Por Ricardo González Giraldo Pbro. Profesor Universitario
La palabra crisis, es la más empleada en nuestro mundo contemporáneo, para
calificar los diferentes momentos difíciles de la historia, que lucha en medio de su dinamicidad, por responder a las exigencias del momento, con las características propias del avance vertiginoso de la ciencia y de técnica. La sociedad contemporánea avanza a un ritmo acelerado, el hombre de nuestro tiempo se ve muchas veces incapaz de estar a la par con el progreso técnico y cultural, y se ve obligado por la misma razón a un mayor esfuerzo por desarrollar su dinamismo intelectual y reflexivo, si quiere permanecer dentro de las exigencias culturales de hoy. El mismo concepto de Dios y de los sagrado, tema del cual nos ocupamos hoy, ha sufrido profundos cambios en la mentalidad del hombre contemporáneo. La palabra Dios, es para muchos un vocablo vacío de contenido, que no encuentra lugar alguno, ni en la realidad que viven, ni en el contexto de su experiencia. No se trata de que la fe en Dios se vea atacada desde fuera por el ateísmo, en el pensamiento contemporáneo, o el avance de las ciencias; se trata indudablemente de algo más íntimo: el ateísmo de nuestro propio corazón. Asistimos al escenario de un profundo olvido de Dios en el corazón del hombre y en gran parte de la sociedad de hoy. Las acentuadas crisis que vivimos hoy, tienen indudablemente como plataforma de lanzamiento la oscuridad de la fe; en muchos estamentos de la vida social que refleja hoy esa oscuridad en su proceder. El terrible flagelo de la angustia, del odio, del rencor y de la venganza que se vive hoy y que engendran la violencia, cuya sangre ahoga la humanidad de hoy, tiene su razón de ser en la ausencia de Dios, como ley que ilumina la marcha de la historia de la humanidad. La nube de incertidumbre que cobija amplios sectores del cosmos, tornando muchas veces una historia invivible y carente de sentido, tiene su origen casi siempre en el tremendo olvido de Dios, que ha sido en la mente y en el corazón del hombre de nuestro tiempo. Esta crisis tiene su explicación en un mundo que ya no es el mismo, es un mundo dominado por el centrismo, el imperio de las ciencias naturales y antropocéntricas, donde el hombre es el principio y fin de sí mismo. No queremos negar el avance científico, negar la técnica, en el fondo sería negar al hombre mismo; lo que pretendemos es que se humanice la técnica y que el hombre frente a ella y como creador de ella, se sienta cada vez más digno y con horizontes meta-históricos. La palabra de Dios la hemos convertido en una simple estructura ideológica, si hoy asistimos a una profunda ausencia de Dios en el mundo, ello además de los cambios que hoy se dan, obedece muchas veces a una mala presentación. La esencia de Dios no la podemos cambiar, Él “es el que es”, es la misma íntima mismidad, pero si tenemos que cambiar la presentación, tenemos que hallar a un mundo con mentalidad y cultura diferente, no podemos hablar un lenguaje desconocido, no podemos presentar un Dios ausente y lejano de la vida del mundo; Dios es el que construye la historia con el hombre, sin confundirse con él; ese rostro es el que hay que presentar, el rostro de Dios acompañante de las miserias fruto de las injusticias, un rostro que enseña al hombre de nuestro tiempo, a descubrirlo en la ciencia y en la técnica, signos fundamentales de nuestra civilización, no podemos quedarnos en frías especulaciones teológicas y muchas veces ni siquiera eso, tenemos que combatir el cristianismo de rutina, de masa, de sentimentalismos, para reemplazarlo por el de la vida, que es la esencia y razón de ser, de su doctrina. La Iglesia es signo sacramental de salvación y por lo tanto de redención del hombre, no puede ser una mera institución donde se producen normas, tiene que ser un acompañamiento permanente de cada acontecimiento de la vida del ser humano, en la búsqueda de su meta final, partiendo de lo que ya se tiene; la vida y el medio en el cual se vive mirando hacia un fin superior. Tenemos que ser lectores, permanentes de la historia, para conocerla y actuar en ella con las exigencias del momento. La fe para que sea un acto moral, ha de ser un acto total y completamente humano, tiene que ser universal, no limitado a la interioridad privada, tiene que estar conectado a la experiencia existencial y vital, de lo contrario se convierte en una mera ideología. El cristianismo no es una ideología simplemente, es una doctrina de vida que por no tomarse así, no logra una transformación del hombre y por consiguiente del mundo. La dimensión de Dios está arraigada en la historia, pero es al mismo tiempo la potencia del futuro. Feuerbach, parte del hombre y Max Stirner, lo llama el nuevo ídolo de nuestro tiempo. Tenemos que entender que la grandeza del hombre, no puede destruir a Dios; si es grande el hombre es porque existe alguien infinitamente más que él. El Dios de la historia es el Dios de la proximidad, la esperanza de la historia del mañana, que el hombre debe construir con su esfuerzo permanente.