Segunda palabra: te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso
En medio de los suplicios de la cruz, las ofensas crueles de los
verdugos hieren aun mas el lastimado corazón de nuestro Señor. Herido y traspasado por nuestras iniquidades, el señor soporta cada uno de los improperios que le lanzan. Y hasta uno de los mismos que están crucificados con él le increpa para para que se baje de la cruz, se salve y lo salve también a él, de una manera burlona y sarcástica. Sin embargo, en medio de tantas ofensas, aparece como una luz en medio de tantas tinieblas, el arrepentimiento de uno de los condenados, conocido por la santa tradición como Dimas, el buen ladrón. Mientras uno de sus compañeros de suplicio le ofende y se burla de él, el otro le pide al Señor que tenga misericordia y se acuerde de él cuando llegue a su reino. Y esta suplica confiada encuentra la respuesta inmediata de parte de cristo que inmediatamente le hace una promesa, que le otorga nada menos que el acceso a la salvación, a la vida eterna: te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso. Palabras consoladoras para el buen ladrón que encuentra la salvación en el ultimo instante de su vida y palabras de esperanza para el mismo cristo en medio de un panorama tan desolador y cruel como el del patíbulo de la cruz.
Estas palabras contienen una verdad profunda que se constituye en el
fundamento de la existencia misma del hombre: la realidad de la vida eterna, que nosotros profesamos en el credo cuando decimos: creo en la resurrección de los muertos y en la vida eterna. Esa vida, es la que esta mas allá del tiempo y del espacio, la vida divina a la que estamos llamados a gozar todos los miembros de la familia de Dios que permaneciendo fieles a su amor en este mundo, cumplimos los mandamientos para ganarnos ese boleto de entrada en la gloria prometida. Porque Dios, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad y no quiere que ninguno de los que creen en el, se pierda. Esta es una verdad fundamental de nuestra fe consignada en la sagrada escritura y que el mismo Jesús, poco antes de su entrega generosa por nosotros, les confirma a sus apóstoles: “no se inquiete su corazón: crean en Dios y crean también en mi. En la casa de mi padre hay muchas habitaciones. Voy prepararles un lugar, a fin de que donde yo este, estén también ustedes” y en otro pasaje de la escritura el Señor nos dice “el cielo y la tierra pasaran, mas mis palabras no pasaran”. Las promesas del señor son eternas, eternamente estables, como dice el salmista. De tal manera que la promesa hecha por Jesús a sus apóstoles, es una promesa vigente para nosotros hoy día: estamos llamados por Jesús a la vida eterna, nuestra meta esta en el cielo. Los bienes de este mundo efímero pasan, pero Dios permanece para siempre… y allá en esa eternidad de Dios estamos llamados a vivir, contemplando su rostro llenos de paz y gozo por siempre. Ese gozo lo pudo disfrutar el ladrón arrepentido que en una mirada de fe obtuvo el regalo de la salvación. Y es precisamente la fe lo que le otorga el don de la vida eterna, lo que recuerda aquellos momentos en los que Jesús curaba a los enfermos que acudían a el y el les decía: “tu fe te ha salvado”. Las palabras de Jesús pueden traducirse de esta manera para aquel malhechor que confió en Jesús y creyó profundamente. Por eso se hizo merecedor de ver con sus propios ojos la gloria de Dios.
Pero mientas estamos sujetos al tiempo y al espacio, también estamos
sujetos a la debilidad humana y al pecado. Por eso debemos acogernos con fe y esperanza a la gracia de Dios para superar nuestras fragilidades y así entrar en el gozo de nuestro Señor. El cuadro que contemplamos hoy en el calvario, ilustra perfectamente las decisiones que los seres humanos podemos tomar y que nos llevan por caminos oscuros: dos personajes culpables, condenados junto con el mas inocente de todos. Sin embargo, mientras el uno se obstina en el mal hasta el momento final, el otro, reconoce en Jesús el Señor y dador de la vida y pide misericordia para él cuando entre en su reino. Y aquí esta la clave queridos hermanos para comprender el misterio del amor de Dios: no importa lo bajo que hayas caído, lo alejado que hayas estado, el mal que hayas cometido. Si hay arrepentimiento sincero, contrición desde lo profundo del corazón y decides dar un paso hacia el encuentro del Señor, Él estará dispuesto a recibirte con los brazos abiertos, como el Padre misericordioso en la parábola del hijo pródigo que nos relata el evangelio de Lucas. Y es tan inmensamente bueno el Señor que incluso a través de caminos desconocidos por el hombre, puede ciertamente otorgar la salvación incluso en el ultimo instante de la vida. El buen ladrón es claro ejemplo de esta realidad. Sin embargo, no podemos esperar hasta el ultimo momento para dar un giro hacia el arrepentimiento y volver la mirada a Dios. El ladrón arrepentidos tuvo la suerte de escuchar de labios del mismo Jesús estas palabras de consuelo que le otorgaron el premio del cielo, pero nosotros debemos esforzarnos y tratar de responder día a día al llamado que el Señor nos hace, ya que no sabemos si al instante final de nuestra existencia gozaremos de la misma oportunidad del buen dimas.
En la plegara de este ladrón arrepentido están condensadas las
suplicas de tantos hombre y mujeres que habiéndose equivocado y tocado fondo en sus vidas, deciden poner su mirada en el señor para restaurar su ser y encaminarse hacia la promesa de la vida eterna. También todos nosotros podemos unirnos a esa oración sentida para pedirle al Señor qu en su reino de gloria se acuerde de nosotros, pobres pecadores, de nosotros llenos de insensatez y de podredumbre a causa del pecado. Uniéndonos a esta plegaria digámosle a Señor, acuérdate de nosotros y de tantos hombres y mujeres que sufren y claman a ti, de tantos que a causa del pecado han empañado su nombre de cristianos pero que con sincero corazón desean volver sus vidas hacia ti. Acuérdate de nosotros, oh Jesús, que en medio de nuestras vicisitudes humanas andamos casi a ciegas por habernos alejado de ti y por eso constantemente caemos y te fallamos.
Queridos hermanos: Estamos y estaremos siempre necesitados de la
misericordia del Señor a causa de nuestra frágil condición y por eso, con esa misma mirada de fe que el ladrón arrepentido debemos contemplar siempre a Dios confiados, sabiendo que los sufrimientos de esta vida no se comparan en nada con la gloria que nos espera. Tengamos la certeza de que la salvación que Dios ofrece es un don gratuito para todos y para poder recibirlo es necesario solo la disposición total de la vida para que el señor entre en cada uno de nosotros, nos purifique y pronuncie sobre nosotros estas palabras consoladoras que nos llenen de paz y alegría por siempre: te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso. Cuarta palabra: ¿Dios mío, Dios mío, por que me has abandonado?
En el Gólgota, sometido a las torturas mas extremas mediante el
suplicio de la cruz, Jesús siente el peso de la humanidad en su máxima expresión. Completamente exhausto y ya casi sin fuerzas, pronuncia este grito desgarrador que expresa el dolor que padece por nuestros pecados: ¿Dios mío , Dios mío, por que me has abandonado? Pareciera como si en verdad Jesús, que siempre había confiado en su padre, que había mostrado su cercanía con él en la intimidad de la oración, ahora se sintiera abandonado de Dios, su Padre en ese momento de tormento extremo. Y desde el punto de vista humano seria comprensible esta expresión que expresa la situación mas terrible y la soledad mas oscura a la que puede verse sometido un ser humano en las situaciones limite de la existencia. La experiencia del dolor y del sufrimiento se constituyen en un misterio que hace que en muchas ocasiones nos cuestionemos por el sentido mismo de la vida en este mundo y nos hagamos algunas preguntas como: ¿Por qué permite Dios el sufrimiento en este mundo?¿porque si Dios creo el mundo bueno y su voluntad es que seamos felices permite tantas guerras, pobreza y hambre sobre la tierra? Esta y muchas otras preguntas quizá han pasado por nuestra mente y de manera especial en los momentos en los que nos vemos sumergidos en la experiencia del dolor, en donde pareciera que se oscurece el camino y no quedan salidas. Ahí, en esos momentos, quizá movidos también por la angustia terrible de la soledad, por la impotencia a la que nos vemos sometidos frente a la enfermedad, en la desolación y vacío frente a la perdida de un ser querido, en la perdida de la dignidad y de la vida misma por causa de la guerra fratricida; ahí, en estas y en muchas otras circunstancias complejas a las que nos vemos sometidos en los avatares de la existencia, sentimos que nuestros limites y nuestras fuerzas se agotan hasta pronunciar estas mismas palabras de Jesús.
Sin embargo, debemos entender que la realidad del sufrimiento no es
querida por Dios. Es el hombre, quien tomando caminos equivocados termina desperdiciando el don maravilloso de la vida recibida del mismo creador y atentando contra su prójimo; es el ser humano mismo quien lleno de codicia y deseos de poder pisotea la dignidad de sus hermanos y maltrata la misma creación, rompiendo la armonía y la bondad con que Dios creó el universo y desencadenando en injusticia social, pobreza y guerras que inevitablemente agudizando la experiencia del sufrimiento en el mundo. La respuesta al origen del mal esta en el corazón miso del hombre. Y Dios, que lo creo con libertad, respeta sus decisiones y el curso mismo de la historia hasta que llegue a su maduración y a su plena consumación en la vida futura. El origen del sufrimiento ciertamente esta en nuestra propia fragilidad, pero nuestras decisiones pueden menguar o agrandar el mismo en nuestra existencia. Y ahí precisamente, en nuestras decisiones y nuestro actuar, se nos invita a optar por el camino del amor, que es el mandamiento fundamental de nuestro señor y que se traduce en caridad solicita y operante, en procesos de solidaridad y cercanía con el dolor del otro, procurando hacer siempre el mayor bien posible, recordando al mismo tiempo las palabras del maestro en evangelio: “Cuando lo hiciste con alguno de estos hermanos míos, los mas pequeños, conmigo también lo hiciste”.
Esta frase de Jesús en el evangelio nos lleva a entender que en el
rostro del pobre y del que sufre, esta el rostro sufriente del mismo Dios. Amar al prójimo es amar a Dios y despreciar su rostro es insultar al mismo creador. Nuestro deber es transmitir el amor de Dios a todos, porque somos hechos a su imagen y semejanza, pero si nuestro rostro no refleja la bondad de Dios en nuestras acciones y despreciamos, abandonamos y maltratamos al que sufre, entonces pareciera que de algún modo Dios, que debería hablar a través de nosotros, les abandonara. Solo desde esta óptica es posible entender las palabras de Cristo en la cruz, las cuales exclama sintiendo no el abandono de su padre, sino el abandono de aquellos que, siendo hechos a imagen y semejanza de Dios, se convierten en profanadores del mismo rostro de Dios en cada persona que sufren por sus acciones. El grito desolador de Jesús en la cruz evoca los gritos de miles de hombres y mujeres que sufren las consecuencias de la guerra, del desplazamiento, de la perdida de sus seres queridos por el odio que ciega las vidas de tantos inocentes. Es el grito desesperado pero silencioso de tantas vidas que fueron truncadas antes de nacer por culpa del aborto. Son muchas las personas que hoy día se sienten abandonados de Dios no por culpa de el mismo, sino del hombre que debiendo ser reflejo de la misericordia de Dios para que sus hermanos le conozcan y le amen, se convierte mas bien en verdugo y enemigo que oscurece el camino y que no le permite ver el rostro amable de Dios a aquellos que sufren. Jesús siente en su propia carne lo que significa el abandono y el odio implacable que aniquila y que rebaja la dignidad humana hasta su as mínima expresión. Por eso Jesús dice con voz potente y cansada al mismo tiempo: ¿Dios mío, Dios mío, por que me has abandonado? Porque en su hombros carga con el peso del pecado de toda la humanidad y al mismo tiempo los sufrimientos y dolores de aquellos que sufren las consecuencias de los pecados de sus hermanos. Una y otra realidad, el pecado y el mal que se anidan en el corazón humano, sumado a la agonía de la humanidad sufriente se convierte en un peso no imposible pero si exasperante para su humanidad maltratada, que en ese momento lanza una plegaria en forma desgarradora para clamar por la humanidad entera por quien ofrece el sacrificio cruento de su vida en la cruz. En otras palabras, no es un grito de abandono o de soledad como solemos entenderlo humanamente lo que pronuncia Jesús. Es una queja angustiosa al Padre por la dureza del corazón de los hombres, que abandonan a su prójimo y no les permiten conocer verdaderamente la bondad de su Señor.
Jesús hoy sigue clamando al Padre y se siente abandonado en cada
persona que sufre la enfermedad y postrado en una cama se siente impotente ante su propia debilidad. Se sigue sintiendo abandonado en cada niño que sufre por la ausencia de sus padres, se sigue sintiendo abandonado y olvidado en cada adulto mayor que es recluido en un asilo o ancianato como una medida de descarte cuando su vejez y sus achaques se convierten en estorbo para los hijos que una vez educaron y cuidaron con tanto amor. Nuestro Señor sigue sintiendo el abandono en cada madre que sufre por la perdida de sus hijos, en cada persona que vive en el desempleo, la miseria y la pobreza extrema por cada falta de oportunidades. Es una suplica que reclama nuestra atención para que hagamos con el hermano lo que Dios hace y ha hecho por nosotros: amarnos sin medida. Por eso puede decirse con toda verdad que el grito de Jesús en la cruz sigue resonando con fuerza hoy mas que nunca cuando el mundo se olvida cada vez mas de su creador y en consecuencia se deshumaniza, olvidando también a su prójimo. Estas palabras, Dios mío Dios mío porque me has abandonado, hablan del abandono del hombre a su señor y en consecuencia del abandono del mismo hombre a sus semejantes, de tal manera que podría afirmarse también esta expresión de la siguiente manera: Oh rostro de Dios, Oh ser humano creado a imagen y semejanza de Dios, porque me has abandonado? Solo esperemos que estas palabras nos despierten nuestra conciencia hacia nuestro orígenes y reconozcamos que Dios no nos abandona: somos nosotros quienes abandonamos su proyecto de amor en el rostro de nuestros hermanos.
Sexta palabra: Todo esta consumado
En medio de los tormentos que Jesús ha padecido ya por largo tiempo
en la cruz, llega un momento de calma, de serenidad. Para que se cumpla la profecía, Jesús exclama: “tengo sed”. Y luego de probar la esponja empapada en vinagre que el verdugo le acerca exclama: “Todo esta consumado”. Estas palabras manifiestan la tranquilidad de aquel que ha sido fiel a la voluntad del padre y que por tanto puede ve consumada al fin la obra de la redención a el confiada para poder ponerse al fin a disposición de su padre. Es un momento de satisfacción por el deber cumplido en donde se puede vislumbrar el camino recorrido, en donde toda la vida pasa en un instante. Es un momento para recordar aquel primer momento en el que el mismo Jesús en la sinagoga, desenrollando el libro del profeta Isaías, leyó el pasaje que al se refería a él: “El espíritu del Señor esta sobre mi, me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, la liberación a los cautivos y a anunciar el año de gracia del Señor”. Ese es el momento en el cual les dice por primera vez a aquellos que lo escuchaban expectantes: “Hoy se cumple esta escritura en medio de ustedes”. Porque en él queridos hermanos, en Cristo Crucificado por nuestros pecados, se cumplen todas las promesas hechas a los grandes patriarcas: A Abrahán de una descendencia incontable, de la cual hoy hacemos parte como bautizados en la gran familia de Dios en la Iglesia, siendo descendientes Abrahán por recibir la fe que el mismo profeso. La promesa hecha a David de un descendiente suyo que perpetuaría su reinado y su trono para siempre: el mesías, que del mismo linaje de David, es decir, con su mismo espíritu y consagración al Señor se convierta en rey del Universo y de todo su pueblo Santo.
Pero Jesus puede hallar satisfacción en el momento de la cruz, porque
conocía perfectamente quien era, su identidad y su misión en esta tierra. Por eso, desde la certeza que brinda el saberse hijo del Padre y contar con su presencia siempre, puede estar seguro de haber cumplido a cabalidad con la tarea a el encomendada. Creo que también nosotros desearíamos tener la certeza siempre de haber cumplido con nuestro deber, de haber hecho lo que teníamos que hacer. De hecho, una de las mas grandes aspiraciones que tiene el ser humano es poder conocer su papel, su rol, su misión en este mundo, encontrar su lugar desde el cual pueda desarrollar todas sus potencialidades con libertad y aportarle a su servicio a la sociedad. Es el deseo que existe en el corazón humano de poder dejar huella en cada acción realizada, de no vivir una existencia vacía, carente de sentido. Todos sin excepción necesitamos un propósito para vivir, metas que nos motiven a luchar y a superarnos cada día mas como seres humanos y por consiguiente como hijos de Dios. Y así, al final de la vida poder sentir la satisfacción del deber cumplido para poder escuchar de labios del mismo Dios: “Eres un siervo bueno, ya que has sido fiel en lo poco, te pondré a cargo de mucho más: entra en el gozo de tu Señor”.
Pero tristemente es posible constatar en nuestra sociedad de hoy, una
vida que se mueve en el sinsentido, en el vacío existencial, donde muchos no encuentran una razón para vivir, no encuentran su lugar en el mundo y su papel en medio de la sociedad. Para muchas de estas personas el panorama es oscuro y el futuro es incierto. Muchas de ellas, queriendo compensar el vacío que hay en sus vidas terminan tomando caminos equivocados y tomando sendas oscuras como la droga, el desenfreno, el consumismo desordenado, la realidad ficticia que ofrece la adicción al internet como un aparente refugio que pretende calmar las ansiedades y las inseguridades de muchos que no saben que hacer ni por donde caminar en esta vida. Pero esto no es mas que un sueño, una ilusión, ya que pretendiendo darle un sentido a sus vidas mediante estas realidades distorsionadas, terminan generando un vacío mayor que mata por completo la ganas de vivir. Y por tal razón muchos terminan actos de suicidio al sentir que no encuentran salida, que no hay una razón para seguir viviendo, que es demasiado tarde para empezar. A estas personas hoy les decimos a los pies de Jesús crucificado que si es posible encontrar el verdadero sentido de nuestra vida, que en Jesús encontramos la razón de ser de nuestro actuar en el mundo. Recordemos las palabras del Señor. “Yo soy el camino, la verdad y la vida: nadie va al padre si no es por mi”. El es el camino queridos hermanos, el único que nos puede conducir a la felicidad plena, porque el nos ama y nos sigue amando con amor eterno a pesar de nuestras debilidades y obstáculos. El es autentico camino, porque Sabemos que es el hijo de Dios vivo y en palabras del Apóstol San Juan Dios es amor, por tanto Cristo es el amor eterno del Padre a la humanidad. Y el amor, queridos hermanos, es la clave para encontrar sentido y una razón para seguir en este mundo, pues nuestra misión fundamental fue encomendada a nosotros desde aquella tarde de la ultima cena el jueves santo: “Ámense los unos a los otros, como yo los he amado”. El amor hermanos, ese es el sentido y la misión de nuestra vida, amar sin medida como cristo amó, con la misma entrega generosa al servicio siempre de los semejantes. A partir de ahí hermanos, podemos responder al llamado que Dios nos ha hecho en este mundo, encontrando sentido desde el amor y a partir de allí construir nuestra vida desde la vocación particular a la que hayamos sido llamados: como padres o madres de familia, como hijos, como hermanos, como vecinos, como sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas, como seminaristas, en cualquier oficio o rama del saber que nos desempeñemos, si lo hacemos todo con amor, la vida misma en cualquiera de sus facetas o circunstancias en que nos encontremos, tendrá un nuevo color y cobrara su pleno sentido desde el amor de Cristo en nuestros corazones.
Que bueno es entonces queridos hermanos, poder seguir trabajando
con honestidad y dedicación, siempre dando lo mejor de nosotros mismos para seguir avanzando en la construcción del reino de Dios acá en la tierra. Que bueno es poder asumir nuestra vida con coraje y alegría sabiendo que Dios nos ama y que para alcanzar la santidad solamente debemos hacer aquello que nos toca hacer y hacerlo de la mejor manera. Que maravilloso es saber que no estamos solos, que Dios nos acompaña en nuestro caminar; y si dejamos que el camine con nosotros, que guie y oriente nuestros pasos, nunca perderemos el rumbo, nunca perderemos nuestra razón de ser. Que bueno es hermanos, poder contemplar hoy al crucificado sabiendo que ha cumplido a cabalidad la misión recibida del Padre. Ese es un momento de dolor y cansancio, pero que se transforman en dolor y cansancio gozoso por haber llevado a termino la obra de la redención. Que nosotros, de ahora en adelante, luchemos también para poder llegar a la meta definitiva y que en el ocaso de nuestra existencia, podamos mirar hacia el pasado, contemplar el camino recorrido y podamos decir como el Apóstol San Pablo: he combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he conservado la fe. Y también con esa misa satisfacción y serenidad de Jesús en la cruz podamos exclamar con gozo y paz, las mismas palabras que ahora nos llenan de esperanza y nos motivan a seguir construyendo nuestra vida con amor y entrega: “Todo esta consumado” Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu. (Lc 23, 46).
Ha llegado ya el momento final. Jesús ha pedido perdón por quienes le
injuriaban, dejando así en claro que el perdón es siempre el camino para la reconciliación aun en los momentos de mayor dificultad. Ha salvado el ladrón arrepentido, recordándonos las palabras del salmo 50: “un corazón quebrantado y humillado, tu nunca lo desprecias señor” y enseñándonos también que para Dios siempre hay nuevas oportunidades y para el nadie está perdido. Nos ha entregado a su Madre como protectora y abogada y nos ha enseñado a valorar el papel vital y transformador de la mujer en nuestra sociedad y en la vida de la Iglesia. Ha experimentado también el buen maestro momentos de soledad y de impotencia, de dolor extremo donde ha manifestado un momento de vacío, como verdadero hombre que es. Ha manifestado también su sed de que el hombre encuentre la auténtica felicidad en la búsqueda incesante de Dios. Ha llegado al momento de la serenidad, la tranquilidad y la certeza de haber cumplido la voluntad de su Padre y que por fin todo está terminado. Ha llegado el momento de entregarse totalmente en brazos del Padre celestial con confianza filial.
Era preciso terminar Jesús sus últimas palabras de la misma manera
como empezó: invocando a su Padre: en primer lugar, para pedir perdón por la muchedumbre, ahora para entregarle su espíritu. En uno y otro episodio se puede contemplar como desde el inicio de su misión en el anuncio del reino la oración ha sido su alimento y fortaleza. En la definición tradicional de oración decimos que orar es hablar cariñosamente con Dios. Y en Jesús podemos evidenciar esa manera coloquial de comunicarse con su Padre, con plena confianza. En estos momentos es preciso recordar el episodio de su perdida y hallazgo entre los doctores del templo, cuando tenía apenas unos doce años. Ante el interrogante de sus padres que se encontraban preocupados, su respuesta les deja impávidos: ¿no saben que debo ocuparme de los asuntos de mi Padre? Ya desde entonces Jesús empieza a adquirir conciencia de su ser como hijo de Dios y por tanto también de la necesidad de estar en constante contacto con él. La oración de Jesús es diferente a como la hacían el resto de los judíos. Su oración era un dialogo amoroso de padre a hijo, como se puede evidenciar en aquella suplica confiada en el momento de la resurrección de lázaro: “te doy gracias Padre, porque me has escuchado. Yo sé que siempre me escuchas, pero lo he dicho por la gente que me rodea, para que crean que tú me enviaste” (Jn 11, 41-42). Puede percibirse una íntima unión entre Jesús y el Padre, evidenciándose también en cada momento que Jesús se retiraba a solas a orar. Es preciso recordar que también, antes de ser entregado a las autoridades, Jesús también eleva una súplica angustiosa pero que al mismo tiempo es una muestra de abandono total en las manos del padre: Si es posible, aparta de mi este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya. El alimento de cristo fue siempre cumplir la voluntad de su padre, hecho que le llevo a dar el supremo testimonio de fidelidad hasta el momento final. Es una muestra clara de obediencia filial y de amor profundo a la misión que le había sido encomendada. Es así entonces como dirige Jesús sus últimas palabras en el patíbulo de la cruz: con plena satisfacción por la misión ya realizada y con total seguridad de su retorno al Padre. Jesús entrega su espíritu y con en su vida misma entrega la vida de humanidad entera redimida por su sangre y liberada del pecado. Pero en esta noche santa después de casi dos mil años, en la que se actualiza el misterio de la salvación, no solamente encomienda el maestro su espíritu. Su voz hoy sigue resonando poderosa diciendo: Padre, en tus manos encomiendo a la humanidad entera, en tus manos entrego las vidas de millones de hombres y mujeres que en el mundo claman a ti con fervor y con la certeza de que sus plegarias serán escuchadas. En tus manos Padre encomiendo las fatigas y las luchas de muchos hombres y mujeres por construir un mejor futuro para sus hijos con sacrificio y tesón. Padre, en tus manos encomiendo las vidas de aquellos que sufren el dolor de la guerra, de la perdida de sus seres queridos, de la enfermedad, del abandono, de la tristeza y la desilusión. Padre, en tus manos encomiendo la vida humana como un don preciado que debe ser preservado desde su concepción natural hasta su ocaso. Padre, en tus manos encomiendo a la Iglesia, mi Iglesia que en medio de dificultades ha dado testimonio de tu amor en la sangre de tantos mártires y la vida de tantas personas que han hecho de sus vidas hostias vivas, santas y agradable a ti. Padre, en tus manos encomiendo el destino de todos los pueblos para que haya siempre progreso, paz, prosperidad y abundancia de bienes materiales y espirituales para todos.
Esta oración final de Jesús en el calvario debe ser también asumida
personalmente por todos y cada uno de los aquí presentes. Del ejemplo de cristo debemos aprender que solo confiando nuestras vidas en Dios nuestra existencia será plena y nuestros pasos seguros. Debemos comprender que quien confía en el Señor no quedará defraudado y que quien se abandona en sus manos puede decir como el salmista: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El señor es la defensa de mi vida, ¿Quién me hará temblar? Debemos entender que al igual que el maestro, nuestra vida está en manos de Dios, que en el somos, nos movemos y existimos. Que no podemos fabricarnos otros dioses, falsas seguridades terrenas que tienen un principio y un final. Solo Dios puede brindar a la humanidad la plenitud y la certeza de que la vida futura es la prolongación de la vida terrena, que debe ser también plena con la presencia del mismo Dios que le acompaña en el desierto de la vida.
Queridos hermanos y hermanas: terminamos este camino de reflexión
por cada una de las palabras de Jesucristo en el patíbulo de la cruz, encontrando en ellas fuente de sabiduría y fortaleza para nuestra vida cristiana. Que el sacrificio de cristo el Señor, crucificado por nuestras iniquidades, sea un motivo para vivir con entusiasmo nuestra vida como don de Dios, sea una oportunidad para transformar nuestro modo de pensar y de actuar. Sea esta noche una oportunidad única para decir como cristo el señor, con profunda fe y confianza en su misericordia: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.