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El proce so civiiizatorio:
de ia revolución agrícola
a la term onuclear
Biblioteca
fundamental
del
hombre
moderno
Centro Editor
de A m érica Latina
Traducción: Julio Rossiello.
Título original: O Processo Civilizatório, publicado por
Editdra Civilizagao Brasiíeira, Río de Janeiro, 1968.
Primera edición en castellano: Ediciones de la Biblioteca de la
Universidad Central de Venezuela, 1970.
Primera edición en lengua inglesa: The Civilizational Process,
Smithsonian Institution Press, Washington, 1968.
© 1971
Centro Editor de América Latina S.A.
Cangallo 1228 - Buenos Aires
Hecho el depósito de ley
Impreso en la Argentina - Printed in Argentina
Se terminó de imprimir
el día 5 de julio de 1971,
en los Talleres Gráficos de
Sebastián de Amorrortu e Hijos S. A.,
Luca 2223, Buenos Aires
Prólogo
Betty J. Meggers
25 de abril de 1968
Smithsonian Institution
Washington D.C.
Primera Parte
i. La 'revolución agrícola
¡; El d esarrollo del pastoreo com o ocu pación ex clu siva só lo se d aría tardíam ente,
porque e x igiría, com o cond icio ne s previas, eí estab lecim ien to del com ercio con grupos
a g ríc o la s , a si co m o la creación y el perfeccionam iento de la m etalurgia. Fueron iden
tifica d os restos fó s ile s de d iv e rsa s razas b ovinas d om estica da s en A s ia y en Egipto
que hacen suponer que ias tentativas o rigin a le s de dom esticación de ganado bovino
datan de cerca de s e is m ü a ñ os antes .de C risto y la s de la s razas equinas de tres
m il a cuatro m il años antes de C r isto (B ib lio gra fía en K. Dittmer, 1960).
sobre vastas áreas, desalojando a sus antiguas poblaciones, siempre
que éstas ocupaban tierras cultivables o pasturas naturales. De ese
modo se conforman, en diferentes regiones del mundo, áreas de ocu
pación agrícola y pastoril cada vez más extensas, cercadas por con
tornos marginales. M ás tarde, esos contornos se reducirían a meras
islas, donde grupos de cazadores y recolectores continúan viviendo
la antigua existencia, como pueblos atrasados en la historia. Casi
todos ellos, sin embargo, serían paulatinamente alcanzados por el
proceso civilizatorio fundado en ia revolución agrícola, tendiente a
integrarlos también en la condición de agricultores o pastores.
i Karl M arx d e sc rib ió adm irablem ente este proceso: " . . . C u a n d o lo s gran d es lati
fu n d ista s in g le se s elim in aron sus- dependientes (retalners) que co n su m ía n parte de ta
producción excedente de su s tie rras; cuando su s arrendatarios expulsaron a lo s peque
ños ca m p e sin os, etc., una m asa doblem ente iibre de m ano de obra fue lanzada al
mercado de trabajo: iibre de jas a n tigu as relacio n es de clientela, de servidum bre o
de presta ción de se rv ic io s; pero libre, tam bién, de todos lo s bien es y de toda form a
de ex isten cia práctica objetiva, Ubre de toda propiedad. Tal m asa h a b ía quedado
reducida a ia alternativa de vender su ca pacidad de trabajo, o a 1a m endicidad, al
vagabundeo y al robo com o única fuente de in gresos. La historia registra que ella
prim ero intentó ta m endicidad, el vagabundeo y la d elincuencia, pero que se v io apar
tada de e se ca m in o y fue em pujada luego a ia estrecha senda que llevaba al m erca
do de trabajo, por m ed io del patíbu lo, del cepo y del lá tig o ” . (M a rx , 1966: 38.)
En ese ambiente de renovación social, todo es cuestionado. El
orden sociai deja de ser concebido como sagrado o pasa a ser defi
nido en términos de reevaiuación de lo sagrado. Se traumatizan así
los mecanismos de preservación del régimen, favoreciendo la expan
sión de insurrecciones campesinas a medida que la estructuración
capitalista marcha de región en región.
A partir dei siglo X íil, ondas sucesivas de levantamientos convul
sionaron Europa, como la de los Pastores (1251) y la de los Plebe
yos (1320), en los Países Bajos y en Francia; ia de Dolcino (1305),
en Italia; las de Marcel y La Jacquérie (1357), en Francia; la de Wat
Taylor (1381), en Inglaterra. Y a en el siglo X V estalla la rebelión
de los hussitas en Bohemia y diversos levantamientos campesinos en
Alemania. Cuando el proceso de reestructuración alcanza a otras
regiones, allí también estallan guerras campesinas, como ias rusas
del siglo XVN (Razin), XVlll (Pugachov) y XIX, hasta la extinción de
la servidumbre en 1861; y las de China de los siglos X IX y XX.
Como insurrecciones de clases subalternas, estaban históricamente
condenadas al fracaso por la imposibilidad de reordenar la sociedad
entera de acuerdo con sus intereses. Su eclosión tuvo, en cambio,
un papel decisivo en !a implantación de un nuevo orden capitalista-
mercantil, una estructura de poder dirigida por ei empresariado capi
talista, y en el triunfo de los movimientos de Reforma.
Un proceso simultáneo de desarraigo y reubicación de trabajado
res ocurría en las ciudades, separando a ¡os artesanos de los víncu
los corporativos de ios gremios, para convertirlos en asalariados de
las nuevas empresas. Como mano de obra calificada, esos artesanos
prestaron a la revolución tecnológica ei concurso de su destreza acu
mulada secularmente y agregaron a la fuerza de trabajo un estrato
diferenciado de técnicos y especialistas. En cada país, a medida que
progresaba la conversión de la economía a los criterios capitaiistas,
fueron siendo abolidas las corporaciones de oficios, los reglamentos
de aprendizaje, las comisiones de salarios. Todas esas ordenaciones
protectoras fueron sustituidas progresivamente por el ideario liberal
de la igualdad ante la ley y del libre derecho de contrato.
La combinación de las disponibilidades de capital acumulado con
¡as ofertas de mano de obra libremente aüstable y de bienes de sub
sistencia ofrecidos en venta hizo posible montar estructuras urbanas
de producción y de comercio que serían cada vez más amplías hasta
dominar todo el sistema económico, convirtiéndolo en formaciones
socioculturales capitalistas mercantiles. Este proceso civiiizatorio ex
perimentó una aceleración prodigiosa cuando se sumaron a él ¡os
resultados de ia expansión oceánica conducida por los pueblos ibéri
cos. Trasladando hacia Europa el producto del saqueo de decenas
de pueblos, y después ios excedentes arrancados a millones de escla
vos que tenían su consumo supercomprimido en las minas y planta
ciones tropicales, el capitalismo mercantil puede saltar algunos siglos
en su proceso de maduración. Éste no se cristalizaría, sin embar
go, en ninguna de las dos áreas donde actuara precursoramente ia
revolución mercanti!. Habiéndose configurado como imperios mercan
tiles salvacionistas, ambas se habían atrasado en la historia, pasando
a interactuar con las nuevas formaciones como estructuras desfasa
das y por eso mismo, condenadas a perder sustancia en todo ei
intercambio económico posterior.
La formación capitalista mercantil se implanta primero en Holan
da (1609), donde asume la forma de república moderna de perfil
oligárquico, gobernada por comerciantes y banqueros, luego de la
victoria en su guerra de emancipación contra el dominio saivacionista
ibérico. En el curso de esas luchas, Holanda se apodera de diversos
dominios coloniales portugueses y españoles en el Africa (El Cabo),
en América (Antillas), y en Oriente (Ceilán, Indonesia), y se con
vierte en !a principa! potencia europea. Crea la primera organización
bancaria moderna (1609), que actúa como financiadora y aseguradora
de la expansión mercantil holandesa, elevada a la condición de empo
rio distribuidor <ée la producción mundial en los mercados europeos.
La sigue Inglaterra, con la revolución de Cromweil (1652-1679),
que le permite estructurarse también como una formación capitalista
mercantil revestida de los tributos institucionales de una monarquía
parlamentaria. Inglaterra se levanta también a través de la guerra
contra los salvacionistas ibéricos y contra los holandeses, gracias a
la apropiación de algunos de sus antiguos dominios coloniales en Amé
rica del Norte, en India, en China y en Africa. Una de las fuentes
de su modernización fue el ingreso de un centenar de millares de
perseguidos religiosos, que elevaron sustancialmente la calificación
de su fuerza de trabajo y sus disponibilidades de capital financiero.
Pero en esa primera etapa, su enriquecimiento se logró principal
mente a través del saqueo por corsarios sostenidos por el estado, y
más tarde mediante el contrabando con las colonias americanas y con
la explotación de! tráfico negrero por medio de contratos monopoiís-
ticos con las naciones ibéricas, operados por compañías oficiales
cuyos principales accionistas eran las casas reales española e inglesa.
La eficiencia capitalista aplicada a! tráfico negrero permitió organizar
racionalmente las operaciones de caza de esclavos en ei interior, de
acumulación de reservas en la costa africana, de transporte marítimo,
de depósito, distribución y venta por todas las Américas. En ese pro
ceso, las naciones europeas, precursoras del desarrollo capitalista
mercantil, reclutaron .en el curso de casi tres siglos más de cien
millones de africanos, una tercera parte de los cuales debe haber
llegado a su destino para ser allí consumidos, en su gran mayoría,
en el trabajo esclavo (F. Tannenbaum, 1947; J. Arnault, 1960; E. Wi
lliams, 1944).
La integración de Francia a la nueva formación, madura lenta
mente en el nivel económico con ia instalación, a partir del siglo XVI,
de manufacturas de artículos de iujo en Lyon, Reims y París, y más
tarde, de tipografías y de metalurgias. Estalló, por fin, en ei plano
político con la revolución social de 1789, comandada inicíalmente por
liderazgos antiaristocráticos y completada, más tarde, por un régimen
militar que impone los ordenamientos napoleónicos, implántase así
el primer sistema estatal de instrucción pública; se deroga ei régi
men lega! anterior y se delinea el modelo básico de instituciones
liberales-capitalistas que serían prontamente adoptadas en todo el
mundo. Esta última formación capitalista„tamb,ién se apropia de anti
guas áreas coloniales ibéricas, por la anexión a su dominio colonial
de vastas áreas de América dei Norte, del Canadá, de Indochina y
del Senegal.
Para asumir esta posición pionera, aquellas naciones habían reac
tivado su vida económica interna, rompiendo con las barreras feuda-
íes que contenían sus fuerzas productivas, y confiscando ios bienes
eclesiásticos, ios latifundios de abadías y monasterios, para ínte-
grarios en el sistema productivo. S u s empresarios aplicaron capita
les en las manufacturas que empezaron a producir para todo el
mercado nacional y después para la exportación. Se crearon grandes
empresas de inversión , en los sectores mercantiles, fabriles, agríco
las y de obras públicas, que al exceder ia capacidad financiera de un
solo capitalista, apelaban a varios procesos de conjunción de recur
sos, y simismo incentivaron la constitución de una fuerza de trabajo
altamente calificada, a partir deí artesanado medieval.
Como efecto mayor de todos esos cambios, se rehizo ¡a propia
estratificación social, presidida por una polarización que oponía una
capa de propietarios reclutadores de mano de obra asalariada o escla
va, a una capa de desposeídos, conscriptos como la fuerza de trabajo
dei sistema, en la posición de dos proletariados, uno interno, otro
externo. Las condiciones de existencia y de reproducción de esos
estratos divergentes pero mutuamente complementarios, y su anta
gonismo intrínseco, pasarían a constituir ia fuerza motriz de toda ia
dinámica social.
En su expansión ultramarina, todas ias formaciones capitalistas
mercantiles apelaron también ai colonialismo esclavista, creando nue
vas áreas de plantaciones tropicales. Pero simultáneamente Innovaron
el antiguo modelo, complementándolo primero con colonizadores mer
cantiles en ia forma de factorías comerciales implantadas en países
iejanos, con las cuales no se pretendía transformar los pueblos autóc-
nos, sino tan sóio traficar con elios, y segundo, con colonias de
poblamiento establecidas mediante ei traslado de poblaciones euro
peas. Estas últimas se destinaban, esencialmente, a aliviar a Europa
de los excedentes de población generados en el propio proceso de
integración de la economía agrícola en moldes capitalistas. En con
secuencia, los pequeños núcleos de colonias de poblamiento — que
eran las menos prósperas de ias colonias en ia formación anterior—
comienzan a crecer, teniendo por objeto no tanto proveer ganancias
como ocupar gente desarraigada y marginada cuya presencia empe
zaba a representar un rie sgo ' permanente de insurrección.
Una de esas colonias de poblamiento, que había crecido como
economía apendicuíar de las ricas empresas esclavistas coloniales
en las Antillas, maduraría poco más tarde para el capitalismo mer
cantil; Era la América del Norte, donde un ordenamiento capitalista
incipiente, fundado en los mismos principios que rigieron la coloni
zación, se fortalecería en el curso de la guerra de emancipación.
Estas características se acentuarían allí en forma más radical que en
cualquier otra área colonial en virtud del carácter singular de la im
plantación como una extensión ultramarina de la sociedad inglesa. En
América del Nort§ se erige el modelo básico de república federativa
moderna, estructurada como una formación capitalista-mercantil ten
diente a ía industrialización. Al contar con enormes áreas desiertas
para la autocolonización, América del Norte sólo tardíamente se lanza
a la expansión colonialista, y lo hace también por la apropiación de
antiguas áreas de dominio ibérico, como ias Antillas y ¡as Filipinas,
además de algunas islas del Pacífico.
Como se ve, la formación capitalista-mercantil también nace bifur
cada en dos complejos compíementarios. Primero, el complejo metro
politano de las naciones, las estructuras por aceleración evolutiva
como centros de poder y de comercio ultramarino. Internamente se
asientan en dos pilares: una economía rural de granjeros libres, pro
ductores para el mercado (principalmente Francia y Estados Unidos
de América), y de grandes explotaciones agrícolas y pastoriles, de
tipo capitalista, que comienzan a funcionar en base a! trabajo asala
riado (principalmente Alemania e Inglaterra); y una economía urbana
de manufacturas mercantiles, de comerciantes importadores y expor
tadores y de agencias financieras, que tanto operan en el mercado
europeo como en todo el mundo. Segundo, el complejo colonial, im
plantado por movimientos de actualización histórica, que genera las
colonias mercantiles de las factorías asiáticas de comercio y africanas
de provisión de mano de obra esclava y las colonias esclavistas de las
áreas americanas de explotación de minas y de plantaciones comer
ciales, operadas, tanto directa como indirectamente, a través de otros
agentes coloniales, como los portugueses y los españoles; y final
mente, las colonias de poblamiento de ias Américas, de Australia y
de Nueva Zelandia.
Por medio de esas dos fases complementarias — la metropolitana
y ia colonial^-,- eí sistema pasa a actuar, generando en una de ellas
el capital y los capitalistas contrapuestos a masas crecientes de asa
lariados; y en la otra, capas administradoras subalternas y masas de
esclavos avasalladas. Estas últimas no representaban para ei sistema
más que una especie de combustible humano explotado Socamente o
importado de Africa para producir artículos de exportación, metales
preciosos y minerales. No eran “propiamente trabajadores, sino sola
mente trabajo”, tal como aquel que sería ofrecido mañana por las
fuentes inanimadas de energía (K. Marx, 1966: 41). En tal calidad
facilitaban una acumulación de capital mucho mayor que ía obtenida
por ia explotación de asalariados, y propiciaban ia reversión hacia ias
economías metropoiitanas, maduradas como estructuras capitalistas,
de recursos cada vez más voluminosos.
La expansión oceánica europea, iniciada por los ibéricos, se con
vierte en una empresa colectiva que multiplica colonias esclavistas,
mercantiles y de poblamiento por todo el mundo, acelerando ia acción
del proceso civiiizatorio capitalista mercantil como el más vasto de
los movimientos de actualización histórica. Con su desencadenamien
to, millones de hombres fueron trasladados de un continente a otro.
Las matrices raciales más dispares fueron mezcladas y los patrimo
nios culturales más divergentes fueron afectados y remodelados. Las
conquistas culturales y principalmente las tecnológicas de todos- esos
pueblos confluyeron, echando las primeras bases de un reordenamien
to unificador del patrimonio cultural humano. En ese proceso, millares
de pueblos atados a formaciones tribales, aldeanas, pastoriles, rural-
artesanales, así como antiguas civilizaciones, tanto las vigorosas como
las estancadas en regresiones feudales, fueron integradas en un sis
tema económico de base mundial, como sociedades subalternas y
culturas espurias. Su razón de existencia había dejado de constituir
ía natural reproducción de su modo de ser, para convertirse en el
factor de existencia y en el instrumento de prosperidad de los centros
metropolitanos que administraban sus destinos.
La expoliación de esos pueblos posibilitó a las ciudades europeas
ei retomar y superar ampliamente e) brillo que habían alcanzado en el
esplendor del Imperio romano, implantándose como metrópolis suntuo
sas y opulentas. Dio también, a los europeos nórdicos, hasta entonces
marginales a los procesos civilizatorios, un sentimiento de superio
ridad y de destino civilizador que justificaba todas las formas de
opresión colonial como el ejercicio necesario del papel de agentes
civilizadores, convencidos de que representaban un orden moral supe
rior y el motor del progreso humano.
Las riquezas que se acumularon con las nuevas actividades pro
ductivas y con el saqueo de tesoros ajenos, elevaron a niveles nunca
alcanzados ia economía de dinero metálico, haciendo disponibles capi
tales cada vez mayores para financiar nuevas em presas2. Esta abrup
ta disponibilidad de metales preciosos provoca una elevación cons
tante de precios, que contribuye fuerte a desorganizar ias economías
campesinas aún sobrevivientes. De esa forma, nuevas masas son lan
zadas a¡ mercado de trabajo u obligadas a emigrar, al mismo tiempo
que sobreviene una violenta sustitución de ias antiguas capas patro
nales conservadoras por ef empresariado de mentalidad capitalista.
Simultáneamente, Europa se transforma ideológicamente, profun
dizando el movimiento de renovación inaugurado con el Renacimiento
e intensificado por la Reforma. En las áreas en que más había madu
rado ei capitalismo mercantil, se quiebran las viejas jerarquías reli
giosas y se facilita un amplio movimiento de secularización. La
alfabetización en masa en las lenguas vernáculas, llevada a cabo para
leer la Biblia, permitiría, de entonces en adelante, reclutar la intelec
tualidad sobre bases mucho más amplias y asegurarles mayor libertad
de indagación e investigación. De ese modo, la Europa posmedieval,
que redescubre el mundo griego asumiendo su postura mercantil y
su actitud especulativa, puede llevar adelante el saber y las artes a
partir del punto en que se habían estancado y puede retomar tam
bién ios modelos mercantiles esclavistas de estructuración política
con sus contenidos democráticos.
En las áreas donde más maduró la formación capitalista-mercantil,
la iglesia Católica, de ser un poder autónomo ordenador de las estruc
turas sociales y legitimador de la autoridad, se reduce a institución
auxiliar modeladora de conciencias individuales. Pronto es llamada a
actuar como sostén espiritual de la nueva clase dominante. Los teólo
gos reformistas se dedican a formular una ideología ennoblecedora
del enriquecimiento — concebido como señai de gracia divina— , digni
ficados del trabajo y condenatoria de antiguas actitudes señoriales
de ocio y fruición, así como de su contraparte popular, la mendicidad.
La acción de la iglesia de la Reforma ayuda a ia burguesía naciente
a adoptar el perfil ético que le corresponde y a destruir las bases
morales del antiguo sistema, que encaraba ia propiedad como más
pasibles de deberes que de derechos y a la organización social rígida
La proporción del increm ento dem ográfico europeo entre 1800 y 1950 puede se r
evaluada por las sig u ie n te s cifras: la población in gle sa crece de 16,2 a 50,6 m illon es;
fa france sa de 28,2 a 41,7; ia alem ana de 25 a 34: la Italian a de 18,3 a 46,3. Y crecen
en e se ritmo, pese a exportar s u s p ob lacio n es en enorm es proporciones; de In gla te
rra em igran 21 m illo n e s de person as entre 1836 a 1935; de Holanda, 4,5 m illo n e s en
el m ism o período: de A lem an ia, 5,3 m illo n e s de 1833 a 1935; de Francia, 2 m illo n e s
de 1821 a 1935, y de Italia. 9.6 m illo n e s entre 1876 y 1940. {A. Sireau, 1966: A . Sauvy,
1954/56 y 1961; A. Landry. 1949.)
estamentos gerenciales de intereses exógenos y la masa de ia pobla
ción, en la condición de “proletariado externo" utilizado en la produc
ción de materias primas. Los últimos focos de esclavitud progresan
hacia nuevos modelos de conscripción de ia fuerza de trabajo. Este
saito se produce sin la caída en regresiones feudales porque, en lu
gar de interrumpirse, las actividades mercantiles se activan, y porque
la transición se opera en ei curso de un proceso de intensa moderni
zación refleja. Sólo episódicamente y en áreas restringidas se re
gistra ei hundimiento, por parte de poblaciones ex esclavas, en eco
nomías de subsistencia. En general, son prontamente absorbidas por
los nuevos modos de organización dei trabajo, todos ellos grande
mente expoliadores e incipientemente capitalistas.
Bajo el dominio dei imperialismo industrial, el papel de los pue
blos atrasados en la historia ya no será proveer tesoros al saqueo o
de abastecer de oro y plata y especias al mercados mundial y tam
poco de productos tropicales clásicos, como el azúcar y otros. Su
función pasa a ser el abastecimiento de materias primas para ia ela
boración industrial: minerales, petróleo, caucho, algodón, cueros, lanas
y varias otras producidas predominantemente, por trabajadores asala
riados que son también consumidores. A esos productos se agregan
nuevas mercaderías de exportación, como el café, el cacao, la carne
bovina, las frutas tropicales, etc., requeridas en proporciones crecien
tes por los mercados de tas sociedades industrializadas. Así, el
mismo progreso de la industrialización, que muitiplica fábricas en los
países céntricos de! sistema, ensancha simultáneamente las áreas de
plantación y de pastoreo comerciales, de extracción foresta! o de
explotación de minerales en ios países periféricos.
La implantación imperialista se da en tres etapas, en la medida
en que los sistem as de explotación externa que desarrolla alteran sus
formas de acción y ensanchan sus intereses. En la primera etapa,
actúa por la exportación de manufacturas y por la conquista de fuen
tes privativas de materias primas o de mercados cautivos, sucediendo
en esta función a las antiguas formaciones mercantiles, sea mediante
la imposición del estatuto colonial, sea a través de procedimientos
neocoionialistas. En la segunda, correspondiente a la fusión de las
empresas en grandes monopolios controlados por entes financieros,
actúa principalmente por ía exportación de capitales en la forma de
equipamiento modernizador de la infraestructura productiva de las na
ciones atrasadas y de empréstitos a gobiernos. Con ese procedimien
to, se intensifica la explotación de los pueblos situados en posición
subordinada dentro dei sistema, porque es fomentada por ei propio
instrumenta! de industrialización que provee vías férreas, puertos, sis
temas modernos de comunicación y maquinaria especializada para sus
actividades productivas. Su subordinación a ia órbita de la potencia-
iíder también se acentúa porque, paradójicamente, corresponde a ias
naciones deprendientes pagar ese instrumental que las hace más efi
caces como proveedoras de materias primas a las naciones indus
trializadas.
En ¡a tercera etapa, se instalan en ¡os países dependientes sub
sidiarias de ías grandes corporaciones monopolistas para explotar las
riquezas minerales y la producción industria! para el mercado interno,
con el fin de drenar los capitales generados en las naciones pobres
y enriquecer aún más a ias opulentas. Aparentemente, se trataría de
una aceleración evolutiva que actúa a través de la difusión de !a tec
nología industria!. Procesándose, en cambio, como una «actuación his
tórica, esa implantación de industrias en lugar de generar los efectos
de progreso que había producido en las naciones autónomamente in
dustrializadas, da lugar a una creciente dependencia de las naciones
periféricas y a un proceso de modernización refleja generador de de
formaciones tan profundas que en realidad, representan su condena
ción ai atraso y a ¡a penuria. En estas condiciones de industriali
zación recolonizadora, las poblaciones crecen para marginarse porque
no se les ofrece perspectivas de integrarse en el sistema productivo
modernizado. Tampoco surge una cultura erudita capaz de dominar
los principios científicos de la nueva tecnología productiva, y mucho
menos una élite dominante autonomista, empeñada en detener la ex
poliación externa y en reformar el arcaico ordenamiento social.
Iniciado hace más de dos siglos, el proceso civilizatorio fundado
en la revolución industria! prosigue sin haber alcanzado su término,
incluso en las áreas precursoras. Examinado a largo plazo, representa
tanto un avance de progreso como una irrupción disociadora. Con
tiene suficiente energía para destruir o tornar en obsoletos los an
tiguos modos de vida. Condicionado, sin embargo, por el carácter
lucrativo de ias empresas que lo dirigen, y convulsionado por un ace
lerado ritmo de renovación, no encierra dentro de sí una capacidad
de promover la industrialización autónoma de nuevas áreas, ni de
asegurar paz, estabilidad, bienestar y libertad a los pueblos que inte
gra en un sistema económico único.
En las áreas céntricas, la industrialización, al actuar como un ace
lerador de la evolución social, crea sociedades de nuevo tipo, cualita
tivamente distintas de todas las anteriores. En las áreas periféricas,
donde actúa por reflejo o por mecanismos de actualización histórica,
impone transformaciones igualmente profundas, pero desencadena pro
cesos disociativos de intensidad aún mayor, que las condenan a!.atra
so, en cuanto permanecen inscritas en ei sistema. Como ias revolu
ciones tecnológicas anteriores, la industrialización implica un reorde
namiento de ias relaciones entre pueblos, que favorece a los más
avanzados y no establece mecanismos de transición entre ías formas
de vida tradicional, devenidas arcaicas, y las nuevas. Crea en cambio,
una configuración internacional polarizada por (as naciones pioneras de
la industrialización, extremadamente hostil al desarrollo de ios otros
pueblos.
Una vez implantado ei modelo precoz de desarrollo industrial,
integrado por Inglaterra (1750-1800), Francia (1800-1850), Sos Países
Bajos (1850-1890) y ios Estados Unidos de Norteamérica (1840-1890),
esos países se repartieron entre sí el mundo entero como un contex
to, destinado a la expoliación como áreas subordinadas a las cuales só
lo se posibilitó un desarrollo limitado y dependiente. Las otras metró
polis coloniales que se atrasaa en la industrialización, como ias ibéricas
y las eslavas pierden fuerza frente a los nuevos centros de dominación.
El primer modelo de ruptura de ese círculo de dominio fue confi
gurado por Alemania (1850-1914), por Japón (1900-1920) y más tarde,
por Italia (1920-1940), que conforman el patrón tardío de desarrollo,
logrado mediante la formulación y la ejecución de proyectos de de
sarrollo autónomo, conducidos principalmente por el estado e impulsa
dos por motivos de seguridad nacional y de poderío militar'. En ese
esfuerzo, apelan a procedimientos heterodoxos, como la garantía del
pleno empleo y el dirigismo económico, que contrastan frontalmente
con los principios rectores de las naciones primeramente industriali
zadas, como el libre cambio y el libre comercio.
La conducción de esos esfuerzos de desarrollo tardío, que com
petía : a liderazgos político-militares en asociación con plutocracias
empresarias, las lleva fatalmente a oposiciones irreductibles con las
naciones precozmente industrializadas. Se desencadenan sucesivas
guerras locales y mundiales con el propósito de imponer una redis
tribución de áreas de dominación y el reconocimiento de la suprema
cía de estados que se convirtieron en nuevas potencias industriales.
Los alemanes logran posesiones coloniales en Africa (1884) y después
en Asia. Los japoneses conquistan antiguas áreas de dominación
rusa y se instalan en Manchuria. Los italianos se apoderaron de vas
tas regiones en Africa.
Esos conflictos propiciaron la aparición de dos nuevos patrones
de desarrollo industrial autónomo: el socialismo revolucionario, que se
configuraría en otra formación, y el modelo de desarrollo capitalista
reciente. Este último surgió en áreas marginales, como Escandinavia
(1890-1930), o dependientes como Canadá (1900-1920) y Australia
(1930-1950). Se torna viable, en los dos casos, por la alteración de
las relaciones de intercambio de esas naciones con los países fuer
temente industrializados, en los períodos de guerras o de crisis. En
condiciones normales, esas relaciones no favorecían posibilidades de
progreso autónomo, en virtud del carácter intrínsecamente expoliativo
de la interacción entre economías tecnológicamente desfasadas. Con
la aparición de coyunturas bélicas aquellas naciones pudieron exportar
más de lo que importaban, acumulando divisas. Y sobre todo, fueron
estimuladas a explotar autónomamente sus propias fuentes de riqueza,
realizando potencialidades de progreso hasta entonces anuladas. Ter
minados los conflictos, se hallaban fortalecidas económicamente y
habían creado condiciones para negociar nuevas formas de interacción
económica, capaces de preservar los intereses nacionales y de hacer
viable un desarrollo autónomo.
Como se ve, el impacto de la revolución industria! se imprime en
forma diferente, según se ejerza directa o de manera refleja sobre
ios pueblos. Es el primer caso, configura a ias sociedadej modernas;
en el segundo, al contexto de naciones subdesarrolladas. Am bos son
productos de las mismas fuerzas renovadoras, que en el primer caso
realizaron sus potencialidades por la aceleración evolutiva, y en el
otro caso, al verse limitadas externamente por la expoliación imperia
lista e internamente, por la constricción oligárquica, se configuran
como un proceso de actualización histórica incapaz de conducir al
desarrollo autónomo.
Por ello, la condición de subdesarroMo no representa ei atraso
ante el progreso o un modelo arcaico de sociedad en relación a un
modelo progresista. Representa, eso sí, una secuela necesaria de
las propias fuerzas renovadoras de la revolución industrial, que ge
neran simultáneamente dos productos: los núcleos industriales como
economías de alto patrón tecnológico, y la periferia neocolonial de
naciones estructuradas menos para atender a sus propias necesidades
que para proveer, a aquellos núcleos, bienes y servicios en condicio
nes subalternas. Sus poblaciones son degradadas por la deculturación
o por el deterioro de su economía tradicional, y pierden los niveles
de desarrollo tecnológico que habían alcanzado, para transformarse
principalmente en fuerza de trabajo utilizada en las formas más pri
mitivas, como combustible humano del proceso productivo.
El subdesarroMo no corresponde, pues, a una crisis de crecimien
to, sino a una conmoción que sufren sociedades subordinadas a cen
tros industriales, sacudidas por intensos procesos de modernización
refleja y de degradación cultural. Se suman a esto la explosión de
mográfica y la urbanización acelerada y caótica, que agravan al ex
tremo las tensiones sociales, insuperables y ni siquiera aplacables
por esas sociedades al no poder exportar sus excedentes de pobla
ción, como lo hizo Europa en la misma coyuntura. En estas circuns
tancias, los efectos reflejos del proceso de industrialización, que ac
túan principalmente en el sentido de la disociación, lo hacen incapaz
de generar las fuerzas autocorrectivas que permitirían enfrentar aque
llos trastornos, porque sus comandos de ia industrialización se en
cuentran fuera de la sociedad que sufre esos efectos, y también por
que las virtualidades de la tecnología industrial, al ser aplicadas en
ios campos y en ios límites necesarios para tornar las economías
periféricas más eficaces en el ejercicio de su papel tradicional, pro
fundizan su dependencia, favoreciendo tan sólo una modernización' par
ciai o deformada. Generan sociedades que nunca (legan a crear una
economía autónoma y autofecundante, capacitada para explotar sus
propias potencialidades de crecimiento, porque se conforman funcio
nalmente como partes complementarias de otras economías dentro de
un sistema interactivo autoperpetuador.
Agrégase todavía que ias naciones subdesarrolladas no son sola
mente atrasadas, sino que también ellas son las expoliadas de la his
toria, empobrecidas por el saqueo originario dé sus riquezas ateso
radas, y a través de sistemas leoninos de intercambio por la succión
secular de los productos del trabajo de sus pueblos. Se suma a todo
esto la deformación de su clase dirigente, que puesta al servicio de
ia expoliación extranjera, no resulta capaz de madurar como un em
presario renovador y competitivo. En lugar de esto, configura un pa
tronato deformado en el ejercicio de funciones gerenciales; una oli
garquía retrógada, apegada a privilegios, como el monopolio de la
tierra; y un patriciado civil y militar parasitario, qué absorbe gran
parte de los excedentes del trabajo común. En estas circunstancias,
su atraso relativo no es un estadio de transición entre lo arcaico y
lo moderno, sino una condición estructural que impide el progreso.
Las naciones subindustrializadas del mundo moderno no son, co
mo se ve, sobrevivencias de sí mismas o retratos contemporáneos
de las condiciones pretéritas de las naciones desarrolladas. Son, eso
sí, eí resultado de un proceso de actualización histórica que actúa
expoliadoramente para hacer posible el desarrollo acelerado de otras
áreas. Las tensiones entre esas sociedades inmersas en el subdesa-
rroüo y los centros imperialistas que lucran con su atraso se van
configurando como la oposición fundamental de los tiempos moder
nos. Y se torna cada vez más aguda a medida que se generalizan ías
aspiraciones de consumo de tipo industrial; que se profundiza en sus
dirigentes la toma de conciencia de que el sistema, por su propio fun
cionamiento espontaneísta, es incapaz de llevar al desarrollo autóno
mo; y que sus pueblos se reintegran como una nueva etnia nacional
armada de un ethos que la capacite para emprender su guerra de
emancipación.
Un movimiento histórico nuevo se alza, entonces, polarizando de
un lado los pueblos prósperos y poderosos, y dei otro, los pueblos
subdesarrollados. En estos últimos se polarizan también las capas
sociales según se identifiquen con el sistema vigente, porque saben
hacerlo lucrativo para sí mismas; o se opongan a él porque advierten
el carácter social e innecesario de ia penuria que soportan. Estallan
así en ei ámbito de las sociedades subdesarroiladas, luchas de eman
cipación de! yugo colonia! y conflictos internos por ei reordenamiento
estructural. Como la contribución de estas sociedades a! abasteci
miento de materias primas, a ia absorción de mercaderías y servicios
y a la producción de ganancias transferibies hacia el exterior es in
dispensable para e! funcionamiento y ia perpetuación del orden cápi
talista, sus aspiraciones autonomistas y sus tensiones internas de
carácter revolucionario cuestionan el propio sistema. En consecuencia,
fuerzan un reordenamiento no sólo de la sociedad, sino de toda la
civilización, por cuanto alcanza a sus propios fundamentos económicos,
asentados en la división de funciones entre pueblos prósperos y pue
blos miserables.
A esta altura se hace necesario establecer una distinción clara
entre los pueblos atrasados en la historia y ios pueblos subdesarro-
Ilados. Los primeros corresponden a ios contingentes marginales no
alcanzados por algunas (o todas) de las revoluciones tecnológicas que
conformaron el mundo moderno. Tales, por ejempio, las tribus que
sobreviven en ciertas áreas, como grupos preagrícolas o como for
maciones de aldeas agrícolas indiferenciadas. En oposición a esta
condición arcaica y aislada, consideramos pueblos subdesarrollados a
aquellos que fueron integrados en el sistema económico mundial a
través de procesos de actualización histórica, y que a! madurar étni
camente para el. comando de sí mismos, van tomando conciencia del
carácter expoliativo de su s vinculaciones externas y de la naturaleza
retrógada de sus clases dominantes tradicionales. Estos últimos pue
den ser clasificados en cuatro grandes configuraciones histórico-cul
turales, correspondientes a sus procesos específicos de formación
étnica y responsables de los problemas de desarrollo con que se en
frentan sus pueblos.
Tales son, primero, los pueblos emergentes, que en nuestros días
ascienden de ia condición tribal a la nacionai, por fuerza de procesos
de actualización histórica tendientes a situarlos en la categoría de
áreas neocoloniales. Se encuentran, principalmente, en el Africa tro
pical y están representados por ios pueblos que experimentaron, has
ta hace poco tiempo, o sufren todavía, la dominación colonialista de
ingleses, franceses, belgas, portugueses y otros. Sus economías son,
en el mejor de los casos, enclaves extranjeros implantados como quis
tes dentro de sus territorios en la forma de empresas mineras (Congo,
Rodesia, Nigeria, Katanga, Camerún), de grandes plantaciones tropi
cales de exportación (Liberia, Ghana, Nigeria, Guinea, Somalia, Kenia,
Sudán, Tanzania, Angola y Mozambique) y algunas áreas de exporta
ción pastoril o forestal, también de exportación.
Vienen en segundo lugar ios pueblos nuevos, surgidos todos en
América Latina como subproductos exógenos de proyectos europeos
de coionización esclavista. Al reunir en el mismo espacio físico ma
trices étnicas profundamente diversificadas — indígenas, negros y
europeos— , aquellos procesos propiciaron su fusión mediante ia mes
tización racial y la acuituración, dando lugar a figuras étnicas entera
mente nuevas. Estas poblaciones, remodeladas a través de la destri-
balización y deculturación compulsivas, bajo la presión esclavista,
perdieron ia mayor parte de sus patrimonios culturales de origen y
sólo pudieron plasmar nuevos rasgos culturales cuando éstos no cho
caban con su función productiva dentro del sistema colonial. No
están prendidas, por eso, a ningún conservatismo y, en cierta forma,
se encuentran abiertas a la renovación, porque sólo tienen futuro en
su integración en los modos de ser de las sociedades industriales
modernas. Este es el caso del Brasil, de Venezuela, de Colombia y
de las Antillas, en que predominó el cruzamiento de europeos con
negros en la configuración de la matriz étnica. Es el caso, aún, de
Chile, del Paraguay, de algunos países de América Central y de los
pueblos rioplatenses, en los cuales prevaleció el mestizo indígena-
europeo. Los rioplatenses se transformaron posteriormente bajo el peso
del alud de inmigrantes europeos que se dirigieron a sus territorios
después de la independencia. Ninguno de los pueblos de esta configu
ración alcanzó el desarrollo pleno a través de la industrialización. To
dos son ctasíficables como áreas dependientes de carácter neocolonial.
La tercera configuración está representada por los pueblos-testi
monio, resultantes del impacto de la expansión europea movida por
las revoluciones mercantil e industrial sobre antiguas civilizaciones
como ía musulmana, la hindú, la china, la coreana, la indochina, la
incaica y la mexicana. Todos ellos sufrieron profundas traumatizacio-
nes, de las que sólo están llegando a recuperarse a través de su
propia integración en la civilización industrial, el Japón por ia vía
capitalista, y más recientemente, China y Corea del Norte por la vía
socialista. Los demás se encuentran marginados en el subdesarrollo
y son también cíasificables como economías neocoloniales, con ex
cepción de México, de Egipto y de Argelia, que se estructuran en
una nueva formación, el nacionalismo modernizador, y del Vietnam del
Norte, integrado en la formación socialista.
La cuarta configuración, correspondiente a los pueblos trasplan
tados, está constituida por los pueblos formados en las colonias de
poblamiento por medio del traslado hacia nuevos espacios de ultra
mar de europeos desalojados principalmente de áreas rurales a con
secuencia de los procesos civilizatorios que plasmaron las formacio
nes capitalistas mercantiles y las imperialistas industriales. Como
extensiones ultramarinas de naciones europeas, esos pueblos prosi
guieron, en las áreas donde se implantaron, ios procesos de renova
ción tecnológica y reordenamiento institucional en curso en sus ma-
rrices. Encuentran, por eso, y por el carácter menos expoiiativo de
la dominación que experimentaron, mayores facilidades para integrar
se en la civilización industrial moderna. Pertenecen a esta categoría
ios norteamericanos, los canadienses, ¡os australianos y ios neozelan
deses. Integráronse en ella, al transfigurar su etnia original por un
proceso de sucesión ecológica provocado por un alud inmigratorio
intencionaimente conducido, los argentinos y los uruguayos. De todo
el grupo, estos últimos son los menos desarrollados. Ello se debe
principalmente, a la sobrevivencia en ambos de un ordenamiento ins
titucional oligárquico fundado en el monopolio de la tierra, que es
uno de los últimos rasgos de la herencia saivacionista ibérica que
en ellos aún prevalece. Son también pueblos trasplantados, aunque
de carácter singular, los núcleos caucasoides del Africa del Sur, de
Rodesia, de Kenia y de Israel. Todos ellos serán llevados, probable
mente, a experimentar profundas transformaciones étnicas, dada su
naturaleza artificial. Son, en realidad, intrusiones europeas implantadas
en áreas de poblaciones mayoritariamente extrañas que, al no haber
sido diezmadas o absorbidas por ía mestización, maduran como nue
vas etnias nacionales que, tarde o temprano, tenderán a repeler a
los intrusos no asimilables.
La expansión socialista
Supuestos teóricos
N e o co lo n ialism o
C a p ita lism o C a p ita lism o (C o n q u ista s E sp a ñ o la s)
mercantil mercantil C o lo n ia lism o mercantil
C a p ita lism o
co lo n ia lism o de
(Feu d alism o ) m ercantil
Feudalism o Feud alism o Feu d alism o poblam iento
(G re c ia y Rom a) Im p e rio s
Form ación Edad del Hierro m ercan tile s C o lo n ia lism o e sc la v ista
E stad o s m ilita r ista s de
G erm án ica E sc la v lsm o sa lv a c lo n ls ta s
re ga d ío
Form ación Edad del Bronce E stad os E stad os IM P E R IO S D E S P O T IC O S S A L V A C IO N 1 S T A S
antigua te ocráticos teocrá ticos
de re ga d ío co m e rcia le s R e g re sio n e s feudales
c lá sic a
Escritura im p e rio s m ercan tile s Im p e rio s teocráticos
A lt a barbarle Florecim iento
del Bronce regional e s c la v ist a s de regad lo
Hierro Form atlvo (P riv atistas) (C o le c tiv is ta s)
Labranza E ST A D O S RU RALES A RTESA N A LES
C om un idad Jefaturas
Barbarie A gricu ltura
D om e stic ac ió n Barbarie A ld e a s a g r íc o la s p a sto rile s n óm ades
ge n tílic a N e o lítica Incipiente
indifere nclad as H ord as pa sto rile s
C e rám ic a nóm ades
Caza
Com unidad C aza y
Co m u n ism o Tribus de cazadores
prim itiva Pesca S a lv a jism o
prim itivo recolección y recolectores
R ecole cción
serían ni discutibles, ni útiles” (Steward, 1955, p. 17). Pero aun si
esto fuera válido, se justificaría la elaboración de un esquema global
de evolución socioculturai por su valor explicativo más genera! de
nuestros conocimientos sobre la dinámica cultural. Es muy probable,
además, que semejante esquema pueda tener también valor operacio-
nal, al proporcionar un cuadro general de la evolución socioculturai,
divisible en subcuadros revestidos de características específicas, apli
cables a situaciones concretas. En realidad, mientras se carezca de
este cuadro general, ios científicos sociales no podrán siquiera plan
tearse problemas que permítan entender las relaciones entre el nivel
de objetividad de ¡os estudios históricos, etnográficos y arqueológicos
y las categorías abstractas de las explicaciones antropológicas o so
ciológicas. Una teoría genera! de la evolución socio-cultural resulta
pues indispensable para situar y dar amplitud explicativa a las gene
ralizaciones científicas fundadas en el análisis de relaciones sincróní
co-funcionales.
El concepto básico subyacente en las teorías de evolución socio-
cultural es que las sociedades humanas, en el cursó de ¡argos perío
dos, fueron afectadas por dos procesos simultáneos y mutuamente
complementarios de autotransformación, uno de ellos responsable de
la diversificación y el otro de la homogeneización de las culturas. Bajo
la influencia del primero las sociedades tienden a multiplicar sus con
tingentes poblacionales y a diversificar las entidades étnicas en que
éstos se aglutinan, así como sus respectivos patrimonios culturales.
Sin embargo, el segundo proceso impide que esta diversificación con
duzca a una diferenciación creciente de los grupos humanos, y tiende
a la homogeneización de sus modos de vida por la fusión de las en
tidades étnicas en unidades cada vez más inclusivas y por el des
arrollo de sus patrimonios culturales a lo largo de líneas paralelas,
que tienden a la uniformidad.
El primer proceso, de carácter diversificador, responde ai impe
rativo de adaptación ecológica diferencial que colora con cualidades
particulares la cultura de cada sociedad, y la especializa en cierto
ambiente, o desvía el rumbo de su desarrollo a consecuencia de acon
tecimientos históricos particulares. Estas cualidades, aunque relevan
tes para la explicación del modo de ser de una sociedad particular,
incumben a un examen del proceso evolutivo sólo cuando producen
formas generales de adaptación humana utilizabies por otras socieda
des, porque no derivan del simple ajuste a particularidades ambienta
les y de! impacto de vicisitudes históricas singulares.
El segundo proceso, integrador y homogeneízador, es ia evolución
socioculturai. Radciiffe-Brown lo define como un proceso de “actuali
zación progresiva de potencialidades presentes cuando los primeros
seres humanos comienzan a vivir en sociedad” (1961). Desarrollando
este concepto podría decirse que la evolución sociocultural se des
envuelve a través de ia realización de posibilidades limitadas de res
puesta a los m ismos imperativos fundamentales, bajo similares condi
ciones, antes que conducir a la reiteración de las mismas formas cul
turales y a la creación de estructuras uniformes, clasificables dentro
de una tipología genética universal.
El examen de los varios modos de ser de las sociedades huma
nas respecto de ¡as cuales contamos con documentación adecuada
revela que éstas son clasificables en diferentes categorías, de acuer
do con el grado de eficacia que alcanzaron én el dominio de la na
turaleza. Demuestra también que son activadas por un proceso de
desarrollo que, aun cuando no opere simultáneamente con igual vi
gor sobre cada una de ellas, no actúa arbitrariamente sino que es
regulado y direcciorial. Esto es así en razón de la existencia de una
serie de fuerzas causales uniformantes, incluyendo un imperativo
genera! y tres condicionamientos básicos de carácter extracultural,
así como una serie de factores causales de naturaleza propiamente
cultural.
El imperativo general consiste en la uniformidad del medio natu
ral en que el hombre actúa y que lo obliga a ajustarse a regularida
des fisicoquímicas y biológicas externas a la cultura. El papel homo-
geneizador de este imperativo se expresa principalmente en la tec
nología productiva que, por su directa relación con la naturaleza,
debe atenerse necesariamente a sus requisitos. Como respuesta a
este imperativo encontramos en todas las culturas un cuerpo mínimo
de conocimientos objetivos y de modos estandarizados de hacer. Vale
decir, que la lógica de las cosas se impone a las culturas, desafián
dolas a desarrollarse mediante la percepción y ajuste a sus principios.
Tres condicionamientos básicos de naturaleza extracultural se su
man a ese imperativo para conformar las culturas, imprimiéndoles
las mismas pautas: todos eUos se refieren a la llamada “naturaleza
humana”. Primero, los derivados de la estructura biológica del hom
bre, cuyos atributos especiales de inteligencia, flexibilidad, individua
lidad y socialización — resultantes del proceso de evolución biológi
ca— lo uniformizan como especie frente a todas las otras (G. C.
Simpson, 1966 y Julián Huxley, 1952 y 1955). Esta uniformidad ele
mental se imprime a las culturas haciéndolas esencialmente homo
géneas, en cuanto son modos de control del medio ambiente por
agentes biológicos especializados. En virtud de este condicionamien
to, todas las culturas desarrollan normas uniformes de orientación de
la acción adaptativa sobre el medio para extraer de él los materiales
específicos indispensables para sobrevivir y roproducirse (recolección,
caza, pesca, etc.]. Segundo, ios condicionamientos de ia vida asocia
tiva, cuyo desarrollo y mantenimiento exige la creación de pautas
culturales capaces de propiciar ja convivencia y ordenar la interacción
social a los efectos de la reproducción del grupo (incesto, familia,
parentesco, clan, etc.) y de la producción económica (división de!
trabajo, estratificación, etc.). Tercero, los condicionamientos de na
turaleza psicológica, más difíciles de precisar, pero responsables al
menos de la unidad esencial de ia estructura neuropsicoiógica y men
tal de los seres humanos, que, como decía Adolph Bastian, permite
encontrar soluciones similares ante idénticos desafíos causales.
A aquel imperativo elemental y a estos factores contingentes
— todos de naturaleza extracultural— se suma otro imperativo general,
de naturaleza propiamente cultural: la capacidad específicamente hu
mana de comunicación simbólica, responsable de la inclusión de la
vida social en cuerpos de herencia cultural, transmitidos de genera
ción en generación, y que hace que todos los desarrollos posteriores
dependan de las características de! patrimonio preexistente.
Dentro de las limitaciones impuestas por estos condicionamien
tos, ías culturas se desarrollan por acumulación de conocimientos co
munes y por el ejercicio de opciones, como un desdoblamiento dialéc
tico de las potencialidades de conducta cultura!, cuya resultante es
el fenómeno humano en toda su variedad. Al generarse dentro de
ese marco restrictivo la evolución cultura! resulta direccional. En
lugar de recomenzar siempre de nuevo, ías actividades humanas se
concatenan a través de generaciones para componer secuencias evo
lutivas equivalentes a las de la evolución biológica. Estas secuencias
son, a un tiempo, más variables y más uniformes que las biológicas.
Mientras que la naturaleza, que evoluciona por mutación genética, no
puede volver atrás y está regida por un ritmo lento de transforma
ciones, la cultura que evoluciona por adiciones de cuerpos de signi
ficado y de normas de acción y se difunde por el aprendizaje, puede
experimentar cambios rápidos, propagarlos sin grandes limitaciones
espaciales o temporales, y redefinirse permanentemente por configu
raciones cada vez más inclusivas y homogéneas.
La bibliografía antropológica demuestra exhaustivamente el ca
rácter universa! de aquellos condicionamientos, así como la unifor
midad de las respuestas culturales que se expresan en la presencia
de las mismas clases de elementos en los diversos patrimonios cul
turales y forman una estructura básica común a todas las culturas
(G. P. Murdock, 1947, C. Kluckhohn, 1953). Demuestra asimismo el
carácter reiterativo de las respuestas a los diferentes desafíos cau-
. sales con que se enfrentan las sociedades en e! curso de su historia,
y que se expresan en ia presencia de tantas formas comunes de es
tratificación social, de instituciones políticas, de conducta religiosa,
etc. Demuestra incluso, ¡a sucesión de sistemas tecnológicos fun
dados en los mismos principios fisicoquímicos y biológicos pero do
tados de creciente eficacia, tanto en el piano de la productividad y
de ia capacidad de mantener contingentes humanos cada vez mayores,
como en e! poder de compulsión de unas sociedades sobre otras. Es
por todas estas razones por lo que el proceso evolutivo debe ser
conceptuaiizado como homogeneizador y direccionai (Leslie White,
1959).
La evolución socioculturaí así conceptual izada es un proceso in
terno de transformación y autosuperaciórt que se genera y se des
arrolla dentro de las culturas, con las limitaciones extraculturafes re
feridas. En ia realidad, sin embargo, ¡as culturas se construyen y
mantiene en sociedades que no están aisladas, sino en permanente
interacción unas con otras. De taies relaciones externas, directas e
indirectas, surge otro modelador de! proceso evolutivo, que a los
factores de desarrollo interno agrega factores externos. Así, a la
creatividad interna, responsable de innovaciones culturales propias,
se suman la difusión, responsable de la introducción de nuevos rasgos
culturales, y las compulsiones sociales provenientes de ia dominación
externa, ambas igualmente capaces de alterar el curso del desarrollo
evolutivo de una sociedad (L. Gumpiowicz, 1944). Aunque sea po
sible aislar conceptual mente las variaciones debidas a la adaptación
ecológica especializadora, no ocurre lo mismo con respecto a la di
fusión y a las compulsiones externas. Su importancia es tan decisiva
en ei proceso general, que una teoría de la evolución socioculturaí
sóio será satisfactoria sí combina estos tres motores básicos de la
evolución; ¡as invenciones y ¡os descubrimientos, la difusión y la com
pulsión social acuíturadora.
El presente estudio trata de demostrar que e¡ desarrollo de las
sociedades y de ias culturas está regido por un principio orientador
asentado en el desarrollo acumulativo de la tecnología productiva y
militar; que a ciertos avances en esta línea progresiva corresponden
cambios cualitativos de carácter radical que permiten distinguirlos
como etapas o fases de la evolución socioculturaí; que a esas etapas
de progreso tecnológico corresponden las alteraciones necesarias, y
en consecuencia uniformes, en la organización sociai y en ia configu
ración de la cultura a las que designamos formaciones socioculturales.
La atribución de poder determinante a las innovaciones tecnoló-
gico-productivas y militares no excluye la presencia de otras fuerzas
dinámicas. Así, en períodos reducidos de tiempo, es posible identi
ficar el poder condicionante de la organización sociai sobre la explo
tación de los adelantos tecnológicos, y un papel fecundante o limita
tivo de ciertos contenidos de! sistema ideológico — como el saber y
la ciencia^-- sobre la tecnología y, a través de el ¡a, sobre la estruc
tura social.
Ejemplos de esa capacidad condicionante o limitativa de los sis
temas sociales e ideológicos aparecen a! estudiar eí papel dinámico
representado en l a vida social y en ¡a evolución cultural por los fenó
menos de solidaridad (P. Kropotkin, 1947), o de conflicto entre clases
económicas ÍK. Marx, 1956), o entre otras unidades sociales estruc
turadas a través del desarrollo de lealtades culturales, sean las ét-
nico-nacionales (F. Znaniecki, 1944) o las religiosas (Max Weber, 1948).
Aunque están relacionadas con contenidos tecnológicos, estas formas
de solidaridad y de conflicto no son reducibles a tales contenidos,
ni explicables en su variedad de formas y de funciones sólo por
tafes relaciones. Leslie White sustenta esta misma concepción cuan
do afirma que "todo sistema social se apoya sobre un sistema tecno
lógico y está determinado por este último. Pero todo sistema tecno
lógico funciona dentro de un sistema social y está, en consecuencia,
condicionado por él". {L. White 1959: 353).
Es precisamente el reconocimiento de la interacción entre estos
varios órdenes determinantes el que hace posible una comprensión
realista de la evolución socioculturai. Por un lado, un orden global
— de base tecnológica— que se manifiesta como una línea continua
en el proceso civilizatorio general, y es demostrable por análisis de
gran alcance temporal, y por otro, las órdenes particulares — de na
turaleza social o cultural— observables mediante análisis de alcance
medio, y que condicionan el surgimiento y la generalización de! pro
ceso tecnológico, acelerándolo o retardándolo. Será preciso combinar
una perspectiva de conjunto de ía evolución humana con visiones par
ciales utilizando conceptos válidos para distintos ámbitos históricos y
para diferentes niveles de abstracción. Tal integración conceptual
comporta admitir la posibilidad de combinar una perspectiva más abs
tracta referida a la evolución socioculturai, con perspectivas comple
mentarias de naturaleza histórica, fundadas en ei estudio de las inte-
rrelaciones de comentes cívílizatorias a través de la difusión cultural
y de las presiones acu¡turadoras.
Por !o tanto, resulta innecesario optar entre las doctrinas relati
vistas sustentadoras de! difusionismo, de! paralelismo, de la conver
gencia, y las explicaciones evolucionistas más radicales, basadas en
la afirmación de ía unidad psíquica de la humanidad o en la sobre-
valoración de la frecuencia de invenciones independientes. La adop
ción de una perspectiva más amplia de análisis permite superar tales
limitaciones y concebir ía diversificación y homogeneización de las
sociedades y de sus culturas como resultado tanto de invenciones
originales, ía posibilidad menos frecuente, como de la adopción de
desarrollos alcanzados por otros pueblos por medio de la difusión y
la expansión civilizadora, además de los propios esfuerzos de adap
tación ecológica y de integración de las diferentes esferas de la
cultura.
Ei concepto de proceso civilizatorio permite ese enfoque conjunto
porque destaca, en su acepción global, la apreciación de los fenó
menos de desarrollo progresivo de la cultura humana tendientes a
homogeneizar configuraciones culturales. Y valoriza, en su acepción
limitada, los factores de diferenciación de ¡as culturas singulares, sólo
explicables como esfuerzos, de adaptación a condiciones ecológicas
e históricas específicas y como producto de una creatividad propia,
capaz de presentar respuestas alternativas a los mismos estímulos
básicos. Esta concepción se aproxima, en cierto modo, al sentido
genera! atribuido a ios ciclos culturales por los difusionistas (Schmidt
y Koppers, 1924; Graebner, 1925; G. Montandon, 1934), a las áreas
culturales (C. Wissler, 1938; G. P. Murdock, 1951; A. L. Kroeber, 1944,
1947) y también a los tipos culturales (Linton, 1936, 1955; Ruth Be-
nedict 1934). Pero también se les opone por el énfasis antievolucio
nista que los impregna, por el carácter imaginativo de los rasgos que
componen los Kulturkreise, por el geografismo del concepto de área
cultural y por el psicologismo en que cae tantas veces ia búsqueda
de tipos (R. Benedict, 1934).
Nuestro enfoque resulta más próximo a la refomulación del con
cepto de tipo cultural de J. Steward (1955 a, cap. II), que se opone
claramente a ías antiguas nociones de áreas culturales y de etapas
evolutivas. Pero supera la limitación casuística de este último, me
diante el análisis de! proceso civilizatorio general con la utilización
conjunta de las nociones de revolución tecnológica, como factor cau
sa! básico; de formación socioculturai, como modelo teórico de res-,
puesta cultural a aquellas revoluciones, y de civilización, como entidad
histórica concreta cristalizada a partir de aquellas formaciones.
Esta perspectiva implica el acceso, a un piano de abstracción
aún más alto que el de Steward, al superar ei nivel de análisis fun-
cionalista, y hace posible el examen diacrónico de grandes grupos de
sociedades como las hordas pastoriles nómades y las civilizaciones
basadas en ei regadío. Este nivel más alto de generalización requiere
obviamente un grado mayor de abstracción en ¡a definición de los
rasgos “diagnósticos" de cada formación. Resta saber si en tal nivel
será posible lograr generalizaciones explicativas de la evolución socio-
cultura! global e instrumentales para la clasificación de sus compo
nentes concretos dentro de una escala genera! de etapas evolutivas.
Creemos haber demostrado que ello es posible, aun en los límites de
este estudio preliminar.
Esquema conceptual
V il Revo lución 11? Revo lu ción Im p e ria lism o in dustrial Inglaterra (s. X IX )
Industrial industrial U .S.A. (s. X X )
N e o co io n ia ü sm o B ra sil (s. )Ó<)
Venezuela (s. X X )
12? Expansión So c ia lis m o U .R .S.S. (1917)
S o c ia lis ta Revolucionario C h in a (1949)
S o c ia lis m o Evolutivo Su e c ia (1950)
Inglaterra (196S)
N a cion a lism o Egipto (1953)
M odernizador A r g e lia (1962)
H. Estudios paraevolucionistas
XI!. Esclavísmo
XUi. Feudalismo
Prólogo 7
Prefacio a la edición norteamericana, por Betty J. M eggers 11
Primera parte: Las sociedades arcaicas
i. La revolución agrícola 17
Aldeas agrícolas indiferenciadas y hordas pastoriles
nómades 21
II. La revolución urbana 25
Estados rurales artesanales y jefaturas pastoriles
nómades 31
Segunda parte: Las civilizaciones regionales
III. La revolución del regadío 45
Imperios teocráticos de regadío 47
IV." La revolución metalúrgica 56
Imperios mercantiles escíaviatas 56
V. La revolución pastoril 65
Imperios despóticos salvacionistas 67
Tercera parte: Las civilizaciones mundiales
VI. La revolución mercantil 73
1. Imperios mercantiles salvacionistas y el
colonialismo esclavista 74.
2. El capitalismo mercantil y los colonialismos
modernos 80
Vil. La revolución industrial 91
1. Imperialismo industrial y neocolonialismo 95
2. La expansión socialista 104
Cuarta parte: La civilización de la humanidad
VIII. La revolución termonuclear y las "sociedades futuras" 117
Quinta parte: Las teorías de !a evolución socioculturai 133
Supuestos teóricos 137
Esquema conceptual 146
Revoluciones tecnológicas y procesos civilizatorios 151
Actualización histórica y aceleración evolutiva 158
Resumen 166
Observaciones sobre ia bibliografía 173
Bibliografía 183
Argentina $ 2,50 - Uruguay $ 180
Algunos títulos
El hombre y la cultura, Ruth Benedict - Vida en el Universo, Carlos
Varsavsky - Freud y Pavlov - Cuentos de dos orillas - La Guerra
Civil Española, Miguel de Amilibia - El poder económico, Celso Furtadó
Los papeles de Aspern, Henry James - Poesía social del siglo XX
Mi vida, Benvenuto Celiini - Primer viaje en torno del globo, Antonio
Pigafetta - El siglo de las luces: ciencia y técnica, José Babini -
Novela, cuento, teatrc: apogeo y crisis, Jaime Rest. La amenidad,
la amplitud temática, un sentido didáctico moderno, definen los títulos
de esta colección, cuidadosamente seleccionados por especialistas-,
prestigiosos, en función de un plan de cultura, una suma de conoci
mientos que incluye los grandes problemas contemporáneos, y en
particular, los latinoamericanos.