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CONCLUSION GENERAL

SOBRE LA LITERATURA SAPIENCIAL BIBLICA

Al término de este recorrido se pueden desprender algunas líneas maestras.

Literatura y mensaje

En las páginas precedentes no hemos presentado sino una selección de textos; sin
embargo, esperamos que el lector haya percibido desde el principio la cualidad literaria y la
originalidad de estos libros de sabiduría del antiguo Israel. Esta literatura no se queda atrás
respecto a otros libros bíblicos o a los escritos conocidos del Cercano Oriente Antiguo.
Algunas de estas obras literarias no son propiamente prosa. La sabiduría bíblica se ha
expresado normalmente en poesía, y si bien los autores de Qohélet y de la Sabiduría de Salomón
no siguen al pie de la letra las formas clásicas de la poesía bíblica, esto no impide que ambos, con
un arte consumado, sean más poetas que prosistas. Cada uno conoce el poder evocador de la
poesía para sondear, a veces de forma intuitiva, las profundidades misteriosas de la experiencia
humana.
Esta calidad poética de los escritos sapienciales de la Biblia está al servicio de un mensaje
cuya originalidad y cualidad son igualmente sensibles a la lectura. Los sabios de Israel tenían
ciertamente algo valioso que decir, no solamente a sus contemporáneos, sino incluso a las
generaciones que, hasta la nuestra, han transmitido y recibido sus palabras.
Cada uno de estos sabios ha dado prueba de originalidad. Todos pertenecen a una misma
familia de pensamiento, pero cada uno de ellos, bien consciente de no ser el primer pensador de
Israel, aportaba algo nuevo, fruto de una reflexión personal en la que la honestidad intelectual no
era la menor de las cualidades.

Textos hebreos y textos griegos

La unidad de la corriente sapiencial bíblica se manifiesta, sin embargo, en una diversidad


de lenguas. El fondo más antiguo, hasta Ben Sirá, es de lengua hebrea, mientras que a partir del
traductor de la obra de Ben Sirá, el griego ha entrado en escena.
Una variación lingüística tal se complica por el hecho de que, como toda lengua, el hebreo
ha evolucionado en el transcurso de los siglos, lo mismo que el griego. La lengua hebrea de
Qohélet o de Ben Sirá ya no es la de los primeros coleccionistas de los capítulos 10-30 del libro
de los Proverbios y los efectos de esta evolución normal se hacen sentir sobre todo en los textos
poéticos, en los que el vocabulario y la gramática pueden manifestar más rebuscamiento que la
prosa. De allí las dificultades de interpretación suscitadas por estos textos antiguos. En cuanto al
griego del nieto de Ben Sirá y del autor de la Sabiduría de Salomón, se trata de la forma
helenística, pero en la pluma de judíos inculturizados y no de griegos de cepa.
Ya sea que escribieran en hebreo o en griego, los sabios del antiguo Israel pertenecían a
una misma cultura, que durante siglos ha dado forma a la unidad de su pueblo. En el marco
particular de su función reflexiva y educativa en el seno de Israel compartían la misma fe, de la
que ellos también tenían que dar cuenta como maestros de sabiduría, independientemente de la
lengua utilizada.

Mundo semítico y helenismo


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Los sabios de la Biblia nunca vivieron ni pensaron en un mundo aislado. No estaban


sometidos solamente a las influencias de los culturales del ambiente del Cercano Oriente, sino
que, con éstas, deseaban dialogar, en su momento, poniendo en relieve el punto de vista de su
propia cultura. Era inevitable que tales contactos dejaran su huella en los textos.
Han pedido prestado a sus vecinos. Se dice que los proverbios de Agur (Prov 30,1-14) y
de Lemuel (Prov 31,1-9) eran probablemente de origen extranjero. Prov 22,17-23,14 retoma,
adaptándola, la enseñanza egipcia de Amenemope. De todos modos, consignar por escrito una
sabiduría no es invención de Israel, sino un bien común anterior de la Mesopotamia y Egipto.
Más tarde, por no mencionar sino algunos ejemplos típicos, Ben Sirá no dudará en hablar de
symposion (Sir 32,1-13) y el autor de la Sabiduría de Salomón utilizará un género literario venido
de Grecia.
Sin embargo, también han querido distinguirse de sus vecinos. Esto se ha podido apreciar
en la figura de la Sabiduría, tal como la presenta Prov 8, un calco de la diosa egipcia Ma’at a
quien se le atribuye la justicia y el orden del mundo; esto con la finalidad de subrayar que la
Sabiduría, para el autor bíblico, no es sino la primera de las obras del Señor, el único Dios que
Israel conoce. Se puede apreciar además que la descripción de la Sabiduría de Sab 7-8 retoma la
misma distinción en relación a Isis que, en el panteón helenístico, había asumido la sucesión de la
Ma’at. Y cuando Ben Sirá hace el elogio de la Sabiduría, cuya máxima expresión para Israel es
la Ley (Sir 24), bien podría haber intentado poner en evidencia que, de frente a la cultura
helenística invasora, el patrimonio propio de Israel conserva todo su sentido. En un mismo
espíritu, la Sabiduría de Salomón hablará de una Sabiduría habitada por lo que el estoicismo
llamaba el «soplo cósmico», pero esto tenía como finalidad eliminar todo panteísmo (Sab 7,22b-
26).
Estos ejemplos recuerdan que nuestros sabios eran cultos, ciertamente, pero nada serviles.

Lo universal y lo particular

El caso de Job es ejemplar en este sentido. El libro es ciertamente una obra hebrea, pero
el héroe es un extranjero que vive y sufre fuera de la tierra de Israel. Se puede comprender, ya
que el autor trata un problema que no es solamente de Israel, sino de todo justo,
independientemente del lugar que sea. El problema es universal y su análisis es propiamente
bíblico.
Es que de hecho toda investigación y toda expresión de tipo sapiencial son, de suyo,
universales. Por eso se explica también los numerosos préstamos textuales o temáticos que los
sabios tomaron a las otras sabidurías del Cercano Oriente, después al pensamiento griego en la
Sabiduría de Salomón, sobre el pneuma, sobre la philanthropia o sobre la analogía, por ejemplo.
Todo sabio verdadero encuentra su bien donde esté y de donde venga. Y lo que encuentra no
vale solamente para su pueblo, sino para todo ser humano. Tales son la mayor parte de los
proverbios de Prov 10-30, pero también los análisis de Qohélet y numerosos desarrollos de Ben
Sirá. Desde este punto de vista, incluso las plegarias tales como Prov 30,1-9 y Sir 22,27-23,6 son
también ejemplos: no presentan ninguna traza del particularismo israelita y todo hombre
verdaderamente religioso puede hacerlas suyas.
Es en razón de su método y de su función que los sabios, en Israel como en otras partes,
intentaban alcanzar lo universal, es decir, lo que tiene valor para todo ser humano.
Por el contrario, cuando se aprecian huellas de particularismo, de rasgos típicamente
hebreos o judíos, se les debe explicar en referencia al universal. También, cuando el Señor
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interviene al final del libro de Job, se debe recordar que, para el autor de esta obra maestra, el
Dios de Israel es la única divinidad admisible desde el Deuteroisaías, a la vez el único creador del
Universo y el salvador del pueblo que le reconoce como su Dios. Es lo que dirá a su vez la
Sabiduría de Salomón en 13,1-9.
En este sentido, lo propio de la sabiduría bíblica es ser, como toda verdadera sabiduría, de
alcance universal.

La fe de los sabios

El problema no es saber si los sabios del antiguo Israel han sido creyentes. Para su época,
un ateísmo o un agnosticismo serían anacrónicos. La cuestión es precisar el lugar que Dios tenía
en su enfoque. ¿Los sabios de la Biblia han tenido una visión teológica? Sí, sin lugar a dudas.
¿En su enfoque, esta visión era fundamental? Sí, igualmente.
Tratar de penetrar los misterios del mundo y del corazón humano no era para ellos un
esfuerzo meramente profano. No confiaban solamente en su inteligencia, de la que, por otra
parte, descubrían demasiado rápidamente los límites. Confiaban primeramente en la realidad que
les rodeaba, ya que postulaban su estabilidad y también la capacidad de iluminarla, indicando con
mayor seguridad a los hombres los caminos de la felicidad. El orden de la realidad era uno de los
postulados de su perspectiva. Les fascinaba por su accesibilidad tanto como por su opacidad. No
tardaron en comprender que este orden no solamente hacía posible sus investigaciones, sino que
se les imponía: no eran amos de este orden; simplemente tenían acceso a él hasta un cierto punto.
El amo de este orden era aquél que lo ha establecido y lo mantiene: Dios. Confiando en
este orden, es la omnipotencia divina lo que descubrían y hacia la cual, implícitamente,
manifestaban su confianza. Para ellos también el Universo hablaba de Dios (Cfr. Sal 19,2; Jb 18-
39; Sir 42,15-43,33). En el fondo, su enfoque intelectual era en sí mismo un acto de fe en este
Dios que ha hecho el mundo y el hombre con orden.
El límite infranqueable, el lugar donde la investigación se estancaba y debía forzosamente
detenerse por incompetencia, provocó en ellos dos tipos de reacciones.
Por un lado, la aceptación de lo que nos sobrepasa. Nuestras ciencias modernas no han
hecho retroceder mucho los límites que han impresionado tanto a los sabios de antaño. Para
ellos, era su propio límite lo que descubrían, no era que el orden estuviera en sí mismo limitado o
que hubiera perdido todo sentido. Reconocían que el Amo de este mundo debía conocer este
sentido y al mismo tiempo debía ocultarlo al hombre. Si aceptaban el límite y el misterio, a los
sabios no les quedaba sino hundirse en la adoración de este Dios infinitamente más inteligente.
Cuando los sabios de Israel hablaban del temor del Señor, es ante todo esto lo que querían decir y
lo que incluso enseñaban. Véase Job 28. Es la actitud que a fin de cuentas adoptará Job (Jb 42,6)
e incluso Qohélet (Qo 5,6). Ben Sirá fue más dócil delante de este Dios incognoscible (Sir 3,17-
24; 39,12-35).
Por otro lado, la rebelión, cuando precisamente Dios se vuelve incomprensible e
irreconocible, desfigurado. Este fue el caso de Job, que se pone a gritar y a vociferar porque este
misterio de Dios y su silencio no tenían otro efecto, sino el de agravar su sufrimiento,
injustificable en su opinión. Este fue el caso de Qohélet, para quien toda situación que se impone
al hombre no tiene ningún sentido. Decir que todo es «vanidad» es, en cierto sentido, una
posición de rebelión contra el misterio, en todo caso, un sufrimiento, incluso si Qohélet trata de
adecuarse a la situación. Se ha observado que este Dios inquietante no es llamado nunca «el
Señor», como el Dios de la revelación, ni por Job (Jb 3-31) ni por Qohélet, mientras que el autor
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del libro de Job sabe perfectamente bien que es el Señor quien es la causa (Jb 1-2) y que es él
quien intervendrá al final (Jb 38-42).
Se ve que ya sea que el sabio capte el sentido de lo que observa o que no lo perciba, que el
misterio de la acción divina le provoque rebeldía o que le provoque una humilde sumisión, es
siempre su relación con Dios lo que está a la base como fundamento.

Creación e historia

Es en este marco que se debe explicar de qué manera textos como Sir 44-50 y Sab 10-19
se refieren tan explícitamente a la historia bíblica.
De hecho, el universalismo del que se ha hablado anteriormente se funda no solamente en
el método y la función de los sabios, sino también sobre su convicción nunca puesta en duda de
que este mundo, objeto de sus investigaciones sapienciales, es la obra de un Dios trascendente. A
él todos los sabios de israel se refirieron, incluso Qohélet (Cfr. Qo 12,7), para quien este Dios
permanece incomprensible para el hombre, con lo que él dice también una verdad que no se debe
descuidar.
Si los sabios bíblicos, como sus colegas del Cercano Oriente, han admitido que sus
investigaciones conducían esencialmente al orden que rige el universo y que, hasta un cierto
punto, eran capaces de conocer, también han reconocido, sin la menor duda, que este orden
universal y estable era la obra del Creador del cielo y de la tierra que obra con sabiduría e
inteligencia (Prov 3,19-20). Prov 8,27-29 lo dice; Jb 38-39 y 40,6-41,26 lo detallan; Sir 42,15-
43,33 lo canta y Qohélet 12,1 le reconoce también como el Creador del ser humano.
De esta forma, los sabios podían someter este mundo a sus observaciones y sacar de ello
conclusiones sobre el comportamiento más sabio que el hombre debería adoptar. A este
propósito, reléase Sir 16,24-18,14, en donde Ben Sirá funda la libertad, al mismo tiempo que la
responsabilidad personal del hombre, así como su llamada a la conversión del pecador, sobre el
Dios Creador y todopoderoso.
De la misma forma, cuando en Sir 17,11-14 Ben Sirá hace alusión a la revelación
histórica del Señor en el Sinaí, es para dar a esta revelación un alcance universal. El Elogio de
los Padres que encontramos en Sir 44-19 inscribe la evocación de las grandes figuras históricas
del pasado fundante de Israel al interno del recuerdo de figuras más universales: Henoc y Noé
(Sir 44,16-18) y, antes que ellos, Adán mismo (Sir 19,16). Pero Ben Sirá añade el retrato de su
contemporáneo Simón el Justo (Sir 50,1-21). ¿Cómo explicar una invasión tal de la historia?
La crisis de la sabiduría bíblica con los libros de Job y de Qohélet no ha podido ser
remontada sino cuando, con Ben Sirá y el texto análogo y contemporáneo de Baruc 3,9-4,4, los
sabios han comprendido que la revelación histórica concedida a Israel era ella misma sabiduría,
como lo permite entender Dt 4,6: la legislación deuteronómica es más sabia que las legislaciones
paganas en vigor en esa época. La sabiduría de Salomón, criticada (Sir 47,14-21) o purificada
(Sab 7-9), se inscribe en esta historia sagrada. Entonces no es sorprendente ver que la Sabiduría
recibe en Sir 24 rasgos históricos (se hablará de ello más tarde), pero en el cuadro más universal
de la creación (Cfr. Sir 24,3-7.25-29), y el retrato del sacerdote Simón compara a este último con
las maravillas del cosmos (Sir 50,6-10). Sab 7-9 remite más a la creación (Sab 9,1-3) y al poder
universal de la Sabiduría (Sab 7,22b-8,1) que a la historia propia de Salomón y de nuevo, esto es
para darle a ésta un valor universal, es decir, imitable por cualquiera que acepte tomar el mismo
itinerario. De todas formas, ¿no es Salomón el fundador de la sabiduría en Israel? Y cuando los
acontecimientos del Exodo son retomados (Sab 10-19), la tesis misma del autor explica (Sab
16,24; 19,6.18) que se les debe comprender sobre el trasfondo de una renovación de la creación
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realizada por el Señor en estos tiempos lejanos en que Israel fue fundado como pueblo. Así, para
el autor de Sab, es el regreso a los orígenes, en Salomón y en el Exodo, lo que alimenta su
reflexión y, en cada ocasión, la creación como origen primero explica lo uno y lo otro. El hecho
es patente cuando se trata de justificar la paciencia divina hacia las gentes del Faraón cuando los
hebreos salieron de Egipto (Sab 11,21-12,2). Para estos maestros de sabiduría, una teología de la
creación permite una teología de la historia. La historia religiosa propia de Israel manifiesta y
prosigue la intención primera del Creador.
El campo de investigación de los sabios se ha ampliado de golpe. Incluso la historia
humana y sagrada se convierte en objeto de su análisis, sin que ellos tengan que modificar sus
métodos, sin que tengan que renegar de su función educativa de alcance universal. Y el Nuevo
Testamento les confirmará el no, tanto en Juan (Jn 1,1-4) como en Pablo (Col 1,15-17).

Vida moral y retribución

Algunos textos de los libros sapienciales que han sido leídos anteriormente han hecho ver
claramente, nos lo auguramos, con qué finura de ánimo hablaban los sabios del comportamiento
moral. Recordemos solamente algunos ejemplos destacados: el catálogo del examen de
conciencia de Job (Jb 31); las plegarias de Prov 30,7-9 y de Sir 22,27-23,6; el respeto del pobre
según Sir 10,19-11,6 o la virtud de humanidad requerida por Sab 12,19. Textos típicamente
sapienciales que no se apoyan en los preceptos de la Ley mosaica, incluso cuando coinciden con
ella. Los sabios bíblicos han propuesto verdaderamente un ideal de vida moral.
Para ellos, sabiduría y justicia iban de la mano. El sabio debe ser un hombre justo (Cfr.
Prov 9,9) y Job es presentado como un justo ideal, pero también como un sabio. Según Sab 8,7,
la Sabiduría que el sabio ama como una esposa le enseña las cuatro virtudes «cardinales» y, para
Sab 3-4, los justos privados de bendiciones en la tierra son, sin embargo, sabios (Sab 4,17).
Así, los maestros de la sabiduría bíblica han ellos mucho por la dignidad del ser humano,
al invitar, en particular, al respeto debido a cada uno, rico o pobre (Prov 14,31; 17,5), amo o
servidor (Jb 31,13-15), ya que todos tienen un solo y mismo Creador.
Los sabios del libro de los Proverbios pensaban que esta retribución era concedida en este
mundo: el justo debía gozar de una vida terrena floreciente, mientras que el hombre malvado
sería desenmascarado y castigado por sus malas acciones durante su existencia sobre esta tierra.
Más de una vez responden a partir de tales ideas a la experiencia concreta de los hombres.
Pero Job está allí para contestar la validez absoluta de esta retribución terrestre que
sostienen sus amigos. Dado que él es justo, pero lleno de sufrimientos y de humillaciones,
cuando ve gente malvada cuya vida corre de éxito en éxito. Por su parte, Qohélet no encuentra
forma alguna en que se pueda pretender una justa retribución de nuestros actos en este mundo.
Todo parece probar lo contrario. Y Ben Sirá, por más que afirme que «para quien teme al Señor
todo terminará bien: el día de su muerte será bendecido» (Sir 1,13), o aún más, que el Señor no
ha abandonado nunca a quienes le son fieles (Cfr. Sir 2,10), no tiene respuesta para el escándalo
que provoca una vida virtuosa en la miseria y la ignominia.
La solución a la que llega la conclusión del libro de Job (Jb 42,7-17), siendo tal bella, no
resuelve el enigma; por el contrario, le saca la vuelta mediante un happy end tranquilizante, pero
poco convincente.
La única verdadera solución del enigma no es ofrecida sino en la Sabiduría de Salomón,
pero no es su autor quien la ha encontrado. Aparece antes en Dn 12,1-3 y en 2Mac 7. Lo que es
propio del autor de Sab es su argumentación. Está convencido de que el ser humano, por ser
imagen de Dios, es incorruptible (Sab 2,33) y que la amorosa acogida de la sabiduría es el camino
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que conduce a esta incorruptibilidad (Sab 6,17-19). Los justos que han acogido esta Sabiduría,
sin recibir bendiciones terrestres, tendrán su recompensa en el más allá junto a Dios (Sab 3,9; 5,4-
5, por ejemplo). En efecto, lo que el Señor hizo en los tiempos del Exodo para salvar a su pueblo
de la muerte es la primicia de su obra por siempre (Sab 19,22): el Exodo como acontecimiento
fundante en el que el Creador y Señor ha salvado a los justos oprimidos justifica la convicción de
que será siempre así, incluso más allá de la muerte física de los justos.

¿Y quién es la Sabiduría?

La Sabiduría es personificada en algunos de los textos más importantes de los libros


sapienciales del Antiguo Testamento. Forman una cadena, de la que aquí se apuntarán algunas
características.

 En Prov 1-9, la introducción del libro, se leen tres discursos de la Sabiduría. Prov 1,22-33
es un discurso amenazador muy violento, en la línea de las requisitorias que con
frecuencia abren los libros proféticos: si la gente continúa negándose a escuchar a la
Sabiduría, la catástrofe se abatirá sobre ellos; peor aún, la Sabiduría será entonces
imposible de encontrar y los culpables serán abandonados a su propia suerte. Se intuye
aquí la situación que había conducido al exilio del s. VI, pero se propone también la
urgencia de una conversión que el exilio había hecho necesaria. El segundo discurso, en
Prov 8, renueva la invitación a la escucha de la Sabiduría. De hecho la Sabiduría justifica
en este discurso su invitación: ella es quien proclama la verdad y la justicia que cada uno
necesita en su vida personal; es ella quien, como un buen consejero real, asegura el orden
en una sociedad armoniosa y apacible; por otra parte, es ella quien, hija primogénita del
Señor, tal como la Ma’at junto al dios Re de los egipcios, le inspiraba por medio de sus
juegos cuando ponía en orden el universo. A quien acepte escucharla le promete la
bienaventuranza, la vida y el favor del Señor. El tercer discurso, en Prov 9,1-6, transmite
una invitación al banquete de la Sabiduría; en él se presenta como una reina que inaugura
su palacio con todo su pueblo.
Los tres discursos tienen rasgos comunes. No solamente el hecho de que se dirigen a
todos, ya que la Sabiduría no se reserva a grupos selectos, sino el hecho de que son tres
invitaciones: a la conversión, a la escucha, al banquete, y las tres no se refieren sino a una
sola cosa: la acogida del mensaje sapiencial reunido en la colección que constituye Prov
10-31. Por último, y sobre todo, son tres discursos abiertos. ¿El auditorio ha venido a
escuchar la Sabiduría? ¿Los invitados han venido a la sala del banquete? Le toca al lector
responder por sí mismo, ayer como hoy.
 El discurso que Ben Sirá pone en labios de la Sabiduría en Sir 24,3-22 ya no es una
introducción, sino la piedra angular de su obra, al centro del libro que se entiende como
una síntesis del patrimonio espiritual de Israel releído por un sabio. Ya no es un discurso
pronunciado en las plazas o transmitido por las calles, sino una homilía pronunciada en el
curso de una liturgia en el Templo. Ya no es la personificación de la tradición sapiencial
de Israel, sino la de la historia misma del Creador que escogió a Israel para revelársele.
Discurso totalizante de veintidós versículos. Identificándose con la Palabra creadora más
que con Isis, la Sabiduría ha recorrido y regido el mundo y todos los pueblos, pero, a
petición suya, su morada le fue asignada por el Creador en Israel. Es a partir del Templo
de Sión que, como el árbol de la vida, ha crecido en medio del pueblo al ritmo de las
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estaciones, haciendo crecer sus ramas, dando sus flores y su perfume y finalmente sus
frutos, que ofrece a quien tiene hambre y sed.
Historia santa releída desde el punto de vista de Dios, ignorando la acogida recalcitrante,
los rechazos y las infidelidades del pueblo. Historia que prosigue con la fidelidad y la
coherencia del Dios que crea y se revela. Tal es, según Ben Sirá, la Sabiduría.
Ella sigue ofreciéndose a quien la desea. Como en los tres discursos del libro de
Proverbios, ella deja de hablar una vez que ha lanzado su invitación. ¿El auditorio ha
venido? A cada uno toca responder por sí mismo, ayer como hoy. Lo nuevo en este texto
es que el autor formula su propia respuesta. Comparando la Sabiduría con un río, se
considera él mismo como un canal de irrigación derivado del río: el agua fecundante de la
Sabiduría pasa por él para ir a regar el jardín, pero esta agua, que fluye en el canal
secundario que es él mismo, lo ha ensanchado: de ser un canal, se ha convertido en río y
este río ha alcanzado la inmensidad del mar. El mismo, Ben Sirá, se sabe invadido,
inundado por la Sabiduría que ha recibido y que comunica.
 Los últimos textos de esta cadena se leen en la Sabiduría de Salomón. Ya no es la
Sabiduría quien habla, sino el sabio. Bajo los rasgos de Salomón, el sabio por excelencia,
recuerda los tiempos de su juventud. Texto de arrebatos místicos. A la edad en que el
hombre joven decide sus grandes opciones de vida, él eligió la Sabiduría. Opción
preferencial en relación a todos los otros bienes que el mundo puede aportar: poder,
riqueza, salud e incluso la vida. Si recibió todos estos bienes fue por la Sabiduría que
había preferido.
Pero, ¿quién es esta Sabiduría? Esencialmente espiritual, habitada por el Espíritu del
Señor, penetrante hasta lo más íntimo de toda la realidad, sin perder nada de su pureza y
sin pretender sino el bien. En el fondo, ella es de Dios como su soplo, su efluvio, su
reflejo, su espejo, la imagen de su bondad; ella hace a los hombres amigos de Dios y
profetas, al tiempo que también anima y renueva el universo. El panteísmo estoico no
encuentra lugar aquí.
¿Cómo no amar esta Sabiduría? El hombre joven se ha prendado de ella. La quiere como
esposa. Pero aún debe recibirla de Dios, que ejerce sobre ella la autoridad paterna. Tener
la Sabiduría por esposa amante y amada es a la vez, para este hombre joven en busca de
felicidad, necesario e imposible: la Sabiduría no puede ser sino recibida, y esto porque se
la debe pedir al Señor.
Misterio de la presencia de Dios en su creatura, en el corazón del hombre, misterio de la
gracia, según la teología de Agustín. Misterio de amor esponsalicio, más personal y más
integrante que el compromiso fiel del que hablaba la Sabiduría cuando decía: «Yo amo a
los que me aman» (Prov 8,17).
Aquí la Sabiduría se calla. Sólo habla el sabio que da testimonio, como Ben Sirá. Su vida
más personal está en juego. La historia santa y el patrimonio espiritual de Israel están
siempre ahí, como lo muestra el final de la plegaria (Sab 9,18) y la larga meditación sobre
el Exodo (Sab 10-19), pero a cada uno le corresponde asumirlas. ¿Este testimonio del
sabio que se esconde bajo los rasgos de Salomón ha sido escuchado?, ¿es aún hoy
escuchado? Los justos en Israel y los santos de la Iglesia responden: «¡Sí!»

M. GILBERT, Les cinq livres des Sages. Proverbes – Job – Qohélet – Ben Sira – Sagesse (Lire la
Bible 129; Paris 2003) 261-272.
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Traducción:
Pbro. Lic. Luis Antonio Balderas Tovar
Seminario Conciliar de León
Curso de Sagrada Escritura (AT) – Sapienciales
2007.

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