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D arcy Ribeiro

El proce so civiiizatorio:
de ia revolución agrícola
a la term onuclear

Biblioteca
fundamental
del
hombre
moderno

Centro Editor
de A m érica Latina
Traducción: Julio Rossiello.
Título original: O Processo Civilizatório, publicado por
Editdra Civilizagao Brasiíeira, Río de Janeiro, 1968.
Primera edición en castellano: Ediciones de la Biblioteca de la
Universidad Central de Venezuela, 1970.
Primera edición en lengua inglesa: The Civilizational Process,
Smithsonian Institution Press, Washington, 1968.

© 1971
Centro Editor de América Latina S.A.
Cangallo 1228 - Buenos Aires
Hecho el depósito de ley
Impreso en la Argentina - Printed in Argentina

Se terminó de imprimir
el día 5 de julio de 1971,
en los Talleres Gráficos de
Sebastián de Amorrortu e Hijos S. A.,
Luca 2223, Buenos Aires
Prólogo

iniciamos con este libro la publicación de una serie de estudios


sobre e! proceso de formación de los pueblos americanos, sobre las
causas de su desarrollo desigua! y sobre las perspectivas de autosu-
peración que se abren ante los más atrasados Ei objetivo de este
primer estudio es proceder a una revisión crítica de las teorías sobre
evolución socioculturai y proponer un nuevo esquema del desarrollo
humano.
Bien sabemos qué temeraria es una tentativa de reformulación de
las teorías de alto alcance histórico, como la que aquí presentamos,
que enfoca la evolución socioculturai en los últimos diez milenios. Ello
no obstante, esta tarea se impone como requisito previo indispensable
a aquel estudio de la formación de los pueblos americanos. En rea­
lidad, sólo podríamos eludirla si no hiciéramos explícito el esquema
conceptual con que trabajamos o si apeláramos a esquemas evolutivos
clásicos, visiblemente inadecuados para explicar las situaciones con
que nos enfrentamos.
En efecto, querámoslo o no, actuamos todos sobre ia base de
una teoría global explicativa del proceso histórico cuando utilizamos
conceptos referentes a fases evolutivas — tales como esclavismo, feu­
dalismo, capitalismo, socialismo— o conceptos relativos a procesos
universales de cambio socioculturai — como revolución agrícola, revo­
lución mercantil o revolución industrial. Esto es lo que hace la ma­
yoría de ios científicos sociales académicos, incluso en contextos en
que niegan la posibilidad de establecer secuencias evolutivas. Aun-,
que ¡os científicos de orientación marxista acepten una teoría general
del proceso histórico, han contribuido poco a desarrollarla en virtud
de ¡a tendencia a convertir la mayoría de sus estudios en meros
ejemplos, con nuevos materiales, de las tesis marxistas clásicas. Sin
embargo, las últimas décadas han visto ía acumulación de un copioso
material etnográfico, arqueológico e histórico descriptivo de las diver­
sas sociedades humanas, así como la aparición de estudios especia­
lizados sobre ios procesos de cambio cultural y sobre vías multiiínea-

i E so s estudios, en v í a s de pu blicación, se intitulan Las Am éricas y la C iv iliz a ­


ción { C E A l, Buen os A ire s, 1969). El D ilem a Latinoamericano y El D esafio Brasileño.
les de evolución socioculturaí, todo lo cual no sólo hace posible sino
imperativa la reformulación de una teoría general de la evolución.
Por s u propia naturaleza, nuestros estudios sobre ias causas de
la desigualdad del desarrollo de los pueblos americanos exigían la
formulación de un esquema previo de ias etapas evolutivas que, si­
multáneamente posibilitaron su posterior elaboración. La exigían por­
que era necesaria la construcción de una tipología para clasificar los
diversos contingentes que se conjugaron para formar las sociedades
nacionales americanas de hoy. ¿Cóm o clasificar, relacionándolos entre
sí, a los pueblos indígenas que variaban desde las altas civilizacioiies
hasta las hordas preagrícolas y que reaccionaron ante la conquista
según el grado de desarrollo que habían alcanzado? ¿Cóm o situar, en
relación con aquellos pueblos y con los europeos, a los africanos
desgajados de sus grupos en distintos grados de desarrollo para ser
trasladados a América como mano de obra esclava? ¿Cóm o clasificar
a los europeos que dirigieron la conquista? ¿Los ibéricos, que llega­
ron primero, y los nórdicos, que los siguieron y dominaron extensas
áreas, crearon ei mismo tipo de formación socioculturaí?- Finalmente,
¿cómo clasificar y relacionar ias sociedades nacionales americanas
por su grado de incorporación a ios modos de vida de la civilización
industrial? Todas estas cuestiones y mucha? otras igualmente crucia­
les exigían la elaboración de una teoría general del proceso evolutivo
que conceptualizara las etapas en forma más precisa y que explicitara
más cuidadosamente los modos por los cuales interaccionan las so­
ciedades de desarrollo desigual.
Según señalamos, aquellos estudios no sólo exigieron ¡a elabora­
ción de tal teoría, sino que posibilitaron su formulación, pues nos die­
ron una perspectiva analítica no europea y extraordinarios fundamen­
tos empíricos. La primera nos permitió criticar el eurocentrismo de
las teorías corrientes sobre la evolución socioculturaí; y los segundos
— extraídos de la copiosa bibliografía americanista y de la experiencia
personal en el estudio antropológico de sociedades tribales y naciona­
les— nos familiarizaron con sociedades que no sólo representan la
mayoría de las etapas de la evolución cultural, sino también casi todas
las situaciones que implican contacto y mezcia de pueblos.
De ese modo, en ei esfuerzo por establecer criterios de clasifi­
cación de los pueblos americanos, tuvimos que ensanchar nuestra
-perspectiva de análisis en el tiempo y en el espacio y terminamos
por elaborar una primera esquematización de los pasos de la evolu­
ción tecnológica, social e ideológica de ias sociedades humanas, de
cuyo desdoblamiento posterior resultó este trabajo. La presentamos
aquí como formulación preliminar de un estudio que continuaremos
desarrollando, pero cuya profundizaron exige, a esa altura, el examen
crítico de otros especialistas. •
Los principales percances del presente trabajo residen, a nuestro
juicio, en la utilización y en la forma de citación de las fuentes bi­
bliográficas; así como en la ausencia de un estudio crítico compara­
tivo de nuestras tesis y las de otros autores. Lo primero se explica
— aunque no se justifica— por ias condiciones en que trabajamos: sin
contar con una biblioteca adecuada y con la asistencia de especialistas
en campos conexos. Y además por la amplitud del tema que torna
imposible ia explotación exhaustiva de ia bibliografía referente a las
distintas etapas evolutivas y a las innúmeras civilizaciones contenidas
en ellas. Esperamos que ios especialistas de cada tema revelen esos
percances al considerar el esfuerzo representado por nuestra tentativa
de relacionar todas tas etapas y civilizaciones y entender su dinámica.
Por esto, esperamos que sus críticas se concentren en esos objetivos
reales del trabajo, antes .que en los ejemplos que en él se contienen.
El segundo percance es más grave porque deviene de una deci­
sión intencional. En efecto, nuestro objetivo al redactar ei presente
estudio fue presentar ei cuadro de ia evolución socioculturai de la
forma más sucinta posible, evitando paralelamente discusiones erudi­
tas que lo harían duplicado y complicado sin ninguna ventaja. Los
especialistas en historia de las ideas encontrarán, sin embargo, en las
primeras páginas de la introducción una referencia a las fuentes teó­
ricas que más utilizamos y un cuadro comparativo de nuestro esquema
evolutivo con Sos hasta ahora disponibles. Procurando no sobrecargar
ei texto con muchas notas, citamos la bibliografía a lo largo del libro
por ei sistema de referencias usual en ias revistas, lo que tiene el
inconveniente de no distinguir ias referencias a informaciones de las
concernientes a interpretaciones, ni distinguir las tesis concordantes
con los puntos de vista del autor, de las discordantes. Su valor es,
por esto, tan sólo ei de indicar otras fuentes de tratamiento de tos
mismos temas.
Otras dos pecuíiaridades de nuestra bibliografía llamarán la aten­
ción de los especialistas. Primero, et apelar a fuentes inusuales en
¡os estudios de antropología, consideradas, generalmente, como estu­
dios filosóficos o ensayos doctrinarios de carácter marxista. En ver­
dad, extraíamos tanta sustancia de estas fuentes cuanto de la biblio­
grafía académica. Y en muchos casos más todavía pues, al evitar ei
tratar temas polémicos, (os antropólogos no soto mediocrizan sus
estudios — al reducir las cuestiones cruciales del destino humano a
tecnicismos irrelevantes— , sino también dejan un vacío bibliográfico
que puede ser llenado únicamente apelando a aquellas fuentes. Se­
gundo, la ausencia de una relación exhaustiva de las fuentes primarias
referentes a los pueblos americanos que nos sentimos desobligados
de incluir aquí debido a ¡a copiosidad misma de esas fuentes y por
existir en levantamientos bibliográficos (Cf. Julián H. Steward, editor,
1946/1950; Herbert Baídus, 1954, 1968; L, Pericot y García, 1961) y
también por haber incluido en nuestro libro ía s Américas y la Civili­
zación una amplia relación de fuentes divididas por áreas culturales.
Debo señalar que el presente estudio sólo pudo ser realizado gra­
cias al apoyo de la Universidad de ía República Oriental del Uruguay,
que contrató af autor como profesor con dedicación exclusiva. Y tengo
la satisfacción de destacar que este trabajo, en ia forma en que se
presenta debe mucho a la colaboración de Betty J. Meggers y, sobre
todo, de mi esposa, Berta Ribeiro.

Montevideo, enero de 1968.


Prefacio a la edición norteam ericana

-E! tema de este libro abarca ei segmento más reciente de !a .


historia humana: sóio una décima parte de la duración del Homo sa­
piens sobre ia Tierra y menos de una centésima parte del período
que comienza cuando los primeros homínidos empezaron a fabricar
utensiíios. Aún así esta fracción representa cerca de diez mil años,
en el curso de ios cuales ei hombre vivió bajo condiciones muy dife­
rentes de las que confrontamos hoy. ¿Por qué preocuparse en resu­
citar historia antigua? ¿N o sería mejor dedicar nuestro tiempo a pro­
blemas contemporáneos? Para responder, permítasenos considerar al­
gunos hechos.
Ei mundo atraviesa hoy por un estado de conmoción. Guerras,
rebeliones, golpes, guerrillas, huelgas y otras manifestaciones de ten­
sión aparecen diariamente en los titulares de los diarios. En los Es­
tados Unidos nos enfrentamos con problemas de magnitud creciente.
Los disturbios en los “ghettos” negros están resultando tan inevita­
bles como los días calurosos del verano y amenazan ahora con des­
truir partes considerables de nuestras principales ciudades. Los con­
flictos raciales se expresan en una variedad de formas. Las enormes
diferencias en el acceso a las ventajas económicas y educativas, no
sólo crean problemas específicos, sino que difunden sus efectos la­
cerantes a través de todo el orden social. Como si eso no fuera
suficiente, ei ciudadano común es víctima de la desfavorable balanza
de pagos que resulta de la política de su gobierno o del reclutamiento
para luchar en una guerra extranjera, cuya validez debaten pública­
mente sus propios líderes. Excepto ¡os más jóvenes, todos podemos
recordar “ios buenos días de antes”, cuando parecíamos tener pocos
problemas serios y la vida era confortable, serena y previsible. ¿Qué
habrá cambiado?
Una de las tendencias más significativas de los últimos años ha
sido la intensificación de ia rebelión, no sólo por parte de los despo­
seídos que a menudo en la historia han luchado contra su destino,
sino, también por parte de los miembros más jóvenes de las clases
media y alta. La novedad de ese comportamiento es tai que ha sido
preciso inventar nuevas palabras, como hippie y beatnik; ei compor­
tamiento en sí desafía normas de iarga data sobre vestimenta y con-
ducta. Y crea graves conflictos entre generaciones. Padres que lu­
charon por educación y seguridad económica, no logran comunicarse
con sus hijos que abandonan los estudios, procuran alivio en las
drogas, se visten como el sexo opuesto o se niegan a luchar por su
patria. La ‘'alienación” de los valores tradicionales es una amenaza
creciente para e) mantenimiento del orden social. ¿Qué habrá suce­
dido? ¿En qué nos equivocamos?
Como si todo esto fuera poco, la población humana aumenta con
un ritmo tan acelerado que los especialistas prevén “solamente es­
pacio para estar de pie” en pocas generaciones más, a menos que
se tomen medidas de control. Hace mucho que el hombre viene re-
modelando la superficie terrestre, represando y desviando ríos, nive­
lando colinas, talando bosques, abriendo túneles debajo de la tierra y
de las aguas y revistiendo el suelo con cemento y asfalto. Ha estado
así alterando inadvertidamente eí delicado equilibrio de la naturaleza,
contaminando el aire y eí agua, modificando los patrones de vegeta­
ción y poniendo en movimiento fuerzas que pueden, un día, volver ei
planeta inapropiado para la vida humana. Los naturalistas advierten ia
ruina inminente, pero los intereses comerciales luchan aún con más
denuedo por su oportunidad de lucro. ¿ A dónde llevará todo esto?
La solución de cualquier problema depende de la comprensión de
los factores en él involucrados. La existencia de opiniones diame­
tralmente opuestas sobre el manejo de las cuestiones con que hoy
nos enfrentamos es eí mejor indicio de lo poco que sabemos respecto
de sus causas. Enfrentados con la necesidad de hacer algo, recurri­
mos al remedio tradicional: !a coacción. Puesto que las medidas de
fuerza sólo pueden suprimir los síntomas sin alterar las causas, sólo
logran diferir el ajuste de cuentas. Y ¡a desesperación crece a me­
dida que se hace evidente la inoperancia de los remedios policiales y
militares para los males sociales de nuestro tiempo. Nos sentimos
acorralados, aprisionados por fuerzas que no controlamos, abandona­
dos por los dioses y lanzados violentamente a la destrucción. ¿Qué
pasará con nosotros?
Si comprender es el paso previo a ía acción racional, debemos
lograr esa comprensión. La perspectiva abierta por Darcy Ribeiro en
este trabajo muestra claramente que estamos envueltos en la turbu­
lencia de una de las grandes revoluciones culturales que han trau­
matizado periódicamente a la humanidad. Nuestra tecnología avanzó
más rápidamente que los sectores sociales e ideológicos de la cul­
tura, creando tensiones que finalmente se distienden con la violencia
de un terremoto. Las incertidumbres, ios terrores, la angustia, la re­
beldía, ia alienación y la frustración que sentimos, las experimentan
ciertamente aquellos que se vieron arrastrados pop la marea de la
Revolución Industrial o la anterior revolución de la irrigación. Ahora,
sin embargo, contamos con técnicas sofisticadas de observación cien­
tífica y de procesamiento de datos que colocan por primera vez a
nuestro alcance, fa posibilidad de comprender lo que está sucediendo.
Tenemos todavía la desventaja de nuestra inmersión psicológica
en ias situaciones que debemos analizar. Nuestra tarea es disecar cul­
tura, la cultura sólo tiene completa eficacia cuando guía los actos
humanos, sin hacerse consciente. Cuando ponemos en duda nuestras
creencias y los fundamentos de nuestro comportamiento corremos el
riesgo de poner en peligro todo ei orden social. Es por ese motivo por
lo que hippies, ateos, homosexuales y toda suerte de no conformistas
son vistos con suspicacia y hostilidad: su desvío de las normas com­
partidas es una amenaza a la solidaridad social. En siglos anteriores,
individuos así eran condenados al ostracismo, quemados en ¡a hogue­
ra, crucificados o arrojados a los leones. En las sociedades actuales
se los tolera, pero son estigmatizados como "radicales" o incluso
subversivos, y castigados sociaímente de modos más sutiles.
Sin embargo, desde el punto de vista social, esos “radicales” son
necesarios. La evolución social no podría producirse sin ellos. La
perspectiva histórica de diez mil años demuestra claramente que nu­
merosas creencias antes "inadm isibles” alcanzaron posterior acepta­
ción, aunque al precio de mucho sufrimiento. ¿Cuántas personas fue­
ron perseguidas o muertas por insistir en que la Tierra era redonda y
no plana; o por afirmar que el mundo giraba en torno al Sol y no lo
contrarío, o porque dudaban de que el destino humano estuviera guia­
do por los astros, o porque demostraban que el hombre había evolu­
cionado desde formas más simples de vida? Supongamos que un
estudio científico de la cultura revela que son falsas algunas de las
creencias que hoy sustentamos ¿Qué pasaría sí descubrimos, por
ejemplo, que el capitalismo no es Sa forma definitiva del orden social,
o que no existen dioses, o que el comunismo no es intrínsecamente
diabólico? El miedo de lo que podamos descubrir nos impele a recha­
zar un examen cuidadoso de nuestras creencias más profundas, pero
tal examen es ineludible si queremos alcanzar a comprender ei mun­
do de nuestros días.
La ciencia social, en su sentido más amplio, es el medio institu­
cionalizado de ¡a sociedad moderna para investigar el modo de acción
de la cultura. Como los científicos sociales se mueven en un terreno
potencialmente peligroso, se los presiona para neutralizar su efecti­
vidad. En consecuencia, los sociólogos restringen sus estudios a
temas "segu ros", como la estructura social y emplean métodos im­
personales de investigación como cuestionarios y estadísticas, Por lo
mismo los antropólogos han transformado en un credo profesional la
inmersión en culturas primitivas como prerrequssito de! análisis obje­
tivo de nuestra propia cultura y rara vez se aventuran en estadios
más altos de la evolución socioculturai. Los economistas y científicos
políticos son más osados, pero encuentran resistencias más sólidas a
sus propuestas de innovaciones, como el seguro de ingresos, pues
afectan a grandes intereses consolidados. E! problema general con
que se enfrentan todos los científicos sociales es el del reconocí'
miento de su condición de especialistas, basado en su experiencia
directa en el estudio de la sociedad y la cultura. Así, un científico
político no es más respetado que un político profesional; un econo­
mista puede tener menos crédito que un empresario, y se confía me­
nos en un sociólogo o antropólogo que en un oficial de ¡as fuerzas
armadas o en un miembro de! gabinete, alegando que los primeros
son ' ‘teóricos" en tanto que los segundos tienen experiencia "prácti­
ca”. Felizmente, hay indicios de que esta noción comienza a cambiar
frente a la evidencia creciente de que la acción y el asesoramíento
de estos "prácticos" no produce los resultados deseados.
Entre todos los científicos sociales, los antropólogos están mejor
preparados para la explicación de la cultura. La historia de esta dis­
ciplina se caracteriza todavía hoy por violentas disputas entre evolu­
cionistas y antíevolucionistas, entre los que ven !a cultura como una
entidad a ser estudiada en sus propios términos y según sus propias
leyes, y quienes la entienden como una líbre creación del intelecto
humano, obediente a sus caprichos; entre ios que creen que la com­
prensión del pasado permitirá prever el futuro imprevisible. En el
momento actual ganan terreno los evolucionistas y se generaliza la
aceptación de ia noción que ei desarrollo cultural surge de la interac­
ción de fuerzas definidas que actúan bajo condiciones específicas.
El autor del presente ensayo representa a la escuela evolucionista
de antropología y nos ofrece aquí un nuevo análisis del “proceso ci­
vilizatorio”. Tiene calificaciones singulares para esta tarea. Nacido
en 1922 en el Estado brasileño de M inas Gerais, estudió antropología,
sociología y ciencia política en la Escuela de Sociología y Política de
Sao Paulo. En la primera década de su vida profesional se dedicó
principalmente al trabajo de campo entre tribus indígenas de la Ama­
zonia y del Brasil central, como los Kadiwéu, los Terena, los Kaywá,
los Ofaié-Xavante, los Bororó, los Karajá, los Urubus-Kaapor, los Kaln-
gáng, los Xokléng y diversos grupos del área dei Xingu. En ese pe­
ríodo también realizó un estudio de aculturación en un lapso de dos
años bajo los auspicios de ía división de Ciencias Sociales de la
UNESCO, y organizó el M useo del Indio, de Río de Janeiro. En 1956
inició su carrera universitaria como profesor de etnología de la Uni­
versidad de Brasil,, en Río de Janeiro, que culminó con su nombra­
miento, en 1961, como primer Rector de la nueva Universidad de
Brasilia, planeada en gran parte por él. Entre 1958 y 1961, en su cali­
dad de jefe de la División de Investigaciones Sociales del Ministerio
de Educación y Cultura, Darcy Ribeiro dirigió un programa de estudios
sobre las variaciones regionales de la sociedad brasileña y su sig­
nificación para el avance de la urbanización, de ta industrialización y
de la educación pública.
En 1962, Darcy Ribeiro inició una tercera carrera al ingresar en
la vida política como Ministro de Educación y Cultura del Brasil. En
ese período proyectó y puso en marcha el primer plan quinquenal de
erradicación dei analfabetismo, de reorganización y democratización
del- sistema de enseñanza secundaria, y lanzó las bases de ta reforma
de ia estructura universitaria. Dejó el cargo para volver al Rectorado
de la Universidad de Brasilia, pero en seguida fue llamado por el
Presidente Joao Goulart, para dirigir ia Casa Civil de la Presidencia,
un organismo asesor comparable al Executive Office del Presidente
de los Estados Unidos. Sirvió en ese cargo hasta el derrocamiento
de Goulart el 31 de marzo de 1964, que llevó al exilio a los colabora­
dores más destacados de su gobierno. Desde entonces, Ribeiro reside
en Montevideo, Uruguay, donde retomó su carrera académica como
profesor de antropología en la Facultad de Humanidades^ de la Uni­
versidad de la República Oriental del Uruguay.
Esta multiplicidad de experiencias proporcionó a Darcy Ribeiro
una oportunidad única de observar el funcionamiento de la cultura en
las más diversas condiciones: convivió con grupos indígenas del nivel
más primitivo y participó del gobierno de una de las mayores nació
nes modernas. Ha estudiado comunidades humanas que sufrían un
proceso de aculturación desde el estadio más primitivo hasta la inte­
gración en una nación moderna, y el ascenso de sociedades nsciona-
fes desde la condición rural a la industrial. Como antropólogo pro­
fesional, Ribeiro ha analizado todas esas situaciones desde una pers­
pectiva diferente a la del sociólogo, economista y científico político y
ha logrado un nuevo y estimulante esclarecimiento de la acción del
proceso civiiizatorio.
Hay otra razón por la que el trabajo de Darcy Ribeiro merece
especia! atención. En los Estados Unidos hemos heredado ía tradición
de la civilización occidental europea, considerada por nosotros como
ia corriente principal o central de la evolución humana. Comparamos
todos los demás pueblos con nosotros y consideramos que la mayo­
ría tiene deficiencias. Nuestros objetivos políticos nacionales se ba­
san en el supuesto de que el sentido del progreso consiste en hacer
a los otros pueblos más parecidos a nosotros política, social, indus­
trial e ideológicamente. Como los estudios más conocidos sobre
evolución cultura! son el producto de especialistas europeos o norte­
americanos, pensamos que eso corrobora, implícita o explícitamente,
aquel supuesto. Ribeiro, en cambio, no es un producto de nuestra tra­
dición política o académica, sino un ciudadano del "tercer mundo".
Como tal, encara eí desarrollo cultural desde una perspectiva distinta
y percibe matices que para nosotros permanecen ocultos. Esto no
significa que es imparcial simplemente porque no comparte nuestra
parcialidad. No obstante, los puntos centrales de su análisis que más
se contraponen a nuestras concepciones no pueden rechazarse por
prejuiciosos. No sólo porque sus calificaciones profesionales lo re­
comiendan a nuestra atención, sino porque solamente combinando
otras perspectivas con ¡a nuestra podremos distinguir entre la verdad
y la distorsión y alcanzar, finalmente, una comprensión realista dei
proceso civiiizatorio. La conquista de tai percepción es, sin duda al­
guna, crucial para la existencia humana sobre la tierra.

Betty J. Meggers
25 de abril de 1968
Smithsonian Institution
Washington D.C.
Primera Parte

Las so cie d ad e s arcaicas

i. La 'revolución agrícola

El primer proceso civiiizatorio corresponde a la revolución agríco­


la, que comenzó originariamente hace cerca de diez mil años entre
los pueblos de la Mesopotamia y de Egipto y se repitió más tarde,
como efecto de la difusión o de desarrollos independientes, en India
(6000 a.C.), en China (5000 a.C.), en Europa (4500 a.C.), en el Afri­
ca Tropical (3000 a.C.) y en las Américas (2500 a.C.).
Esta revolución tecnológica se desdobló en dos procesos civiliza-
torios con ios cuales surgieron la agricultura y el pastoreo, configu­
rando modos de vida tan diferenciados de todos los anteriores que
cabe identificarlos, desde sus formas más incipientes, como dos nue­
vas formaciones socioculturales. El primer proceso se cristalizó en
ias aldeas agrícolas indiferenciadas (no estratificadas en ciases) de
los pueblos que cultivaron tubérculos o cereales, como las tribus de
ía floresta tropical, en América, e innúmeros pueblos tribales de otros
continentes. M ás tarde, algunos combinaron la agricultura con la crian­
za de animales, pero aún no ios utilizaban para tracción. El segundo
proceso conformó las hordas pastoriles nómades de los pueblos que
posteriormente se especializaron en la crianza de animales, ajustando
todo su modo de ser a las condiciones de sobrevivencia y de multi­
plicación de los rebaños

¡ En la caracterización de las aldeas agrícolas indiferenciadas tuvim os en m en­


te, principalm ente, lo s gru po s in d íge n as a gricu ita res de la fioresta tropical am eri­
cana, tal com o lo s pu d im os observar en nuestros estu d ios de cam po y como son
d e sc rito s en la b ib lio g ra fía etnográfica pertinente (H. Baldus, 1954; J. Stew ard [ed.].
1946/1950). C o n sid e ram o s tam bién las fuentes a rq u e ológica s que revelan la an tigü e­
dad y la d isp e rsió n de e s o s gru po s en las A m éricas, y aun, con propó sito s de
com paración, las recon stitu cion e s a rq u e o ló gica s de otros continentes, tal com o fue­
ron reseñ ad as por Gordon C h iid e (1951).
Con respecto a la s hordas pastoriles nómades tu vim os en mente lo s prim eros
grupo s de criadores de ganado m ayor de A sia , de Siberia, de M o n g o lia y del norte
de A frica, se gú n re gistro s h istó rico s, a sí com o ¡as poblaciones, pa storile s m odernas
de e s a s m ism a s áreas y del A frica Oriental com o son d escrita s en la b ib lio gra fía
etn oló gica, ad e m á s de la s fuentes am ericanas concernientes a la adopción del caballo
por la s t r ib u s chaqueñas de A m érica de! Su r y de las p la n icie s de A m érica del Norte.
Antes de la revolución agrícola el hombre había vivido siempre
en pequeñas bandas móviles de recolectores de raíces y frutos, de
cazadores y pescadores, rígidamente condicionados al ritmo de las
estaciones, engordando en las épocas de abundancia y enflaqueciendo
en los períodos de escasez. Sólo en regiones excepcionalmente pró­
digas, como las costas marítimas ricas en mariscos, y por eso mismo
muy disputadas, esas bandas podían alcanzar mayores concentracio­
nes. Aun así, el número de cada grupo estaba limitado por la capa­
cidad de aprovisionamiento alimenticio en ías épocas de mayor esca­
sez y por las dificultades de ordenar socialmente la convivencia de
unidades sociales mayores.
En ese largo período de vida preagrícola, calculado en medio' mi­
llón de años, el hombre había dominado el fuego, había aprendido a
fabricar instrumentos de trabajo que compensaron sus carencias físi­
cas con medios de ataque y de defensa y aumentaron su eficiencia
productiva. Había desarrollado idiomas, había creado instituciones so ­
ciales reguladoras de !a vida familiar y grupa! e intensificadoras de!
sentimiento de lealtad étnica. Había acumulado patrimonios de saber
y de creencias que explicaban su experiencia y orientaban su acción:
cierto que como fantasmagorías, a través de las cuales trataba de
alcanzar seguridad emocional frente a los riesgos a que estaba sujeto
y de los cuales se había hecho consciente, como el dolor y ta muerte.
La característica fundamental de los grupos humanos preagríco-
las era su multiplicidad y la disparidad de sus modos de ser. Cada
pequeña banda, viviendo aislada, subdividiéndose siempre que crecía,
conformaba una faz pronunciadamente diferenciada de la humanidad
hostil a todas las otras. En esas circunstancias prevalecieron tensio­
nes centrífugas que condujeron a la especie humana a la dispersión
desde sus rincones originarios hasta cubrir la Tierra entera, alcan­
zando las regiones más impenetrables y adaptándose a las condicio­
nes mesológicas más resistentes, a través de la diversificación y es-
peciaiización de sus patrimonios culturales (J. Steward, 1955 a; R. C.
Owen, 1965; M. D. Sahlins, 1968).
Las instituciones de! tabú del incesto y de la exogamia, al actuar
como vinculadoras de diversos grupos sociales, contribuyeron a aglu­
tinarlos en unidades tribales cooperativas o, al menos, no necesaria­
mente hostiles. El entrecruzamiento resultante de esas instituciones
permitía capitalizar la creatividad de mayores contingentes humanos
por medio de la difusión de los avances culturales alcanzados por
cada grupo, para así crear y preservar un cuerpo creciente de com­
prensiones comunes (L. White, 1949; C. Levi-Strauss, 1949). A juzgar
por ios registros de la etnología, deben agregarse a los referidos pro­
cedimientos de vinculación intergrupal algunos otros, como los raptos
de mujeres, que pueden haber desempeñado un papel importante en
¡a difusión de ciertas técnicas.
En algunos de esos núcleos, como efecto de la acumulación de
observaciones y de experimentos a través de milenios, surgieron ias
primeras formas de agricultura. Éstas se inician, probablemente, por
la horticultura de frutos y tubérculos en las áreas tropicales, y en ias
regiones templadas y frías, por el cultivo de cereales; unos y otros
anteriormente recogidos en (os mismos sitios. Tales procedimientos
acaban por fijarse como un procedimiento productivo nuevo que, al
permitir reordenar intencionalmente la naturaleza, la ponía ai servicio
del hombre para proveer la masa principal de alimentos vegetales de
que carecía (N. !. Vavilov, 1926; E. C. Curwen y G. Hatt, 1947; Ch. B.
Heiser, 1965; C. O. Sauer, 1952).
La domesticación de animales, surgida en ciertas áreas, permi­
tiría enriquecer la dieta humana con una provisión regular de carne
y también de leGhe y pieles. M ás tarde, algunos de los animales do­
mesticados proporcionarían una nueva fuente de energía muscular,
además de la humana, como cabalgadura o fuerza de tracción de ara­
dos y carros, multiplicando de esa forma la capacidad productiva del
hombre y su movilidad espacial.
Tai como ía agricultura, la domesticación de animales se desarro­
lló progresivamente, a partir de procedimientos ocasionales que fami­
liarizaron al hombre con las condiciones de sobrevivencia y de repro­
ducción de los anímales. Según el testimonio etnográfico, los grupos
cazadores gustan de ¡levar a sus moradas, y entregar ai cuidado de
las mujeres y de los niños, crías de ios animales que cazan, para ser
criados como un juguete animado. Esta actividad está probablemente
en ¡a base de la domesticación, que comenzando por los perros de
caza, se extendería a ias aves, cerdos y muchas otras crías del pre­
dio, y después a animales de mayor porte, criados ya en rebaños,
como los retíos, los camellos, las ovejas, los equinos y los bovinos,
cuyas condiciones de crecimiento conducirían ai pastoreo como acti­
vidad especializante.
Se suponía que eí pastoreo surgió independientemente de la agri­
cultura, a partir del acorralamiento de reservas de animales obtenidos
en la caza, o por un proceso paralelo a aquel que condujo a algunas
tribus americanas a redomesticar caballos y bovinos traídos por los
europeos, astronómicamente multiplicados en rebaños salvajes en las
inmensas pasturas naturales dei norte y sur del continente (Schmidt
y Koppers, 1924). La ausencia de comprobación arqueológica para
esta hipótesis con respecto al viejo mundo hace más verosímil que
el pastoreo se haya desarrollado a partir de ia domesticación de ani­
males por parte de grupos agricultores al nivel de aldeas agrícolas
indiferenciadas. Seleccionadas las especies por esos agricultores, su
multiplicación ulterior — en terrenos apropiados y a distancias conve­
nientes de las plantaciones— conduciría a una especialización ocupa-
cionai creciente. Ésta acabaría por diferenciar, primero funcional y
ocupacionalmente, y en seguida incluso étnicamente, las poblaciones
de agricultores y las de pastores 2, dividiendo la condición socioeco­
nómica de los grupos humanos más desarrollados en dos líneas mar­
cadamente diferenciadas [Gordon Chiide, 1951).
El efecto crucial de la agricultura y del pastoreo en la esfera de
las relaciones del hombre con la naturaleza fue un enorme incremento
demográfico, causado por la relativa abundancia de alimentos. La fe­
cundidad humana "natural”, antes comprimida por el condicionamiento
a los ciclos estacionales de la recolección, de la caza y de la pesca,
experimenta una primera expansión que en adelante no tendrá la ca­
rencia de alimentos como límite principal al incremento deí grupo
humano sino los efectos letales de las enfermedades y otras causas
de orden social, que periódicamente abatirán los aumentos más des­
bordantes. Esa explosión demográfica se expresó de ahí en adelante,
encuadrada en dos vías. Primero, escisión y expansión horizontal im­
pulsada por el factor dinámico de la revolución agrícola y subsecuen­
temente ia aglutinación y estratificación verticales que resultarán más
marcados en la siguiente revolución, urbana, conduciendo a los gru­
pos que las experimentaron a configurarse como nuevas formaciones
socioculturaies.
La primera vía consistió en la tendencia, aun prevaleciente, a ¡a
subdivisión de ¡os grupos, cuya población excediese ciertos límites
en nuevas unidades tribales, como consecuencia de lo rudimentario
de la tecnología y de la ineptitud de los sistemas sociales para dar
cohesión a grupos populosos o para unificar en un mismo cuerpo-
étnico, muchos núcleos dispersos. Las nuevas técnicas productivas,
si bien capaces de aumentar ei contingente de cada núcleo, eran aún
insuficientes para sedentarizar al hombre y para crear grandes uni­
dades sociales extrafamiliares. Así, ios primeros grupos de agricul­
tores y criadores se veían compeiidos a una vida trashumante en
busca de tierras vírgenes para las huertas y de pasturas nuevas para
los rebaños, y a subdividirse en nuevas unidades étnicas a medida
que crecía, su población.
Como elementos de vanguardia de la nueva tecnología, los pue­
blos agricultores y pastores, divididos en grupos tribales, avanzaron

¡; El d esarrollo del pastoreo com o ocu pación ex clu siva só lo se d aría tardíam ente,
porque e x igiría, com o cond icio ne s previas, eí estab lecim ien to del com ercio con grupos
a g ríc o la s , a si co m o la creación y el perfeccionam iento de la m etalurgia. Fueron iden­
tifica d os restos fó s ile s de d iv e rsa s razas b ovinas d om estica da s en A s ia y en Egipto
que hacen suponer que ias tentativas o rigin a le s de dom esticación de ganado bovino
datan de cerca de s e is m ü a ñ os antes .de C risto y la s de la s razas equinas de tres
m il a cuatro m il años antes de C r isto (B ib lio gra fía en K. Dittmer, 1960).
sobre vastas áreas, desalojando a sus antiguas poblaciones, siempre
que éstas ocupaban tierras cultivables o pasturas naturales. De ese
modo se conforman, en diferentes regiones del mundo, áreas de ocu­
pación agrícola y pastoril cada vez más extensas, cercadas por con­
tornos marginales. M ás tarde, esos contornos se reducirían a meras
islas, donde grupos de cazadores y recolectores continúan viviendo
la antigua existencia, como pueblos atrasados en la historia. Casi
todos ellos, sin embargo, serían paulatinamente alcanzados por el
proceso civilizatorio fundado en ia revolución agrícola, tendiente a
integrarlos también en la condición de agricultores o pastores.

ASdeas agrícolas indiferenciadas y hordas pastoriles nómades

Las sociedades estructuradas en ios dos tipos de formación socio-


cuitural — ias aldeas agrícolas indiferenciadas y las hordas pastoriles
nómades— se dedican esencialmente a ía reproducción de su modo
de vida a través de economías de subsistencia. Pero sus disputas
recíprocas y ios conflictos con los pueblos más atrasados sobre cu­
yos territorios se expanden, ya comienzan a hacer de la guerra una
ocupación fundamental, garantizadora de sus condiciones de sobrevi­
vencia y de expansión. La unidad étnica, fundada en la comunidad
lingüística y cultural, propicia ya en esa época, asociaciones perió­
dicas de muchos grupos locales o de nordas independientes, para ac­
ciones conjugadas de ataque o de defensa, comenzando a generar de
ese modo unidades étnicas más amplias. La vida y las posesiones
de cada familia no dependen, sin embargo, de estas uniones even­
tuales. Al contrario, son ellas ias que encuentran en los grupos de
parentesco las unidades estables que pueden ser eventualmente con­
jugadas ÍR. Linton, 1936; J. Steward, 1955 a).
En estas circunstancias, las relaciones anteriores de mero usu­
fructo de los bienes del territorio por el cual transitan los grupos
preagrícolas, como un rebaño, se alteran por la necesidad de defensa
colectiva del territorio de explotación tribal. Aún no había surgido la
propiedad territorial como institución, pero ias unidades tribales ya
se hacen coposeedoras de la ti erra beneficiada por ei trabajo humano
o de las pasturas indispensables para los rebaños, en cuanto miem­
bros de un grupo colectivamente responsable de su preservación, co­
mo condición fundamental de su sobrevivencia y autonomía.
Tal como fas economías precedentes de caza y recolección, estas
nuevas economías agrícolas y pastoriles incipientes no dan lugar aún
a condiciones de diferenciación de categorías socioeconómicas capa­
ces de estratificar ias comunidades. El grupo étnico entero — :a£jenas
dividido en familias y distribuyendo las atribuciones productivas según
ei sexo y ia edad — se consagra a las tareas de subsistencia como
un esfuerzo colectivo que ocupa igualitariamente a todos sus miem­
bros. El dominio tribal colectivo de las áreas de caza, pesca y re­
colección, al extenderse luego a ¡as áreas de cultivo y de pastoreo,
permite mantener cada familia como unidad de producción y de con­
sumo. En esta etapa no hay lugar todavía para la acumulación pri­
vada de bienes, ni para la apropiación de los productos del trabajo
ajeno. Los excedentes alimenticios o de otro tipo — generalmente pro­
ducto de la generosidad de ía naturaleza en ciertas épocas de¡ año—
son destinados a gastos superfluos, como actos de fe, o al consumo
festivo, incluso cuando esos bienes son apropiados por los jefes de
los grupos familiares, revierten generalmente a la colectividad des­
pués de su muerte, o son transferidos según reglas de parentesco
clasificador que incluyen a gran parte, sí no a ia totalidad, del gru­
po local.
En estas formaciones, diversas modalidades de organización so­
cial basadas en los sistem as clasíficatorios de parentesco permiten
atender las necesidades de respuestas institucionales al crecimiento
de la capacidad productiva. Tanto los sistemas bilineales de paren­
tesco, con ias respectivas formas de organización de ¡as unidades
familiares, como los unilineales, tendientes a desenvolverse en es­
tructuras ciánicas, son susceptibles de ampliarse para atender a la
necesidad de organización de unidades étnicas más inclusivas. Ésa
es la razón por la que se malograron las tentativas de correlacionar
los modelos de parentesco clasificatorio con formas progresivas de
desarrollo socioculturaí. En realidad, éste es un sector en que la am­
plitud de ¡as respuestas posibles a los desafíos de ¡a renovación del
sistema productivo, aunque no arbitraria, dificulta su utilización para
la construcción de secuencias genéticas (G. P. Murdock, 1949; C. Léví-
Strauss, 1949, 1953).
La renovación institucional más señalable de esta etapa se en­
cuentra probablemente en ía profundización de ia división del trabajo
entre los sexos, que atribuyó a las mujeres ¡as tareas relacionadas
con la siembra, la cosecha y la preparación de alimentos cultivados.
Esta nueva carga de trabajo acentúa nuevamente ¡a línea tradicional
que atribuía a ia mujer funciones rutinarias y al hombre las tareas
más cansadoras. A s í como a él correspondía antes !a caza, ahora le
incumbe talar ios bosques y preparar ¡as tierras para la labranza. Am ­
bas son tareas exigentes pero episódicas, porque están concentradas
en el tiempo, lo que le proporciona oportunidades de rehacerse en
¡argos períodos de reposo de los esfuerzos realizados. A las muje­
res, sin embargo, corresponden nuevas tareas cotidianas que, como
la atención de la casa, ia preparación de la comida, la recolección,
eí cuidado de ias criaturas, exigen un esfuerzo continuado y sin inte­
rrupciones para ei reposo.
Simultáneamente con estas diferenciaciones de papeles producti­
vos surgen creencias y cultos destinados a imponer la dominación
masculina, que se viera virtuafmente amenazada. Con ia apelación a
mitos y ritos — como los del Juruparí entre los grupos Tupí del Brasil,
de instituciones como ía Casa de Jos Hombres y los sistemas de cas­
tigos a que ambos están asociados— se perpetúa una precedencia
social que ya no corresponde al papel masculino en ía nueva econo­
mía de ios pueblos agricultores.
Las hordas pastoriles nómades no parecen enfrentar esos proble­
mas, en virtud de la relevancia del papel masculino en el sistema
productivo. En consecuencia, en el ias se profundiza esa dominación
y asume las formas patriarcales más despóticas. También en los gru­
pos de economía mixta, en que el cuidado de los animales de crianza
incumbe a los hombres, eí predominio social de éstos se asegura.
Por último, la guerra actúa también como fortalecimiento del predo­
minio masculino dentro de ias sociedades agrícolas y pastoriles, de­
terminando desde muy temprano la aparición de diferenciaciones so­
ciales que amplían y dignifican las antiguas formas de jefatura, cuyas
responsabilidades iban en aumento. Ahora íes compete hacer frente
a ios riesgos de saqueo de ias cosechas y rebaños y la conducción
de las luchas por la conquista de nuevas áreas de cultivo y de pas­
turas.
Se amplía igualmente, en !a misma etapa, el número de especia­
listas en el trato con lo sobrenatural, que son llamados al ejercicio
de funciones más complejas como la salvaguardia deí grupo contra
variaciones estacionales y la garantía de la fertilidad del suelo y de
las simientes, en los pueblos agricultores, y de ia salud y la multi­
plicación de los rebaños, en ios pastores.
Aun en el curso de ía revolución agrícola, algunas sociedades ex­
perimentan grandes progresos en su capacidad productiva, debidos a
ia sustitución de ía azada por el arado tirado por anímales y ai uso
de fertilizantes. La tecnología general se enriquece con ei descubri­
miento y ía generalización de ia cerámica, que introduce ei hábito de
consumir principalmente alimentos vegetales cocidos, y, también, con
ia aparición deí hilado y del tejido, que sustituye las vestimentas de
cuero por tejidos de fibras vegetales y animales y enriquece él ma­
terial doméstico con una multiplicidad de utensilios.
Estas actividades artesanales recaerán principalmente sobre las
mujeres, haciendo más penosa su rutina, que se había visto aliviada
con la sustitución de la recolección de frutos y tubérculos silvestres
por la producción de los huertos. Al hombre no le corresponde tanto
cazar y pescar, sino preparar ia tierra para la labranza y cuidar los
domesticados. Con esto, el ámbito de circulación espacial
a n ím a le s
rutinaria va disminuyendo, iniciándose la tendencia a la sedentariza-
ción, que se acentuará cada vez más.
Esta nueva tecnología agrícola y artesanal no supone, todavía, el
surgimiento de especialistas de tiempo completo y, por esta vía, ia
estratificación de la sociedad en clases económicas. Ei parentesco
clasificatorio continúa siendo el sistema fundamental de ordenamiento
de la vida social, y los grupos familiares así como las comunidades
locales siguen siendo las unidades operativas y ¡os núcleos de lealtad
aglutinadores de los miembros de cada sociedad. Todos se dedican
a la producción de alimentos y apenas conocen formas elementales
de trueque de productos y servicios. Dentro de cada comunidad local,
los nuevos miembros alcanzan derechos iguales a los de todos los
otros por el mismo proceso a través del cual aprenden la lengua y
se hacen herederos del patrimonio cultural común. La calidad de
miembro del grupo es lo que los. hace usuarios del dominio colectivo
sobre ia tierra y el rebaño, y copartícipes del esfuerzo colectivo de
provisión de las condiciones de sobrevivencia „y de crecimiento de
su sociedad. Cada individuo sabe hacer ¡o mismo que cualquier otro;
se dedica a tareas idénticas — excepto los papeles ya diversificados
de jefes y sacerdotes— y convive en un pequeño mundo social en
el que todos los adultos se conocen y se tratan personal e igualita­
riamente.
li. La revolución urbana

Con ei desarrollo de la revolución agrícola, algunas sociedades


fueron acumulando innovaciones tecnológicas que al alcanzar el nivel
de una nueva revolución les imprimieron un movimiento de acelera­
ción evolutiva quq lievó a configurarlas como nuevas formaciones so­
cioculturales. Sus motores fueron una acumulación de innovaciones
técnicas que ampliaron progresivamente ia eficacia productiva dei tra­
bajo humano, provocando alteraciones institucionales en ios modos de
relación entre los hombres para la producción y en las formas de dis­
tribución de los productos del trabajo. A sí se dio sucesivamente en
varias regiones del mundo, a partir de diversas condiciones ecológicas
y de diferentes contextos culturales, tanto por efecto de la difusión
como de desarrollos independientes, y más frecuentemente aún, por
ia combinación de ambos.
En todos los casos, estas sociedades aumentaron el número de
píantas cultivadas, mejoraron las cualidades genéticas de éstas y re­
volucionaron sus técnicas agrícolas con la adopción de métodos de
trabajo y de instrumental más eficaces para la preparación del suelo
para las labranzas, ei transporte y el almacenamiento de las cosechas.
Algunas sociedades de economía pastoril o mixta también alcanzan los
mismos resuitados mediante ia selección genética de los rebaños y la
especialización de la crianza para obtener animales de silla y de trac­
ción o para la provisión de carne, de leche, y de lana.
Las innovaciones más importantes de la revolución urbana con­
sisten, sin embargo, en el descubrimiento de las técnicas todavía
incipientes de irrigación y de abono del suelo que, al controlar los dos
factores esenciales de la productividad agrícola, aseguran cosechas
cada vez más abundantes. Ello sucede tanto en las tierras bajas, me­
diante el control de procesos naturales de fertilización del suelo por
las crecientes, como en las tierras altas, mediante la construcción de
complejos sistemas de captación y distribución del agua por medio
de canales artificiales. Otras innovaciones fundamentales fueron: la
generalización del uso del arado y de vehículos de rueda, ambos de
tracción animal, así como de barcos a vela capacitados para la na­
vegación costera. De modo general, esos sistemas de tracción y de
transporte se presentaron juntos en el Viejo Mundo, pero disociados
en América, donde la ausencia de ganado mayor domesticable con­
dujo al desarrollo por otras líneas.
En base a diferentes combinaciones de esta tecnología diversos
pueblos revolucionan su capacidad de producción de alimentos e im­
pulsan el advenimiento de las primeras ciudades, y en elias, de nuevas
técnicas de fabricación de tejas y ladrillos, el arte de la vidriería, la
metalurgia del cobre y deí bronce, los silos, la escritura ideográfica,
la numeración, el calendario y por último la arquitectura monumental.
Gordon Chiide (1946) demuestra que esos desarrollos tecnológicos
se concentran en eí período relativamente breve de ios dos milenios
que antecedieron al 3000 a C., teniendo así un carácter nítidamente
explosivo por contraste con ía infecundidad creativa de los largos pe­
ríodos anteriores y de los dos milenios inmediatamente posteriores.
Las sociedades pioneras de esta revolución tecnológica, al am­
pliar ¡a capacidad de producción de cada agricultor, contaron con ex­
cedentes de alimentos que permitieron desligar un número cada vez
mayor de personas de las actividades de subsistencia. Se impulsaron
de ese modo, formas más complejas de división social del trabajo a
través de ia especializaron artesanal y del comercio, interno y ex­
terno, entre agricultores y pastores.
Por este camino los progresos de la tecnología productiva accio­
naron un segundo modelador de la vida social — la estratificación ocu-
pacional— que implica reordenamientos tendientes a transformar toda
la estructura interna de la sociedad. La expansión horizontal que, des­
de muchos milenios venía multiplicando etnias. comienza entonces a
ser contenida por una nueva orientación reordenativa en sentido ver­
tical, que favorece el incremento de cada unidad étnica y ta fusión
de varias de ellas en entidades cada vez mayores.
- Este reordenamiento se rige fundamentalmente por los procesos
de estratificación social y de organización política que operarán desde
entonces impulsados por sucesivos progresos tecnológicos. Con ellos
surgen mecanismos compulsivos de incremento de la productividad,
de acumulación de riqueza y de concentración de ésta en manos de
grupos minoritarios que, en defensa de sus privilegios, actúan como
incentivadores del desarrollo económico. En ei curso de ese proceso,
el sistema productivo se va haciendo cada vez más complejo exigien­
do creciente aplicación de recursos en bienes de producción. Surgen
simultáneamente nuevos modos de ordenamiento de ¡as unidades ét­
nicas, que las diferencian cada vez más mediante la segmentación
interna en estratos sociales contrapuestos, aunque mutuamente com­
plementarios. Se forman así entidades pluricomunitarias y más com-
prenhensivas, aumentando ías poblaciones aglutinadas en las mismas
unidades etnopolíticas incorporando gente de otras etnias.
Algunas de esas sociedades de tecnología avanzada, ya no sacri­
fican ios prisioneros de guerra en ceremonias de antropofagia ritual,
sino que los utilizan como trabajadores cautivos, surgiendo la escla­
vitud. La presencia de esclavos tomados a otros pueblos y desper­
sonalizados para ser poseídos como instrumentos de producción,
afecta profundamente todo el modo de vida de esas sociedades;
dejan de ser igualitarias y se transforman en comunidades multi-
étnicas, caracterizadas por la polarización de esclavos en contrapo­
sición a señores y en competencia con los trabajadores libres.
De las primitivas comunidades agrícolas igualitarias y de las hor­
das pastoriles, fundadas en la propiedad colectiva de tierras y reba­
ños y en ei reconocimiento a cada unidad familiar de los productos
de su trabajo, se pasa progresivamente a sociedades de clase, asen­
tadas en la propiedad privada o en otras formas de apropiación y
acumulación dei producto del trabajo social. Unas y otras se tornan
cada vez menos solidarias internamente, porque ias relaciones inter­
personales antes reguladas por el parentesco comienzan a ser condi­
cionadas por consideraciones de orden económico.
Los motores básicos de esta diferenciación social, además de la
renovación tecnológica, fueron la necesidad de regular la distribución
dentro de la comunidad de los excedentes de bienes que resultaba
capaz de producir; de utilizar el poder de compulsión sobre grupos
extraños, de ordenar Sa vida social interna de comunidades humanas
c£da vez más populosas. Tales desafíos se resolvieron según alter­
nativas organizacionaies dentro de las cuales se fueron encuadrando
uniformemente ias diferentes sociedades:una fue la propiedad privada
de tierras y esclavos-, otra, la preservación del acceso a todos a la
tierra, combinada con nuevas formas de ordenamiento político-reli*
graso de la vida social, que también incentivaban ia productividad y
la acumulación de riquezas.
Los progresos técnicos acumulados por sociedades que ascen­
dieron a la economía agrícola superior — por ia irrigación artificial y
ei uso de fertilizantes o por la utilización de animales para la trac­
ción de arados y carros— hicieron aquellos desafíos aún más im­
perativos. El esfuerzo por enfrentarlos lleva, a cierta altura, a la
aparición de la especiaiización ocupacional y de formas más altas de
trueque de bienes y de servicios, y a la regulación de la fuerza de
trabajo y, con ellas, a la diferenciación progresiva de los individuos
por categorías definidas según su papel y su lugar en la producción.
Surgen las clases sociales que diferencian a los productores respecto
de las capas parasitarias de apropiadores de los excedentes. Estas
se concentran preferentemente en las villas que comienzan a confi­
gurarse como ciudades, y actúan como exactores de impuestos o
como intermediarios entre los sectores diferenciados de agricultores
y pastores o entre todos ellos y los artesanos. También éstos, a
medida que se especializan en la fabricación de instrumentos de tra­
bajo, de objetos de uso común y de bienes superfluos, tienden a
abandonar las actividades de subsistencia alimenticia y a concentrarse
en las ciudades nacientes.
En algunas sociedades la propiedad individual de bienes, circuns­
crita originalmente a los productos del trabajo de cada individuo o fa­
milia, se extiende progresivamente con el aumento de la capacidad
productiva, hasta hacerse el principal sistema de ordenamiento de la
vida sociai. Termina por abarcar a los propios agentes de !a produc­
ción, los animales de tracción, los trabajadores esclavizados y, final­
mente, la condición básica de la producción agrícola: la tierra. De ese
modo, se aumentan las posibilidades de acumulación de bienes y éstos
se convierten, no ya en mera riqueza concentrada en algunas manos
y consumida de modo ostentoso, sino en un instrumento utilizable en
la producción continua de más riqueza.
En otras sociedades se preservan las formas colectivistas de pro­
piedad, generalmente en asociación con e! desarrollo de técnicas nue­
vas, como ei regadío, y la creación de instituciones extrafamiliares
reguladoras de las actividades productivas y de integración de la arte­
sanía con la agricultura en comunidades autosufícientes. En estos ca­
sos, la estructura sociai puede evolucionar hacia formas más altas de
comunitarismo que, sin apelar a la propiedad privada y a la esclavitud
del trabajador, llenan, por otras vías, los requisitos indispensables para
la expansión étnica y para el progreso socioculturaí.
Por todos esos caminos se crean formas de interdependencia so­
cial que exceden la solidaridad meramente familiar y la mutualidad en
el nivel local. Nuevas tramas de interdependencia comienzan a regu­
lar e! intercambio de ios sectores diferenciados de estas sociedades:
de los productores de alimentos con los artesanos especializados y
las capas parasitarias que intermedian sus relaciones o ejercen otras
funciones sociales. Siguiendo tai diferenciación se configuran dos mo­
delos de sociedades, las regidas por principios colectivistas, funda­
dos en la propiedad colectiva o estatal de la tierra y en procedimien­
tos no esclavistas de reclutamiento de mano de obra; y ¡as regidas
por principios privatistas, principalmente ia propiedad privada y la
esclavización de fa fuerza de trabajo. Se trata de dos procesos civi-
lizatorios que dan lugar a distintas formaciones socioculturales, una
corresponde al! tránsito de aldeas agrícolas indiferencias a estados
rurales artesanales de modelo colectivista; el otro corresponde a la
configuración de estados rurales artesanales de modelo privatista,
desarrollado por evolución interna, desde ias aldeas agrícolas, o a
través de ia subyugación de éstas por hordas pastoriles nómades.
Simultáneamente actuaba en ciertas áreas un tercer proceso civi-
lizatorio, fundado en los desarrollos de la revolución urbana, a través
del cual algunas hordas pastoriles nómades, especializadas en ¡a crian­
za y en e¡ adiestramiento de animales de silla y de guerra, integrán­
dose en ia tecnología metalúrgica ascienden a la condición de jefatu­
ras pastoriles nómades.
Los estados rurales artesanales de los dos modelos emergen con
ia superación de la condición igualitaria de las sociedades primitivas
reglamentadas por el parentesco y con ei surgimiento del Estado, que
instaura un tipo nuevo de ordenamiento sociai basado en los vínculos
cívicos y en la estratificación social. Lewis Morgan (1877 y 1880)
acentuó esta transmutación llamando societas ai antiguo modelo de
vida sociai, y civitas ai nuevo; ei Estado se configura con ia implan­
tación e iniciación de la vida urbana.
En los estados rurales artesanales de modelo privatista, la escla­
vización asume cuño personal y gana impulso creciente, estimulando
guerras de conquista que más que expandir ei dominio territorial,
favorecen ¡a conversión de las poblaciones de las áreas conquistadas
en esclavos personales, apresados en carácter de mano de obra tanto
para la agricultura como para manufacturas y transportes cada vez
más activos. Esta nueva modalidad de reclutamiento de la fuerza de
trabajo afecta tanto a ios pueblos subyugados — porque ios desarrai­
ga y ios convierte en condición material de ia vida de otros pueblos,
equivalente al ganado o a cualquier recurso natural— como a los
propios sojuzgadores, porque les impone modos de vida y de orde­
namiento social opuestos a los anteriores, por' su carácter no igua­
litario y multiétnicos.
A s í se introduce un factor dinámico que pasará a regir todo ei
desarrollo social ulterior. Las relaciones del señor con sus esclavos
asumen carácter de dominación imposible de alcanzar con respecto a
cualquier otro bien, y se imprimen sobre las sociedades que las
adoptan, transmutando ei carácter de la sociabilidad vigente entre
sus miembros,' que de igualitaria y homogénea, se va volviendo cate­
goría!, haciendo a unos privilegiados y transformando a otros en
parias.
Con el ensanchamiento de las capas serviles y de tos estratos
correspondientes de amos, liberados de la obligación de trabajar,
surge un modo peculiar de vida, sustentado por nuevos valores, no
ya señalados en la virilidad o en la laboriosidad, sino en ia riqueza
o en e! poder. Poco después esos nuevos estratos se configuran
como una capa señorial tendiente ai ejercicio del dominio, no sólo
sobre sus esclavos, sino sobre la sociedad entera, a fin de preservar
y engrandecer su condición privilegiada.
En los dos modelos de estado rural artesanal, con la transforma­
ción de las aldeas en villas y ciudades, emerge un campesinado que
progresivamente se diferencia hasta configurarse, en cuanto capa
sociai y en cuanto condición humana, en un estrato distinto y opuesto
a los nuevos componentes de la sociedad, eximidos de ias tareas
de producción alimentaria. Estos últimos, al concentrarse en las
villas, ias transforman en ciudades, cuyo núcleo residente se com­
pone predominantemente, de artesanos profesionalizados (alfareros,
tejedores, vidrieros, metalúrgicos y, después, innúmeros otros) dedi­
cados a la producción de bienes para trueque, y de comerciantes
encargados del intercambio, dedicados a la acumulación de ¡as cose­
chas y de los productos artesanales. A estas capas se sumarán
nuevos estratos de especialistas — sacerdotes, funcionarios, solda­
dos— encargados de mantener e¡ orden en la sociedad ampliada y
enriquecida, de defenderla contra saqueos que ahora resultan alta­
mente atractivos, así como de guiar la expansión étnica sobre nuevas
áreas y de proveer masas de esclavos para las actividades producti­
vas. Los contenidos rural y urbano de ¡a sociedad evolucionan desde
entonces siempre correlacionados, pero crecientemente diferenciados,
como dos tradiciones culturales distintas por sus discrepantes modos
de vida.
En realidad, sólo con la ciudad surge el propio campesinado como
categoría social antepuesta a su contraparte urbana, como parcelas de
la misma sociedad, mutuamente dependientes para el cumplimiento
de sus condiciones de sobrevivencia. (R. Redfield, 1953 y 1956; R.
Redfield, H. Barnett y otros, 1954). Esta nueva estructura societaria
de rurícolas y ciudadanos se habilita para hacer del territorio, y no
de ia descendencia, la base de la unidad social, y de ese modo, incor­
porar en una misma unidad sociopolítica diversas comunidades loca­
les, cuyas poblaciones pueden ser mucho mayores, cuyos orígenes e
identificaciones étnicas pueden ser ampliamente diferenciadas y cuya
estratificación social puede ser mucho más diversificada.
Uno de los retos principales con que se enfrentaron esas prime­
ras sociedades estratificadas residió en la necesidad de desarrollar
principios integradores capaces de dar unidad social y cohesión mo­
ral a sus poblaciones divididas en estratos sociales profundamente
diferenciados y contrapuestos, a fin de convertirlas en entidades po­
líticas unificadas y operativas. La fuente básica de esa cohesión fue
encontrada en las viejas tradiciones religiosas, que tuvieron que ser
redefinidas a fin de consolar al pobre con su pobreza y también con
la riqueza de los ricos, permitiendo a todos vivir e interactuar y en­
contrar gusto y significado a existencias tan contrastantes.
Los especialistas en el trato con lo sobrenatural, cuya importan­
cia social había crecido, se vuelven ahora dominadores. Constituyen
no sólo los cuerpos de eruditos que explican el destino humano, sino
también los técnicos que orientan el trabajo, determinando los perío­
dos apropiados para las diferentes actividades agrícolas. M ás tarde
compendian y codifican todo el saber tradicional, ajustándolo a las
nuevas necesidades pero tratando de fijarlo para todos los tiempos.
Tal carácter conservador era inseparable de su posición de guardia­
nes de verdades reveladas, cuya autoridad y cuyo poder no se encon­
traban en ellos sino en ias divinidades a ias que eran atribuidas.
Los shamans se convierten así en sacerdotes, y para atender las
nuevas funciones se organizan cuerpos burocráticos y se instituciona­
liza en iglesias ia antigua religiosidad coparticipada. En seguida éstas
se convierten en las principales agencias de ordenamiento de la so­
ciedad a partir de centros ceremoniales construidos con creciente
magnificencia. Su edificación y mantenimiento tiene dos efectos cru­
ciales. Primero, al exigir la aprobación de partes cada vez mayores
de bienes y de servicios, proporcionan las motivaciones de carácter
sagrado necesarias para inducir al campesinado a producir más de lo
que consumía, asegurando de tal modo, una dirección externa al pro­
ceso productivo. Segundo, la necesidad de reclutar temporariamente
trabajadores de ias aldeas para la edificación de los templos, permite
desarraigar m asas rurales cada vez más numerosas para constituir la
fuerza de trabajo urbano. De ella se seleccionan los artesanos más
talentosos para la manufactura de joyas, adornos y artículos de lujo
destinados al culto y a otros usos. El gobierno de los hombres, que
hasta entonces había sido materia de liderazgos tradicionales, se trans­
forma en función de una clase burocrática diferenciada, en ía cual la
preeminencia es tomada por figuras nuevas que, convirtiéndose en
divinidades vivientes, encarnan conjuntamente el poder político y el
religioso.

Estados rurales artesanales y jefaturas pastoriles nómades

En la fijación deí paradigma de estados rurales artesanaies tuvi­


mos en mente dos modelos básicos correspondientes a dos procesos
civiiizatorios distintos. Primero, las ciudades-estados que inauguran la
vida plenamente, urbana, basadas en la agricultura de regadío y en
sistemas socioeconómicos colectivistas, antes del 4000 a. C. en la
¡Vlesopotamia (Halaf); entre 4000 y 3000 a. C. en Egipto (Menfis, Te-
bas); en ia india (Mohenjo-Daro hacia 2800 a.C.); antes del 2000
a.C. en 1a China (Yang-Shao, H sia ); y mucho más tarde, en la Trans-
caucasia (Urartu, 1000 a.C.}; en Arabia Meridional {Hajar Bin Humeid,
1000 a.C.}; en ¡a Indochina (Khmer, 500 a.C., Champa, 700 d.C.;
Annam, 1000 d.C.; Siao, 1200 d.C.}; en Indonesia (Xrividjava, 750 d.C.,
Majdapahit, 1293 d.C.); y aun en el Altiplano Andino (Salinar y Ga-
iinazo, 700 a.C., y Mochica, 200 d.C.}; en Colombia (Chibcha. 1000
d.C.}; en el primer milenio de nuestra era, en el Japón (Jimmu),
reiterándose varias veces (Héian, 782 d.C.; Kamakura 1200 d.C.}.
El segundo modelo está representado por los estados rurales ar­
tesanales de organización privatísta, que se ejemplifican en las prime­
ras talasocracias maduras, como Fenicia (Tiro, Sidón, Biblos, entre
2000 y 1000 a. C .); las minoicas (Knossos, 1700 a. C.) y micénicas
(1700 a.C.), además de los etruscos (s. IX a. C.); de Atenas del siglo
VI a. C. y Boma anterior al siglo III a.C . A ellas puede agregarse,
todavía el estado sacerdotal judaico (1000 a.C.) y los estados que se
estructuraron como factorías comerciales del Asia Central (Kushan,
500 a.C.}, de Rusia (Kiev y Novgorod, 1000 d.C.). Es dudoso el
carácter de los llamados "reinos” africanos fundados aparentemente
en el esclavismo, como Ghana (siglo IX d.C.), Zimbabwe (siglo X
d.C.), Mali (sigio XII d.C.), Gao (siglo XIV d.C.), Congo (siglo XV
d.C.) y Songhai (siglo XVI d.C.). Estas formaciones de maduración
más tardía, tienen ocasión de adoptar una serie de desarrollos tec­
nológicos difundidos en otras áreas, como la metalurgia, y de impreg­
narse de valores de grandes tradiciones culturales. Su estructura de
estados rurales artesanales, se configura en forma distinta.
El tercer proceso civilizatorio provocado por la revolución urbana
correspondiente a la expansión experimentada por ias formaciones
pastoriles arcaicas, dio lugar a jefaturas pastoriles nómades. Éstas
pueden ser ejemplificadas por los "pueblos del desierto", como los
hicksos, los hititas y ios kassitas (1750 a 1500 a.C.), que se lanzaron
sobre las civilizaciones egipcia y mesopotámica; por los arios orien­
tales (1300 a. C .), escitas (500 a.C.), hunos (400 a.C.) y sakas (100
a. C) que avanzaron en varias olas sobre las civilizaciones orientales;
por los guerreros teutones, celtas y escandinavos que atacaron la
civilización romana a partir del sigio MI, y, también, por los árabes,
bereberes (600 d.C.), los tártaros y mongoles (1200 d.C.) y man-
chues (1500 d.C.). Algunos de estos últimos, por su desarrollo tardío,
tuvieron ia oportunidad de integrarse en la tecnología de! hierro y dé
configurar un nuevo tipo de formación socioculturai: los imperios des­
póticos salvacionistas, en ei curso de otro proceso civilizatorio.
La revolución urbana, actuando a través de los tres primeros
procesos civilizatorios referidos, que dieron lugar a aquellos distintos
modelos de organización sociopolítica, provocó además de la dicoto-
mización de las sociedades en contenidos rurales y urbanos, la apa­
rición de dos formas divergentes de vida rural:, la rural artesanal y
ia pastoril. Aunque favoreciendo en muchas de ellas el mantenimiento
de singularidades que continuaron diversificándolas culturalmente, las
unificó como estilos de vida. Surgen así, en oposición a un estilo de
vida ciudadano, dos estilos rurales, el campesino y el pastoril, cuyas
diferencias culturales pasan a ser menos relevantes que sus seme­
janzas como estructuras sociales, derivadas de la uniformidad de los
respectivos sistemas adaptativos. Son éstos los que imprimen, tanto
a ias poblaciones urbanas como a las campesinas y también a ias
pastoriles del mundo entero, un aspecto común que sobresale entre
todas sus variedades de lenguas y de costumbres.
Los dos modelos básicos de estados rurales artesanales se con­
figuran con el surgimiento de unidades políticas supracomunitarias
como centros de poder instaiados en ciudades que dominan pobla­
ciones rurales mucho mayores que ellas (80 a 90 por ciento de la
población total), dispersas en su contorno inmediato o aglutinadas en
comunidades campesinas. Estas tienen su vida disciplinada por una
tradición milenaria y no experimentan las alteraciones radicales que
se desencadenaron sobre las poblaciones ciudadanas. En ellas, las
unidades familiares y la solidaridad fundada en el parentesco conti­
núan representando ei papel de principios ordenadores de la vida
social; la existencia permanece rutinaria, marcada apenas por el su­
ceder de las estaciones, cada una de las cuales obliga a reiterar las
mismas actividades. Hombres y mujeres trabajan sucesivamente en
la labranza, en la cría de animales domésticos y en las industrias
caseras de fabricación de artefactos. Hay poco margen para la espe-
ciaíización, puesto que todos conocen ias técnicas productivas básicas,
atribuidas no obstante según líneas de sexo y de edad. Tampoco hay
lugar para Sa competencia abierta o para el espíritu aventurero o re­
novador. Lo que prevalece es más bien un profundo sentimiento de
que la vida es siempre igual, de que ia- tradición contiene todo eí
saber, de que tos bienes terrenales son limitados. Ante las poblacio­
nes de las ciudades desarrollan un arraigado sentimiento de aversión,
fundado en la ¡dea de que !os urbanistas son incapaces de dedicarse
a un trabajo verdadero, viven de la explotación de los campesinos y
son culpables de las desgracias desencadenadas sobre el mundo ru­
ral, como guerras y pestes (R. Redfield, 1953; G. M. Foster, 1964,
1965; E. Wolf, 1966).
En las ciudades nacientes comienza un estilo de vida orientado
hacia el futuro, pleno de élan expansionista y de ambición, informado
por un saber explícito que, aunque deificador de la tradición, permite
el cultivo de cierto espíritu de indagación. Una movilidad social mayor
estimula la competencia por el control de las fuentes de riqueza, de
poder y de prestigio, entendidas todas ellas de modo más objetivo y
enfrentadas en forma práctica y combativa. Un desarrollo particular
es experimentado por algunas de estas estructuras, que se especia­
lizan como núcleos de traficantes y de guerreros del mar. Son las
talasocracias. Creciendo, colocan al servicio de sus centros de poder
marítimo vastas poblaciones que pasan a dominar o con las cuales
comercian absorbiendo sus excedentes. Algunas de estas estructu­
ras alcanzan gran desarrollo y ejercen un papel de dinamización del
proceso evolutivo sólo equiparable ai de fas formaciones pastoriles,
como núcleos de difusión cultural que actúan por medio del comercio
y de ía guerra.
Las jefaturas pastoriles nómades, condicionadas por la atención
de sus rebaños trashumantes, nunca llegaron a sedentarizarse; apenas
desarrollaron una estratificación incipiente y sólo raramente diferen­
ciaron contenidos urbanos. Su rutina de vida más uniforme, en nú­
cleos sociales menores y más aislados, por estar dispersos sobre
enormes áreas, así como su sistema alternado de trabajo que, a veces,
exige gra n esfuerzo pero proporciona después largos períodos de re­
cuperación, no dan lugar a una estratificación rígida. La movilidad
que el caballo o el camello les aseguran, sumada al espíritu aventu­
rero que desarrollan, acaban por imprimir a estos pueblos pastores
un estilo peculiar de vida y ciertas cualidades especíales de agresi­
vidad y brío que los hacen no sólo diferentes sino opuestos a! canv
pesinado. Estos factores de diferenciación transformaron a las hordas
y luego a las jefaturas pastoriles nómades en eí terror de los pueblos
ruraíizados, incapaces de defensa contra sus ataques, y a menudo
obligados a pagarles tributo o a sufrir saqueos periódicos y, por úl­
timo, a someterse a su dominio, mediante la sustitución de la antigua
capa dominante por la jefatura pastoril que los venza y sojuzgue.
Esas formaciones pastoriles se desarrollaron en Sa periferia de
los estados rurales artesanales, como proveedores especializados de
bovinos para uncir a arados y carros, de asnos para carga, de caba­
llos y camellos para silla y para la guerra. La documentación arqueo­
lógica comprueba que a principios del segundo milenio antes de Cristo
algunos de estos grupos pastoriles ya dominaban la tecnología me­
talúrgica indispensable para la fabricación de ios frenos de los ca­
ballos y de gran parte de su bagaje de uso común. Comienzan en­
tonces a lanzarse sobre las poblaciones ruraíizadas, trasmutándolas
étnica y socialmente, y más tarde sobre los propios centros de ci­
vilización urbana a los que antes proveían de animales domesticados
o servían como conductores de tropas de animales de carga.
Su modo de vida, viabilizado por una economía mercantil lucra­
tiva, fundada en la explotación del crecimiento natural de ios rebaños
y en la valorización de los animales a través del adiestramiento, les
permite una multiplicación constante dei ganado y de los pastores.
Selecciona el ganado y los hombres; a éstos, por las aitas exigencias
de tenacidad, agilidad y resistencia que ia lidia pastoril impone, in­
fundiendo actitudes señoriales, así como ambiciones de riqueza y
dominio que los harían, más tarde, los naturales dominadores de los
pueblos sedentarios.
Como se ve, la revolución urbana no sólo profundizó las diferen­
cias entre los modos de vida agrícola y pastoril, sino que también
los contrapuso uno al otro de la manera más drástica. La interacción
entre estas dos formaciones tuvo un papel dinámico de importancia
capital en la línea evolutiva de las sociedades humanas. El impulso
expansionista y conquistador de los pueblos pastores compelió a mu­
chas sociedades agrícolas a ascender a la condición de estados ru­
rales artesanales, sea por la necesidad de defensa contra sus ataques,
sea por efecto de su dominación por hordas pastoriles guerreras. Esta
conjunción tuvo dos efectos cruciales; primero, condujo a ia constitu­
ción de sociedades multiétnicas, y así fortaleció los vínculos políticos
en reiación con los familiares y tribales y permitió constituir amplias
unidades nacionales capacitadas para expandirse de modo imperialista
sobre vastos territorios' a través deí sojuzgamiento y organización de
todos sus pueblos en amplios sistemas de dominación económica y
política. Segundo, contribuyó al surgimiento de sociedades privatistas
pues proyectando ias formas de repartición de ios rebaños sobre ias
tierras y sobre las poblaciones conquistadas puso en cuestión la pro­
piedad colectiva de los campos de cultivo, antes coparticipada por
agricultores, e impuisó su división en lotes de tierras y grupos de
hombres, para su apropiación por los conquistadores.
La institucionalización de los estadas rurales artesanales se hace
a través de dos líneas básicas de ordenamiento de la vida social que
actúan simultáneamente y en constante interacción una con la otra:
primero, la regulación de la vida económica mediante ia instituciona­
lización de la propiedad privada o estatal, como un sistema de in­
centivo para ia producción de excedentes y de apropiación de éstos
por una capa minoritaria; segundo, la institucionalización dei poder
político a través de ia organización del Estado.
Los ejemplos más expresivos de estados rurales artesanales fun­
dados en la propiedad privada y en la esclavitud son dados por las
talasocracias. Estas surgen y se desarrollan gracias a las posibilida­
des del comercio y de la guerra, y tienden a crecer como unidades
multiétnicas de ordenamiento social rígidamente clasista. Sus pobla­
ciones se dividen en categorías de hombres libres, que varían según
su riqueza en bienes acumulados, esclavos y tierras o su pobreza
y dependencia, y en una amplia capa subalterna de esclavos com­
puesta por los extranjeros apresados en la guerra, pero en la cual
pueden caer los antiguos ciudadanos libres que pierden sus medios
de vida.
Ei desarrollo de esos estados de modelo privatista se debe más
a factores externos que a un proceso evolutivo autónomo. Efectiva­
mente, esto sería impracticable sin la maduración previa de las so­
ciedades con las cuales pudieran comerciar sus manufacturas, para
así hacerse económicamente viables. Un mínímo de desarrollo propio
era, no obstante, indispensable para hacerlos capaces de especializa-
ción en ei sector manufacturero y comercia! o para emprender haza­
ñas como la construcción de veleros marítimos, que exigen ¡a com­
binación de diversos materiales y una organización de esfuerzos sólo
practicable en una sociedad ordenada por una autoridad supracomuni-
taria (F. Cottrel!, 1958). Su poderío se amplía paralelamente a su
enriquecimiento, porqué con Sos mismos veleros hacían el comercio
y ia guerra, ofensiva y defensiva, y también porque desarrollaron los
primeros sistemas de explotación coloniai-esclavista, que colocaron ai
servicio de sus clases dominantes enormes masas humanas esclavi­
zadas fuera de sus territorios. Fue a través de esa combinación de
actividades comerciaies, guerreras y coloniales que esas primeras
sociedades privatistas de traficantes del mar pudieron crecer para
empresas más ambiciosas hasta llegar, finalmente, a ser una de las
principales fuerzas destructoras de los núcleos de civilización que
habían hecho viable su existencia.
En sus formas más avanzadas, la capa superior de estas socie­
dades privatistas pueden apropiarse de las tierras de su propio cam­
pesinado, reduciéndolo a una fuerza de trabajo alienada de sus inte­
reses y sometida a voluntades extrañas. Como e! objeto de ese do­
minio es obtener beneficios por ios excedentes producidos por el
trabajo, el consumo de ios trabajadores tiende a ser comprimido hasta
límites extremos. Así, las potencialidades de ia nueva tecnología, con­
dicionadas por ciertas formas de organización social para la produc­
ción de bienes, acaban por condenar a la penuria no sóio a extranje­
ros esclavizados sino a un sector creciente de la propia etnía nacional.
Y lo que es más significativo, a una penuria que no deriva ya de im­
perativos naturales o de una tecnología rudimentaria sino de las for­
mas de organización de las relaciones de producción, o sea de! poder
constrictor de una capa privilegiada. Esta tendencia conduce a algu­
nas sociedades a profundizar ei proceso de estratificación hasta al­
canzar a la población entera, dividiéndoia en una minoría de propie­
tarios de la tierra, del ganado y de ios instrumentos humanos y ma­
teriales de trabajo, y en una mayoría de dependientes, transformada
en clase subordinada, libre o esclava.
El modelo colectivista de estado rural artesana! se funda prin­
cipalmente en la agricultura de regadío y en Ea propiedad estatal de
la tierra, controlada por un poder central de carácter sacerdotal y
por su burocracia, y se asienta más en e! avasallamiento de la masa
campesina por medio de la cobranza de tributos y contribuciones en
servicios que en ia esclavitud personal de la fuerza de trabajo. Los
estados de ese modelo, aunque dedicados también a las guerras de
conquista para ampliar sus áreas de dominio, no hacen de ellas una
función permanente, a la inversa de los estados de tipo privatista, que
exigen una continua provisión de esclavos para operar su sistema
productivo. Sus capas dominantes, reclutadas por criterios tradicio­
nales, tienden a preservar un- grado más alto de responsabilidad social
para con su propia población de campesinos y artesanos, concentra­
dos principalmente en pequeñas aldeas.
En los pasos iniciales del desarrollo de este modelo de Estado
Rural Artesanal colectivista, la organización de la producción se hace
en base a las instituciones tribales de cooperación ¡ntercomunal (J.
Steward, 1955 y 1955 b); M á s tarde, éstas tienden a ser sustituidas
por formas cada vez más imperativas de reclutamiento de mano de
obra por parte dei estado y su burocracia, que crecen y se fortalecen
en eí ejercicio de las funciones de conscripción y de exacción, a
medida que se extienden los sistemas de irrigación. Este poderío
político, propiciando, a cierta altura, el acometimiento de obras cada
vez más ambiciosas, tanto destinadas al regadío (que fortalece ef
sistema económico) como obras faraónicas (que ío debilitan), lleva
al estado a un creciente despotismo. Estos desarrollos ya tendrán
lugar, sin embargo, en el cuerpo de un nuevo tipo de formación y
en ía fase decadente de ella.
La estructura económica de esas formaciones colectivistas, al no
incentivar en los estratos sociales superiores una viva competencia
por el enriquecimiento podría llevar al estancamiento socioculturaí.
Contra esa tendencia, sin embargo, actúan mecanismos propios de
dinamizacíón social, que conducen también al aumento de ia produc­
tividad y a una nueva aplicación productiva de los excedentes gene­
rados. En esas sociedades la tendencia al consumo conspicuo por
parte de las capas parasitarias encargadas de funciones públicas, co­
mo agentes del poder político o aftas jerarquías sacerdotales y buro­
cráticas y comandos militares, favorece también un fomento de las
actividades de producción de artículos de lujo, de construcción de
residencias y de usufructo de servicios subalternos, a costa de sacri­
ficios crecientes de las capas desposeídas. En ciertos casos, la
explotación de la maisa de la población por parte de esos estratos
dominantes se torna tan opresiva que conduce, aquí también, a insu­
rrecciones campesinas, como la egipcia de 2200 a, C. Entre tanto, la
circunstancia de que el principal factor dinámico se base más en las
disputas por el poder, como la fuente real de todas las regalías, que
en la conquista deí enriquecimiento personal por vía de actividades
productivas y de intermediación, garantiza a esos estados colectivistas
una estabilidad social y política mucho mayor que las de las socie­
dades configuradas según el modelo privatista.
La otra forma básica de ordenamiento de los estados rurales arte­
sanales corresponde al advenimiento de la forma estatal, a través de
un esfuerzo de institucionalízación de sistemas de gobierno incipien­
temente desarrollados. Este esfuerzo se produce como respuesta a
varios órdenes de imperativos. Primero, e! de ia preservación de la
solidaridad grupa! y de !a capacidad de autodefensa en sociedades
internamente diferenciadas, en las que el destino de cada persona
se rige fundamentalmente por su situación de clase. Segundo, el
mantenímento del orden interno en sociedades transformadas ya en
no igualitarias, lo que sólo se hace posible con la creación de com­
plejos servicios de control sociai y de represión. Tercero, ia necesidad
de delegar a órganos centrales funciones de planeamiento, ejecución
y contralor de servicios de interés colectivo, como la construcción y
mantenimiento de redes de irrigación y muchos otros tipos de servi­
cios que se van volviendo cada vez más complejos y exigentes.
Los estados tienen sus instituciones básicas conformadas prin­
cipalmente por e¡ tipo de reglamentación de la propiedad que orientó
su constitución. Serán principalmente ordenaciones del poder patro­
nal fundado en la explotación económica en las sociedades privatis-
tas, basadas en la propiedad privada y en la esclavitud, y principal­
mente, institucionalizadoras del poder patricial fundado sobre las fun­
ciones técnico-burocráticas, en las sociedades de modelo colectivista,
que se asientan en la propiedad estatal de la tierra. Am bos deben
cumplir un mínimo de funciones generales de preservación del or­
den interno, de defensa externa, de prestación de servicios, de admi­
nistración y provisión de recursos, y sobre todo de reglamentación
formal de ia vida social. Su s principales expresiones fueron alcan­
zadas, en los estados de modelo colectivista, a través del compen­
dio de las normas sociales en códigos. Ésta fue una tarea de sa­
cerdotes que se encargaron de ajustar la tradición a las nuevas exi­
gencias de la vida social diversificada, estatuyendo en textos lega­
jes-religiosos el orden social no igualitario como un orden sagrado
cuyos preceptos y reglas entran a regir en todo el ámbito de domi­
nación del Estado.
En esos códigos se encuentran las expresiones más claras de
los objetivos generales de la sociedad, cuya consecución cabe a
todos los ciudadanos, así como de las metas individuales socialícen­
te prescritas como deseables, en términos de consentimientos, pre­
mios y sanciones. En ellos también se definen las actividades o
conductas recomendadas o prohibidas y ¡os derechos individuales
salvaguardados. Se establecen, así, fundadas no tanto en la tradición
como en los imperativos de la nueva estructura económica, las re­
glas generales dentro de cuyo encuadramiento se desenvuelven la
vida social y la competición entre los diferentes estratos de la so­
ciedad.
Institucionalizado y garantizado por el estado, el orden social no
igualitario, espontáneamente implantado en las relaciones sociales,
impone extremos de riqueza y de pobreza, de poder despótico y de
opresión. La igualdad dentro de las etnias tribales y 1a fraternidad
familiar o ciánica dan iugar, de ahí en adelante, a mutualidades de
interdependencias categoriaies dentro de una nueva forma de soli­
daridad, e! vínculo cívico y de un criterio nuevo de calificación so­
cial, la estratificación. El primero, encarnando ia figura étnica del
grupo dominante, impone su lengua, sus costumbres, sus institucio­
nes y creencias a todos los pueblos incorporados a la órbita de do­
minación estatal, desvinculándolos de sus propias tradiciones para
integrarlos en la nueva sociedad como capa subalterna llamada a
una participación parcial en la vida cultural e institucional. El se­
gundo, estratificando la sociedad, hace a ia condición de clase mu­
cho más determinante del papel y del destino de ias personas que
ia condición familiar o tribal.
Ei ejercicio de las funciones de mantener el orden social inter­
no y promover la expansión étnica requiere que el estado amplíe
incesantemente sus servicios administrativos, de control sociai, de
represión y de guerra. Para costearlos introduce tributos que con­
sumen sectores cada vez mayores del producto, al mismo tiempo
que absorbe masas crecientes de personas en actividades no pro­
ductivas, como la guerra, las edificaciones suntuarias y ia burocra­
cia. Simultáneamente, el estado asume nuevas funciones antes ejer­
cidas por otras agencias. La justicia deja de ser materia privativa
de la familia o del clan para volverse atribución de especialistas.
La tranquilidad social se torna, por igual, objeto de las policías esta­
tales. Por fin, la actividad guerrera, otrora obligación de todos los
hombres, pasa a ser cumplida por jefes especializados y tropas per­
manentes, movüizabies no sólo contra enemigos externos, sino tam­
bién contra las amenazas de subversión de las clases subalternas.
Éste es un desarrollo inevitable en los estados rurales artesanales,
colectivistas y privatistas, en virtud de la sedentarización de los cam­
pesinos y de la especialización de los artesanos, que, ai hacerlos
cada vez más ineptos para la guerra, vuelven a la sociedad vulne­
rable a los asaltos de las jefaturas pastoriles, nómades, ávidas de
saqueo y de ominio. No obstante ello, eí ingreso de comandos mi­
litares permanentes en el cuerpo del poder estatai empieza a cons­
tituir uno de ios principales factores de agitación interna, en virtud
de las ambiciones que suscita ía existencia de un poder guerrero
autónomo apto para apropiarse de ia maquinaria dei estado.
En el orden externo son funciones básicas dei estado las acti­
vidades de defensa y la promoción de la guerra, como imperativos
de perpetuación del dominio étnico sobre su territorio, y por consi­
guiente, de la autonomía y de la libertad de los ciudadanos, e ins­
trumentos de expansión sobre otros pueblos. Es también el estado
quien garantiza las condiciones de estabilidad y orden indispensables
al comercio. La ausencia de un mínimo de garantías para los mer­
caderes en e! ejercicio de sus funciones hacía impracticable el co­
mercio entre sociedades distintas. Aunque a nivel tribal se registren
ciertas prácticas dé trueque, ei desarrollo del intercambio mercantil
internacional exige el establecimiento de condiciones básicas de
convivencia pacífica y de seguridad para los mercaderes que trans­
portan gran volumen de bienes, que sólo pueden tener lugar bajo
la égida de autoridades respetadas por todos.
La implantación del orden interno en las primeras áreas de es­
tados rurales artesanales de carácter colectivistas constituye un pre-
requisito indispensable para el desarrollo ulterior de sociedades mer­
cantiles de base pastoril o marítima. Los primeros núcleos de la
civilización mlnolca y micónlca, así como la fenicia — que represen­
taron un papel crucial en la difusión de íos progresos alcanzados
en la Mesopotamla y Egipto-— constituyeron, por eso, desenvolví*
mlentos externos de aquellas civilizaciones.
El papel de los mercaderes no fue, sin embargo, meramente
pasivo en este proceso. En muchos casos fueron ellos quienes for­
zaron la apertura del comercio, ejerciéndolo como una actividad poco
diferenciada de la guerra, que ofrecía la oportunidad de trueque
como una alternativa al saqueo. En el plano cultural, el traficante
surge sobre todo en las costas marítimas, como un agente Inter-
cultural desarraigado de su comunidad de origen, y capacitado para
actuar Intersocletarlamente. Las características de alienación desa­
rrolladas' en su propia sociedad, como agentes parásito de intermedia­
ción entre sectores productivos, se acentúan, y lo hacen más mar­
ginal. En su s formas externas, ese estamento ya no guarda lealtades
étnico-culturales a cjrupo alguno, sino a aquellos que le aseguren el
ejercicio de su función y la garantía de la acumulación y disfrute
de sus bienes.
En las sociedades en que prevalece la propiedad estatal, el estado
tiene como objeto perturbar eí ordenamiento social en la forma de
una comunidad de coposeedores libres e iguales, obligados todos
ai cultivo de sus tierras, a ia producción artesanal dentro de unida­
des autosuficientes y a la producción de un excedente del que el
estado se apropia por medio de tributos. Pero ía simple presencia
de un comando político extracomunltarlo con funciones de dirección,
y de cuerpos diferenciados de recaudadores de tributos, de guerre­
ros y de sacerdotes, tiende a romper la estructura igualitaria, dife­
renciando una capa dominante, cuyas pautas de consumo se enri­
quecen y exigen destinar crecientes sectores de la fuerza de tra­
bajo para atenderlas. El estado se corportea, en este caso, como un
gobierno central permanente asentado sobre toda la sociedad, que
opone una minoría dominante a la masa de la población integrada
en las ciases de subditos. Esta minoría, convocada para ei ejercí-
ció de un papel ordenador y capaz de imponerse a todos — porque
monopoliza el uso legítimo de la fuerza— , acaba también por que­
brar ia autonomía de ia unidad familiar, ciánica y tribal, para hacer
valer, sobre todas las cualidades, la de súbditos de una entidad po­
lítica suprema implantada sobre el territorio. Este grupo dominante
estatal es reclutado entre ios antiguos líderes con un prestigio fun­
dado en la tradición y en ía guerra, y tiende a perpetuar y a ensan­
char sus privilegios por medio de ia sucesión hereditaria en loa
puestos y de la educación erudita de su prole. Consigue constituir­
se también en una capa privilegiada que estructura al estado, no como
un poder neutro, superior a las clases sociales opuestas por el an*
tagonlsm o de sus intereses en conflicto, sino como ei poder man­
tenedor de los Intereses creados destinados a asegurar a las capas
privilegiadas el goce tranquilo y ia fructificación de sus regalías. Por
ello, también en los estados del modelo colectivista se destaca con
toda nitidez, ei círculo de los poderosos, formado por la nobleza
hereditaria, los jefes militares, las jerarquías sacerdotales y ia alta
burocracia, unidos todos entre sí por su antagonismo con la masa
socialmente índiferenciada, pero siempre en conflicto virtual unos con
los otros, en el esfuerzo por ordenar la vida social del modo más
conveniente a cada facción.
Una vez Instituidos, los estados tienden a una reglamentación cada
vez m ás restrictiva de las actividades sociales en términos de preser­
vación de ios Intereses de los grupos dominantes. Contra esta ten*
dencia actúan, sin embargo, fuerzas m ás profundas provenientes tanto
de ia dinámica de la oposición de intereses de las diversas catego­
rías sociales como, y principalmente, de ias innovaciones tecnológi­
cas que amplían ias fuentes de riqueza y de poder, Estas fuerzas
invaiidan sucesivamente los ordenamientos alcanzados, impidiendo el
esclerosamlento socialporque fuerzan continuamente la redistribución
de los frutos del trabajo o de las oportunidades de ejercicio del poder
y de goce dei prestigio social entre ias capas dominantes.
En todos los modelos de estados rurales artesanales, la lucha
por el poder entre ios cuerpos diferenciados de ia capa dominante
crea problemas de legitimación formal del régimen en base a concep­
ciones religiosas, militares o cívicas, siempre discutibles por la am­
bigüedad de las tradiciones contradictorias en que se fundan y por
su carácter de meras justificaciones del ejercicio del mando conquis­
tado por uno de los cuerpos contra los demás. Lo cierto es que en
todos ellos se registran ias m ism as estructuras básicas, de poder
clasista. Ésas, entre tanto, al variar de acuerdo con el modo de re­
clutamiento y ia composición de ia élitedirigente, tienden a asumir
la forma de estados-iglesia, en las formaciones colectivistas, y la de
democracias patronales-patriciales, en las privatistas; ambas con la
amenaza permanente de desaparecer bajo dictaduras militares.
Los estados rurales artesanales de modelo colectivista se estruc­
turan como estados-iglesia (Leslie White, 1959), regidos por monar­
quías de base tradicional, de fuerte tendencia centralista, que con­
centran en la figura del rey la propiedad nominal de la tierra, !a con­
ducción suprema de la vida religiosa (frecuentemente por la identifi­
cación del soberano con la propia divinidad), el comando superior de
la guerra y la dirección de la máquina burocrática de recaudación y
de servicios. Su organización es básicamente de castas porque, den­
tro de esta estructuración, los cuerpos sociales que más se diferen­
cian e imponen son la aristocracia reai, eí sacerdocio, las jefaturas
militares y ía burocracia, y todos tienden a reclutar sus miembros se­
gún criterios hereditarios que los transforman en castas privilegiadas
y propensas también a convertir la condición campesina y artesanal
igualmente en hereditarias.
Una configuración militarista del estado se estructura más tardía­
mente con el predominio de una jerarquía guerrera que se impone
despóticamente sobre su propio pueblo o sobre pueblos dominados,
en ios estados de modelo tanto colectivista como privatista. Los es­
partanos ofrecen un ejemplo extremo de este 'modelo desarrollado en
los cuadros de una economía esclavista. Otros ejemplos son los di­
versos estados fundados a través de (a conquista de sociedades agrí­
colas por jefaturas pastoriles, como el período de dominio Hickso
sobre Egipto o ios Estados Kassita e Hitita de la Mesopotamia, y aun
ios dominios impuestos a diferentes regiones de ia India por ataques
de pueblos pastoriles, así como diversas sucesiones dinásticas ejer­
cidas por jefaturas mongólicas en ia China.
Una tercera configuración de desarrollo aún más tardío está re­
presentada por las ciudades-estado de organización democrática, como
las griegas y romanas de los períodos iniciales, en que un patronato
esclavista integrado por mercaderes, latifundistas y empresarios de
ergasterions participa en la formación y en ía conducción de ios ór­
ganos de poder político. Estas sociedades de modelo privatista, al
propiciar mayores oportunidades de ascenso social al empresariado
de comerciantes y ia oligarquía rural de grandes propietarios escla­
vistas, ensanchan el estrato dominante y favorecen eí desarrollo de
instituciones democráticas. Aunque circunscrita al ámbito patricio,
esta estructura política se opone, como modeio, al carácter centraii-
zador de los estados-iglesia y de ias dominaciones militaristas y su s­
tituye ios criterios hereditarios de reclutamiento de los miembros de
los cuerpos dominantes por procedimientos más igualitarios y compe­
titivos. Tales estructuras de poder más democráticas jamás alcanza­
ron (a estabilidad de los otros modelos; tendieron todas a degenerar
en tiranías. Asentándose en la oposición irreductible entre estrechas
capas de ciudadanos-propietarios libres y ¡a plebe, que incluso cuando
es libre ya no es igual, y los esclavos, ni libres ni iguales, se vieron
compelidas a crear instituciones formales de control social y de re­
presión que, al fortalecer ias tendencias militaristas, las condujeron
a regímenes dictatoriales. Se combina, de este modo, un despotismo
esencial — ejercido por toda la clase dominante sobre la masa esclava
y sobre capas libres pero empobrecidas y por eso alienadas social­
mente— , con una democracia de participación limitada al estrato pa-
tronal-patricial o con una tutela militar ejercida en nombre de ese
patriciado. Los rasgos más característicos de tales sistemas políticos
proceden de ¡a ausencia de una dominación sacerdotal y de una estra­
tificación en castas y del desarrollo de capas medias entre las pobla­
ciones urbanas, que al asegurar más amplias oportunidades de espe­
culación intelectual y de debate establecen condiciones propicias para
que intelectuales y artistas ejerzan más libremente sus actividades
creadoras.
Todos esos tipos de ordenamiento de la vida política actúan como
un poder condicionador del progreso social, tendiente a subordinar
todo a los objetivos de dominación de los grupos dirigentes. La ex­
pansión de la productividad, que como consecuencia de continuos pro­
gresos tecnológicos se venía experimentando desde ios albores de ia
revolución urbana, va a ser condicionada, desde entonces en adelante,
a los imperativos de ¡a preservación de los intereses creados, o sea,
de! mantenimiento de los ricos y de su contraparte necesaria: la po­
breza general. Tanto la disponibilidad de grandes masas de mano de
obra sometida al vasallaje generalizado en el modelo colectivista de
Estado, como ias disponibilidades de esclavos apresados en la guerra
en ei modelo privatista, desalientan la renovación tecnológica. Por
ello los progresos alcanzados en los dos primeros milenios anteriores
ai 300 a. C. fueron tan superiores a ios experimentados en los dos
müenios posteriores (Gordon Chiide, 1946, 1960; S. Liiley, 1957).
Aunque los progresos de la revolución urbana implicaban poten-
cialmente mayor libertad por su promesa de abundancia, representa­
ron para la mayor parte de las poblaciones humanas la condena a
la esclavitud o al vasallaje previamente desconocidos. Se difundieron
no como meros descubrimientos técnicos libremente adoptables por
otros pueblos, sino como fuerzas de dominación externa controladas
por las sociedades que primero desarrollaron la nueva tecnología y
experimentaron pioneramente su acción renovadora. En cada sociedad
de economía agrícola o rural-artesanal, al incremento demográfico he­
cho posible por la disponibilidad de alimentos, se sumaron nuevos
contingentes, por Ja integración en el cuerpo social de personas des­
alojadas de otros pueblos a través de la esclavitud e incorporados
por medio de la deculturación y de ia asimilación.
A través de los diversos procesos civilizatorios desencadenados
por ia revolución urbana — tal como ocurriera con la agrícola— se
cumplió la reducción de miles de pueblos tribales diversificados en
microetnias, cada cual con su lengua y cultura peculiar, a un número
más reducido de etnias correspondiente a unidades políticas m ás po­
pulosas. En otros términos, las fuerzas libertarias de la nueva revo­
lución tecnológica no actuaron en los cuadros étnicos de las viejas
formaciones tribales, sino a través de configuraciones étnicas que ella
misma generó al demoler ¡as antiguas estructuras. Estas etnias, cons­
tituyendo estados expansionistas, al entrar en conflicto unas con otras
dan lugar a nuevos ordenamientos étníco-nacionaies, y proyectan so­
bre áreas cada vez más amplias su poderío, sus lenguas y sus cos­
tumbres, junto con la nueva tecnología productiva. Después de alcan­
zar cierto grado de expansión mediante e! dominio de diversos pue­
blos, esas etnias ampliadas acaban por volverse vulnerables ai ataque
de alguno de los pueblos sojuzgados que haya asimilado la nueva
tecnología y madurado para la Independencia, Se suceden “edades
oscuras” o protofeudalismos en los que las relaciones mercantiles y
los vínculos de señoría se Interrumpen y cada población vuelve a re­
construir pacientemente su propio ethos hasta que una de ellas con­
sigue alzarse sobre las demás iniciando un nuevo ciclo expansionista,
o que el surgimiento de un nuevo proceso civiiizatorio permita Inte­
rrumpir esos movimientos reiterativos, generando nuevas formaciones
socfoculturales.
Todos los pueblos resultaron afectados por ios diez milenios de
revolución agrícola y los seis milenios de revolución urbana. Aun
ios pueblos marginales que resisten hasta ahora a la integración en
los estilos de vida creados por ellas, sufrieron profundamente sus
efectos reflejos,
Segunda parte

Las civilizacion es regionales

ili. La revolución del regadío

A pesar de sus inmensas potencialidades, ia revolución urbana


sólo im pulsó,;durante Eos primeros milenios, la creación de estados
locales en disputa, sucedióndose en las m lsnias áreas, incapaces de
dar forma y estabilidad a una civilización regional. Aún se expandían
en circuios concéntricos sobre los espacios culturales preagrfcolas
yde agricultura incipiente, cuando comienza una nueva revolución
tecnológica y ¡cristaliza una niievá formación, capacitada para consti­
tuir las primeras civilizaciones regionales. Tal fue la revolución del
regadío que provee las bases tecnológicas de los Imperios teocráticos
de regadlo, que surgen primero en la Mesopotamia, con los Imperios
acadlo (2350 a^C.) y babilónico (1800 a.C.); en Egipto, con el impe­
rio M edio (2070 a.C.) y con el imperio Nuevo (1750 a.C .); en India,
con los imperios Maurya (327 a.G.) y Gupta (320 d.C.); en China, con
ias dinastías Chou (i 122 a.C .), Chin y Han (220 d.C .); Tang (618
d.C.), M lng (13,68 d.
C.) y Ching (1644 d.C .); én Indochina, con el
imperio de Cambodia (600 d.C.). M á s tarde se estructuran en las
Am éricas con el Imperio Maya (1300 d.C.) y, finalmente, con los Im­
perios Inca y Azteca, que el conquistador español encontró pujantes
y rápidamente abatió*. El Japón emerge también hacia la civiliza­
ción en el cuerpo de una formación teocrática de regadío, inspirada
en el jnodeío chinó, con Tokugawa (1603 d.C.).
Sus requisitos tecnológicos, institucionales e ideológicos, se ve­
nían acumulando, desde mucho tiempo atrás, en los estados rurales
artesanales de modelo colectivista. Se configuran plenamente como

i Los (Olayas, com o lo s Khmer. so n in clu id o s aquí por la presencia en am bos


de obras de control de la s agu as. Sin em bargo, ninguno de e llo s d esa rrolló una
agricultura de re ga d ío com parable a la de lo s d em ás, en parte por la s pecu liarid ad es
e c o ló g ic a s de la s zonas tro p ica le s donde e sta s d o s civ iliz a cio n e s florecieron. Este
m ism o Carácter tropical y la d isp on ib ilid a d de m ad eras y otro» m ateriales de co n s­
trucción pere clb les explican el contraste entre sus m aje stu o sa s e d ific ac io n e s de cen­
tros ce rem o n ia le s y la "p o b r e z a " de su s ciudades,-^carentes o pobres de e d ific io s de
habitación, c a p a ce s de dejar te stim on io arqueológico'.
civilizaciones basadas en ia agricultura de regadío, a través de com­
plejos sistem as de compuertas y canales, regidos por centros urba­
nos que se convertirían en metropolitanos, como cabezas de extensas
redes de ciudades.
Algunos de esos procesos civiiizatorios emergieron por gestación
autóctona, cumplida paso a paso, como parece haber ocurrido en ia
Mesopotamia y en ias Américas. Otros pueden haber surgido de ía
fecundación de un viejo contexto cultural por la adopción de innova­
ciones tecnológicas e institucionales originalmente desarrolladas en
diferentes lugares. De cualquier manera, todos se configuran como
formaciones socioculturales tan radicalmente diferenciadas de las an­
teriores'y de las posteriores que sóio pueden ser comprendidas como
una nueva etapa de la evolución humana o como eí fruto maduro de
una nueva revolución tecnológica, la del regadío.
Algunas de estas civiíizaciones brotaron de ía gestación dé des­
cubrimientos técnicos e institucionales desarrollados después de la
sedentarización de las comunidades agrícoias y de su organización en
sociedades estratificadas. Tuvieron un pape! decisivo los sistemas de
ingeniería hidráulica, que abrieron nuevos horizontes a la agricultura
irrigada y abonada, dirigidos por gobiernos centralizados que propi­
ciaron un prodigioso acrecentamiento de la productividad de las áreas
cultivadas, con el aumento correspondiente de ios excedentes alimen­
tarios. Estas disponibilidades no solamente facilitaron nuevos incre­
mentos demográficos, sino que permitieron ia manutención de grandes
masas eximidas de las actividades de subsistencia, alistables para
otras tareas, que variaban desde la construcción de grandes obras
hidráulicas necesarias para la irrigación en aita escala, hasta la edifi­
cación de obras faraónicas y guerras de conquista. Sus contribuciones
tecnológicas fundamentales, además de la ingeniería hidráulica en que
se fundaba la agricultura de regadío en aita escala, fueron la genera­
lización de la metalurgia deí cobre y dei bronce y la cerámica; ia in­
vención de los azulejos, de nuevas técnicas y nuevos materiales de
construcción, de nuevos procedimientos basados en ia polea, en la
prensa y en los cabrestantes y, además, el desarrollo de ia escritura
ideográfica y de la notación numérica. Estas invenciones, en combina­
ción con otros elementos, condujeron a algunas sociedades humanas
a avances revolucionarios en ia línea de ia aceleración evolutiva, y
en otras, provocarían las más profundas alteraciones reflejas por vía
de la actualización histórica.
La provisión de materias primas, sobre todo minerales, ahora in­
dispensables, llevó a los imperios teocráticos de regadío a mejorar
las técnicas de transporte por tierra y mar, e impuso vínculos ex­
tem os en (os que se combinaban y alternaban la guerra y ei comercio.
Las manufacturas instaladas en ei campo y en las ciudades se estan­
dardizaron, y en algunos casos se orientaron hacia !a producción mer­
cantil. Donde la metalurgia se difundió más ampliamente, la guerra
empezó a hacerse con armas de metal y con carros de ruedas refor­
zadas. E¡ comercio, al exigir formas más elevadas de trueque, propi­
ció la aparición, en ciertas áreas, de ía moneda metálica.

Imperios teocráticos de regadío

En el plano sociopolítico esta nueva formación se caracteriza por


ei poderío alcanzado por ia organización estatal, grandemente centra­
lizada y poderosamente integradora de todas las fuerzas de compul­
sión social, e impedía cualquier oposición de intereses que le fuese
inhibitoria. Tal concentración de fuerzas fue alcanzada por la unifi­
cación, dentro de una misma entidad, de los controles políticos y mi­
litares, así como de la capacidad reguladora e integradora de la re­
ligión, y además, por la monopolización de las actividades productivas
y comerciales. Por ese motivo, en tales formaciones no surgen igle­
sias independientes, ni empresariados privatistas que se oponen al
poder centra!. AI contrarío, todos se unifican en él contribuyendo
cada cual con elementos de integración y fortalecimiento de su do­
minio. Armados de un poder monolítico, los imperios teocráticos de
regadío se capacitan para ampliar ias bases de su economía interna
por medio de la extensión portentosa de sistemas de irrigación y
defensa contra inundaciones y de ia construcción de enormes obras
hidráulicas, para fomentar el crecimiento de las ciudades a través de
programas de urbanización y de la construcción de acueductos, diques
y puertos, y además para edificar gigantescos templos, palacios y se­
pulcros, así como amplísimas redes de caminos, monumentales mu­
rallas defensivas y enormes canaíes de navegación.
La base económica de esas estucturas imperiales era la apropia­
ción de las tierras cultivables por e! estado teocrático, y el desarrollo
de complejos sistem as administrativos de control de la fuerza de tra­
bajo. La primera condición fue alcanzada mediante la atribución de
ia propiedad nominal de todas tas tierras al faraón, al inca o a su
equivalente, en cuanto divinidad viva. Eso permitía intervenir en la
rutina del trabajo campesino y reguíar ía sucesión hereditaria, de mo­
do de fomentar ia productividad y crear procedimientos regulares de
apropiación, depósito y distribución de los excedentes. Dentro de ese
sistema, las tierras de cultivo permanecieron entregadas en usufructo
a las comunidades locales, sin la intermediación de propietarios indi­
viduales. Pero se consiguió romper con la autosuficiencia de ias al-
deas campesinas y transformarlas en partes activas de un sistema
económico global.
La segunda condición fue llenada con la creación de formas com­
plejas de control de la totalidad de la fuerza de trabajo y de su dtr
rección en la realización de grandes obras, por medio de un vasto
cuerpo sacerdotal que tiende a estructurarse como una burocracia ge-
rencial. La envergadura de las empresas estatales y ¡a complejidad
técnica de las mismas obligaron a este cuerpo burocrático a especia­
lizarse y, en cierta medida a secularizarse, de modo de capacitar al
personal necesario para el planeamiento y la dirección de las obras
de ingenierías hidráulica, v ia l'y constructiva; !a implantación de sis­
temas uniformes de pesas y medidas, de tributos, de medición y
localización de tierras de cultivo, de recolección de excedentes de
alimentos y su distribución; la creación de procedimientos contables
dé registro de bienes y de sistem as de conscripción y dirección de
la mano de obra; el ejercicio monopolístíco de! comercio exterior
para el abastecimiento de ciertas materias primas, como minerales,
maderas, sal, además de la implantación de instituciones educacio­
nales de transmisión forma! del saber tradicional y también del téc-
nico-científíco.
Este desarrollo organizativo hizo crecer, al lado de la nobleza he­
reditaria y de los cuerpos sacerdotales que originariamente se habían
encargado de estas tareas, un vasto cuerpo de servidores del estado.
Su reclutamiento, que inicialmente debía efectuarse por la selección
de talentos, tendió después, a circunscribirse al mismo círculo socia!,
en virtud de la actuación de dos factores: primero, la necesidad im­
perativa de capacitación de los cuerpos técnico-burocráticos por medio
de la educación forma!; segundo, los impulsos de defensa de ios
privilegios y derechos adquiridos por parte de las capas dominantes..
La burocracia se fue haciendo así una casta, por ia sucesión de ios
hijos a los padres en los m ismos puestos, mediante ei adiestramiento,
selectivo y la creciente vinculación con la nobleza y con eí clero, co­
mo por la oposición de intereses entre todos esos estratos y el con­
junto de la población.
Otro elemento organizativo de los imperios teocráticos de regadío
fue la profes ionalización de una capa guerrera vuelta indispensable
para compensar ja debilidad combativa de ias poblaciones, agrícolas
sedentarias y sobre todo la vulnerabilidad de los sistemas de riego
frente a ataques externos. M á s tarde, esos cuerpos militares profe­
sionales ya no se aplican sólo a la defensa contra invasores y a la
represión interna, sino a guerras de conquista. Esos ejércitos, inclu­
sive cuando eran reclutados en las antiguas capas dominantes, ya no
se identificaban como un estrato indiferenciado de los demás (aristó­
cratas, sacerdotes y burócratas), sino como una entidad nueva, apta
para disputar el poder en las áreas conquistadas y, más tarde, incluso
en el mismo centro imperial. En consecuencia, se hace intrínseca
mente subversiva, porque las estructuras.de poder que compone no
dependen únicamente de la fuente tradicional de legitimación del man­
do -—que es de naturaleza religiosa— sino del simple uso de ia fuerza.
Su presencia hace que la ambición de saqueo que antes animaba a
las sociedades marginales — pastoriles y navegantes— contagie tam­
bién a ios grandes centros de civilización.
Se desencadena así una expansión fundada en ta capacidad de
esas sociedades ricas de movilizar y armar grandes ejércitos, pero
destinada, no a llenar sus condiciones de existencia, sino a canalizar
y atender las ambiciones de mando, riqueza y prestigio de una capa
funcionalmente diferenciada (J. Schumpeter, 1965]. Con esa expan­
sión sobreviene una serie de' tensiones dentro de la clase dominante
y problemas económicos internos, conducentes a la acentuación deí
despotismo.
En ciertas circunstancias, el surgimiento del militarismo expansio-
nista puede ser explicado por presiones internas de orden demográ­
fico, derivadas de la escasez de recursos para atender a una pobla­
ción creciente. En otros casos, que parecen ser más frecuentes, et
militarismo surge como una pauta de conducta resultante del sojuz-
gamiento de los imperios por sociedades más aguerridas, que ai in­
tegrar la clase dominante en el período de recuperación, le imprimen
sus antiguos cuerpos de vaíores (J. Steward [ed], 1955)-. Esto parece
haber ocurrido con los imperios teocráticos de r,egadío que se suce­
dieron en la Mesopotamia y en ei Imperio azteca, ambos convuísio-
nados por un militarismo extremado. Cuando el poder teocrático cede
lugar al militarismo, o se asocia con él, tiende a agravarse el despo­
tismo, por la necesidad de imponer a la población una economía de
guerra que exige mayores sacrificios a todos. En estas condiciones,
se anula también en las capas dominantes de los imperios teocráticos
de regadío ei sentido de responsabilidad social en relación a las po­
blaciones subordinadas, que aseguraba a cada campesino, e incluso
ai cautivo, cierto grado de autonomía casi equivalente a la libertad,
en comparación con las formas esclavistas de sumisión de la fuerza
de trabajo a propietarios individuales que se enseñoreaban de las tie­
rras y de los hombres.
En tos imperios teocráticos de regadío, et campesino, aunque
permanecía vinculado a ta tierra y obligado a sufrir la exacción de
los excedentes que producía, sólo encontraba como estructura domi­
nante sobre él la propia comunidad solidaria dentro de la cual vivía;
y en segundo plano la burocracia real, representada por agentes aco­
pladores de los excedentes de producción a través de la cobranza de
tributos y de ia imposición de servicios forzados. Pero inclusive esas
formas de apropiación y de conscripción encontraban cierto justifica­
tivo social, porque no se destinaban al enriquecimiento de un señor,
sino en gran parte a costear servicios públicos fundamentales, a cargo
del poder central, como la construcción y mantenimiento de los enor­
mes sistemas de irrigación, de embalses y canales, de la red de trans­
portes, de la producción de instrumentos de trabajo, del comercio de
materias primas y de la guerra. Ei propio lujo de la capa dominante
era extraído de los sobrantes de esas apropiaciones y constituía la
forma de resarcimiento a los nobles, sacerdotes, jefes militares y bu­
rócratas, por los servicios prestados en ei ejercicio de funciones so­
ciales explícitamente definidas como contribuciones al mantenimiento
del sistema global (K. Marx, 1966).
Incluso cuando eran reclutados para la edificación de obras fa­
raónicas, como los templos y las pirámides, el campesino y eí arte­
sano estaban contribuyendo para el cuito a valores, creencias y glo­
rias que también para eüos tenían sentido. Los propios cautivos traí­
dos de tierras lejanas para trabajar en esas obras podían vivir juntos,
criar a sus hijos y preservar la lengua y las costumbres que fuesen
compatibles con la nueva vida. Ei cautiverio de los judíos en Egipto
nos muestra que estas masas avasalladas no se insertaban en ei sis­
tema como propiedad de señores individuales, sino como pueblos ven­
cidos y sojuzgados a un poder estatal que podría eventuaimente li­
berarlos o fijarles nuevas tierras y así integrarlos étnicamente como
parte del campesinado y de los cuerpos de artesanos y soldados de
ia macroetnia .imperial. Sin embargo, la situación de los cautivos con­
centrados en las minas y en ias edificaciones ciclópeas, aunque dis­
tinta de la esclavitud individual, era la de la sujeción más despótica.
Ei reclutamiento de esas grandes masas humanas para el trabajo
productivo debe haber sido facilitado por el propio carácter del esta­
do-templo, polarizado en tomo de reyes-divinidades que otorgaba al
.clero una suma extraordinaria de funciones sociales, políticas y eco­
nómicas y actuaba en nombre de los valores más trascendentes. En
base a la calidad de portavoces de una regencia sagrada, los sacer­
dotes podían compeler a las masas trabajadoras a producir exceden­
tes, ai pago de tributos y a la provisión de mano de obra para gran­
des empresas públicas, con mayor eficacia que cualquier otro sector
de la sociedad. Un ejemplo del desarrollo extremo de esa atribución
reclutadora y coordenadora nos lo dan los templos egipcios. Uno de
ellos, en tiempos de Ramsés III (1198-1167 a.C.), actuó como una
vastísima empresa financiadora y administradora de un enorme patri­
monio productivo. Contaba con 300.000 hectáreas de tierras cultiva­
bles, 107.000 cautivos alistados para el trabajo, 500.000 cabezas de
ganado y una flota de 88 navios, además de 53 fábricas y astilleros
(L. White, 1959: 326). A este papel económico dentro del sistema
egipcio, la iglesia agregaba otras funciones generales, como la de
regulador de la vida sociai a través de normas que alcanzaban a todo
individuo. Prescribía y celebraba los ritos que marcaban su existen­
cia, desde el nacimiento hasta la muerte y más allá de eila, y ei que
componía y ejecutaba ei calendario de actividades religiosas y produc­
tivas. Dirigía las instituciones educativas que preparaban su propio
cuerpo sacerdotal y los cuadros superiores de ios otros estratos do­
minantes. Sumando al poderío económico y a las funciones regulado­
ras su carácter de intermediaria entre ei mundo de los vivos y ias
fuerzas sobre natura ¡es, la igiesia alcanzaba un extraordinario poder
de compulsión y de disciplina. Fusionada con ei estado, formaba una
entidad política monoiítica y todopoderosa.
El aspecto más negativo de esa forma de ordenamiento de la so­
ciedad era su costo, representado por la manutención del cuerpo sa­
cerdotal parasitario, la edificación de templos, y sobre todo, de las
tumbas reales que absorbían la parte mayor del excedente producido
por la sociedad entera. Se estima que la edificación de ia pirámide
de Keops ha ocupado 100.000 trabajadores durante cerca de veinte
años. Su alimentación y vestimenta, incluso en el plano más bajo, al
nivel del desarrollo tecnológico egipcio, debe de haber absorbido la
capacidad de producción de excedentes de cerca de tres millones de
campesinos.
Según vimos anteriormente, los estados rurales artesanales ya ha­
bían creado ciudades, diferenciadas de las aldeas predominantemente
campesinas por sus funciones de centros de (as actividades político-
administrativas, militares, religiosas y mercantiles. Con ios imperios
teocráticos de regadío algunas de estas ciudades alcanzan categoría
de metrópolis como capitaies políticas de imperios en expansión, que
las transforman en cabeza de amplias redes urbanas dispersas por
vastos territorios y en poderosos centros de creatividad cultura! y
de difusión de las grandes tradiciones culturaies de cada civilización.
Sus pobiaciones crecen y se diversifican ocupacionalmente por ei des­
bordamiento de las especiaiizaciones funcionales, étnicamente por la
coexistencia entre gente originaria de diferentes pueblos. Sus anti­
guas funciones ganan también una nueva dimensión al hacerse gran­
des centros imperiales de comercio, vinculados a extensas áreas de
las cuales traen materias primas y artefactos, y hacia las cuales ex­
portan monedas y manufacturas, y también núcieos difusores de una
nueva tecnología más avanzada y de una tradición cultural formalizada.
En esas grandes metrópolis cosmopolitas ias capas diferenciadas
de intelectuales — casi siempre sacerdotes— agregan a ia cultura so­
cietaria ya bipartida en un patrimonio rural y otro ciudadano, un con­
tenido nuevo, de carácter erudito, más especulativo y ya capaz de
desarrollar un cuerpo de conocimientos explícitos distintos del saber
vulgar, transmitido oralmente entre ia población. Por sus esfuerzos
se desarrollaron la escritura, las matemáticas, ia astronomía, así co­
mo, por la fusión dei saber erudito con ias técnicas corrientes de
producción, ia arquitectura monumental, el perfeccionamiento de la
metalurgia del cobre y del bronce, y más .tarde, dei hierro. Los arte­
factos de meta!, que ya eran un progreso en sí m ismos — espadas,
puntas de arado, herrajes de ruedas y ejes— ai empezar a ser uti­
lizados como herramientas, posibilitan la fabricación de todo un com­
plejo de bienes materiaies, como las pirámides, ios templos, ios pa­
lacios, las casas, los barcos, los molinos, etc.
Algunas civilizaciones urbanas fundadas en la agricultura de re­
gadío sobrevivieron por milenios, constituyendo por eso las formacio­
nes más estables que conoció la historia. Contando con menor nú­
mero de factores disociativos internos, en virtud de la característica
estamental de su estratificación sociai, pudieron perdurar por largos
períodos a través de fases cíclicas de ascenso y decadencia. El
alto grado de integración de sus culturas y la centralización de sus
instituciones sociopolíticas aseguraba a ía población una fuerte cohe­
sión social y una solidaridad orgánica. Su poder central, aunque ten­
diente al despotismo, sacaba su fuerza del carácter social y necesario
de las funciones económicas que ejercía como constructor de gran­
des obras públicas, como monopolizador de la producción y del co­
mercio, y también de ia vinculación que alcanzó, en un mismo cuerpo,
el orden político con el religioso a través de la teocracia.
Dos tendencias disociativas se manifiestan, no obstante, en esas
formaciones. Primero, el costo económico de. la vasta capa parasitaria,
que tiende a ampliarse y a enriquecerse por la acumulación de privi­
legios bajo la forma de concesiones de tierras y trabajadores para
explotación privada, o atribuyendo a individuos el monopolio de cier­
tas actividades económicas, sobre todo las comerciales, y, más aún,
el crecimiento de los gastos suntuarios en los actos de fe, como ia
construcción de templos y pirámides. Segundo, ei desarrollo, del mi­
litarismo, que fortaleció a un grupo sociai capaz de imponer su he­
gemonía sobre los demás y tendió a deformar el sistema económico
por la expansión de) poderío imperial sobre áreas no explotables por
la tecnología del regadío, pero cuya posesión era codiciada por la
existencia de minerales o para el abastecimiento de mano de obra
cautiva o de tributos.
Ambas condujeron a los sistemas teocráticos de regadío a ia
decadencia, puesto que minaron ias bases mismas de su estructura
social. El deterioro burocrático está ejemplificado por los incas, por
!a India y por China, donde surgen tendencias a la reconstrucción de
la economía en líneas privatistas por parte de la nobleza y de la
burocracia. El militarista se desarrolló especialmente en la Mesopota-
mia y en menor medida en México, pero a cierta altura de su desa­
rrollo ocurrió en todos los imperios, generando tensiones que contri­
buyeron decisivamente a su debilitamiento y quiebra ante el ataque de
pueblos marginales.
Es así como, una vez alcanzado cierto nivel de desarrollo y de
explotación de su contexto, estas formaciones monolíticas caían todas
en regresiones feudales. Para ello contribuyeron también otros facto­
res, como eí agotamiento de las potencialidades de la tecnología de
regadío sobre tierras superexpiotadas, ia falta de estímulo para em­
prender innovaciones técnicas, en virtud de ía disponibilidad casi ili­
mitada de mano de obra, y la carencia de inquietudes intelectuales o
su cercenamiento, por eí peso de ias tradiciones religiosas estatiza­
das, que hacían de la intelectualidad un cuerpo de guardianes del sa­
ber sacramentado, sólo muy raramente capaz de creatividad.
Minados por esos efectos disociativos, ios imperios teocráticos
de regadío, después de elevarse a las cumbres del progreso, entraron
en regresión feudal, abatidos por las disputas en el ámbito de las
capas dominantes ahora hereditarias, por ias guerras intestinas y por
ataques externos que ios postraban durante siglos en ía feudalización,
de ía cual sóío podían resurgir para la reconstitución de ias antiguas
formas, en un esfuerzo exclusivamente restaurador.
En todos los casos de desmoronamiento de las estructuras impe­
riales de regadío los ataques externos son una constante, pero pro­
bablemente actuaron como un factor adicional sobre civilizaciones ya
conducidas a la decadencia por un complejo de causas disociativas de
carácter económico-social y cultural. Su efecto crucial fue siempre
ía pérdida de ia integración macroétnica y de la capacidad de auto­
defensa. S u s clases subalternas, viéndose despojadas de tantas de
sus instituciones solidarizadoras y sujetas a un sistema de producción
cada vez más despótico, dejaban de identificarse orgánicamente con
las capas dominantes y resultaban susceptibles de sucumbir casi sin
lucha, ante ios ataques externos. Tal reacción pasiva constituyó' pro­
bablemente, una forma de lucha o al menos de protesta de las capas
subalternas contra la opresión a que eran sometidas.
La civilización egipcia fue abatida, primero, por los jinetes de
hicksos; íuego, bajo eí comando de la jefatura victoriosa consiguió
reestructurarse. M ás tarde, ya como Imperio Nuevo, sucumbió al ata­
que de los aqueos, libios y nubios, que sumieron a toda la región
en una regresión feudal de la que nunca consiguió recuperarse (Gor­
don Chiide, 1934; L. White, 1959; R. Turner, 1963).
Las civilizaciones de regadío de ia" Mesopotamia tuvieron una
existencia aún más agitada, y sufrieron, sucesivos ataques de grupos
arios, kassitas e hititas, escitas y, finalmente, de los medos y persas.
Se restauran varias veces después de esos ataques y de los corres­
pondientes descensos al feudalismo. Bajo cada nueva jefatura extran­
jera experimentaron profundas transformaciones étnicas, pero conser­
varon siempre las bases tecnológicas y los mismos principios estruc­
turales, hasta que éstos también fueron afectados en el curso de un
nuevo proceso civiiizatorio que transformaría a los pueblos mesopotá-
micos. (Gordon Childe, 1934; R. Braidwood, 1952).
La civilización del regadío de ia India sufrió ataques de los arios,
de los sakas y hunos y de otros diversos grupos tártaro-mongólicos,
que !a hundieron también en sucesivas feudalizaciones, de las que
consiguió recuperarse algunas veces para caer finalmente en un largo
período de estancamiento feudal. Las últimas invasiones responsables
de (a restauración de los pueblos del índus y del Ganges y su incor­
poración a nuevos procesos civiiizatorios fueron, primero, la iránica,
que resultaría en el Sultanato de Delhi; la tártara, que le impondría
la regencia Timúrida (sumando ambas casi seis siglos de dominación);
finalmente, ia británica, que sojuzgaría la India por un siglo y medio
a través de un proceso colonial de actualización histórica, llevando al
pueblo hindú al subdesarrollo en que se debate hasta nuestros días
(M. Wheeíer, 1962; S. Píggot, 1950; A. J. Toynbee, 1951-64).
Las civilizaciones chinas experimentaron una presión constante de
los pueblos de su contorno, principalmente de los grupos pastoriles
euroasiáticos de la Alta Asia, bajo los que sucumbirían cuatro veces.
La primera, por ia dominación de los bárbaros C h’tan, que les impu­
sieron la dinastía Liao. Después, bajo el ataque de las huestes de
Jurchen, que fundaron la dinastía Chin; luego, por el dominio mongo!
que dio lugar a la dinastía Yuan, y finalmente, por la invasión manchú,
que les impuso su última dinastía. A cada una de esas ondas inva-
soras sucedió un período de feudalización en que los invasores fue­
ron aculturados y se inició un lento proceso de restauración imperial.
Gracias a esta capacidad acuituradora, de todas las formaciones es­
tructuradas como imperios teocráticos de regadío — e inclusive de
todas ias altas civilizaciones del pasado— la China es la única que
consiguió sobrevivir conservando su perfil macroétnico fundamental.
Sus experimentos más recientes — como las comunas populares y la
revolución cultural— , son por eso, en gran -medida, una reasunción
de antiguas instituciones sociales y un nuevo enfrentamiento de vie­
jas amenazas de despotismo burocrático, que encaró sin éxito a lo
larqo de milenios (K. Wittfogel, 1964; O. Lattimore, .1940; Zaburov,
1960).
Las civilizaciones de regadío de las Américas nunca afrontaron
tensiones de este orden, excepto ios mesoamericanos, por parte de
los Chichimecas; pero fueron al final abatidas por la expansión mer­
cantil salvacionista de ios españoles (J. Steward, 1955 a y 1955 b;
E. R. Woif, 1959).
Muchas de ¡as afirmaciones sobre ei carácter supuestamente es­
tacionario y despótico de ias civilizaciones fundadas en el regadío se
basan, sobre todo, en la observación de las mismas después de su­
mergidas en el feudalismo. K. Marx (1955 y 1966), por ejemplo, ca­
racteriza a estas formaciones como esencialmente estacionarias, en
base a datos referentes a la India y a la China del siglo XIX. K. Witt­
fogel (1955 y 1964], para caracterizarlas como intrínsecamente des­
póticas, engloba en la categoría de "sociedades asiáticas” muchas
formaciones que nada tienen de común con ias civilizaciones funda­
das en ei regadío. Estas concepciones no resisten a la crítica, cuando
se considera: a] El vigor social y ia creatividad cultural de los im­
perios teocráticos de regadío en ei clímax de madurez de sus poten­
cialidades de desarrollo; b] Cuando se reconoce que el método al­
ternativo de reclutamiento de ia fuerza de trabajo, en aquel nivel de
la evolución socioculturai, era ia esclavitud individual asociada a la
propiedad privada de la tierra, mucho más alienadora y despótica;
c] Cuando se admite que ellas, como todas las civilizaciones', son
susceptibies de caer en la feudalización con pérdida de su integración
macroétnica, de su estructura política y de ia vitalidad de su sistema
económico, sumiéndose en una condición regresiva que no puede ser
atribuida a ninguna de las formaciones en que se originaron, porque
es característica de ia propia feudalización; y sobre todo, d] Cuando
se cuenta con otras categorías conceptuales para clasificar las for­
maciones realmente despóticas, ninguna de ias cuales se basó prin­
cipalmente en el regadío o es explicable como un desarrollo de sus
características.
IV. La revolución metalúrgica

La expansión de ios imperios teocráticos de regadío se vio res*


tringida por una limitación esencial: la imposibilidad de generalizar la
irrigación sobre las áreaé conquistadas, en virtud de las exigencias
ecológicas que le son inherentes. En las áreas propicias a la irriga­
ción, tendían a implantar su tecnología básica mediante programas
de colonización o de traslado de poblaciones que acababan por incor­
porarse a la etnia dominante. , Donde el regadío no era viable, sólo
pudieron ejercer una dominación débil.
Sin embargo, la tecnología desarrollada por los imperios teocrá?
ticos de regadío, una vez perfeccionada y aplicada a sistem as produc­
tivos nuevos, pudo florecer y expandirse ampliamente, alcanzando
extensas áreas y revolucionando ei modo de vida de Iinnumerables
pueblos. Su Impacto fue tan profundo y sus efectos renovadores tan
radicales, que a nuestro juicio, corresponde tratar esta expansión co­
mo una nueva revolución tecnológica, la Metalúrgica, responsable de
la configuración de una nueva formación socioculturai: loá Imperios
Mercantiles Esclavistas.
Su base tecnológica consistió esencialm ente/en la generalización
y el perfeccionamiento de ia metalurgia del hierro forjado para la fa­
bricación de herramientas, armas, hachas, puntas de arado, ruedas y
ejes y partes metálicas de embarcaciones. Otras elaboraciones Inclu­
yen la acuñación de moneda, el mejoramiento de los carros de trans­
porte y de guerra, de los barcos mercantes y de guerra, como también
del alfabeto fonético, y de la numeración decimal. A estos elementos
— que encontró en estado rudimentario en otras formaciones y los
transformó, agregó máquinas hidráulicas, molinos movidos a agua, el
acueducto, la noria, la muela rotativa, cabrestantes y grúas, a sí como
los faros marítimos.

imperios mercantiles esclavistas

Los imperios mercantiles esclavistas, como desarrollo de los es­


tados rurales artesanales de modelo privatista, se caracterizan por
la Instltuclonallzación de la propiedad individual de ia tierra, por el
Incentivo a la libertad de comercio y por la más amplia generaliza­
ción del apresamiento de prisioneros de guerra para convertirlos en
esclavos pertenecientes a señores individuales. Son modelos carac­
terísticos de esta formación, en su madurez, la civilización asiria (si­
glos XII a VII a.C.), la aqueménida (siglos VI a IV a.C.), la helénica
(siglo V a siglo ! a.C.), la cartaginesa (siglos VI a II a.C .), la ro­
mana (siglos I a IV de nuestra era) y la bizantina (siglos VI a X de
nuestra era). Entre ellas se registran grandes diferencias, destaca­
das en los estudios históricos, que derivan de las tradiciones cultu­
rales que habían heredado y de las vicisitudes particulares que en­
frentaron. Todas estas civilizaciones son, no obstante, variantes de
una misma formación socioculturai, fundada en la esclavitud de la
mayor parte de la mano de obra y en ei fomento del •colonialismo
mercantil.
Arm ados de la tecnología desarrollada en la misma área o en
otros lugares, esias formaciones se estructuran de manera opuesta a
los imperios fundados en el regadío. Con la técnica del hierro for­
jado, que se podía producir en cualquier parte por la amplia distri­
bución del mineral y ia simplicidad del proceso productivo, se gene­
ralizan los instrumentos de metal. Resulta así posible abatir las flo­
restas para abrir extensas áreas de cultivo dependientes de las llu­
vias, menos productivas por unidad-área que ia agricultura de regadío,
pero susceptibles de expandirse por am plísim as regiones. Los m is­
mos efectos fueron logrados en el perfeccionamiento de los veleros
m arítimos y de los carros de transporte y de guerra. La escritura
fonética, al facilitar la alfabetización, permitió reclutar una Intelectua­
lidad numerosa e Independiente del sacerdocio, propiciando la amplia­
ción de todos los conocimientos. La acuñación facilitó una economía
monetaria y ensanchó extraordinariamente los horizontes de! comercio
externo. Todos estos desarrollos asociados crearon un tipo de so­
ciedad más iibre que estimulaba hazañas individuales, y ofrecía a los
individuos emprendedores amplias oportunidades de enriquecimiento.
El principal incentivo de ese proceso fue ia economía mercantil
que vinculaba a centenares de comunidades por tierra y mar, llevan­
do a cada una las necesarias transformaciones internas para saltar
de la producción de subsistencia a la producción de artículos de true­
que. En las principales ciudades de cada imperio mercantil esclavista
se multiplicaban ias manufacturas organizadas como ergasterlos com­
prendiendo una amplia gama de artesanos: carpinteros, ebanistas, me­
talúrgicos y caldereros, alfareros y ceramistas, vidrieros, curtidores,
orfebres, talabarteros y zapateros. En ellas decenas y hasta centenas
de artesanos, en su mayoría esclavos, producían artículos estandari­
zados para ei comercio.
Las potencialidades de ia formación mercantil esclavista sólo se
manifestaron incipientemente en ia civilización asirla y aqueménida.
Su antigua economía de mercaderes y su expansión guerrera de sa­
queo ias llevaron a una estructuración de tipo mercantil esclavista
en que empezaba a predominar ia propiedad privada y la conscripción
de ¡a fuerza de trabajo por medio de la esclavitud.
Expresiones superiores de esa formación serían alcanzadas con
la civilización griega, la expansión colonialista cartaginesa y, sobre
todo, el Imperio romano. Comenzaron por la ampliación y multiplica­
ción de ciudades-estados regidas por patronatos de comerciantes, pro­
pietarios de tierras cultivables y de esclavos, y acabaron por estruc­
turarse en vastos sistemas unificados por ía guerra e integrados por
el comercio. Después de largos períodos de maduración como ciu­
dades dominadoras de ios territorios rurales circunvecinos, fundadas
en la igualdad de su estrato patricio, todas ellas se entregaron acti­
vamente a ia fundación de colonias externas, en Europa y en África,
donde concentraron mano de obra esclava apresada en la guerra e
instauraron tos primeros ergasterios 1 y plantaciones destinados a pro­
ducir alimentos y manufacturas para la exportación. Se configuró,
así, un mercado internacional activado por una economía monetaria
y una cultura erudita que se desarrollaron simultáneamente en varias
ciudades. El paso siguiente fue la disputa entre dichas ciudades-
estados por áreas externas de dominación, que abrió el camino a ia
constitución de ios imperios mercantiles esclavistas.
Ei carácter mercantil esclavista del nuevo sistema económico pro­
dujo una radicalización de las formas de ordenamiento social, llevando
al extremo las guerras de conquista y apresamiento de esclavos para
proveer mano de obra, así como ia competencia interna por ei enri­
quecimiento, estimulada por ia economía monetaria, En Atenas y Ro­
ma, ia masa de esclavos alcanzó las cuatro quintas- partes de la po­
blación, y concentraciones aún mayores en ias colonias externas,
distribuidas por todo el contorno europeo y africano del Mediterráneo
(G. Childe, 1946; K. Marx, 1966).
La racionalización de los procedimientos económicos alcanza de­
sarrollo señaiable, terminando con ias supervivencias de ias formas
comunales de propiedad {ager publicus} y con ias últimas institucio­
nes reguladoras fundadas en el parentesco. Éste, de clasificatorio

i La palabra grie ga ergast&rion indica manufactura o “ fá b r ic a " en las que eran


reunidos d esde dece n as hasta m á s de una centena de trabajadores, principalm ente
escla vos, para producir cerám ica, vidrio, herram ientas, arm as, m uebies, etc., com o
m e rca de rías d estin ad a s al com ercio. L os ergasterios, que fueron lo s predecesores,
muy rudim entarios, de la s fá b rica s m odernas, se destinaban a producir “ industrial-
m e n te " cie rta s c a te g o ría s de b ien es en b a se a ta concentración de m ano de obra
especializada, a veces con utilización de Im plem e n tos m ecán icos, tale s com o to m o s
de alfarero, m o lin o s rotatorios de tracción anim al, ruedas y m artillo s hid ráu licos, etc.
D em ó sten es, el célebre orador ático, e s co nocido tam bién com o “ In d u s tria l" propieta­
rio de d o s ergasterios, uno que ocupaba veinte e sc la v o s para producir m uebles, otro
que utilizaba treinta y d os para fabricar escu d os. (V. Gordon Ch ild e, 1937; M a x
W eber. 1964, vol. I: 99.)
— que designa ios parientes colaterales y lineales con los mismos
nombres, formando grandes categorías de personas solidarias— se
transforma en descriptivo, y distingue con términos especiales los
parientes lineales, restringiendo a éstos el ámbito de ia solidaridad
familiar y de la herencia. M ás tarde se dan nuevos pasos en este
camino de racionalización de la conducta, mediante la secularización
de una serie de sectores antes regidos por criterios religiosos y ia
individualización de las relaciones sociales. Se institucionaliza la usu­
ra; se crea la hipoteca sobre la tierra y con ella la esclavitud por
deudas; se legaliza el régimen de herencia de bienes a través del
testamento. Por fin, el empresariado se torna hegemónico en todos
los sectores, colocando los poderes del Estado a su servicio.
La minoría rica se hace así cada vez más poderosa y las masas
subalternas, libres o esclavas, cada vez más miserables, agravándose
así ias tensiones sociales y las disputas entre ciudades-estados, he­
cho frecuente en los períodos de penuria; se generaliza ia práctica de
someter a los deudores a servidumbre temporaria e incluso la de)
apresamiento de ciudadanos de la misma etnia, en las guerras entre
ciudades, para hacerlos servir como esclavos. Simultáneamente, es­
clavos libertos, enriquecidos en el comercio especulativo, se convier­
ten en señores, estableciendo como criterio de calificación social,
por encima de la condición de plebeyos o de ciudadanos, la condición
de ricos y pobres. La ciudadanía, que había sido una función pública
general que hacía de todos los patricios cogobernadores de su ciu­
dad, responsables por la justa conducción de la vida social y política,
se diluye, tornándose una condición generalizada e irresponsable. La
ciudadanía romana, antes limitada a ios descendientes de los antiguos
linajes, se generaliza a toda la capa no servil. En estas nuevas con­
diciones, se intensifican las tensiones sociales y las disputas entre
ciudades-estados que se habían aglutinado en imperios, hasta que el
último de ellos, superextendido a! punto de cubrir todas las tierras
conocidas, agota las potencialidades del sistema. Reaccionando con­
tra esta amenaza, en Grecia como en Roma en vano se apela a un
superestatismo y a regímenes dictatoriales. Ei sistema había alcan­
zado los límites máximos de sus potencialidades, generando contra­
dicciones insalvables y sumergiéndose en regresión feudal.
Dada la flexibilidad del carácter mercantil de su empresariado,
la aplicabilidaa de sus técnicas productivas a cualquier ambiente y
el poder compulsivo de su sistema de conscripción de la fuerza de
trabajo, los imperios mercantiles esclavistas actuaron como centros
difusores de cultura mucho más dinámicos que los Imperios Teocrá­
ticos de Regadío. Al insertar en su sistema de producción esclavos
tomados a todos ios pueblos dominados y concentrarlos en los nú­
cleos metropolitanos, decuituraron y aculturaron a esas masas escla­
vas, pero también alteraron la composición étnica de su propia gente
generando tensiones sociales que terminaron por hacer no viable el
propio sistema. A l difundirla través del comercio y de ia guerra, sus
técnicas productivas y militares sobre amplios contextos externos,
aceleraron ía maduración de otras etnias, suscitando ambiciones de
saqueo dé las que terminarían por ser víctimas. Al colonizar pueblos
próximos o distantes, mediante la explotación esclavista, también los
incorporaron intrínsicamente a su civilización, asimilando cultural y
lingüísticamente a algunos de ellos como variantes de ía macroetnia
imperial, pero, simultáneamente, permitiendo madurar a éstos y a
otros como aspirantes a ia emancipación. S e desencadenan, en con­
secuencia, movimientos insurreccionales que, al activar a la masa
esclava y a los “proletariados externos”, crean condiciones para su
reconstitución como etnias capacitadas para el comando de s í mismas.
Así, en el auge de su expansión, el Imperio romano, como tantos
otros imperios mercantiles esclavistas, alcanzaba también el punto
extremo de debilidad, pues se había configurado como una macro­
etnia genérica, dentro y fuera de la cual evolucionaban núcleos étni­
cos cada vez más cohesionados y vigorosos. Cuando a las rebeliones
de esclavos se sumaban los ataques de esos pueblos al centro rec­
tor imperial, la destrucción era inevitable. Descom poníase a sí todo
el conjunto en una multiplicidad de componentes feudates, en la que
se perdería la mayor parte de los progresos técnicos y culturales
alcanzados,
En el desmoronamiento de los imperios mercantiles esclavistas
tuvieron un pape] detonador de la mayor importancia ciertas jefaturas
pastoriles nómades, parcialmente herederas de la revolución urbana,
que en virtud de condiciones especiales — ecológicas y culturales—
se hicieron productoras y consumidoras de instrumental metalúrgico,
sin hacerse agricultores sedentarios. En estas condiciones, no per­
dieron sus antiguas cualidades guerreras, por el contrario, las acti­
varon hasta niveles extremos de audacia y combatividad. Estos pue­
blos extraimperiales, étnicamente cohesionados en torno a sus jefa­
turas e irresistiblemente atraídos por ías riquezas acumuladas por
los pueblos céntricos, dieron el golpe de gracia a la vieja formación
mercantil-esciavlsta, exhausta de su civilización, incapaz de nuevas
creencias integradoras, con sus m asas dependientes de esclavos y
de campesinos libres rebelados contra la sujeción despótica a que
eran sometidas.
Aquí también la desvinculación entre ¡as ciases subalternas y
los estratos dominantes contribuyó a hacer a la sociedad incapaz de
defensa. La misma pasividad que se registró en ias capas depen­
dientes de las formaciones fundadas en el regadío, también Incapa­
ces de automovilización contra invasiones externas, parece constituir
una forma generalizada ae proxesta de esas clases contra ei despo­
tismo. Ai no poder subvertir el sistema por sí mismas, debían ver
en ia irrupción de guerras una forma de ruptura de la dominación
oligárquica, que ies propiciaría mejores perspectivas que fa simpie
perpetuación dei sistema.
En Europa, toda ia soberbia romana se desmoronó ante la audacia
de un puñado de bárbaros que, sumando menos de medio millón, aso­
laron, vencieron y avasallaron de ochenta a cien millones de europeos
y africanos romanizados. Estos bárbaros, que nada podían aportar a
ia civilización de ios pueblos que dominaron, pues su victoria sólo
se basaba en ser Herrenvütker, acabaron por inscribirse en lo que
restaba de la vieja formación. Sus Jefes se convirtieron en la aris­
tocracia y realeza de las antiguas provincias imperiales; sus guerre­
ros se transformaron en m asas sedentarlzadas de campesinos o en
nuevos contingentes eje artesanos ciudadanos. Muchos- de ellos se
romanizaron lingüísticamente y todos se romanizaron culturalmente.
NI ias formaciones teocráticas de regadío ni las mercantlIes-es­
clavistas, al extinguirse, Inauguran un nuevo proceso civiiizatorio, sino
simplemente desaparecen en el estancamiento feudal, divididas en
multitud de pequeños potentados locales, incapaces de producción
mercantil y de comercio exterior, entregadas a una simple producción
,de subsistencia y condenadas a gestos ñeram ente pasivos de de­
fensa contra ataques externos. Vem os así, que las macroetnlas pue­
den ser rotas por la propia expansión imperial cuando incorporan más
pueblos de los que pueden actualizar históricamente y asimilar. Per­
dida ia cohesión étnica de ios antiguos núcleos imperiales y quebra­
da su unidad política, da fin también su condición de existencia como
civilización.
Dentro de esos contextos feudales de varios orígenes, todos re­
gresivos por la liquidación de los sistem as mercantiles y políticos
que antes integraban y que activaban sus economías, los antiguos es­
clavos se convierten en colonus, pagadores de derechos por el uso de
ia tierra, y, finalmente, confluyen para constituir ei campesinado feu­
dal, transformados todos en siervos de señoríos locales o en arte­
sanos urbanos amparados por corporaciones. Esta transición del es-
clavism o a ia servidumbre se opera menos como una evolución resul­
tante de ia lucha de ios esclavos contra sus señores que en virtud
dei deterioro del sistema económico anterior, en que los esclavos
representaban un papel fundamental como productores de bienes pa­
ra ei comercio. En las condiciones de estancamiento feudal en que
ias ciudades caen bajo el dominio de potentados rurales y casi toda
la economía se vuelve local y autosuficiente, poca diferencia repre­
senta tal transición desde ei punto de vista de un señor. En realidad,
se cambia el esclavo, que ya no produce mercaderías vendibles y
debe ser alimentado y vestido, por siervos atados a ia tierra, que
pagan tributos en bienes o en trabajo y se mantienen a sí mismos.
Agréguese además que la masa de esclavos, a! desgastarse rápida­
mente en el trabajo, exige una reposición constante por medio de
guerras de conquista, irrealizables en la economía cerrada de seño­
ríos aislados.
La feudalización de la Europa posrománica se produce mediante
dos rupturas fundamentales. Primero, 1a del sistema imperial de po­
der, coagulado en millares de feudos impotentes para aglutinar su
contexto en una estructura política duradera. Segundo, la del sistema
de intercambio mercantil externo, que sólo subsiste como actividad
marginal y semiclandestina de los que negociaban con árabes, judíos
y sirios, o que hacían transacciones con monedas orientales. Rotas
la actividad mercantil y la unidad política imperial, se producen otras
regresiones como la reversión de los latifundios agrícolas en tierras
de uso común y en bienes eclesiásticos. Los artículos manufactura­
dos que se producían con mano de obra esclava son sustituidos por
producción doméstica a cargo de las mujeres de cada familia. De
este modo, el artesanado, que ya se había urbanizado desgajándose
de la agricultura como una especiaíización, vuelve a fundirse con ella.
En las ciudades decadentes sólo muy lentamente vuelven a organi­
zarse los oficios — estructurándose como gremios tendientes al ejer­
cicio del monopolio— , y a hacerse hereditarias las profesiones.
Como efecto mayor de todas esas regresiones, la estratificación
social anterior, activada por una intensa movilidad social, da iugar a
una estamentación de la sociedad en estratos consolidados, con ten­
dencia a hacerse hereditarios. En la cúpula se sitúa ia nobleza de
sangre de los descendientes de invasores bárbaros, transformados en
propietarios de feudos. Le siguen sus servidores más destacados:
e¡ clero y los vasallos, de donde se reclutan los cuerpos de caballe­
ros señoriales, más predispuestos a lides deportivas que a guerras.
Luego se encuentra ¡a población urbana de pequeños mercaderes y
artesanos, estos últimos segmentados en maestros, oficiales y apren­
dices, divididos por oficios y dedicados a ía producción para un co­
mercio local de trueques. En la base de la pirámide social se sitúan
los campesinos ligados a Sa gleba, como siervos o dependientes. El
sistema económico empieza a actuar con el fin de mantener y repro­
ducir esta misma composición social, regida por un cuerpo de insti­
tuciones destinadas a perpetuarla.
En ese mundo feudal, agitado apenas por nuevas invasiones, co­
mo las musulmanas, por guerras religiosas y por disputas entre no­
bles, acaba por implantarse fa paz dei estancamiento. La vieja civili­
zación romana que en él se disolviera transfórmase en una mera
tradición, como había ocurrido antes con los imperios teocráticos de
regadío cuando también cayeron en ía regresión feudal. Su única
fuerza integradora será, de entonces en adelante, una religión here­
dada de uno de los pueblos dei contexto imperial que, en el esfuerzo
por explicar el drama de su propia dominación, había redefinido sus
concepciones tribales, haciéndolas más inclusivas.
Así, un grupo minoritario, poseedor de una fe consoladora de sus
aflicciones, que no reconocía privilegios étnicos ni gradaciones so­
ciales, sino que era capaz de hablar a los hombres de un destino
más noble que la mera existencia, se hace heredero del mundo greco-
romano feudaüzado, tal como otras minorías religiosas — los budistas,
¡os confucionistas y los hinduístas— alcanzan ei mismo predominio
sobre diferentes contextos igualmente inmersos en el feudalismo (A.
J. Toynbee, 1951/64). Esta integración religiosa interna no consigue,
sin embargo, restaurar sino episódica y mediocremente, los antiguos
imperios, ni impedir que las etnias sojuzgadas, pero todavía vivas,
vuelvan a urdir nuevos ethos que, fundiendo ías antiguas tradiciones
con ias de los invasores bárbaros, conformarán nuevas configuracio­
nes étnico-nacionaies.
La Iglesia Católica se convierte paulatinamente en la gran mono-
poüzadora de ¡a vida económica, organizada no ya como un sistema
mercantil, sino como un doble sistema de apropiación de los pocos
excedentes generados, mediante la cobranza de diezmos y la obten­
ción de legados y donaciones, y distribución de esos bienes en la
“política de misericordia” y en ¡a edificación de catedrales que cons­
tituyeron con los grandes castilios del feudalismo naciente las únicas
creaciones arquitectónicas de la Edad Media. Su riqueza crece sin
cesar por la monopolización de las tierras y de los rebaños, por
la ampliación de ías áreas de cultivo en poder las abadías, por la
administración de las únicas obras capaces de proporcionar empleos
y por la rapacidad de ios monasterios y de las órdenes religiosas.
Simultáneamente se va constituyendo en la gran fuerza ordenadora
de la vida social, fundada ahora no en el igualitarismo del cristia­
nismo primitivo sino en una rígida estamentacíón sociai y en el culto
del conformismo, de ia disciplina y de la obediencia.
El feudaiismo posrománíco, como los demás, en virtud de su
propio carácter dísocíador de áreas antes integradas política y econó­
micamente, favorece una convivencia humana menos despótica. Las
comunidades campesinas tienen, probablemente, oportunidad de comer
más, vestir y vivir mejor que bajo ei puño de imperios despóticamente
estructurados para arrancarles todos ios excedentes y utilizarlos como
soldados. En las ciudades, cuyas poblaciones se redujeron drástica­
mente, los artesanos encuentran medios de desarrollar una economía
corporativa, menos sujeta a la expoliación y al abuso que los antiguos
ergasteríos grecorromanos. Liberados unos y otros del poder de cons­
piración de las grandes estructuras económicas y político-religiosas
del pasado, no tienen la posibilidad de lanzarse a grandes hazañas,
pero pueden, por eso mismo, vivir una existencia tranquila, aunque
apagada y sin grandeza.
Sin embargo, la ausencia de un poder central con capacidad de
imponer a todos un ordenamiento social integrado propicia irrupcio­
nes de bandolerismo de caminos y prácticas de saqueo, de (os que
pasan a vivir multitudes de facinerosos, protegidos por señores feu­
dales que sólo de esa forma encontraban oportunidades de enriqueci­
miento. Y sobre todo, la sociedad y la cultura se mediocrizan, volvién­
dose incapaces de creatividad intelectual y de progreso técnico. En
ese ambiente sólo florece la teología, compendio de diversas fuentes
de saber y como especulación autolimitada sobre ia verdad revelada
(M. Bloch, 1939/40; N. Berdiaeff, 1936; A. Pietre, 1S62).
V. La revolución pastoril

En el estudio de tas revoluciones tecnológicas ya examinadas, vi­


mos sucederse diversos procesos civilizatorios. Con la revolución ur­
bana se desencadenan ¡os movimientos responsables del advenimiento
de los dos modelos divergentes de estados rurales artesanales y el
ascenso de las hordas a jefaturas pastoriles nómades. Con la revo­
lución del regadío se cristalizan los imperios teocráticos de regadío.
En correspondencia a la revolución metalúrgica, surgen los imperios
mercantiles esclavistas. Cada uno de estos procesos civilizatorios se
puso en movimiento y se reiteró en diferentes regiones y en épocas
diversas, activando ¡a vida de millares de puebíos elevando a algunos
al nivel de altas civilizaciones individualizadas en estructuras imperia­
les, y a otros sólo actualizándolos históricamente como objeto, de do­
minación ajena.
En ei curso de cada proceso civiiizatorio singular — como el teo­
crático de regadío en la China o en las Américas, o ei mercantil es­
clavista en irán o en Europa— , diversas civilizaciones se irguieron,
vivieron su destino y decayeron, sumergidas en regresiones feudales.
Sobre sus ruinas, nuevas civilizaciones se levantaron, asentadas en la
misma tecnología básica y estructuradas según ¡os mismos principios,
imprimiéndoles coloridos peculiares, pero incapacitadas de alterar­
los sustancialmente. Los pueblos de cada una de esas civilizaciones,
incluso después de abatidos por ataques externos terriblemente des­
tructores, acabaron por absorber, asimilar y aculturar a los agresores,
bajo cuya jefatura restauraron sus formas esenciales de expresión
cultural. Vale decir que, en el ámbito de cada proceso civiiizatorio,
la sucesión de civilizaciones es meramente reiterativa del mismo tipo
básico de formación sociócuitural.
Sólo en el cuerpo de un nuevo proceso civiiizatorio, fundado en
una revolución tecnológica, resulta posible el advenimiento de otro
tipo de civilización-, representativa de una nueva .etapa de la evolución
humana y de una nueva formación socioculturai. Es ¡o que ocurre
con la maduración de la revolución pastoril, que, al armar a algunos
pueblos hasta entonces atrasados en la historia cor» una nueva tecno-
.logía militar, íes permitió atacar áreas feudaiizadas de altas civiliza­
ciones y resistir la asimilación por el pueblo conquistado, para confí-
gurar una nueva formación socioculturai, totalmente distinta de las an­
teriores: los imperios despóticos salvacionistas.
Este nuevo proceso civilizatorio se configura originariamente como
una nueva onda de expansión pastoril, fundada principalmente en la
aplicación de la tecnología del hierro a la caballería de guerra. Sus
elementos más notables fueron: la silla dotada de estribos que dieron
mayor seguridad y movilidad a ios jinetes; ia herradura, que prolongó
la vida útil de los animales y les permitió enfrentar cualquier terreno;
los frenos de hierro bajo el comando de bridas que posibilitaron una
dirección firme y segura.
A estas innovaciones se sumaron más tarde, en el cuerpo de for­
maciones despóticas salvacionistas, diversos perfeccionamiento en el
sistema de tracción de ¡os animales de tiro, que multiplicaron su fuer­
za útil al librarlos de la sofocación yugular de ¡os viejos ronzales.
Uno de éstos fue un sistema de fijación de ¡os varales en sillas, y
después la introducción del arnés rígido. Otras contribuciones técnicas
difundidas en ei mismo ciclo fueron los alambiques y, sobre todo, los
nuevos modelos de molinos eólicos e hidráulicos, para elevar agua,
moler cereales y prensar semillas oleaginosas, y más tarde martillar
minerales y metales, a! accionar sierras y fuelles, así como a otros
dispositivos. Entre tales progresos tuvieron carácter decisivo, en la
etapa expansiva, los que revolucionaron la caballería de guerra y ar­
maron a los guerreros de espadas y ¡anzas más eficientes; y en la
etapa de construcción de las nuevas formaciones socioculturales. La
propagación de las nuevas formas de utilización de la energía muscu­
lar animai con atahonas y aimijarras perfeccionadas para la tarea de
arar la tierra y de transporte y la aplicación de la energía de los vien­
tos y ¡as corrientes de agua a! servicio del hombre.
Las primeras de esas innovaciones tecnológicas ejercieron un efec­
to vitalizador sobre antiguas jefaturas pastoriles nómades que se esta­
ban integrando en la tecnología dei hierro forjado, permitiéndoles en­
frentar los sistem as defensivos de las sociedades más desarrolladas.
Esas nuevas Vólkerwanderung, sin embargo, ya no caen sobre impe­
rios regionales para hacerlos desaparecer en el feudalismo y resurgir
de él cultural mente transformadas en nuevas aristocracias reiteradoras
de ias antiguas formas de civilización. Atacan áreas feudaíizadas para
dinamizarlas e integrarlas en una formación totalmente distinta de to­
das las anteriores. Estos serían ¡os imperios despóticos salvacionis­
tas, estructurados según principios ordenadores nuevos en que re­
presentaba un pape! crucial un cuerpo de creencias religiosas de ca­
rácter mesiánico. Esas creencias operan no como fuerza integradora
de unidades societarias disgregadas por la estratificación social o como
instituciones reguladoras de la vida social en áreas feudaíizadas, sino
como fuerzas canalizadoras de todas ias energías étnicas de sus po­
blaciones para e¡ destino sagrado de imponer ai mundo la verdad divina
de que eran depositarías. A esa misión divina se alian, naturalmente,
los intereses económicos en que redundaba su transformación en se­
ñores de un mundo reordenado de conformidad con la palabra de sus
profetas.
Aquella nueva tecnología de caballería de guerra y esta armadura
ideológica los transformaría, de simples saqueadores de la riqueza
atesorada por otros pueblos, o de explotadores de sociedades rurales
artesanales sedentarias, en guerreros invencibles y reformadores en­
cendidos de furia sagrada. En estas circunstancias, e! enemigo dejaba
de ser visto como objeto de saqueo del guerrero victorioso para ser
tenido como el impío cuya sola existencia ofendía a Dios. Los pueblos
pastoriles, dinamizados por este nuevo proceso civiiizatorio, se lanzan
sobre el mundo circundante, con todo su antiguo vigor de guerreros,
adiestrando a sus caballos y a sí m ismos para las hazañas más osa­
das, robustecidos por la misión de salvadores, destinados a erradicar
dei mundo la impiedad y la herejía.

Imperios despóticos salvacionistas

La primera de éstas expansiones salvacionistas, incipiente aún por


ia incapacidad de formular un cuito universalista, dinamizó a un con­
junto de pueblos iránicos, Sos persas sasártdas, transformándolos en
ínstauradores de un vasto imperio que dominó, por siglos (111 a Vil
de nuestra era) el Irán y la Wiesopotamia y se extendió hasta la India,
y en vehicufadores de ia religión mazdeísta que se propagó hasta la
China. El mazdeísmo, fundado en las enseñanzas de Zaratustra (Zo-
roastro de los griegos), cuya doctrina fuera compendiada en el Avesta
en tiempos de la dominación aqueménida, sólo alcanzó el carácter de
religión deí estado y de movimiento mesiánico sáivacionista con los
sasánidas. A partir del primer cuarto del siglo ill d.C., éstos se ex­
panden por el Asia Menor con extraordinario vigor, en un movimiento
de restauración de las antiguas tradiciones iránicas, de erradicación
de la influencia helenística entonces dominante en la región y de im­
posición de! mazdeísmo misionero. Estructuran el imperio sasánida
en base a un estado sacerdotal, a una burocracia que ejecutaba la
exacción fiscal sobre las poblaciones sojuzgadas, al mismo tiempo que
combatía ias herejías, y a un sistema agrícola asentado en la conce­
sión provisoria de tierras y de aldeas campesinas a una nobleza gue­
rrera que permaneció, así, en dependencia deí poder central.
Un expansionismo salvacionista más maduramente configurado se
alzaría en el siglo Vil con el Islamismo, que moviíizó las energías de
los pueblos pastoriles de Arabía y del Irán para lanzarlos como los
cruzados del mayor movimiento religioso de conquista que registra
la historia. Su inspiración básica era ei viejo espíritu de saqueo de
tierras y de bienes de ¡as hordas pastoriles, al que se sumaba ahora
un sentido de destino sagrado, formulado por Mahoma. La doctrina
mahometana, recogida en el Corán, sintetizaba antiguas tradiciones ju­
daicas, helénicas e iranias, redefiniéndolas como una nueva religión
universalista, y orientada más que cualquier otra hacia el salvacionis-
mo de conquista, como expansión de ¡a gloria divina.
Ei islam se configura como un credo mesiánico que pone más
empeño en la expansión del dominio de Alá sobre todos los pueblos
y tierras de! mundo que en el esfuerzo misionero de convertir almas
para salvarlas de la perdición. Ei propio paraíso es descrito bizarra­
mente como el jardín de reposo dei guerrero sagrado. En consecuen­
cia, no desarrolla un estado-iglesia asentado en un cuerpo sacerdotal
profesionalizado. Se estructura por la fusión en una misma unidad de!
sistema político y del religioso, a través de la atribución a cada hom­
bre válido de un destino de cruzado subyugador de pueblos infieles,
de colonizador de ias áreas conquistadas y de brazo divino que impone
la sumisión a Alá.
Este espíritu de misión divina, armó de furia sagrada a los gue­
rreros árabes musulmanes, e hizo que arremetiesen en todas ias di­
recciones como una avalancha ante la cual sucumbieron innúmeras
sociedades feudafizadas. Les infundió también ía capacidad de resistir
la amalgama cultural en contextos más evolucionados, como ocurriera
antes con ios antiguos invasores pastoriles. Y sobre todo, les infun­
dió el vigor necesario para estructurar los pueblos conquistados en
inmensos sistem as imperiales despóticos, integrados en un nuevo or­
den moral, fundado en la palabra del Profeta.
En pocas décadas, el dominio musulmán se expandió por casi to­
do el Medio Oriente y de ahí hacia e! oeste, sobre el norte de Africa,
las islas mediterráneas y la península Ibérica; y hacia e! este, sobre
la Alta Asia, sobre ¡a India y, más allá, sobre indonesia e indochina.
Su dominio se extendería más tarde, por otras áreas, penetrando pro­
fundamente, de un lado, en e! Africa tropical, y del otro en ia Eurasia
y en ¡os confines de! Oriente. Estas últimas ondas serían conducidas
por pueblos islamizados, como ios turco-mongó!icos, que a cierta al­
tura, se colocan en ei centro dei expansionismo musulmán como su
fuerza más dinámica.
A través de ondas sucesivas se implanta el islam (esto es, su­
misión incondicional) sobre un área mucho más extensa que la de
cualquier civilización imperta! anterior, con una capacidad de perma­
nencia también mucho mayor y con un poder de asimilación de pue­
blos y de aculturación compulsiva nunca alcanzado antes. Su domi­
nio sobre Iberia, como Califato de Córdoba, se extendió de 750 a
1350; sobre la India se prolongó por seis siglos, primero como Sul­
tanato de Deihi (1300 a 1526), después como Imperio Timúrida (1530
a 1705). Incluso cuando caen, posteriormente, en regresión feudal,
dejan transformados ios pueblos que habían dominado, tanto los del
Cercano Oriente y dei norte de Arica como los del Africa tropical o
de Eurasia, modelando una de ias más vastas configuraciones histó-
rico-culturales modernas, que engloba a más de 300 millones de
personas.
En ei curso de su prodigiosa expansión, los pueblos islamizados,
originariamente pastoriles y de cultura rudimentaria, fueron avanzando
culturalmente hasta madurar como una alta civilización. Su localiza­
ción intermedia entre grandes centros de antiguas civilizaciones los
hizo herederos y transformadores del patrimonio cultural de muchas
de ellas, y después, civilizadores de Oriente y Occidente. A través
de ia construcción de vastas estructuras de dominio imperial y de
sujeción religiosa, actuaron como agentes de uno de los más vigo­
rosos procesos civilizatorios, cuya capacidad de actualización de pue­
blos atrasados en ia historia hacia la modernización tecnológica, so­
cial e ideológica sólo tendría paralelo en el curso de la revolución
mercantil y de la revolución industrial.
Su s mecanismos esenciales de expansión fueron la conquista, se­
guida de dominación despótica, colonización esclavista, adoctrinamien­
to religioso y mestización racial. Actuaron f|pcuentemente mediante
ía eliminación de los estratos dominantes de las sociedades sojuzga­
das y su sustitución por una nueva capa de carácter burocrático. Ésta
era integrada inicialmente por guerreros, a los cuales se atribuía el
control y explotación de extensas áreas; más tarde, por cuerpos de
funcionarios cuidadosamente preparados para el ejercicio del dominio
político-militar y de las funciones administrativas de organización eco­
nómica y de recaudación de rentas.
En la preparación de esa burocracia apelaron vastamente a su ex­
periencia original de pastores nómades, sistematizando las prácticas
de adiestramiento de animales para aplicarlas a hombres esclavizados.
Para ello capturaban criaturas en las áreas conquistadas, seleccionán­
dolas inicialmente por el vigor físico, y las encaminaban hacia casas-
criaderos, donde un minucioso sistema de entrenamiento, de premios
y de castigos, explotaba las potencialidades de cada pieza. Por medio
de ese procedimiento, suscitaban el máximo de ambición y de espí­
ritu competitivo, llevando su adiestramiento a niveles extremos (A.
J. Toynbee, 1951-64).
Esta forma despótica de preparación de cuadros, asentada en un
reclutamiento tan ampliabie como se deseara y en una disciplina edu­
cativa inalcanzable por cualquier otro proceso, permitía formar castas
de funcionarios y de guerreros de una eficacia a toda prueba. Si,
por un lado, deshumanizaba y alineaba a sus componentes, por otro
propiciaba carreras tan brillantes a algunos de ellos que entre las po­
blaciones dominadas, se desarrolló una competencia por el ingreso en
estas casas más que una oposición al sistema.
Por ese procedimiento obtenían esclavos sliperespecializados para
el ejercicio de las funciones más dispares: eunucos — guardianes de
harenes— , artesanos, consejeros políticos, sabios y altos funcionarios
capacitados para actuar como fieles exactores de su sultán, y hasta
podían llegar a ejercer funciones de gran visir. Las casas-criaderos
producían, con todo, principalmente guerreros superadiestrados— que
luego serían célebres en ia historia, fijando los conceptos de cipayos,
de genízaros y, sobre todo, de mamelucos. Éstos podían alcanzar los
más altos niveles de poder y de riqueza, pero permanecían siempre
sujetos a su estatuto de esclavos, como piezas poseídas por sus
señores, que a través de elíos ejercían su dominio.
Esos cuerpos de agentes superespecializados de la dominación
islámica permitieron mantener por siglos un poder de otra forma im­
practicable para simples guerreros encendidos de furia sagrada. Des­
pués de la conquista y el saqueo, correspondía organizar ias nuevas
posesiones, civilizar a la gente, incluso sus propios soldados y los
descendientes de éstos. Esta tarea de organización, así como la co­
lonización e introducción de nuevas técnicas productivas, al exigir
otras habilidades distintas deí ardor combativo, impusieron la crea­
ción y el perfeccionamiento de instituciones educacionales, a partir
de la tradición iránica de ias casas-criaderos. Éstas experimentan,
así, un gran desarrollo, hasta conformarse como un procedimiento
generalizado de formación de cuadros militares y administrativos.
Napoleón aún encontraría el Egipto dominado por una casta meme-
iuca que se había autoperpetuado después de la caída de! Imperio
otomano.
Por todas estas características esa formación socioculturai debe
ser tenida como, despótica y como salvacionista. La primera califica­
ción es utilizada impropiamente desde ios estudios clásicos hasta los
modernos, para definir el llamado “despotismo oriental'', o sea, las
formaciones de regadío, Aunque se encontrasen en elias, como en
las demás, elementos de despotismo, sólo con ios imperios despotí­
ceos salvacionistas esos elementos alcanzan expresión que justifique
utilizarlos como rasgo diagnóstico de una formación.
La influencia de los imperios despóticos salvacionistas se exten­
dió más allá de sus áreas de dominio directo a través de la difusión
del patrimonio tecnológico y de sus patrones de ordenamiento socio-
político. Pero se impuso sobre todo en virtud de la polarización de
los pueblos contra la amenaza de sus ataques. De esta polarización
tenemos ejemplos expresivos en los esfuerzos frustrados de ruptura
del feudalismo europeo a través del advenimiento del Sacro Imperio
Romano-Germánico y de la irrupción de las Cruzadas, y en la milita­
rización de la sociedad bizantina y su cristalización imperial como res­
puesta ineluctable a la hostilidad islámica, inicialmente árabe-i ránica,
después turco-mongólica. Una y otra acaban por estructurarse, tam­
bién, como formas incipientes de imperios despóticos saívacionistas.
Con ei Imperio Carolingio, Europa experimenta, por un breve período,
una dinamización de ese tipo, para sumirse de nuevo en la desinte­
gración, por fuerza de los Intereses feudales que prevalecen sobre su
impulso de cruzados.
Nuevos esfuerzos de revitaSización salvacionista tuvieron lugar
entre los siglos X y Xlil, con ei movimiento de. las cruzadas, que re­
presentó la primera forma de expansión europea occidental. Había
sido impulsada, sin embargo, más por la ambición de conquista y
enriquecimiento de los señores feudales franceses y de la burguesía
naciente de ias ciudades italianas que por el ímpetu salvacionista.
Así, al llamamiento papal para las Cruzadas no correspondió un Chibad
— la guerra santa de los musulmanes— , sino tan sóio una irrupción
mesiánica. Millares de campesinos europeos abandonaron los feudos
y se pusieron en marcha con sus mujeres e hijos rumbo a Ja Tierra
Santa, desorganizados e inermes como un ejército desarrapado que
se mantenía de la mendicidad y del pillaje. Sólo más tarde las cru­
zadas se organizan como empresa guerrero-mercantil más disciplinada
y eficaz. Pero entonces su motor fundamental era ia conquista de
antiguos dominios musulmanes que habían entrado en feudalización.
Despertados por tales ataques, los musulmanes reaccionaron, liqui­
dando prontamente ias colonias militares implantadas por ios cruzados
en todo el Cercano Oriente, cerrándose así el primer ciclo del expan­
sionismo salvacionista cristiano europeo.
El imperio bizantino (1025-1453) se remodeió también según el
patrón despótico-salvacionísta, en virtud de tener que enfrentar el
desafío islámico, en su calidad de centro de afirmación y expansión
cristíana-ortodoxa en eí Oriente, y alcanzó un grado de integración
más alto que las tentativas europeas (Imperio Carolingio), porque los
imperativos de defensa contra árabes, iranios y turcos fortalecieron
el estado imperial militarista frente* a ¡a sedición de los señores lo­
cales, imposibilitando la refeudaíízación. El precio de esta polarización
fue, paradójicamente, la estructuración de la sociedad bizantina como
formación despótico-salvacionista, primero cristiano-expasionista, des­
pués islámica, cuando los otomamos se instalaron en Constantinopla.
A partir de entonces maduraron plenamente sus características des-
pótico-salvacionistas.
En todas las áreas de dominio de los imperios despóticos salva-
cionistas se implantó un mismo ordenamiento básico. Su s líneas ge-
neraies fueron: a) La concesión del usufructo vitalicio pero intrans­
misible de !a tierra a los vencedores de las guerras de conquista,
luego transformada en propiedad libremente enajenable; b) Atribución
a las mismas capas de las funciones de exactores de los impuestos
imperiales sobre la tierra y las personas; c) La adopción de ¡a es­
clavitud y la servidumbre, ya en la forma personal grecorromana, para
la explotación minera o agro-mercantil, ya en la forma de ia servidum­
bre rusa, que vinculaba al campesino a la gleba y hacía recaer sobre
él un impuesto per capita-, d) Una activación del comercio exterior
libre, aunque sujetando a los mercaderes a controles estatales y a
confiscaciones; e) El desarrollo de un artesanado productor de artícu­
los de lujo y de armas de guerra, a través de la creación de grandes
manufacturas, frecuentemente estatales; f) La instalación de empresas
monopolísticas oficiales mediante concesiones imperiales para explo­
tar ciertos ramos productivos, y g) La implantación de un vasto sis­
tema administrativo de censo y control de la población de las áreas
dominadas y de recaudación de tributos frecuentemente por medio de!
arrendamiento de la atribución de cobrar tasas e impuestos.
Con la estabilización de su dominio, esos imperios, como los an­
teriores, fueron llevados, primero, a la descomposición, como efecto
de las disputas entre sultanatos y jefaturas de diferentes orígenes
étnicos; después, a !a feudalización, por Sa revigorización del poder
loca! de los propietarios rurales, de los concesionarios de monopolios
y de los arrendatarios de tributos, en perjuicio del poder centra!. A
medida que se acentuaban estas fuerzas disoclativas, se debilita tam­
bién el ímpetu salvacionista, haciendo prevalecer una creciente tole­
rancia religiosa cuya raiz estaba en e¡ empeño por el aumento de las
rentas fiscales, que tendían a disminuir con ¡a ampliación de la con­
versión religiosa, pues los nuevos fieles estaban exentos de! pago
de ciertos tributos. Sin embargo, la ausencia de un enemigo externo
capaz de amenazar sus bien entrenados ejércitos permitió incluso a
sultanatos dispersos y pasibles de feudalización, sobrevivir por sigios,
manteniendo siempre un gran poder de compulsión sobre sus áreas
de dominio.
Tercera Parte

Las civilizaciones mundiales

V!. La revolución mercantil

En e! cuerpo de ios imperios despóticos salvacionistas se fue


desarrollando una tecnología productiva y militar que alcanzó el nivel
de una nueva revolución tecnológica en ios albores del siglo XVI,
haciendo madurar dos nuevas formaciones socioculturales: los impe­
rios mercantiles salvacionistas y el capitalismo mercantil.
Tal fue la revolución mercantil, fundada en una nueva tecnología
de la navegación oceánica, basada en el perfeccionamiento de los
instrumentos de orientáción (brújula magnética montada en balanci­
nes, cuadrante, sextante, astrolabio, carta^celestes, portulanos, cro­
nómetros y otros) y de navegación (naos y carabelas, vela latina,
timón fijo, correderas y barcos de guerra). Se basaba, por igual, en
el descubrimiento de procedimientos mecánicos, como las bielas-ma­
nivelas, los ejes-cardán, etc., y en una nueva metalurgia revolucionada
con el descubrimiento de procesos industriales de fundición del hie­
rro, de laminación del acero, de trefilado de alambres, de fusión de
nuevas ligas metálicas y de producción de artefactos con tornos
de rosca y mandril y con máquinas de taladrar, afilar y pulir metales.
Se basaba también en la renovación de las artes de guerra con armas
de fuego perfeccionadas — cañones, morteros, espingardas— que en
tierra permitían enfrentar ia movilidad de ías caballerías armadas
de arcos y lanzas que habían prevalecido en el último milenio, y en
el mar, dieron fugar a la artillería naval. Se basaba, igualmente, en la
generalización de otras técnicas, como modelos perfeccionados de
molinos de viento de cabeza móvil y de ruedas hidráulicas horizon­
tales impulsadas por la fuerza de la gravedad, aplicables para accio­
nar fuelles siderúrgicos, martinetes, sierras, afiladoras y otras máqui­
nas. Se basaba, también en la instalación de fábricas de papel, de
tipografías para la impresión de libros con tipos móviles, así como
la producción de instrumentos ópticos. Algunas combinaciones de
esas técnicas, como la del velero artillado, tuvieron efectos extraor­
dinarios, permitiendo el dominio de ia tierra a partir del mar, y abrien­
do de tal modo amplias perspectivas para la estructuración de taia-
socracias de nuevo tipo.
Esta tecnología nueva, desarrollada casi exclusivamente en las
áreas de dominio de los imperios despóticos salvacionistas, posibilitó
la primera ruptura rea! con ei feudalismo, no por ataques externos de
pueblos pastores, sino dentro de ias áreas feudalizadas, y no para
reiniciar otro ciclo restaurador, sino para implantar nuevas formacio­
nes socioculturales, que fueron las primeras civilizaciones de base
mundial.
Las potencialidades de ía nueva revolución tecnológica se reali­
zaron a través de dos procesos civilizatorios sucesivos, aunque níti­
damente correlacionados. El primero, con e! advenimiento y la expan­
sión de los imperios mercantiles salvacionistas, mediante guerras de
reconquista de territorios dominados por imperios despóticos salva­
cionistas. El segundo, por la maduración de esfuerzos seculares de
restauración de la Europa feudalizada, que resultaron de la instau­
ración del capitalismo mercantil. Am bos tuvieron de peculiar, en rela­
ción a todos los anteriores, su carácter mundial, expresado tanto en
su proyección geográfica sobre la tierra entera como en su capaci­
dad de estancar el desarrollo paralelo de otros procesos civilizatorios.

1. imperios mercantiles salvacionistas


y el colonialismo esclavista

Los imperios mercantiles salvacionistas surgen en el paso de!


siglo XV al XVI en dos áreas marginales — tanto geográfica como cul­
turalmente— de Europa: Iberia y Rusia. Am bas sacaron, de las ener­
gías movilizadas para la reconquista de sus territorios ocupados por
árabes y por tártaros-mongoles, la fuerza necesaria para las hazañas
de su propia expansión salvacionista.
Iberia, como península avanzada sobre el Atlántico, se lanza a la
conquista y al sojuzgamíento de nuevos mundos en ultramar. Portu­
gal, que venía explorando Ja costa africana desde comienzos del
siglo XV, descubre sucesivamente Cabo Verde y la Costa de Oro,
contorna el cabo de Buena Esperanza y, por fin, establece ia ruta
marítima hacia la India. Sojuzga luego la costa occidental y parte de
la oriental de la India, y de Malasia. Ocupa Aden y Ormuz, intercep­
tando la antigua vía de las especias. Se apodera del archipiélago de
la Sonda, de indochina y del Brasil. España, alcanzando ias Antillas
con las expediciones de Colón, se expande, a partir de ailí, por todo
el continente americano e implanta también dominios coioniales y
factorías en el Extremo Oriente. Rusia, como extremidad orienta! de
Europa, se extiende sobre !a Eurasia continental y acaba por llegar
también a América con la ocupación de Alaska, en los confines del
continente. Ambas expansiones son simultáneas, verdadera explosión
europea, pero de la Europa más islamizada, que echa las bases de la
primera civilización mundial, difundiendo la herencia de innovaciones
tecnológicas y de principios institucionales del patrimonio musulmán.
Iberia y Rusia habían experimentado siglos de ocupación islámica
y tártaro-mongólica. Iberia, bastión occidental def dominio moro, venía
intensificando las luchas por la Reconquista desde el siglo XIV, la
que completó en el año del descubrimiento de América. Esta gue­
rra de emancipación, extremadamente destructora, conducida bajo la
dirección dei papa y del rey, le costó tantos sacrificios que en su
decurso toda la sociedad se transformó para servir a ese propósito.
Las órdenes religiosas se volvieron más ricas y poderosas que la
nobleza, diferenciaron cuerpos especiales de sacerdotes guerreros y
la Iglesia Católica se hizo heredera de buena parte de la tierra recon­
quistada a los infieles. La asociación de las monarquías ibéricas con
ei papado alcanzó un nivel próximo a la fusión cuando se unieron los
recursos económicos y el salvacíonismo de Madrid con el empeño
antirreformista de Roma. En esa coyuntura, Iberia consigue del papa
el título de dominio exclusivo sobre todas las tierras que se descu­
bran hacia más allá de una línea imaginaría, y la monarquía española
obtiene ios privilegios de erigir y dirigir la Santa inquisición a través
de sacerdotes intermediarios; de cristianizar a la gente con la cali­
dad de “vicarios apostólicos" investidos de la condición de "patro­
nato universal”, y hasta el derecho de cobrar los diezmos y otras
rentas de la Iglesia que serían resarcidas después por la Corona.
A s í se estableció una éstructura de poder arlstocrátlco-clerlcal
que regiría, de ahí en adelante los destinos de los pueblos ibéricos.
Pero con ia victoria sobre el Islam en Iberia se destruye el sistema
agrario que R&bía implantado, basado en una agricultura de regadío
de alta tecnología, y que por siglos había permitido mantener densas
poblaciones hasta en las zonas más áridas. A medida que los nuevos
señores aristocrático-clerícales se apoderaban de las antiguas áreas
intensamente cultivadas, las transformaban principalmente en pastu­
ras para la crianza de ovejas, haciendo que la escasez sucediese a la
anterior abundancia. Multitudes de campesinos fueron expulsados y
reducidos a ¡a mendicidad, y la propia población empezó a disminuir
drásticamente tanto en el campo como en las ciudades. Ni siquiera
todo el oro saqueado en América, en ios siglos siguientes, fue sufi­
ciente para compensar este retroceso ÍJ. Klein, 1920}.
La causa fundamental de esa regresión estaba, no obstante, en la
propia conformación de imperio mercantil salvacionista que la penín­
sula Ibérica asumió al instrumentarse para la Reconquista. A s í estruc­
turada, Iberia estuvo en condiciones de absorber y generalizar la tec­
nología de la revolución mercantil y, de ese modo, devenir una de las
matrices dei capitalismo, pero sin llegar a configurarse ella misma
como una formación capitalista mercantil. En consecuencia, en virtud
del carácter arcaico y anacrónico de su estructura socioeconómica
empezó a perder sustancia cuando entró en intercambio con forma­
ciones capitalistas maduras.
La Rusia moscovita maduró su perfil étnico-naciona! a partir dei
período de estado ruraí artesanal, bajo la presión del dominio tártaro-
mongólico. Su propia cíase dominante creció y se enriqueció en el
ejercicio de la función de colectora de tributos para la Horda de Oro.
Cuando consiguió finalmente emanciparse, después de décadas de
lucha que allí también exigieron la movilización de todas las energías
nacionales, se configuró como una formación desfasada, igualmente
incapaz de promover un desarrollo capitalista pleno.
La configuración cultural en los dos imperios mercantiles salva­
cionistas surgió, así, profundamente impregnada de elementos toma­
dos de las tradiciones despóticas salvacionistas que habían dominado
a su s pueblos a lo largo de sigío s y de las innovaciones surgidas en
razón de la oposición a aquel dominio. En el plano ideológico, se
hacen movimientos mesiánicos de extensión de ia cristiandad, como
cruzados extemporáneos. Iberia, con un fanatismo religioso sólo com­
parable al de ios primeros im pulsos musulmanes, conforma a los
capitanes de ia Conquista como híbridos de traficante y cruzado; se
lanza, con igual furor, a la erradicación de las herejías de! seno de
sus propias poblaciones, mediante ¡a flagelación de los sospechosos
de impiedad; las fiestas públicas de cremación de herejes y la expul­
sión de centenares de miles de moros y judíos que habían convivido
en la península a lo largo de siglos bajo el dominio sarraceno.
Ese éxodo, concebido por ia clase dominante como una extra­
ordinaria oportunidad de enriquecimiento merced a la confiscación
y prorrateo de ios bienes de judíos y musulmanes, trajo aparejado
un grave retroceso económico. Junto con las herejías se erradicó
de Iberia casi todos los sectores intermedios de artesanos, peque­
ños granjeros y comerciantes, compuéstos principalmente por “castas
infieles". La destrucción de ese estrato social hizo caer inmediata­
mente eí nivel técnico de las actividades agrícolas y manufactureras
y desmontó ei sistem a nacional de intercambio mercantil que rela­
cionaba e integraba ¡as diversas esferas productivas, contribuyendo
decisivamente para hacer a España, y después a Portugal, inaptos
para la revolución industrial.
Rusia, ai expandirse, asume un aspecto m ás despótico que sal-
vacionista. Pero está movida igualmente, por el ímpetu cristianizador
expresado en la asunción del papel de tercera Roma, en la integra­
ción de¡ patriciado de M oscú en el Zarismo, en el esfuerzo secular
de cristianización de ¡as poblaciones de su territorio, en e! carácter
místico de ia religiosidad rusa, en ¡a expansión numérica de su clero
— sólo comparable al de Iberia— , en la intolerancia religiosa que ex­
plotaría más tarde en los pogroms.
En el ordenamiento socioeconómico de los dos imperios prevale­
cieron los principios del mercantilismo de inspiración despóstico-
orientai sobre ios principios dei capitalismo naciente. En las dos
áreas, por encima de un empresario burgués-capitalista, dispuesto a
enfrentar a la nobleza y ai clero, se implantó una vasta burocracia
administrativa controladora dei poder político-militar y recaudadora de
tributos. La expansión de ios monopolios estatales sobre diversos
sectores productivos se generaliza y prevalece con relación a ¡as em­
presas privadas, sujetas continuamente a la interferencia guberna­
mental. En am bos'casos, el estado-empresario explota minas y fábri­
cas, estancos de sal, de tabaco, de diamantes, el comercio exterior
y muchos otros sectores; recauda tributos y adjudica regalías y títulos
nobiliarios. Con los recursos apropiados en todas esas fuentes, man­
tiene vastísimos cuerpos sacerdotales, subvenciona la construcción de
innumerables templos, costea el aparato militar y administrativo que
actúan como vastas agencias de clientela, absorbe los perjuicios ope-
racionaies de la economía y sustenta una enorme capa parasitaria.
Los imperios coloniales iberoamericanos, estructurados como con­
traparte de esta formación mercantii-salvacionista, por vía de la ac­
tualización histórica, se conformarían en los moldes de un nuevo
colonialismo esclavista, insertado dentro de un sistema económico
unificado e interactivo. No se configuran por lo tanto, como etapas
pretéritas de la evolución hum ana, sino como partes complementa­
rías de un mismo complejo que tenía como centro dinámico las poten­
cias ibéricas, y como áreas periféricas y “proletariados externos", las
poblaciones concentradas en ias colonias. Las semejanzas evidentes
entre el colonialismo esclavista ibérico y el grecorromano o cartagi­
nés se explican mejor por estar originados en' procesos de actuali­
zación histórica, generados .por diferentes civilizaciones, que por ser
restauraciones de etapas necesarias de la evolución humana.
Los procedimientos fundamentales de dominio de las colonias
esclavistas de las Américas fueron: la erradicación de la antigua clase
dominante local, la concesión de tierras como propiedad latifundista
a ios conquistadores, ia adopción de formas esclavistas de conscrip­
ción de mano de obra y la impiantación de patriciados burocráticos,
representantes de! poder real, como exactores de impuestos. En las
áreas de los imperios teocráticos de regadío de la Mesoamérica y
de! Altiplano Andino, donde se concentraban grandes contingentes de
mano de obra, condicionados ya a ia disciplina del trabajo, la esclavi-
vitud se institucionaliza bajo ¡a forma de mita y de encomienda de
servicios. En esta forma de conscripción, los indios eran entregados
en usufructo a la explotación más inhumana. Se justificaba y se dis­
frazaba el sistema, sin embargo, en nombre del celo por la salvación
eterna o por ia atribución de la función de catequistas a ios enco­
menderos. M ás tarde, la encomienda progresa hacia una forma de
tributo pagadero en dinero que los indígenas sólo podían obtener tra­
bajando en las minas y en las tierras, bajo las más penosas con­
diciones. Para que este régimen de esclavitud, aún más opresivo e
insidioso pudiese funcionar, los caciques fueron transformados en
reclutadores de la fuerza de trabajo válida de las comunidades indí­
genas para entregarla a la explotación de los encomenderos, como
condición para que los viejos sobrevivientes y ios niños pudiesen
continuar en las aldeas {Sergio Bagú, 1949 y 1952).
Bajo ese sistema, ías poblaciones de los antiguos imperios teo­
cráticos de regadío se redujeron tan drásticamente, que la despo­
blación de las colonias llegó a preocupar seriamente a la Corona.
Temióse e! desastre económico que podría representar la pérdida de
aquella masa de esclavos, barata porque había costado sólo el precio
de la conquista y aparentemente inagotable, porque montaba a milio-
nes. Flagelada por ias pestes con que el europeo la contaminó y
desgastada bajo ei peso del trabajo, la población indígena menguaba
en proporciones tan alarmantes que amenazaban desaparecer (H. F.
Dobyns y P. Thompson, 1966) y era sucedida por una nueva casta de
mestizos renuentes a la esclavitud, tendientes a la rebeldía y sín
lugar en la estratificación societaria de estamentos raciales. Además
de disminuida numéricamente, la población indígena se veía degra­
dada por la exigencia de servir como mera fuerza de trabajo, no para
sí misma sino como productora de los pocos artículos que interesa­
ban a la economía colonial y sobre todo como extractora de metates
preciosos. Pierde así, ios altos niveles de calificación tecnológica y
de saber erudito que había alcanzado, para sumergirse en una cul­
tura espuria.
En las otras áreas americanas se restauró el esclavismo greco­
rromano en su forma más cruda. Primero, por ia esclavitud de los
indígenas locales y, desgastados éstos, por el traslado de enormes
masas de negros de Africa hacia las plantaciones y las minas, donde
sería consumida ia mayor parte de ellos, se creó, así, una enorme
fuerza de trabajo esclavo, de cuya capacidad de producción, en ias
condiciones más expoliadoras, pasaron a vivir españoles y portugue­
ses (Eric Williams, 1944).
Este fue et mayor movimiento de actualización histórica de pue­
blos jamás llevado a cabo, mediante ia destribaiización y decultu-
ración de millones de indios y negros y su inclusión en nuevos sis­
temas económicos, en calidad de capas subalternas. Actuando por
medio de la colonización esclavista y del despotismo salvacionista, se
crearon condiciones superopresivas de compulsión aculturativa, que
con la destrucción de millares de etnias, el desgaste de millones de
trabajadores y la descalificación de ios sectores técnicos y profesio­
nales especializados de los pueblos conquistados, incorporaron los
neoamericanos a ias macroetnias hispánica y lusitana^ como un vasto
“proletario externo” de simples trabajadores braceros, para infundir
sobre esta masa indiferenciada y degradada las características esen­
ciales de sus futuros perfiles étnicO-nacionales. El poder deculturador
y aculturador de ese proceso de actualización histórica fue mayor
aún que el de ios procesos equivalentes de romanización y de islami-
zación, como se comprueba por la uniformidad lingüística y cultural
de los pueblos americanos, mucho más homogéneos aunque numérica
y espacialmente mayores, que ias poblaciones de la propia península
ibérica y de cualquier otra área del mundo.
En toda Iberoamérica, la iglesia revivía el papel y la función que
había ejercido en el medioevo europeo, constituyendo la mayor mo­
nopolizados de tierras, de indios encomendados y de capitales finan­
cieros aplicados en hipotecas. Las fuentes de ese enriquecimiento
eran las contribuciones directas de la Corona a título de diezmo, las
donaciones, los legados, las reservas de derecho — capellanía, mano
muerta— , y también ¡a extorsión inquisitorial que recaía como un
flagelo sobre los sospechosos de herejía, confiscándoles todos los
bienes familiares y haciendo saldar de inmediato todos los futuros
derechos de herencia y todos los créditos que tuviesen en manos
de cualquier deudor (H. C. Lea, 1908; B. Lewin, .1962, S. Bagú, 1949
y 1952).
La expansión rusa se produce con vigor mucho menor y se con­
forma según los modelos de la formación despótica de la que emerge.
Así, que la concesión de las tierras conquistadas y de los antiguos
latifundios convertidos en oprichnina y redistribuidos por el Zar, no
se hace como propiedad privada sino como pronoia, que represen­
taba, esencialmente, la atribución a ía nobleza y ai clero del privilegio
de cobrar tributos al campesinado servil. Cuando estas concesiones
se transformaron en propiedad territorial hereditaria, las imposiciones
más duras de servidumbre habían sido sustituidas por nuevas formas
de conscripción, como modo de mantener siempre al campesinado
bajo (a dependencia de señoríos privados. La pobreza mucho mayor
del área rusa de explotación, así como el mayor atraso cultural de
sus poblaciones y el menor número de éstas, hicieron imperativo el
mantenimiento de ese sistema y no propiciaron la aparición de una
estructura rural granjera en las áreas conquistadas, ni una prosperi­
dad económica equivalente a la de las empresas coloniales ibéricas.
En estas circunstancias, en fugar de progresar tecnológica e ins-
titucionaimente hacia formas capitalistas maduras de producción y de
ordenamiento de ia sociedad, en ias áreas coloniales de !os dos impe­
rios mercantiles salvacionistas se acentuaron las tendencias despó­
ticas y en las áreas metropolitanas las propensiones a sumergirse,
episódicamente, en regresiones feudales, cuando la autoridad impe­
rial era suplantada por la nobleza latifundista y por el clero.

2. El capitalismo mercantil y los


colonialismos modernos

Mientras se producía ía expansión salvacíonista, ias fuerzas reno­


vadoras de la revolución mercantil avanzaban a través de otro proceso
civiiizatorio: el capitalismo mercantil. M á s pobre, en aquel momento,
pero dotado de mayores potencialidades de tecnífícación, de reorde­
namiento social y de progreso, ei esfuerzo de restablecimiento dei
sistema mercantil europeo, primero en el continente, después en todo
el mundo, logró activar las economías regionales estancadas durante
el milenio de feudalización.
Su s desencadenantes fueron un complejo de sucesos y ia adop­
ción de nuevos procedimientos técnicos e institucionales, que al favo­
recer e! restablecimiento del comercio exterior, permitieron reimplan-
tar manufacturas en las ciudades italianas, francesas, flamencas y
holandesas y, más tarde, en Inglaterra y en España, primero para
el mercado interno y, posteriormente, para los de ultramar. A medi­
da que crecían los mercados, esas manufacturas se transformaban,
ascendiendo progresivamente dé simples reuniones de artesanos po­
seedores de sus instrumentos de trabajo y financiados por un capita­
lista, a unidades mayores, con división interna dei trabajo, en que ef
empresario ya era propietario de ios medios de producción y pagaba
salarios a los trabajadores, lucrando con el crecimiento de producti­
vidad de todos ellos.
Inicialmente, esas manufacturas centralizadas se instalaron en el
campo, para huir dei control de los gremios artesanales urbanos.
Ocupaban campesinos en hilanderías y tejedurías, después en aserra­
deros, refinerías de azúcar, fábricas de jabón, de tintas, de cerveza,
etc., y más tarde, en astilleros, metalurgias y fábricas de papel. Ri­
quezas monetarias acumuladas en el comercio, en ia usura, en la
explotación de las finanzas públicas y en ios monopolios estatales
empezaron a aplicarse productivamente en estas manufacturas, tras­
ladándose progresivamente hacia las ciudades, que volvieron a crecer.
La necesidad de alimentar y vestir a los trabajadores urbanos generó
una demanda creciente de bienes, creando así un mercado interno
cada vez m ás amplio para la producción agrícola y manufacturera.
Los propietarios rurales, interesados en producir para ese mercado,
empezaron a forzar af campesinado a una producción mayor y a expul­
sar de sus tierras a la antigua clientela patriarcal que consumía la
mayor parte de ías cosechas. Culmina ese proceso, en diversas áreas,
con ia conversión de las tierras de cultivo en praderas para ovejas.
Los gobiernos comienzan entonces a fomentar esas actividades
que se convierten en la fuente principal de rentas públicas. Les pres­
tan todo su apoyo, por medio de medidas aduaneras proteccionistas
y de reformas de las instituciones cercenadoras de la libertad de
alistamiento de mano de obra o de la expansión del mercado interno.
Se derogan las antiguas normas que dificultaban la comercialización
de ía producción agrícola, creándose los mercados nacionales. Se
establece ei derecho de cercar los fundos, terminando con los campos
comunales. Se liberan los cultivos y se anulan los derechos tradicio­
nales de pastoreo.
Por todos esos procedimientos se disgregan las estructuras co­
munitarias en que predominaban las actividades de subsistencia y la
asistencia mutua, imponiéndose relaciones contractuales de trabajo
definidas como legales y libres. Contingentes rurales cada vez ma­
yores se desvinculan de la economía natural o son compelidos a
hacerlo para convertirse en mano de obra reclutable para el trabajo
asalariado, por haber perdido ias bases de aprovisionamiento de su
subsistencia
La reacción de los cam pesinos ante esa reforma estructural esta­
lla en guerras en defensa del antiguo madus vivendl,
o de la reivin­
dicación de la propiedad de las tierras para trabajarlas por cuenta
propia como productores para el mercado. C asi siempre esas guerras
asumen formas milenaristas, como luchas de clases subalternas que
al lanzarse contra el orden constituido sólo tienen como modelo reor­
denador ia idealización de eras pasadas en las que había prevalecido
el bien y la justicia. Frecuentemente asumen postura anticlerical,
por la oposición irreductible entre sus intereses y los de la principal
institución monopolizadora de la tierra, la Iglesia.

i Karl M arx d e sc rib ió adm irablem ente este proceso: " . . . C u a n d o lo s gran d es lati­
fu n d ista s in g le se s elim in aron sus- dependientes (retalners) que co n su m ía n parte de ta
producción excedente de su s tie rras; cuando su s arrendatarios expulsaron a lo s peque­
ños ca m p e sin os, etc., una m asa doblem ente iibre de m ano de obra fue lanzada al
mercado de trabajo: iibre de jas a n tigu as relacio n es de clientela, de servidum bre o
de presta ción de se rv ic io s; pero libre, tam bién, de todos lo s bien es y de toda form a
de ex isten cia práctica objetiva, Ubre de toda propiedad. Tal m asa h a b ía quedado
reducida a ia alternativa de vender su ca pacidad de trabajo, o a 1a m endicidad, al
vagabundeo y al robo com o única fuente de in gresos. La historia registra que ella
prim ero intentó ta m endicidad, el vagabundeo y la d elincuencia, pero que se v io apar­
tada de e se ca m in o y fue em pujada luego a ia estrecha senda que llevaba al m erca­
do de trabajo, por m ed io del patíbu lo, del cepo y del lá tig o ” . (M a rx , 1966: 38.)
En ese ambiente de renovación social, todo es cuestionado. El
orden sociai deja de ser concebido como sagrado o pasa a ser defi­
nido en términos de reevaiuación de lo sagrado. Se traumatizan así
los mecanismos de preservación del régimen, favoreciendo la expan­
sión de insurrecciones campesinas a medida que la estructuración
capitalista marcha de región en región.
A partir dei siglo X íil, ondas sucesivas de levantamientos convul­
sionaron Europa, como la de los Pastores (1251) y la de los Plebe­
yos (1320), en los Países Bajos y en Francia; ia de Dolcino (1305),
en Italia; las de Marcel y La Jacquérie (1357), en Francia; la de Wat
Taylor (1381), en Inglaterra. Y a en el siglo X V estalla la rebelión
de los hussitas en Bohemia y diversos levantamientos campesinos en
Alemania. Cuando el proceso de reestructuración alcanza a otras
regiones, allí también estallan guerras campesinas, como ias rusas
del siglo XVN (Razin), XVlll (Pugachov) y XIX, hasta la extinción de
la servidumbre en 1861; y las de China de los siglos X IX y XX.
Como insurrecciones de clases subalternas, estaban históricamente
condenadas al fracaso por la imposibilidad de reordenar la sociedad
entera de acuerdo con sus intereses. Su eclosión tuvo, en cambio,
un papel decisivo en !a implantación de un nuevo orden capitalista-
mercantil, una estructura de poder dirigida por ei empresariado capi­
talista, y en el triunfo de los movimientos de Reforma.
Un proceso simultáneo de desarraigo y reubicación de trabajado­
res ocurría en las ciudades, separando a ¡os artesanos de los víncu­
los corporativos de ios gremios, para convertirlos en asalariados de
las nuevas empresas. Como mano de obra calificada, esos artesanos
prestaron a la revolución tecnológica ei concurso de su destreza acu­
mulada secularmente y agregaron a la fuerza de trabajo un estrato
diferenciado de técnicos y especialistas. En cada país, a medida que
progresaba la conversión de la economía a los criterios capitaiistas,
fueron siendo abolidas las corporaciones de oficios, los reglamentos
de aprendizaje, las comisiones de salarios. Todas esas ordenaciones
protectoras fueron sustituidas progresivamente por el ideario liberal
de la igualdad ante la ley y del libre derecho de contrato.
La combinación de las disponibilidades de capital acumulado con
¡as ofertas de mano de obra libremente aüstable y de bienes de sub­
sistencia ofrecidos en venta hizo posible montar estructuras urbanas
de producción y de comercio que serían cada vez más amplías hasta
dominar todo el sistema económico, convirtiéndolo en formaciones
socioculturales capitalistas mercantiles. Este proceso civiiizatorio ex­
perimentó una aceleración prodigiosa cuando se sumaron a él ¡os
resultados de ia expansión oceánica conducida por los pueblos ibéri­
cos. Trasladando hacia Europa el producto del saqueo de decenas
de pueblos, y después ios excedentes arrancados a millones de escla­
vos que tenían su consumo supercomprimido en las minas y planta­
ciones tropicales, el capitalismo mercantil puede saltar algunos siglos
en su proceso de maduración. Éste no se cristalizaría, sin embar­
go, en ninguna de las dos áreas donde actuara precursoramente ia
revolución mercanti!. Habiéndose configurado como imperios mercan­
tiles salvacionistas, ambas se habían atrasado en la historia, pasando
a interactuar con las nuevas formaciones como estructuras desfasa­
das y por eso mismo, condenadas a perder sustancia en todo ei
intercambio económico posterior.
La formación capitalista mercantil se implanta primero en Holan­
da (1609), donde asume la forma de república moderna de perfil
oligárquico, gobernada por comerciantes y banqueros, luego de la
victoria en su guerra de emancipación contra el dominio saivacionista
ibérico. En el curso de esas luchas, Holanda se apodera de diversos
dominios coloniales portugueses y españoles en el Africa (El Cabo),
en América (Antillas), y en Oriente (Ceilán, Indonesia), y se con­
vierte en !a principa! potencia europea. Crea la primera organización
bancaria moderna (1609), que actúa como financiadora y aseguradora
de la expansión mercantil holandesa, elevada a la condición de empo­
rio distribuidor <ée la producción mundial en los mercados europeos.
La sigue Inglaterra, con la revolución de Cromweil (1652-1679),
que le permite estructurarse también como una formación capitalista
mercantil revestida de los tributos institucionales de una monarquía
parlamentaria. Inglaterra se levanta también a través de la guerra
contra los salvacionistas ibéricos y contra los holandeses, gracias a
la apropiación de algunos de sus antiguos dominios coloniales en Amé­
rica del Norte, en India, en China y en Africa. Una de las fuentes
de su modernización fue el ingreso de un centenar de millares de
perseguidos religiosos, que elevaron sustancialmente la calificación
de su fuerza de trabajo y sus disponibilidades de capital financiero.
Pero en esa primera etapa, su enriquecimiento se logró principal­
mente a través del saqueo por corsarios sostenidos por el estado, y
más tarde mediante el contrabando con las colonias americanas y con
la explotación de! tráfico negrero por medio de contratos monopoiís-
ticos con las naciones ibéricas, operados por compañías oficiales
cuyos principales accionistas eran las casas reales española e inglesa.
La eficiencia capitalista aplicada a! tráfico negrero permitió organizar
racionalmente las operaciones de caza de esclavos en ei interior, de
acumulación de reservas en la costa africana, de transporte marítimo,
de depósito, distribución y venta por todas las Américas. En ese pro­
ceso, las naciones europeas, precursoras del desarrollo capitalista
mercantil, reclutaron .en el curso de casi tres siglos más de cien
millones de africanos, una tercera parte de los cuales debe haber
llegado a su destino para ser allí consumidos, en su gran mayoría,
en el trabajo esclavo (F. Tannenbaum, 1947; J. Arnault, 1960; E. Wi­
lliams, 1944).
La integración de Francia a la nueva formación, madura lenta­
mente en el nivel económico con ia instalación, a partir del siglo XVI,
de manufacturas de artículos de iujo en Lyon, Reims y París, y más
tarde, de tipografías y de metalurgias. Estalló, por fin, en ei plano
político con la revolución social de 1789, comandada inicíalmente por
liderazgos antiaristocráticos y completada, más tarde, por un régimen
militar que impone los ordenamientos napoleónicos, implántase así
el primer sistema estatal de instrucción pública; se deroga ei régi­
men lega! anterior y se delinea el modelo básico de instituciones
liberales-capitalistas que serían prontamente adoptadas en todo el
mundo. Esta última formación capitalista„tamb,ién se apropia de anti­
guas áreas coloniales ibéricas, por la anexión a su dominio colonial
de vastas áreas de América dei Norte, del Canadá, de Indochina y
del Senegal.
Para asumir esta posición pionera, aquellas naciones habían reac­
tivado su vida económica interna, rompiendo con las barreras feuda-
íes que contenían sus fuerzas productivas, y confiscando ios bienes
eclesiásticos, ios latifundios de abadías y monasterios, para ínte-
grarios en el sistema productivo. S u s empresarios aplicaron capita­
les en las manufacturas que empezaron a producir para todo el
mercado nacional y después para la exportación. Se crearon grandes
empresas de inversión , en los sectores mercantiles, fabriles, agríco­
las y de obras públicas, que al exceder ia capacidad financiera de un
solo capitalista, apelaban a varios procesos de conjunción de recur­
sos, y simismo incentivaron la constitución de una fuerza de trabajo
altamente calificada, a partir deí artesanado medieval.
Como efecto mayor de todos esos cambios, se rehizo ¡a propia
estratificación social, presidida por una polarización que oponía una
capa de propietarios reclutadores de mano de obra asalariada o escla­
va, a una capa de desposeídos, conscriptos como la fuerza de trabajo
dei sistema, en la posición de dos proletariados, uno interno, otro
externo. Las condiciones de existencia y de reproducción de esos
estratos divergentes pero mutuamente complementarios, y su anta­
gonismo intrínseco, pasarían a constituir ia fuerza motriz de toda ia
dinámica social.
En su expansión ultramarina, todas ias formaciones capitalistas
mercantiles apelaron también ai colonialismo esclavista, creando nue­
vas áreas de plantaciones tropicales. Pero simultáneamente Innovaron
el antiguo modelo, complementándolo primero con colonizadores mer­
cantiles en ia forma de factorías comerciales implantadas en países
iejanos, con las cuales no se pretendía transformar los pueblos autóc-
nos, sino tan sóio traficar con elios, y segundo, con colonias de
poblamiento establecidas mediante ei traslado de poblaciones euro­
peas. Estas últimas se destinaban, esencialmente, a aliviar a Europa
de los excedentes de población generados en el propio proceso de
integración de la economía agrícola en moldes capitalistas. En con­
secuencia, los pequeños núcleos de colonias de poblamiento — que
eran las menos prósperas de ias colonias en ia formación anterior—
comienzan a crecer, teniendo por objeto no tanto proveer ganancias
como ocupar gente desarraigada y marginada cuya presencia empe­
zaba a representar un rie sgo ' permanente de insurrección.
Una de esas colonias de poblamiento, que había crecido como
economía apendicuíar de las ricas empresas esclavistas coloniales
en las Antillas, maduraría poco más tarde para el capitalismo mer­
cantil; Era la América del Norte, donde un ordenamiento capitalista
incipiente, fundado en los mismos principios que rigieron la coloni­
zación, se fortalecería en el curso de la guerra de emancipación.
Estas características se acentuarían allí en forma más radical que en
cualquier otra área colonial en virtud del carácter singular de la im­
plantación como una extensión ultramarina de la sociedad inglesa. En
América del Nort§ se erige el modelo básico de república federativa
moderna, estructurada como una formación capitalista-mercantil ten­
diente a ía industrialización. Al contar con enormes áreas desiertas
para la autocolonización, América del Norte sólo tardíamente se lanza
a la expansión colonialista, y lo hace también por la apropiación de
antiguas áreas de dominio ibérico, como ias Antillas y ¡as Filipinas,
además de algunas islas del Pacífico.
Como se ve, la formación capitalista-mercantil también nace bifur­
cada en dos complejos compíementarios. Primero, el complejo metro­
politano de las naciones, las estructuras por aceleración evolutiva
como centros de poder y de comercio ultramarino. Internamente se
asientan en dos pilares: una economía rural de granjeros libres, pro­
ductores para el mercado (principalmente Francia y Estados Unidos
de América), y de grandes explotaciones agrícolas y pastoriles, de
tipo capitalista, que comienzan a funcionar en base a! trabajo asala­
riado (principalmente Alemania e Inglaterra); y una economía urbana
de manufacturas mercantiles, de comerciantes importadores y expor­
tadores y de agencias financieras, que tanto operan en el mercado
europeo como en todo el mundo. Segundo, el complejo colonial, im­
plantado por movimientos de actualización histórica, que genera las
colonias mercantiles de las factorías asiáticas de comercio y africanas
de provisión de mano de obra esclava y las colonias esclavistas de las
áreas americanas de explotación de minas y de plantaciones comer­
ciales, operadas, tanto directa como indirectamente, a través de otros
agentes coloniales, como los portugueses y los españoles; y final­
mente, las colonias de poblamiento de ias Américas, de Australia y
de Nueva Zelandia.
Por medio de esas dos fases complementarias — la metropolitana
y ia colonial^-,- eí sistema pasa a actuar, generando en una de ellas
el capital y los capitalistas contrapuestos a masas crecientes de asa­
lariados; y en la otra, capas administradoras subalternas y masas de
esclavos avasalladas. Estas últimas no representaban para ei sistema
más que una especie de combustible humano explotado Socamente o
importado de Africa para producir artículos de exportación, metales
preciosos y minerales. No eran “propiamente trabajadores, sino sola­
mente trabajo”, tal como aquel que sería ofrecido mañana por las
fuentes inanimadas de energía (K. Marx, 1966: 41). En tal calidad
facilitaban una acumulación de capital mucho mayor que ía obtenida
por ia explotación de asalariados, y propiciaban ia reversión hacia ias
economías metropoiitanas, maduradas como estructuras capitalistas,
de recursos cada vez más voluminosos.
La expansión oceánica europea, iniciada por los ibéricos, se con­
vierte en una empresa colectiva que multiplica colonias esclavistas,
mercantiles y de poblamiento por todo el mundo, acelerando ia acción
del proceso civiiizatorio capitalista mercantil como el más vasto de
los movimientos de actualización histórica. Con su desencadenamien­
to, millones de hombres fueron trasladados de un continente a otro.
Las matrices raciales más dispares fueron mezcladas y los patrimo­
nios culturales más divergentes fueron afectados y remodelados. Las
conquistas culturales y principalmente las tecnológicas de todos- esos
pueblos confluyeron, echando las primeras bases de un reordenamien­
to unificador del patrimonio cultural humano. En ese proceso, millares
de pueblos atados a formaciones tribales, aldeanas, pastoriles, rural-
artesanales, así como antiguas civilizaciones, tanto las vigorosas como
las estancadas en regresiones feudales, fueron integradas en un sis­
tema económico de base mundial, como sociedades subalternas y
culturas espurias. Su razón de existencia había dejado de constituir
ía natural reproducción de su modo de ser, para convertirse en el
factor de existencia y en el instrumento de prosperidad de los centros
metropolitanos que administraban sus destinos.
La expoliación de esos pueblos posibilitó a las ciudades europeas
ei retomar y superar ampliamente e) brillo que habían alcanzado en el
esplendor del Imperio romano, implantándose como metrópolis suntuo­
sas y opulentas. Dio también, a los europeos nórdicos, hasta entonces
marginales a los procesos civilizatorios, un sentimiento de superio­
ridad y de destino civilizador que justificaba todas las formas de
opresión colonial como el ejercicio necesario del papel de agentes
civilizadores, convencidos de que representaban un orden moral supe­
rior y el motor del progreso humano.
Las riquezas que se acumularon con las nuevas actividades pro­
ductivas y con el saqueo de tesoros ajenos, elevaron a niveles nunca
alcanzados ia economía de dinero metálico, haciendo disponibles capi­
tales cada vez mayores para financiar nuevas em presas2. Esta abrup­
ta disponibilidad de metales preciosos provoca una elevación cons­
tante de precios, que contribuye fuerte a desorganizar ias economías
campesinas aún sobrevivientes. De esa forma, nuevas masas son lan­
zadas a¡ mercado de trabajo u obligadas a emigrar, al mismo tiempo
que sobreviene una violenta sustitución de ias antiguas capas patro­
nales conservadoras por ef empresariado de mentalidad capitalista.
Simultáneamente, Europa se transforma ideológicamente, profun­
dizando el movimiento de renovación inaugurado con el Renacimiento
e intensificado por la Reforma. En las áreas en que más había madu­
rado ei capitalismo mercantil, se quiebran las viejas jerarquías reli­
giosas y se facilita un amplio movimiento de secularización. La
alfabetización en masa en las lenguas vernáculas, llevada a cabo para
leer la Biblia, permitiría, de entonces en adelante, reclutar la intelec­
tualidad sobre bases mucho más amplias y asegurarles mayor libertad
de indagación e investigación. De ese modo, la Europa posmedieval,
que redescubre el mundo griego asumiendo su postura mercantil y
su actitud especulativa, puede llevar adelante el saber y las artes a
partir del punto en que se habían estancado y puede retomar tam­
bién ios modelos mercantiles esclavistas de estructuración política
con sus contenidos democráticos.
En las áreas donde más maduró la formación capitalista-mercantil,
la iglesia Católica, de ser un poder autónomo ordenador de las estruc­
turas sociales y legitimador de la autoridad, se reduce a institución
auxiliar modeladora de conciencias individuales. Pronto es llamada a
actuar como sostén espiritual de la nueva clase dominante. Los teólo­
gos reformistas se dedican a formular una ideología ennoblecedora
del enriquecimiento — concebido como señai de gracia divina— , digni­
ficados del trabajo y condenatoria de antiguas actitudes señoriales
de ocio y fruición, así como de su contraparte popular, la mendicidad.
La acción de la iglesia de la Reforma ayuda a ia burguesía naciente
a adoptar el perfil ético que le corresponde y a destruir las bases
morales del antiguo sistema, que encaraba ia propiedad como más
pasibles de deberes que de derechos y a la organización social rígida

2 S o to en et p eríod o que va de 1591 a 1660, España retira de A m érica 4.537,6


toneladas de oro. Portugal retira del B ra sii en el s ig lo X V i l l cerca de 1,400 ton ela­
d a s de oro y tres m illo n e s de q u ila te s de diam antes. Con la contribución m exicana,
la producción m undial de plata sa lta de 335 ton elad as en 1701-1720, a 879 toneladas,
en 1781-1800. El saqueo británico de Bengala, efectuado m ás tarde, y la explotación
posterior de la India tam bién contribuyen, considerablem ente, a costear !a industria­
lización europea. {Vide, F. M au ro, 1964; A- Piettre, 1962; J. Arnault, 1960; W , Prescott
W ebb y J. F. M urphy, 1951.)
de la Europa feudal como una expresión de ¡a voluntad divina (M. W e­
ber, 1948; R. H. Tawney, 1959; Th. Veblen, 1951}.
Con ei capitalismo mercantil se establecen ias bases para la des­
personalización de ias relaciones de trabajo, transformando la mano
de obra en un bien libremente negociable; se entroniza una clase
empresaria de nuevo tipo a la cual se prescriben derechos pero no
deberes; y se implanta un régimen económico marcadamente calcula­
dor y venal. En ese ambiente liberado de trabas religiosas, todo se
cuestiona. Las ciencias y las artes experimentan un desarrollo sin
paralelo, y se- echan las bases de una nueva revolución en el plano
de la tecnología. Una onda de creatividad renueva los viejos orde­
namientos medievales a través de una generación de libre-pensado­
res que se ocupan de la reglamentación racional de ias relaciones
humanas según conceptos más generosos de libertad y de igualdad
y con una actitud de plena confianza en el progreso humano. Se
opera de ese modo, una primera transición saintsimoníana del gobier­
no de las personas, que había prevalecido en el mundo feudaK hacia
un gobierno de las cosas, que regiría el capitalismo. Pero sólo se
consigue hacer efectiva esta renovación cosificando a las personas,
a fin de tratarlas jurídicamente como cosas.
En su forma plenamente madurada, la nueva formación socio-
cultural se asienta en la propiedad privada de las empresas, en ia
más aguda competencia de éstas entre sí y frente a los consumido­
res, y en ia implantación de un régimen de espontaneísmo en el plano
económico y de completa irresponsabilidad social para con el destino
de ios trabajadores. Viejas tendencias expoliadoras y alienadoras sur­
gidas con las primeras formas de estratificación social, que habían
alcanzado extremos en la formación mercantil esclavista y más tarde
en las formaciones despótico-salvacionistas y mercantiles saivacionis-
tas, se reimplantan y profundizan aún más.
A cierta altura, estos concomitantes que laceran el proceso civi-
lizatorio capitalista mercantil empiezan a actuar con intensidad cre­
ciente, haciendo de las poblaciones europeas más que agentes, meros
pacientes de las fuerzas renovadoras. La riqueza social aumenta hasta
niveles no alcanzados antes, pero la pobreza de las capas desposeí­
das también se agrava como nunca. Las poblaciones europeas crecen
más aceleradamente que la capacidad del sistema para absorber los
nuevos contingentes de mano de obra, transformándolos en “exce­
dentes” que se deben exportar como emigrantes.
Las colonias de poblamiento, constituidas en ese proceso, cre­
cieron a través del alistamiento compulsivo de sirvientes contratados
(indentured servants) — ingleses, irlandeses, alemanes y de otras na­
cionalidades— reclutados por ios capitanes de navios para trabajar
én América, vendidos en subastas' a los amos a quienes servían por
cuatro a seis años, sin otra retribución que ei sustento, la vestimenta
y el techo. A' ellos se sumaban los forzados que la justicia inglesa
condenaba por delincuencia y vagabundeo, y los engañados mediante
todo suerte de expedientes. Condiciones aún peores enfrentaban los
redemptiones, pues no tenían plazo cierto de remisión y a veces no
tenían plazo alguno, transformados virtualmente en esclavos.
Se calcula que la proporción d e n s o s contingentes europeos escla­
vizados (porque producían mercaderías bajo e¡ estricto contralor de
sus amos) alcanzó entre dos tercios y ochenta por ciento de la fuerza
de trabajo de las colonias del Norte. La misma forma de reclutamien­
to de ia mano de obra se aplicó más tarde a otros contingentes euro­
peos, a medida que sus territorios eran alcanzados por las fuerzas
reordenadoras del capitalismo mercantil. Alcanzaría después a Asia,
transportando a las plantaciones de Australia, de Africa y de América
nuevos contingentes de coolies chinos e hindúes, como indentured
servants (S. Bagu, 1949; E. Williams, 1944).
La revolución mercantil, que generara ei mayor movimiento expan-
sionista de la historia humana tendiente a unificar el mundo entero
en un solo sistema de intercambio económico, experimenta en esa
etapa un movimiento opuesto de segmentación de ios pueblos en
entidades étniconacionales cargadas de hostilidad de unas para con
las otras. Ei mismo proceso civiiizatorio que ensanchara ei mundo,
poniendo a todos los pueblos en contacto, y que ampliara el ámbi­
to interno de cada sociedad por la ruptura de barreras regionales,
encuentra su término en las fronteras nacionales. Por toda Europa se
aglutinan núcleos étnicos-nacionales expansionistas que venían evolu­
cionando desde la disolución del Imperio romano. Se configuran así
los espacios nacionales modernos. Cada uno de elfos comprende una
comunidad que durante generaciones había participado de las mismas
creencias y costumbres. Sus miembros pasan ahora a identificarse
como naciones definidas en términos de entidades solidarias, exciu-
yentes de todas ¡as demás, con derecho ai dominio político del terri­
torio que ocupaban o pleiteaban.
Después de siglos de elaboración de su forma, como resultante
de múltiples fusiones de pueblos, esas etnias alcanzaban finalmente
conciencia de su especificidad en virtud del poder aglutinador del
sistema político, empeñado en reservar a su empresariado el monopo­
lio del mercado nacional, incentivados por esa fuerza impulsora, ios
intelectuales crean autoimágenes nacionales motivadoras, en la forma
de obras literarias redactadas en lengua vernácula, con e¡ propósi­
to de resaltar el valor de sus tradiciones, la calidad de sus héroes
y la superioridad de su “vínculo de sangre”. Por esos procesos de
organización y de afirmación nacionalista, ias entidades étnico-nacio-
naíes se corresponden con ios cuadros económicos y sociales en que
sus poblaciones realizarán su destino, frente a ias otras. Aquellas
que se estructuraron precozmente como estados y alcanzaron mayor
desarrollo como economías capitalistas se lanzan a la expansión, tanto
asimiladora de ios grupos locales y regionales aún inmaduros e inde­
finidos, como de conquista y avasallamiento de las otras. Estallan ios
conflictos entre esas unidades contrapuestas. Son las luchas nacio­
nales que a través de tres siglos de crisis, tensiones, revoluciones y
guerras, irán configurando el cuadro étnico europeo, y correlacionan­
do con él todo el mundo extraeuropeo, transformado en área de
saqueo y de explotación (F. Znaniecki, 1944; A. van Gennep, 1922 y
H. Kohn, 1951).
Vil. La revolución industrial

Los procesos civiiizatorios fundados en ia revolución mercantil


todavía actuaban cuando emergió ía revolución industrial, y con ella
dos nuevos procesos civiiizatorios que se cristalizaron en distintas
formaciones socioculturales. Su capacidad de. reordenamiento de las
sociedades humanas sólo sería comparable a la de la revolución agrí­
cola de diez mil años antes i. Afectaría también a todas las socieda­
des, adicionando a las que lograron industrializarse un poderío antes
inimaginable y sometiendo a las demás a formas de dominación cada
vez más sutiles e imperativas. Remodelaría internamente a cada so­
ciedad, tanto las directamente industrializadas como a las moderni­
zadas por reflejo, alterando su estratificación social, y con ella, las
estructuras de poder, y redefiniendo profundamente su visión del mun­
do y sus cuerpos de valores. Ei efecto crucial de la nueva revolución
tecnológica consistirá, sin embargo, en el lanzamiento de las prime­
ras bases de una futura civilización humana, finalmente unificada por
eí acceso de todos los pueblos a la misma tecnología básica, por su
incorporación a las misnias formas de ordenamiento de ía vida social
y por su integración a ios mismos cuerpos de valores. Esta civiliza­
ción humana unificada no se cristalizaría, con todo, en ei curso de
esa revolución, que apenas alcanzaría a hacerla una aspiración gene­
ralizada de todos ios pueblos.
Al igual que los procesos civiiizatorios anteriores, la tecnología
de ía revolución industriai no se expande como una difusión de nue­
vos conocimientos libremente adoptables, sino como un reordenamien­
to de pueblos que, al situar a los precursores de la industrialización
en posición superior de dominio y de riqueza, lleva a todos los demás
a la subordinación dentro de vastos complejos de naciones dependien­
tes y explotadas. El nuevo proceso civiiizatorio tiene de peculiar la
circunstancia de que desde los primeros pasos aún marcadamente mer­
cantiles, se estructura como un sistema económico efectivamente uni­
versal, con extraordinario poder de actualización histórica, que progre­

i C o n la revolución a gríco la, la hum anidad h a b ía sa lta d o de 20 m illo n e s a cerca


de 650 m illones.’ Con la revolución industrial experim enta una nueva e x p lo sicló n dem o­
gráfica: s ó lo Europa p a sa ría de 160 a 400 m illo n e s de habitantes en el cu rso del
s ig lo X IX ; la p oblació n m undial crece de 600, en 1750, a 2,4 m il m illo n e s en
1950, y m archa hacía lo s 6 m il m illo n e s pre v istos para el año 2000 (G . C h ild e , 1946;
C . M . C ip o lia . 1964; O N U , 1365).
sivamente alcanza a todos los pueblos de la tierra, envolviendo a
cada nación e incluso a cada individuo en sus formas compulsivas
de integración. Los pueblos atrasados en la historia, que habían es­
capado a las compulsiones de la revolución mercantil, serán alcanza­
dos donde quiera que vivan, y llamados a enrolarse en el nuevo or­
den económico y social, como “proletariados externos” proveedores
de materias primas agrícolas y de minerales y consumidores de pro­
ductos industriales.
La revolución industrial surge en ei cuerpo de las formaciones
capitalistas mercantiles por la acumulación de inventos mecánicos que
permitirían multiplicar fantásticamente la productividad de! trabajo hu­
mano; se implanta, primero, en ías áreas en que se atiende más com­
pletamente a las exigencias de renovación estructural impuesta por la
revolución mercantil, removiendo resistencias oligárquicas a la alte­
ración deJ status quo. Tales condiciones se encontraban casi ideal­
mente maduradas en Inglaterra y en los Estados Unidos, y en forma
más rudimentaria, en Francia, en Alemania y en los países escandi­
navos. Eran prácticamente nulas en el resto de Europa, o constre­
ñidas, algunas áreas, como en la península Ibérica y en Rusia, por
los efectos inhibitorios de ias estructuras oligárquicas fundadas en
el monopolio de ia tierra, en el carácter despótico del ordenamiento
social y en la sobrevivencia salvacionista de que continuaban impreg­
nadas.
Las formaciones socioculturales generadas por la revolución in­
dustrial tienen como clase dirigente a una burguesía urbana que des­
de ia etapa anterior se venía fortaleciendo y forzando el reordena­
miento de la sociedad según sus intereses. Era el empresartado que
había crecido sacando provecho de ias oportunidades •de enriqueci­
miento propiciadas por la restauración dei sistema mercantil europeo,
por la apropiación de los bienes eclesiásticos posible merced a )a
Reforma, por la confiscación de los baronatos feudales y de los de­
rechos comunitarios del campesinado. A esta acumulación de recur­
sos se agregaría después la riqueza proveniente del saqueo colonial,
de la explotación masiva del esclavismo y de la monetarización de
las economías.
Inicialmente, ese empresariado actuaba, como los antiguos merca­
deres, en la explotación de la usura, en ia especulación comercial
con la escasez de bienes, en la monopolización de ciertas mercade­
rías y en los riesgos marítimos. Con la revolución industrial tendrá
oportunidad de dedicarse a nuevos sectores que le asegurarán tasas
de lucro mucho mayores a corto plazo, sin los riesgos del capitalismo
aventurero de la fase mercantil. Ahora se dedica principalmente, a la
explotación de la nueva fuente de riqueza representada por la apli­
cación de capitales en sistemas fabriles de producción en masa, mo­
vidos por nuevas fuentes de energía Ñianimada, cuya expansión de­
mandaba un reordenamiento más radical en la estructura de la so­
ciedad. Con la nueva tecnoíogía^se había vuelto posible y ventajosa
la conversión de toda mano de obra, inclusive la esclava, en fuerza
de trabajo asalariada, y se había hecho necesario operar urgente­
mente esa conversión para liquidar las formas de producción arte­
sanal aun sobrevivientes en todo el mundo, a fin de atribuir nuevas
funciones a los trabajadores. Se imponía también elevar el nivel de
productividad y de consumo con el objeto de ensanchar el mercado
de ios productos industriales para dar lugar a una expansión conti­
nuada del sistema fabril. De esa forma, en sus primeros impulsos,
la nueva revolución tecnológica vuelve obsoletas las formaciones mer­
cantiles salvacionistas, ya deterioradas, destruye las bases del capi­
talismo mercantil, absorbe progresivamente su contorno colonial, erra­
dicando de él el esclavismo.
Desde principios del siglo XVIII, Inglaterra, que había ampliado su
poderío naval y el sistema capitalista mercantil de base mundial en
él asentado, venta acumulando aplicaciones tecnológicas de principios
científicos a los procesos productivos, en la forma de fábricas y de
explotaciones mineras. Había conseguido, de esa forma, implantar una
economía industrial esencialmente urbana que redujo la producción
agrícola a un segundo plano, generó transformaciones radicales en su
estructura social y lanzó las bases de la revolución industrial.
Esta renovación tecnológica propicia ¡a maduración del nuevo em-
presartado, que promueve eí reclutamiento masivo de antiguos arte­
sanos desocupados y de trabajadores rurales desalojados del campo
para organizarios en fábricas, como operadores de ingenios mecáni­
cos movidos por nuevos conversores de energía. Este desarrollo se
produjo en tres pasos; el primero fue dado con la invención y la di­
fusión de las máquinas a vapor que utilizaban ei carbón como com­
bustible. Su aplicación a bombas de agua y elevadores de carga en
las minas, permitió ampliar fantásticamente la producción de carbón.
Como mecanismo de conversión del vapor en energía mecánica, puede
ser adaptado a diversos dispositivos industriales para producir má­
quinas operadoras, con las cuales se multiplicó la productividad de la
tejeduría y la metalurgia. La locomotora revolucionó los transportes
terrestres, como el navio de vapor, los marítimos. A partir de 1820,
prototipos cada vez más perfeccionados de esas máquinas se multi
pitearon en Inglaterra, en los Estados Unidos y en Francia, de donde
empiezan a ser exportados como mercaderías para todo el mundo,
ensanchando las bases de expansión de 1a civilización industrial.
A los conversores de energía basados en dispositivos de quema
de carbón para ia producción de vapor, se agregan después otros
conversores cada vez más eficaces. El segundo paso de la revolución
industrial, se dio en eí pasaje dei siglo X IX al X X con el surgimiento
y la generalización del uso de la electricidad, obtenida de la energía
hidráulica. E! tercer paso corresponde, al desarrollo y difusión des­
pués de la primera guerra-mundial, de los motores de explosión que
utilizan combustibles de petróleo.
En el curso de ese proceso la producción industrial crece a gran­
des saltos. Es así como de 1860 a 1950, la producción mundial de
carbón salta de 132 a 1.454 millones de toneladas; la de petróleo,
de 0 a 523 millones de toneladas; la de gas natural, también de 0 a
197 millones de metros cúbicos; y ía de energía hidroeléctrica, de
6 a 332 millones de megawatios-hora. Esta progresión de las dispo­
nibilidades de energía, convertida en megawatios-hora representa un
salto de 1.070 a 20.556 millones. La producción de acero pasa de
30 a 180 millones de toneladas, entre 1870 y 1930 (C. M. Cipolia,
1964; H. Pasdermadjian, 1960; T. S. Ashton, 1964).
A estas innovaciones de la tecnología idustrial se sumaron per­
feccionamientos de las actividades agrícolas y pastoriles, que tuvie­
ron un papel de la mayor relevancia en la ampliación de las disponi­
bilidades de alimentos, haciendo viable el aumento pobíacional de las
áreas recién modernizadas. Tales fueron: lef generalización de las
técnicas de cultivo anual de toda la tierra arable a través de la rota­
ción de cultivos y del uso de fertilizantes; la mejora del sistema de
rotación, la erradicación de plagas; de mecanización de ias actividades
agrícolas; la selección de semillas; el perfeccionamiento genético de
los rebaños de ganado de carne, de leche y de lana. Esos avances
fueron acompañados de la difusión de plantas cultivadas originaria­
mente en América, como un nuevo tipo de algodón, y sobre todo,
ía papa, el maíz, ¡a mandioca, eí maní, e! cacao, eí tomate y muchas
otras, que enriquecieron extraordinariamente la dieta humana.
En base a esta tecnología nueva se instaían, por primera vez en
¡a historia, sistemas autopropuisores dei desarrollo económico que
aceleran desde entonces los ritmos de productividad del trabajo hu­
mano y de transformación del orden social, intensifican la urbaniza­
ción de ¡as poblaciones y propician aumentos crecientes de las dis­
ponibilidades de bienes de consumo en las sociedades industrializadas
y una elevación continuada de su poderío militar. Surgen de ese mo­
do, los primeros países "desarrollados” como economías capitalistas-
industriales, cuyo objetivo supremo y cuya condición de existencia son
la expansión constante de su riqueza ’y poder por medio del aumento
de la productividad de! trabajo, de la maximización de ganancias y
del dominio de mercados en escala mundial. La característica básica
del sistema será, de ahí en adelante, su compulsión al progreso téc­
nico continuado y a la acumulación de capitales. En la órbita interna,
ésta era una condición de sobrevivientes de las empresas, en compe­
tencia unas con otras y enfrentadas a ia capacidad de lucha de los
asalariados. En la órbita externa, era una exigencia de la autonomía
nacional, ante la competencia en el mercado mundial.

Imperialismo industrial y neocolonialismo

En el desarrollo de sus potencialidades, el primer proceso civi­


lizatorio fundado en la revolución industrial impone tales alteraciones
en ios modos de ser de las sociedades humanas que acaba por in­
tegrarlas a todas en un solo sistema interactivo y por configurar una
nueva formación socioculturai, también dividida en dos complejos tec­
nológicamente desfasados y económicamente contrapuestos, pero com­
plementarios: el superior, constituido por la aceleración evolutiva de
algunas naciones capitalistas-mercantiles hacia la condición de centros
de dominación imperialista industrial; el inferior, constituido a través
de movimientos de actualización histórica que provocan tanto la re­
distribución de áreas coloniales entre las nuevas potencias como el
surgimiento de una nueva forma de dependencia; el Neocolonialismo.
En eí curso de este proceso civilizatorio se superan algunas de
las formas más despóticas de sojuzgamiento colonial, como la escla­
vitud, pero permanecen e incluso se profundizan los vínculos econó­
micos de subalternidad. El carácter expoliador de las relaciones sim­
bióticas entre las estructuras céntricas y las periféricas se asienta
ahora principalmente, en la explotación de las ventajas que usufruc­
túan los sistem as evolucionados en el intercambio comercial con áreas
atrasadas. El alto grado de tecnificación y de utilización de energía
inanimada de estas economías industriales les asegura ventajas de
todo orden en los trueques de su producción con (a de economías
atrasadas, cuyo sistema productivo está movido principalmente por
eí trabajo humano. Su enorme poder de compulsión obliga a las so ­
ciedades que caen en dependencia colonial y neocolonial a sufrir toda
clase de transformaciones reflejas y ías configura según líneas en
las que sirvan más eficazmente a sus expoliadores. De este modo,
el sistema global crece como una constelación simbiótica en la que
cada componente tiene su papel prescrito y en la que todos se re­
producen guardando las relaciones recíprocas de núcleos colonialistas
y áreas de expoliación.
En sus primeros pasos, el proceso de industrialización es diso-
cíador y extremadamente conflictivo. Internamente, agrava aún más
los efectos deletéreos de! reordenamiento capitalista, profundizando la
diferenciación social, destruyendo los remanentes de los antiguos sis­
temas ocupacionales de base agrario-artesanal e incrementando el as­
censo demográfico, sin ser capaz de absorber en las fábricas y en
los servicios los contingentes de mano de obra que produce y libera.
Provoca una intensificación del éxodo rural-urbano, acumulando en las
ciudades enormes masas marginales. Cuando éstas amenazan con
desencadenar una presión irresistible de reordenamiento dei sistema,
se intensifican los movimientos migratorios inducidos por las autori­
dades gubernamentales a fin de librarse de los "excedentes" de po­
blación, que al no poder ser incorporados al sistema productivo, ame­
nazan entrar en la anonimía o engrosar las capas virtualmente insur­
gentes. Estos trasiegos humanos y el consumo de gente en gue­
rras sucesivas deben de haber retirado del cuadro europeo cerca de
cien millones de personas en el último siglo y medio, propiciando la
indispensable distensión consolídadora dei sistema capitalista indus­
trial 2. Si a esta reducción se agregan los efectos de la restricción
de la natalidad que entonces se generalizaron en las naciones indus­
trializadas, el monto se duplicaría.
Inglaterra y Francia son las naciones que primero maduran como
formaciones socioculturales imperialistas industriales. La misma ha­
zaña es cumplida poco después por los Estados Unidos. Este país,
al contar con inmensas disponibilidades de tierras vírgenes y de re­
cursos naturales, pudo industrializarse incorporando a la fuerza de tra­
bajo toda su población, y además, enormes contingentes europeos.
Gracias al crecimiento constante de la productividad del trabajo y a
la erosión de los excedentes de población; las naciones precozmente
industrializadas alcanzan, a cierta altura, a elevar sustancialmente el
nivel de vida de sus poblaciones; a organizar regímenes democrático-
parlamentarios que favorecen una participación creciente del pueblo
en la formación de órganos del poder político; a escolarizar a toda
la población en escuelas de nivel eleme'ntal, y más tarde, llevar sec­
tores crecientes al nivel medio y superior. Simultáneamente, mejoran
sus niveles de sanidad, se prolonga la esperanza de vida y se for­
mulan nuevos ideales de libertad, de justicia y de igualdad.
En el orden externo, el proceso de industrialización, actuando co­
mo un movimiento de actualización histórica, promueve una moderni­
zación meramente refleja e impone condiciones de extrema penuria
a los pueblos ya sometidos al estatuto colonial y a aquellos que con­
vierte de dominio de ios imperios mercantiles salvacionistas, en áreas
neocoloniales de las grandes potencias. Sus poblaciones son incluidas
en el nuevo sistema productivo: las clases dominantes, en calidad de

La proporción del increm ento dem ográfico europeo entre 1800 y 1950 puede se r
evaluada por las sig u ie n te s cifras: la población in gle sa crece de 16,2 a 50,6 m illon es;
fa france sa de 28,2 a 41,7; ia alem ana de 25 a 34: la Italian a de 18,3 a 46,3. Y crecen
en e se ritmo, pese a exportar s u s p ob lacio n es en enorm es proporciones; de In gla te ­
rra em igran 21 m illo n e s de person as entre 1836 a 1935; de Holanda, 4,5 m illo n e s en
el m ism o período: de A lem an ia, 5,3 m illo n e s de 1833 a 1935; de Francia, 2 m illo n e s
de 1821 a 1935, y de Italia. 9.6 m illo n e s entre 1876 y 1940. {A. Sireau, 1966: A . Sauvy,
1954/56 y 1961; A. Landry. 1949.)
estamentos gerenciales de intereses exógenos y la masa de ia pobla­
ción, en la condición de “proletariado externo" utilizado en la produc­
ción de materias primas. Los últimos focos de esclavitud progresan
hacia nuevos modelos de conscripción de ia fuerza de trabajo. Este
saito se produce sin la caída en regresiones feudales porque, en lu­
gar de interrumpirse, las actividades mercantiles se activan, y porque
la transición se opera en ei curso de un proceso de intensa moderni­
zación refleja. Sólo episódicamente y en áreas restringidas se re­
gistra ei hundimiento, por parte de poblaciones ex esclavas, en eco­
nomías de subsistencia. En general, son prontamente absorbidas por
los nuevos modos de organización dei trabajo, todos ellos grande­
mente expoliadores e incipientemente capitalistas.
Bajo el dominio dei imperialismo industrial, el papel de los pue­
blos atrasados en la historia ya no será proveer tesoros al saqueo o
de abastecer de oro y plata y especias al mercados mundial y tam­
poco de productos tropicales clásicos, como el azúcar y otros. Su
función pasa a ser el abastecimiento de materias primas para ia ela­
boración industrial: minerales, petróleo, caucho, algodón, cueros, lanas
y varias otras producidas predominantemente, por trabajadores asala­
riados que son también consumidores. A esos productos se agregan
nuevas mercaderías de exportación, como el café, el cacao, la carne
bovina, las frutas tropicales, etc., requeridas en proporciones crecien­
tes por los mercados de tas sociedades industrializadas. Así, el
mismo progreso de la industrialización, que muitiplica fábricas en los
países céntricos de! sistema, ensancha simultáneamente las áreas de
plantación y de pastoreo comerciales, de extracción foresta! o de
explotación de minerales en ios países periféricos.
La implantación imperialista se da en tres etapas, en la medida
en que los sistem as de explotación externa que desarrolla alteran sus
formas de acción y ensanchan sus intereses. En la primera etapa,
actúa por la exportación de manufacturas y por la conquista de fuen­
tes privativas de materias primas o de mercados cautivos, sucediendo
en esta función a las antiguas formaciones mercantiles, sea mediante
la imposición del estatuto colonial, sea a través de procedimientos
neocoionialistas. En la segunda, correspondiente a la fusión de las
empresas en grandes monopolios controlados por entes financieros,
actúa principalmente por ía exportación de capitales en la forma de
equipamiento modernizador de la infraestructura productiva de las na­
ciones atrasadas y de empréstitos a gobiernos. Con ese procedimien­
to, se intensifica la explotación de los pueblos situados en posición
subordinada dentro dei sistema, porque es fomentada por ei propio
instrumenta! de industrialización que provee vías férreas, puertos, sis­
temas modernos de comunicación y maquinaria especializada para sus
actividades productivas. Su subordinación a ia órbita de la potencia-
iíder también se acentúa porque, paradójicamente, corresponde a ias
naciones deprendientes pagar ese instrumental que las hace más efi­
caces como proveedoras de materias primas a las naciones indus­
trializadas.
En ¡a tercera etapa, se instalan en ¡os países dependientes sub­
sidiarias de ías grandes corporaciones monopolistas para explotar las
riquezas minerales y la producción industria! para el mercado interno,
con el fin de drenar los capitales generados en las naciones pobres
y enriquecer aún más a ias opulentas. Aparentemente, se trataría de
una aceleración evolutiva que actúa a través de la difusión de !a tec­
nología industria!. Procesándose, en cambio, como una «actuación his­
tórica, esa implantación de industrias en lugar de generar los efectos
de progreso que había producido en las naciones autónomamente in­
dustrializadas, da lugar a una creciente dependencia de las naciones
periféricas y a un proceso de modernización refleja generador de de­
formaciones tan profundas que en realidad, representan su condena­
ción ai atraso y a ¡a penuria. En estas condiciones de industriali­
zación recolonizadora, las poblaciones crecen para marginarse porque
no se les ofrece perspectivas de integrarse en el sistema productivo
modernizado. Tampoco surge una cultura erudita capaz de dominar
los principios científicos de la nueva tecnología productiva, y mucho
menos una élite dominante autonomista, empeñada en detener la ex­
poliación externa y en reformar el arcaico ordenamiento social.
Iniciado hace más de dos siglos, el proceso civilizatorio fundado
en la revolución industria! prosigue sin haber alcanzado su término,
incluso en las áreas precursoras. Examinado a largo plazo, representa
tanto un avance de progreso como una irrupción disociadora. Con­
tiene suficiente energía para destruir o tornar en obsoletos los an­
tiguos modos de vida. Condicionado, sin embargo, por el carácter
lucrativo de ias empresas que lo dirigen, y convulsionado por un ace­
lerado ritmo de renovación, no encierra dentro de sí una capacidad
de promover la industrialización autónoma de nuevas áreas, ni de
asegurar paz, estabilidad, bienestar y libertad a los pueblos que inte­
gra en un sistema económico único.
En las áreas céntricas, la industrialización, al actuar como un ace­
lerador de la evolución social, crea sociedades de nuevo tipo, cualita­
tivamente distintas de todas las anteriores. En las áreas periféricas,
donde actúa por reflejo o por mecanismos de actualización histórica,
impone transformaciones igualmente profundas, pero desencadena pro­
cesos disociativos de intensidad aún mayor, que las condenan a!.atra­
so, en cuanto permanecen inscritas en ei sistema. Como ias revolu­
ciones tecnológicas anteriores, la industrialización implica un reorde­
namiento de ias relaciones entre pueblos, que favorece a los más
avanzados y no establece mecanismos de transición entre ías formas
de vida tradicional, devenidas arcaicas, y las nuevas. Crea en cambio,
una configuración internacional polarizada por (as naciones pioneras de
la industrialización, extremadamente hostil al desarrollo de ios otros
pueblos.
Una vez implantado ei modelo precoz de desarrollo industrial,
integrado por Inglaterra (1750-1800), Francia (1800-1850), Sos Países
Bajos (1850-1890) y ios Estados Unidos de Norteamérica (1840-1890),
esos países se repartieron entre sí el mundo entero como un contex­
to, destinado a la expoliación como áreas subordinadas a las cuales só­
lo se posibilitó un desarrollo limitado y dependiente. Las otras metró­
polis coloniales que se atrasaa en la industrialización, como ias ibéricas
y las eslavas pierden fuerza frente a los nuevos centros de dominación.
El primer modelo de ruptura de ese círculo de dominio fue confi­
gurado por Alemania (1850-1914), por Japón (1900-1920) y más tarde,
por Italia (1920-1940), que conforman el patrón tardío de desarrollo,
logrado mediante la formulación y la ejecución de proyectos de de­
sarrollo autónomo, conducidos principalmente por el estado e impulsa­
dos por motivos de seguridad nacional y de poderío militar'. En ese
esfuerzo, apelan a procedimientos heterodoxos, como la garantía del
pleno empleo y el dirigismo económico, que contrastan frontalmente
con los principios rectores de las naciones primeramente industriali­
zadas, como el libre cambio y el libre comercio.
La conducción de esos esfuerzos de desarrollo tardío, que com­
petía : a liderazgos político-militares en asociación con plutocracias
empresarias, las lleva fatalmente a oposiciones irreductibles con las
naciones precozmente industrializadas. Se desencadenan sucesivas
guerras locales y mundiales con el propósito de imponer una redis­
tribución de áreas de dominación y el reconocimiento de la suprema­
cía de estados que se convirtieron en nuevas potencias industriales.
Los alemanes logran posesiones coloniales en Africa (1884) y después
en Asia. Los japoneses conquistan antiguas áreas de dominación
rusa y se instalan en Manchuria. Los italianos se apoderaron de vas­
tas regiones en Africa.
Esos conflictos propiciaron la aparición de dos nuevos patrones
de desarrollo industrial autónomo: el socialismo revolucionario, que se
configuraría en otra formación, y el modelo de desarrollo capitalista
reciente. Este último surgió en áreas marginales, como Escandinavia
(1890-1930), o dependientes como Canadá (1900-1920) y Australia
(1930-1950). Se torna viable, en los dos casos, por la alteración de
las relaciones de intercambio de esas naciones con los países fuer­
temente industrializados, en los períodos de guerras o de crisis. En
condiciones normales, esas relaciones no favorecían posibilidades de
progreso autónomo, en virtud del carácter intrínsecamente expoliativo
de la interacción entre economías tecnológicamente desfasadas. Con
la aparición de coyunturas bélicas aquellas naciones pudieron exportar
más de lo que importaban, acumulando divisas. Y sobre todo, fueron
estimuladas a explotar autónomamente sus propias fuentes de riqueza,
realizando potencialidades de progreso hasta entonces anuladas. Ter­
minados los conflictos, se hallaban fortalecidas económicamente y
habían creado condiciones para negociar nuevas formas de interacción
económica, capaces de preservar los intereses nacionales y de hacer
viable un desarrollo autónomo.
Como se ve, el impacto de la revolución industria! se imprime en
forma diferente, según se ejerza directa o de manera refleja sobre
ios pueblos. Es el primer caso, configura a ias sociedadej modernas;
en el segundo, al contexto de naciones subdesarrolladas. Am bos son
productos de las mismas fuerzas renovadoras, que en el primer caso
realizaron sus potencialidades por la aceleración evolutiva, y en el
otro caso, al verse limitadas externamente por la expoliación imperia­
lista e internamente, por la constricción oligárquica, se configuran
como un proceso de actualización histórica incapaz de conducir al
desarrollo autónomo.
Por ello, la condición de subdesarroMo no representa ei atraso
ante el progreso o un modelo arcaico de sociedad en relación a un
modelo progresista. Representa, eso sí, una secuela necesaria de
las propias fuerzas renovadoras de la revolución industrial, que ge­
neran simultáneamente dos productos: los núcleos industriales como
economías de alto patrón tecnológico, y la periferia neocolonial de
naciones estructuradas menos para atender a sus propias necesidades
que para proveer, a aquellos núcleos, bienes y servicios en condicio­
nes subalternas. Sus poblaciones son degradadas por la deculturación
o por el deterioro de su economía tradicional, y pierden los niveles
de desarrollo tecnológico que habían alcanzado, para transformarse
principalmente en fuerza de trabajo utilizada en las formas más pri­
mitivas, como combustible humano del proceso productivo.
El subdesarroMo no corresponde, pues, a una crisis de crecimien­
to, sino a una conmoción que sufren sociedades subordinadas a cen­
tros industriales, sacudidas por intensos procesos de modernización
refleja y de degradación cultural. Se suman a esto la explosión de­
mográfica y la urbanización acelerada y caótica, que agravan al ex­
tremo las tensiones sociales, insuperables y ni siquiera aplacables
por esas sociedades al no poder exportar sus excedentes de pobla­
ción, como lo hizo Europa en la misma coyuntura. En estas circuns­
tancias, los efectos reflejos del proceso de industrialización, que ac­
túan principalmente en el sentido de la disociación, lo hacen incapaz
de generar las fuerzas autocorrectivas que permitirían enfrentar aque­
llos trastornos, porque sus comandos de ia industrialización se en­
cuentran fuera de la sociedad que sufre esos efectos, y también por­
que las virtualidades de la tecnología industrial, al ser aplicadas en
ios campos y en ios límites necesarios para tornar las economías
periféricas más eficaces en el ejercicio de su papel tradicional, pro­
fundizan su dependencia, favoreciendo tan sólo una modernización' par
ciai o deformada. Generan sociedades que nunca (legan a crear una
economía autónoma y autofecundante, capacitada para explotar sus
propias potencialidades de crecimiento, porque se conforman funcio­
nalmente como partes complementarias de otras economías dentro de
un sistema interactivo autoperpetuador.
Agrégase todavía que ias naciones subdesarrolladas no son sola­
mente atrasadas, sino que también ellas son las expoliadas de la his­
toria, empobrecidas por el saqueo originario dé sus riquezas ateso­
radas, y a través de sistemas leoninos de intercambio por la succión
secular de los productos del trabajo de sus pueblos. Se suma a todo
esto la deformación de su clase dirigente, que puesta al servicio de
ia expoliación extranjera, no resulta capaz de madurar como un em­
presario renovador y competitivo. En lugar de esto, configura un pa­
tronato deformado en el ejercicio de funciones gerenciales; una oli­
garquía retrógada, apegada a privilegios, como el monopolio de la
tierra; y un patriciado civil y militar parasitario, qué absorbe gran
parte de los excedentes del trabajo común. En estas circunstancias,
su atraso relativo no es un estadio de transición entre lo arcaico y
lo moderno, sino una condición estructural que impide el progreso.
Las naciones subindustrializadas del mundo moderno no son, co­
mo se ve, sobrevivencias de sí mismas o retratos contemporáneos
de las condiciones pretéritas de las naciones desarrolladas. Son, eso
sí, eí resultado de un proceso de actualización histórica que actúa
expoliadoramente para hacer posible el desarrollo acelerado de otras
áreas. Las tensiones entre esas sociedades inmersas en el subdesa-
rroüo y los centros imperialistas que lucran con su atraso se van
configurando como la oposición fundamental de los tiempos moder
nos. Y se torna cada vez más aguda a medida que se generalizan ías
aspiraciones de consumo de tipo industrial; que se profundiza en sus
dirigentes la toma de conciencia de que el sistema, por su propio fun­
cionamiento espontaneísta, es incapaz de llevar al desarrollo autóno­
mo; y que sus pueblos se reintegran como una nueva etnia nacional
armada de un ethos que la capacite para emprender su guerra de
emancipación.
Un movimiento histórico nuevo se alza, entonces, polarizando de
un lado los pueblos prósperos y poderosos, y dei otro, los pueblos
subdesarrollados. En estos últimos se polarizan también las capas
sociales según se identifiquen con el sistema vigente, porque saben
hacerlo lucrativo para sí mismas; o se opongan a él porque advierten
el carácter social e innecesario de ia penuria que soportan. Estallan
así en ei ámbito de las sociedades subdesarroiladas, luchas de eman­
cipación de! yugo colonia! y conflictos internos por ei reordenamiento
estructural. Como la contribución de estas sociedades a! abasteci­
miento de materias primas, a ia absorción de mercaderías y servicios
y a la producción de ganancias transferibies hacia el exterior es in­
dispensable para e! funcionamiento y ia perpetuación del orden cápi
talista, sus aspiraciones autonomistas y sus tensiones internas de
carácter revolucionario cuestionan el propio sistema. En consecuencia,
fuerzan un reordenamiento no sólo de la sociedad, sino de toda la
civilización, por cuanto alcanza a sus propios fundamentos económicos,
asentados en la división de funciones entre pueblos prósperos y pue­
blos miserables.
A esta altura se hace necesario establecer una distinción clara
entre los pueblos atrasados en la historia y ios pueblos subdesarro-
Ilados. Los primeros corresponden a ios contingentes marginales no
alcanzados por algunas (o todas) de las revoluciones tecnológicas que
conformaron el mundo moderno. Tales, por ejempio, las tribus que
sobreviven en ciertas áreas, como grupos preagrícolas o como for­
maciones de aldeas agrícolas indiferenciadas. En oposición a esta
condición arcaica y aislada, consideramos pueblos subdesarrollados a
aquellos que fueron integrados en el sistema económico mundial a
través de procesos de actualización histórica, y que a! madurar étni­
camente para el. comando de sí mismos, van tomando conciencia del
carácter expoliativo de su s vinculaciones externas y de la naturaleza
retrógada de sus clases dominantes tradicionales. Estos últimos pue­
den ser clasificados en cuatro grandes configuraciones histórico-cul­
turales, correspondientes a sus procesos específicos de formación
étnica y responsables de los problemas de desarrollo con que se en­
frentan sus pueblos.
Tales son, primero, los pueblos emergentes, que en nuestros días
ascienden de ia condición tribal a la nacionai, por fuerza de procesos
de actualización histórica tendientes a situarlos en la categoría de
áreas neocoloniales. Se encuentran, principalmente, en el Africa tro­
pical y están representados por ios pueblos que experimentaron, has­
ta hace poco tiempo, o sufren todavía, la dominación colonialista de
ingleses, franceses, belgas, portugueses y otros. Sus economías son,
en el mejor de los casos, enclaves extranjeros implantados como quis­
tes dentro de sus territorios en la forma de empresas mineras (Congo,
Rodesia, Nigeria, Katanga, Camerún), de grandes plantaciones tropi­
cales de exportación (Liberia, Ghana, Nigeria, Guinea, Somalia, Kenia,
Sudán, Tanzania, Angola y Mozambique) y algunas áreas de exporta­
ción pastoril o forestal, también de exportación.
Vienen en segundo lugar ios pueblos nuevos, surgidos todos en
América Latina como subproductos exógenos de proyectos europeos
de coionización esclavista. Al reunir en el mismo espacio físico ma­
trices étnicas profundamente diversificadas — indígenas, negros y
europeos— , aquellos procesos propiciaron su fusión mediante ia mes­
tización racial y la acuituración, dando lugar a figuras étnicas entera­
mente nuevas. Estas poblaciones, remodeladas a través de la destri-
balización y deculturación compulsivas, bajo la presión esclavista,
perdieron ia mayor parte de sus patrimonios culturales de origen y
sólo pudieron plasmar nuevos rasgos culturales cuando éstos no cho­
caban con su función productiva dentro del sistema colonial. No
están prendidas, por eso, a ningún conservatismo y, en cierta forma,
se encuentran abiertas a la renovación, porque sólo tienen futuro en
su integración en los modos de ser de las sociedades industriales
modernas. Este es el caso del Brasil, de Venezuela, de Colombia y
de las Antillas, en que predominó el cruzamiento de europeos con
negros en la configuración de la matriz étnica. Es el caso, aún, de
Chile, del Paraguay, de algunos países de América Central y de los
pueblos rioplatenses, en los cuales prevaleció el mestizo indígena-
europeo. Los rioplatenses se transformaron posteriormente bajo el peso
del alud de inmigrantes europeos que se dirigieron a sus territorios
después de la independencia. Ninguno de los pueblos de esta configu­
ración alcanzó el desarrollo pleno a través de la industrialización. To­
dos son ctasíficables como áreas dependientes de carácter neocolonial.
La tercera configuración está representada por los pueblos-testi­
monio, resultantes del impacto de la expansión europea movida por
las revoluciones mercantil e industrial sobre antiguas civilizaciones
como ía musulmana, la hindú, la china, la coreana, la indochina, la
incaica y la mexicana. Todos ellos sufrieron profundas traumatizacio-
nes, de las que sólo están llegando a recuperarse a través de su
propia integración en la civilización industrial, el Japón por ia vía
capitalista, y más recientemente, China y Corea del Norte por la vía
socialista. Los demás se encuentran marginados en el subdesarrollo
y son también cíasificables como economías neocoloniales, con ex­
cepción de México, de Egipto y de Argelia, que se estructuran en
una nueva formación, el nacionalismo modernizador, y del Vietnam del
Norte, integrado en la formación socialista.
La cuarta configuración, correspondiente a los pueblos trasplan­
tados, está constituida por los pueblos formados en las colonias de
poblamiento por medio del traslado hacia nuevos espacios de ultra­
mar de europeos desalojados principalmente de áreas rurales a con­
secuencia de los procesos civilizatorios que plasmaron las formacio­
nes capitalistas mercantiles y las imperialistas industriales. Como
extensiones ultramarinas de naciones europeas, esos pueblos prosi­
guieron, en las áreas donde se implantaron, ios procesos de renova­
ción tecnológica y reordenamiento institucional en curso en sus ma-
rrices. Encuentran, por eso, y por el carácter menos expoiiativo de
la dominación que experimentaron, mayores facilidades para integrar­
se en la civilización industrial moderna. Pertenecen a esta categoría
ios norteamericanos, los canadienses, ¡os australianos y ios neozelan­
deses. Integráronse en ella, al transfigurar su etnia original por un
proceso de sucesión ecológica provocado por un alud inmigratorio
intencionaimente conducido, los argentinos y los uruguayos. De todo
el grupo, estos últimos son los menos desarrollados. Ello se debe
principalmente, a la sobrevivencia en ambos de un ordenamiento ins­
titucional oligárquico fundado en el monopolio de la tierra, que es
uno de los últimos rasgos de la herencia saivacionista ibérica que
en ellos aún prevalece. Son también pueblos trasplantados, aunque
de carácter singular, los núcleos caucasoides del Africa del Sur, de
Rodesia, de Kenia y de Israel. Todos ellos serán llevados, probable­
mente, a experimentar profundas transformaciones étnicas, dada su
naturaleza artificial. Son, en realidad, intrusiones europeas implantadas
en áreas de poblaciones mayoritariamente extrañas que, al no haber
sido diezmadas o absorbidas por ía mestización, maduran como nue­
vas etnias nacionales que, tarde o temprano, tenderán a repeler a
los intrusos no asimilables.

La expansión socialista

Basada en las fuerzas renovadoras de ía revolución industrial, des­


pués de la primera guerra mundial, se desencadena un proceso civi­
lizatorio nuevo responsable de la estructuración de ias formaciones
socialistas, que surgen como consecuencia de la acción de tres ór­
denes de tensiones, generadas o intensificadas por los propios pro­
gresos de la industrialización e irreductibles en el ámbito de las for­
maciones imperialistas industriales, y de su contexto neocolonialista.
Primero, las tensiones entre las propias potencias imperialistas, que
tas llevaron a sucesivas guerras por la repartición dei botín colonial,
acabando por envolver al mundo entero en conflagraciones que debi­
litaron al máximo los mecanismos de preservación del orden capita­
lista. Segundo, ías tensiones entre las naciones industrializadas y su s
áreas de explotación, condenadas al atraso en virtud de la natura-
raleza expoliadora de los vínculos recíprocos y conducentes, por ello,
a guerras de emancipación nacional, en las cuales todo el orden so­
cial es cuestionado, propiciando profundas reformas estructurales. En
tercer lugar, las tensiones internas derivadas de ia polarización de ias
sociedades capitalistas, tanto las industrializadas como ias dependien­
tes, en dos fuerzas contrapuestas: de un lado, ios estratos patronales
y ias capas a éstos asociadas, esforzándose por mantener ei sistema
y por apropiarse de ia mayor parte posible de ios resultados de las
actividades productivas; de otro lado, las clases subalternas, empe
nadas en ía elevación constante de su s niveles de consumo y en la
mejora de sus condiciones de vida y de trabajo.
Combinaciones diversas de estos tres órdenes de tensiones con­
dujeron a dos movimientos básicos de reestructuración sociai. Uno.
de naturaleza evolutiva, resultante de Sa acumulación de cambios ins­
titucionales que desnaturalizan el régimen capitalista, al punto de
configurar a algunas sociedades industriales como una nueva forma­
ción: el socialismo evolutivo. Y otro, de naturaleza revolucionaria,
conducido intencionalmente como un esfuerzo político de ruptura con
los factores inhibitorios del desarrollo industrial autónomo, que confi­
guró a algunas sociedades en dos nuevas formaciones: el socialismo
revolucionario y el nacionalismo modernizador.
En 1a construcción del modelo teórico de las formaciones socia­
listas evolutivas tuvimos en mente algunas naciones de alto desa­
rrollo industrial que se encaminan hacia una vía divergente tanto de
las estructuras imperialistas industriales como de las socialistas re­
volucionarias. El paradigma más maduro está representado por ios
países escandinavos, que se están estructurando como una nueva
formación socioculturaí por ia combinación de ciertos procedimientos
colectivistas de producción y de consumo; por la atribución de mayo­
res responsabilidades al estado por el destino de sus poblaciones,
aunque preservando en ciertos sectores ia empresa privada regida
por ía búsqueda de ganancias y en asociación con instituciones po­
líticas liberales.
M ás larval es la forma encontrada en Inglaterra, que empobrecida
en ias últimas guerras, desposeída de sus principales colonias, y
convertida en apéndice de la economía norteamericana, se vio en la
contingencia de encontrar en sí misma los elementos de su propia
supervivencia mediante reformas estructurales democratizadoras y pro­
cedimientos colectivistas de reordenamiento de la economía nacional.
Algunos movimiento revolucionarios de Francia y de Italia propugnan
también una evolución progresiva al socialismo, negando la impera-
tividad del pasaje por una “dictadura del proletariado" y ia necesidad
de apelar al unipartidísmo; dudan incluso de la conveniencia de la
nacionalización previa de todos los medios de producción. También
Austria, entre muchos otros países capitalistas industriales, parece
tender a configurarse en esta nueva formación, por la combinación
de cambios estructurales espontáneos con procedimientos intenciona­
les de reordenamiento político.
Algunos de los teóricos que más enaltecen las cualidades de la
economía libre-empresaria de mercado tratan de probar su capacidad
de autoperpetuación precisamente por estas formas evolutivas de re­
novación. A s í procuran demostrar que el' desarrollo histórico de las
sociedades capitalistas se está realizando en el sentido de una socia­
lización progresiva. A sus ojos, una socSaiización espontánea se viene
cumpliendo por la creciente participación popular en la copropiedad
de las empresas y por las distribución cada vez más igualitaria de
los productos dei trabajo humano, en consonancia con la democrati­
zación de ias instituciones sociales y políticas. Su oposición al so ­
cialismo consiste esencialmente, en negar la conveniencia de una in­
tervención racional en ia estructura económica, política y social. Con­
fían en que las fuerzas sociales y económicas, interactuando espontá­
neamente bajo él control informal dei sistema de fuero y bajo los
imperativos del mercado abierto, conducirán el proceso a los mejores
resultados por Ja maduración progresiva de las potencialidades de
abundancia y de libertad que la tecnología moderna propicia (espe­
cialmente A. A. Berle y C. C. Means, 1951; J. K. Galbraith, 1952) .
Aunque los teóricos dei neocapitalismo parezcan estar seguros
en lo que respecta al reconocimiento de una tendencia a la socializa­
ción espontánea, las razones por las cuales ésta se producirá no: serán
ciertamente las que ellos indican. Es más probable que el desarrollo
de las tendencias actuales conduzca al socialismo, según la expecta­
tiva de J. Schumpeter (1963 y 1965), no por ia maduración del capi­
talismo sino por su deterioro, provocado por la ^generalización de ios
procedimientos que minan las condiciones institucionales indispensa­
bles para su preservación. La característica fundamental deí socialis­
mo evolutivo para Schumpeter reside en el hecho de que no emerge
como consecuencia de la maduración del sistema capitalista, sino de
la atenuación de sus características cruciales, que a cierta altura
pueden llegar a desnaturalizarlo para producir una configuración ca­
pitalista ínauténtica, tendiente a! socialismo. Efectivamente, eí siste­
ma capitalista industrial, después de implantar el reino de la racio­
nalización contractual ista, dei espontaneísmo, del privatismo y de! li­
beralismo económico, empezó a restaurar viejas reglamentaciones pro­
tectoras y a crear otras nuevas, cuya generalización lo va volviendo
obsoleto como sistema. NSo lo hizo, sin embargo, como una concesión
gratuita a la masa asalariada sino pagando el precio de su sobrevi­
vencia ante la ola de insurrecciones, huelgas y luchas de clase que
convulsionaron las sociedades capitalistas desde el último cuarto del
siglo pasado. Frente a esos movimiento, ios estados se vieron en la
necesidad de reprimir los abusos escandalosos, reglamentando el tra­
bajo del menor y de la mujer; admitiendo la libertad de organización
sindical y el derecho de huelga; limitando ¡a jornada de trabajo; fi­
jando salarios mínimos y estableciendo servicios asistenciales de
previsión y de prevención dei desempleo.
Por esta vía, los gobiernos capitalistas fueron asumiendo respon­
sabilidades sociales cada vez mayores frente a la fuerza de trabajo,
elevando el costo de sus servicios asistenciaies y, en consecuencia,
absorbiendo partes crecientes de la renta nacional. Tales procedimien­
tos instauraron nuevos sistem as de distribución del ingreso nacional,
a través de la política fiscal y presupuestaria, que desembocaron en
una intensificación de la intervención estatal, terminando por hacer
de ¡a política económica gubernamental el principal responsable del
destino de las empresas. En estas circunstancias, las propias em­
presas empezaron a aspirar también a la protección del estado por
medio de subsidios y regalías fiscales a la industria y de estipendios
a la agricultura. En ¡as naciones capitalistas industriales en que este
proceso actuó más intensamente implantóse una dimensión nueva en
el sistema económico, dentro de la cual ia supervivencia del régimen
pasó a depender fundamentalmente de la profundización de su des­
composición. En estas naciones, ei estado empieza a transformarse,
de fuerza subordinada a los intereses privados, en un poder reorde­
nador del régimen, condicionado por el imperativo de hacer funcionar
la economía que ya no resulta viable sobre ias antiguas bases, para
asegurar ia estabilidad política y elevadas tasas de ocupación, y para
manejar la inflación y la deflación como factores fundamentales de
control del ciclo económico.
Esta nueva política económica, surgida como un proteccionismo
compulsivo, indispensable para reducir las tensiones peligrosamente
revolucionarias entre patrones y asalariados, maduró con el dirigismo
económico ahora imperativo para hacer frente a las crisis sectoriales
y generales y para movilizar la economía en las coyunturas de guerra.
La marcha dé esta intervención estatal, no deseada pero inevitable,
acabó por afectar las propias condiciones de funcionamiento del sis­
tema capitalista, cuando al reformismo interno se sumaron reestruc­
turaciones de ía economía externa, impuestas por ia independencia de
los dominios coloniales y por la competencia con estructuras capita­
listas y socialistas más poderosas. A cierta altura del proceso el
sistema económico se modifica tan profundamente que tiende a aproxi­
marse más ai modelo teórico socialista que al capitalista origina!. En
estas condiciones, la economía global pasa a ser regida principal­
mente por el estado, a través de planes que establecen metas para
los sectores públicos y privados, y a orientarse más por criterios so­
ciales que por la libre interacción de las empresas en la busca del
acrecentamiento de sus ganancias.
En las sociedades capitalistas altamente industrializadas actúan
otras fuerzas reordenadoras, asentadas no tanto en factores político-
institucionales sino en procesos más profundos de renovación es­
tructural que parecen conducir al fortalecimiento de las tendencias so-
cializadoras, Entre otras, se destaca la drástica reducción del empleo
agrícola, acompañada de una propensión a anular ias diferencias mi-
leñarías entre ios hombres según sean compelidos a adaptarse a una
condición urbana o a una rural. Inglaterra cuenta con menos del
cinco por ciento de su población activa ocupada en la agricultura; en
los Estados Unidos, el porcentaje es inferior ái diez por ciento. Este
último caso es aún más significativo, porque corresponde a la econo­
mía agraria más productiva del mundo. En las demás naciones indus­
trializadas que alcanzaron altos índices de tecnificación en ía agri­
cultura se observa la misma tendencia y una igual aproximación entre
el estilo de vida rural y eí urbano, correspondiente a una fusión en
marcha, de la industria con la agricultura. Es posible incluso calcular
ei grado de madurez estructural de una sociedad, en los cuadros de
ía revolución industrial, según el alcance de esta fusión y su indica­
dor básico es la reducción dé la mano de obra agrícola dentro de
ía población activa. A s í se comienza a superar, después de diez mil
años de revolución agrícola, !a propia condición humana que ella ins­
tauró masivamente, transformando recolectores y cazadores en agri­
cultores y pastores.
Otra renovación estructural es la que conduce al principal con­
tingente de la fuerza de trabajo liberada de la agricultura, no ya hacia
la industria, sino hacia nuevas y múltiples categorías de servicios
(a siste n c ia le s, educativos, de comercio, burocráticos, recreativos y
otros innumerables) que revelaron una capacidad insospechada de ab­
sorción de mano de obra3. La condición ocupacional predominante
en las sociedades más industrializadas tiende a ser la de asalariados ■
de la categoría de empleados de escritorios y graduados universita­
rios llamados a representar el papel de principal contingente de 1a
fuerza de trabajo, más bien que la de obrero fabril (Colín Clark, 1957;
J. Fourastié, 1952). Este crecimiento del sector terciario no significa
que se esté generalizando una situación de independencia económica.
Por e! contrario, en esas sociedades capitalistas más avanzadas las
empresas tienden a aglutinarse en unidades cada vez mayores y se
eleva, constantemente, la proporción de asalariados en relación a la
a la de propietarios y trabajadores autónomos (granjeros, profesionales
libres, etc.) 4.

3 Entre 1850 y 1950, ía proporción de trabajadores' en la industria se eleva, en


Francia, de cerca del 30 al 40 por ciento, en tanto qué el sector terciario crece del
16 al 30 por ciento. En los E stad os U nidos, entre 1870 y 1950, lo s respectivos incre­
m entos fueron del 22,4 al 40,2 por ciento para el sector secundario y det 19 al 44,4
por ciento para el terciarlo, que a s í abarca una parte de ia m ano de obra m ayor que
la propia Industria. Solam ente ei grupo de lo s w hite ca lla r cre ció en los E stad os
U n id os en 10,6 m illo n e s de asalariad os, entre 1948 y 1963; m ientras que el a salariad o
rural cre cía en só lo 1,6 m illon es. (C . Clark, 1957; j. Fourastié, 1950 y 1952.) v
i En los E stad os U nidos el porcentaje de a sa la ria d o s sobre la población activa
creció, entre 1940 y 1950 dei 75 al 82 por ciento; la de granjeros sobre la pob lación
activa se redujo del 17 al 6 por ciento.entre 1910 y 1956. En Francia, io s m ism o s por­
centajes pasaron de 48,8 por ciento en 1906 a 60,2 por ciento en 1950. En el Canadá,
del 77 al 91 por ciento entre 1940 y 1954 (A, ñ u m ian tsev (E d .], 1963).
Estas tendencias empezaron a acentuarse cada vez más en la úl­
tima década, con el desarrollo de la tecnología electrónica y los pri­
meros <gasos de la automación de! sistema productivo. Es de suponer
que este reordenamiento incidirá en el plano social como un factor
de forta¡ecimiento de las tendencias socializantes, porque permitir^
producir cantidades de bienes tan extraordinariamente grandes que
podrá liberar al hombre del deber de trabajar para tener derecho a
un salario, haciendo obsoleta la condenación bíblica. Norbert Wiener
(1948: 38), examinando ias consecuencias probables de la automación
de ios procesos productivos, expresa su preocupación por ios efectos
disociativos que deberá provocar, pero señala que la respuesta a ese
reto “será, evidentemente, el surgimiento de una sociedad que se
base en otros valores humanos distintos de !a compra o la venta”.
Ello deberá ocurrir, sin embargo, en ei curso de un nuevo proceso
civiiizatorio.
Otra vía alternativa de la evolución poscapitalista es el socialis­
mo revolucionario, tal como se configura en la Unión Soviética, en
ias Repúblicas Socialistas de Europa Oriental, en China, en Corea del
Norte, en Vietnam del Norte y en Cuba. La principal característica
de esta formación socioculturai es su racionalidad, en cuanto concre­
ción planteada de un proyecto de reforma intencional de ias sociedades
humanas, llevada a la práctica a través de movimientos revoluciona­
rios. Con la formulación de las doctrinas socialistas, especialmente
del marxismo, se prefiguró para las capas asalariadas, sobre todo para
eí proletariado fabril, un modelo teórico de transformación intenciona!
de las sociedades y se definió una estrategia de combate que pro­
metía abrir, a las capas subalternas, por primera vez en la historia,
perspectivas de concretar viejas aspiraciones de reestructuración com­
pleta de las bases de ia vida social. De acuerdo con esta teoría, la
clase obrera está históricamente destinada a actuar como fuerza mo­
triz de una revolución social que promoverá ia suplantación de todas
las formas de expoliación y de alienación de ios hombres, mediante
la eliminación de ia propiedad privada de los medios de producción y
la consiguiente erradicación de la estructura clasista de ias socieda­
des y, con elia, de los mecanismos de opresión del estado.
El modelo teórico del socialismo marxista tiene de peculiar su
doble carácter de previsión de una nueva etapa de la evolución hu­
mana y de proyecto intencional de reordenamíento de ias sociedades
según los intereses de las categorías mayoritarias de ia población. La
primera característica deriva de que sus ideólogos lo concibieron
como una nueva formación socioculturai, o sea, como la etapa natu­
ra! y necesaria del proceso de evolución de las sociedades capitalis­
tas, que traerían implícito en sí mismas este modeio reordenador,
como un desenvolvimiento inexorable. La segunda característica se
asienta en la presunción de que esta transformación no se cumpliría
por sí sola, como una fatalidad, exigiendo por eso una estrategia en
la conducción de ¡as luchas sociales, tanto en la etapa preliminar de
conquista del poder como en el esfuerzo posterior de implantación
del nuevo sistema. La combinación doctrinaria de estas dos proposi­
ciones condujo a !a suposición de que ias formaciones socialistas
emergerían necesariamente de profundas convulsiones de carácter re­
volucionario, conducentes a regímenes de transición definidos como
"dictadura dei proletariado”.
La expectativa, sin embargo, no se cumplió, como sería de espe­
rar, en las sociedades plenamente industrializadas, donde se concen­
traba un proletariado más numeroso y consciente. Ni se concretó, se­
gún supusieron ios teóricos marxistas, por ei agotamiento de las po­
tencialidades de! régimen capitalista o en virtud de crisis cíclicas o
de ia pauperización creciente de la masa trabajadora. Se hizo efectiva
como resultado de un proyecto intenciona! de reordenamiento sociai
en un área marginal, incipientemente capitalista e industrializada, con
ia revolución socialista rusa de 1917, seguida más tarde por varias
otras, todas ellas motivadas principalmente, por tensiones de carácter
antioiigárquico y antiimperialista, y todas, excepto en Cuba, desenca­
denadas en el curso de guerras mundiales.
A s í como las formaciones capitalistas mercantiles e industríales
asumieron diversas formas históricas concretas, no sólo diferenciadas
sino hasta contrapuesta^ transitoriamente unas a las otras, también
ias socialistas se configuran según modelos distintos, marcadamente
nacionales y susceptibles de experimentar oposiciones, como ia chino-
soviética. Sin embargo, los diversos modelos de organización socia­
lista revolucionaria son variantes del que cristalizó en la U RSS a par­
tir de 1917, mediante regímenes autoritarios de intervención racional
en toda ia vida social por ei planeamiento global y ia movilización de
todas ias energías para la erradicación de estructuras sociales arcai­
cas y la instauración de nuevos modos de vida y de trabajo. Incluso
ios modos más diferenciados de socialismo, como el yugoslavo, e!
cubano y el chino, no discrepan esencialmente de! modeio. Agréguese
aún que ninguno de elios — ni siquiera el más antiguo— se presenta
a sí mismo como expresión de ¡a forma definitiva que busca. Todos
se autodefinen como vías de transición, aceleradoras del progreso
tecnoíógico-industriai y de la reestructuración sociai e ideológica, que
crearán las bases para la implantación de futuras sociedades comu­
nistas.
Todas estas variantes caben, por eso, dentro de una misma forma­
ción socioculturai, que.es el socialismo revolucionario. Ella se define
por ia apelación a ia "dictadura del proletariado" como instrumento
de movilización de recursos y energías para promover aceleradamente
ía socialización compulsiva de todos los medios de producción, con
el objeto de crear una economía industrial de nuevo tipo, en la que
se va volviendo cada vez más irrealizable la opresión económica, la
desigualdad social o la oposición entre ciudad y campo y entre el
trabajo físico y ei intelectual.
Este modelo fue inaugurado en Rusia a partir de un proyecto teó­
rico de reordenamiento de ia sociedad. Su elaboración constituyó un
serio desafío, pues por primera vez se conseguía reestructurar ra­
cionalmente, por un acto de voluntad, toda una sociedad desde sus
bases. Se trataba de atender objetivamente antiguas aspiraciones hu­
manistas dentro del enduadramiento rígido de los factores económicos,
que hacen depender la prosperidad de la capacidad de producción, y
el bienestar de un difícil equilibrio entre la necesidad de inversiones
crecientes en el campo productivo y el deseo de ampliar las facilida­
des de consumo popular. Para ello se imponían tres órdenes de re­
quisitos. Primero, crear una nueva estructura de poder, erradicando
la antigua clase dominante y reclutando y preparando un aparato tec-
nocrático nuevo, Segundo, instaurar un nuevo sistema económico-
socíai capacitado para movilizar el fondo de bienes de producción
expropiados y la totalidad de la fuerza de trabajo nacional para un
esfuerzo continuado de edificación de la industria pesada, alcanzabie
solamente a través de un control riguroso sobre todos los factores
capaces de afectar el proyecto y de la adopción del planteamiento
global como norma de gobierno. Tercero, hacer frente a la hostilidad
externa e interna para con el experimento que allí se realizaba, me­
díante la concitación de las energías nacionales para la autodefensa
y destinando una parte importante de ¡os recursos a fines militares.
Este encuadramiento desfavorable estableció ios límites dentro de los
cuales el proyecto socialista soviético puede alcanzar sus objetivos
de reducción de las diferencias de clase y de Implantación de una
democracia popular.
A pesar de todos ios esfuerzos y de los progresos alcanzados
en esa dirección, todavía subsisten en todas las sociedades socialistas
estratificaciones de clase que diferencian a ios asalariados urbanos
del campesinado y distinciones societarias que privilegian a la inte­
lectualidad burocrática encargada de la organización económica, po­
lítica y cultural. M ás allá de esas distinciones, subsistió y se forta­
leció et estatismo — a despecho de la expectativa de los teóricos del
socialismo— , generando varias formas de despotismo burocrático-par-
tidario.
Tales trastornos sólo son compensados, aparentemente, por la am­
plitud del sistema educacional, extendido a toda ia población, para se­
leccionar nuevos talentos, y por la expectativa de que la combinación
de esa educación démocrática y del sistema impersonal de promoción
por méritos sea capaz de igualar ¡as oportunidades de ascensión so­
cial de cada nueva generación. Las sociedades socialistas revolucio­
narias confían, presumiblemente, en esos procedimientos como forma
de evitar ios riesgos de estancamiento y despotismo en que cayeran
ias formaciones teocráticas de regadío, también fundadas en la pro­
piedad estatal de Sos medios de producción y también conducidas por
tecnocracias, pero con tendencia a volverse hereditarias, esclerosadas
y despóticas. Se confía, igualmente, en que los mismos procedimien­
tos puedan obviar dos serias amenazas con las que se enfrentan. La
primera representada por la herencia rusa y china de tradiciones de
despotismo de ¡os períodos de dominación mongólica y manchó que
ambas experimentaron, la segunda por ía carencia de tradiciones libe­
ral-democráticas en la historia de aquellas dos sociedades, lo que las
obliga a producir junto con la industrialización y ia reestructuración
social correspondiente, ia movilización política y la madurez ideológica
de sus poblaciones para las tareas de autogobierno. En ei . modelo
chino del socialismo revolucionario, el enfrentamiento de esos riesgos
parece estar haciéndose de manera más osada, por el abandono de
los estímulos económicos y de los criterios tradicionales de valora­
ción de ¡as jerarquías militares y de las direcciones tecnocráticas, por
la reestructuración de las poblaciones no metropolitanas en comunas
rural-urbanas, y sobre todo, por ta movilización ideológica de fa tota­
lidad de la población para las tareas de renovación de la civilización
china, a través de la "revolución cultural”.
El fracaso de los movimientos socialistas revolucionarios en las
sociedades más industrializadas se explica principalmente por ia pro­
pia capacidad de las estructuras imperialistas industriales de atender
las aspiraciones materiales básicas de sus poblaciones metropolitanas,
posible en virtud del ritmo acelerado de progreso tecnológico de la
revolución industrial, que aseguró a las empresas capitalistas condi­
ciones para mantener sus tasas de ganancias, pese al aumento cons­
tante dei costo de ¡a mano de obra. Pero se explica también, por ia
represión que ejercen los estados imperialistas contra los impulsos
reordenadores de sus clases subalternas. Esta represión se hace efec­
tiva de muchos modos, entre otros por la promoción de migraciones
masivas y por el aniquilamiento en las guerras, que actuaron como
formas de atenuación de ¡as tensiones sociales en las áreas precoz­
mente industrializadas; por el enriquecimiento suplementario alcanzado
por las naciones pioneras de la industrialización merced a la expolia­
ción colonial; por los mecanismos de institucionalización de los con­
flictos de clases — sobre todo el sindicalismo— , que en lugar de ma­
durar la conciencia obrera para eí papel histórico que le fuera vati­
cinado, permitieron desviar hacia ia conciliación y la reivindicación
económica gran parte del ímpetu revolucionario; por el adoctrinamien­
to ideológico asociado a la propaganda religiosa de carácter antiso­
cialista; por el desarrollo de legislaciones sociales proteccionistas y
por la multiplicación de servicios asistenciales que mejoraron las con­
diciones de vida de las capas populares; por la represión policial y
militar de los movimientos obreros de carácter socialista-revoluciona'
rio; y finalmente, por ia creación de regímenes de terrorismo político
que alcanzaron su expresión extrema en ei fascismo y el nazismo,
ambos dedicados esencialmente a frustrar ia irrupción de insurrec­
ciones que amenazaban ¡levar a Itaüa y a Aiemania al socialismo.
Paradójicamente, ejerció también un papel refrenador de los mo­
vimientos socialistas de inspiración más utópica la propia experiencia
soviética, y particularmente ía imagen deformada que de ella se di­
fundió. Esa experiencia vino a demostrar que la transición revolucio­
naria al socialismo no se alcanzaba automáticamente, con sólo decre­
tar la propiedad colectiva de los medios de producción; que, por el
contrario, exige un esfuerzo político continuado, un gran fortaleci­
miento del poder del estado y enormes sacrificios de la población; y
además, que el socialismo no elimina la división del trabajo con la
correspondiente jerarquización de funciones, ni el régimen asalariado
y la economía monetaria.
El hecho de enfrentar ei cerco hostil de las naciones capitalistas
en el período crucial del esfuerzo de industrialización, agregó otros
argumentos disuasivos, al compeler a la U R SS a adoptar procedimien­
tos rígidos de movilización popular y de compulsión moral, en base a
valores patrióticos y personalistas, que también menguaron los entu­
siasm os del movimiento comunista internacional. Por fin, los propios
partidos socialistas y comunistas, a partir de 1935, se orientaron más
bien hacia objetivos de coparticipación en los órganos gubernamenta­
les, a través de tácticas parlamentarias y de frente único, y no hacia
la conquista directa del poder. Esta nueva orientación de las organi­
zaciones política socialistas, asociada a la tendencia de instituciona­
lizar las tensiones de clase mediante los sindicatos, condujo a una
burocratización creciente de esos dos frentes de lucha del movimien
to revolucionario. En los países avanzados en que se conservan fuer­
tes, ambos se transformaron en engranajes del sistema institucional,
actuando en e! plano político y en el sindical con ia función de re*
guiar y disciplinar la acción de las m asas trabajadoras, y por esta
vía, de consolidar el propio capitalismo. En esta coyuntura, ios par­
tidos de izquierda acabaron por transformarse en propugnadores de
un socialismo evolutivo como alternativa deseable del sistema capi­
talista, y finalmente, por dirigir sus fuerzas hacia campañas reivindi­
catorías para la redistribución de los resultados del progreso tecno­
lógico, más bien que hacia el reordenamiento intencional de la so­
ciedad.
Nada indica que tos modelos actuales de socialismo revolucionario
y evolutivo agoten ios modos de configuración de! socialismo, incluso
porque innovaciones tecnológicas, reordenamientos estructurales y re­
novaciones institucionales desarrolladas en las últimas décadas — tanto
en las sociedades capitalistas más avanzadas como en ias áreas sub-
desarrolladas— parecen propiciar nuevas posibilidades de ordenamien­
to social, dentro de principios socialistas. La primera de esas alter­
nativas está surgiendo en algunas naciones atrasadas que luchan po1*
su autonomía económica y política en un mundo dividido entre los
campos capitalista y socialista, y procuran encaminarse hacia un nue­
vo modelo estructural que les facilite la industrialización y el desa­
rrollo. Tal es el nacionalismo modernizador, fundado en principios
estructurales de inspiración principalmente socialista, como ia movili­
zación popular para el esfuerzo de desarrollo, la intervención estatal
y el planeamiento económico parcial, tendiente a favorecer las em­
presas públicas en tos sectores básicos de la economía, preservando
no obstante el sistema de tuero como principio ordenador de la eco­
nomía en los demás sectores; fundado, también, en un vigoroso re-
formismo antioligárquico consustanciado con programas de reforma
agraria destinados a integrar ias masas marginales en e! sistema eco­
nómico nacionai y a crear amplios sectores medios de pequeños pro­
pietarios; fundado, en fin, en el nacionalismo, como posición ideoló­
gica lúcidamente antiimperialista de movilización de sus pueblos para
las guerras de emancipación, como una directriz en la conducción del
desarrollo económico en líneas autónomas y. como expresión de et-
nias nacionales finalmente maduradas para asumir su imagen — orgu-
¡losas de ella— y para ejercer el comando de su destino.
Son ejemplos de esta formación et México de Cárdenas, la Tur­
quía de Mustafá Kemal y, actualmente, Egipto y Argelia, entre otras
naciones del llamado Tercer Mundo. Todas ellas tienden a romper con
el subdesarroMo por medio de procedimientos de la misma naturaleza
que ios de ios países socialistas, aunque mucho menos radicales y
mucho menos eficaces en ia conducción del procesó de industrializa­
ción autónoma. La circunstancia de que ias formaciones nacionalistas
modernizadoras surgiesen, en su totalidad, de movimientos revolucio­
narios, revela e! grado de resistencia de los intereses coloniales y
oligárquicos a cualquier reforma estructura!, y reveía también el peso
de las dificultades que se oponen a la desmitificación de ios ethos
de esos pueblos, impregnados de vatores espurios, adoptados como
explicaciones causales de su atraso: ei eurocentrismo, ei racismo, el
antitropicalismo, etc. La posición de transigencia de ¡as formaciones
nacionalistas modernizadoras entre las soluciones radicalmente socia­
listas y las capitalistas, refleja en ciertos casos, la postura ideológica
de sus conducciones revolucionarias; expresa también, ias propias
condiciones de atraso económico y de deformación estructural de las
que tuvieron que partir, en virtud de las constricciones oligárquicas
internas y de la expoliación externa de que fueron víctimas seculares;
y reveia, por fin, el poder de mantenimiento del status quo de las for­
maciones imperialistas industriales que hicieron dar marcha atrás en
este camino a algunas sociedades como Turquía y México, e impidie­
ron a muchas otras optar por él.
La cuantificación de ias diferencias de eficacia de la acción re­
novadora del socialismo revolucionario en relación a los nacionalismos
modernizadores demuestra que ei primero tiene una capacidad mucho
mayor de promover una industrialización acelerada. Efectivamente, la
U R SS implantó las bases de su sistema industria! entre 1930 y 1940
y China entre 1955 y 1965, con ritmos de crecimiento del producto
interno bruto que no tiene paraielo en ningún otro país ni época.
Esta capacidad de aceleración evolutiva, hace al camino socialista re­
volucionario especialmente atractivo para naciones subdesarroltadas
que enfrentan problemas paralelos y que deben partir de condiciones
socioeconómicas similares, si no inferiores, dado el volumen de sus
poblaciones marginadas y ei atraso tecnológico de sus sistemas pro­
ductivos. Perpetuar su integración en el sistema imperialista inter­
nacional significaría, para estas naciones, aceptar una condena al atra­
so sin perspectivas de superarlo en tiempo previsible, por ser mucho
más intenso el ritmo de progreso de las economías capitalistas in­
dustriales maduras que los ritmos de autosuperación de Sos países
subdesarrol fados,
Un ejemplo concreto de' esa situación nos la da Brasil, que hoy
cuenta con una población de 85 millones de habitantes y con enormes
disponibilidades de recursos naturales, pero se enfrenta con graves
problemas de subdesarroíio. ES Brasil experimentó hasta hace poco
uno de ios más. altos ritmos de incremento económico entre las
naciones subdesarrolSadas: 2,8 por ciento de aumento dei P.B.I. per
capita, de 1955 a 1960. No obstante, a ese ritmo necesitaría ciento
treinta y dos años para alcanzar el nivel de productividad y de renta
per capita de los Estados Unidos en 1986, mientras que, al ritmo de
incremento de la U RSS (6,4 por ciento per capita al año, en la década
de 1950-603, podría alcanzar e! mismo objetivo en só!o cuarenta años 5
El socialismo revolucionado y el socialismo evolutivo contrastan
notoriamente por sus perfiles ideológicos. El primero, impregnado de
ideales igualitarios y de mística “utópica”; el.segundo, imbuido de
valores liberales y de una antimística pesimista. Cada uno de ellos,

s O b sé rve se que utilizam os los cá lc u lo s norteam ericanos (Kuznets, 1965) de incre­


m ento anual per capita de la U R S S , porque lo s d atos o fic ia le s so v ié tic o s y chin os
indican ritm os m ucho m ás acelerados, a saber, de 11 por ciento para lo s prim eros y
de 16,5 por ciento para io s ú ltim o s. La tasa del P. 8. i. per capita dei Bra sil d escen ­
dió posteriorm ente a 0,7 por ciento, de 1960 a 1964 (O Ñ U -C E P A L , 1986).
poco o nada sensible al cuerpo de valores que el otro cultiva. El
socialismo evolutivo, emergiendo de estructuras capitalistas industria­
les avanzadas, surge impregnado de las actitudes espontaneístas dei
viejo sistema, que le dificultan al máximo definirse como un proyecto
de reordenamiento racional de la sociedad. Es por este motivo por
lo que ai perfil ideológico del socialismo revolucionario, que trata de
explicitarse como una mística libertaria y como el camino del pro­
greso para las sociedades atrasadas, no corresponde una formulación
equivalente del socialismo evolutivo. Se puede incluso decir que éste
se caracteriza por una actitud adversa a toda formulación ideológica,
expresada en la afirmación desalentada de que “las viejas pasiones
están exhaustas” (D. Bell, 1960). Esta antimística, sin embargo, no
significa una ausencia de ideología, porque ella misma es la ideología
que no quiere explicitar su verdadera función de alineamiento — en
defensa de la perpetuación de! orden social. En ese ambiente, los
pensadores se ven compelidos al papel pasivo de observadores de la
"acción espontánea de las fuerzas naturales” o de adoctrinadores de­
dicados a la tarea de persuadir a la sociedad de que la interacción
“libre” de los factores de cambio conducirá a los mejores resultados.
En el pasado, la ideología calvinista proveía una fundamentaron reli­
giosa para esta suposición; hoy, ella se reduce a su wishful thinking.
Esta aridez teórica contrasta llamativamente con la creatividad y
la osadía de los ideólogos de los albores del capitalismo. En ese
entonces, una multitud de pensadores, dedicados a pensar prospec­
tivamente sus sociedades y los hombres, echó las bases teóricas de
la ideología política moderna. Hoy, en aquellas mismas naciones, en
vano se buscarían los émulos de los viejos humanistas. ¿Será el
modelo socialista-evolutivo tan poco viable y frágil en sus fundamen­
tos que no suscite entusiasm os? ¿Será, efectivamente, una formación
socioculturai, o una mera transición entre el capitalismo que se co­
rrompe y nuevas formas que aún no se anuncian claramente?
Estas indagaciones tienen una importancia capital, porque las ci­
vilizaciones sólo se desarrollan en tanto que son capaces de infundir
un sentido de misión a los pueblos que polarizan, prestando un sig­
nificado superior de destino a ia simple existencia humana (R, Linton,
1936). Esta capacidad de alienamiento ideológico permitió a las gran­
des civilizaciones dei pasado movilizar a sus poblaciones hacia la
expansión imperial, hacia la edificación de macroetnias integradas o
bien insertarlas en sistem as productivos destinados a enriquecer a
las minorías dominantes. Cuando falta esta característica, la función
integradora tiende a ejercerse a costa dei puro despotismo o se di­
luye, como ocurre con las sociedades feudalizadas, en la mediocriza-
ción de toda la cultura, aunque sus pueblos puedan vivir más tran­
quilamente y, probablemente, comer más y mejor.
Cuarta Parte

La civilización de ía hum anidad

VIII. La revolución term onuclear


y las “so cie d ad e s fu tu ras”

En ei curso de todas ias revoluciones tecnológicas se registran


diversos impulsos aceleradores causantes de cambios sustanciales en
el proceso productivo y en ios modos de vida de las sociedades
humanas, aun cuando no se configuran como revoluciones porque no
dan tugar at surgimiento de nuevas formaciones socioculturales. Éste
fue el caso de tos ciclos de progreso ocurridos en el curso de ia revo­
lución industrial con la introducción de la turbina de vapor, de ios
motores eléctricos y de los motores de combustión interna; con la
sustitución dei hierro por el acero en ios usos industriales; con la apa­
rición de Sas máquinas-herramientas (torno-revólver, torno automático,
rectificadora, fresa, etc.}; con el desarrollo de la industria química
(ácido sulfúrico, soda cáustica, caucho, anilinas, etc.] y con ¡a gene­
ralización del uso de dispositivos y aparatos eléctricos, y de infini­
dad de bienes industriales nuevos (H. Pasdermadjian, 1960; O. Lange,
1966; F. Sternberg, 1959);
¿Estaremos ahora — con la implantación de la tecnología moderna
de base termonuclear y electrónica— ante una aceleración cíclica de
la misma naturaleza o ante transformaciones tan prodigiosas de las
fuerzas productivas y tan preñadas de consecuencias que debamos
clasificarlas como una nueva revolución tecnológica? La relevancia
de tos progresos alcanzados y el propio carácter irruptivo de la nueva'
oleada de innovaciones parecen indicar que se trata de una revolu­
ción. Efectivamente, después de un período de relativo descenso en
el ritmo de progresó tecnológico, entre la última década del siglo
pasado y las tres primeras de éste, la creatividad científico-tecnoló­
gica volvió a crecer en forma extraordinaria (S. Liltey, 1957) y desde
la última guerra acumuló tal suma de innovaciones en la capacidad
humana de acción, de pensamiento, de organización y de planeamien­
to, que ya parece configurarse como una revolución tecnológica nueva.
Si es así, estaremos, sin embargo, en los liminares de esa nueva
revolución, porque en nuestros días apenas se pueden medir sus im­
pactos renovadores, todavía confundidos con ios efectos de sucesivas
alteraciones impuestas por la revolución industrial. Nuestro tiempo
puede ser comparado, por tanto, a la Inglaterra del primer cuarto dei
siglo XÍX, cuando aquella revolución ya actuaba como el modelador
de una formación nueva, pero su perfil aún era nebuloso. Compa­
rando los frutos maduros de la revolución industrial con aquellos
retoños, se destacan su rudeza y primitivismo. En ellos estaban vlr-
tualmente contenidos, sin embargo, los desarrollos posteriores.
En este sentido, son meros preanuncios de lo que traerá en
las décadas siguientes la a cu m ulación de progresos en el campo
de ias ciencias básicas y sus aplicaciones tecnológicas en ¡a forma
de armas termonucleares, de aviones de retropropulsión, de baterías
solares y, sobre todo, de dispositivos electrónicos ultrarrápidos fun­
dados en la tecnología de los transistores, que permitieron producir
el radar y los nuevos computadores, los reactores nucleares, la luz
coherente, el radiotelescopio, los proyectiles espaciales; y, además,
los complejos industriales automatizados, los sistemas automáticos de
producción química de sintéticos, los medios modernos de telecomu­
nicación en masa, los sistemas cibernéticos dé coordinación de infor­
maciones y de simulación de situaciones para la fijación de estrate­
gias militares y económicas.
El impacto de estas innovaciones se hace sentir en la vida diaria
dei hombre común de nuestro tiempo, principalmente a través de un
torrente de nuevos materiales, de nuevos tipos de máquínas-herra-
mientas automatizadas y de formas revolucionarias de comunicación
en masa y de difusión. Ya se hace sentir también, como efecto de
la multiplicación de ia acuidad de los sentidos humanos por medio
de instrumentos ultrasensibles y de la duplicación de la capacidad de
acción humana mediante la contracción dei espacio y de la extensión
del tiempo en grados antes inimaginables. S u s efectos cruciales están
concentrados, sin embargo, en ia tecnología militar, que cuenta hoy
con la potencialidad absoluta de destrucción de ¡a vida en ia Tierra.
Las promesas de ia nueva tecnoiogía, de proporcionar prodigiosas
fuentes de energía y una abundancia teóricamente ilimitada de bienes
y de servicios, son aún meras expectativas. Pero a medida que estas
promesas empiecen a cumplirse, tendrá comienzo un nuevo proceso
evolutivo por la muerte de ia economía de ía escasez y el adveni­
miento de ía economía de la abundancia, en cuyo seno deberán trans­
formarse todas las formas actuales de estratificación social.
Frente a esos desarrollos futuros, que propiciarán la generaliza­
ción de la prosperidad, ia división de la sociedad en ciases económi­
cas (surgidas como fruto de ios primeros incrementos revolucionarios
de la productividad del trabajo humano y que sólo permitía el pro­
greso por la esclavización de extensas capas) tenderá a reducirse
cada vez más, hasta extinguirse completamente. Sin embargo, contra
esta tendencia se levantarán con el vigor desesperado de la lucha
por la sobrevivencia, todos los intereses privatistas cuyos privilegios
se asientan en fa desigualdad social. Se suponía que este embate se
daría en forma catastrófica, a cierto nivel de la maduración de la
nueva economía. En realidad, se desencadenó ante la mera posibili­
dad teórica de implantar la igualdad y la abundancia a través dei pro­
ceso civilizatorio que cristalizó en fas formaciones socialistas revolu­
cionarias como una anticipación histórica. Su universalización es lo
que está en causa en ese momento, así como las vías por las cuales
se hará efectiva y los modelos de sociedad que deberán configurar
los pueblos.
En este sentido, hoy marcha cada vez más aceleradamente un
nuevo proceso civilizatorio de ámbito universal. Marcha, no obstante,
condicionado por ¡a característica básica de la evolución socioculturai,
que actúa esencialmente, por saltos en los procesos productivos y no
se cumple por la enunciación teórica de nuevos principios, sino por
la multiplicación de los frutos concretos de su aplicación. Una cosa
es el prototipo viable de un hacha de piedra pulida, de un arado,
de un velero, de un automóvil o de un receptor de televisión; otra
cosa es la puesta en uso de millones de estas innovaciones. La
revolución termonuclear sólo se hará sentir efectivamente como la
nueva fuerza conformadora de la historia, cuando el utilaje indus­
trial moderno sea suplantado por toda la prodigiosa parafernalia que
hoy se encuentra al nivel de proyectos o de potencialidades o de
objetos, instrumentos, máquinas y motores de uso limitado.
La designación de revolución termonuclear para esta onda de inno­
vaciones tecnológicas y de sus concomitantes socioculturales se jus­
tifica tanto por el carácter decisivo del factor energético en la evolu­
ción humana a que se refiere como por el impacto que la competencia
atómica entre Norteamérica y la Unión Soviética desencadenó sobre
la humanidad desde el fin de !a última guerra mundial. Esta compe­
tencia condujo a una redistribución de recursos financieros y humanos
sin paralelo en la historia (M. H. Halperin, 1967). Norteamérica aplica
hoy cerca de! 75 por ciento de su presupuesto en actividades de
defensa (84.000 millones de dólares en 1966). En ellas ya gastó más
de 897.000 millones de dólares desde 1946 y ocupa un ejército de
seis millones de combatientes (OTAN, OTASE, etc.) esparcidos por
el mundo, además de 350.000 científicos y tecnólogos que representan
cerca de novecientas diferentes especialidades (Ch. R. de Cario,
1965). Como ¡as inversiones militares soviéticas y chinas deben ser
equivalentes, se verifica que estamos ante un hecho nuevo y decisivo
por su magnitud y por su capacidad de afectar a las sociedades
humanas. Solamente una parte de esta fantástica movilización de
recursos se aplica a la tecnología nuclear. La propia guerra que se
prevé no se designa ya como atómica, sino químico-bacteriológico-ra-
diológíca, o por ia sigla siniestra Q. 8. R. Sin embargo, ia competición
termonuclear y el consiguiente pavor a la destrucción trajo aparejado
el proceso de la revolución tecnológica actual y le dio la extraordina­
ria aceleración que experimenta en nuestros días (H. Kahn, 1962,
M. H. Halperín, 1965}.
La revolución termonuclear, incluso en estos sus primeros pasos,
colocó en ias manos de las sociedades más avanzadas sumas tan
fantásticas de poder destructivo, constructivo y constrictivo, que pue­
de tanto conducir a! hombre al reino de ia abundancia y de la equi­
dad, como desencadenar un proceso de deterioro socioculturai y hasta
biológico más profundo que cualquiera de ias regresiones anteriores.
En ese poder de modelar el futuro está su característica distintiva
de revolución tecnológica. Cualquiera que sea su porvenir, el hom­
bre habrá transitado por esta etapa y será marcado indeleblemente
por ella.
Es admisible incluso que llegue a subvertir el carácter del pro­
ceso evolutivo que en esta etapa dejará de ser un movimiento accio­
nado de modo espontáneo por la acumulación de progresos en ios
medios de acción sobre ia naturaleza y por sus efectos "naturales”
sobre las sociedades humanas, para convertirse en un proceso racio­
nal de conducción intencional de la evolución socioculturai. El reto
que hoy enfrentan las sociedades más avanzadas es, esencialmente,
el de regir el proceso de cambio provocado por el desarrollo cientí­
fico tecnológico, a fin de determinar su ritmo y establecer la direc­
ción en que se ejercerá sobre los pueblos.
La revolución termonuclear provocó desde sus primeros pasos
la movilización de todos los cuadros científicos de las respectivas
áreas de influencia, volcándolos en tareas de investigación de natu­
raleza militar. Las universidades y los centros de investigación así
integrados, perdieron gran parte de ia autonomía y hasta la capa­
cidad de ejercer la función decisiva de núcleos de pensamiento inde­
pendiente y de creación cultural libre. En aquellos primeros momen­
tos los científicos, tratados como combinación de sabios y magos
poseedores de los secretos de la Bomba, experimentaron ia ilusión
de que finalmente asumirían las palancas dei poder. Sin embargo,
fueron progresivamente reducidos a una función meramente asesora
de las altas jerarquías civiles, militares y empresarias, nada predis­
puestas a abdicar ei poder que ejercían. Y aún más, se vieron some­
tidos a los sistemas más vejatorios y opresivos de vigilancia policial,
al mismo tiempo que afrontaban — ya con las manos atadas— los
problemas éticos de ser los agentes del desencadenamiento de fuer­
zas naturales capaces de dar fin a todas ias formas de vida (D. M.
Whitaker, 1951; C. P. Snow, 1963; Don K. Price, 1965).
La propia ciencia, como factor cultural, se traslada del plano
ideológico ai adaptativo; de una expresión abstracta del esfuerzo
humano de comprensión de la experiencia, se convierte en el más
eficaz de ios agentes de acción sobre ia naturaleza, de reordena­
miento de las sociedades y de configuración de las personalidades
humanas, para lo cual contribuyen tres factores fundamentales: pri­
mero, el incremento exponencial experimentado por los conocimientos
científicos en eí sigio X X acompañados de una reducción drástica del
intervaío entre los progresos teóricos y sus aplicaciones prácticas,
de modo de fundir la ciencia y la tecnología en una entidad única en
el plano operativo. Entre las experiencias de Faraday í 1821). y la
integración de ios motores eléctricos al sistema productivo (1886)
mediaron sesenta y cinco años. Entre los estudios de Maxwell y
Hertz y ia comercialización de ios receptores de radio pasaron trein­
ta y cinco años (1887-1922). Pero entre las formulaciones teóricas y
ia concreción tecnológica del radar (1935-1940), de la bomba atómica
(1938-1945), del transistor (1948-1951) y de la batería solar (1953-
1955) mediaron períodos mucho menores (W. O. Baker, 1965).
Segundo, ia profesionalización de la ciencia y de la tecnología
avanzada, que, de actividad lúdica o inusitada a principios del siglo,
se convierte en ocupación ordinaria de un contingente humano de
alrededor de un millón de personas en nuestros días. Su ritmo de
incremento es tan intenso como el de los obreros fabriles de los pri­
meros pasos de la revolución industria!. Como en aquel caso, tende­
ría a absorber en las próximas décadas a toda la población activa,
y finalmente, a la humanidad entera, si la presente tendencia no
representase un desvío incidental, destinado a autocorregirse. En
los dos casos, empero, la corrección posterior de la curva no impe­
dirá la transformación total de ias sociedades expuestas ai impacto
de ía nueva revolución.
En tercer iugar, la expansión fantástica de los recursos aplicados
a las actividades de investigación científica y de desarrollo tecnoló­
gico de proyectos. Las gastos en tales programas por parte dei
gobierno norteamericano crecieron en la proporción de un dólar en
1920 a cuatro en 1940, a 35 en 1950 y a 175 en 1960. En números
absolutos, esta progresión fue desde 80 millones de dólares en 1920,
a cerca de 16 mil millones, en 1963 (D. Bel!, 1965). Todo indica que
ias inversiones rusas en investigación científica y tecnológica son aún
más abultadas y que los chinos están aproximándose cada vez más
a éstas magnitudes. Una indicación del incremento exponencial de
estas actividades científicas y tecnológicas nos da, indirectamente, la
expansión impetuosa dei número de publicaciones científicas, las que
tienden a duplicar ai total de material publicado cada quince años.
El número de periódicos técnico-científicos dél mundo se eleva a la
increíble cantidad de 50.000, y publican anualmente cerca de un
millón de artículos.
Estos tres- órdenes de incrementos revisten del carácter de ten­
dencias extraordinarias a que nos referimos y por ello deberán expe­
rimentar reducciones de ritmo. Sin embargo, no serán reducciones de
la ampliación del saber y de su aplicación, sino de ¡os agentes huma­
nos y materiales por medio de los cuales la ciencia se construye hoy,
evidentemente inadecuados como forma de creación, de registro y de
acumulación del saber. A s í como ia reducción progresiva del porcen­
taje de obreros fabriles no redundó en disminución de la producción,
es de prever que también estas correcciones de ritmo se logren simul­
táneamente con eí florecimiento aún mayor del saber y de 1a técnica
y con una integración creciente de contenidos científicos en la cul­
tura. La ciencia se convertirá, de ese modo, en el agente fundamen­
tal de la acción humana sobre la naturaleza externa, sobre el orden
social y sobre la propia naturaleza humana.
. La revolución tecnológica en curso actualiza la observación de
Marx sobre las relaciones necesarias entre la ampliación de las fuer­
zas productivas y el carácter de las relaciones de producción. O, en
otros términos, sobre las cantidades de cambios tecnológico-produc-
tivos que pueden soportar las sociedades modernas sin romper su
estructura institucional. Los efectos de los nuevos procesos pro­
ductivos sobre las relaciones de trabajo apenas comienzan a ser
mensurables. Se están acumulando, sin embargo, por ía suma de
pequeñas rupturas y de traumas que mañana serán conflictos abier­
tos a lo largo de toda ía vida social y llevarán a configurarla en
nuevas formaciones. Sus consecuencias más sencilías son las desco-
.nexiones de carácter mecánico entre fuentes de energía y máquinas
que obligan ya a la sustitución periódica de sectores enteros del
parque productivo. Por ejemplo, la obsolencia del equipamiento quí­
mico industrial o de los complejos de máquinas textiles, inadaptables
a los hilos sintéticos. M ás graves son las desconexiones humanas,
representadas por la .obsolescencia de especializaciones profesionales
que se tornan arcaicas — como los antiguos fogoneros de las locomo­
toras, sustituidos por motores Diesel y eléctricos— y que, en conse­
cuencia, se ven desplazadas y obligadas a reajustes sucesivos, en
muchos casos imposibles.
Este orden de desajustes tiende a crecer cada vez más alcan­
zando, primero, a algunos sectores de ¡a fuerza de trabajo; produ­
ciendo, después, m asas de desplazados, y por último, generando mul­
titudes de marginados social y ocupacionalmente y condenados a vivir
como pensionistas de! estado. E¡ control de las tendencias de esas
masas inadaptadas hacia !a insubordinación consistirá en un reto
mucho más agudo que aquél con e! que se enfrentaron las primeras
sociedades industriales, atenuado entonces por la exportación masiva
de esas poblaciones hacia áreas coloniales por ios desgastes huma*
nos en ias guerras. Los nuevos problemas sociales no admiten, sin
embargo, soluciones tan simples, porque cuestionan, en forma aún
más dramática, ¡a incompatibilidad del ordenamiento social con la
tecnología productiva que opera, y porque ios impulsos de reordena­
miento social ya se ejercen sobre sociedades de un nuevo tipo, cuyas
poblaciones son, probablemente, más capaces de autodefensa contra
la opresión. La combatividad del nuevo negro norteamericano en su
lucha contra la discriminación racial nos da una medida de esa capa­
cidad de autodefensa de los grupos marginales de las sociedades
avanzadas.
La fuente principa! de esas tensiones es la conversión de los
trabajadores, que de manipuladores de herramientas pasan a ser ope­
radores de máquinas, y finalmente, supervisores de sistem as produc­
tivos ultracomplejos. Estos, además de exigir mucho menor número
de trabajadores, no necesitan de energía muscular alguna y no requie­
ren ningún adiestramiento profesional. En compensación, exigen de
sus supervisores una calificación educacional cada vez más afta. Su
implantación en la industria redunda, en primer lugar, en la elimina­
ción masiva de trabajadores, y luego, en la proscripción progresiva
de la "aristocracia obrera”, constituida por los trabajadores altamente
especializados, para dar lugar a un contingente nuevo de operadores
cada vez más intelectualízados y más parecidos a las viejas catego­
rías de empleados burocráticos o al moderno tipo de ingeniero.
Este complejo de desconexiones mecánicas y humanas requiere,
además de reajustes en el parque fabril, en la fuerza de trabajo y
en las instituciones de previsión y amparo, una revisión completa
de! sistema educacional. Transformada la escolaridad en un drástico
selector social que excluye de la vida productiva a los no instruidos,
se vuelve imperativa Ía apertura del sistema escolar de todos los
niveles a ia totalidad de ía población; se impone la revisión de todo
su curricula para adaptarlo a los grados de integración de las cien­
cias en la cultura, y se hace indispensable el acceso de toda la
fuerza de trabajo a una reeducación continuada y de alto nivel a
lo largo de toda la vida productiva.
El efecto de esos impactos sobre ¡as sociedades socialistas,
aunque enorme, debe ser tenido como írrelevante en el plano estruc­
tural porque, probablemente, irán a actuar como aceleradores de
cambios ya en curso. Esto se debe esencialmente a su caracter
de economías colectivistas y planificadas, y por lo tanto capaces de
absorber la tecnología nueva beneficiando a la sociedad entera con
el incremento de productividad que propicia. Para los regímenes pri-
vatistas, sin embargo, esas innovaciones representan un serio desafío,
en virtud de la preeminencia de los intereses particulares sobre ios
públicos y, consecuentemente, de! carácter incipiente de ia progra­
mación económico-social que pueden poner en ejecución. Ante esos
desafíos, esas sociedades tienden a reaccionar con esfuerzos obsti­
nados a fin de evitar que la revolución tecnológica ponga en riesgo
los intereses creados, y amenace las estructuras tradicionales de
poder. Para eso condicionan Sa aplicación de ¡as potencialidades
de multiplicación de ¡a productividad a la consolidación deí régimen
vigente y procuran utilizar exhaustivamente los nuevos y prodigiosos
sistemas de comunicación en masa para conformar una opinión públi­
ca sumisa y disciplinada, mediante un adoctrinamiento que la haga
incapaz de cualquier opción radical.
Aspiraciones similares fueron sustentadas en el pasado por todas
las capas privilegiadas convertidas en obsoletas. En realidad, todas
fracasaron, pero en su afán de perpetuarse como ciases dirigentes,
muchas veces llevaron a sus pueblos a procesos de degradación ex­
trema, con apelaciones ai despotismo y ai militarismo. Esos riesgos
son hoy mucho más graves, porque el propio desarrollo tecnológico
acarreó una concentración y una fusión extremas de Sos núcleos del
poder económico, político y militar y una expansión fantástica de los
medios de información y de modelación de ¡a opinión pública. En esas
circunstancias, un pequeño grupo de élite puede apropiarse de la
máquina del estado para conducir los asuntos nacionales según su s
intereses y hasta contar con el apoyo caluroso de enormes porcio­
nes de ¡a población, susceptibles de ser ganadas para las tesis más
irracionales, como lo recuerda la experiencia hitlerista.
Lo paradójico, sin embargo, es que esas formaciones imperialis­
tas adheridas al orden social vigente se van volviendo cada vez más
conservadoras en el plano estructural e ideológico y crecientemente
osadas en el piano tecnológico y económico. El motor de esa osadía
es el clima creado por la disputa armamentista que arrastra a Norte­
américa y a la Unión Soviética a una competencia ilimitada por su
propia seguridad, fundada en el máximo de capacidad de represalia
frente a un ataque. En ambas estructuras la competencia conduce
a una acentuación sin paralelo de Ja creatividad científica y tecnoló­
gica. En Norteamérica, mientras tanto, ia expansión se ve constre­
ñida por el imperativo de dirigir ia creatividad hacia el plano técnico-
científico — sobre todo, espacial y electrónico-mi litar— , ai mismo
tiempo que se comprimen al máximo las necesidades de' programa­
ción raciona! de la transformación social e ideológica. Se crea, de
ese modo, un verdadero síndrome espontaneísta y anárquico, que
procura conciliar ei máximo de transformaciones en et plano econó­
mico con ei mantenimiento de las relaciones de producción y con
un mínimo de interferencia en eí piano estructural e institucional.
Accionados por el terror atómico, los sectores militares y em­
presarios empezaron a promover la ciencia y ta tecnología de guerra.
Los primeros, porque no tenían otra opción; los últimos, porque fue­
ron subsidiados para eso. En esas condiciones, las altas jerarquías
nacionales se configuran como ciudades de antirradlcatismos, donde
se combinan una confianza desmedida en la capacidad de utilización
de! progreso técnico-científico y una aversión a ias formas estatales
centralizadas de administración y de control. Como éstas son inevi­
tables — en virtud de la correlación entre el grado de tecnificación
de las actividades productivas y ta necesidad de crear cuerpos cada
vez más ampíios de tecnócratas y de implantar una centralización
creciente de los órganos de dirección— , el proceso de transforma­
ción evolutiva se vuelve extremadamente conflictivo. Se hace inten­
cional y lúcido en sus contenidos científico-tecnológicos, pero resi­
dual e irracional en los contenidos' institucionales y sociales.
Ejemplos evidentes de esa contradicción nos son ofrecidos por
la integración de ias empresas privadas en los programas de inves­
tigación científico-militar, en los que en lugar de tratar cuestiones
de productividad, de costos y de mercados, se manejan aptitudes
e ideas transformadas en mercaderías. Uno de los problemas me­
nores creados por esa integración fue el de la corrupción. Ella es
inherente a situaciones en que recursos públicos son destinados al
subsidio de actividades de investigación, de desarrollo o de produc­
ción de prototipos, en Sas que el costo de construcción de la planta
y del equipo está incluido en los contratos. En situaciones tan com­
plejas a un observador autorizado le resultó imposible distinguir en
ia contabilidad de una empresa ios fondos invertidos en su propio
desarrollo y aquellos empleados en ta ejecución de los contratos pú­
blicos ÍE. D. Johnson, 1965). Sólo una dedicación extrema al espíritu
de libre empresa y una preferencia de carácter ideológico por la
administración privada de bienes explica la donación de partes as­
tronómicas de recursos públicos, en esas condiciones, a grupos pri­
vados. La situación es tan dudosa que algunas empresas norteame­
ricanas se negaron incluso a participar en licitaciones públicas, al
verificar ia incompatibiíidad de criterios de eficacia y de honestidad
usuales en la producción para el mercado con los vigentes en los
contratos con el gobierno. Otras trataron de proyectarse en asocia­
das, a fin de no implicar sus patrimonios en los negocios con el
Tesoro. Las más importantes fueron instituidas especialmente para
explotar esta nueva mina que son los contratos militares.
Problemas aún más graves surgieron con la administración em-
presaria de científicos, seleccionados según rigurosos procedimien­
tos de medición de su capacidad virtual para producir inventos. Uno
de ellos es el de la pregonada caída del nivel de creatividad del
científico con la edad madura, io que lleva a algunas empresas a pre­
ocuparse con sus cuerpos de sabios, que tienen que ser despedidos
cuando se aproximan a los cuarenta años. Otro problema es el del
rendimiento científico decreciente de ias aplicaciones adicionales de
recursos en investigaciones conducidas como negocios. Otra fuente
de traumas deriva de la disparidad entre las pautas más liberales de
los científicos y las corrientes en los sectores tradicionales de la
sociedad. Éstos, actuando según criterios estrictamente económicos
— dentro de la sagrada primacía de las ganancias empresariales—
o según normas rígidas de seguridad militar y de vigilancia policial,
crean un ambiente cargado de tensiones en que el trabajo creador
se vuelve irrealizable CE. Ginzberg, 1965).
Todos esos problemas están indicando las dificultades de inte­
gración, en el mundo empresarial privado, de los contenidos dinámi­
cos de la nueva tecnología productiva. Sin embargo, ia integración
es inevitable porque constituye la única forma de garantizar la sobre­
vivencia del propio sistema capitalista. Efectivamente, los sectores
públicos, qué absorben y aplican anualmente desde hace más de una
década, de las dos terceras a tres quintas partes dei producto na­
cional bruto de Norteamérica, ya habrían implantado un vastísimo
sistema de empresas estatales, en caso de que no existiese la orien­
tación taxativa de utilizar las fuerzas de ia renovación tecnológica
dentro del encuadramiento obligatorio de la preservación de los inte­
reses creados. En esas condiciones, el prerrequisito básico para ia
perpetuación del sistema empresarial pasa a ser su degradación por
la defraudación que implica la apropiación privada de recursos pú­
blicos, el uso abusivo de la carrera armamentista como estimulante
de la vida económica, de la ingerencia burocrática gubernamental
y militar en la vida de las empresas y, por último, la acumulación
de tensiones entre las capas asalariadas y el patronato. La solución
parece ser, por eso mismo, meramente paliativa, puesto que sólo
consigue acumular tensiones destinadas a romper, finalmente, la pro­
pia estructura.
Además del desplazamiento del papel de ias ciencias en la cul­
tura, !a revolución termonuclear parece destinada a operar una verda­
dera reversión dei propio proceso evolutivo. Este, en lugar de cons­
tituir un proceso de actualización histórica expoliador de las naciones
atrasadas — tal como ocurría en ias revoluciones anteriores, privile-
giadoras de las estructuras macroétnicas que primero absorbieron las
innovaciones tecnológicas— tiende a poner en movimiento nuevas for­
mas de difusión y de generalización de ¡os progresos tecnológico-cul
turales. En consecuencia, éstos no implicarán el establecimiento de
relaciones de subordinación entre los pueblos avanzados y los atra­
sados. Para ello contribuyen tres factores decisivos. Primero, la com­
petencia entre los campos socialista y capitalista, que impide el
surgimiento de una entente neoimperial reaccionaria. Segundo, la ma­
duración del ethos de ios pueblos atrasados, como resultante residual
de la expansión de la revolución industrial. Esa maduración es cla­
ramente perceptible en nuestros días por la comparación de la im­
potencia de algunos de esos mismos pueblos, en el momento de ser
avasallados por la expansión imperialista hace un siglo con la capa­
cidad extraordinaria de enfrentamiento y de autodefensa que revelan
hoy. {Considérese la combatividad de ios insurrectos de Argelia con­
tra Francia y del Vietnam contra los Estados Unidos). Tercero, la
magnitud de la revolución china, que detonó un proceso de aceleración
evolutiva sobre una parte enorme de la humanidad dentro del área
más poblada, más miserable y más expoliada del mundo. Su volumen
puede ser medido por la expectativa de los demógrafos de la ONU,
según los cuales los chinos constituirán 1.800 de ¡os 6.000 millones
de habitantes de ia Tierra en el año 2000.
También contribuirán decisivamente a esa reversión ios movimien­
tos de emancipación política, económica y cultural en que están em­
peñadas ias naciones subdesarrolladas. Estallando simultáneamente en
todo el mundo, amenazan con liquidar las bases neocoloniales del
sistema imperialista, compelido en la creación de nuevas constelacio­
nes internacionales. De este modo, cabrá a los pueblos atrasados en
ia historia una función civilizadora de los pueblos más evolucionados,
ta! como, en la paradoja de Hegel, cabía históricamente al esclavo
el papel de combatiente de la libertad.
Es así como la revolución termonuclear, ejerciéndose sobre una
humanidad previamente integrada en un sistema interactivo único,
formado de partes ¡nterdependientes, y actuando sobre pueblos deci­
didos a defender,sus oportunidades de desarrollo autónomo, deberá
desencadenarse como un proceso de aceleración evolutiva que progre­
sivamente irá integrando a todos en la misma tecnología y en formas
de vida idénticas. Las ventajas alcanzadas por las sociedades más
avanzadas podrían inducirlas a cerrarse sobre sí mismas para disfrutar
sus progresos. Su dependencia del sistema mundial de intercambio
las obligará, sin embargo, a interactuar con los pueblos más atrasa­
dos. Y éstos, en la medida en que se vuelvan capaces de defender
sus propios intereses, impondrán nuevas formas de interacción, cada
vez menos expoliativas, en las relaciones internacionales.
Los profundos desfasajes de tiempos evolutivos que hoy median
entre ios pueblos podrán ser paulatinamente reducidos. Para eso se
cuenta con la unidad psíquica, esencial de ia especie humana, que
ia vuelve a toda elia susceptible de progreso, y con la naturaleza
misma de la evolución cultural que, al contrario de la biología, al pro­
ducirse por transmisión simbólica, se difunde rápidamente sobre todos
los contextos humanos. Para ello se tendrán que crear sistemas ade­
cuados de difusión y de educación de base mundial, capacitados para
socializar cada nueva generación de acuerdo con los mismos conte­
nidos y las mismas directivas. Por todos esos caminos, lo que está
en marcha es una etapa evolutiva nueva, que transformará, una vez
más, la condición humana, ahora de manera más radical, pues final­
mente colocará la acción modeladora de una revolución tecnológica
bajo ei control de una política intencional de base científica. Así, en
la medida en que la ciencia se traslada de! plano ideológico hacia
el adaptativo, confundida con la tecnología, será la intervención ra­
cional humana la que pasará a dirigir la historia (R. Arzumanian, 1965}.
No obstante, muchos obstáculos tendrán que ser salvados previamen-"
te. En primer lugar, eí de las carencias elementales — de alimentos,
vestimenta, habitación, de atención médica y ei acceso a un mínimo
de educación que afligen a la casi totalidad de la humanidad. Este
problema capital está íntimamente relacionado con la orientación dei
esfuerzo científico y tecnológico, volcado hoy predominantemente ha­
cia tareas de destrucción. Apenas un porcentaje irrelevante de los
recursos invertidos en investigación se dirige a la busca de mejores
soluciones para los problemas representados por aquellas carencias
fundamentales de bienes y de servicios. Tenemos un ejemplo de ello
en la composición del cuerpo de tecnólogos y científicos norteameri­
canos: 140.000 se ocupan en pesquisas aeronáuticas, espaciales y de
electrónica militar, pero sólo 1.200 se dedican a problemas de la in­
dustria textil, 4.000 estudian cemento y problemas de edificación y
5.000 investigan metalurgia básica (E. Ginzberg, 1965).
Otros obstáculos a vencer son la superación del carácter intrín­
secamente expoliativo de la interacción entre estructuras sociales tec­
nológicamente desfasadas, y especialmente la liquidación de la explo­
tación imperialista que pesa sobre los pueblos subdesarollados y los
condena a empeñarse en guerras de emancipación y en revoluciones
sangrientas para alcanzar condiciones mínimas de autonomía en la
conducción de sus destinos. Ligado a este problema está ei de ía
superación de la rigidez estructural de las naciones imperialistas, cuyo
apego al status quo permite el dominio político interno por grupos
minoritarios decididos a mantener el sistema a cualquier precio. Su
hazaña ya representa un gravamen tan alto en gastos militares, con
guerras y subvenciones a regímenes títeres, que sobrepasa en mucho
lo que pueden arrancar de otros pueblos. Así, el sistema sólo sub­
siste en virtud de la contradicción entre el poderío de los intereses
privatistas, que continúan obteniendo altas ganancias de esa explota­
ción, y ia debilidad política de ios intereses nacionales mayoritarios
que lo subsidian por medio de impuestos.
Se suma a este problema e! peso de las diferencias de clase y
de la discriminación racial, que continúan imponiendo condiciones des-
humanizadoras a la mayoría de la especie humana. La superación de
esos trastornos, hoy aparentemente invencibles, puede hacerse por
la aceleración evolutiva accionada por la propia revolución termonu­
clear en el curso del proceso de modelación de ias sociedades futu­
ras. No será alcanzada, sin embargo, en forma espontánea porque
implicará un esfuerzo extraordinario, posible solamente a través de
un planeamiento riguroso y de la más completa cooperación inter­
nacional.
Las características de esas sociedades futuras son hoy tan poco
previsibles como ío eran las de las formaciones contenidas en poten­
cia en la Revolución Industrial, en las primeras décadas de su desen­
cadenamiento. Pero algunas de ellas ya son visibles en nuestros días.
Se puede afirmar que el sentido del desarrollo humano apunta hacia
la configuración de ias sociedades futuras como formaciones socialis­
tas de un nuevo tipo. Con toda probabilidad, serán sociedades no
estratificadas en clases económicas, aunque de carácter infinitamente
superior ai de las comunidades tribales indiferenciadas de las que la
humanidad partió hace diez milenios y en las que prevalecían relacio­
nes personales e igualitarias. También serán de tipo mucho más alto
que el "socialism o" de los imperios teocráticos de regadío, igualmen­
te fundados en ía propiedad estatal, que conformaron, en su primera
etapa, regímenes de alta responsabilidad social para con la persona
humana y de alto nivel de integración societaria, pero que cayeron,
finalmente, en un estatismo militarista marcadamente despótico. Se­
rán, igualmente, superiores a las formas socialistas modernas de tipo
revolucionario o evolutivo.
En ese rumbo impreciso parecen progresar, convergentemente, tan­
to las formaciones socialistas revolucionarias como las evolutivas. Pro­
bablemente por ese rumbo progresarán las formaciones imperialistas
actuales, a medida que sus contextos neocoloniales se emancipen y
que ellas mismas se desprendan de las imposiciones de los intereses
privatistas sobre los estados, para configurarse como socialismos evo­
lutivos. En el mismo rumbo avanzarán también las naciones neocolo­
niales modernas, por las vías del nacionalismo modernizador o del
socialismo revolucionario que, conteniendo la expoliación imperialista
y reduciendo ias constricciones oligárquicas internas, las madurarán
para la industrialización y finalmente para su configuración como so­
ciedades futuras.
Una característica ya visible de las sociedades futuras será la
superación de la diferencia entre ciudad y campo, por ia industrializa­
ción en curso de las actividades agrícolas y por la expansión de las
ciudades sobre ias áreas adyacentes. Otra característica será la su­
peración de la distancia entre ei trabajo manual — prácticamente pros­
crito— y el trabajo intelectual. La composición de ia fuerza dei tra­
bajo será, mayoritariamente, de personas con preparación de nivel
universitario, dedicadas a toda ciase de tareas, principalmente las edu­
cativas, asistencíaíes, culturales y recreativas, que experimentarán
enorme expansión. Esos niveles más altos de preparación intelec­
tual tendrán igualmente el efecto de hacer de ia mayoría de Ios-hom ­
bres, herederos del patrimonio cultural humano unlversalizado y a
una proporción importante de ellos capaz de creatividad artística
e intelectual.
La ruptura entre el productor y el producto de su trabajo — pro­
vocada por ¡a mercantilización del artesanado y acelerada más tarde
por ia industrialización— será, de esa forma, superada, permitiendo a
cada persona expresarse en lo que hace. Ei deseo de belleza, que
amaneció tan temprano en las sociedades humanas — expresado en
toda clase de artefactos más perfectos y trabajosos que lo necesario
para ser operativos— y fue tan pronto soterrado por ia mecanización
y la especiaiización, volverá a florecer. Se romperán así los círculos
cerrados de artistas herméticos y de apreciadores eruditos, para de­
volver ai arte y la creatividad artística al hombre común.
Una tercera característica de las sociedades futuras será su ca­
pacidad para actuar en un mundo de posibilidades casi absolutas en
ei piano del conocimiento- y de la acción, tanto constructiva como
destructiva y constrictiva. Ei control mínimo indispensable de estas
capacidades, para que no se vuelvan contra ei hombre, redundará en
el imperativo de proscribir las guerras y de crear un sistema mun­
dial de poder estructurado según principios supranacionales que per­
mitan dar representatividad a las poblaciones humanas según su mag­
nitud. Exigirá también el desarrollo de agencias internacionales de
control de los órganos de información en masa y de modelación de
la opinión publica.
Una vez superados los problemas de la carencia y de !a regula­
ción social de la abundancia, así como los de la equiparación de las
oportunidades de formación educacional y de asistencia sanitaria, los
desafíos con los que se enfrentarán las sociedades futuras dejarán de
ser los de ía utilización de sus fuentes prodigiosas de energía, de
bienes y de servicios. Serán, desde entonces, los dei empleo apro­
piado de su poder de compulsión sobre las personalidades humanas
y de conducción racional del proceso de socialización. Efectivamente,
es probable que ias sociedades futuras enfrenten sus mayores prn-
biemas en el esfuerzo por capacitarse para utilizar sus poderes casi
absolutos de programación de la reproducción biológica del hombre,
de ordenamiento intencional de la vida social, de conducción del pro­
ceso de conformación y regulación de la personalidad humana y de
intervención sistemática en los cuerpos de valores que orientan la
conducta personal. Todos esos poderes implicarán, naturalmente, enor­
mes riesgos de despotismo, pero crearán posibilidades, mayores que
nunca, de liberar al hombre de todas las formas de miedo y de
opresión.
Tocqueville, ideólogo del liberalismo, temeroso de la maduración
de esas tendencias despersonalizadoras y despóticas, perceptibles en
su tiempo, registró, en 1835, ia siguiente visión de las Sociedades
Futuras:
Veo una multitud inenarrable de hombres, iguales y seme­
jantes, que giran sin descanso sobre sí mismos con el único
fin de satisfacer ios pequeños y vulgares placeres que llenan
sus almas. Cada uno de ellos vive aparte, ajeno al destino de
todos los demás. S u s hijos y sus amigos íntimos constituyen
para é! toda la especie humana. Respecto del resto de sus con­
ciudadanos, está junto a ellos sin verlos; los toca sin sentirlos;
sólo existe en sí y para sí mismo. Si íe queda una familia, se
puede decir que ya no le queda una patria. Encima de todos
ellos se eleva un poder inmenso y tutelar que se encarga, él
solo, de garantizar sus placeres y de velar por ellos. Este poder
es absoluto, minucioso, regular, previsor y apacible. Parecería
un poder paternal si, como éste, tuviera por objeto preparar a
los hombres para la edad viril; por el contrario, sin embargo,
sólo busca fijarlos irrevocablemente en la infancia. No le dis­
gusta que ios ciudadanos gocen, siempre y cuando sólo piensen
en gozar. Trabaja con gusto para hacerlos felices, pero quiere
ser el único agente y el único árbitro. Proporciona su seguri­
dad, provee a sus necesidades, facilita sus goces, gestiona sus
asuntos importantes, dirige su industria, regula sus sucesiones,
divide su herencia. jAh, si pudiese liberarlos totalmente de la
incomodidad de pensar y del dolor de vivir! (1957: 137).

Uno de los principales imperativos que las sociedades futuras ten­


drán que enfrentar será eí de poner bajo control esas tendencias a(
despotismo que preocupan a Tocqueville. Para ello tendrán que situar
en el centro de !as preocupaciones colectivas, como el valor más alto,
el cultivo y el estímulo del libre desarrollo de la personalidad humana,
el incentivo de todas ias formas de expresión de la creatividad y ia
explotación de todas las posibilidades humanas de desarrollar formas
de conducta solidaria y socialmente responsable.
En 1859, Marx, el ideólogo del socialismo, también trató de pre­
figurar las sociedades futuras, pero lo hizo a partir de una posición
optimista que no veía la prosperidad ordenada como una condenación,
sino como una fiberación de todas las potencialidades humanas:
De hecho, una vez abandonada la estrecha forma burguesa,
¿qué será la riqueza sino la universalidad de necesidades, capa­
cidades, goces, poderes de producción, etc., de los individuos,
producida en el intercambio universal? ¿Qué será, sino el desa­
rrollo pleno del dominio humano sobre las fuerzas de la natu­
raleza, las de su propia naturaleza, así como de la llamada “na­
turaleza"? ¿Qué será, sino ia explicitación absoluta de su s fa­
cultades preadoras, sin otro requisito previo que la evolución
histórica precedente, que hará de la totalidad de esa evolución
— esto es, la evolución de todos los poderes humanos como
tales, sin medirlos con ninguna vara previamente establecida—
un fin en sí m ism o? ¿Qué será esto, sino una situación en la
cual el hombre no se reproduce a sí mismo de una manera de­
terminada, sino que produce su totalidad; en que no procura
perdurar como algo formado por el pasado, sino que se coloca
en el movimiento absoluto del devenir? (1966: 17).

El futuro inmediato de las sociedades más avanzadas será el de


Tocqueville o e! de Marx, según se desarrollen ¡as virtualidades de
despotismo o de libertad de que están henchidas. El futuro más le­
jano, el del hombre, será ciertamente, el de la visión de Marx. El se
cristalizará en el curso de una civilización que madurará con el nuevo
hombre producido por la revolución termonuclear, ya no adjetivabie
étnica, racial o regionalmente. Esta será la civilización de 1a huma­
nidad.
Quinta Parte

Las teorías de la evolución socioculturai

En los últimos años prácticamente todos ios antropólogos reto­


maron la perspectiva'evolucionista, reformulada ahora en términos ex­
plícitamente muitilineales e independizada de los primeros ensayos
sobre ei origen de costumbres e instituciones. Sin embargo, no se
cuenta todavía con un esquema global de las etapas de la evolución
socioculturai formulado en base a las contribuciones más recientes de
la arqueología*, la etnología y la historia, que permita situar cuaiquier
sociedad, extinguida o actual, dentro dei continuum del desarrollo so-
ciocultural.
La inexistencia de esquemas de ese tipo ha determinado por lo
menos cuatro tipos de deformaciones en las ciencias sociales. Pri­
mero, la tendencia a aplicar teorías de alcance medio a problemas,
— como ios estudios sobre desarrollo y modernización— que por su
naturaleza exigen un enfoque más amplio y comprensivo. Segundo,
ia reducción de los. estudios antropológicos sobre dinámica cultural a
microanálisis — como es el 'caso de los estudios de aculturación—
cuya contribución al conocimiento de los procesos por los cuales se
plasman las tradiciones culturales y se forman y transforman las et-
nías es prácticamente nula. Tercero, ei predominio de los estudios
funcionalistas, que obliga a los antropólogos a formular explicaciones
teóricas en términos de interacción entre ios contenidos presentes en
cada cultura, y ios priva de ias ventajas inherentes a la búsqueda de
generalizaciones, alcanzada con ia anterior perspectiva diacrónica.
Cuarto, ej hecho de dejar implícita en muchos estudios una teoría de
la evolución socioculturai que jamás se discute directamente. M ás
aún,‘ ios propios estudios realizados en base a la metodología de la
evolución cuiturai se formulan frecuentemente dentro de límites tan
estrechos que no proporcionan una explicación de la dinámica cultu­
ral en términos de causalidad, ni conducen a la formulación de teo­
rías explicativas de ios modos de ser y de interactuar de las socie­
dades contemporáneas, en cuanto son resultantes de largos y com­
plejos procesos históricos.
Con el objeto de contribuir a ia superación de esta carencia — que
evidentemente sobrepasa la capacidad de una sola persona— , nos pro­
pusimos elaborar una reformulación preliminar de las concepciones de
la evolución socioculturai que sirvan de base a nuestros estudios
sobre el proceso de formación étnica y sobre ios problemas de des­
arrollo con que se enfrentan los pueblos americanos. Enfocamos el
desarrollo de las sociedades humanas §n ios últimos diez milenios,
o sea después de¡ surgimiento de los primeros núcleos agrícolas. Las
etapas anteriores serán consideradas en los límites mínimos indis­
pensables para situar a las que les sucedieron.
En la realización de este trabajo ha sido de especial valor la re­
visión de los estudios clásicos sobre ia evolución socioculturai que
abordaron ei problema en forma global, muchos de los cuales tienen,
aún hoy, gran valor de actualidad. Recurrimos igualmente a los es­
tudios contemporáneos que reconstituyen secuencias parciales del
proceso evolutivo o analizan problemas particulares de la dinámica
cultura! 1.
Entre las fuentes clásicas queremos destacar Ancieni Society, de
Lewis B. Morgan, publicado en 1877, que demuestra por primera vez
que la historia humana es "una en su origen, una en su experiencia
y una en su progreso”, y por eso susceptible de división uniforme
en tres etapas generales de evolución. Tales son el Salvajismo, la
Barbarie y ía Civilización, cada una de las cuales se subdivtde en tres
edades: la Inferior, la Media y la Superior. A partir del Salvajismo
inferior, correspondiente a la economía de mera recolección de frutos,
raíces y nueces, ei hombre alcanzaría la etapa Media con el uso de(
fuego y la economía de la pesca; y la Superior, con el descubrimiento
del arco y la flecha. La Barbarie se iniciaría con la cerámica, y se
desdoblaría en la etapa Media, con la domesticación de plantas y
animales, la irrigación y la edificación con ladrillos y piedras; se pasa
a la Superior con la fabricación de instrumentos de hierro. La Civi­
lización se iniciaría con la escritura fonética. A cada una de estas
etapas de progreso tecnológico, Morgan le hace corresponder modos
particulares de organización social y contenidos especiales de la vi­
sión del mundo y de los cuerpos de creencias y valores.
Friedrich Engels publicó en 1884 una reelaboración del esquema
de Morgan, a la luz de la concepción marxista de las formaciones
económico-sociales, definidas como tipos históricos de sociedades ca­
racterizadas por la combinación de un modo de producción (tecnolo-
logía + división dei trabajo], una forma determinada de organización

i En la s O b se rv a cio n e s sobre ia B ib lio gra fía , ei lector encontrará un com entario


sobre la s fuentes b ib lio grá fica s que u tilizam os en ei tratam iento de cada tema. L as
referencias b ib lio g rá fic a s so n hechas por i* cita del nombre del autor se gu ida del año
de publicación de la obra citada y de ia s p á gin as respectivas, en e! c a so de cita
textual. En ¡a b ib lio gra fía general, lo s autores son citad os por orden alfabético y el
títu lo de cada una de su s obras está precedido por el año de pu b licació n de ia edi­
ción que utilizam os.
social y un cuerpo particular de concepciones ideológicas. En ese
estudio clásico [1955) Engels distingue cinco formaciones: el Comu­
nismo Primitivo, e! Esciavismo, eí Feudalismo, el Capitalismo y el So ­
cialismo, que se sucederían históricamente, siempre en este orden en
todas las sociedades.
Karl Marx, en su estudio de las formaciones precapitaiistas (re­
dactado en 1857/1858 pero publicado por primera vez en 1939/41),
señala que la ruptura evolutiva desde la condición primitiva puede
asumir diversas formas, según el tipo de propiedad que lo impulse.
Entre ellas cita específicamente la Formación Asiática, que designa­
mos aquí como teocrática de regadío; la Antigua Clásica, que llama­
mos mercantil esclavista; la Eslava, que él no definió claramente; y
la Germánica, que Marx identifica con ios primeros pasos del feuda­
lismo europeo, to s dos primeros caminos no constituyen necesaria­
mente, en su criterio, etapas sucesivas y obligatorias de la evolución
cultural, sino formas alternativas (de ruptura de la condición tribal) a
través de las cuales diferentes sociedades pueden haber llegado al
Feudalismo, pasando o po por el Esciavismo. Para Marx, la universali­
dad del proceso evolutivo parece estar más bien en el progreso con­
tinuo de los modos de producción y en su resultante histórica, el
sistema capitalista industrial de base mundial tendiente al socialismo,
que en la unilinealidad de la vía de ascenso del primitivismo a la
civilización.
Es de señalar, sin embargo, que pocos aspectos de las teorías de
Marx han sido revisados tantas veces por él mismo, por Engels, y por
otros estudiosos marxístas, como estás series de etapas de la evo­
lución sociocultural. Probablemente las consideraba como tentativas
iniciales dirigidas a distinguir las formaciones económico-sociales fun­
damentales y a establecer algunos de sus órdenes posibles de su­
cesión. Aunque trabajaron con la mejor bibliografía de la época y
estaban capacitados para sacar de ella el máximo provecho, Marx y
Engels no podían llenar lagunas sólo superadas posteriormente por
los estudios arqueológicos, etnológicos e históricos. No obstante, un
siglo después, las anotaciones de Marx sobre ese campo — Las for­
maciones pre-capitaiistas— constituyen una de las formulación teóri­
cas más osadas y fecundas de que disponemos.
Lamentablemente, el mismo Marx no retomó luego el tema y fue
Engelé el que revisó los antiguos estudios, basado en la bibliografía
publicada más tarde, principalmente la contribución de Morgan. Los
estudios marxistas posteriores se encaminaron hacia una orientación
cada vez más uniiinea! y dogmática (J. Stalin, 1939; O. V. Kuusinen
1964; A. Viatkin [ed s/f.] y otros) y agregaron poco a las contribu­
ciones iniciales, mediocrizándolas como esfuerzos originales por for­
mular leyes universales de transición entre etapas, y empobrecién-
ciólas con el abandono de ios estudios sobre la Formación Asiática
y la reducción deí concepto de Feudalismo a un mero precapitalismo.
Sólo recientemente, con la publicación de las Formaciones de Marx
(1966), se retomaron estos estudios con mayor amplitud de visión,
y se restableció !a concepción de !a pluralidad de formaciones econó­
mico-sociales y de los modos alternativos de transición de una a otra.
(E. Hobsbawm, 1966; M. Godelíer, 1966; J. Chesneaux, 1964; O. del
Barco, 1965).
Gordon Chiide (1937, 1946, 1951), a quien se deben los mejores
estudios modernos sobre la materia, fundados en los desarrollos re­
cientes de las investigaciones arqueológicas y etnológicas, sigue las
lineas básicas de! esquema de Morgan. Extiende, no obstante, el
Salvajismo hasta la Revolución Neolítica, representada por la difusión
de la agricultura y del pastoreo (que darían comienzo a la Barbarie).
Esta es dividida en dos etapas: la Barbarie Neolítica y la Alta Bar­
barie de la Edad del Cobre que él extiende hasta la Revolución Ur­
bana, que se inicia con el desarrollo de las ciudades. Comenzaría
entonces la Civilización, que Childe divide en tres etapas: las Edades
del Bronce y del Hierro y el Feudalismo, que se prolongaría hasta la
Revolución Industrial.
Leslie White (1949 y 1959) fue el primero de los antropólogos
modernos que retomó la perspectiva evolucionista en toda su integri­
dad y profundidad. Utiliza como criterio de determinación de las eta­
pas de evolución cultural el grado de control y de utilización de-las
fuentes de energía alcanzado- por cada sociedad. White discrepa más
que Gordon Chiide con el esquema de Morgan, y propone una etapa
inicial de Salvajismo que set extendería hasta ia Revolución Agrícola,
en la que el hombre coloca a su servicio la energía solar mediante
el cultivo de plantas. A partir de entonces y hasta la Revolución
Industrial se extendería la Barbarie, a la que seguiría la Civilización.
En uno de. su s estudios, White habla de las Edades de ¡a Caza y de
la Recolección, de los Cereales y de! Carbón (1945).
Debemos a Julián Steward (1955, cap. 2 y 11) importantes con­
tribuciones a la teoría de la evolución cultural. Comparando el des­
arrollo de seis focos culturales (Mesopotamia, Egipto, India, China,
Perú y Mesoaméríca) en los que florecieron civilizaciones fundadas en
la agricultura de regadío, Steward demuestra que en todos ellos se
pueden distinguir “etapas homotaxiales no sincrónicas" de desarrollo.
La primera de ellas es la de Caza y Recolección (correspondiente ai
Salvajismo de la clasificación de Morgan), que se extendería hasta
el' cultivo de plantas y la cría de animales, donde comenzaría ¡a etapa
de la Agricultura incipiente. De esta se pasaría a la etapa Formativa,
con el surgimiento de la irrigación y de la cerámica. A partir de ahí
clasifica cuatro eras distintas (Florecimiento Regional, Conquistas ini­
cíales, Edades Oscuras, Conquistas Cíclicas y Edad del Hierro); ca­
racterizadas por ciertos avances de ¡a tecnología y de las formas de
organización social, hasta alcanzar la Revolución Industrial. Posterior­
mente, a la luz de la crítica de diversos especialistas en un simposio
de 1953, Steward (ed. 1955) introdujo algunas modificaciones concep­
tuales y taxonómicas en su esquema. Las principales fueron la fu­
sión de! Florecimiento Regional con las Conquistas Iniciales y la re-
formulación de ía etapa de Conquistas Cíclicas como Era Militarista.
Karl Wittfogel (1955 y .1964) retomó el concepto clásico de “des­
potismo oriental" desarrollado especialmente por Marx (Formación
Asiática) y basado en sus estudios sobre China, procuró generalizarlo
como una de las líneas básicas de! desarrollo evolutivo. Enfatiza en­
tonces el carácter supuestamente despótico más que hidráulico de
estas formaciones, y termina por desechar este último. Las "socieda­
des hidráulicas” se oponen, para Wittfogel, a las "sociedades estra­
tificadas de pastores”, a las “sociedades agrarias no-hidráulicas y
no-feudales de Grecia y Roma Republicanas” y a las “sociedades feu­
dales de Europa y Japón”. Sin embargo, no trata de relacionar unos
con otros esos tipos socioculturales, ni de escalonarlos en un es­
quema evolutivo. Su interés fundamental es formular una teoría ge­
neral del totalitarismo.
Nuestro esfuerzo consistirá principalmente en sistematizar los es­
quemas faseológicos y los principios dinámicos de la evolución socio-
cultural -formulados en ios estudios clásicos y modernos, a los que
agregaremos un cuerpo de conceptos analíticos nuevos. Esperamos
que esa tentativa de sistematización y de renovación conceptual con­
tribuya a determinar las etapas básicas de desarrollo tecnológico dis­
tinguibles en el continuum de la evolución humana; a discernir los
modos de vida correspondientes a esos avances evolutivos, en tér­
minos de formaciones económico-sociales o socio-culturales; a identi­
ficar las fuerzas dinámicas responsables de. la sucesión de las etapas
y de las formaciones; y finalmente a definir ias condiciones en que
esta sucesión se acelera o retarda, o entra en regresión y estanca­
miento.

Supuestos teóricos

La historia de las sociedades humanas en los últimos diez mile­


nios puede ser explicada en términos de una sucesión de revolucio­
nes tecnológicas y de procesos civílizatorios a través de los cuales
la mayoría de los hombres pasa de una condición generalizada de
cazadores y recolectores a otros modos, más uniformes y menos di­
ferenciados, de proveer su subsistencia, de organizar su vida social
y de explicar sus propias experiencias. Tales modos diferenciados
de ser, aunque varíen ampliamente en sus contenidos culturales no
lo hacen en forma arbitraria, porque encuadran en imperativos de
tres órdenes. Primero, el carácter acumulativo del progreso tecnoló­
gico que se desarrolla desde formas más elementales a formas más
complejas, de acuerdo con una secuencia irreversible. Segundo, las
relaciones recíprocas entre e! equipamiento tecnológico empleado por
una sociedad en su acción sobre el medio natural para producir bie­
nes y reproducir la magnitud de su población, así como la forma en
que tales relaciones se organizan internamente y con otras sociedades.
Tercero, la interacción entre esos esfuerzos de control de la natura­
leza y de ordenamiento de las relaciones humanas, y la cultura, en­
tendida como patrimonio simbólico de los modos estandarizados de
pensar y de conocer que se manifiestan materialmente en artefactos
y bienes; expresamente, a través de la conducta social; e ideológica­
mente, en la comunicación simbólica y en la formulación de la ex­
periencia social en cuerpos de saber, de creencias y de valores.
Esos tres órdenes de imperativos — tecnológico, social e Ideoló­
gico— y el carácter necesario de sus conexiones hacen que a una
clasificación de las etapas evolutivas con base tecnológica deban co­
rresponder cíasificaeiones complementarias fundadas en los patrones
de organización social y de configuración ideológica. Si esto es ver­
dad, resulta posible elaborar una tipología evolutiva general válida
para las tres esferas, aunque fundada en la primera de ellas, y en
cuyos términos se pueden situar las sociedades humanas en un nú­
mero limitado de modelos estructurales que puedan formar una serie
dentro de una secuencia de grandes etapas evolutivas.
Existe un alto grado de concordancia entre los estudiosos en cuan­
to a la influencia determinante de los contenidos tecnológicos sobre
los sociales e ideológicos y en cuanto a la posibilidad de discernir
etapas de desarrollo tecnológico en !a evolución del progreso humano.
También se acepta generalmente la interconexión necesaria de los sec­
tores tecnológico, social e ideológico de una sociedad. Pero existe
menos unanimidad respecto a la posibilidad de definir patrones ne­
cesarios de esas conexiones en términos de etapas evolutivas que
combinen cierto grado de desarrollo tecnológico con rasgos especí­
ficos de organización social y modos particulares de configuración
de la cultura.
A muchos autores parece demasiado amplio e incluso arbitrario
el número posible de respuestas socioculturales a las formas tecno-
lógico-productivas, para que sea practicable una correlación entre ellas
o para permitir una tipología de aplicación universal. Otros estudiosos,
aun admitiendo la posibilidad de que se logre este esquema, consi­
deran que no tendría valor operacionai porque, para ser universales,
las etapas deberían formularse en términos tan genéricos que “no
CUADRO I
Corre sp o nd en cia aproxim ada de las etapas evolutivas en d iv e rso s e sq u e m a s conceptuales
K. M arx L. H. M organ F. Engels V. Gordon C hiide Julián Steward Darcy R ibelro
(1857) (1877) (1884) (1937) (1955 a)
C o m u n ism o C o m u n ism o S o c ie d a d e s futuras
(im p e rio s económ ico-
p o lític o s de los So c ia lis m o S o c ia lis m o
So c ia lis m o S o c ia lis m o
s ig lo s X I X y X X ) evolu tivo revolucionario
C a p ita lism o Ca p ita l Ism o Im p e ria lism o N a cio n a lism o
(Expan sión Ce ntro y
industria! industrial Noreuropea) industrial m odernizador

N e o co lo n ialism o
C a p ita lism o C a p ita lism o (C o n q u ista s E sp a ñ o la s)
mercantil mercantil C o lo n ia lism o mercantil
C a p ita lism o
co lo n ia lism o de
(Feu d alism o ) m ercantil
Feudalism o Feud alism o Feu d alism o poblam iento
(G re c ia y Rom a) Im p e rio s
Form ación Edad del Hierro m ercan tile s C o lo n ia lism o e sc la v ista
E stad o s m ilita r ista s de
G erm án ica E sc la v lsm o sa lv a c lo n ls ta s
re ga d ío
Form ación Edad del Bronce E stad os E stad os IM P E R IO S D E S P O T IC O S S A L V A C IO N 1 S T A S
antigua te ocráticos teocrá ticos
de re ga d ío co m e rcia le s R e g re sio n e s feudales
c lá sic a
Escritura im p e rio s m ercan tile s Im p e rio s teocráticos
A lt a barbarle Florecim iento
del Bronce regional e s c la v ist a s de regad lo
Hierro Form atlvo (P riv atistas) (C o le c tiv is ta s)
Labranza E ST A D O S RU RALES A RTESA N A LES
C om un idad Jefaturas
Barbarie A gricu ltura
D om e stic ac ió n Barbarie A ld e a s a g r íc o la s p a sto rile s n óm ades
ge n tílic a N e o lítica Incipiente
indifere nclad as H ord as pa sto rile s
C e rám ic a nóm ades

Caza
Com unidad C aza y
Co m u n ism o Tribus de cazadores
prim itiva Pesca S a lv a jism o
prim itivo recolección y recolectores

R ecole cción
serían ni discutibles, ni útiles” (Steward, 1955, p. 17). Pero aun si
esto fuera válido, se justificaría la elaboración de un esquema global
de evolución socioculturai por su valor explicativo más genera! de
nuestros conocimientos sobre la dinámica cultural. Es muy probable,
además, que semejante esquema pueda tener también valor operacio-
nal, al proporcionar un cuadro general de la evolución socioculturai,
divisible en subcuadros revestidos de características específicas, apli­
cables a situaciones concretas. En realidad, mientras se carezca de
este cuadro general, ios científicos sociales no podrán siquiera plan­
tearse problemas que permítan entender las relaciones entre el nivel
de objetividad de ¡os estudios históricos, etnográficos y arqueológicos
y las categorías abstractas de las explicaciones antropológicas o so­
ciológicas. Una teoría genera! de la evolución socio-cultural resulta
pues indispensable para situar y dar amplitud explicativa a las gene­
ralizaciones científicas fundadas en el análisis de relaciones sincróní
co-funcionales.
El concepto básico subyacente en las teorías de evolución socio-
cultural es que las sociedades humanas, en el cursó de ¡argos perío­
dos, fueron afectadas por dos procesos simultáneos y mutuamente
complementarios de autotransformación, uno de ellos responsable de
la diversificación y el otro de la homogeneización de las culturas. Bajo
la influencia del primero las sociedades tienden a multiplicar sus con­
tingentes poblacionales y a diversificar las entidades étnicas en que
éstos se aglutinan, así como sus respectivos patrimonios culturales.
Sin embargo, el segundo proceso impide que esta diversificación con­
duzca a una diferenciación creciente de los grupos humanos, y tiende
a la homogeneización de sus modos de vida por la fusión de las en­
tidades étnicas en unidades cada vez más inclusivas y por el des­
arrollo de sus patrimonios culturales a lo largo de líneas paralelas,
que tienden a la uniformidad.
El primer proceso, de carácter diversificador, responde ai impe­
rativo de adaptación ecológica diferencial que colora con cualidades
particulares la cultura de cada sociedad, y la especializa en cierto
ambiente, o desvía el rumbo de su desarrollo a consecuencia de acon­
tecimientos históricos particulares. Estas cualidades, aunque relevan­
tes para la explicación del modo de ser de una sociedad particular,
incumben a un examen del proceso evolutivo sólo cuando producen
formas generales de adaptación humana utilizabies por otras socieda­
des, porque no derivan del simple ajuste a particularidades ambienta­
les y de! impacto de vicisitudes históricas singulares.
El segundo proceso, integrador y homogeneízador, es ia evolución
socioculturai. Radciiffe-Brown lo define como un proceso de “actuali­
zación progresiva de potencialidades presentes cuando los primeros
seres humanos comienzan a vivir en sociedad” (1961). Desarrollando
este concepto podría decirse que la evolución sociocultural se des­
envuelve a través de ia realización de posibilidades limitadas de res­
puesta a los m ismos imperativos fundamentales, bajo similares condi­
ciones, antes que conducir a la reiteración de las mismas formas cul­
turales y a la creación de estructuras uniformes, clasificables dentro
de una tipología genética universal.
El examen de los varios modos de ser de las sociedades huma­
nas respecto de ¡as cuales contamos con documentación adecuada
revela que éstas son clasificables en diferentes categorías, de acuer­
do con el grado de eficacia que alcanzaron én el dominio de la na­
turaleza. Demuestra también que son activadas por un proceso de
desarrollo que, aun cuando no opere simultáneamente con igual vi­
gor sobre cada una de ellas, no actúa arbitrariamente sino que es
regulado y direcciorial. Esto es así en razón de la existencia de una
serie de fuerzas causales uniformantes, incluyendo un imperativo
genera! y tres condicionamientos básicos de carácter extracultural,
así como una serie de factores causales de naturaleza propiamente
cultural.
El imperativo general consiste en la uniformidad del medio natu­
ral en que el hombre actúa y que lo obliga a ajustarse a regularida­
des fisicoquímicas y biológicas externas a la cultura. El papel homo-
geneizador de este imperativo se expresa principalmente en la tec­
nología productiva que, por su directa relación con la naturaleza,
debe atenerse necesariamente a sus requisitos. Como respuesta a
este imperativo encontramos en todas las culturas un cuerpo mínimo
de conocimientos objetivos y de modos estandarizados de hacer. Vale
decir, que la lógica de las cosas se impone a las culturas, desafián­
dolas a desarrollarse mediante la percepción y ajuste a sus principios.
Tres condicionamientos básicos de naturaleza extracultural se su­
man a ese imperativo para conformar las culturas, imprimiéndoles
las mismas pautas: todos eUos se refieren a la llamada “naturaleza
humana”. Primero, los derivados de la estructura biológica del hom­
bre, cuyos atributos especiales de inteligencia, flexibilidad, individua­
lidad y socialización — resultantes del proceso de evolución biológi­
ca— lo uniformizan como especie frente a todas las otras (G. C.
Simpson, 1966 y Julián Huxley, 1952 y 1955). Esta uniformidad ele­
mental se imprime a las culturas haciéndolas esencialmente homo­
géneas, en cuanto son modos de control del medio ambiente por
agentes biológicos especializados. En virtud de este condicionamien­
to, todas las culturas desarrollan normas uniformes de orientación de
la acción adaptativa sobre el medio para extraer de él los materiales
específicos indispensables para sobrevivir y roproducirse (recolección,
caza, pesca, etc.]. Segundo, ios condicionamientos de ia vida asocia­
tiva, cuyo desarrollo y mantenimiento exige la creación de pautas
culturales capaces de propiciar ja convivencia y ordenar la interacción
social a los efectos de la reproducción del grupo (incesto, familia,
parentesco, clan, etc.) y de la producción económica (división de!
trabajo, estratificación, etc.). Tercero, los condicionamientos de na­
turaleza psicológica, más difíciles de precisar, pero responsables al
menos de la unidad esencial de ia estructura neuropsicoiógica y men­
tal de los seres humanos, que, como decía Adolph Bastian, permite
encontrar soluciones similares ante idénticos desafíos causales.
A aquel imperativo elemental y a estos factores contingentes
— todos de naturaleza extracultural— se suma otro imperativo general,
de naturaleza propiamente cultural: la capacidad específicamente hu­
mana de comunicación simbólica, responsable de la inclusión de la
vida social en cuerpos de herencia cultural, transmitidos de genera­
ción en generación, y que hace que todos los desarrollos posteriores
dependan de las características de! patrimonio preexistente.
Dentro de las limitaciones impuestas por estos condicionamien­
tos, ías culturas se desarrollan por acumulación de conocimientos co­
munes y por el ejercicio de opciones, como un desdoblamiento dialéc­
tico de las potencialidades de conducta cultura!, cuya resultante es
el fenómeno humano en toda su variedad. Al generarse dentro de
ese marco restrictivo la evolución cultura! resulta direccional. En
lugar de recomenzar siempre de nuevo, ías actividades humanas se
concatenan a través de generaciones para componer secuencias evo­
lutivas equivalentes a las de la evolución biológica. Estas secuencias
son, a un tiempo, más variables y más uniformes que las biológicas.
Mientras que la naturaleza, que evoluciona por mutación genética, no
puede volver atrás y está regida por un ritmo lento de transforma­
ciones, la cultura que evoluciona por adiciones de cuerpos de signi­
ficado y de normas de acción y se difunde por el aprendizaje, puede
experimentar cambios rápidos, propagarlos sin grandes limitaciones
espaciales o temporales, y redefinirse permanentemente por configu­
raciones cada vez más inclusivas y homogéneas.
La bibliografía antropológica demuestra exhaustivamente el ca­
rácter universa! de aquellos condicionamientos, así como la unifor­
midad de las respuestas culturales que se expresan en la presencia
de las mismas clases de elementos en los diversos patrimonios cul­
turales y forman una estructura básica común a todas las culturas
(G. P. Murdock, 1947, C. Kluckhohn, 1953). Demuestra asimismo el
carácter reiterativo de las respuestas a los diferentes desafíos cau-
. sales con que se enfrentan las sociedades en e! curso de su historia,
y que se expresan en ia presencia de tantas formas comunes de es­
tratificación social, de instituciones políticas, de conducta religiosa,
etc. Demuestra incluso, ¡a sucesión de sistemas tecnológicos fun­
dados en los mismos principios fisicoquímicos y biológicos pero do­
tados de creciente eficacia, tanto en el piano de la productividad y
de ia capacidad de mantener contingentes humanos cada vez mayores,
como en e! poder de compulsión de unas sociedades sobre otras. Es
por todas estas razones por lo que el proceso evolutivo debe ser
conceptuaiizado como homogeneizador y direccionai (Leslie White,
1959).
La evolución socioculturaí así conceptual izada es un proceso in­
terno de transformación y autosuperaciórt que se genera y se des­
arrolla dentro de las culturas, con las limitaciones extraculturafes re­
feridas. En ia realidad, sin embargo, ¡as culturas se construyen y
mantiene en sociedades que no están aisladas, sino en permanente
interacción unas con otras. De taies relaciones externas, directas e
indirectas, surge otro modelador de! proceso evolutivo, que a los
factores de desarrollo interno agrega factores externos. Así, a la
creatividad interna, responsable de innovaciones culturales propias,
se suman la difusión, responsable de la introducción de nuevos rasgos
culturales, y las compulsiones sociales provenientes de ia dominación
externa, ambas igualmente capaces de alterar el curso del desarrollo
evolutivo de una sociedad (L. Gumpiowicz, 1944). Aunque sea po­
sible aislar conceptual mente las variaciones debidas a la adaptación
ecológica especializadora, no ocurre lo mismo con respecto a la di­
fusión y a las compulsiones externas. Su importancia es tan decisiva
en ei proceso general, que una teoría de la evolución socioculturaí
sóio será satisfactoria sí combina estos tres motores básicos de la
evolución; ¡as invenciones y ¡os descubrimientos, la difusión y la com­
pulsión social acuíturadora.
El presente estudio trata de demostrar que e¡ desarrollo de las
sociedades y de ias culturas está regido por un principio orientador
asentado en el desarrollo acumulativo de la tecnología productiva y
militar; que a ciertos avances en esta línea progresiva corresponden
cambios cualitativos de carácter radical que permiten distinguirlos
como etapas o fases de la evolución socioculturaí; que a esas etapas
de progreso tecnológico corresponden las alteraciones necesarias, y
en consecuencia uniformes, en la organización sociai y en ia configu­
ración de la cultura a las que designamos formaciones socioculturales.
La atribución de poder determinante a las innovaciones tecnoló-
gico-productivas y militares no excluye la presencia de otras fuerzas
dinámicas. Así, en períodos reducidos de tiempo, es posible identi­
ficar el poder condicionante de la organización sociai sobre la explo­
tación de los adelantos tecnológicos, y un papel fecundante o limita­
tivo de ciertos contenidos de! sistema ideológico — como el saber y
la ciencia^-- sobre la tecnología y, a través de el ¡a, sobre la estruc­
tura social.
Ejemplos de esa capacidad condicionante o limitativa de los sis­
temas sociales e ideológicos aparecen a! estudiar eí papel dinámico
representado en l a vida social y en ¡a evolución cultural por los fenó­
menos de solidaridad (P. Kropotkin, 1947), o de conflicto entre clases
económicas ÍK. Marx, 1956), o entre otras unidades sociales estruc­
turadas a través del desarrollo de lealtades culturales, sean las ét-
nico-nacionales (F. Znaniecki, 1944) o las religiosas (Max Weber, 1948).
Aunque están relacionadas con contenidos tecnológicos, estas formas
de solidaridad y de conflicto no son reducibles a tales contenidos,
ni explicables en su variedad de formas y de funciones sólo por
tafes relaciones. Leslie White sustenta esta misma concepción cuan­
do afirma que "todo sistema social se apoya sobre un sistema tecno­
lógico y está determinado por este último. Pero todo sistema tecno­
lógico funciona dentro de un sistema social y está, en consecuencia,
condicionado por él". {L. White 1959: 353).
Es precisamente el reconocimiento de la interacción entre estos
varios órdenes determinantes el que hace posible una comprensión
realista de la evolución socioculturai. Por un lado, un orden global
— de base tecnológica— que se manifiesta como una línea continua
en el proceso civilizatorio general, y es demostrable por análisis de
gran alcance temporal, y por otro, las órdenes particulares — de na­
turaleza social o cultural— observables mediante análisis de alcance
medio, y que condicionan el surgimiento y la generalización de! pro­
ceso tecnológico, acelerándolo o retardándolo. Será preciso combinar
una perspectiva de conjunto de ía evolución humana con visiones par­
ciales utilizando conceptos válidos para distintos ámbitos históricos y
para diferentes niveles de abstracción. Tal integración conceptual
comporta admitir la posibilidad de combinar una perspectiva más abs­
tracta referida a la evolución socioculturai, con perspectivas comple­
mentarias de naturaleza histórica, fundadas en ei estudio de las inte-
rrelaciones de comentes cívílizatorias a través de la difusión cultural
y de las presiones acu¡turadoras.
Por !o tanto, resulta innecesario optar entre las doctrinas relati­
vistas sustentadoras de! difusionismo, de! paralelismo, de la conver­
gencia, y las explicaciones evolucionistas más radicales, basadas en
la afirmación de ía unidad psíquica de la humanidad o en la sobre-
valoración de la frecuencia de invenciones independientes. La adop­
ción de una perspectiva más amplia de análisis permite superar tales
limitaciones y concebir ía diversificación y homogeneización de las
sociedades y de sus culturas como resultado tanto de invenciones
originales, ía posibilidad menos frecuente, como de la adopción de
desarrollos alcanzados por otros pueblos por medio de la difusión y
la expansión civilizadora, además de los propios esfuerzos de adap­
tación ecológica y de integración de las diferentes esferas de la
cultura.
Ei concepto de proceso civilizatorio permite ese enfoque conjunto
porque destaca, en su acepción global, la apreciación de los fenó­
menos de desarrollo progresivo de la cultura humana tendientes a
homogeneizar configuraciones culturales. Y valoriza, en su acepción
limitada, los factores de diferenciación de ¡as culturas singulares, sólo
explicables como esfuerzos, de adaptación a condiciones ecológicas
e históricas específicas y como producto de una creatividad propia,
capaz de presentar respuestas alternativas a los mismos estímulos
básicos. Esta concepción se aproxima, en cierto modo, al sentido
genera! atribuido a ios ciclos culturales por los difusionistas (Schmidt
y Koppers, 1924; Graebner, 1925; G. Montandon, 1934), a las áreas
culturales (C. Wissler, 1938; G. P. Murdock, 1951; A. L. Kroeber, 1944,
1947) y también a los tipos culturales (Linton, 1936, 1955; Ruth Be-
nedict 1934). Pero también se les opone por el énfasis antievolucio­
nista que los impregna, por el carácter imaginativo de los rasgos que
componen los Kulturkreise, por el geografismo del concepto de área
cultural y por el psicologismo en que cae tantas veces ia búsqueda
de tipos (R. Benedict, 1934).
Nuestro enfoque resulta más próximo a la refomulación del con­
cepto de tipo cultural de J. Steward (1955 a, cap. II), que se opone
claramente a ías antiguas nociones de áreas culturales y de etapas
evolutivas. Pero supera la limitación casuística de este último, me­
diante el análisis de! proceso civilizatorio general con la utilización
conjunta de las nociones de revolución tecnológica, como factor cau­
sa! básico; de formación socioculturai, como modelo teórico de res-,
puesta cultural a aquellas revoluciones, y de civilización, como entidad
histórica concreta cristalizada a partir de aquellas formaciones.
Esta perspectiva implica el acceso, a un piano de abstracción
aún más alto que el de Steward, al superar ei nivel de análisis fun-
cionalista, y hace posible el examen diacrónico de grandes grupos de
sociedades como las hordas pastoriles nómades y las civilizaciones
basadas en ei regadío. Este nivel más alto de generalización requiere
obviamente un grado mayor de abstracción en ¡a definición de los
rasgos “diagnósticos" de cada formación. Resta saber si en tal nivel
será posible lograr generalizaciones explicativas de la evolución socio-
cultura! global e instrumentales para la clasificación de sus compo­
nentes concretos dentro de una escala genera! de etapas evolutivas.
Creemos haber demostrado que ello es posible, aun en los límites de
este estudio preliminar.
Esquema conceptual

La gran dificultad que presenta la formulación de un esquema


evolutivo global reside en la necesidad de combinar diferentes enfo­
ques temporales y funcionales, invistiéndolos de! debido grado de
congruencia y contabilidad a fin de permitir ia comprensión tanto de
la gran corriente de evolución cultural humana como de sus pasos
tumultuosos de progreso y retroceso histórico.
Trataremos en las páginas siguientes de explicitar las bases y
límites dentro de ios cuales nos proponemos formular tai esquema
evolutivo general con ios atributos señalados. O sea, una explicación
teórica ideai, construida por la reducción conceptual de la multiplici­
dad de situaciones concretas registradas por la arqueología,, la etno­
logía y ia historia, a un paradigma simplificado de la evolución global
de ¡as sociedades humanas, mediante la definición de sus etapas
básicas y de ios procesos de transición de una a otra.
Para esto guiamos nuestro análisis por diversos niveles de abs­
tracción, con el empleo de los conceptos de proceso civilizatorio ge­
neral, con significado cercano a aquél con que A. Weber (1960) habla
de “proceso civilizador”; de procesos civilizatorios singulares, con la
significación que P. Sorokin (1937/1941) dio a la expresión "supersis-
temas culturales"; de revoluciones tecnológicas, en un sentido más
restringido que ei atribuido al concepto de "revoluciones culturales"
por Gordon Childe (1937/1951) y Leslie White (1959); de formaciones
socioculturales, con el significado que K. Marx dio a la expresión for­
maciones económico-sociales (K. Marx, 1956, 1966; Marx y Engels,
1958); de modelos y tipos estructurales en el sentido weberiano
(1964); y de configuraciones histérico-culturales, con un significado
aproximado al que otorga J. Steward para “tipos culturales” (1955 a).
Empleamos también los conceptos de progreso y regresión (Gordon
Childe, 1960), estancamiento, actualización histórica y aceleración evo­
lutiva, con sentidos particulares que serán definidos con precisión. En
los términos de la conceptualización propuesta tuvimos que redefinir
las nociones de civilización, cultura auténtica y cultura espuria (Sapir,
1924), de autonomía cultural, de desfasaje cultural (Ogburn, 1926),
de traumatización, restauración y cristalización cultural (Foster, 1964),
así como los conceptos de aculturación y deculturación (Barnett y
otros, 1954), de etnia, macroetnia, etnia nacional (F. Znanieck, 1944;
G, Weltfish, 1960), y los conceptos sociológicos de asimilación, desa­
rrollo y modernización (Eisenstadt, 1963).
Concebimos la evolución socioculturaí como el movimiento histó­
rico de cambio de los modos de ser y de vivir de los grupos humanos,
desencadenado por el impacto de sucesivas revoluciones tecnológicas
(agrícola, industrial, etc.) sobre sociedades concretas, tendientes a
conducirlas a (a transición de una etapa evolutiva a otra, o de una
a otra formación socioculturai. Esta última expresión designa las
etapas evolutivas en cuanto que son patrones generales de encuadra-
miento socioculturai, dentro de los cuales se desarrolla la vida de los
pueblos. O en otras palabras, como modelos conceptuales de vida
social, fundados en la combinación de una tecnología productora de
cierto grado de desarrollo con un modo genérico de ordenamiento de
las relaciones humanas y con un horizonte ideológico, dentro del cual
se procesa el esfuerzo de interpretación de las propias experiencias
con un nivel mayor o menor de lucidez y racionalidad.
Procuramos prestar mayor congruencia e instrumentalidad al con­
cepto de etapas evolutivas, mediante la construcción teórica de cada
formación sociocuituraf como una constelación particular de ciertos
aspectos del modo de adaptación a ia naturaleza, de ciertos atributos
de su organización social y de ciertas calidades de su visión del
mundo.
A tres órdenes de fenómenos corresponden, por sus grados de
organización interna, tres sistemas. El sistema adaptativo comprende
el conjunto integrado de modos culturales de acción sobre ¡a natu­
raleza, necesarios para la producción y la reproducción de las condi­
ciones materiales de existencia de una sociedad. El sistema asocia­
tivo comprende, fundamentalmente, los modos estandarizados de re­
glamentación de las relaciones interpersonales a efectos de actuar
conjuntamente en el esfuerzo de subsistencia y reproducción bioló­
gica del grupo. Como derivación del desarrollo de las formas de con­
ducta adaptativa y asociativa surgen, en ciertas etapas de la evolución
socioculturai, tendencias a la institucionalización de otras esferas de
vida social, además de la familia y de formas elementales de división
del trabajo, que se expresan en nuevas formas de propiedad, la es­
tratificación de la sociedad en clases diferenciadas por su papel en
el proceso productivo, el ordenamiento de la convivencia social a tra­
vés de instituciones reguladoras de carácter político, religioso, edu­
cativo, etc. El tercer orden de elementos que compone una formación
socioculturai corresponde a su sistema ideológico. Comprende, ade­
más, de las técnicas productivas y de las normas sociales en su ca­
rácter de saber abstracto, todas las formas de comunicación simbólica
como el lenguaje, las formulaciones explícitas de conocimientos con
respecto a la naturaleza y a ¡a sociedad, los cuerpos de creencias y
los órdenes de valores, así como formulaciones ideológicas desarro­
lladas por un pueblo para explicar y justificar su modo de vida y de
conducta.
En una sociedad considerada históricamente en cierto lugar y en
cierto tiempo, esos tres sistemas, en su carácter de cuerpos simbó­
licos de pautas socialmente transmitidas de generación en generación,
forman su cultura. Un conjunto particular de sociedades suficiente­
mente homogéneas puede tener esas tres esferas de conducta des­
critas genéricamente en términos de un modelo estructural como, por
ejemplo, el modo de ser de los pueblos indígenas agricultores de ia
selva tropical de América Latina. El concepto de formación sociocul-
tural se aplica a un nivel de abstracción aún más alto, porque engloba
en una sola categoría, por ejemplo, todos los pueblos tribales que
viven de la caza y la recolección, o todas las sociedades clasificares
dentro del sistema mundial capitalista mercantil, incluyendo tanto cen­
tros metropolitanos, como áreas coloniales.
Por esta razón, el grado de especificidad de los sistemas adapta-
tivos, asociativo o ideológico correspondiente a una formación socio-
cultural debe ser, necesariamente, muy genérico, pero no tanto que
vuelva el esquema inservible a los efectos clasificatorios. La gran
dificultad que se presenta para la construcción teórica de los paradig­
mas de formación socioculturai consiste, por eso, en la selección de
los aspectos distintivos de esas formaciones que, por su carácter cru­
cial y por su capacidad de influéhcia sobre las demás, deban ser in­
cluidos entre las calificaciones mínimas. El ámbito de variación de
ios patrimonios culturales, aunque no imposibilité la definición de esos
rasgos distintivos, nos obliga a utilizarlos apenas en su sentido de
diagnóstico, o sea, con el objeto de situar sociedades concretas en
ciertas formaciones de escala evolutiva, sin esperar que todos los
rasgos estén presentes en cada sopiedad.
La solución ideal para este problema sería la determinación de
un cuerpo de rasgos diagnósticos homogéneos referentes a los siste­
mas adaptativo, asociativo e ideológico que atravesaran todas las for­
maciones, presentando en cada una de ellas ciertas alteraciones sig­
nificativas. Sin embargo, esta construcción ideal está muy distante de
lo posible, en virtud del ámbito de dispersión de las variaciones de
contenido de cada cultura. En estas circunstancias, cada etapa o for­
mación tendrá que ser caracterizada por los elementos que en eila
puedan estar presentes, sin exigir que los mismos rasgos deban com­
poner, con contenidos distintos, las etapas anteriores o posteriores.
Ni siquiera en Jas designaciones descriptivas de cada formación socio-
cultural podemos alcanzar la homogeneidad deseable, por la contin­
gencia de combinar en elias términos basados en diferentes criterios
a fin de hacerlas más expresivas y permitir relacionarlas con las de­
signaciones de la bibliografía clásica sobre la materia. A s í es que
apelamos a elementos referentes a actividades productivas (caza y
recolección, pastoril, agrícola, rural-artesana'l, regadío, industrial); a
elementos concernientes a ¡a estratificación social y a las relaciones
de trabajo y propiedad findiferenciada — en oposición a la estratifi­
cada— , colectivista, privatista, esclavista, mercantil, capitalista, socia­
lista); y aun a términos descriptivos de unidades políticas (tribal,
horda, aldea, jefatura, estado, imperio, colonia); y finalmente, a ca­
lificativos del perfil ideológico y de atributos especiales de ciertas
formaciones (teocrático, salvacionista, despótico, revolucionario, evo­
lutivo, modernizador).
La construcción teórica de ias formaciones socioculturaies pre­
senta dos dificultades adicionales, dada su naturaleza de categorías
abstractas de análisis. La primera de ellas proviene de la necesidad
de conciliar su carácter de etapa del continuum evolutivo de las so­
ciedades humanas, y por tanto, de una categoría temporal, con su ca­
rácter asincrónico. Para percibir esta dualidad característica basta
considerar que, aunque se escalonen temporalmente como etapas de
ia evolución socioculturai, su secuencia no es histórico-temporal, por­
que en cada momento coexisten sociedades ciasiftcables en las etapas
más dispares: por ejemplo, los pueblos tribales y las estructuras
industriales imperialistas, contemporáneas pero no coetáneas dentro
del mundo moderno.
Esta característica genera! de las etapas evolutivas, que llevó a
Julián Huxíey (1952 y 1955) a definirlas como “homotaxiaies no sin­
crónicas", nos obliga a enfocar problemas especiales derivados de la
coexistencia y de la interacción de sociedades clasificables en dife­
rentes etapas de desarrollo. Las relaciones entre estas formaciones
desfasadas conduce frecuentemente a situaciones ambiguas, como que
una sociedad presente, al mismo tiempo, rasgos correspondientes a
“momentos" evolutivos muy distanciados. Este es ei caso, por ejem­
plo, de ios indios Xavante recién pacificados, que utilizaban instru­
mentos de metal; o de la implantación de industrias modernas en
áreas de poblaciones atrasadas en la historia. Estas dos situaciones,
lejos de invalidar los esquemas evolutivos, más bien comprueban su
imperatívidad. Pero nos obligan a considerar, en toda su complejidad,
tanto los procesos autónomos de desarrollo como los reflejos, prove­
nientes de ia difusión y de la aculturación, y las consecuencias de
unos y otros sobre los pueblos que los experimentan.
El segundo atributo de ¡a formación socioculturai es su carácter
más de movimiento direccional-temporal que de etapa de un conti­
nuum, lo que hace muchas veces imperativo dividirla en pasos de
manifestación incipiente (formativo), cuando emerge aún indiferen-
cíada de ia formación anterior, y de maduración (florecimiento), cuan­
do se intensifica la expresión de las características diagnósticas de la
nueva formación. Entre dos etapas sucesivas, el período floreciente
de una y el formativo de otra, ambas se confunden en muchos casos
concretos. Y es inevitable que así sea porque, en los casos de pro­
gresiones evolutivas continuadas, el florecimiento es el conducto a
ia nueva etapa, y en los casos de progresiones interrumpidas, es el
clímax a partir del cual comienza la decadencia. Sólo dentro de este
ámbito de variación se pueden situar, en la tipología propuesta, algu­
nas sociedades concretas que se encuentran en situaciones de trau­
matización cultural o en estadios de transición entre dos o más for­
maciones, en las cuales están presentes cualidades de todas ellas,
unas como sobrevivencias de formas arcaicas, otras como embriones
de cualidades nuevas aún no configuradas como rasgos dominantes.
Sólo en condiciones excepcionales las sociedades tienen oportu­
nidad de ¡ experimentar procesos evolutivos continuos puramente as­
cendentes que las conduzcan a vivir sucesivamente diversas etapas
de la evolución. Por lo genera! son interrumpidos por varias causas
que conducen al estancamiento y a ia regresión cultura! o a desa­
rrollos cíclicos de ascenso y decadencia. Parece incluso haber
cierta correlación entre madurez y tendencia a ¡a regresión, explicable
en ciertos casos, por ia coincidencia de ia madurez con la saturación
de la explotación de las potencialidades creativas de una tecnología,
en otros, por la tendencia al expansionismo que se desarrolla con la
maduración. Este último, al conducir a la creación de relaciones de
dominio fuertemente tensas por su propia naturaleza opresora, puede
provocar la ruptura de la constelación sociocuituraí, por la reversión
del contexto de pueblos dominados sobre el centro dominador. Esta
tendencia es lo que explica el desarrollo del militarismo y de! colo­
nialismo como categorías generales presentes en cierta etapa del
desarrollo de todas las formaciones avanzadas. Por este carácter uni­
versal, no son utilizables como rasgos diagnósticos generales en la
definición de etapas evolutivas particulares; pero, por ese mismo ca­
rácter universal, son decisivamente importantes para el estudio gene­
ral de uno de ios motores básicos de la evolución: la compulsión
aculturativa, principal responsable de la creación y transformación de
las unidades étnicas.
Las sociedades concretas, como formas vivas en las cuales se
están continuamente procesando alteraciones — derivadas tanto de ia
interacción de sus componentes como de la influencia de otras so­
ciedades— , presentan asincronías o desfasajes más o menos profun­
dos. Difieren, por eso, de las formaciones construidas conceptualmen­
te, porque éstas son meros paradigmas expresivos de un estado ideal
de madurez y de equilibrio que sólo difícilmente se encuentra en la
realidad. Las situaciones comúnmente clasificadas como de “dualidad
estructural” son expresiones de un tipo similar de asincronía, expli­
cable por la diferencia de ritmos de transformación de los diversos
contenidos de una cultura, sujetos a los mismos agentes de cambio.
Todo esto significa que ¿1a clasificación de las sociedades concre­
tas dentro de ios esquemas evolutivos debe ser hecha después de
despojarlas conceptuaimente de lo que tienen de peculiar, para aten­
der solamente al modo como en ellas se conforman ias cualidades
diagnósticas atribuidas a cada modelo de formación. Y también, en­
focándolas en largos períodos, que hagan perceptible el sentido de
las alteraciones que están experimentando.

Revoluciones tecnológicas y procesos civífizatorios

Empleamos el concepto de revolución tecnológica para indicar que


a ciertas transformaciones prodigiosas en el equipamiento de la ac­
ción humana sobre ia naturaleza, o de la acción bélica, corresponden
alteraciones cualitativas en todo eí modo de ser de las sociedades,
que nos obligan a tratarlas como categorías nuevas dentro del conti-
nuum de la evolución socioculturai. Dentro de esta concepción, su­
ponemos que a! desencadenamiento de cada revolución tecnológica, o
a la propagación de sus efectos sobre contextos socioculturales dis­
tintos, a través de Sos procesos civilizatorios, tiende a corresponder
la aparición de nuevas formaciones socioculturaies.
La mayoría de los estudiosos concuerda con !a clasificación de
Gordon Childe, que distingue tres "revoluciones culturales" a partir
de una prerrevoSución que se confunde con el propio proceso de hu­
manización que hace al hombre trascender de la eácala zoológica para
situarse en el plano de la conducta cultura! (Hockett y Ascher, 1964;
Washburn y Howell, 1960). Tales son la revolución agrícola, que
ai introducir el cultivo de plantas y la domesticación de animales
en ei sistema productivo, transfigura la condición humana, hacién­
dola saltar de la situación de apropiadora de lo que la naturaleza
provee espontáneamente a la posición de organizadora activa de la
producción; la revolución urbana, fundada en nuevos progresos pro­
ductivos como ia agricultura de regadío, la metalurgia y la escritura,
que condujo a la dícotomización interna de las sociedades en una
condición rural y en una condición urbana y a su estratificación en
clases sociales, además de otros profundos cambios en la vida social
y en el patrimonio cultural de las sociedades que alcanzó; y la revo­
lución industrial, que emergió en Europa Occidental con el descubri­
miento y ¡a generalización de conversores de energía inanimada para
mover dispositivos mecánicos, responsabíe también de nuevas alte­
raciones fundamentales en la estratificación social, en la organización
política y en la visión del mundo de todos ios pueblos.
En el esfuerzo por correlacionar las revoluciones tecnológicas con
ias formaciones socioculturales, fuimos llevados a identificar mayor nú­
mero de revoluciones y a extender algunas en distintos procesos civi-
lizatorios. Es así como, en nuestro esquema, a la revolución urbana
sucede la revolución del regadlo, que proporciona las bases tecnológi­
cas para la configuración de las primeras civilizaciones regionales a
través de innovaciones prodigiosas en la construcción de grandes ca­
nales de irrigación y de nuevos barcos para la navegación; de sistem as
de caminos, de edificaciones ciclópeas — pirámides, iemplos, palacios— ,
de ciudades urbanizadas, además de las escrituras ideográficas, de s is ­
temas uniformes de pesas y medidas y de desarrollos científicos, sobre
todo en el campo de la matemática y de la astronomía. A continuación,
hemos agregado la revolución metalúrgica — correspondiente aproxima­
damente a la Edad del Hierro de los arqueólogos— en el curso de ia
cual se perfeccionaron y difundieron la tecnología del hierro forjado,
la manufactura de herramientas, la moneda acuñada y se Inventaron el
alfabeto y la notación decimal. Con la revolución pastoril, se aplicaron
algunas de estas Innovaciones a los problemas de la utilización de ani­
males para tracción y para la caballería de guerra, así como se perfec­
cionó el empleo de la energía hidráulica y eóllca para fines producti­
vos. A la revolución industrial creemos que antecede una revolución
mercantil, asentada en la tecnología de la navegación oceánica y de
las armas de fuego y responsable de ia ruptura con el feudalismo eu­
ropeo. Y se debe agregar una revolución termonuclear, en marcha en
nuestros días con la electrónica, la energía atóm ica,ia automación, los
rayos lasser, etc., cuyas potencialidades de transformación de la vida
humana serán probablemente tan radicales como las de las revolucio­
nes tecnológicas anteriores. Consignam os, por lo tanto, ocho revolu­
ciones tecnológicas, caracterizables por el volumen de las innovaciones
que introdujeron en las potencialidades productivas y en el poderío mi­
litar de las sociedades humanas y por los cambios que provocaron en
el sistem a adaptativo, asociativo e ideológico de los pueblos que las
experimentaron, directa o reflejamente.
La sucesión de estas revoluciones tecnologías no nos permite, sin
embargo, explicar la totalidad del proceso evolutivo sin apelar al con­
cepto complementario de proceso civilízatorío, porque no es la inven­
ción original o reiterada de una innovación lo que genera consecuen­
cias,, sino su propagación sobre diversos contextos socloculturales y
su aplicación a diferentes sectores productivos. En este sentido, a cada
revolución tecnológica pueden corresponder uno o m ás procesos civlli-
zatorios a través de los cuales se desenvuelven las potencialidades de
transformación de la vida material y de transfiguración de las forma­
ciones socioculturaies (cuadro ||),
La revolución agrícola, como motor del primer proceso cívilizato-
rio, permite la ruptura con la condición de las tribus de cazadores y
recolectores nómades y da lugar a una nueva formación socioculturaí:
las Aldeas Agrícolas Indlferenciadas. Bajo la influencia de un segundo
proceso civilizatorio — correspondiente a ia domesticación de los ani-
CU A D R O II

S e cu e n cia s b á s ic a s de la evolución socioculturai


en térm inos de revoluciones te cnológicas, de pro ce so s
civilizatorios y de form acion es sociocu ltu rale s

Revoluciones Procesos Formaciones Paradigmas


Tecnológicas C iviliza to rios Socioculturales H istó rico s
Generales

1 R evolución 1? R evolución A ld e a s. A g r íc o la s Tupinambá (s. X V I)


A g r íc o la A g r íc o la In dlferen ciadas G uaná (s. X V IU )
2? Expan sión H ord as P astoriles K lrguiz (s. X X )
Pastoril Nóm ades, Gualkurú (s. X V I I I)

il R evolución 3? Revo lu ción E stad o s Rurales A rtesa- Urartu (s. X a.C.)


Urbana Urbana n a le s C o le c tiv ista s M o c h ic a (s. i l d.C.)
4? Expansión E stad os Ru rales A rtesa- Fen icio s (s. X X a.C.)
E sc la v ista n ales P rivatistas Kushan ts. V a.C.)
5? Segu n da Jefaturas P astoriles H ic k so s (s. X V I I I a.C.)
E xpan sión N ó m ad es Hunos {s. IV )
Pastoril

til R evo lución 6? Revolución Im perio s Te ocráticos E gipto (s. X X I a.C.)


del R e g a d ío del R e g ad ío de R e g ad ío In c a s.(s. X V )

IV Revo lución 7? R evolución Im p erio s M e rca n tile s G re cia (s. V a.C.)


M e ta lú rgica M e ta lú rgica E sc la v ista s Rom a (s. I!)

V R evolución 8? R evolución Im p erio s D e sp ó tic o s Isla m (s. V II)


Pastoril Pastoril Sa lv a c io n ista s Otomano [s. XV)

V I R evolución 9? Revo lu ción Im p erio s M e rca n tile s iberia (s. X V I)


M ercan til M ercan til S a lv a c io n ista s R u sia (s. X V I)
C o lo n ia lism o E scla v ista B rasil (s. X V II)
Cuba (s. X V I i I)
10? E xpansión C a p ita lis m o M ercan til H olanda (s. X V I I )
C a p ita lista Inglaterra (s. X V I!)
C o lo n ia lism o de In d o n e sia (s. X IX )
C o lo n ia lism o M ercan til G u ay a n as (s. X X )
U .S.A . (s. X V IH )
Poblam lento A u stra lia (s. X IX )

V il Revo lución 11? Revo lu ción Im p e ria lism o in dustrial Inglaterra (s. X IX )
Industrial industrial U .S.A. (s. X X )
N e o co io n ia ü sm o B ra sil (s. )Ó<)
Venezuela (s. X X )
12? Expansión So c ia lis m o U .R .S.S. (1917)
S o c ia lis ta Revolucionario C h in a (1949)
S o c ia lis m o Evolutivo Su e c ia (1950)
Inglaterra (196S)
N a cion a lism o Egipto (1953)
M odernizador A r g e lia (1962)

V lit Revo lución 13? Revo lu ción


Term onuclear Term onuclear S o c ie d a d e s Futuras
males y a la especialización funcional de algunos grupos humanos en
esta actividad productiva— emerge una nueva formación: las hordas
pastoriles nómades.
La revolución urbana se desdobla en cuatro procesos civilizatorios.
El tercero, correspondiente al surgimiento de las ciudades y de los
estados, a ia estratificación de las sociedades en clases sociales, a ios
primeros pasos de la agricultura de regadío, de la metalurgia del cobre
y del bronce, de la numeración y deí calendario, propicia la cristaliza­
ción de una nueva formación, ios estados rurales artesanales. En esa
etapa madura el cuarto proceso civiüzatorio, con la adopción de la pro­
piedad privada y de la esclavización de la fuerza de trabajo en algunos
estados rurales artesanales, oponiéndolos como formación a aquellos
que institucionalizan la propiedad estatal de la tierra y establecen una
estratificación social basada más bien en la función que en la explota­
ción económica, lo que desdobla los estados rurales artesanales en dos
modelos diferenciados: el colectivista y el privatista. La propagación
de algunos desarrollos tecnológicos, como la utilización de! cobre y su
aplicación a las actividades pastoriles, corresponde a! quinto proceso
civilizatorio con el cual surgen las jefaturas pastoriles nómades.
La maduración de la misma tecnología básica de la Revolución Ur­
bana, principalmente la de las grandes obras de irrigación, provoca el
desencadenamiento de la revolución del regadío y, con ella, ei sexto
proceso civilizatorio, que dará lugar a ia aparición de las primeras civi­
lizaciones regionales como una nueva formación socioculturai: los im­
perios teocráticos de regadío.
El séptimo proceso civilizatorio corresponde ya a la revolución me­
talúrgica, asentada en la generalización de algunas innovaciones tecno­
lógicas como la metalurgia del hierro forjado, que permite el desarrollo
de una agricultura más productiva en las áreas forestales, la fabricación
de una multiplicidad de herramientas de trabajo y, con ellas, el mejo­
ramiento de ios veleros. A estos elementos se agregan la acuñación
de monedas, que hicieron viable el comercio externo, el alfabeto foné­
tico y la notación decimal. Con esta base tecnológica madura una nue­
va formación, configurando los imperios mercantiles esclavistas.
Ei octavo proceso civilizatorio está accionado per la revolución pas­
toril y fundado en la aplicación de elementos de la misma tecnología
básica, sobre todo el hierro fundido, a los problemas de producción y
de guerra de las jefaturas pastoriles nómades, permitiendo la generali­
zación del uso de sillas y estribos, de herraduras, de espadas y de!
arnés rígido que multiplican ia eficiencia de los animales de montura
y tracción. En base a esta tecnología se desencadena un movimiento
de expansionismo mésiánico de aquellos pueblos que atacan áreas feu-
dalízadas de antiguas civilizaciones y las cristalizan como imperios des­
póticos salvacionistas.
Ei noveno proceso civiiizatorio corresponde ya a la revolución mer­
cantil, con la cua! se expanden las primeras civilizaciones mundiales en
la forma de imperios mercantiles salvacionistas y sus áreas de domi­
nación conformadas principalmente como colonizaciones esclavistas. El
décimo proceso civiiizatorio es un desdoblamiento de esta misma revo­
lución tecnológica responsable de la configuración de las primeras for­
maciones capitalistas mercantiles y de su contexto de colonias escla­
vistas mercantiles y de poblamiento.
La revolución industrial da lugar a la estructuración de los impe­
rialismos industriales y de! neocoloniaiismo como undécimo proceso
civiiizatorio, y como duodécimo, al surgimiento de las primeras forma­
ciones socioculturales implantadas mediante (a intervención racional en
e¡ orden social: las socialistas revolucionarias, socialistas evolutivas y
nacionalistas modernizadoras.
E! surgimiento de una nueva revolución tecnológica, la termonu­
clear con sus inmensas posibilidades de transformación de la vida ma­
terial de todos los pueblos de la tierra que ella ya encuentra unificados
en un mismo sistema de interacción, deberá actuar como un acelerador
de la evolución de los pueblos atrasados en la historia y como el con-
figurador de nuevas formaciones socioculturales que designamos como
sociedades futuras, en que, suponemos, deben ser superadas tanto la
estratificación clasista como la apelación a la guerra en las relaciones
entre ias naciones.
En base a la concepción expuesta, será posible hablar tanto de un
proceso civiiizatorio gioba!, que se confunde con la propia evolución
socioculturaí, en la visión de conjunto de los diez últimos milenios de
la historia humana, como de procesos civiiizatorios generales y singu­
lares, ocurridos dentro del global y que, contribuyendo a conformarlo,
modelaron diversas civilizaciones. La visión global nos es ofrecida por
la perspectiva tomada desde ahora sobre el pasado. Permite apreciar
cómo diversas tradiciones culturales particulares, desarrolladas por di­
ferentes pueblos en épocas y lugares distintos, se concatenaron unas
con otras, fecundándose o destruyéndose recíprocamente, pero hacien­
do siempre avanzar una gran tradición cultural y contribuyendo así a
conformar una civilización humana común que comienza a plasmarse en
el mundo de nuestros días.
Los procesos civiiizatorios generales corresponden a las secuen­
cias evolutivas genéricas, en que vemos difundirse los efectos de la
irrupción de innovaciones culturales como un movimiento de dinami-
zación de la vida de diversos pueblos desencadenadas por una revo­
lución tecnológica. Cada uno de ellos, al propagarse, mezcla racial­
mente y. uniformiza culturalmente diversos pueblos, incorporándolos
a todos en nuevas formaciones socioculturales como núcleos céntri­
cos y como áreas dependientes. Es el caso, por ejemplo, de la ex­
pansión de la gran agricultura de regadío, que, en regiones distintas
y en épocas también muy diferentes, activó la vida de diversos pue­
blos, remodelando sus sociedades y sus culturas dentro de las mis­
mas líneas generales.
Concebimos los procesos civilizatorios específicos como las se­
cuencias históricas concretas en que se extendieron los procesos
civilizatorios generales. Un ejemplo de este tipo de proceso es la
expansión del regadío en Mesoamérica, que constituyó un proceso
civilizatorio singular, responsable de la maduración de diversas civi­
lizaciones fundadas en la irrigación. Procesos equivalentes produjeron
ios mismos efectos en Egipto, en la India, etc.
En el cuerpo de esta concepción ganan nuevo sentido los con­
ceptos de etnia y civilización. Las civilizaciones son cristalizaciones
de procesos civilizatorios singulares que se combinan formando un
complejo socioculturai históricamente individualizaba. Cada civiliza­
ción, al expandirse — a partir de centros metropolitanos— se difunde
sobre un área, organizándola como su territorio de dominación politico­
económica y de influencia cultural (civilización egipcia, azteca, helé­
nica, etc.). Las etnias son unidades operativas del proceso civiliza-
torio, cada una correspondiente a una colectividad humana, exclusiva
en relación con (as demás, unificada por la convivencia de su s miem­
bros a través de generaciones y por la coparticipación de todos ellos
en la misma comunidad de lengua y de cultura (Etnia Tupinambá, Ger­
mánica, Brasileña, etc.). Hablaremos de etnia nacional cuando estas
entidades se constituyen en estados organizados políticamente para
dominar un territorio; y de macroetnias, cuando tales estados entran
en expansión sobre poblaciones multiétnicas con la tendencia a ab­
sorberlas mediante la transfiguración cultural. Una horda cazadora,
compuesta de grupos familiares que se mueven sobre un territorio,
o una minoría nacional unificada por la lengua y por la tradición y
aspirante a la autonomía, son etnias. O, también, una colectividad
que cultiva ciertas tradiciones comunes ¡ntegradoras, cuyos miembros
se unifican por el desarrollo de lealtades grupales exclusivistas, como
los gitanos o los judíos. Un pueblo estructurado en nacionalidad, con
su territorio y gobierno propios, es una etnia nacional. Un complejo
multiétnico unificado por una dominación imperial que se ejerza sobre
sus pueblos, con propensión a transfigurarlos culturalmente y a fun­
dirlos en una entidad más inclusiva, es una macroetnia (Macroetnia
Romana, Incaica, Colonial-Hispánica, etc.).
La evolución socioculturai, concebida como una sucesión de pro­
cesos civilizatorios generales, tiene un carácter progresivo que se
evidencia en el movimiento que condujo al hombre de la condición
tribal a las macrosociedades nacionales modernas. Los procesos civi­
lizatorios generales que ia componen son también movimientos evolu­
tivos a través de los cuales se configuran nuevas formaciones socio-
cuiturales. Los procesos civilizatorios singulares son, al contrario,
movimientos históricos concretos de expansión que vitalizan amplias
áreas, cristalizándose en diversas civilizaciones, cada una de las cua­
les vive su experiencia histórica alcanzando climax de autoexpresión,
para después sumergirse en largos períodos de atraso. Las civiliza*
ciones se suceden, de esta forma, alternándose con períodos de re­
gresión a "edades oscuras”, pero siempre reconstruyéndose sobre las
mismas bases, hasta que un nuevo proceso civilizatorio general se
desencadena, configurando procesos civilizatorios específicos con los
cuales emergen nuevas civilizaciones.
En el ámbito de esos procesos civilizatorios singulares ganan cla­
ridad ios estudios de los problemas de dinámica cultural derivados de
!a difusión o de la acuituración. Ei primer concepto no exige defini­
ción especial, porqué será siempre empleado en el sentido general
de transferencia de rasgos culturales de cualquier tipo, de forma di­
recta o indirecta, sin importar el establecimiento de relaciones de
subordinación entre la entidad donante y la receptora. El concepto
de acuituración, en cambio, tendrá que ser redefinido de modo de no
restringirse exclusivamente a los efectos de ia conjunción de enti­
dades culturales autónomas. Esta concepción, que es la corriente en
la literatura antropológica, sólo abarca las relaciones intertribales por­
que sólo en este caso las culturas son efectivamente autónomas y
ofrecen concretamente sus patrimonios unas a las otras en condicio­
nes que hagan posible la libre selección y la adopción completa de
trazos culturales ajenos, sin el establecimiento de vínculos de depen­
dencia (Herskovits, 1938; Redfield y otros, 1936; R. Beais, 1953; H.
Barnett y otros, 1954). En lugar de esta acepción restrictiva usare­
mos el concepto de acuituración para indicar también los movimien­
tos de confluencia de altas tradiciones culturales y su expansión sobre
complejos culturales más atrasados como ei principal proceso de for­
mación y transfiguración de etnias.
Es lo que ocurre con la expansión de una civilización de más alto
nivel tecnológico sobre pueblos atrasados en la historia. Tales pue­
blos son sojuzgados y alistados en los sistemas de dominación y de
influencia de la sociedad civilizadora como parcelas dependientes de
ella, pasibles de asimilación o de reconstitución posterior como nue­
vas entidades étnicas. En esas sociedades traumatizadas, las com­
prensiones comunes que rigen la vida social se configuran como una
cultura espuria. Sólo a través de largos períodos tales culturas pue­
den rehacerse por ia combinación de rasgos sobrevivientes de su
antiguo patrimonio con elementos tomados del complejo cultural en
expansión, madurando para aspirar a recobrar la autonomía en la con­
ducción de su destino.
En el estudio de los procesos civiiizatorios generales resaltan prin­
cipalmente las alteraciones en los sistem as adaptatívo, asociativo e
ideológico provenientes del impacto de las revoluciones tecnológicas
sobre las sociedades, que las estructuran en sucesivas formaciones
socioculturales. En eí estudio de (os procesos civiiizatorios específi­
cos, se evidencia la expansión de tradiciones culturales singulares
asociadas a movimientos económicos y políticos de dominación que
se cristalizan en civilizaciones individualizadas, en núcleos centraliza­
dos por redes metropolitanas. Estos últimos, actuando a través del
sojuzgámiento, de la deculturación y de la traumatización cultura! de
etnias dominadas, las asimilan como parcelas indlferenciadas de ma-
croetnias imperiales o las reactivan para madurar como entidades
étnicas aspirantes a la autonomía y a la expansión.

Actualización histórica y aceleración evolutiva

Colocada en estos cuadros de largo alcance histórico, la proble­


mática del desarrollo, se ilumina, haciendo más evidente el parácter
transitorio de las instituciones, más inteligibles la naturaleza y el pa­
pel de los conglomerados de intereses en la implantación de ordena­
mientos sociales y más fácilmente perceptible el carácter progresivo
o regresivo de las tensiones que se producen dentro de las socieda­
des en transición. A ía luz de la perspectiva de los m ismos procesos
civiiizatorios, pueden superarse las limitaciones inherentes al trata­
miento de los problemas de dinámica sociai en el cuadro dé las teo­
rías de alcance medio (R. Merton, 1957) y de las posiciones funcio­
nal istas, ambas predispuestas a explicar los problemas socioculturales
por la interacción de sus contenidos presentes, como si las socieda­
des no tuviesen historia, o en base al presupuesto de que todos esos
contenidos tienen iguales potencialidades determinantes. Se puede,
también, superar dos tipcte de concepción de la dinámica social. Pri­
mero, el que considera a los pueblos dependientes como sobrevivien­
tes de etapas pretéritas de ia evolución misma. Segundo, el que con­
fiere a las sociedades más desarrolladas la calidad de términos de)
proceso evolutivo, representándolas como el modelo ideal de ordena­
miento socioculturaí hacia donde marcharían todos los pueblos (D.
Lerner, 1958; W. Rostow, 1961 y 1964; A. Gerschenkron, 1962; S. N.
Eisenstadt, 1963).
Dentro de esta gama de problemas, algunos conceptos especiales
deberán ser definidos, como Sos de actualización y de aceleración his­
tórica, por un lado, y por e¡ otro, el de estancamiento cultural, de
atraso o regresión histórica.
Por aceleración evolutiva designamos tos procesos de desarrollo
de sociedades que renuevan autónomamente su sistema productivo
y reforman sus instituciones sociales en el sentido de la transición
de uno a otro modelo de formación socioculturai, como pueblos que
existen para s í mismos. Por atraso histórico entendemos el estado
de sociedades cuyo sistema adaptativo se funda en una tecnología
de más bajo grado de eficacia productiva que el alcanzado por socie­
dades contemporáneas. Por actualización o incorporación histórica de­
signamos los procesos por los cuales esos pueblos atrasados en la
historia son integrados coactivamente en sistemas más evolucionados
tecnológicamente, con pérdida de su autonomía, o incluso con su des­
trucción como entidad étnica. Éste fue el caso, por ejemplo, d e ' la
incorporación de pueblos autóctonos subyugados por el conquistador
y de poblaciones africanas trasladadas cqmo mano de obra para las
minas y plantaciones tropicales, en Jas formaciones coloniales escla­
vistas de América. El concepto de actualización se refiere tanto a
situaciones de carácter regresivo — desde el punto de vista de las en­
tidades étnicas avasalladas, traumatizadas o destruidas— como a con­
tenidos progresistas, en .tanto procesos de incorporación de pueblos
atrasados a sistem as socio-económicos más avanzados. La caracte­
rística fundamental del proceso de actualización histórica está en su
sentido de modernización refleja, con pérdida de autonomía y con
riesgo de desintegración étnica.
En tales procesos de incorporación o actualización histórica deben
situarse Sos movimientos a través de los cuales una sociedad sufre
los efectos indirectos de alteraciones producidas en el sistema adap­
tativo de otras sociedades. En muchos casos, esos efectos provocan
transformaciones progresistas en su modo de vida, pero conducen
inevitablemente al establecimiento de relaciones de dependencia en­
tre la sociedad rectora y la sociedad periférica sujeta a la acción re­
fleja. Eso ocurre, por ejemplo, con la difusión de productos de la
revolución industrial, como vías férreas o de puertos, que “moder­
nizaron” enormes áreas en todo el mundo extraeuropeo para, hacerlas
más eficaces como productoras de ciertos artículos, pero que, ai lo­
grarlo, ías hicieron crecientes importadoras de bienes industriales.
Por este proceso ias poblaciones latinoamericanas, con la independen­
cia, se desligaron de 1a condición de áreas coloniales de una forma­
ción mercantii-salvacíonista para convertirse en áreas neocolonialistas
de formaciones imperialistas industriales.
El concepto de aceleración evolutiva será utilizado para indicar
los procedimientos directos, intencionales o no, de inducción del pro­
greso con la preservación de la autonomía de la sociedad que lo
experimenta, y la conservación de su identidad étnica y a veces con
ia expansión de ésta como una macroetnia asimiladora de otros pue­
blos. Tal es el caso de las sociedades que experimentan una revo­
lución tecnológica en base a su propia creatividad, o en la adopción
completa y autárquica de innovaciones tecnológicas alcanzadas por
otras o en base a ambas fuentes, identificamos también, como situa­
ciones de aceleración evolutiva los procesos de reconstitución étnica
a través de ios cuales sociedades antes avasalladas por procesos de
actualización, reconstruyen su propio ethos para conquistar su inde­
pendencia política y retomar la autonomía perdida. Fue lo que ocu­
rrió en algunos movimientos de emancipación de pueblos coloniales,
como el de América del Norte. Se clasifican en la misma categoría
las revoluciones sociales en que una vanguardia política, actuando en
nombre de los intereses de las capas subalternas, induce revolucio­
nariamente un reordenamiento de la sociedad según los intereses de
las mismas y remueve los obstáculos estructurales a la adopción y
generalización de una tecnología productiva más eficaz. Están en el
mismo caso, si bien en menor grado, los esfuerzos intencionales de
inducción del progreso socioeconómico a través de la acción de lide­
razgos renovadores o de programas gubernamentales de desarrollo
planeado, siempre que se orienten hacía la acentuación de la autono­
mía económica y política.
Dentro de esta concepción, los pueblos desarrollados y subdesa-
rrollados del mundo moderno no se explican como representaciones
de etapas distintas y desfasadas de la evolución humana. Se expli­
can, eso sí, como componentes interactivos y mutuamente comple-
mentarlos de amplios sistemas de dominación tendientes a perpetuar
sus posiciones relativas y sus relaciones simbióticas como polos del
atraso y del progreso de una misma civilización. En el mundo contem­
poráneo, son desarrolladas las sociedades que se integraron autóno­
mamente en la civilización de base industrial por aceleración evolu­
tiva; y son subdesarrolladas las que fueron insertadas en ellas p.or
incorporación histórica como "proletariados externos", destinados a
llenar las condiciones de vida y de prosperidad de los pueblos desarro­
llados con los cuales se relacionan.
Nos resta definir los conceptos de estancamienttí cultural y de
regresión histórica. El primero índica la situación de las sociedades
que a través de ¡argos períodos permanecen idénticas a s í mismas
sin experimentar alteraciones notables en su modo de vida, mientras
otras sociedades progresan. Es el caso, por ejemplo, de tantas tri­
bus preagrícolas, así como el de tribus agrícolas de la selva tropical
latinoamericana, que permanecieron en el mismo estadio cultural a
través de milenios, en tanto que otros pueblos del continente ascen­
dieron al nivel de civilizaciones urbanas. Las. situaciones de estanca­
miento han sido explicadas tanto por la presencia de elementos di­
suasivos del progreso: las condiciones opresivas y desanimantes de
ía selva húmeda o, por el contrario, la generosidad de la naturaleza
tropical — que no estimularía el esfuerzo— , o por la ausencia de fac­
tores dinámicos — carencia de animales domesticables, sobre todo el
ganado, y por ello, ausencia de pueblos pastores agresivos— , o por
el aislamiento externo. Y así como se las ha explicado en términos
del peso opresor del desafío emergente del medio o de la coyuntura
social que tuvieron que enfrentar, también han sido explicadas en
términos de la superespecialización que garantizando a algunas socie­
dades una adecuada adaptación al medio, las habría vuelto incapaces
de progreso.
Entre innumerables ejemplos posibles de este último factor de
estancamiento se puede citar la superespecialización de ciertos pue­
blos de las regiones frías o de las estepas que configuran modos
de adaptación genéricos, y por eso mismo homogéneos, de socieda­
des muy diversificadas en sus demás características, pero peculiares
porque sólo se desarrollan donde las condiciones ecológicas se re­
producen sobre las mismas bases. Así, los Esquimales polares y los
Tlmbira del “cerrado" brasileño ejemplifican modelos generales de
adaptación ecológica que alcanzaron extremos de especialización cul­
tural creativa en relación con el ambiente. Lo hicieron, sin embargo,
más bien trillando desvíos que caminos alternativos del desarrollo
humano. La excelencia de algunas de estas adaptaciones, que permi­
tieron la creación, la reproducción y el crecimiento de comunidades
humanas donde nó parecía viable, no les quita el carácter de com­
plejos marginales, no multiplicables y condenados a tornarse, a cierta
altura de ía evolución general, atrasadas o estancadas. Para compro­
bar este carácter basta considerar que, tanto en tas zonas árticas
como en los " cerrados”, 'gracias a la tecnología científica moderna
resultan posibles adaptaciones mucho más eficaces en cuanto a la
magnitud de la población que pueden mantener (C. D. Forde, 1966;
P. Gourou, 1959; A. Toynbee, 1951/64; M. Mates, 1959).
Aunque se puedan alcanzar ciertas generalizaciones sobre los fac­
tores del estancamiento — al menos, usando con signo inverso las
indicaciones de ¡os factores de progreso— , éste sólo se explica his­
tórica y económicamente. En aquello que nos importa para el estudio
general del proceso civiiizatorio, es suficiente registrar que estas so­
ciedades de culturas estancadas corresponden a pueblos que aún es­
tán ai margen de algunos ciclos del proceso, pero serán fatalmente
alcanzados por ellos y deberán actualizarse históricamente, o experi­
mentar un proceso de aceleración evolutiva, según las condiciones en
que entren en contacto con pueblos más avanzados que penetren en
sus territorios.
Las situaciones de regresión socioculturaí son explicables por
varios factores, como el resultado del impacto de una sociedad de
alto nivel sobre pueblos más atrasados en que éstos consiguen so­
brevivir, evitando su desintegración étnica, mediante ¡a retirada a
áreas inhóspitas o en las cuales su antiguo sistema adaptativo no
puede actuar con eficacia. Esto sucedió a diversos pueblos america­
nos ante el avance europeo sobre su s territorios. Igualmente pueden
producirse situaciones de regresión como resultado de tensiones in­
ternas que desencadenen insurrecciones de ias clases subalternas
que destruyan el viejo orden social sin la capacidad de implantar uno
nuevo más progresista, .Esto fue lo que ocurrió, entre muchos otros
casos, con la sociedad egipcia, dos mil doscientos años antes de
nuestra era, paralizando y haciendo retroceder a Menfis, que nunca
volvió a florecer, y también con Haití después d e j a independencia,
en que sólo un ¡^ordenamiento global e intencional de toda la vida
social que superaba sus posibilidades, habría permitido crear una es­
tructura económicamente tan eficaz como el colonialismo esclavista,
pero capacitada para atender ias aspiraciones de libertad y de pro­
greso de la propia población.
También conducen a regresiones los movimientos antihistóricos,
desencadenados por clases dominantes que, sintiéndose amenazadas
en su hegemonía, someten a sus prppios pueblos a transformaciones
intencionales de carácter involutivo. Esto fue lo que se dio con la
caricatura espartana de la cultura griega, resultante de un proyecto
obsesivo de perpetuación de su dominio sobre un contexto esclavista.
Y también con la Alemania hitlerista y la Italia fascista, desfiguradas
en el esfuerzo desesperado de frenar movimientos socialistas emer­
gentes y por constituirse en nuevos núcleos de dominación imperia­
lista. Todas esas irrupciones anti-históricas llevan finalmente a ex­
pansionismos militares de decadencia o a regímenes despóticos que
primero degradan las bases de la vida social y cultural de sus pue­
blos, y después los conducen a guerras desastrosas.
Otra causa de regresión cultural es la superutilización de una
tecnología eficiente pero destructora en su nivel de saturación, como
la agricultura de regadío, Encontramos ejemplos de esta forma de
regresión en regiones que configuraron, en el pasado, civilizaciones
florecientes, fundadas en la irrigación, pero que entraron en el estan­
camiento y luego en la regresión cultural. Esto sucedió en los valles
del Indo, del Nilo, del Tigris y el Eufrates, del Hoangho y del Yangtsé,
donde -millones de hectáreas fueron perdidas por efecto de ia erosión,
de ia alcalinizacíón o de la salinización de ¡as tierras de cultivo y de
la putrefacción de las aguas, provocadas por deficiencias de drenaje,
a través de largos períodos de cultivo por inundación (R. Reveile,
1965).
La causa principal de las regresiones culturales ha sido el agota­
miento de las potencialidades de una formación socioculturai que,
en los límites de su aplicación, endurece la estructura sociai y acu­
mula grandes conflictos de clases contrapuestas, al punto de no hacer
factible la vida social ulterior sin el desarrollo de instituciones despó­
ticas de reclutamiento de la fuerza de trabajo y de represión de los
levantamientos de las capas subalternas. En esta forma de regresión
representan un papel especial los ataques de pueblos atrasados que
consiguen vencer y subyugar a sociedades más avanzadas, cuya rigidez
estructural o cuyas crisis internas las habían vuelto vulnerables. Éste
es el caso típico de !a más importante de las formas de regresión
socioculturaí: la inmersión de sociedades relativamente avanzadas en
las llamadas “edades oscuras”, empujadas por los célebres Vólker-
wanderung.
Tai es ia naturaleza del feudalismo, al que no identificamos como
una formación socioculturaí o como una etapa de la evolución humana,
sino como una regresión provocada por la desintegración del sistema
asociativo, de las instituciones políticas centralizadoras y del siste­
ma mercantil de una antigua área integrada en una civilización, que
la hizo recaer en una economía de mera subsistencia. Al producir­
se la regresión feudal, las ciudades son destruidas o se despueblan y
la tradición cultural erudita que de ellas irradiaba tiende a ser susti­
tuida por una tradición popular rústica, de transmisión principalmente
oral. En ese proceso se deterioran igualmente las antiguas formas
de conscripción de mano de obra, como servilismo o esciavismo, dan­
do lugar a nuevos modos de subordinación de las clases dominadas
bajo señoríos militares locales.
Regresiones feudales de este tipo se sucedieron, como compases
necesarios a todas las expansiones civilizadoras, hasta la aparición
de ía revolución mercantil. Ésta, prontamente seguida por la revolu­
ción industrial, impuso a las sociedades humanas cambios progresivos
de intensidad infinitamente mayor que todas las anteriores, sin dar
lugar a regresiones feudales, a no ser en casos excepcionales. Esto
sólo ocurrió en áreas que se marginaron económicamente por cortos
períodos o cuyas estructuras sociales no igualitarias se hicieron de­
masiado rígidas a fin de perpetuar intereses patrimonlalistas, imposi­
bilitando la renovación tecnológica y ia reordenación social corres­
pondiente.
En verdad, ía historia humana ha dado más pasos regresivos de
ios tipos mencionados que pasos evolutivos. Las regresiones repre­
sentan el agotamiento de las potencialidades de un sistema produc­
tivo o de una forma de ordenamiento social, y constituyen retrocesos
episódicos de pueblos exhaustos en el esfuerzo de autosuperación o
abatidos por otros en ascenso. Los pasos evolutivos representan, al
contrario, procesos de renovación cultural que, una vez alcanzados
y difundidos, ensanchan ¡a capacidad humana de producir y consumir
energía, de crear formas crecientemente inclusivas de organización
social y de lograr conceptualizaciones del mundo externo cada vez
más confiables.
Entendemos la evolución socioculturai como una serie genética
de etapas evolutivas expresadas en una secuencia de formaciones
socioculturaies generadas por ¡a acción de sucesivas revoluciones cul­
turales y sus respectivos procesos civilizatorios, pero también como
un movimiento dialéctico de progresiones y de regresiones culturales,
de actualizaciones históricas y de aceleraciones evolutivas. Esta con­
cepción tiene, probablemente, la virtud de sustituir la comprensión
corriente de la evolución como la sucesión de etapas fijas y nece­
sarias — sean unilineales, sean multiiineales— por una perspectiva
más amplia y matizada que reconoce el progreso y el atraso como
movimientos necesarios de la dialéctica de ia evolución. Dentro de
esta concepción, y en virtud de cuatro factores de diferenciación, cada
revolución tecnológica, al actuar sobre un nuevo contexto, no repite,
en relación a las sociedades en él existentes, la historia de aquellas
éh que sobrevino originariamente. Primero, porque los pueblos son
más frecuentemente llamados a revivir el proceso por efecto de la
difusión que conducidos por esfuerzos autónomos de autosuperación.
Segundo, porque la difusión no coloca al alcance de fas sociedades
ios mismos elementos originalmente desarrollados, ni en el mismo
orden en que se sucedieron, y tampoco con las mismas asociaciones
con otros elementos en la forma de complejos integrados. Tercero,
porque los procesos civilizatorios son movidos por revoluciones tec­
nológicas que favorecen a' los pueblos que primero las experimentan,
deparándoles condiciones de expansión como núcleos de dominación.
Cuarto, porque los pueblos alcanzados por los mismos procesos civi­
lizatorios, a través de movimientos de actualización histórica, al per­
der el comando de su destino y al ser condenados al sojuzgamiento
y la dependencia, ven estrictamente condicionado todo su desarrollo
ulterior. Éste es el caso, por ejemplo, de las civilizaciones regionales
que integraron diferentes pueblos en una misma tecnología básica,
haciéndolos encarnar los papeles más dispares, según se configura­
sen como centros imperiales o como áreas dependientes. Es también
el caso de la formación mercantil salvacionista, primera de las civili­
zaciones de base mundial, que organizó pueblos tanto para las posicio­
nes de metrópolis mercantiles como para la de colonias esclavistas,
siendo unas y otras inteligibles solamente en su complementaridad,
mientras sometían a los pueblos en ellas encuadrados a condiciones
de vida totalmente distintas, según estuvieran en uno u otro de los
polos del gran complejo.
Otra secuencia de la perspectiva aquí adoptada es que impone
la integración conceptual de los diversos precesos civilizatorios sin-
guiares — correspondientes a ias líneas divergentes de las distintas
evoluciones multiiineaies— en un proceso giobai, tai como ocurrió
efectivamente en ia historia. Este proceso permite valorizar los efec­
tos tanto fecundantes como destructores de sus interacciones. Per­
mite también reconstituir, en sus líneas más generales, las relaciones
de los pueblos modernos de todo el mundo con los procesos civili­
zatorios que plasmaron las grandes tradiciones culturales dentro de
las cuales cristalizan sus presentes culturas. Y permite, por fin, fijar
una tipología de las revoluciones tecnológicas, de los procesos civi-
iizatoriós y de las correspondientes formaciones socioculturales, apli­
cable a la clasificación tanto de ias sociedades de diversos niveles
de desarrollo de un pasado remoto como de las sociedades contem­
poráneas, atrasadas o avanzadas.
Resum en

Recapitulando ios caminos de ia evolución socioculturaí, vemos


que las sociedades humanas emergieron, con ia revolución agrícola,
de la condición de tribus de cazadores y recolectores a la vida en
aldeas agrícolas indíferencíadas o en hordas pastoriles nómades, a
través de dos procesos civiiizatorios sucesivos. Estás transiciones tu­
vieron lugar, por primera vez, hace cerca de diez mil años en el caso
de las formaciones agrícolas y un poco más tarde en el de las pas­
toriles, expandiéndose ambas desde entonces hasta abarcar todo el
mundo. En el curso de su desarrollo acabaron por dinamizar la vida
de todos los pueblos, integrando a la mayoría de ellos en las nuevas
tecnologías y marginando a otros como sociedades atrasadas en ia
historia, aigunas de las cuales todavía hoy se encuentran en esta
condición. Su efecto decisivo fue la cristalización de dos modos de
encuadramiento de la vida humana, que un'a vez plasmados per­
sistirían durante milenios como modeladores de la existencia de ios
pueblos.
Estas formaciones socioculturales, engendradas por la creación de
nuevos, sistemas de producción, empezaron a actuar y a propagarse
de acuerdo con imperativos inherentes a ellas, pudiendo sólo ser
suplantadas por nuevas transformaciones revolucionarias en la tecno­
logía productiva o militar. Con la revolución agrícola y respectivos
procesos civiiizatorios da comienzo un movimiento de aceleración evo­
lutiva que haría suceder, unos a otros, toda una serse de modeladores.
Estos se escalonarían genéticamente y se diferenciarían unos de los
otros por el carácter más progresista de cada nueva formación, en
términos del grado de eficacia de su acción productiva, de la magni­
tud de los contingentes humanos que podrían integrar en unidades
operativas y de la ampliación y acuidad de sus cuerpos de saber.
A la revolución agrícola sucede la revolución urbana, por una acu­
mulación de progresos tecnológicos y de cambios correlativos opera­
dos en ia estructuración social y en las esferas ideológicas de la
cultura. Con esa segunda revolución tecnológica y sus dos procesos
civiiízatarios, algunas sociedades pasaron a la condición de estados
rurales artesanales, de modelo colectivista o privatista, que ya encon­
trarían en ei territorio en que se asentaban la base de su unidad
étnico-política y se tripartirían en contingentes urbanos y rurales, am­
bos estratificados en ciases económicas. Otro proceso civilizatorio
movido por ia misma revolución tecnológica condujo a algunas hordas
a ia condición de jefaturas pastoriles nómades, sociaímente menos di­
ferenciadas y culturalmente más atrasadas que ios estados rurales ar­
tesanales, pero, en compensación, mucho más aguerridas. Los choques
entre agricultores y pastores representaron desde entonces un papel
dinamizador del proceso histórico y contribuyeron tanto a la acele­
ración evolutiva de algunos pueblos como a la quiebra de la autono­
mía de otros, mediante movimientos de actualización histórica y la
creación de entidades muítiétnicas expahsionistas. Allí donde la in­
existencia de especies domesticables para tiro y silla determinó la
ausencia de pueblos pastoriles, como en América, la evolución se
produjo en forma más lenta y menos tumultuosa.
Con el desencadenamiento de la revolución del regadío surgen,
hace cerca de siete mil años, las primeras civilizaciones regionales
bajo la forma de imperios teocráticos de regadío, impulsados por una
tecnología fundada principalmente en la irrigación. La aplicación de
la tecnología desarrollada en el cuerpo de las formaciones teocráticas
de regadío a otras áreas y su perfeccionamiento posterior darían lugar
a una irrupción de prodigiosas innovaciones tecnológicas. Con su ma­
duración como revolución metalúrgica, hace tres mil años, surgen los
imperios mercantiles esclavistas. Las dos formaciones socioculturales.
después del sucesivo esplendor y decadencia como, civilizaciones dis­
tintas, acabaron por sumergirse en largos períodos de regresión feu­
dal, llevadas tanto por el agotamiento de su potencial civilizatorio co­
m o'por ataques de pueblos marginales, principalmente por jefaturas
pastoriles nómades que también se habían hecho herederas de ia
tecnología metalúrgica y de otras conquistas de aquellas civilizaciones.
Una nueva revolución tecnológica, la pastoril, se desencadena en
los primeros siglos de nuestra era, provocando las primeras rupturas
con el feudalismo, de carácter no meramente restaurador de las viejas
formaciones. Emerge con la maduración de algunas jefaturas pasto­
riles nómades integradas en la tecnología del hierro y motivadas por
religiones mesiánicas de conquista, que se lanzan sobre áreas feuda-
iizadas. Armados de una tecnología nueva y de una ideología legiti­
madora de su furia sagrada, estos grupos pastoriles se capacitaron
para conquistar grandes poblaciones y estructurarlas en la forma de
imperios despóticos salvacionistas.
Sigue la revolución mercantil, que madura en el siglo XV, basada
fundamentalmente en los progresos de la navegación oceánica y de
las armas de fuego, propiciando una segunda superación de! feudalis­
mo, ahora por la dinamización de las fuerzas reordenadoras internas.
Ello se da, originalmente con ia explosión de Europa sobre el mundo,
realizada simultáneamente, a partir de ¡a península Ibérica y de la
Rusia moscovita, en los albores de¡ siglo XVI.. Ambas encuentran
energías para la expansión reorientando los esfuerzos moyilizados para
ía reconquista de sus territorios, dominados en el primer caso por
musulmanes, en el segundo por tártaromongoles. Se configuran como
imperios mercantiles salvacionistas, sólo incipientemente capitalistas,
profundamente influidos por motivaciones religiosas y por tradiciones
despóticas. Como pueblos peninsulares, los ibéricos se lanzan al mar
y estructuran el primer imperio mundial fundado en e! colonialismo
esclavista. Los rusos, como área continental, se lanzan a ia coloni­
zación mercantil de los pueblos de su contexto, integrando en ei
mismo sistema sociopolítico a toda ia Eurasia.
Simultáneamente la misma revolución tecnológica propiciaba J,a
restauración del sistema mercantil europeo, y por esta vía, la ma­
duración de una nueva formación socioculturai, el capitalismo mer­
cantil, que rompiendo el estancamiento en que había caído ia Europa
feudalizada, impulsó un nuevo proceso civiiizatorio que se expandiría
sobre tpdo ei mundo. La formación capitalista mercantil, tal como los
imperios mercantiles salvacionistas, se hiparte en complejos contra­
puestos, aunque mutuamente complementarios: los núcleos metropoli­
tanos, de economía principalmente capitalista, y el contexto externo,
objeto de su explotación, que se configura como colonialismo de ca­
rácter esclavista, mercantil o de poblamiento.
Un nuevo salto evolutivo sobreviene, trescientos años después,
con ia revolución industrial, fundada en ia tecnología de conversores
de energía inanimada, activando algunas de las sociedades capitalis­
tas más avanzadas para configurarlas como una nueva formación
socioculturai, ia imperialista industrial. También ésta se divide en dos
complejos: los núcleos rectores, ahora ya situados en varios conti­
nentes, y las formaciones neocoloniales hacia las cuales progresan
las antiguas áreas de dominación colonial, como retroceden !as nacio­
nes independientes que al no haber integrado sus sistem as produc­
tivos en ¡a tecnología industrial cayeron en situación de dependencia
y de modernización refleja a través de la actualización histórica.
Las tensiones generadas por la revolución industrial hacen surgir,
en el curso de la primera guerra mundial, una nueva formación socio-
cultural, el socialismo revolucionario, que empieza a expandirse sobre
áreas periféricas del sistema capitalista como un proceso de acelera­
ción evolutiva capaz de conducir a sociedades atrasadas en la histo­
ria a la condición de sociedades industriales modernas. M á s tarde,
algunas formaciones capitalistas industriales, despojadas de contextos
coloniales y dinamizadas por procesos internos de reestructuración
social, comienzan a transformarse, configurando otra formación, el
socialismo evolutivo. Por fin, se alzan algunos pueblos coloniales
o neocoloniales, mediante movimientos revolucionarios de emancipa­
ción nacional, contra ¡a expoliación imperialista y contra las estructu­
ras oligárquicas internas que se oponen a su desarrollo, configurán­
dose como nacionalismos modernizadores.
Los movimientos decisivos de esta evolución socioculturaí fueron
provocados por ias dos últimas revoluciones tecnológicas — la mer­
cantil y ¡a industrial— , que desencadenaron los primeros procesos
civiiizatorios de ámbito mundial y dieron lugar a la interacción a todos
Sos pueblos del mundo, despertando a algunos adormecidos en eda­
des tribales, activando a otros estructurados aún en economías rura-
íes-artesanales o pastoriles nómades, y subyugando a Sos dos imperios
teocráticos de regadío de América, así como a. pueblos-testimonio de
antiguas civilizaciones estancadas en el feudalismo. Los inscribieron
a todos en un mismo sistema productivo y mercantil, mediante la
actualización histórica, como su contexto colonial o neocoloniaf. De
este modo unificaron la humanidad entera como el cuadro sobre eí
cual deberán actuar las fuerzas renovadoras de una nueva revolución
tecnológica, la termonuclear, tendiente a cristalizar en una civiliza­
ción de ¡a humanidad, extendida por todo el mundo, movida por ia
misma tecnología básica, ordenada según ¡as mismas líneas estruc­
turales y motivada por idénticos cuerpos de valores.
En el presente esquema de la Evolución Socioculturaí se recono­
cen ocho revoluciones tecnológicas (agrícoia, urbana, del regadío,
metalúrgica, pastoril, mercantil, industrial y termonuclear), que se
desdoblan en doce procesos civiiizatorios, causantes de la cristaliza­
ción de dieciocho formaciones socioculturales, algunas de las cuales
se dividen en dos o más compiejos complementarios. Se concibe ei
feudalismo no como una etapa evolutiva o un proceso civiiizatorio
generador de una formación socioculturaí específica, sino como una
regresión cultural seguida de la inmersión en el estancamiento socio­
económico en que puede caer cualquier sociedad que se encuentre
en el nivel de civilización urbana. De esta condición regresiva las
civilizaciones só!o pueden resurgir para restaurarse sobre las mismas
bases, hasta que la aparición de una nueva revolución tecnológica
propicie la superación de esos movimientos cíclicos. Eso fue lo que
ocurrió en Europa, donde se desencadenó, precursoramente, la revo­
lución mercantil, haciendo de algunos de sus pueblos el centro rector
de nuevos procesos civiiizatorios que se expandieron por todo el
mundo. La ruptura se produjo, primero, en dos áreas margínales,
Iberia y Rusia, configuradas por la revolución mercantil como forma­
ciones incipientemente capitalistas y susceptibles de caer en ¡a feu-
dalización; en seguida, por la maduración de las primeras formaciones
capitalistas mercantiles, algunas de las cuales dinamizadas más tarde
por la Revolución industria!, que daría a las naciones del centro y del
norte de Europa, hasta entonces atrasadas en el conjunto de la evolu­
ción socioculturai, algunos siglos de dominio sobre todos ios pueblos.
La circunstancia de que esos pasos necesarios de la evolución
humana hayan ocurrido pioneramente en Europa, coloreó de contenido
ideológicos singulares los procesos civilizatorios a través de los cua­
les se difundió la tecnología de la revolución mercantil y de la revo­
lución industrial. El desarrollo capitalista-mercantil y e! imperialista-
industrial ganaron un perfil "europeo occidental y cristiano”, como si
esos atributos técnico-culturales y religiosos fuesen el contenido
fundamental de la tecnología de la navegación, de las armas de fuego,
de los motores de explosión o de la gasolina. En consecuencia, estas
conquistas tecnológicas y el poderío asentado en ellas fueron consi­
deradas “hazañas del hombre blanco” y pruebas de una supuesta
superioridad innata sobre todos los pueblos del mundo. En realidad,
se trata de etapas naturales y necesarias del progreso humano, que
de no haber madurado en el contexto europeo, habrían fatalmente
florecido en otra área, como la musulmana, la china o la hindú. Al
florecer en Europa, permitieron a algunos de sus pueblos europeizar
una amplia parcela de la humanidad. Ei proceso siguió actuando hasta
cristalizarse en el siglo X X como una civilización policéntrica en la
que los antiguos centros de civilización de Europa se fueron convir­
tiendo en núcleos secundarios frente al brote de las potencialidades
de progresos de diversos pueblos extraeuropeos. Se desenmascara­
ron, de esa forma, las mistificaciones ideológicas que hacían inter­
pretar un avance precoz y circunstancia! como prueba de !a superio­
ridad intrínseca de una matriz cultural y religiosa.
A las fuerzas renovadoras de la revolución industria! se suman,
en nuestros días, dos efectos cruciales. Primero, los de 1a revolución
termonuclear, de la cual se debe esperar una función homogeneiza-
dora de las formaciones más avanzadas, que culminará por configu­
rarlas en el mismo tipo de formación socioculturai. Segunda, una
función aceleradora del progreso, que posibilitará la recuperación del
atraso histórico de los demás pueblos. Esta dos fuerzas actúan con-
vergentemente en el sentido de integrar a todos los pueblos en una
misma “civilización humana”, finalmente unificada y no susceptible
de calificarse como correspondiente a ninguna raza o ninguna tradi­
ción cultural particular.
Algunas de las características básicas de la revolución termonu­
clear, en cuanto proceso civilizatorio — como la reducción progresiva
de las diferencias de clase, la integración de la ciencia en el sistema
adaptativo y la compulsión más aceleradora que actualizadora— , inno­
van el propio proceso de evolución, colocando a la humanidad anta
el nuevo umbral de desarrollo autoconducido y de dirección intencio*
nal de la historia que acabará por integrar a todos los pueblos en
una misma formación socioculturai.
Este esquema de la evolución socioculturai, encarado en conjunto,
s s característicamente multilineal porque admite varias formas de
transición de ia condición tribal a ia agropastorií, de ésta a tas civili­
zaciones regionales y, finalmente, a las sociedades modernas. Con­
sidera que cada revolución tecnológica sigue su curso a través de
procesos civilizatorios, que al expandirse en ondas consecutivas, van
ensanchando cada vez más fas áreas de difusión de las nuevas tecno­
logías y remodeiando los pueblos, incluso después de la aparición
de nuevas revoluciones. Éstas, a su vez, abarcan pueblos alcanzados
o no por Sas anteriores, remodelándolos y afectando diferencialmente
sus modos de vida y sus perspectivas de desarrollo, según se difun­
dan como movimientos exógenos de actualización histórica o como
esfuerzos endógenos de aceleración evolutiva.
La concatenación de las revoluciones tecnológicas y de ios pro­
cesos civilizatorios con las respectivas formaciones sociocuiturales,
permite hablar de un proceso civiiizatorio global diversificado en eta­
pas sucesivas, que aun cumpliéndose en puebios separados unos de
los otros en ei tiempo y en el espacio, promovió reordenamientos
de la vida humana en áreas cada vez más amplias y la integración en
entidades étnicas y políticas cada vez mayores, hasta' unificar toda
ía humanidad en un soio contexto integrador. A través de ese pro­
ceso, la especie humana, que era originariamente poco numerosa y
ampliamente diferenciada en etnias, se fue multiplicando demográfi­
camente y reduciendo el número de complejos ténicos, tanto en el
plano racial como en el cultural y lingüístico. Este movimiento parece
conducir, en términos milenarios, a la unificación de todos los hom­
bres en una sola o muy pocas variantes raciales, culturales y lingüís­
ticas, hasta que un día, en un futuro remoto, la reducción del patri­
monio genético haga cualquier pareja capaz de reproducir cualquier
fenotipo y a cada persona capaz de entenderse con las otras, en
base a un amplio patrimonio cultural coparticipado.
El esquema evolutivo propuesto registra, por último, que ios
intervalos entre ias sucesivas revoluciones tecnológicas se reducen
progresivamente y simultáneamente aumenta su poder condicionador,
tanto en capacidad compulsiva como en amplitud de acción. Así, la
humanidad necesitó medio millón de años para edificar las bases de
la conducta cultural sobre las cuaies se hizo posible la revolución
agrícola, desatada hace diez mil años por unos pocos pueblos (8000
a.C.}. Le siguió la revolución urbana, que maduró originalmente hace
siete mil años y a la que sucedió la revolución del regadío, que se ex­
presaría en las primeras civilizaciones regionales (2000 a.C.), cerca
de tres mil años más tarde. De la revolución metalúrgica (1000 a.C.),
desencadenada dos milenios después, se pasa a !a revolución pastori
(600 d. C.), que emerge pasados un mií seiscientos años. Viene a
continuación (a revolución mercantil (1500), que tiene iugar novecien­
tos años más tarde, la revolución industrial (1800), que se distancia
apenas trescientos años de ia anterior, y, por fin, ia revolución ter­
monuclear florece en nuestros días en un intervalo aún menor.
Esta intensidad creciente en el ritmo de cambio de los modos de
vida, hace que ía experiencia y la visión del mundo de ias dos gene­
raciones contemporáneas se distancien más 'que ias predominantes
entre diez o cien generaciones en el pasado. El carácter acumulativo
del progreso tecnológico y ¡a aceleración de su ritmo permiten supo­
ner que en ias próximas décadas, todavía en este siglo, conozcamos
transformaciones aún más radicales. En ese camino, ei hombre, que
venció en la competencia con otras especies en la lucha por la super­
vivencia, desarrollando una conducta cultural que le permitió discipli­
nar ía naturaleza y ponerla a su servicio, acabó por verse sumergido
en un ambiente cultural hoy mucho más opresivo sobre él que e¡
medio físico o cualquier otra factor.
Nada autoriza a suponer que la flexibilidad hasta ahora revelada
por el hombre para adaptarse a las condiciones más diversas tenga
límites. Cabe preguntarse, sin embargo, si el acondicionamiento cada
vez más opresivo a ambientes culturales no puede poner en riesgo la
propia supervivencia humana. Las amenazas que hoy pesan sobre
ia humanidad hacen temer que estemos alcanzando esos límites,
arriesgando sobrepasar la línea fatal, si no fueren desarrolladas for­
mas racionales de control de la vida social, económica y política que
habiliten a los pueblos para el comando científico de todos los facto­
res capaces de afectar su equilibrio emocional y su sobrevivencia
sobre ía Tierra. También ese imperativo de racionalización de la vida
sociai y de intervención en el mundo de los valores que motivan la
conducta apunta hacia el socialismo como la más capaz de Sas formas
de proveer los sistemas impersonales de control indispensables para
hacer a los hombres más libres y más responsables en ei mundo de
la abundancia, estimulando su capacidad creadora y haciendo de la
persona humana la norma y el fin del proceso de humanización.
O b se rv acio n e s sobre la bibliografía

En los estudios de base principalmente bibliográfica, como el


presente, adquiere especial importancia, la indicación de las fuentes
que el autor compulsó y la explicitación de los criterios que rigieron
su selección. Esta exigencia es aún mayo? en el caso de temas
amplios y polémicos como la teoría de la evolución socioculturai, en
que se cuenta con una vastísima bibliografía de ensayos teóricos y
de estudios descriptivos de calidad muy desigual.
En razón de esta copiosidad, adoptamos ei sistema de referencia
bibliográfica usual en las revistas para citar en el texto las fuentes
de sustentación de las afirmaciones, datos y tesis que presentamos.
Ese procedimiento permitió liberar el libro de demasiadas notas ai
pie de página y reducir ias citas al mínimo indispensable. Atendiendo,
no obstante, a las exigencias de explicitación, damos a continuación
una relación circunstanciada de ¡as fuentes bibliográficas a las que
apelamos en el estudio de cada tema. De ese modo, tratamos de
asegurar a los especialistas las informaciones necesarias para apre­
ciar la representatividad del material bibliográfico de que dispusimos
y proporcionar al lector interesado una indicación de otras fuentes
en las que pueda profundizar el estudio de los mismos temas.

i. Estudios teóricos y esquemas de evolución

Las principales fuentes de este estudio son las tentativas ante­


riores de fijar los principios básicos de la evolución socioculturai y
de establecer sus secuencias generales. Podemos dividirlas en tres
grupos: los clásicos de la antropología, ¡as obras fundamentales,
del marxismo concernientes al tema y (os estudios modernos de
antropología.
1. Entre ¡os primeros sobresalen la obra clásica de Lewis H.
Morgan, Ancient Society, or researches in the lines of human pro-
gress from savagery through barbarism to civil ization, 1877, que esta­
blece ei primer esquema general de la evolución humana, la obra
fundamental de Augusto- Comte (1840) y los libros de texto de
Edward B. Taylor (1871 y 1881) y Herbert Spencer (1897), que siste­
matizaron la noción de evolución social y ia difundieron. De todas
ellas, sólo la primera continúa actual. Apreciaciones generales sobre
esas obras encuéntranse en H. E. Barnes y H. Becker (1945), G. P.
Frantsov (19663, y críticas específicas en Leslie White (1945, 1945 a,
1948, 1960), en Bernhard J. Stern (1931, 1946 y 1948) y en M. E.
Opler (1964).
2. Vienen en segundo lugar los estudios de Karl Marx, espe­
cialmente sus anotaciones referentes a las Formaciones Pre-Capitalis-
tas (1966), el Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía
Política (1955) y El Capital (1956). En ia misma categoría se incluyen
!a obra clásica de Friedrich Engels, Origen de la Familia, de la Propie­
dad Privada y del Estado. A la luz de las investigaciones de Lewis
H. Morgan (1955) y sus estudios sobre el papel del trabajo en el
proceso de humanización (1955 a y 1955 b). Se incluyen igualmente,
las obras clásicas de divulgación de¡ pensamiento marxista debidas
a Karl Kautsky (1954) y a G. V. Plekhanov (1941 y 1947).
Las anotaciones de Marx sobre ias formaciones precapitalistas
(Formen díe der Kapitalistichen Produktion vorhergehen), aunque re­
dactadas en 1857-59, fueron publicadas por primera vez en 1939 y sólo
empezaron a ser debatidas en ¡a década de 1950, cuando se hizo
evidente su discrepancia con el esquema evolutivo de Engeís y ef
alto valor de su interpretación. Apreciaciones de esta obra se encuen­
tran en E. Hobsbawm (1966), M. Godelier (1966), J, Chesneaux (1964),
Oscar del Barco (1965).
La obra clásica de Engels, Der Ursprung der Familie, des Priva-
teigentums und des Staats. Im Aschluss an Lewis H. M organ's Fors-
chunge, 1884 (ver B. J. Stern, 1948), como fuente explícita o incon-
fesada de la mayor parte de ias teorías de aito alcance histórico, dio
lugar a una amplía literatura, de ia que se destaca, como obra más
completa y sistemática, la de A. Viatkin (ed., s/f.), y entre muchos
otros textos de divulgación, los de O. V. Kuusinen (ed.,,1964), de
A. Makarov (ed., 1965) y de D. !. Chesnokov (1966). Otros estudios
redactados con la misma orientación, aunque con mayor originalidad,
enfocan aspectos particulares de la evolución: M. Dobb (1946), Oskar
Lange (1963 y 1966), Paul Sweezy (1963), Paul Baran (1964), P. Swee-
zy y P. Baran (1966), P. Sweezy y otros (1967).
3. Entre los estudios antropológicos modernos que retoman la
teoría evolucionista, destacamos, por su extraordinario valor, las
obras de Gordon Chiide' (1934, 1937, 1944, 1946 y. 1951), de Leslie
White (1949 y 1959) y de Julián H. Steward (1955 a, caps. I y XI;
1955 b). Siguiendo ia orientación de esos estudiosos, surgieron re­
cientemente diversos ensayos de alto interés. Entre ellos se desta­
can los de Betty J. M eggers (1960), de Morton H. Fried (1967) y de
Elman R. Service (1962), y la colección editada por M. D. Sahlins y
E. R. Service (1965) con trabajos de ambos y también de David Kaplan
y Thomas G, Hardíng. Algunos estudios acerca de ias civilizaciones
fundadas en el regadío, de Angel Palerm (1955), de Angel Palerm y
Eric Waif (1961), así como la monografía de este último (1959), ofre­
cen también alto interés, como eí estudio comparativo de Robert
Me Adams (1967) sobre el proceso evolutivo en la Mesopotamia y
en ei México Central. Colecciones de estudios especiales sobre la
evolución fueron publicadas por Betty J. M eggers (ed. 1959), por Sol
Tax (ed. 1960) y por H. R. Barringer y otros (1985).

H. Estudios paraevolucionistas

Dos orientaciones de los estudios antropológicos — pese a estar


presentadas como, opuestas o alternativas a ¡as teorías evolucionis­
tas— produjeron obras de gran interés para nuestro trabajo. Es ei
caso de las obras difusionistas o cicloculturalistas de W. Schmidt
y P. W. Koppers (1924), F. Graebner (1925), G. Montandon (1934),
J. ¡mbeüoni (1953) y Pía Laviosa Zambottí (1958 y 1959). Se incluyen
también en esta categoría algunas obras antropológicas que procuran
trazar panoramas del desarrollo de las civilizaciones, tales como las
de Aifred L Kroeber (1944, 1962) y Ralph linton (1955).

111. Estudios temáticos comparativos

También nos fueron de gran utilidad las obras clásicas de Emile


Durkheim (1843 y 1912), W. Sombart (1946), Max Weber (1947, 1948
y 1964), de Pitrim Sorokin (1937-41 y 1960), L Mumford (1938, 1948
y 1966), Karl Mannheím (1950), Thorstein Veblen (1951). Se sitúan
en ía misma categoría los estudios teóricos sobre la causación sociai
de W. F. Ogburn (1926) y R. Mac íver (1949); el estudio del contraste
rural-urbano de R. Redfíeld (1953 y 1956); la monografía polémica
sobre el “despotismo orienta!” de K. Wittfogeí (1964, vide aprecia­
ción de P. Vidal Naquet, 1964); el estudio de la mujer que se debe
a Simone de Beauvoir (1957-65) y la historia de la ciencia de J. D.
Berna! (1964).
IV. Teorías de la historia

1. Ofrecen interés para el estudio de la evolución algunas obras


clásicas y modernas de teoría de la historia, como las de O. Spengler
(1958), Alfred Weber (1960), Paui Scherecker (1957), Karl Jaspers
(1965), y particularmente ¡a obra fundamental de Arnold J. Toynbee
(1951-64, vide apreciaciones en A. L. Kroeber, 1952, y J. Betancourt
Díaz, 1961).
2. Entre los ensayos interpretativos de filosofía de la historia,
consultamos las obras clásicas de A. N. Condorcet (1921), G. W. F.
Hegel (1946), L. Gumpiowicz (1944), P. Kropotkin (1947) y J. Novicov
(1902), así como las reconstituciones de ios perfiles culturales de
ciertas civilizaciones que se deben a Jacob Burckhart (1945), A. de
Tocqueville (1957), J. Huizinga (1924) y N. Berdiaeff (1936).

V. Tratados de historia y monografías históricas

Constituyeron fuentes de particular importancia para nuestro tra­


bajo los tratados de historia de M. Crouzet (ed. 1961); J. Pirenne
(1956); Ralph Turner (1963) y U NESCO (1963).
Consultamos también con provecho, cierto número de monogra­
fías de arqueología, prehistoria e historia. • Entre éstas resaltan los
estudios de Gordon Chiide (1934) y de R, J. Braidwood (1952) sobre
las civilizaciones del Cercano Oriente; de E. Drioton y J, Vandier
(1952) sobre Egipto; de M. Pallotino (1956) sobre Sos etmecos; de
G. Glotz (1930) sobre Grecia; -de Rostovtzeff (1937) sobre Roma;
de H. M assé (1952) sobre Irán; de L. Gardet (1948) sobre el Islam;
de A. A. Vasiliev (1952) sobre Bizancio; de M. Wheeier (1952 y 1962)
y de S. Pigott (1950) sobre la prehistoria de la India; de O. Latti-
more (1940) y R. Grousset (1939) sobre la expansión tártaro-mongó­
lica; de M. A. Zaburov (1960) y R. Grousset (1965) sobre las Cru­
zadas; de C. Osgood (1951) sobre Corea; de G. Maspero (1930)
sobre Indochina; de J. Suret-Canale (1959) sobre Africa, y de P.
Bosch-Gimpera (1960) sobre los indoeuropeos.

VI. Estudios americanistas

Nuestras fuentes bibliográficas principales sobre las Américas


fueron los estudios reunidos por Julián H. Steward en el Handboock
of South American indians (1946-1950); los ensayos sobre las altas
•civilizaciones americanas — el de Sylvanus Morely (1940) sobre los
Mayas; de George Vaillant (1944), Alfonso Caso (1953) y Jacques
Soustelle (1956) sobre los Aztecas; de P. Armiilas (1951); Eríc R.
Wolf (1959) e I. Bernal (1953) sobre la Mesopotamia; de Wendell
C. Bennett (1946), Wendell C. Bennett y Junius B. Bird (1949) y e!
de J. H. Steward y L. C. Faron (1959) sobre los Incas; la colección
publicada por Betty J. Meggerfe y Clifford Evans (1963) sobre ia
evolución cultural en las Américas y la monografía inédita de B. J.
Meggers sobre el tema.
Vil. Dinámica cultural

Apelamos, con poco provecho, a los estudios teóricos referentes


al cambio cultura! y el proceso de acuituración, tales como: R. Red-
fietd, R. ünton y M. Herskovits (1936); R. Beats (1953); Barnett,
H. G., B. Siegel y otros (1954); G. Aguirre Beltrán (1957); B. Mali-
nowski (1944 y 1945); M. Hunter (1956) y M. Mead (1966). De ma­
yor utilidad nos fueron las obras de G. M. Foster (1962 y 1964);
H. G. Barnett (1953) y los estudios de Georges Balandier (1955, ed.
1956, ed. 1958) sobre el colonialismo.
Aunque no enfoquen directamente el tema, ofrecieron alto inte­
rés para nuestro trabajo algunos ensayos teóricos: E. Sapir (1924);
C. Lévi-Strauss (1949 y 1953); G. P. Murdock (1947 y 1949); A. R.
Radcliffe-Brown (1931); Glyde Kluckhohn (1953); y los artículos
recientes de Talcott Parsons (1964) y S. N. Eisenstadt (1964), que
retoman, en el campo de la sociología, ia perspectiva evolucionista.

VIH. Evolución y desarrollo desigual

Son muy precarias aún las tentativas de aplicación de las teorías


de la evolución al estudio de las causas del desarrollo desigual de
las sociedades contemporáneas y de las formas de superación dei
atraso. Se deben las mejores a V. I. Lenin (1957, 1960 y 1960 a);
L. Trotsky (1962-6); Paul Baran (1964); P. Baran y P. Sweezy (1966);
A. Gunder Frank (1967). Relacionamos y comentamos la copiosa
bibliografía sobre el tema en otro libro (Las Américas y la Civiliza­
ción, Introducción). Aquí sólo deseamos destacar como, representa­
tivos de estudios “doctrinarios” de modernización refleja las obras
de W. W. Rostow (1961 y 1964); D. Lerner (1958); A. Gerschenkron
(1962); K. H. Silvert (1965); B. Hoselitz (1960); E. F. Hagen (1962);
S. N. Eisenstadt (1963) y S. Kuznets (1946 y 1965).
Estudios socioeconómicos más explicativos de las causas del
desarrollo desigual se encuentran en G. Myrdal (1961 y 1962); L J.
Zimmermann (1966); Frederick Ciairmonte (1963); P. M oussa (1960);
I. Lacoste (1959); L J. Lebret (1961); L A. Costa Pinto (1967); Celso
Furtado (1966); Irving L. Horowitz (1966) y N. P. Schemeliov (1965).
Una colección de estudios antropológicos relacionados con este
tema fue publicada por Herbert R. Barringer y otros (1965), entre los
que se destacan los ensayos sobre teoría de la evolución de D. C.
Campbell y Morris E. Opler y estudios de su aplicabilidad por J.
S. Spengler, A. S. Feldman y W. F. Cottreí!.
Reunimos en esta categoría las obras fundamentales para el aná­
lisis del papel de los factores ecológicos, tecnológicos y económicos
en el cambio socioculturaí, así como los estudios de demografía.
1. Con relación a los factores ecológicos, nos fueron especial­
mente útiles ios estudios de E. Huntíngton (1927); C. Darryil-Forde
(1966); Betty J. Meggers (ed. 1956); Pierre Gourou (1959); M. Bates
(1959); Josué de Castro (1962); Julián H. Steward (1955 a cap. II,
y 1955).
2. Las principales obras que consultamos sobre la historia de
¡a tecnología y su papel en ia evolución socioculturaí fueron: Ch.
Singer, E. F. Holymand y A. Hall (eds. 1958); Maurice Dumas (ed.
1963); K. Marx (1956); Gordon Childe (1944, 1951, 1954, 1958); A.
Leroi-Gouchan (1943, 1945 y 1963); S. Liiley (1957); F. Cottreil (1958);
E. W. Zimmermann (1951); F. R. Alien (ed. 1957); A. Briggs y otros
(1965); C. M. Cipolia (1964); R. Y. Sayce (1965); A. P. M. Fleming y
H. J. Brocklehurst (1925).
3. Caben también en esta categoría los estudios antropológicos
con enfoque económico de M. Herskovits (1954), a pesar de su acti­
tud antievolucionista; la obra clásica de Richard Thurnwald (1932), el
estudio de antropología económica de J. S. Berliner (1962) y los aná­
lisis recientes de poblaciones tribales de cazadores y campesinos
debidos a M. Sahlins (1968) y a E. C. Wolf (1966), elaborados con
una perspectiva evolucionista. Fueron también de utilidad para nues­
tro trabajo los estudios comparativos de las culturas indígenas de
América Latina publicados en el volumen V del Handbook of South
American Indians (1949, J. H. Steward, ed.) de la autoría de Wendell
C. Bennett, A. Métraux, Lila O'Neale, Wiiliam C. Root, John M. Coo-
per, Paul Kirchoff, R. R- Lowie, A. L. Kroeber, Edwin H. Ackerknecht
J. H. Steward. Y, aun, los estudios de difusión cultural de E. Nor-
denskióld (1930 y 1931) y de Max Schmidt (1959).
4. Sobre demografía, movimientos migratorios, fenómenos de
despoblamiento e incremento poblacional, consultamos a Gordon Chii-
de (1946 y 1958), a Sauvy (1945/56 y 1961), A. Landry (1949), Kings-
ley Davis (ed. 1950), A, Sireau (1966), M. Cepéde y otros (1967),
C. M. Cipolia (1962).

X. Plantas cultivadas y agricultura

Sobre el origen de las plantas cultivadas y sobre la agricultura,


consultamos, principalmente, a N. I. Vavilov (1951); C, O. Sauer
(1952), René Dumont (1957). Charles 8. Heiser (1965) y la obra de
E. C. Curwen y G. Hatt (1953) sobre la tecnología agrícola. Ofrece
también alto interés !a tipología de las comunidades agrícolas de
E. C. Wolf (1966) y el estudio de las formas elementales de cultivo
debido a H. C. Conklin (1961).

XI. Etnia, estado y nacionalidad

1. El estudio de ias etnias fue cubierto a través de las obras de


G. Weltfish (1960), R. Narrol (1964}, Fiorian Znaniecki (1944), Hans
Kohn (1951), A. van Gennep (1922). Es también señalable e! estu­
dio reciente de las etnias tribales debido a M. D. Sahlins (1968).
2. Para el estudio de ias nacionalidades y del Estado, apelamos
a ¡as obras marxistas clásicas de F. Engels (1955), V. I. Lenin (1960 a)
y J. Staiín (1937), y a los estudios antropológicos de Radcliffe-Brown
(1940, Prefario), Leslie White (1959, Estado-Iglesia), S. N. Eisenstadt
(1966), E. A. Hoebel (1954), M. A. Fried (1960, 1967), A. Southall
(1965), M. Gluckman y Fred Eggan (1965, Introducción).

XI!. Esclavísmo

Sobre el concepto de “esclavism o” consultamos las obras de A.


Viatkin (ed.f s. f.), de O. V. Kuusinen y de A. Makarov (ed., 1965).
Nos fueron mucho más útiles, con todo, las observaciones de K. Marx
(196.6) sobre las formaciones “antiguas clásicas”, el estudio del Im­
perio romano de Rostovtzeff (1937) y los ensayos publicados en co­
lección por R. Guenther (1960), en especial el de Kuo Mo-jo sobre
China, de S. L. Uchenko, S. I. Kovaliev y Elena M. .Schtaerman sobre
Grecia y Roma.
Sobre la esclavitud en América, tuvimos como fuentes básicas a
Eric Williams (1944), J. Tannenbaum (1947) y Sergio Bagú (1949 y
1952).

XUi. Feudalismo

Sobre el feudalismo utilizamos como fuentes básicas las obras


de K. Marx (1955, 1956 y 1966) y sus artículos sobre la India (1966).,
así como de F. Engeís (1955), y los estudios de M. Dobb (1946) y
Sweezy y otros (1967), aunque discrepando con la concepción del
feudalismo como una etapa progresista de ia evolución. Nos servimos
también de K. Wittfogel (1964) y J. H. Steward (1955 a, cap. XI), cu­
yos análisis de las "conquistas cíclicas’' reelaboramos .para mostrar
el carácter regresivo del feudalismo. Utilizamos igualmente las obras
generales de M. Bloch (1939-40), H. Pirenne (1939), Roushton Coui-
born (ed. 1956},.N. Berdiaeff (1936), A. Piettre (1962) y José Luis
Romero (1967). Discutimos en otro trabajo (Las Am éñcas y la Civi­
lización) la utilización de! concepto de feudalismo en el estudio de
la península Ibérica y de las Américas. Sobre ese tema ver Sergio
Sagú (1949 y 1952), J. C. Mariátegui (1963), Antonio García (1948),
R. Stavenhagen (1965) y A. Gunder Frank (1967 y 1967a}.

XIV. Etapas de la evolución socioculturai

Descriminamos a continuación las obras más importantes en el


estudio de las revoluciones tecnológicas y en ¡a fijación de los mo­
delos teóricos de las formaciones socioculturales.
1. Sobre la llamada "revolución humana” utilizamos principalmen­
te: S. L. Washburn y F. Clark Howeil (1960), Ch. F. Hockett y R.
Ascher (1964), A. Montagu (1964), A. Okladnikov (1962), además de
Julián S. Huxíey (1952 y 1955) y G. G. Simpson (1966).
2. Sobre las formaciones preagrícolas: Julián H. Steward (1955 a,
cap. 7 y 8), Roger C. Owen (1965) y M. D. Sahlins (1968). Apelamos
también a nuestras propias experiencias con grupos indígenas como
los Guaja y los Xokleng del Brasil.
3. Para el estudio de la revolución agrícola y de ias aldeas agrí­
colas indiferenciadas, utilizamos especialmente: Gordon Chiide (1934,
1937, 1944, 1946, 1951), Leslie White (1959), Julián H. Steward (1955 a,
cap. Xi). Fueron también de la mayor utilidad, tanto el conocimiento
de la bibliografía etnológica sudamericana (vide J. H. Steward, ed.
1946-1950), H. Baldus, 1954), L. Pericot y García (1962), P. Armilias
(1963), como nuestras propias investigaciones de campo, particular­
mente el estudio de los indios Urubus-Kaapor y de las tribus del Xingú.
4. En el estudio de las sociedades pastoriles es donde nuestra
bibliografía tiene carencias mayores. Efectivamente, sólo contamos
con textos didácticos como K. Dittmer (1960), con las monografías
históricas ya referidas de O. Lattimore (1940} y R. Grousset (1965}
y con las enciclopedias. También en este caso, sin embargo, influye­
ron en nuestra comprensión ia experiencia de campo con grupos in­
dígenas que adoptaron el caballo (Mbayá-Guaikurú) y la bibliografía
alusiva al tema en América del Norte.
5. Sobre la revolución urbana y los estados rurales artesanales?
nuestras fuentes básicas fueron: Gordon Chiide (1937, 1946, 1951,
1960), Leslie White (1949 y 1959), J..H. Steward (1955, cap. XI), J. Ste­
ward y L. C. Faron (1959). Utilizamos también el estudio de A. L.
Kroeber sobre los Chibchas (1946) y el de J. Suret-Canale (1959)
sobre los reinos africanos. Para la discusión del papel de !as tala
socracias, tuvimos en manos A. O. Hirschman (1945} y A. T. Mahan
(1890).
6. Utilizamos como fuentes bibliográficas principales sobre la re­
volución de! regadío y los imperios teocráticos de regadío: Gordon
Childe (1937, 1946 y 1951), Julián H. Steward (1955, cap. 11, y 1955,
ed.), Leslie White (1959), Kari Wittfogel (1955 y 1964) y H. Cunow
(1933). Entre las obras pioneras sobre el pape! del regadío y el ca­
rácter de ¡as sociedades fundadas en él, consultamos ias observacio­
nes de K. Marx, concernientes al “modo de producción asiático” y
sus escritos sobre ia india (1966) incluidos en la edición española de
las “formaciones" y también Metschnikoff (1889) y L. Baudin (1940).
Entre ios estudios modernos sobre el tema se destacan P. ArmÜlas
(1951), Eric Wolf (1959), Angel Paíerm (1955) y Robert Me Adams
(1967). También nos fue de gran utilidad la consulta a Robert Braid-
wqod (1952) con respecto a! Cercano Oriente; a M. Wheeler (1953
y 1962) con relación a la India, y a H. G. Cree! (1937) con referencia
a China.
7. Sobre la revolución metalúrgica y los imperios mercantiles
esclavistas utilizamos especialmente: Gordon Childe (1937, 1946 y
1951), Leslie White (1959) y K. Marx (1966). Pero nos fueron tam­
bién útiles las obras de W. S. Ferguson (1913), el estudio de Rostovt-
zeff sobre Roma, ¡as obras de A. J. Toynbee (1959) y de G. Glotz
(1930) sobre la civilización helénica, ¡os estudios de M. PaSlotino
(1956) sobre los etruscos y de A. A. Vasilev (1952) sobre Bizancio.
8. Sobre ¡a revolución pastoril y ¡os imperios despóticos salva-
cionistas utilizamos especialmente R. Levy (1957), H. M assé (1952),
K. Wittfogel (1964), A. J. Toynbee (1951-64, vol. III) y R. Linton (1955).
9. Sobre la revolución mercantil, los imperios mercantiles salva-
cíonistas, las formas modernas de colonialismo esclavista, mercantil
y de poblamiento, nos fueron de particular valía: Frédérlc Mauro
(1964), Max Wéber (1948 y 1964). Sobre la expansión rusa, consul­
tamos Wladimir Solovieff (1946), B. A. Grekov (1947), B. Nolde (1952-
53) y A, Briúsov y otros (s. f.). Sobre la expansión ibérica: C. Sán­
chez Albornoz (1956 y 1960), R. Altamira y Crevea (1913 y 1949), J.
Vicens Vives (1957-1959), J. P. Oliveíra Martíns (1951), Jayme Corte-
sao (1947), Antonio Sergio (1929). Apelamos también a los ensayos
de J. H. Parry (1958) sobre la expansión europea; J. Klein sobre ia
Mesta; H. C. Lea (1908) y B. Lewin (1962) sobre la Inquisición. Con
referencia a ias instituciones coloniales hispanoamericanas, consulta­
mos Sergio Bagú (1949 y 1952), J. M. Ots Capdequí (1957) y C. Harr-
ing (1966).
10. Sobre ei capitalismo mercantil, nos valimos especialmente
dé K. Marx (1956 y 1966},'de la obra de texto de A. Viatkin (ed., s. f.)
y de los estudios de W. Cunningham (1913}, Max Weber (1964), W,
Sombart (1946), Maurice Dobb (1925 y 1946}, P. M. Sweezy y otros
(1967}, P. Renovin (1949, Introducción}, Henri See (1961} y Frédéric
Mauro (1964}.
11. Sobre la revolución industrial utilizamos principalmente: K.
Marx (1951 y 1956}, F. Engels (1946}, Paul Baran y P. M. Sweezy
(1966}, Max Weber (1964}, Thorstein Veblen (1951}, Joseph Schum-
peter (1963 y 1965}, F. Sternberg (1961}, R. Aron (1965}, H. Pas-
dermadjian (1960}, Colin Clark (1957}, J. Fourástié (1950 y 1952}, R.
Dahrendorf (1959}, A. Sireau (1966}, C. M. Cipoila (1964), A. Ru-
miantsev (ed. 1963}, F. Perroux (1964) y John Strachey (1956).
12. Sobre el imperialismo industrial consultamos principalmente:
J. A. Hobson (1948}, V. I. Lenin (1957, 1960 y 1960a), R. Luxemburgo
(1963), J. Schumpeter (1965), P. Sweezy (1963 a), P. Baran (1964),
A. G. Frank (1967), I. L. Hórowitz (1966), J. Strachey (1959).
13. Sobre eí neocolonialismo nos servimos sobre todo de las
obras de J. Arnault (1960), G. Balandier (1956), K. N ’Krumah (1966),
P. Jalée (1966), Frantz Fanón (1963), Peter Worseley (1966). También
en este campo, el conocimiento directo de los problemas de desarro­
llo de América Latina nos fue de especial valía.
14. Sobre el neocapitalismo consultamos: Berle & Means (1951),
J. K. Galbraith (1962), P. Mendés-France y G. Ardant (1955); y, para
su crítica, J. Strachey (1956), P. M. Sweezy (1963 a) y Paul Baran
(1964).
15. Sobre la expansión socialista, el socialismo revolucionario,
el socialismo evolutivo y el nacionalismo modernizador, apelamos a
V. I. Lenin (1960 y 1960a), L. Trotsky (1931 y 1962-63), O. V. Kuusinen
(1964), A. Viakin (ed-, s. f.), P. Sobollev y otros (ed., s. f.), B. Pono-
mariov (ed., s. f.}, V. Afanasiev (s. f.), S. y B. Webb (1936), Oskar
Lange (1963 y 1966), M . Dobb (1948}, D. R. Hodgman y A. Bergson
(eds. 1954), K. Mannheim (1944 y 1966), F, Perroux (1958), A. Sauvy
(1952-54 y 1961), K. S. Karol (1966}, N. P. Schemeliov (1965) e I. L.
Horowitz (1966).
16. Sobre la revolución termonuclear y las sociedades futuras
consultamos N. Wiener (1948 y 1950), J. R. Oppenheimer (1957), D.
Bell (1960 y 1965}, C. P. Snow (1963), J. D. Bernal (1964 a), E. H. Carr
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índice

Prólogo 7
Prefacio a la edición norteamericana, por Betty J. M eggers 11
Primera parte: Las sociedades arcaicas
i. La revolución agrícola 17
Aldeas agrícolas indiferenciadas y hordas pastoriles
nómades 21
II. La revolución urbana 25
Estados rurales artesanales y jefaturas pastoriles
nómades 31
Segunda parte: Las civilizaciones regionales
III. La revolución del regadío 45
Imperios teocráticos de regadío 47
IV." La revolución metalúrgica 56
Imperios mercantiles escíaviatas 56
V. La revolución pastoril 65
Imperios despóticos salvacionistas 67
Tercera parte: Las civilizaciones mundiales
VI. La revolución mercantil 73
1. Imperios mercantiles salvacionistas y el
colonialismo esclavista 74.
2. El capitalismo mercantil y los colonialismos
modernos 80
Vil. La revolución industrial 91
1. Imperialismo industrial y neocolonialismo 95
2. La expansión socialista 104
Cuarta parte: La civilización de la humanidad
VIII. La revolución termonuclear y las "sociedades futuras" 117
Quinta parte: Las teorías de !a evolución socioculturai 133
Supuestos teóricos 137
Esquema conceptual 146
Revoluciones tecnológicas y procesos civilizatorios 151
Actualización histórica y aceleración evolutiva 158
Resumen 166
Observaciones sobre ia bibliografía 173
Bibliografía 183
Argentina $ 2,50 - Uruguay $ 180

El proceso civilizatorio: de la revolución agrícola a la termonuclear


Este nuevo libro de Darcy Ribeiro representa la síntesis de su tarea de
antropólogo. Configura una. interpretación significativa del desarrollo
humano desde las agrupaciones primitivas hasta las complejas estruc­
turas sociales del siglo XX. Paralelamente plantea los problemas del
Tercer Mundo en relación con los países centrales; responde así al
interrogante sobre las causas del desarrollo desigual de los pueblos l a ­
tinoamericanos. Incluye, dentro de una nueva teoría general de la his­
toria, el análisis y la descripción de las sociedades agrícolas, las ur­
banas, y las características de la revolución metalúrgica, mercantil, in­
dustrial y termonuclear.

Algunos títulos
El hombre y la cultura, Ruth Benedict - Vida en el Universo, Carlos
Varsavsky - Freud y Pavlov - Cuentos de dos orillas - La Guerra
Civil Española, Miguel de Amilibia - El poder económico, Celso Furtadó
Los papeles de Aspern, Henry James - Poesía social del siglo XX
Mi vida, Benvenuto Celiini - Primer viaje en torno del globo, Antonio
Pigafetta - El siglo de las luces: ciencia y técnica, José Babini -
Novela, cuento, teatrc: apogeo y crisis, Jaime Rest. La amenidad,
la amplitud temática, un sentido didáctico moderno, definen los títulos
de esta colección, cuidadosamente seleccionados por especialistas-,
prestigiosos, en función de un plan de cultura, una suma de conoci­
mientos que incluye los grandes problemas contemporáneos, y en
particular, los latinoamericanos.

Servicio de consulta cultural y bibliográfica


a 1a manera de las más importantes enciclopedias dei mundo. Ab-
solutamente gratis. Amplia información en los números 2, 3 y 4 de .
esta Biblioteca.

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