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Las áreas boscosas protegidas de nuestro país en los últimos años han
sufrido deterioro progresivo a causa de la explotación indiscriminada,
prueba de ello es que se ha perdido aproximadamente el 48% de cobertura
de bosques en las áreas protegidas, especialmente en Wawashan, Cerro
Silva, el área de amortiguamiento de Bosawás y en menor escala en la
reserva Indio Maíz y otras reservas localizadas en el Pacífico y Centro del país
(Fonseca, 2009). El origen de este problema forestal es la ampliación de la
frontera agrícola que lleva a la eliminación de árboles para dar lugar a la
siembra de diversos productos como frijol, caña de azúcar, maíz, entre otros.
Otra práctica dañina es la quema indiscriminada de la maleza para la
preparación de la siembra. También contribuye a la deforestación la venta
ilegal de madera, puesto que esta, por un lado, se hace por medio del
despale excesivo y, por otra parte, no se acompaña de la reforestación de
las reservas naturales afectadas. Todas estas acciones inciden en el
incremento del fenómeno del niño, el cual provoca calentamiento a nivel
ambiental y sequía.
En conclusión, la destrucción irracional de la superficie forestal de nuestro
país no solo perjudica a los bosques, sino también la flora, la fauna y a la
población, puesto que se violentan las condiciones para su desarrollo y
sobrevivencia. Por eso es importante tomar conciencia de que se necesita
tanto de la interrupción del deterioro del medio ambiente como de la
reforestación las zonas dañadas por la deforestación. Así lo plantea la
Estrategia Nacional Ambiental y del Cambio Climático, Plan de Acción 2010-
2015 (2010), en la que se expresa que “para hacer frente al deterioro
ambiental y el calentamiento global se requiere de relaciones solidarias e
inclusivas. Solamente si todos colaboramos para detener, y donde sea
posible, revertir el deterioro ambiental” (Párr. 3).