
es la ae lo viejo y lo nuevo» (Nachgelassene Aphorismen, í. c.,
pp. 315 ss.).
“T Nachgelassene Aphorismen, l. c„ p. 315. «Cuando Kant», es
cribe Adorno, «construía en la "Fundamentado»” la libertad co
mo libertad de la sensación, rendía sin querer el honor que que
ría arrebatar» (Negative Dialektik, l. c., p. 195). El «individualis
mo comunista» de Herbert Marcuse se liga a este lado de la fi
losofía de Feuerbach (cf. Vemunft und Revolution, Neuwied/Ber-
lín, 1962, pp. 239 ss. y 250 ss.). El joven Engels habla del «indi
viduo saint-simoniano» de Feuerbach, lo que casa con el aquí co
mentado componente hcdonista de su filosofía (cf. Marx/ E ngels,
W'erke, t. 3, l. c., p. 542). Puede documentarse variamente que
el concepto (cualitativo) feuerbachiano de naturaleza y de mate
ria se encuentra en la tradición herético-mística de Bdhme, Baa-
der y Schelling. La materia es aquí lo contrario a lo divino, lo
oscuro, el no fundamento» en Dios, en el criptomaterialista Schel
ling incluso la «base» impensable de la inteligencia. El joven Marx
(que tiene también sus veleidades en cuanto a especulación sobre
la naturaleza) subraya también que Feuerbach ha realizado el
«sincero pensamiento de juventud de Schelling» (carta a Feuer-
hach del 3-1043, /. c.) E rwin Metzke, en sus estudios sobre Pa-
racelso, Bóhme, etc., ha puesto de relieve una específica «expe
riencia» de la naturaleza que perdura hasta Feuerbach (cf. Coinci-
dentia oppositorum, Witten, 1961). Sobre la prehistoria en la ilus
tración del naturalismo de Feuerbach, cf. los trabajos orientados
en sentido conservador de T im S chabert, Natur und Revolution,
Untersuchungen zum politischen Denken ¡ni Frankreich des achí-
zehnten Jahrhunderts, Munich, 1969.
191
puedan ser remediados por imperativos categóricos, se
rán materialistas, aun contra su saber y voluntad»*".
El hombre es un ser paciente, por ello apasionadamen
te activo. Feuerbach sabe cuánto deben precisamente las
energías espirituales a los límites naturáles, a las resisten
cias objetivas, en una palabra, a la* necesidad vital. Sólo
donde «hay movimiento, hervor..., sangre, sensualidad,
hay también espíritu»*". Lo que se opone al hombre en
él mismo y fuera de él mismo como no-yo, lo que lo de
termina como ser material, le permita al mismo tiempo
aprehender las cosas sin prejuicios. La intuición las aban
dona en su libertad mientras el espíritu tiende a some
terlas a su regla tiránica. Ambos se necesitan mutuamen
te: la «intuición por sí misma carece de principios fun
damentales', el pensamiento, por sí mismo de vida... Lo
mismo que, por consiguiente, sólo es verdadera la intui
ción determinada por el pensamiento, también es, a la
inversa, el pensamiento abierto y ampliado por la intui
ción, el único verdadero, el único que se corresponde con
las cosas» “ El «empirismo* de Feuerbach pertenece to
davía a un estadio histórico de la filosofía burguesa en el
que los datos sensibles se entienden como algo que exige
la función del pensamiento, y no como algo que la regla
menta.
La estructura del mundo es así continua como discre
ta. El hegeliano Feuerbach no absolutiza ni allana la di
ferencia entre el hombre y el animal. Dicho de otro modo,
no es ni dualista metafísico ni materialista mecanicista.*159
*“ Zur Etliik: Spiritualisnuis und Materialismus, l. c., pp. 151,
159, 165; también, p. 157. Tiene una importancia fundamental el
que Feuerbach se aferre en toda critica al dualismo metafísico
al momento de la «negatividad» de lo- material; evita asi la ido-
latración de la naturaleza del viejo materialismo ilustrado que
parte de ella como «gran unidad» y «eterno modelo» (cf. Max
Horkheimer, «Theismus- Atheismus», en Zur Kritik der instrumen-
tellen Vermmft, Frankfurt am Main, p. 233). Feuerbach se toca
aquí con Schopenhauer, que es un pensador genuinamente ma
terialista por cuanto pesimista metafísico y que ve lo «postivo» in
mediatamente percibido en el dolor, el sufrimiento, la carencia, las
necesidades. «Por el contrario», se dice en la Preisschrift ilber
die Grundlage der Moral, la naturaleza de la satisfacción, del
goce, de la dicha, consiste sólo en suprimir una privación, calmar
un dolor. Actúan, por tanto, negativamente» (/. c., p. 210).
,IS Vorlaufige Thesen, l. c„ p. 255; cf„ también, p. 253, donde se
dice que un «ser sin pasión (Leiden) es un ser... sin materia»,
sin existencia por consiguiente.
Grundsatze, l. c., p. 331.
192
En La esencia del Cristianismo se dice lo siguiente: «El
materialista sin espíritu dice: "El hombre se diferencia
del animal sólo por la conciencia, es un animal pero con
conciencia", sin pensar, por tanto, que en un ser que des
pierta a la conciencia tiene lugar una transformación cua
litativa de su esencia entera»4*1. Quien no piensa, no es
verdaderamente hombre; y no porque pensar constituya
la causa sobrenatural, sino porque constituye una conse
cuencia y cualidad necesaria de la esencia humana4®.
Feuerbach insiste en el papel de conciencia, pensamien
to y lenguaje en la antropología del conocimiento; son
funciones de la especie. «El hombre es a la par yo
y tú; puede ponerse en la situación del otro; su es
pecie, su esencia, no sólo su individualidad»4® son ob
jetos suyos. Cierto que estas funciones son «predica
dos» del ser natural; pero éste tampoco puede ser
desligado de la reflexión; el hombre es la «esencia au-
toconsciente de la naturaleza» y «la unidad real de
espíritu y naturaleza... es la conciencia»4®. Si es el
ser quien hace «la realidad de la conciencia», también
«a la inversa, la conciencia la realidad del ser» al que lle
va hasta el lenguaje4®. Gracias a éste es el ser —en prin
cipio— «multívoco». Una conciencia limitada contradiría
su concepto; es «naturaleza esencialmente más amplia,
más humana... O en la conciencia de lo infinito es la infi
nitud de su propia esencia objeto de la conciencia»4*7.
De aquí resulta el punto nodal de la nueva y emancipa-
toria «ciencia universal» que hace del hombre —con in
tención filosófica— «el más alto objeto»"*. «Hombre»,
añade Feuerbach, «es únicamente quien tiene sentido es
tético o artístico, religioso o ético y filosófico o científi
co... quien no excluye de sí nada esencialmente huma-47
193
13
no» m. Recuérdese que Feuerbach piensa bastante más his
tóricamente de lo que se afirma en la literatura marxista.
De modo que no podemos estar de acuerdo sin reserva
alguna con Bloch cuando dice que Feuerbach ha «absolu-
tizado... la trivialidad del hombre burgués»*470. Es verdad
que carece del «conjunto histórico-social del respectivo
"tipo" hombre»471*47, del conocimiento de fuerzas motrices
económicas. No obstante, la especie humana de Feuerbach
no se agota en lo que hay, en lo ya realizado. El hecho
de que carezca de un concepto de historia materialista
mente aguzado no significa en absoluto que su filosofía
olvide el «inacabamiento»47* de todo lo humano. Si, para
hablar con Bloch, debe realizarse una «creciente intromi
sión del hombre en el secreto religioso», supone esto de
hecho «un concepto utópico del hombre..., un homo abs-
conditus»4”.
Pese a las huellas positivistas, el discurso de Feuer
bach sobre la universalidad humana no se queda estanca
do en lo descriptivo, sino que anticipa «el futuro históri
co, el futuro de la humanidad» 47\ Feuerbach (y su crítico
Marx) han instalado la universalidad de la naturaleza hu
mana en una posición central, mucho antes que Scheler y
otros antropólogos académicos. Con la diferencia esencial,
en todo caso, de que a lo que Scheler llama «apertura al
mundo» y «espíritu» del hombre no lo consideran como
un «principio opuesto... a toda vida en absoluto», como
expresión de una «desvinculación existencial de lo orgá
nico» 47!, sino más bien como resultado del hecho de que
“» Ibid.
470 B loch, Das Prinzip Hoffnung, t. 3, Berlín, 1959, p. 391
471 ibid.
«* Ibid.
m Ibid.
474 Vorlesungen iiber das Wesen der Religión, l. c., p. 335.
4,5 Max S cheler, Die Stellung des Menschen im Kosmos, Bem /
Munich, 1962; cf. pp. 37 ss. Una posición idealista, que hace re
troceder a Hegel, de la antropología negada por Feuerbach. En
el sistema de Hegel forma la primera parte de la «ciencia del es
píritu subjetivo» (Samtliche Werke, Glockner, t. 10, Stuttgart,
1958, p. 48). «Tenemos que comenzar», explica Hegel, «con el es
píritu prendido aún en la naturaleza, referido a su coiporeidad,
que no está aún en sí, que aún no es libre. Este fundamento del
hombre —si se nos permite la expresión— es el objeto de la an
tropología... El alma surge de este inmediato ser uno 'on su na
turalidad en la antítesis y lucha con la misma... A esta lucha le
sigue la victoria del almia sobre su corporeidad, la reducción y
194
sea el «superlativo viviente del sensualismo»*”. El hom
bre, un «no-yo que es yo» es «el ser más profundo de to
dos los seres» *”, porque es también el «más sensual y
más sensitivo» Feuerbach recalca que la diferencia cua
litativa entre hombre y animal comienza ya al nivel de la
sensación. Unicamente en el hombre «la experiencia sen
sible de ser una esencia relativa, subordinada a los fines
inferiores de la vida, pasa a ser una esencia absoluta, fin y
goce de sí misma... El hombre es, por consiguiente, hom
bre sólo porque, al contrario que el animal, no es un sen
sualista limitado, sino absoluto, porque no es esta o aque
lla cosa sensible, sino el mundo, lo infinito, y además por
sí mismo, es decir, por el goce estético, lo que es objeto
de sus sentidos, de sus sensaciones»*”. El abrir brecha
en la «estructura del entorno» **’ animal, de la que Sche
ler habla, la exacta aprehensión de estados de cosas que
son en sí, presupone, según Feuerbach, que tiene precisa
mente la sensualidad como supuesto: «El mundo está
abierto sólo a la cabeza abierta y las únicas aberturas de
la cabeza son los sentidos» **'. El «pensamiento encerrado
en sí», aislado, no encuentra nunca, por mucho que se es
fuerce, «un acceso al objeto, al ser»m. Por supuesto,
Feuerbach se refiere (hubo que volver repetidamente so
bre esto) no a los sentidos meramente naturales, sino a los
«sentidos educados... del filósofo»*”, a una «empina uni
versal»*", coincidente con la verdadera especulación.
El tan glosado «lugar particular» **5 del hombre queda
también en claro cuando se explica a partir del mundo
de la experiencia (concebido como un todo estructurado):
«No necesitamos salimos del dominio de la experiencia
para reconocer al hombre como un ser que se encuentra
por encima del animal. El hombre no es un ser particu
lar como el animal, sino un ser universal, ilimitado y li-
bre por ende, pues universalidad, carencia de límites y li-
el ser reducida de la corporeidad a u n signo, a la representación
del alm a» (ibid., p. 49).
tn Wider den Dualismus, i. c., p. 143.
47T Voriesungen iiber dar Wesen der Religión, ¡. c., o. 352.
,?! Wider den Dualismus, l. c., p. 144.
4!" Ibid.
4M S cheler, l. c., p. 39.
4,1 Grundsiitze, l. c., p. 334.
'« Ibid.
m Ibid., p. 324.
m Vorlaufige Thesen, l. c., p. 250.
m Scheler, l. c., cf. p. 37.
195
bertad son inseparables. Y esta libertad no existe en nin
guna facultad particular, la voluntad, como tampoco esa
universalidad en ninguna facultad particular, la facultad
de pensar, la razón; esta libertad, esta universalidad abar
can su ser entero. Los sentidos animales son ciertamente
más agudos que los humanos, pero sólo en relación a
cosas determinadas, que se encuentran en conexión nece
saria con las necesidades del animal, y son más agudos
precisamente por este carácter determinado suyo, por es
ta limitación exclusiva a algo determinado... Pero cuando
un sentido se eleva por encima... de su vinculación a la
necesidad, alcanza significado y dignidad independientes,
teóricos: sentido universal es entendimiento, sensualidad
universal espiritualidad. Incluso los sentidos inferiores,
gusto y olfato, se elevan en el hombre al nivel de actos
espirituales, científicos»
El mismo Feuerbach concede que sus consideraciones
sobre el carácter «espiritual» de la sensualidad universal
recogen y continúan un pensamiento expresado por He
gel a propósito de Aristóteles El pasaje —instructivo—
de la Historia de la Filosofía dice: «Aristóteles es un em-
pirista completo, y esto a la par que un pensador... Toma
las determinaciones de los objetos... tal como sabemos
de ellos en la conciencia corriente. Y manteniendo enlaza
das, vinculadas todas estas determinaciones, formando así
el concepto, es especulativo en sumo grado cuando pare
ce ser empírico... Pues su empina es total...; lo empírico,
concebido en su síntesis, es el concepto especulativo»
Prescindiendo ahora de si Hegel expone aquí adecuada
mente la teoría aristotélica del conocimiento, tenemos
aquí dos cosas. Una la opinión, por el materialismo dia
léctico, de que no hay «pura» empiría, hechos absoluta
mente «libres de teoría». Y otra (éste es el precio que
Hegel paga por esa opinión) que la formulación de que
la empiría —penetrada, unificada por el pensamiento—
es ya especulación, contiene en sí el idealismo entero.
«Lo empírico» sólo puede revelarse como «concepto» en
sentido hegeliano si es va en sí esencia espiritual.
El discurso de Feuerbach sobre el carácter «espiritual»
de la sensualidad «universal» implica no solamente que
Grundsatze, l. c., p. 336.
* Vorlaufige Thesen, l. c., p. 250.
“** H egel, Samtliche Vierke, G lockner. t. 18, S tu ttg art, 1°59, pá
ginas 340 ss.
196
aquél descansa en éste, sino también, a la inversa, que
los órganos de los sentidos —devenidos universales— se
liberan de necesidades particulares, se comportan teórico-
espiritualmente en su praxis inmediata: aprobación del
mundo. En ello consiste la utopía inmanente a la sensua
lidad emancipatoria. Cuyo concepto anticipa un futuro
más que describe lo ya dado. Quien pase esto por alto,
tachará fácilmente al sensualismo de Feuerbach de do
tar —indebidamente— al término «sensualidad» de con
tenidos que están reservados al espíritu. Al superar la se
paración idealista de sensualidad y entendimiento, de in
tuición y concepto no siempre logra Feuerbach mantener
a un tiempo la diferencia cualitativa de ambos momentos
del proceso unitario del conocimiento. De ahí su continua
vacilación entre un sensualismo del tipo del de Condillac,
que ve resumidas en los órganos de los sentidos todas las
facultades del alma (lo espiritual como mero modo de con
figuración de lo sensible) y una concepción dialéctica en
su arranque. En cuanto Feuerbach la mantiene, se mues
tra ésta más fecunda resaltando la especificidad de lo hu
mano frente al resto de la naturaleza, frente al materia
lismo «sin espíritu», que en la bastante más difícil cues
tión de la unidad y diferencia de sensualidad y entendi
miento.
Es verdad que Feuerbach no niega la realidad del pen
samiento; pero para él no es éste más que «una verdad
sensible» m, un «sentir... ampliado, extendido a lo lejano,
a lo ausente, un sentir de lo que no es sentido real, pro
piamente; un ver aquello que no es visto»4m. Todo «nues
tro conocimiento y saber», asegura Feuerbach, «a cuyo
través el espíritu es espíritu y se actúa como tal», «ha
surgido y nos ha sido dado, evidentemente, sólo por la
visión, la audición, la observación de hechos sensibles»4”.*431
197
Por otro lado (lo que dificulta un juicio objetivo) da a
entender el mismo Feuerbach que en el sujeto —incluso
en el antropológicamente desencantado— hay algo «que
une los sentidos, que no es, por tanto, ninguna función
sensible más —y que en este respecto es no sensible y
suprasensible—, el lazo de los sentidos» ***. De ahí que la
«intuición» nunca «carezca de entendimiento —y que la ba
rrera sea un acto de entendimiento—; no sólo nos da lo
«singular», sino «también identidad, conexión de singula
ridades»***. Lo «diferente en nosotros en la actividad de
los sentidos» ***, el pensamiento racional, es siempre tam
bién «pensamiento vidente, audiente, sentiente... O, a la
inversa, ver pensante, sentir pensante» *“.
Así que Feuerbach vuelve constantemente, sin que im
porte su base sensualista, a la relación del «espíritu» con
los sentidos. Suele pasarse por alto que al hacerlo ha mo
dificado notablemente la tesis de la universalidad de la
sensualidad. Ciertamente «el sentido es universal e infi
nito, pero sólo en su dominio, en su especie; el espíritu,
por el contrario, no está limitado a ningún dominio de
terminado, es simplemente universal; es el compendio, la
unidad de los sentidos, la suma de todas las realidades,
mientras los sentidos son sólo sumas de realidades de
terminadas, exclusivas. De ahí que el espíritu sea supra-
lín, 1972, p. 1.108). La filosofía marxista está por encima de la de
Feuerbach por cuanto hace valer sin vacilaciones diferencias cua
litativas dentro del proceso de conocimiento. «Dialéctico —escribe
Lenin— es no sólo la transición de la materia a conciencia, sino
también de la sensación al pensamiento» (Werke, t. 38, l. c., pá
gina 271). «Los hombres», explica Mao Tsé-tung, «ven., en el
proceso de su actividad práctica, primero sólo la apariencia de
ías cosas, sus partes aisladas y su conexión externa... AI conti
nuarse la praxis social... ocurre un cambio en el pensamiento de
los hombres... y surgen conceptos. El concepto capta la esencia
de las cosas, su totalidad y su conexión interna. Entre concepto
y sensación no hay sólo una diferencia cuantitativa sino también
cualitativa... Lo sensible y lo racional se distinguen por su ca
rácter, pero no están separados lo uno de lo otro, sino que...
se unifican sobre la base de la praxis» (über die Praxis, en
Ausgewdhlte Werke, t. I, Peking, 1968, pp. 350, 352).
w Nachgelassene Aphorismen, I. c., p. 299; también sobre esto
Wider den Dnalistnus (/. c., p. 150) donde se dice: «Los sentidos
lo dicen todo, pero para comprender sus enunciados hay que unir
los. Leer los evangelios de los sentidos en su conexión se llama
pensar».
m Ibid., p. 298.
sensible en cuanto se encuentra más allá de la particula
ridad... de los sentidos, fundiendo en un espíritu común
el espíritu provincial de éstos; y, sin embargo, no es más
que la esencia de la sensualidad, en cuanto es... la unidad
general de los sentidos. Las plantas en plural se las debo
a los sentidos, la planta en singular al espíritu; pero lo
mismo que la planta, aunque no sea un objeto de ios sen
tidos, no es un ser suprasensible, en el sentido que la
imaginación especulativa asocia con esta palabra, tam
poco lo es el espíritu, aunque no sea una actividad de los
sentidos. Sólo para abarcar en sí todo lo sensible no es
él nada sensible, esto es, nada sensible determinado» a>.
Y Feuerbach sigue de nuevo a Condillac y Helvecio cuan
do explica la autonomía —relativa— de la función de pen
sar mediante la memoria y la imaginación; éstas son «los
más seguros guías desde el reino de la vida al reino de
sombras del espíritu. En el recuerdo es el ser sensible
ser pensado, presente lo corporalmente ausente; la ima
gen del objeto... me presenta el objeto mismo... El re
cuerdo es por esto el primer medio de... ganar espacio
y tiempo, el primer medio por el cual el hombre se pone
en posesión de todas las cosas. Por medio del recuerdo
puedo... vagar de un lugar a otro, ampliar la intuición...
a intuición del universo y... elevarme a la dignidad de un
ser cosmopolita y espiritual; pues sólo si el hombre... se
eleva a la contemplación del mundo se eleva también a la
altura del espíritu. ¿Pero qué es éste espíritu mío? Nada
más que el representante del universo»*”.
“* Wider den Dualismos, l. c., p. 148. Del comentario de Feuer
bach sobre lo arriba expuesto se desprende claramente que la
crítica sensualista al «espíritu» no va tanto contra la específica
función de éste como contra su hipóstasis: «La existencia de un
órgano central diferente de los órganos y nervios de los senti
dos, cuya función es concentrar los sentidos, reunir sus datos,
compararlos, distinguirlos, clasificarlos —una función o actividad
de la que el abuso lógico y lingüístico ha hecho un sustantivo,
una esencia independiente separada del hombre—, la existencia
de un órgano del pensamiento, pues, es asimismo no sólo un he
cho anatómico-fisiológicamente constatado, sino también inme
diatamente sensible» (ibid).
m Ibid., pp. 148 ss. Son de interés los pensamientos expresa
dos en este contexto por Feuerbach sobre el problema epistemo
lógico de la «apariencia sensible». Previene contra una concep
ción demasiado burda de la antítesis entre el mundo en sí y para
nosotros; pues si no, se origina un resultado falso: «El sentido
me da sólo apariencia, el pensamiento, la razón, por el contra
rio, verdad, luego el ser de los sentidos es sólo aparente, el de
199
Con esto retoma Feuerbach —negando su fase nega
tivo-crítica— a posiciones de su libro juvenil sobre Leib-
niz, apenas superado hasta ahora. En él comenta entre
otras cosas la polémica contra el empirismo de Locke,
cuyo nihil est in intellectu quod prius non fuerit in sensu
corrigió Leibniz con el célebre añadido nisi intellectus
ipse. Cuando Leibniz, dice Feuerbach, niega «precisión y
s o lid e z » a la filosofía de Locke, tenía ciertamente ra
zón. Y, a la inversa, Locke no podía menos de rechazar
las «ideas innatas»4Wdel racionalismo; pues pensó «el
principio sólo como empírico; se atuvo... a las crudas
expresiones sensibles en que encontró enunciada esta doc
trina...; no se preguntó lo que este pensamiento de las
ideas innatas... podía significar en sí. Y nada es más sen
cillo que refutar (en apariencia) un esquema filosófico
si se le entiende fáctica y no genéticamente... Si se toma...
la doctrina de las ideas innatas del modo que Locke la
entiende, esto es, que hay conceptos y conocimientos que
nacen con los hombres, que éste trae consigo al mundo
un cierto viaticum, cuán fácil es entonces el juego de la
crítica... En este sentido... no nos es innato absoluta
mente nada, ni siquiera... nuestros sentidos, nuestro cuer
po... Sólo el ejercicio y el uso, la actividad hacen del cuer
po nuestro cuerpo... Homo fit, non nascitur... Así que
hasta lo sensible es algo fluido y en devenir, en modo
alguno... el punto fijo de reposo, de salida y término
por el que el empirista lo tiene» "®. En lugar de investi
gar el problema de cómo llegan las funciones sensibles a
ser posibles, las presupone como hechos absolutos, cuan
do la percepción de un objeto exterior es «ya conciencia,
pensamiento», «si bien un... pensamiento todavía envuel
to... en la intuición sensible que sólo después, con la ma
duración del individuo alcanza la independencia como pen-
200
samiento para sí... Todo se encuentra en la intuición;
cierto, pero para encontrarlo... hay que pensar. Ojos y
oídos tienen en los animales su determinación esencial
sólo en relación con la autopreservación; son... los pro
veedores de las necesidades vitales de éste... Pero en el
hombre alcanzan una significación independiente de... su
mera relación con la necesidad de la vida... Los sentidos
son aquí, ya originariamente, emanaciones de la facultad
teórica. El hombre ha nacido para la teoría» m.
También Kosing alude a que Feuerbach logró «supe
rar» de modo materialista resultados idealistas en la cues
tión de la relación entre sensualidad y pensamiento".
Como todos los materialistas premarxianos estuvo pre
ocupado por la unidad y corrección mutua de intuición
v concepto, logrando introducir momentos dialécticos en
la discusión. En las Tesis provisionales escribe: «Sólo allí
donde... la intuición se conjuga con el pensamiento, la
actividad con la pasividad..., hay vida y verdad... Fue
únicamente el esprit de Leibniz, su principio sanguíneo,
materialista-idealista, lo que primero sacó a los alemanes
de su escolasticismo filosófico»
El sensualismo «existencialista» de Feuerbach es —en
lenguaje pasado de moda— «metafísica sobre base induc
tiva». En crudo contraste, por ejemplo, la «analítica exis-
tencial» de Heidegger en Ser y Tiempo, confiesa sin repa
ros su carácter material-antropológico; los hechos por
ella investigados son «ónticos», no de ontología funda
mental. Feuerbach concibe al hombre a partir de estruc
turas de lo «existente en el mundo interior», a partir de
aquel dominio, pues, que en Heidegger es precisamente
depreciado como fuente de conocimiento. La diferencia
más importante, por último, entre las obras de Feuerbach
y Heidegger, la constituye el hecho de que ésta, pese a
su ademán radical, no deja de ser académica, mientras
la antropología de Feuerbach es ilustradora-emancipato-
ria. Su agresivo humanismo apunta al «hombre univer
sal» que es hombre en cuanto filósofo y filósofo en cuan
to hombre.
201
SOBRE EL PAPEL DE LA PRAXIS EN EL PROCE
SO DE CONOCIMIENTO; FILOSOFIA SOCIAL EN
FEUERBACH
204
fendida de un modo tan global, su tesis es insostenible;
veremos en qué se diferencia el concepto de praxis de
Feuerbach del de Marx. Plejanof dice, con razón, en los
Problemas fundamentales del marxismo que «la teoría del
conocimiento de Marx está estrechamente ligada con la
visión materialista de la historia cultural de la humani
dad» m, a la que Feuerbach no logró elevarse. Pero con
esto es difícilmente compatible su afirmación inmediata
mente posterior de que «la teoría marxiana del conoci
miento» es «propiamente la teoría del conocimiento de
Feuerbach, sólo que profundizada por la genial correc
ción que Marx emprendió en ella» *®. Es evidente que Ple
janof borra aquí la diferencia fundamental entre Marx y
Feuerbach. Como nota Rawidowicz, considera a los fun
dadores del materialismo dialéctico como «feuerbachianos
acabados, ortodoxos»810. Y, sin embargo, contiene su te
sis un momento de verdad, al que apenas se volvió a pres
tar atención tras los primeros años treinta. Sólo reciente
mente, con motivo de la discusión sobre el concepto mar-
xiano de praxis, se hace de nuevo referencia a la cuestión
(que hasta ahora se tenía por resuelta) de la relación doc
trinal entre Feuerbach y Marx
El libro de Lenin, Materialismo y empiriocriticismo
(aparecido en 1909) sigue la interpretación de Plejanof,
colocando a Feuerbach, Marx y Engels en el mismo pla
no como representantes del moderno materialismo, y ex-
“• Grundprobleme des Marxismus, l. c., p. 25.
** Ibid. Mientras autores burgueses como Johann Plettge (cf.
Marx und Hegel, Tübingen, 1911, pp. 15 ss.) discuten cualquier
influencia de Feuerbach sobre Marx, Plejanof y los demás mar-
xistas rusos del primer momento tienden a exagerarla. Exagerado
en exceso es el feuerbachianismo de Marx por Th. Masaryk (Die
philosophischen und soziologischen Grundlage des Marxismus,
Viena, 1899), al que Wetter cita como informador; cf. Der dia-
lektische Materialismus, 1. c., p. 16. Desde luego que Wetter es
más precavido; menciona el papel epistemológico del concepto
de praxis de Feuerbach, sin adscribirse a la tesis de Masaryk de
que Feuerbach sea el verdadero spiritus rector de la teoría de
Marx (cf. ibid., p. 17). El presente estudio intenta, sobre todo en
la primera parte, exponer la importancia de Feuerbach (hasta
ahora apenas tenida en cuenta) para la teoría de la sensibilidad
que Marx desarrolla en los Manuscritos económico-filosóficos.
510 Rawidowicz, Ludwig Feuerbachs Philosophie, l. c., p. 484.
“» Cf., sin ir más lejos, Ivan Dubsky, «Zur Frage des Wesen
des Menschen bei Feuerbach und Marx», en Annali, VII, 1964-65,
Milán, 1965, pp. 149 ss.
205
plicando que la teoría del conocimiento de Marx «procede
en línea recta de la de Feuerbach»5I*. El «cambio de apre
ciación» s,a de Plejanof se acentúa todavía más al recurrir
Lenin precisamente al concepto de la filosofía de Feuer
bach en virtud del cual Marx y Engels imaginaban poner
se fuera de ella: el de praxis humana. Mientras los idea
listas subjetivos, o bien piensan con excesiva presun
ción haber incorporado las necesidades del mundo coti
diano en sus consideraciones (escépticas o trascendenta
les) sobre la objetividad del conocimiento, o bien como
Fichte en la Teoría de la ciencia, realizan la grandiosa e
ilusoria tentativa de derivar también de modo idealista
aquel «realismo que nos impone a todos..., cuando se lle
ga al obrar, la tesis de que los objetos existen indepen
dientemente de nosotros» s“, Feuerbach, exactamente co
mo Marx y Engels, muestra que llegamos inevitablemente
al materialismo si incorporamos la praxis en el proceso
de conocimiento —y con ello en el estado material de los
objetos del conocimientoiU. Feuerbach —subraya Lenin—
«hace un "salto" a la praxis indebido» desde el punto de
vista de la teoría del conocimiento; pone «los resultados
de la praxis humana entera en la base de la teoría del co
nocimiento... El punto de vista de la vida y de la praxis
tiene que ser el punto de vista primero y fundamental de*514
206
la teoría del conocimiento»®*. Con esto se toca un lado
de la filosofía de Feuerbach que casi nunca recibe plena
atención en la literatura. Sólo a partir del concepto de
praxis (que desde luego sólo tenemos en esbozo) pueden
entenderse completamente los restantes puntos de vista
de Feuerbach. El que las cosas exteriores sean y qué es
lo que son, qué es «ser» (en sentido óntico), nada de esto
puede averiguarse en el interior de la teoría, abstrayendo
del hombre y de sus condiciones concretas de existencia.
Así, en los Elementos fundamentales de Feuerbach se di
ce que el pensamiento como tal «no lleva a ninguna dife
rencia u oposición positiva de sí»; por ello no dispone
sino de un «criterio meramente formal... subjetivo de la
verdad»: que algo no contradice a la lógica y a sus re
glas “7. Pero si en serio se trata de la «realidad del pensa
miento», tiene que «añadirse a él» algo que lo trascienda.
Como pensamiento realizado tiene que ser también «ob
jeto del no pensamiento»"*. De la inmanencia del pensa
miento no se desprende terminantemente si la verdad pen
sada es también la verdad real. Se necesita un criterio
material, objetivo, que salte por encima de lo conceptual:
la intuición sensible como hecho vital. Quien pregunta
por el ser objetivo pregunta también por el ser subjetivo
humano: «La cuestión del ser es... una cuestión práctica,
una cuestión de la que nuestro ser participa, una cues
tión de vida o muerte»®*. En esto se mantiene firme
todavía en el estudio tardío sobre espirilualismo y ma
terialismo. Según Feuerbach (que aquí habla el len
guaje de las Tesis de Marx contra él dirigidas) «el fallo51
515 Lenin , Materialismus und Empiriocritizismus, trad. de Fri-
da Rubiner, Berlín, 1952, pp. 130-1. Sobre la interpretación de
Feuerbach por Lenin; cf., también, pp. 106 ss. La tesis del libro,
de que el materialismo hace de la «convicción ingenua de la hu
manidad» de que «cosas, mundo y entorno existen independien
temente de nosotros» de modo perfectamente «consciente base de
su teoría del conocimiento» (p. 59) podría estar también inspi
rada por Feuerbach. Sobre la adopción y continuación por Lenin
de la interpretación de Feuerbach por Plejanof, cf. el escrito de
Deborin, Lenin der kdmpfettde Materialist, Viena, 1924, pp. 10-16.
A todo esto queda por notar que Lenin se sirve, en efecto, del
concepto feuerbachiano de praxis, en vista de su oposición frontal
a! idealismo subjetivo, pero que no lo identifica con el concepto
de Marx/Engels. Sobre esto, y críticamente (contra Wetter): G eorc
K laus, Jesuiten, Gott, Materie, Berlín, 1957, pp. 44-45.
*** Grundsatze, l. c., p. 331.
M* Ibid., pp. 314-5; también, pp. 303 ss.
™ Ibid.. p. 308.
207
fundamental del idealismo es que plantea y resuelve la
cuestión de la objetividad o subjetividad, de la realidad o
irrealidad del mundo sólo desde el punto de vista teórico,
mientras que el mundo es primaria y originariamente un
objeto del entendimiento únicamente porque es objeto
del querer, del querer ser y tener» ao.
Verdad íntegra significa que teoría y praxis no se con
tradicen entre sí. Hay que corregir, por tanto, con la óp
tica de la vida la óptica del conocimiento intelectual. Co
mo ya hizo Hegel, protesta Feuerbach contra el carácter
contrario a la vida de la abstracción. Pero como el dia
léctico especulativo, sin embargo, puede elevar «vida» y
«concreción» a momentos del «concepto», se ve obligado
Feuerbach, que quiere alcanzar sobre base «material» la
conciliación de la realidad extrañada de sí, a asegurar él
mismo de modo en cierta medida abstracto que la «vida»
es «el punto de vista de lo absoluto, la ciencia, la teoría,
el punto de vista de lo finito»
Esta fracasa frente al «enigma de la vida», lo que, sin
embargo, no significa de ningún modo que haya que pa
sarse a la fe religiosa. Más bien es cierto: «La duda que
la teoría no te resuelve, te la resuelve la praxis» Feuer
bach barrunta una conexión entre teoría y praxis. Cuando
remite a la última, al enfrentarse a dificultades teóricas,
se oculta en ello la idea —germinal— de que su realiza
ción tiene un contenido cognitivo *. Feuerbach gira con-
5811 Zur Ethik: Spiritualismus tmd Materialismus, l. pp. 216
siguientes.
Ml Wider den Dualismus, l. c., p. 134.
583 Fragmente zur Charakteristik meines philosophischen curri
culum vitae, l. c., p. 178.
w Sobre el que Engels ha llamado la atención variamente. La
praxis es al tiempo trascendente e inmanente a la teoría. Preci
samente en cuanto «otro» del comportamiento teórico pertenece
en el marxismo a las categorías epistemológicas. Cuando el agnos
ticismo (con él explica Engels el doble carácter de la praxis)
afirma que no podemos conocer nada «seguro de las cosas y
sus propiedades», sino simplemente referimos a las impresiones
de los sentidos que de ellas tenemos, es difícil, como el mismo
Engels concede, «salirle al paso por el camino de la mera argu
mentación». Pero —dice Engels— «antes de que los hombres ar
gumenten, actuaban. "Al principio era la acción". Y la acción
humana tenía la dificultad ya resuelta mucho antes de que la
listeza humana la inventara. The proof of thc pudding is m the
eating. En el instante en que utilizamos estas cosas para nuestro
propio uso según las propiedades que en ellas percibimos..., so
metemos a las impresiones de nuestros sentidos a una prueba
208
tinuamente en torno a esta relación, sin lograr determi
narla de modo concreto-histórico. De todas formas enlaza
sus reflexiones con el proceso de autosustentación huma
na —también siempre mediado por la historia social y la
de la especie—. El mundo objetivo es el que hay que ne
gar y apropiarse. En armonía con él se encuentra el hom
bre sólo en la teoría contemplativa de la antigüedad. Don
de, por el contrario —como en la moderna época bur
guesa— «el hombre se sitúa sólo en un punto de vista
práctico y contempla desde él el mundo, convirtiéndolo
en punto de vista teórico, entonces se encuentra es
cindido de la naturaleza, hace de ésta la más servil
de las criadas de su interés egoísta, de su egoísmo
práctico» *. Naturaleza y espíritu coinciden en el hom
bre por mediación de ios fines que éste se impone.
«No la voluntad como tal, no el vago saber —sólo
la actividad ordenada a un fin, que es unidad de la activi
dad práctica y la teórica, dota al hombre de fundamento
y sostén éticos» Más tarde concretó Feuerbach este
pensamiento (de modo «marxista», por así decirlo). «Es
sólo el hombre quien por medio de sus disposiciones y
formaciones imprime a la naturaleza el sello de la con
ciencia y el entendimiento, sólo él quien en el transcurso
de los tiempos ha recreado la naturaleza hasta hacerla
un lugar razonable, adecuado a él, donde habitar, y la
recreará haciéndola aún más humana y razonable... Hasta
el clima cambia la cultura humana. ¡Qué es hoy Alema
nia y qué fue, incluso en tiempos de César!»
Junto a tales alusiones a la relevancia teórica de la
praxis, diseminadas por toda la obra de Feuerbach, se
infalible de su corrección, o incorrección... Si alcanzamos nuestro
fin..., si nos encontramos con que la cosa... rinde en aquello para
lo que la aplicamos, entonces es esto una prueba positiva de que,
en el interior de esos límites, nuestras percepciones... coinciden
con la realidad que está fuera de nosotros» (Einleilung zur en-
glischen Ausgabe der «Entwicklung des Sozialismus von der Uto-
pie zur Wissenschaft», en Marx/ E ngels, Werke, t. 21, Berlín, 1963,
p. 196). Cf., también sobre esto, la crítica de Engels a la «cosa en
sí» kantiana (p. 297), así como en Ludwig Feuerbach, Marx/ E n-
GE1.S, Werke, t. 21, /. c., p. 276.
’** Das Wesen des Christentums, t. I, l. c., p. 188; en t. II, 1. c„
p. 193, llama Feuerbach (como las Tesis de Marx) al «punto de
vista subjetivo», «práctico». El contexto próximo es desde luego
de psicología de la religión.
M5 Ibid., t. I, í. c., p. 124.
““ Vorlesungert über das Wesen der Religión, I. c., p. 194.
209
encuentran otras que, a la inversa, acentúan la relevan
cia práctica de la teoría. Feuerbach la entiende desde el
principio en el sentido de que es «la fuente de la verda
dera praxis objetiva, pues el hombre sólo puede tanto
como sabe: tantum potesí quantum scit»5,7. Cierto que
originariamente «la praxis precede a la teoría». Pero cuan
do el hombre se ha... elevado al punto de vista de la teo
ría, entonces puede ésta preceder a la praxis» s“. Y en otro
lugar, anticipando una célebre frase de Marx, dice Feuer
bach: «El hecho sensible en la teoría se convierte en la
praxis en violencia sensible» a#. Particularmente nítido se
destaca el influjo de Feuerbach sobre el joven Marx en
una carta a Ruge, en que se dice: «La cabeza es filósofo,
es teórico. Sólo que tiene que llevar el áspero yugo de la
praxis, al que la sometemos, y aprender a habitar huma
namente en este mundo sobre los hombros de hombres
actuantes. Se trata solamente de una diferencia del tipo
de vida. ¿Qué es teoría, qué es praxis? ¿En qué consiste
su diferencia? Es teórico lo que todavía se encuentra úni
camente en mi cabeza, práctico lo que va por muchas. Lo
que une a muchas cabezas hace masa, se extiende y se
hace un lugar en el mundo» En todo caso las conside
raciones de Feuerbach sobre la relación de teoría y pra
xis no deben ser equiparadas a las de Marx —ni siquiera
en este estadio primero—. Se trata simplemente de mos
trar que el antropologismo de Feuerbach contiene moti
vos sociales que, críticamente elaborados, han pasado a la
teoría marxiana.
El sentido filosófico tradicional de conceptos como
«ser», «existencia» y «realidad» queda superado por
Feuerbach, que tan pronto los identifica o los enlaza
con la «vida» como con la «praxis*1». De categorías ontológi-
cas los lleva a ser categorías ónticas, naturales-humanas.
Su método «antropocéntrico» anticipa la teoría marxista
de la praxis como el medio más general en que aparece
toda realidad tanto humana como extrahumana. Esto tie
ne consecuencias para la teoría de la verdad. Esta no se
agota en una suma o sistema de juicios adecuados a lo
* Das Wesen des Christentums, t. II, í. c., p. 318.
“• Nachgeíassene Aphorismen, l. c., p. 304.
Das Wesen des Christentums, t. II, /. c., p. 318.
90 Feuerbach a Amold Ruge, carta de junio de 1843 (según los
Deutsch-Franzdsischen Jahrbüchem, París, 1844) en Briefwechsel,
l. c., p. 177.
210
que es, «libres de valor». Existe, si es que ha de irnos
algo en ella por decirlo enfáticamente, «no en el saber
por sí mismo», sino como «unidad racional de... pensa
miento y vida»; constituye «la totalidad de la vida y el
ser humanos»581. La verdad objetiva de nuestras proposi
ciones es también siempre «objetivamente humana, por
que es la naturaleza humana aquello como lo cual y a tra
vés de lo cual se expresa la naturaleza» Una verdad u
objetividad sin «querer placer y dolor de la subjetividad»,
significa para Feuerbach «recurrir como verdad última»
a la nada budista y a la hueca abstracción de la cosa en
SS3
si* .
El pensamiento (no se cansa Feuerbach de repetir) se
prueba mediante la «sensualidad». Por ésta entiende, ade
más de la realidad corpórea, las relaciones sociales de los
individuos. «Ser» implica siempre, además del sujeto cog-
noscente y de su objeto, también a las demás personas.
Feuerbach concuerda con el racionalismo en la tesis del
origen humano de las ideas. Pero es falso «querer deri
varlas... del yo fijado como alma sin un tú sensiblemente
dado» “ . De otro lado, olvida el empirismo «que... el obje
to más importante de los sentidos del hombre es el hom
bre mismo, que sólo en la mirada del hombre al hombre
se enciende la luz de la conciencia y el entendimiento...
Sólo por la comunicación..., por la conversación, surgen
las ideas. A los conceptos, a la razón en general, no se lle
ga sólo, sino únicamente en compañía. Dos seres humanos
se necesitan para engendrar al ser humano —al espiritual
tanto como al físico—: la comunidad del hombre con el
hombre es el primer principio y criterio de la verdad y
la generalidad»®0. Puede que Marx se acuerde de esto
cuando, en los Manuscritos económico-filosóficos llama a
Feuerbach el único crítico serio de la dialéctica especula
tiva y añade que pone las bases del «verdadero materia
lismo», de la «ciencia real», al «hacer de la relación social
del "hombre con el hombre"... el principio fundamental
de la teoría» **.
*
01 Grundsatze, l. c., p. 338.
m Feuerbach a Julius Duboc, carta del 27-11-1860, en Brief-
wechsel, l. c., p. 296.
** Ibid.
m Grundsatze, l. c., p. 324.
» Ibid.
** Okonomisch-philosophische Manuskripte, l. c., p. 570. Mar
tin B uber alaba el planteamiento «filosófico social» de Feuerbach
211
Por supuesto: la inocua fe de Feuerbach en la fuerza
inmediatamente comunicativa del discurso, la resonancia
criptorreligiosa de su doctrina de la relación yo-tú, que
se contenta las más de las veces con la e stru c tu ra fo rm a l,
tenían que fomentar ideologías y malos existencialismos.
Pero si se interpreta su «filosofía social», a partir de fru
tos tardíos apenas impresionantes, sino es con relación a
su función en la concreta historia de su tiempo, entonces
es más positivo el juicio que sobre ella recae. Es cierto que
Feuerbach se queda por detrás de su programa. Enemigo
mortal del pensar «abstracto», es él mismo víctima de
abstracciones. Sin embargo, hay que distinguir grados en
este carácter abstracto. El de Feuerbach es en muchos
respectos más «concreto» por ejemplo que el «concepto
concreto» del hegelianismo. En una ocasión dice que un
pensador auténticamente dialéctico tendría que ser su pro
pio contrario. De hecho, lo que apunta al paso sobre la
sociedad se lee como una —débil— corrección de su pa-
thos del hombre, combatido por pobre de contenido. «La
esencia del hombre» (escribe en los P rincipios fu n d a m e n
tales) «está contenida sólo en la comunidad, en la un id a d
del h o m b re con el h o m bre, una unidad que se apoya en
la... realidad de la diferencia de tú y yo»487. Nada sabe
decirnos Feuerbach sobre las fuerzas económicas impulso
ras que determinan el camino histórico de la comunidad,
la respectiva estructura de la unidad y diferencia de los
individuos. Una sociología materialista le es extraña. Esto
no excluye —vacilantes— tentativas de llegar a cuestio
nes más materiales. Ya en La esencia del C ristianism o lo
gra opiniones certeras sobre la conexión de modos de vi
da y pensamiento humanos. Se dice aquí: «Mientras te
del siguiente modo: «Feuerbach ha iniciado ese descubrimiento
del tú que ha sido llamado el “hecho copernicano" del pensa
miento moderno y un «acontecimiento elemental», que está justo
tan cargado de consecuencias como el descubrimiento del yo por
el idealismo, y que tiene que llevar a un segundo renacimiento
del pensamiento europeo que vaya más allá del planteamiento
cartesiano de la moderna filosofía» (Das Problem des Menschen,
1952. p. 62).
Grunds&tze, l. c., p. 339. «La verdadera dialéctica», se dice
aquí, «no es un monólogo del pensador solitario consigo mismo,
es un diálogo entre tú y yo. Cuando Marx define en las Tesis la
«esencia humana» como «conjunto de las relaciones sociales»
(/. c., p. 6) se encuentra, por lo que al contenido se refiere, mu
cho más allá de Feuerbach, aunque no en su terminología, que
difícilmente le hubiera parecido a Feuerbach dirigida contra él.
212
encuentras en un estamento, una especialidad, una rela
ción, estás siendo involuntariamente determinado por ello.
Tu voluntad te libera sólo de los límites e impresiones
conscientes, pero no de los inconscientes, de los ocultos...
En pocas palabras, las ocupaciones determinan el juicio,
el modo de pensar, la mentalidad del hombre» ***. Más
drástico todavía es Feuerbach más tarde, en expresiones
reunidas por Engels: «En un palacio se piensa de modo
diferente que en una cabaña». «Si por hambre o miseria
no tienes en tu cuerpo ninguna sustancia, tampoco tie
nes en tu cabeza, en tus sentidos y corazón, materia al
guna para la moral» “*. Así, también la tan ultrajada sen
tencia «El hombre es lo que come» ***, por muy inmediata
mente fisiológica que parezca, no tiene sentido materia
lista vulgar, sino «socialista, anticipando la posterior doc
trina sociológica del medio v la necesidad social como
campo de cultivo del crimen y la inmoralidad... Feuer
bach quiso expresar mediante esta frase la influencia de
la educación, del mantenimiento y circunstancias de la
vida sobre la actuación moral del hombre, y propugnar
con Moleschott el mejoramiento de la situación material
de las clases trabajadoras populares y el interés de su ele
vación ética»*4’.
En estas reflexiones críticas sobre la sociedad (más
frecuentes en las obras tardías) se sabe Feuerbach, al me
nos en cuanto a la finalidad socialista, en concordancia
con Marx, a cuyo Capital llama un «escrito rico al menos
en hechos del tipo más interesante, pero también del más
horrible»***. En los resultados de Marx se pone en claro
cómo «el fundamento de la vida» es al mismo tiempo
«fundamento de la moral»***; ésta «no depende sólo de
mi actividad arbitraria, sino también de los bienes ex
** Tomo I, /. c., pp. 257 ss.
** E ngels, Ludwig Feuerbach, l. c., p. 288.
"• Die Naturwissenschaft und die Revolution, en Gesammelte
Werke, t. 10, /. c., p. 367. La agresiva expresión se encuentra en la
recensión de Feuerbach del libro de J acob M oleschott, Lehre der
Nahrungsmittel. Für das Volk, Erlangen, 1850; cf. además, Gesam-
melte Werke, t. 11, Berlín, 1972, p. VIII. Exhaustivo sobre esto es
R awidowtcz, Ludwig Feuerbachs Philosophie, l. c., pp. 2004.
“• T heobald Z iegler, Die geistigen und soziaten Stromungen
des XIX. Jahrhunderts, /. c., pp. 205-320. Al pasar a tales opinio
nes socialistas, dice Z iegler {ibid., p. 205) se convirtió en «uno
de los padres y santos de la socialdemocracia alemana».
Ztir Ethiki Der Eudamonismus, l. c., pp. 266 ss.
«* Ibid., p. 267.
213
temos, de la naturaleza, del cuerpo. No hay felicidad sin
virtud... Pero tampoco virtud sin felicidad —y así cae la
moral en el dominio de la economía privada... y la eco
nomía política...—. La virtud necesita tanto como el cuer
po alimento, vestido, luz, espacio, aire. Donde los hom
bres se encuentran tan amontonados unos sobre otros co
mo en las fábricas inglesas y en las viviendas de los tra
bajadores, allí se ha privado a la moral de cualquier mar
gen de juego, allí es la virtud un monopolio de los seño
res dueños de la fábrica de los capitalistas. Donde falta
lo necesario para la vida, falta también la necesidad éti
ca»
Las tentativas de corroborar su filosofía sensualista
en cuestiones sociales tenían que hacer retroceder a Feuer-
bach hasta las cercanías del «materialismo científico-na
tural» que hacía estragos en Alemania desde los años
cincuenta. Así surgió la impresión —alimentada por él
mismo— de que pertenecía a los defensores de aquél
Es verdad que su adicto Moleschott, y también Vogt
y Büchner, lo han invocado en su favor. Sin embargo,
Feuerbach no tomó parte en la célebre «disputa del mate
rialismo» M*. Esto no excluye en absoluto que —como
Marx, Engels sobre todo— siguiera intensamente la pro
blemática de la ciencia natural de su tiempo"7. Pero en
contró tan poca gracia en la crudeza infantil de la meta
física de aquellos popularizadores como los fundadores
del materialismo dialéctico. Para no ser confundidos con
ellos creyó a veces tener que renunciar completamente al
concepto «materialismo». Aunque él mismo había contri-14
214
buido a hacerlo posible, apenas podía representárselo co
mo no mecánico. Por ello, asegura expresamente: «El ma
terialismo es para mí el fundamento del edificio de la
esencia y el saber humanos; pero no es para mí lo que
es para los fisiólogos, para el investigador de la naturale
za en sentido estricto, por ejemplo, para Moleschott, y
esto necesariamente desde el punto de vista de su profe
sión, el edificio mismo. Hacia atrás estoy completamente
de acuerdo con los materialistas, pero no hacia adelan
te» **. Feuerbach sigue siendo también tras su defensa de
Moleschott (1850) el «investigador espiritual de la natu
raleza» por el que se había tenido ya en La esencia del
Cristianismom. Su temática sigue siendo sensualista-an
tropológica; no logra abrirse camino hasta el análisis his-
lórico-social. La posición «intermedia» de su filosofía en
tre el viejo materialismo, mecánico (o médico-sociológi
co) y el nuevo, histórico-dialéctico, se hace patente otra
vez.
Volvamos de nuevo a la transición de Feuerbach desde
el «yo» al «tú», desde el «individualismo» al «comunis
mo». Su resultado más propio (que sobrepasa la simple
ética del amor) se halla en el terreno de una metacrítica
de la teoría del conocimiento. La antítesis tradicional de
yo y mundo, de conciencia y materia, de sujeto y objeto,
ha sido ideada en el escritorio. Feuerbach intenta demos
trar que la moderna partida del yo como lo indudable
mente cierto, que va desde Descartes a Hegel, padece de
una doble abstracción, que, sin embargo, va a parar a lo
mismo: por un lado, abstraen los filósofos del carácter
sensible del «yo», de que realiter nada sino un individuo
corporal, espacio-temporalmente existente, piensa; de otro
del «tú», asimismo dado sensiblemente, por medio del
cual y sólo a través del cual el yo se constituye. Si al
hombre, ser también él corpóreo y en cuanto tal una por
ción del mundo, se le abren otras porciones, otras seccio
nes del mundo gracias a su corporeidad, a esto ha
de añadirse: no en intentione recta. Ya en el estadio de
la sensación y percepción, por no hablar del conocimiento
conceptual, me encuentro referido a los estados de cosas
sólo a través de otro yo, de un tú. Feuerbach da una nue-
K arl GrOn, Ludwig Feuerbach itt seinem Briefwechsel und
Nachlass sowie in seiner philosophischen CharakterentwicMung,
tomo 2, Leipzig y Heidelberg. 1878, pp. 308; pp. 278.
“* Cf., t. I, 7. c., pp. 16 ss.
215
va respuesta a la cuestión cartesiana del fundamentum
inconcusum del saber. Hay que partir de aquello que en
el hombre y fuera de él no pertenece al yo. En lugar del
(puramente espiritual) yo-sujeto surge la relación yo-tú
(que se constituye siempre en praxis). Sobre ella se fun
damenta toda conciencia objetiva: «La certeza misma de
la existencia de otras cosas fuera de mí... está mediada
por la certeza de la existencia de otro ser humano... Lo
que únicamente yo veo, de eso dudo; sólo es seguro aque
llo que también otro ve» La interconexión social pro
voca consenso, intersubjetividad.
Argumentos y silogismos no bastan para demostrar el
«mundo exterior» trascendente a la conciencia; es necesa
ria una instancia mediadora real. Los objetos reales, dice
Feuerbach, me son dados únicamente «cuando mi inde
pendencia» —el pensamiento— «encuentra su límite —re
sistencia— en la actividad de otro ser» El «concepto
del objeto» no tiene en modo alguno un origen puramente
teórico; en principio no significa algo cósico, inanimado,
sino otro ser humano; se encuentra «mediado por el con
cepto del tú, del yo que es objeto. No al yo, sino... al no
vo... en mí... le es dado un objeto; pues sólo..., dónde
yo... me transformo en un tú, cuando soy pasivo, surge la
representación de una objetividad que es fuera de mi.
Pero sólo a través del sentido es el yo no yo» Esta teo
ría (que enlaza con la idea de Durkheim del carácter co
activo de los «faits sociaux») la mantiene ya Feuerbach
en La esencia del Cristianismo, en la que muestra hasta
qué punto está condicionado por la red de contactos so
ciales aquello que comúnmente llamamos el mundo obje
tivo: «El yo fija su mirada en el ojo del tú antes de so
portar la visión de un ser que no le refleje su propia ima
gen. El otro hombre es el lazo entre el mundo y yo. Soy
y me siento dependiente del mundo porque antes me sien
to dependiente de otros hombres. Si no necesitara de los
hombres tampoco necesitaría del mundo... No sólo sería
sin los otros el mundo vacío y muerto para mí, sino tam-*•
■" Grundsdtze, l. C., p. 324.
•w Ibid., p. 316. En la filosofía moderna han insistido sobre
lodo Dilthey y Scheler —de modo semejante a Feuerbach— en
que la realidad no es nunca dada inmediatamente al «yo» pen
sante. Scheler defiende una «teoría voluntarista de la existencia»:
el ser de los objetos se manifiesta primariamente en que ofrecen
«resistencia» a mis instintos v a los impulsos de mi voluntad.
» Ibid.
216
bién carente de sentido y entendimiento. Sólo en los otros
adquiere el hombre claridad y conciencia de sí mismo» s“.
Incluso la conciencia —que parece originaria— del abis
mo entre el hombre y la naturaleza se origina en la socie
dad, que es experimentada como algo primero aunque, ge
néticamente considerada, sea algo derivado: «Un hombre
que existiera únicamente por sí mismo se perdería carente
de identidad y de diferencia en el océano de la naturaleza;
no se captaría ni a sí mismo como hombre ni a la natu
raleza como naturaleza. El primer objeto del hombre es
el hombre. El sentido de la naturaleza, que es el único
que nos hace accesible la conciencia del mundo como
mundo, es un producto posterior; pues sólo surge a tra
vés del acto de separación del hombre de sí... El hecho
de ser se lo debe a la naturaleza; el de ser hombre, al
hombre» SM.
Podemos seguir la insistente y severa crítica al idealis
mo como motivo permanente en los escritos de Feuer
bach. En ella le interesa sobre todo demostrar cuán pro
blemática es la idea de la subjetividad constitutiva, o de
un yo «que engendra el mundo», que aparece en diferen
tes versiones en la historia de la filosofía. Muestra cómo
los conceptos idealistas del yo se deben sin excepción a
actos de abstracción impermisibles, unidos a la ilusión de
que uno se libera mediante la abstracción de aquello de
lo que abstrae. Por mucho que pensando se eleve uno por
sobre su corporeidad, siempre sigue estando prendido
de ella. La diferencia entre «pensar y ser», subraya
Feuerbach, «no ha sido superada en la psicología. Incluso
en cuanto al pensamiento y el pensamiento en sí», al me
nos en cuanto es «una actividad orgánica». «Piensas el
pensamiento como... actividad puramente subjetiva; di
ces: pienso. ¿Pero no tiene razón Lichtenberg cuando afir
ma que "se debía decir propiamente...: ello piensa”? Aun
que... el "yo pienso” se diferencia del cuerpo, ¿se sigue
de ahí que el "ello piensa”, lo involuntario en nuestro pen
samiento, la raíz y base del "yo pienso", es distinto del
cuerpo?... ¿Por qué tenemos que arrastrar con nosotros
durante años pensamientos que sólo después se nos hacen
T. I, /. c., pp. 147 ss. Lüwith trata esta dialéctica m tre la
relación yotú y la experiencia de la realidad objetiva (mundo)
bajo el título de «Comundo» (Mitwelt). (Cf. Das Individuum in
der Rolle des Mitmenschen, l. c., passim).
** Das Wesen des Christentums, t. I, /. c., pp. 127, 128.
217
claros y distintos? Porque también los pensamientos están
sometidos a un desarrollo orgánico... Mientras escribo, los
pensamientos... están prendidos todavía en mi cerebro,
trenzados con todo género de estados patológicos...; pero
cuando están... plasmados, se han... quitado todos los
antropopatismos; aparecen como esencias surgidas de sí
mismas... Se da en nosotros una diferencia análoga a la
que hay entre la obra como objeto del autor que la crea...
y como objeto del lector que la disfruta. Frente a nuestra
conciencia... niegan los pensamientos... su origen mate
rial..., aparecen como productos... de una generatio spon-
tanea, pero el autor no lo es propiamente tampoco nues
tro yo, nuestra conciencia, sino sólo el público en nos
otros» **.
Se necesita tacto dialéctico para no identificar ni des
ligar el pensamiento de su sustrato material; ahí reside
la dificultad originaria de toda filosofía materialista. De
cir que Feuerbach se ha librado definitivamente de ella
sería afirmar demasiado. Posee, sin embargo, una amplia
visión, histórica y material, de la problemática, y formu
la las cuestiones (todavía debatidas) de un modo tan pre
ciso como puede permitir un materialismo metafísica**.
Aunque el de Feuerbach, como también observa Bloch, era
«completamente diferente del mecánico, para el que el
universo y su materia eran de un lado infinitamente gran
des, por otro, sin embargo, tan pequeños que no había
sitio en ellos para una cabeza humana; este defecto está
en... Feuerbach... más paliado que en sus antecesores»*57.
Las ventajas de Feuerbach sobre el fisicalismo grosero
se muestran en su crítica a la tesis cartesiana (que con
tinúa vigente hasta Schopenhauer) de la «certeza inme-
**• Wider den Dualismus, l. c., pp. 127, 128.
**• En cambio, Engels estaba en disposición de interpretar so
bre un terreno concreto el viejo aprieto del materialismo. «Cien
cia de la naturaleza y filosofía» —se dice en la Dialektik der Na-
tur— «han dejado hasta aquí completamente de lado la influen
cia de la actividad del hombre sobre su pensamiento, sólo cono
cen naturaleza por un lado, pensamientos por otro. Pero precisa
mente la transformación de la naturaleza por el hombre, y no so
lamente la naturaleza en cuanto tal, es la base más esencial y
próxima del pensamiento humano, y en la medida en que él
hombre aprendía a transformar la naturaleza, en la misma me
dida crecía su inteligencia» (en Marx/ E ngels, Werke, t. 20. I. c.,
página 498).
557 B locii, Das Materialismusproblem, seine Geschichte tmd
Substanz, Frankfurt am Main, 1972, p. 296.
218
diata» del alma; nace de «un silo g ism o » cuya «premisa»
es una «identidad o "simplicidad” del sentimiento de nos
otros mismos, de la conciencia» SMdogmáticamente supues
ta. Feuerbach cita a Bonnet, que pretende haber llegado
de modo puramente introspectivo a la conclusión de que
el «yo (es) siempre uno, indivisible... y no (puede), por
tanto ser ni una mera modificación de la sustancia ex
tensa ni la consecuencia inmediata de un movimiento cual
quiera» Por ello ha tenido que conceder la existencia
de un alma inmaterial. «Sólo», responde Feuerbach, «que
esa identidad o simplicidad de nuestra conciencia o yo...
no es ella misma un hecho inmediato, sino... producto de
la abstracción y la reflexión. Nuestro yo, nuestra concien
cia, es en realidad tan diferente como su contenido... El
sentimiento de mí mismo es siempre... el sentimiento de
un yo determinado, de un estado determinado de mi ser
y de mi esencia; nunca tengo un sentimiento de mí mis
mo... aislado, abstracto, nunca tengo el sentimiento de
mí mismo como de una esencia o un yo simple, diferente
del cuerpo; nunca he pensado sin cabeza, ni sentido sin
corazón; sólo en la reflexión... separo los pensamientos
de la cabeza, los sentimientos del corazón, los hago por
sí mismos independientes en un sujeto diferente del cuer
po, pensante, sintiente, volente... El yo en el que el psi
cólogo funda la existencia de un alma inmaterial es por
ello nada menos que nuestra esencia verdadera, objetiva;
es sólo una esencia pensada, sólo una copia que él toma
por el original, sólo una in terpretación de nuestra esencia
que él introduce... en el texto» m.
“• Wider den Dualismus, l. c., p. 128.
“• Ibid., p. 129.
Ibid. Cf. también sobre esto el juicio de Feuerbach de que
la «disputa... entre materialismo e idealismo» es, en último tér
mino, «disputa entre sensación y pensamiento; pues la sensación
es plenamente materialista, corpórea, como ya los antiguos afir
maban» (Nachgelassene Aphorismen, l. c., p. 303). La transición
de Adorno al materialismo en la Negative Dialektik (/. c., pp. 191
siguientes) se mueve enteramente en el camino allanado por Feuer
bach. «La sensación», se dice aquí, «cruz de toda teoría del co
nocimiento, es reinterpretada por ésta, en perfecta contradicción
con su naturaleza propia, que, sin embargo, debe ser fuente
de justificación del conocimiento, como un hecho de la concien
cia. No hay sensación sin momento somático... Mientras, se
gún el principio de estilización, la sensación pertenece a la con
ciencia, una fenomenología suya imparcial desde el punto de vis
ta de la regla cognitiva tendría que describirla asimismo como
algo que no acontece en la conciencia. Una sensación tal es en sí
219
Por lo que se refiere a la identidad espiritual psíquica
mental de la persona, ésta no es para Feuerbach algo rí
gidamente dado; se cambia de una edad a otra con el
cuerpo. Añade a lo anterior. «¿Puede no haber cambiado
mi esencia fundamental y haberse cambiado... el tipo,
la estructura, la constitución, la forma, en resumen, la
individualidad de mi cuerpo? ¿Es entonces la identidad
de mi esencia... independiente de la de... mi cuerpo? No,
soy el mismo únicamente en el mismo cuerpo» í*1. Feuer
bach se vuelve acremente contra la idea tradicional de
que el pensamiento es algo indivisible, unitario, inexten
so, mientras que el cuerpo es «un conjunto de partes re
unidas» **. Si —procediendo de modo mecánico— se redu
ce «el cuerpo orgánico a determinaciones materialistas
abstractas, como... una cosa... compuesta, divisible..., es
normal que resulte necesario explicar los fenómenos del
cuerpo orgánico que son contradictorios con esta idea...
a partir de una particular esencia figurada de propiedades
antitéticas. Estas las tiene, sin embargo, el cuerpo orgáni
co en cuanto cuerpo ya en sí. Pese a la multiplicidad de
sus partes es "una cosa", una unidad individual, orgáni
ca» Esta —y no un yo puramente espiritual— es el
«principio de la representación y de la percepción» Si
se instituye tácitamente el cadáver como modelo del or
ganismo vivo, tiene entonces que «tener éste su funda
mento en una esencia diferente de él»”s. Si el cuerpo se
determina de modo simplemente cuantitativo y el alma
por el contrario cualitativamente, entonces surge el des
atino lógico de miembros de un par antitético que no caen
dentro de «un mismo género de ser» “ . Los atributos me-
también sentimiento corporal. Y no e í que éste «acompañe» a la
sensación. Esto presuponía su corismós de lo corpóreo; pero
éste le es atribuido únicamente por la intención noologica, por la
abstracción, en sentido estricto». En Descartes mismo, cuyas me
ditaciones inician esta problemática epistemológica, puede verse
cómo la res cogitans «dada» —teóricamente— en el sentido de la
autoevidencia originaria procede asimismo del esfuerzo de un
hombre corpóreo por «orientar los pensamientos de los objetos de
la imaginación a los objetos, separados de toda materia, del puro
pensamiento» (Hamburgo, 1965, p. 44).
*« ¡bid., p. 131.
«• Ibid.
» Ibid.
**• Ibid.
** Ibid.
m Ibid.
220
tafísicos del alma suprimen el «género de la sensualidad
y la corporeidad» con la simplicidad desaparece la di
visibilidad, con la invisibilidad la visibilidad; todo lo co
mún ha sido anulado. La —tácita— preeminencia de lo es
piritual frente a lo somático se esconde ya en el pensa
miento de que son separables. Feuerbach (esto lo carac
teriza como materialista reflexivo) recuerda que la «in
corporeidad», «inmaterialidad» y «no composición» no son
realiter experimentadas; son «predicados únicamente ne
gativos, o, más bien, dado que no... enuncian nada de ob
jetivo, predicados únicamente subjetivos, expresiones de
mi fantasía e ignorancia»sw. Si por el contrario se renun
cia a tales predicados del alma y se la determina positi
vamente: «como lo que percibe, lo que idea, entonces...,
no es lo simplemente carente de sensación la antítesis
lógica, específica —pues ésta es también el agua, o la pie
dra, pero el cuerpo orgánico se distingue a simple vista
de lo inorgánico—, sino lo vegetativo y nos encontramos,
en lugar del hueco dualismo de cuerpo y alma, la antíte
sis fisiológica real entre lo sensitivo o animal y lo vege
tativo, siendo el género de lo vegetal y lo animal la vida,
el organismo»"®.
No es casualidad que el pensamiento supramecánico,
orgánico de Feuerbach retorne a diferencias de forma den
tro del unitario nexo del mundo que —como ya la termi
nología deja ver— remiten a la tradición preburguesa,
aristotélico-escolástica. Por otra parte anticipa Feuerbach
precisamente de este modo el punto de vista del materia
lismo dialéctico de que —genéticamente considerados—
los grados superiores del ser reposan sobre los inferiores,
pero, una vez surgidos, no son reducibles a su base. Así
se guarda de identificar la visión con la óptica, la audi
ción con la acústica; «pues el nervio es algo distinto a su
órgano, al acto nervioso, la sensación, algo, por consiguien
te, distinto de sus supuestos, de sus condiciones y me
diaciones orgánicos. El órgano es... la referencia al ob
jeto, el nervio en cambio la referencia a sí, al sujeto...
El ojo en cuanto instrumento físico puedes aún recono
cerlo tras la muerte, pero el acto nervioso del ojo, la vi
sión, es un acto vital, que, como tal, puedes volver objeto
» Ibid.
*» Ibid., p. 233.
Ibid.
2 2 1
de la fisiología en tan escasa medida como puedes gustar
el gusto de otro» M". La verdad no se acaba en lo física
mente observable, por imprescindible que ello sea; hay
que «reconocer los límites de la física y la fisiología»,
completar «el punto de vista del conocimiento mediante...
el de la vida» 5*71.
Esto nos lleva de nuevo a la cuestión epistemológica
de la relación entre el yo determinado de este modo «ob
jetivo» con el asimismo objetivo mundo. Feuerbach se
plantea la objeción idealista de que es dogmático hablar
de él como de una «verdad cabal, objetiva» En primer
término asiente al idealismo en cuanto a la orientación
hacia la autocerteza del sujeto; pues es manifiesto que
«la esencia del mundo, que es y tal como es para mí»
depende «solamente de mi propia capacidad de aprehen
sión». «El mundo es, pues, en cuanto objeto para mí, sin
perjuicio de su independencia, únicamente mi yo mismo
objetivado» Ahora bien, es parte de esta —aparente—
concesión al idealismo que el concepto del yo que éste
tiene, que «suprime la existencia de cosas sensibles», sea
sustituido por el «yo real» w‘. Este no es únicamente cor
poral, espacio-temporalmente condicionado; es, más de
cerca, «un yo masculino o femenino, nunca un eso asexua
do; pues la diferencia de sexo es... una diferencia... que
penetra y está presente en todo. Yo pienso, yo siento úni
camente como hombre o mujer, y tengo por ello derecho
a colocar en el mismo plano la cuestión: ¿es el mundo»,
como Schopenhauer dice, mi representación, «o también
algo existente fuera de mí?, que la cuestión: ¿es la mu
jer o el hombre sólo una sensación... o un ser fuera de
mí?» m. Esto desemboca a su vez en la ya comentada tesis
de Feuerbach de que el verdadero yo es aquel «que tiene
un tú frente a él» y que es «tú» u «objeto» para otro
yo. A ello no se opone el mismo idealismo; pero el punto
de vista en el que se da la relación yo-tú «es para él sólo
el empírico, no el trascendental, o el verdadero; no el pri
mero y originario, sino uno subordinado, derivado, para
222
el yo en cuanto total suprimido, un punto de vista válido
para la vida, pero no para la especulación» 5”. Contra esto
se opone Feuerbach, para quien filosofía en cuanto tal ha
dejado de ser lo primario. ¿Qué, pregunta, vale un pen
samiento que contradice a la praxis cotidiana, a la vida?
Un compromiso teórico sólo puede originarse en concor
dancia con aquéllas.
Su concepto del yo —concretado corporal, sexual y
socialmente— implica un mundo que lo llene material
mente, que exista objetivamente. El que el yo niegue este
mundo como poder concupiscente, que lo «consuma», no
sólo atestigua —como cree Hegel— su nulidad, el «ser
evanescente» de su existencia transubjetiva, sino, más to
davía, su permanente violencia sobre el hombre finito,
necesitado, que con todo su esfuerzo por mediar el mun
do consigo a través de la acción histórica, sigue siendo
irremediablemente una parte de su mala inmediatez. El
poder que tenemos sobre un objeto está fundado lo mis
mo en él que en nuestra aplicación de energía. Nunca con
sumimos sino aquello que no contradice a nuestra natu
raleza. Digerimos «en virtud de la "negatividad” de nues
tro estómago o nuestra voluntad, lo que es positivamente
digerible»5T?; algo análogo ocurre con los órganos sensi
bles humanos: también ellos están orientados a lo objeti
vo. De la imagen «simpatética» del mundo de Feuerbach
(que no niega la huella de Paracelso y Bóhme) se sigue
que «lo que se llama simplemente objeto es tan objeto-
sujeto como lo que se llama simplemente sujeto es esen
cial e ineludiblemente sujeto-objeto, es decir, el yo tú-vo,
el hombre hombre mundano o natural»5”. Ambos se re
flejan uno en otro. Si con el ser extático, apremiante del
hombre está puesto desde siempre el mundo objetivo, la
cuestión —«abstractamente planteada»— de cómo el yo
llega hasta él se revela como ociosa; lo mismo, subraya
Feuerbach, podía decirse que cómo es que el gato sabe
del ratón, el pulgón de la hoja
5,7 ibid., p. 219; cf.. también, pp. 164 ss. Aquí corresponde la
opinión de Feuerbach de que ciertamente Kant ha «abolido lo
suprasensible fuera v sobre el hombre como objeto de conoci
miento, pero en cambio ha puesto en el hombre todo el aparato
del mundo suprasensible» (Nachgelassene Aphorismen, I. c., p. 317).
Sobre Kant, cf.. también, p. 332.
s™Ibid., p. 218.
a* Ibid.
Ibid., p. 219.
223
«El hombre —dice Feuerbach ya en el libro sobre Leib-
niz—, no trae nada al mundo sino hambre y sed, esto es...
un vacío con el sentimiento de vacío..., el malestar y va
nidad del estómago vacío, un vacío que es el impulso
a llenarse, que no es vacío; pues el impulso tiene... de
suyo, potencialmente ya en sí, lo que no posee formalmen
te todavía. Para consuelo de todos los empiristas son ham
bre y sed dos filósofos a priori; anticipan y deducen a
priori la existencia de sus objetos; no surgen de la per
cepción sensible... del objeto deseado, sino que le prece
den, lo echan de menos aun antes de haberlo poseído o
perdido»«H am bre y sed —se dice también en una obra
tardía—, son el vinculum substantiale de Leibniz, pero que
Leibniz no hizo más que pensar, sin reconocerlo y demos
trarlo en su realidad; son el lazo esencial entre el ser que
padece hambre y sed y otros seres... que remedian este
padecer»5”. Por subjetivas que las sensaciones tomadas
por sí parezcan, foto genere remiten a lo objetivo. La sed
al Darstellung, Eniwicklung und Kritik der Leibnizschen Phi-
losophie, en Gesammelte Werke, t. 3, l. c., pp. 140 ss. El pasaje
citado (su pensamiento esencial penetra, como aquí se pone de
manifiesto, toda la filosofía de Feuerbach) se remonta indudable
mente a la influencia de Bohme. La gran familiaridad de Feuer
bach con la obra del místico silesio, se pone de manifiesto en la
exposición de su doctrina, tan exhaustiva como bien documen
tada, en la Geschichte der neueren Philosophie, von Bacon yon
Verttiam bis Benedik Spinoza (1. c., pp. 174-229). En un añadido
posterior llama Feuerbach a Bohme un «sensualista religioso...,
materialista teosófico» (cf. ibid., p. 200); parte «del principio: de
la nada no proviene nada; entonces viene todo, o de Dios, y en
tonces tiene que ser todo también en Dios; y la naturaleza tem
poral, es decir, real, presupone una naturaleza eterna, la materia
terrenal una materia divina» (ibid). Toda la crítica de Feuerbach
a Bohme no debe inducir a falsedad sobre el hecho de que los
momentos cualitativos de su filosofía, los que conducen más allá
del materialismo meramente mecánico, están determinados por
Bohme, en parte directamente, en parte indirectamente a través
de Hegel y Schelling. Importante para Feuerbach fue sobre todo
—como los pasajes citados muestran— la doctrina de Bohme de
la «negatividad» en los orígenes divinos. B loch habla aquí (cf. sus
Vorlesungen tur Philosophie der Renaissance, Frankfurt am Main,
1972, p. 76) de la «fuerza impulsora primitiva hambre»: «Lo
fundamentalmente negativo es la apetencia, algo emocional, perte
neciente a la voluntad, pero que proviene sobre todo de la pri
vación; la apetencia se obra simplemente sobre el no, lo negativo
es aquí privación que clama en la apetencia, lo volitivo en el
sentido puramente apetitivo; es, como Bohme dice, precisamente
el hambre» (ibid.).
“* Zur Ethik: Spiritualismus und Materialismus, p. 221.
224
no es entonces una sensación «vacío, sin objeto», un me
ro hecho de la conciencia, sino «sensación de falta de
agua». Es verdad que yo también la tengo —como dirían
los idealistas subjetivos— como sediento referida —en
principio— sólo a mí mismo, a mi yo. Pero, opone Feuer
bach, «sin agua» me siento «como un yo... altamente defi
ciente, desgraciado, miserable»3W . El cuerpo humano con
tiene exactamente las materias que necesita. Lo igual es
solicitado por lo igual (y reconocido): «Siento sed porque
el agua fuera de mí es un componente esencial de y en mí
—fundamento mismo de mi existencia y sensación»
Feuerbach traduce, como hace con el resto de las catego
rías, en lo objetivo naturalista —impulsivo también la
hegeliana de la identidad y no-identidad—: «Sentirse bien
no es otra cosa que identidad, unidad, entre sujeto y ob
jeto. Por eso son hambre y sed sensaciones del no sentir
se bien, porque esa unidad está aquí interrumpida, por
que sin comida y bebida soy sólo medio hombre, no un
hombre entero. ¿Por qué...? Porque lo que... yo como y
bebo... es mi esencia, como yo... soy su esencia... Comer y
beber es el cotidiano llegar a ser humana de la naturale
za. Pero si llega a ser humana es como consecuencia de
la identidad de sujeto y objeto, que se nos manifiesta en
el sentimiento del bienestar»
El acto ateórico del mero comer y beber es en Feuer
bach también teóricamente importante por cuanto su cum
plimiento implica un «punto de vista» (no es, como ya
Hegel sabía, la «aplicación» externa de éste) —el «punto
de vista práctico» 5M. Por ello pueden muy bien el comer*584
*• Ibid.
Ibid.
“s Ibid., p. 222; cf. también sobre esto Grundsatze, 1. c., pp. 318
siguientes.
584 Cf. Grundsatze, l. c., p. 308. Ni siquiera Hegel, como Feuer
bach recuerda aquí, tiene reparos en invocar lo «práctico» en la
Fenomenología del Espíritu, con ocasión de su crítica de la cer
teza sensible (/. c„ p. 87). «En relación a esto», se dice aquí, «pue
de decirse a aquéllos que... afirman verdad y certeza a la reali
dad de los objetos sensibles, que deberían ser colocados en la
más baja de las escuelas de la sabiduría, en los antiguos miste
rios eleúticos de Ceres y Baco, y que tienen todavía que aprender
el secreto de comer el pan v beber el vino; pues el que está ini
ciado en estos misterios no sólo alcanza la duda de las cosas
sensibles, sino también la desesperación, y en parte consuma en
ellas la nulidad de ellas mismas, en parte las ve consumarlas.
Tampoco los animales están excluidos de esta sabiduría, sino que
más bien revelan estar iniciados a fondo en ella; pues no se
225
15
y el beber ser traídos a colación cuando se trata «de
la cuestión... de la idealidad o la realidad del mundo»
La satisfacción del hambre y la sed, que se exteriorizan
con disgusto, vincula el ser subjetivo con el objetivo; y
asimismo muestra su —insuperable— diferencia, es decir,
la existencia transubjetiva de la naturaleza, en la cual y
de la cual vivimos. Según Feuerbach, la «sensación del
malestar sin sal» es «el lazo o viculum subsíaníiale...
entre la sal que nos es necesaria y la sal real fuera de nos
otros» **.
Aunque la interpretación usual de Feuerbach se ha cen
trado en la crítica a la religión, abordó raramente su con
tenido epistemológico-práctico. Feuerbach (esto se reveló
como motivo permanente de su obra) prefiere decidida
mente la religión a la filosofía especulativa, por ser aqué
lla el fenómeno más primitivo, más cercano a la vida. La
filosofía se nutre de la conciencia religiosa: de necesida
des humanas, por tanto, en ella sedimentadas; es «teolo
gía más alta, racional» lo mismo que los filósofos idea
listas son «teólogos mediatizados por el concepto abstrac
to» Frente a ella, le corresponde a la religión, sobre to
do a la luterana, mayor contenido de realidad por cuanto
hace de Dios «un ser afilosófico, irracional» “ . Lo que es
posible porque su base (inconsciente), el hombre mismo,
no es un ser primariamente reflexivo, sino «un ser exis-
quedan quietos ante las cosas sensibles como ante seres en sí,
sino que desesperan de su realidad y, completamente ciertos de
su nulidad, les hincan el diente y las engullen; y toda la natu
raleza celebra, como ellos, estos misterios manifiestos, que ense
ñan cuál es la verdad de las cosas sensibles» (pp. 87 ss.). Hegel
hace ver en el capítulo sobre Señorío y Servidumbre, y en otros lu
gares, que el concepto de praxis no se agota en esto. Es, sin em
bargo, característico que —al contrario que Feuerbach y los fun
dadores del marxismo— ponga de relieve esa experiencia, siem
pre ligada con la praxis, del desaparecer de la inmediatez, de su
apariencia de ser un absoluto inclependiente del sujeto, mientras
que para aquellos autores constituye —en principio— el criterio
de objetividad (tanto del ser como del conocimiento).
4,7 Zar Ethik: Spiritualismus und Materialismus, l. c., p. 222.
“* Cf. también sobre esto la instructiva polémica de Feuer
bach contra el «moderno idealista fisiológico» Johannes Müller
(pp. 223-5), que Lenin toca en Empiriocritiztsmus (/. c., pp. 294 ss.).
Su caracterización de la escuela «subjetivista» de la nueva física
(cf. pp. 293 ss.) como «idealismo fisicalista» se orienta también en
Feuerbach.
** Nachgelassene Aphorismen, l. c., p. 319.
*• Ibid., p. 318.
* Ibid.
226
tente, natural». Para el filósofo especulativo (aquí se ma
nifiestan las fuentes kierkegaardianas) «se trata única
mente de verdad, de verdad abstracta, teórica, esto es, de
la verdad de la abstracción, de su actividad; para la reli
gión de la verdad y la realidad. El filósofo quiere pensar,
el hombre religioso vivir, existir. La filosofía se refiere
sólo al hombre pensante, la religión al hombre sensible,
práctico. El Dios de la religión se cuida del bienestar de
los hombres, quiere hacer a los hombres felices, dichosos.
Pero a la dicha le pertenece la existencia, la existencia ple
na; no sólo espíritu, sino también carne. En resumen, la
religión es la posición del hombre real, entero. Dios se
hace hombre..., como nosotros. El cristianismo cree en
la inmortalidad y felicidad de la carne, no en una abs
tracta o espiritual... ¿Cómo puede la carne llegar a ser
dichosa si no es divina? La inmortalidad es una conse
cuencia... de la divinidad del hombre. La religión, por con
siguiente, da realidad a su Dios sólo en cuanto le dota
de sensualidad»; «niega lo suprasensible —sólo que de un
modo fantástico»
Al rechazar el deus philosophorum conceptualmente
sublimado por el Dios ingenuamente creído, Feuerbach
llega a la antropología sensualista. La antigua dogmática
—a la que Feuerbach toma la palabra— es hoy muy a
menudo devalorada como «supranaturalista» por parte de
los teólogos. Y precisamente se encuentra ella más cerca
de las inerradicables nostalgias de lo «natural» (oáo£ ) que
mucha teología contemporánea que se piensa próxima al
mundo 593. «La religión», subraya Feuerbach, «realiza»
—cierto que imaginativamente— «el dios de la filoso
fía» Expresamente recurre a Schleiermacher, «el último*
227
teólogo de la cristiandad» ”*. Si lo combate es por moti
vos completamente distintos de los de Hegel. A Feuerbach
no le molesta que el emocionalismo de Schleiermacher
haga de la religión un «asunto del sentimiento» —pero
sí que «por cohibición teológica no pudiera llegar a sacar
las consecuencias que necesariamente se derivan de su
punto de vista..., a ver y a conceder que objetivamente
Dios mismo no es otra cosa que la esencia del sentimiento,
si es que subjetivamente el sentimiento es el asunto prin
cipal de la religión»m. Si Schleiermacher —así reinterpre
tado— se convierte en el testigo principal de Feuerbach,
su juicio sobre la filosofía de la religión de Hegel es bas
tante más severo. Este fracasa a la hora de aprehender
«la peculiar esencia de la religión» porque, «como pensa
dor abstracto no ha penetrado en la esencia del senti
miento»”7. «Lo que en Hegel», dice Feuerbach explicando
su postura, «tiene el sentido de lo secundario, subjetivo,
formal, tiene para mí el de lo primitivo, lo objetivo, lo
esencial» m.
Así llega Feuerbach en La esencia del Cristianismo a
una interpretación existencial —pero fundamentada de
modo estrictamente materialista— de lo religioso. «Mués-
treseme», dice, «en toda la filosofía hegeliana una propo
sición... de la que, por explicación o deducción, resulte
por ejemplo, la proposición mía —una proposición fun
damental— de que... el Cristo «cristiano»..., tal como era
objeto del corazón cristiano, a diferencia del Cristo his
tórico, si bien también esta determinación ha de ser con
siderada como el reflejo de otra histórica, que, digo, Cris
to es la esencia objetiva del corazón humano»”*. La re
ligión no es por ello para Feuerbach mero objeto de co
nocimiento, «sino también uno de las principales fuentes
de conocimiento... para la naturaleza humana»"*. Por
consiguiente, la tarea de la crítica no consiste en refutar
sin más la fe tradicional o en protegerla especulativamen
te; su modo de proceder no se agota en modo alguno en
el interior de la teoría; tiene que comprender también
* Z u r B euerteilung der S ch rift «Das Wesen des C hristentum s»,,
p. 230.
Ibid.
« Ibid.
m Ibid.
Ibid.
m Nachgelassene Aphorism en, i. c., p. 326.
228
en su realidad práctica la esencia total, práctico-sensible
del hombre, igualmente expresada como mistificada por
la conciencia religiosa. Si el principio y el fin del pensa
miento y la filosofía son de género extrafilosófico, lo que
importa entonces es realizar la religión, que justamente
sabe de ello, a través de su «superación».
229
CONSIDERACION FINAL: FEUERBACH
EN LA CONCIENCIA ACTUAL
232
ésta le son dadas categorías derivadas, aquélla en cambio
contiene una esencia sensible-real (si bien fantásticamente
disfrazada). Es decir, originariamente el «objeto» de la fe
cristiana no es algo meramente representado, mental:
«En el cielo es Dios, Cristo, objeto de intuición inmedia
ta, sensible —éste es, por tanto, el fin de la cristiandad.
La especulación, que tanto presume de sus concordancias,
no tiene razón alguna... para mirar tan altaneramente por
encima del hombro... a lo sensible y para desdeñar a la
filosofía que lo hace valer. La intuición sensible se reco
noce en el cristianismo... como el órgano de lo supremo,
de la esencia divina» MI. El rango que Feuerbach otorga
al hombre no presupone entonces, como muchas veces se
argumenta teológicamente, que los atributos trasceden-
tes tengan desde siempre validez objetiva; más bien se
nutre su «apariencia objetiva» (Marx) de la existencia —ge
néticamente primaria— de una esencia objetiva humana y
natural.
La tesis —idealista— de Feuerbach de que «los perío
dos de la humanidad (se distinguen) sólo a través de cam
bios religiosos» "* fue ya criticada por Engels. De todos
modos (esto lo hace valer para las tres religiones univer
sales) estuvieron acompañados «los puntos de inflexión
históricos... de cambios religiosos»m. En la medida en
que la teoría marxista de las ideologías reconoce efecti
vidad histórico-social a los fenómenos de la superestruc
tura, lo mismo que demuestra que los hombres toman
primero conciencia de sus antagonismos económicos en
formas ideológicas s,° que no son falsas en cuanto tales,
justo en la misma medida pueden —si bien casi siempre
sólo a corto plazo— «adoptar los movimientos históricos
más generales un cuño religioso» Engels se refiere aquí
a «los primeros estadios de la lucha emancipatoria de la
burguesía», que todavía estaban presos de «toda la pre
historia medieval», «que no conocía otra forma de ideo
logía que la religión y la teología»U nicam ente ellas
constituyeron durante los siglos de la Iglesia el plano del
m Ibid., pp. 227 ss.
** Ibid., pp. 220 ss.
,m Ludwig Feuerbach, l. c., p. 284.
«“ Zur Kritik der Potitischen Okortomie, en Marx/E ngels, Wer
ke, t. 13, Berlín, 1964, p. 9.
*" Ludwig Feuerbach, l. c., p. 285.
«» Ibid.
233
/
234
se ha realizado hasta ahora: «Si el hombre se ha puesto
en el lugar del cristiano prácticamente, también teórica
mente ha de ponerse la esencia del hombre en el lugar
de la divina... En una palabra, tenemos que resumir...
en un principio supremo... lo que queremos llegar a ser.
Sólo fundamos nuestra tendencia... si ponemos en el pen
samiento un principio supremo que corresponda a aque
llo que in praxi llevamos a cabo como supremo. Sólo así
nos liberamos de la contradicción... de nuestra vida y
nuestro pensamiento. Pues religiosos tenemos que vol
vernos de nuevo —la política tiene que convertirse en
nuestra religión—, pero esto sólo puede hacerlo si tene
mos un principio supremo en nuestra idea misma... que
nos convierta a la política en religión» Este principio
es para Feuerbach el ateísmo existente, contenido en la
praxis humana: la renuncia a un Dios diferente del hom
bre. «Religión» es en el futuro «lo que... es cosa común
de la humanidad o de una determinada unidad humana,
la unidad hecha con fines de unidad»”7. «Quien persigue
un fin», dice Feuerbach, completando este pensamiento,
en La esencia del Cristianismo, «que es en sí verdadero y
esencial, tiene ya en ello religión... en el sentido de la ra
zón... de la verdad»"*. Junto a este pathos de lo político
(por mucho que se quede en declaración) aparece en
Feuerbach el de la sexualidad: «Quien vive en la concien
cia de la especie, y por consiguiente de su verdad, ése vi
ve también en la conciencia de la verdad de la determina
ción sexual. No la considera como... accidental piedra de
escándalo mecánicamente rociada; sino como una íntima...
parte constituyente de su esencia. Se sabe... como ser
humano, pero también en la determinación del sexo, que
lo penetra todo, también su más íntimo yo mismo, el mo
do esencial de su pensar, querer, sentir»"*.
Política y sexualidad: su unidad y mutua relación se
debía revelar en los últimos años sesenta como constitu
tiva de la ideología combativa de los grupos de protesta
estudiantiles en los Estados Unidos y Europa Occidental.
No es que la doctrina de Feuerbach fuera su padrino; se
prefirió recurrir a la economía marxista, a revoluciona
rios sudamericanos, a Bakunin, hasta a Stimer. Pero en el
”• Ibid., p. 225.
"» Ibid., p. 227.
*" Das Wesen des Christentums, t. I., I. c., p. 124.
n* Ibid., pp. 267 ss.
235
contenido tenía aquella fase heroica, en muchos respectos
semejante al Vormárz, una buena porción de feuerbachia-
nismo. No hay por qué asentir a la matizada (más bien
críticamente intencionada) tesis de Rohrmoser de que
Feuerbach sea el «padre de la iglesia» —activo en gran
medida de modo anónimo— del último tercio de nuestro
siglo, para predecir a su filosofía un porvenir digno de
atención. Menos en la cultura oficial que en el campa
mento de la nueva izquierda. Precisamente por la objeti
vidad de las categorías económicas importará en el futu
ro desarrollar una teoría —materialistamente fundamen
tada— de la subjetividad. Los arranques están ahí. Que
una nueva lectura de Feuerbach puede favorecerla y cómo
es el tema de este libro.
236
FECHAS MAS IMPORTANTES EN LA VIDA
DE FEUERBACH
237
1842. Tesis Provisionales para la R eform a de la Filosofía.
1843. Fundam entos de la Filosofía del Futuro.
1845. La esencia de la Religión.
1846. Contra el dualism o de cuerpo y alma, carne y espíritu.
La cuestión de la inm ortalidad desde el punto de vista de
la Antropología.
Comienzo de la primera edición completa de sus obras, por
Wigand, en Leipzig.
Fragm entos para la caracterización de m i curriculum vitae
filosófico.
1848/49. Lecciones sobre la esencia de la Religión, en la sala del
ayuntamiento de Heidelberg (entre otros, se encontraban
como oyentes Gottfried Keller y Jacob Moleschott). Impre
sas en 1851.
1857. Teogonia de las fu en tes de la antigüedad clásica, hebrea y
cristiana.
1860. Liquidación de la fábrica de porcelana de Bruckberg; fin
de su independencia económica. Traslado, con su mujer y
su hija, a una vivienda privada en el este de Nürriberg,
al pie del Rechenberg.
1862/66. Sobre esplritualism o y m aterialism o, en particular en
relación a la libertad de la voluntad, un trabajo en el que
Feuerbach discute la crítica del conocimiento de Schopen-
hauer.
1867/69. Sobre Etica: el eudaim onism o, obra póstuma fragmen
taria.
1868. Lee E l Capital de Marx.
1870. Ingreso en el Partido Socialdemócrata de los Trabajadores.
1872. Muere el 13 de septiembre, y es enterrado en Niirenberg.
el 15.
238
INDICE
Págs.
Lo que este estudio p retende................................................. 7
I
Feuerbach como escritor del «Vormárz»............................. 11
Feuerbach enjuiciado por Marx y E n g els............................. 17
El marxismo y Feuerbach: su relación hoy; la idea de Her-
bert Marcuse de una «nueva antropología» ................... 29
II
Dificultades de la lectura de Feuerbach. Su planteamiento
antisistem ático...................................................................... 65
El principio «sensualista»............................................. ........ 69
Elementos de una teoría materialista del conocimiento ... 75
Motivos de la crítica de Feuerbach a Hegel ....................... 85
Subjetividad, cuerpo y mundo .............................................. 99
El lugar de Feuerbach en la historia del m aterialism o....... 117
Existencialismo «material» como antropología combativa. 141
Sobre el papel de la praxis en el proceso de conocimiento:
Filosofía social en Feuerbach........................................ 203
Consideración final: Feuerbach en la conciencia actual ... 231
Fechas más importantes en la vida de Feuerbach............. 237