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SANTO TOMÁS
Dr. Mario Caponnetto
Capítulo I
1. Generalidades
2. Planteos iniciales
Es de “buen tomismo” formular dos preguntas iniciales toda vez que se quiera
indagar acerca de una ciencia o de un arte; las dos preguntas se resumen en dos
interrogantes latinos: an sit y quod sit, esto es: ¿existe o puede existir? (an sit) y qué
es (quod sit). Por tanto, al preguntarnos por la posibilidad de una ciencia general del
hombre lo primero que debemos responder es si tal ciencia existe o, al menos, si es
posible formularla; y dando por afirmada su existencia o su posibilidad, avanzar
hacia el segundo interrogante: ¿qué es, en qué consiste esa ciencia?
En primer lugar, si examinamos el actual panorama de la reflexión
antropológica nos será fácil advertir, con evidencia inmediata, que nuestros
conocimientos acerca del objeto hombre se distribuyen en una multitud de ciencias
cada una de las cuales abarca alguna particular dimensión de este objeto. Tenemos,
así, ante nuestra vista una antropología llamada física, más bien emparentada con la
biología, la paleontología, la genética, etc., que considera al hombre en la
perspectiva de una especie viviente más; una antropología denominada cultural o
social -que alcanzó un particular desarrollo a partir fundamentalmente de los
trabajos de Bronislaw Malinowski (1884-1942) a comienzos del siglo XX, en
Inglaterra- cuyo cometido es el estudio de las costumbres, las relaciones parentales,
las estructuras políticas y económicas, alimentación, salubridad, urbanización, mitos
y creencias de los diversos grupos de población humana; una antropología médica,
entendida en términos de abordar al hombre en cuanto sujeto capaz de enfermar y de
sanar; etc. Pero se observa, también, que junto a estas antropologías particulares, se
presentan otras que toman la calificación de filosófica (y aún teológica) y que no
apuntan a un determinado aspecto parcial del hombre sino a una visión global y
superior de su objeto atendiendo a su naturaleza, esencia, destino y lugar en el
universo. Tales antropologías parten de esta pregunta: ¿qué es el hombre? a la
manera de una indagación previa a cualquier interrogante respecto de ¿cómo es el
hombre?
9
Esta denominación de Antropología General la tomamos del notable trabajo de FÉLIX ADOLFO LAMAS y
DELIA MARÍA ALBISU: ¿Qué es la Antropología General?, publicado en Revista Circa Humana Philosophia,
Nº II, Buenos Aires, 1997, páginas 9 a 83. Según estos autores, la denominación de Antropología General
significa “a) una Antropología sin calificativos, o lo que es lo mismo, una Antropología a secas; b) y la
instancia teórica más general de esta ciencia” (página 16). Más adelante la definen como “una ciencia o
filosofía segunda natural” (pagina 75) y “como filosofía segunda o subalternante de las ciencias o disciplinas
prácticas” (página 77). En las consideraciones que siguen tomaremos como guía este trabajo, a nuestro juicio
el más logrado de cuantos hemos podido consultar, en orden a posibilitar el rescate de un saber hoy en crisis.
A la vista de cuanto acabamos de describir y siguiendo los criterios
terminológicos hoy en boga, podemos reconocer una suerte de agrupación de todas
estas ciencias en dos clases o tipos: unas, las antropologías científicas que engloban
las antropologías que hemos caracterizado como particulares; otra, la antropología
filosófica (incluso teológica) con pretensión de un estudio de la esencia y de las
propiedades específicas del hombre en cuanto hombre.
En principio no estamos de acuerdo con adoptar esta clasificación pues no
compartimos la distinción sin más entre ciencia y filosofía dado que la filosofía no
sólo es ciencia sino ciencia por antonomasia. Aparte el calificativo de filosófica
tampoco asegura, en el estado actual de la multiplicidad y variedad de las
“filosofías” en boga, una adecuada denominación para el tipo de saber que estamos
buscando. Sin embargo, reconocemos que, en ocasiones, el término de Antropología
Filosófica, ha sido utilizado por algunos autores modernos con una intencionalidad
parecida, en cierto modo, a la nuestra. Esto ha ocurrido, principalmente, de la mano
del filósofo alemán Max Scheler (1824-1828). Este autor escribió un pequeño pero
importante texto, La idea del hombre y la historia, considerado como el prólogo a
una antropología suya que nunca fue escrita o, al menos, publicada. En ese escrito
sostiene Scheler la necesidad de formular una Antropología Filosófica a la que
define en estos términos:
10
MAX SCHELER, La idea del hombre y la historia, Buenos Aires, 1967, páginas 9 y 10.
La propuesta de Scheler, aunque ofrezca ciertos reparos críticos, reviste el
mayor interés si se la considera tan sólo como una propuesta pues como dijimos
antes el filósofo alemán no llegó a escribir (o a no publicar) la antropología
prometida. De hecho, de lo que aquí está hablando Scheler es de una ciencia del
hombre formalmente filosófica (claramente apunta a la esencia y a la estructura
esencial del hombre), cuyo objeto se extiende a una amplísima gana de aspectos
relacionados con la esencia del hombre y que, finalmente, asume para sí una suerte
de rectoría o dirección de las otras ciencias a las que se denominan antropologías
científicas y que nosotros preferimos llamar antropologías particulares. Debemos
reconocer que esta propuesta se aproxima en algo a una ciencia general del hombre;
sin embargo no es exactamente lo mismo: en primer lugar por su adjetivación de
filosófica para distinguirse de las supuestamente antropologías científicas; pero,
además, y sobre todo, nos distancia de ella los mismos presupuestos de la filosofía
scheleriana, esto es, una filosofía que -sin perjuicio de sus más que importantes
aportaciones- transcurre, como veremos al final, ajena a la noción de substancia,
reduce el espíritu a puro dinamismo e introduce una insalvable disyunción en la
intimidad del hombre entre el espíritu y la naturaleza.
15
FÉLIX A. LAMAS, DELIA MARÍA ALBISU, ¿Qué es…, o. c., página 23.
experiencia? Lo que nos remite, todavía, a una cuestión más universal y honda: dar
razón de lo uno y de lo múltiple.
Pues bien, a partir de la constatación de estos problemas enunciados (y varios
más que podrían sumarse), los autores que comentamos concluyen que el hombre
siempre se autoexperimenta como un ser problemático. Enumeran, a continuación,
diversos núcleos problemáticos: el hombre como misterio en el sentido de límite y
horizonte del conocimiento; la situación de hombre en el mundo (hombre y cosmos);
la individualidad en tanto evidencia pero en contraste con la evidencia no menor de
que los individuos poseen entre sí una cierta unidad; la dualidad cuerpo alma, las
relaciones recíprocas entre uno y la otra; la pertenencia dual y simultánea del
hombre a dos mundos diversos, “orgánico”, uno, “espiritual” , el otro que lo
reclaman por igual; la finitud y la infinitud, también ellas dos esferas que se
“disputan” al hombre; la muerte y la inmortalidad; la primera como certeza absoluta
y la segunda como aspiración irrefrenable; la presencia del mal y el problema de la
libertad. Por todo esto, concluyen que la autoexperiencia antropológica conduce al
hombre ante la perplejidad el misterio de sí mismo16.
Enseña Aristóteles que para investigar con éxito una determinada cuestión es
aconsejable plantear, desde el principio y bien, las dificultades o problemas pues el
éxito posterior consiste en la correcta solución de tales dificultades 17. Siguiendo esta
línea maestra de la epistemología aristotélica los autores que comentamos han
llegado, efectivamente, a plantear correctamente las dificultades sintetizándolas en
esa lograda expresión del hombre como paradoja y misterio. A partir de aquí queda,
pues, examinar de qué modo las dificultades planteadas puedan ser remitidas a una
ciencia del hombre.
En primer lugar, es preciso establecer que este conocimiento experimental del
hombre con su correlato de dificultades pone en evidencia la necesidad de formular
un saber que ofrezca “una garantía razonable de verdad” y se situé más allá de los
condicionamientos y limitaciones propias de la experiencia. La necesidad de este
saber no significa una necesidad respecto de algo, de un fin o de un determinado
objetivo práctico; se trata, por el contrario, de una necesidad teórica, esto es, una
necesidad en sí misma e incondicionada pues ese saber es su mismo fin. El hombre,
en efecto, está llamado a consumar la más alta y perfecta actividad vital que es el
conocimiento teorético que culmina en la contemplación sin más de la verdad. Esto
es muy importante porque, de entrada, la ciencia del hombre que se busca ha de ser
una ciencia especulativa no una ciencia práctica. Nuestra necesidad de una ciencia
acera del hombre no, es por tanto, una cuestión ni sola ni primariamente de la razón
práctica: es, por sobre todo, una exigencia del alma que contempla la verdad y,
luego, la proyecta en los múltiples planos de la praxis. Así entendió siempre la
16
FÉLIX A. LAMAS, DELIA MARÍA ALBISU, ¿Qué es …, o. c., páginas 26 y siguientes.
17
Cf. Metafísica III, c. 1, 995 b 27-30.
tradición filosófica la economía del saber humano; de este modo se responde esa
problemática radical que dejamos planteada más arriba en el sentido de dar razón de
lo uno y de lo múltiple. Porque ocurre que las ciencias que se ocupan del hombre
son multitud. Aquella multiplicidad de objetos que constatamos en el triple plano
fenoménico de la autoexperiencia y la multiplicidad de problemas de ella, guardan
correspondencia con la multiplicidad de las ciencias, o con pretensión de tales, que
vemos asomarse y pulular en el panorama de las antropologías actuales. En efecto,
todos ellos pueden ser entendidos como objetos materiales de diversas ciencias del
hombre: la biología, la psicología, la historia, la sociología, la ética. Cada una de
estas ciencias tendrá que establecer, desde luego, su propia perspectiva formal
(objeto formal) pues de lo contrario no alcanzará el estatuto de ciencia y habrá de
determinar, conforme a su objeto, el método que le corresponda. Pero en estas
ciencias, ciencias particulares del hombre en definitiva, el hombre en sí mismo,
quedará como una pregunta sin respuesta.
La experiencia nos ha permitido recoger un conjunto de fenómenos que hemos
agrupado en planos; el carácter propiamente reflexivo y dialéctico de la experiencia
nos ha llevado a una multitud de problemas; todo ello constituye el fenómeno
humano que ha de ser puesto como el objeto material de la ciencia general del
hombre: todo el fenómeno humano integra el objeto material de la ciencia general
del hombre. En consonancia con esto, nuestros autores concluyen que:
18
FÉLIX A. LAMAS, DELIA MARÍA ALBISU, ¿Qué es …., o. c., página 73.
Se advierte que la ciencia así definida se presenta, ante todo, como una actitud
realista fundada en la experiencia, llamada a dar respuesta a la totalidad de los
problemas propuestos, cuyo sujeto real es el hombre en tanto ente específico; es una
ciencia teórica, natural, una filosofía segunda a la que, no obstante, es preferible
denominar Antropología General pues con esta denominación se alude a que le
corresponde a ella considerar lo que es común (aquí general significa tanto como lo
común o comunísimo) a todas las otras ciencias del hombre que llamamos
particulares. Las relaciones e implicancias mutuas que puedan establecerse entre
esta Antropología General y las ciencias particulares del hombre (comunión y
participación en el objeto, relaciones de subalternación, a semejanza de lo que se
dijo de la Física respecto del resto de las ciencias del mundo físico), permitirán
superar la dispersión del conocimiento antropológico al tiempo que establecer las
condiciones adecuadas en vista de alcanzar la unidad del conocimiento acerca del
hombre en el diálogo y la complementariedad de las ciencias.
Desde luego que la doctrina acerca del hombre que Santo Tomás ha elaborado
no corresponde exactamente a esta Antropología General. De hecho, como parte
inseparable de la Sacra Doctrina, su perspectiva formal es teológica y, en
consecuencia, aún las verdades naturales, accesibles a la razón natural, pero también
reveladas según vimos, incluidas en ese corpus anthropologicum, son consideradas
en la perspectiva formal de la revelación, esto es, en cuanto reveladas. Pero nos ha
parecido oportuno mencionarla y reseñarla porque, sin duda, esa Antropología
General, como fruto de la razón natural, será siempre hija fiel del espíritu del
tomismo llamado, hoy como nunca, a renovar el quehacer científico y a inspirar
nuevas empresas en el páramo cultural de nuestro tiempo.