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LOS GATITOS SILVESTRES
En una bonita ciudad de provincia, donde el sol brilla esplendoroso y cuando llueve,
después de la tormenta, algunas veces, se puede ver, en el horizonte, un hermoso
arcoíris, se encuentra una familia de gatitos que decidieron construir su casita en una
espesa y enorme enredadera que cubre una de las altas paredes que rodean la casa de
la familia Serrano.
En esa casa hay un gran jardín con una fuente redonda en el centro. En esa casa se
respira el ambiente de paz y de tranquilidad, por eso los papás de los gatitos
escogieron ese lugar para vivir y tener a sus hijitos.
En la casa viven dos venerables abuelitos que formaron nueve hijos los cuales, ya
están casados y solo los fines de semana y periodos de vacaciones, se escuchan los
gritos y risas de todos los nietos que pasan a visitar a sus abuelos.
Cuando llegaron a la casa, la pareja de gatitos, “MAMÀ BLANQUITA” Y “PAPÁ
TOMAS”, PAPÁ TOMAS era un robusto gato gris y BLANQUITA como su nombre lo
dice era una hermosa gatita blanca, como ya en poco tiempo esperaban la llegada de
sus gatitos, primero hicieron unos nidos en la enredadera, para pasarla bien durante la
primavera y cuando ya se acercaban el nacimiento de sus hijitos, BLANQUITA decidió
buscar un lugar mas seguro, donde sus pequeños estuvieran bien protegidos de la
lluvia y del frío.
Así que después de explorar por la azotea de la casa, encontró un lugar ideal, en la
parte baja del tinaco y de inmediato se dieron a la tarea de recoger, papel o basuritas
para formar la camita de sus gatitos. Por fin llegó el feliz día del nacimiento de los
pequeños, un dìa domingo del mes de octubre y eran dos lindos gatitos grises, con
grandes ojos verdes, BLANQUITA estaba un poco cansada pero satisfecha de sus dos
hijitos, iguales a su padre.
Como buena madre BLANQUITA, se dio a la tarea de alimentar y cuidar a sus gatitos
hasta que se sintieron lo suficientemente fuertes, para llevarlos a pasear al jardín y
subir por la enredadera, y conocer lo que contenía su territorio.
Se llaman gatitos silvestres por que les gusta un ambiente cerca de los humanos, pero
a la vez en entera libertad, es decir, se dejan ver y aceptan comida pero no se dejan
tocar. Cuando el hijo mayor de los abuelos, el Arq. Jorge Luis, y su esposa Lorena
llegaron de visita a pasar unos días de vacaciones, pudieron disfrutar y observar la
forma en que vivía la familia de gatitos.
La señora Lorena pudo lograr un acercamiento con los dos gatitos grises, por que les
guardaba, en un platito, todos los sobrantes de la comida, así que logro que se
acercaran todos los días a esperar su comida, pero nunca se dejaron tocar ni acariciar.
Eran unos gatitos desconfiados y muy independientes.
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TITO MORONITAS
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LA PUERQUITA DE RABO PARADITO
Rubem Alves
Ella estaba feliz. Vivía en un lugar lindo. Había árboles, empastizados, ranchos y
caballos, vacas, patos, guajolotes, gallinas. La comida no faltaba. Y tenía muchos
amigos.
Ahora iba a ser madre. Su barriga estaba enorme. Mal podía andar. Pero las visitas no
paraban, todas deseándole buena suerte.
Hasta que una noche de luna llena, se dio cuenta que la hora había llegado. No, no iría
a ninguna maternidad. Ni necesitaría de médico o de partera. Se sabía cuidar solita. Así
fue como su madre, como su abuela su bisabuela... todas habían tenido muchos
lechoncitos sin problemas.
*****
Los lechoncitos, con sus bocas pegadas a las tetas, se sentían ciertamente en el cielo.
No sabían nada del mundo. Ni de la madre. Nada sabían de sí, pero sabían que aquello
era bueno.
Pero el tiempo pasó. Los ojitos se abrieron. Y sucedió que, cierto día, uno de ellos se
dio cuenta de aquello que el burro había notado.
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-Vean eso, -dice espantado-. Lili es diferente. Nosotros tenemos rabos enroscados, ella
lo tiene paradito.
Si los rabos enroscados son mejores que los parados, fue asunto que nadie discutió.
La única cosa que importaba era que había ocho iguales y uno diferente. Y de repente
había ocho pares de ojos mirando el rabito de Lili.
Y eso duelo mucho, porque todos queremos ser iguales: hablamos cosas parecidas,
tenemos sonrisas parecidas, comemos cosas parecidas, vestimos ropas parecidas. Y
gustamos de pertenecer a grupos de personas que se parecen: clubs, ligas de fútbol,
iglesias, escuelas...
Se esconde.
Lili quedó así. No quería más jugar. Se quedaba solita, en casa, sentadita sobre su
rabito, pensando en el rabito, con rabia del rabito.
De noche rezaba:
-Papá del cielo, dame un rabito enredadito...
Pero parece que papá del cielo pertenecía al equipo de los ocho, pues nada hacía para
ayudar a Lili.
-Yo... yo quería tener un rabito enredadito, ser como los otros –ella sollozó.
Doña Gertrudis entonces se dedicó por apelar a la sabiduría de las comadres que le
enseñaron con simpatía: untar el rabo con jugo de enredaderas, mezclado con sebo de
boa derretido, enredado en un palo torcido y amarrado con bastante bejuco.
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-Lo que hará efecto será, dicen ellas, las vueltas de las enredaderas, lo enroscado de la
boa, las curvas del palo, lo trenzado del bejuco. Apretadita y bien enredada, no hay
cosa recta que resista...
Y así lo hicieron. Por ocho días, porque “8” es el número más lleno de curvas. Y a la
hora de cortar el pelo, a las “6” de la tarde, porque el “6” se parece al rabo enredado del
puerco. Por atrás todo aquello se veía torcido (un enredijo que la “banda” había
ayudado a torcer, eso era lo importante). Todo mundo estaba a la expectativa. Y fue el
triunfo: el rabito se quedó enredadito. Sólo que nadie sabia que era porque el cebo de
boa aún estaba duro. Bastó que Lili saliese saltando de alegría para que el rabo se
calentara con la circulación de la sangre y el cebo se derritiese y lo enroscado se
parara...
Al día siguiente, madre e hija fueron las primeras en llegara l salón de belleza.
El estilista ni discutió. Puso a Lili sentada en posición extraña, con las pompis para
arriba y la tapó con el aparato eléctrico. El resultado fue espantoso: el rabo
apachurrado, enredado, medio asado... pero cualquier sacrificio se hace para ser cono
lo otros...
Fue entonces que doña Gertrudis oyó hablar de una nueva forma de hacer las cosas,
Doña Arara, multicolorida, de habla fácil, decía que todo es una cuestión de cabeza. Y
filosofó diciendo que todo lo que está torcido se ordena con pensamientos rectos, y que
todo lo que es recto se dobla con pensamientos torcidos.
-Lo que importa, decía el papagayo, son los pensamientos positivos. Los pensamientos
positivos tienen fuerza. Por tanto, concluyó, si Lili tuviere fuerza de voluntad (esto es
muy importante) y diariamente pensara sólo en su rabo enredado, acabaría por
obedecer el rabo lo que la cabeza le manda.
Comenzó entonces para Lili un régimen nuevo. No de comidas, sino de ideas, sentada
frente a doña Arara que le hacía largos y encrespados trinados:
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-Prrrrrrrrrrrrrrrrrrrrtaco-tataco, prrrrrrrrrrrrrtaco-tataco...
-Pero Lili se cansó, desconfió, se retiró...
Hasta que una cosa nunca vista sucedió. Llegó a la hacienda un circo, con payasos,
equilibristas, magos y trapecistas, algodones de dulce y palomitas de miel y de sal. Fue
la mayor alegría y en aquellos días se olvidaron todas las tristezas y la animalada sólo
hablaba del mundo maravilloso del circo. Hasta la misma Lili se olvidó de su rabito
parado.
-Pero, qué pena, las cosas buenas no duran para siempre. Se fue acercando el
momento en que el circo se iría, y aún antes de la hora todos ya sentían nostalgias
(saudades).
Llegó la hora de decir adiós.
Pero, ¡Oh sorpresa!, en medio de la última función, el dueño, con el habla enredada,
anuncio una cosa que nadie esperaba:
-¡Respetable público! Nuestro circo necesita dos jóvenes que deseen hacerse artistas,
que estén dispuestos a recorrer el mundo para hacer felices a las personas. Mañana,
muy de mañana, entrevistaré a los candidatos de esta hacienda, si los hubiere...
Se hizo un desbarajuste. Los hermanitos de Lili fueron los primeros de la fila. Sonreían
de la fila, agitando sus rabitos enredados. Lo cierto es que reían con la cara porque
reían con el rabo. Para ellos no había en el mundo nada que fuese más bello que un
rabito enroscado. (Y dígase de pasada que ellos no eran lo únicos que pensaban así.
Hay muchas personas que se pasan toda la vida enamorando a su propios rabos. Y es
por eso que no visualizan muy lejos...)
El dueño del circo examinaba a todos atentamente. Hasta que se paró delante de uno
de ellos dijo:
-Este es el primer escogido. Perfecto para un payasito. Este rabito enredado provocará
las risas de todos.
Se detuvo pensativo.
-Pero no veo a nadie que sirva para trapecista, a alguna muchachita... Los trapecistas
viven sobre le peligro, saben que la vida no es payasada chistosa, ni que todo es risa.
Nunca miran para su propio rabo, para atrás, sino siempre para adelante. Quien mira
para atrás cae sobre el abismo y muere... Ellos tienen el rostro diferente, una sonrisa
que no es risotada, mezclada con un poquito de tristeza. Es por esa razón que los otros
los aman de un modito diferente: ellos se ríen del payaso, pero vuelan con el trapecista.
A un trapecista lo conoce la gente por la manera de mirar...
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Lili estaba lejos, no se puso en la fila. Sabía que no sería escogida. Escuchaba. Y
pensó: “De hecho, yo no sería una buena payasita. Pero como me gustaría ser una
trapecista”.
-¿Quién se fija en eso? Quien tiene el rabito enredadito se pasa todo el tiempo mirando
o para atrás o para el espejo, pero quien no lo tiene mira hacia el frente, para arriba,
hacia el vacío. Eso es lo que hace bellas a las personas: no lo que tienen sobre la piel,
sino lo que tienen dentro de los ojos...
Se transformó en la trapecista de los ojos tristes, la que todos amaban. Y nunca más se
preocupó de su rabito.
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EL FLAUTISTA MAGICO
Rubem Alves
Muchos y muchos años atrás, al otro lado del mar, había un país diferente; tenía un sol
como ninguno otro. A ese sol le gustaba al música... y le gustaba tanto, que si el pueblo
allá abajo, no tocase música, para pedir que el sol se despertara, éste continuaba
dormido. No salía de su sueño y el día no amanecía.
Todo mundo sabía de esto. Y por eso muy tempranito, antes de tomar el café, los
despertadores del sol subían a lo alto de la colina en procesión y, desde arriba, mirando
al horizonte, tocaban sus instrumentos. Eran violines, guitarras, violas, cavaquiños,
flautas, panderos, cuicas, berimbaus y acordeones. Aquella música íba hasta los
escondrijos del sol, después del mar; él se despertaba y sonreír feliz, pensando que
todos gustaban de él... y muy despacito, mostraba su rostro rojo y donriente en la
superficie de las olas, allá lejos, en el horizonte.
Cuando llegaba la noche y los niños íban a la cama, sus papás les contaban historias
de otros tiempos, cuando el sol quedaba dormido y la noche parecía que no íba a
acabar, todo por culpa del olvido: no le habían llevado las serenatas acostumbradas en
la madrugada...
Los niños quedaban con el miedo de que esto sucediera de nuevo, pero sus padres y
sus madres los tranquilizaban y les garantizaban que cada mañana, los músicos
subirían al morrocon los instrumentos en la mano y la música sería de nuevo oída por
cielo y tierra. Así los niños dormían y soñaban sueños felices.
Ellos fueron llegando en silencio nadie sabe de dónde. Enormes gigantes verdes, con
dientes de hierro y dragones amarillos, con puntiagudas escamas de oro. Fueron
ocupando todos los lugares: calles, plazas, carreteras, playas...
Cuando los habitantes salieron con sus instrumentos, al despertarse, para hacer nacer
el sol, vieron que su tierra había sido invadida. A donde quiera que mirasen ahí estaban
los gigantes y los dragones. Nadie se movió. Se quedaron ahí en las puertas de sus
casas, paralizados de miedo, sin saber que hacer. Entonces un gigante verde empezó
hablar (debía ser el jefe) y un extraño barullo metálico salía de se pecho:
“-de ahora en adelante ustedes están bajo nuestra protección, si obedecen nuestras
órdenes. Todas las familias podrán dormir tranquilas”.
(Nadie tuvo el coraje de decir que hasta aquel momento todos habían dormido
tranquilos y que ese era el primer momento de intranquilidad en sus vidas.)
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“Hay un peligroso enemigo rondando este país. Ustedes nada saben al respecto.
Nosotros sabemos mejor. Es por esto que nuestra protección es necesaria. Es un
enemigo astuto...”
“-Papá”, -dice un pequeñín, en voz baja para no ser oído por el gigante. “Qué es astuto?
Yo nunca oí esta palabra...”
“-Anda siempre escondido y cuando aparece es tan bonito que todos lo aman. Es muy
peligroso amar las cosas bonitas,” continuó el gigante. “Por eso estamos aquí, para que
ustedes aprendan a amar los cosas ciertas.”
Era una voz de bajo profundo, grave, gruesa, hablando en forma pausada, sin titubear,
haciendo que las palabras marcharan a la voz de quien tiene la certeza de saber todo:
“-No necesitamos del sol,” –dijo el gigante. “Tendremos luz eléctrica. La electricidad es
buena para comprar y vender. El sol, al contrario, es inútil. Es gratuito. No cuesta nada.
Las personas se deberán de ligar a cosas que serán útiles y prácticas, cosas que
pueden ser transformadas en riquezas. Trabajar mucho, día y noche para que haya
progreso y para que el Sueño no aparezca. Quien trabaja duro en cosas prácticas no
tiene tiempo para soñar...”
Acto seguido, los gigantes verdes y los dragones amarillos tomaron los instrumentos
que los músicos traían en sus manos y se los comieron ahí mismo, como si fueran
plátanos o papas fritas.
Y así sucedió.
Los sueños se pararon.
Pararon las canciones...
Sólo quedaba a la gente el trabajo para llenar el vacío del tiempo, para espantar la
tristeza, para olvidarse del miedo.
Ni siquiera conversaban sobre sus sueños de otros tiempos (ni aún cuando no había
gigantes o dragones cerca). Hablaban de otras cosas: cuadernos de economía,
negocios, carros nuevos, de casas que estaban construyendo, de cuentas que tenían
que pagar... E imaginaban que los cuadernos de economía de sus hijos serían mayores
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que los suyos y en los negocios ganarían más dinero y, que sus carros serían más
veloces, que sus casas más modernas. Y concluían: “Y serán mucho más felices que
nosotros...”
El sol nunca más nació. Pero en compensación –así decían los gigantes- había energía
eléctrica de sobre. Y todos podían tomar un baño de lámpara, ya que no había para los
baños de sol...
Sin que nadie supiese como explicar, descendió de las montañas un hombrecito con
una flauta en la mano. Cuando lo vieron, todos quedaron con mucho miedo, porque los
instrumentos de música habían sido prohibidos, mucho tiempo atrás. Aquel hombre
extraño: sin duda era aquel del Sueño que los gigantes verdes y los dragones amarillos
querían destruir. Y trataron de esconderse en sus casas para ver lo que sucedía.
El hombrecito, que parecía no temer nada, fue calmadamente hasta los gigantes verdes
que afilaban su espada sentado en una piedra.
El gigante dio un rugido de pavor con la espada levantada. Pero fue inútil. Como por
arte de magia se transformó en un árbol de mangos. El hombrecito siguió caminando
hasta encontrar a otro gigante. Puso se flauta en la boca y tocó otra melodía.
Después fue hacía un dragón dorado, que se trasformó en un ipê amarillo, cubierto de
flores.
Los habitantes dentro de sus casas, con ojos de sorpresa, veían lo que estaba
sucediendo. Y comenzaron a recordar las viejas canciones olvidadas, la risa al nacer
del sol y la armonía de los instrumentos... y extraños arpegios de nostalgias y de
emociones comenzaron a vibrar en sus cuerpos, salieron de sus casas en una gran
procesión, caminando y cantando y siguiendo la canción, no tenían flautas, pero sabían
silbar y cantar y, quien no sabía hacer ni una ni otra cosa, tomaron las tapas de las ollas
y con ellas hicieron un enorme ruido, barullo, la música más linda del mundo, parecían
los ejércitos de Josué en torno de Jericó; mientras los campos se cubrían de árboles
frutales y de ipês floridos.
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Y aprendieron que los gigantes y los dragones se derrotan con la Belleza y con los
Sueños...
Fue entonces que alguien se acordó del hombrecito. Se habían olvidado de él, mientras
marchaban en busca de gigantes y dragones.
Traducción de
Maricela Chávez A.
“O flautista mágico!
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EL MIEDO DE LA SEMILLITA
Rubem Alves
El mundo de los niños no es tan risueño como se cree. Existen miedos confusos,
difusos; las experiencias de las pérdidas; animales, cosas y personas que se van y no
regresan... lo oscuro de la noche: donde el mundo entero se ausentó. ¿Regresará?
A los mayores no les gusta hablar de esto e inventan historias de niños y niñas donde
muestran sólo sonrisas. Tal vez para convencerse a sí mismos de que su propia
infancia fue agradable...
Hay cuentos que se pueden escuchar en discos o simplemente leerlos a solas... Son
los cuentos de diversión. Pero otros deben ser contados por alguien.
Cuando se anda por la oscuridad del miedo, es siempre importante saber que hay algún
amigo cerca. Alguien cuenta la historia. No sólo... Ni el libro que se lee, ni el disco que
se escucha tienen el poder de espantar el miedo.
Con el símbolo de la semilla intenté crear imágenes en las cuales la vida y la muerte
Aparecen como amigas, pulsaciones de un grande misterio...
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Su madre era una palmera enorme, fuerte, de ramas largas que llegaban hasta el cielo,
con hojas verdes. A los pajaritos, a las cigarras y a los niños les gustaba mucho.
De repente ella vió una cosa que nunca había visto antes.
Pero en medio de tanto miedo ello oyó una voz suave y amiga:
-¡Semillita, semillita! No tengas miedo. Soy yo, tu madre...
Ella miró para afuera y vió aquel árbol enorme que sonreía para ella.
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-Nada de malo te va a pasar, semillita. El mundo aquí afuera es más sabroso que el
mundo de ahí adentro. Mira, te voy a presentar a tus amigos. Primero a tus padrinos...
Mamá árbol balanceó sus ramas, llamando. Y vino el viento, y pasaron las nubes y el
sol brilló...
Y la semillita miró para aquella tierra maravillosa, que se perdía de vista en las
montañas del horizonte, cubiertas de cosas verdes y coloridas, vivas y alegres, buenas
para comer, buenas para aspirar, buenas para ver...
Y ella amó a su madre, a su mirar manso, a su voz suave y al mundo lindo que ahora
se abría. Cómo es bueno saber que no se está solito. Cómo es bueno saber que
alguien nos protege. La semillita tenía una amiga. Alguien gustaba de ella.
-Semillita, dentro de poco tiempo el viento va a soplar más fuerte. Cuando esto suceda,
tu vas a partir lejos, en un largo viaje, volando, flotando, como su fueras un copo de
algodón. ¿Ves estos pelitos suaves, blancos y livianos que te envuelven? Son para eso:
para que tu seas liviana y puedas volar, en las costillas del viento.
-Es necesario partir, para seguir viviendo. Semillita que no parte acaba por morirse...
-¿Transformarse en árbol?, pero yo soy una semillita, muy pequeñita. Los árboles-
madres tienen que ser grandes...
-Si tu partes con el viento y tienes coraje para decir adiós, un día serás un árbol.
Dentro de cada semillita está un árbol adormecido. De la misma forma que dentro de
cada niñita está una madre.
La semilla tuvo miedo de nuevo. Ella no entendía aquello que su madre le dijera: “Tu
vas a dejar de ser semilla”. ¿Será que ella se iba a consumir, a desaparecer?
Estas cosas dan escalofríos. Ella se creía tan bonita, redonda, negrita, lisa. ¡Ah! Sería
bueno seguir siendo semilla siempre. Pero su madre adivinó lo que le pasaba en su
cabecita.
-Semillita que continúa siendo semillita para siempre, termina seca, apachurrada,
quemada. Finalmente muere. Termina como aquellos huesos de aceituna enlatada. La
gente los puede plantar. Pero no nace nada. La semillita se va consumiendo y de ella
surge un árbol...
El suelo era húmedo. La tierra era blanda y amiga. Y ella, madre tierra, comenzó a
cantar una canción de cuna.
Allá adentro, sin que ella percibiese cómo, (pues estaba durmiendo), una cosa nueva
comenzó a aparecer y a moverse.
Cosa nueva, diferente: un retoño verde. El retoño fue creciendo y cuanto más crecía,
más la semilla disminuía. La semillita prieta y redonda estaba consumiéndose para que
de ella naciese un árbol verde y grande. El retoño se movía dentro de la barriga de la
madre-tierra, para salir... Hasta que apareció, muy pequeñito, del lado de afuera. Y fue
entonces cuando la semillita despertó de su largo sueño...
Sólo que ella no era ya una semillita más.
Era un árbol-nene. Todo diferente, verde, con hojas muy pequeñitas. Pero que se
parecía ya a su madre. Y se acordó de lo que ella le había dicho:
Fue necesario que la semillita se consumiese para que el árbol que vivía dentro de ella
naciera.
Miró hacia abajo, vió la tierra; mirá hacia arriba, vió las nubes, el sol. Sintió que el viento
jugaba con sus hojas.
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LA NIÑA Y EL PÁJARO ENCANTADO
Rubem Alves
Esta es una historia sobre la separación: cuando dos personas tienen que decir adiós...
Pocos saben, mientras, qué es la nostalgia que hace encantadas a las personas. La
nostalgia hace crecer el deseo. Y cuando el deseo crece, se preparan los abrazos.
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Pero no es esto.
Ella llaman a las angustias por sus nombres y dicen el miedo en canciones.
Era una vez una niña que tenía un pájaro como su mejor amigo.
El era un pájaro diferente de todos los demás: estaba encantado.
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Los pájaros comunes, si la perta de la jaula queda abierta, se van para nunca más
volver. Pero el pájaro de la niña volaba libre y volvía cuando sentía nostalgias...
Sus plumas también eran diferentes. Cambiaban de color. Eran siempre pinceladas por
los colores de los lugares extraños y lejanos por donde volaba.
Cierta vez regresó totalmente blanco, su cola enorme con plumas suaves como el
algodón...
Y así él comenzaba a canta las canciones y las historias de aquel mundo que la niña
nunca vería.
Hasta que ella se dormía y soñaba que volaba en las alas del pájaro.
Otra vez volvió rojo como el fuego, con un penacho dorado en la cabeza.
“-Vengo de una tierra quemada por la sequía, tierra caliente y sin agua, donde los
grandes, los pequeños y los animales sufren la tristeza del sol que no se apaga. Mis
plumas quedaron como aquel sol y yo traigo las canciones tristes de aquellos que
gustarían oír el ruido de las cascadas y ver la belleza de los verdes campos...
y de nuevo comenzar las historias.
La niña amaba aquel pájaro y podía oírlo sin parar, día tras día. Y el pájaro amaba a la
niña y por eso siempre regresaba.
“-Yo también tendré nostalgias”, decía el pájaro” “yo también voy a llorar. Pero te voy a
contar un secreto: las plantas necesitan de agua, nosotros necesitamos del aire, los
peces necesitan de los ríos...
y mi encanto necesita de la nostalgia. Es aquella tristeza que, en la espera del regreso,
hace que mis plumas queden bonitas. Si yo no me fuera no habrá nostalgias. Dejaría de
ser un pájaro encantado. Y tu dejarías de amarme.”
Así, él partió. La niña, solita, lloraba de tristeza por la noche, imaginando que el pájaro
regresaría. Y fue una de esas noches que ella tuvo una idea malvada:
“-Si yo metiera en una jaula, él nunca más se iría. Será mío para siempre. Nunca más
tendré nostalgia. Y seré feliz...”
Con estos pensamientos compró una linda jaula, de plata, propia para un pájaro que se
ama mucho. Y se puso a la espera. Finalmente llegó él, maravilloso con sus nuevos
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colores, con historias diferentes para contar. Cansado por el viaje, se durmió. Fue
cuando la niña, con cuidado para que él no despertara, lo metió en la jaula. Y se durmió
feliz. Se despertó en la madrugada por un gemido del pájaro...
La niña no creyó. Pensó que él terminaría por acostumbrarse. Pero no fue esto lo que
sucedió. El tiempo iba pasando y el pajarito iba quedando diferente. Se le cayeron las
plumas y el penacho. Los rojos, los verdes y los azules de las plumas se transformaron
en un color cenizo y triste. Y llegó el silencio: dejó de cantar.
También la niña se entristeció. Aquel no era el pájaro que ella amaba. Y de noche ella
lloraba, pensando en aquello que le había hecho a su amigo...
“-Gracias, niña. Eso es, yo tengo que partir. Es necesario partir para que las nostalgias
lleguen y yo tenga voluntad de regresar. Lejos, en las nostalgias, muchas cosas buenas
comienzan a crecer dentro de la gente. Siempre que tu tengas nostalgias yo me haré
más bonito. Siempre que yo tenga nostalgias tu te volverás más bonita. Y te arreglarás
para esperarme...”
y partió. Voló y voló, para lugares distantes. La niña contaba los días y cada día que
pasaba las nostalgias crecían.
“-Qué bien”, ella pensaba. “Mi pájaro vuelve a quedar encantado de nuevo...”
y ella iba al guardarropa, escogía vestidos, se arreglaba el cabello y ponía una flor en la
jarra...
Sin que ella se diera cuenta, el mundo entero fue quedando encantado, como el pájaro.
Porque en algún lugar él debería estar volando. Y de algún lugar tendría que regresar.
Ah! Mundo maravilloso, que guardas en algún lugar secreto el pájaro encantado que se
ama...
Y fue así que ella, cada noche se iba a la cama, triste de nostalgias, pero feliz en el
pensamiento: “-Quien sabe él regresará mañana...”
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SOBRE TATIC Y LA BRUJA
Rubem Alves
Estamos viendo la represión y los resultado del proyecto neoliberal en todos los
ámbitos. Pero son los obreros y los indios quienes más vienen sufriendo los dolores de
ese proyecto de muerte. Militarización, masacres, destrucción del ejido, reforma del 27
constitucional, de una parte; por otra desempleo, bajos salarios, destrucción de la
planta productiva y ahora reforma de la LTF y del 123 constitucional, en medio de la
gran recesión económica son las políticas y los resultados del proyecto neoliberal que
actualmente aplica en México el gobierno del presidente Zedillo. Siempre, pero ahora
con todos sus poderes copota o reduce al silencio a las voces disidentes.
A ti TATIC, padre de los indios como Bartolomé de las Casas, te quieren callar y junto
con la CONAI, o someterlos a la dominación, para que justifiquen la guerra, la muerte y
las reformas, como lo hicieron ya con algunos organismos, Iglesias y personalidades.
Se subieron al tren neoliberal y ahora dicen que “no hay de otra”, “que es una
oportunidad histórica”, o reducirlos al silencio, como lo testifican siglos de ignominia y
actualmente las masacres de Acteal, Aguas Blancas, El Charco y centenas de
asesinatos individuales. O se someten o son callados. No soportan la diversidad. Son
los dioses que no admiten la alteridad.
“Erase una vez un príncipe que tenía una voz maravillosa que encantaba a todas las
criaturas que lo escuchaban. Su canto era tan bello que hasta sedujo a la bruja que
vivía en el bosque negro y que se enamoró de él. Pero como era diferente a todos los
demás que con el mero hecho de oír se sentían felices, ella decidió cantar también.
¡Qué lindo dueto haremos! Pensó. Y se puso a cantar de inmediato. Pero sucede que
las brujas no cantan muy afinado, que digamos. Bastaba con abrir la boca para que
salieran sonidos extraños que sonaban como el croar de sapos y ranas. Las burlas
fueron generalizadas. La bruja se llenó de envidia rabiosa y lanzó contra el príncipe el
más terrible de los hechizos: si no puedo cantar como tu cantas, haré que tu cantes
como yo canto. Y el príncipe se transformó en sapo. Avergonzado de su nueva
condición, huyó y se escondió en el fondo de la laguna, donde vivían los sapos y las
ranas. Se volvió igualito a los batracios, menos en una cosa. Siguió cantando tan bonito
como siempre había cantado. Pero esta vez a quien no le pareció el canto del nuevo
sapo fue a los sapos y a las ranas que sólo sabían croar. El canto nuevo sonaba a sus
oídos como una cosa del otro mundo que perturbaba la concordancia de su monotonía
sapal. Severos advirtieron: Quien vive con ranas y sapos tiene que croar como ranas y
sapos. El príncipe-sapo tuvo que callar su canto y no tuvo alternativas: tuvo que
aprender a croar como todos los otros lo hacían. Y tantas veces lo repitió que terminó
por olvidar los cantos de otro tiempo. No, no se olvidó del todo... porque cuando dormía
se acordaba y oía la música antigua prohibida que seguía sonando dentro de él. Pero al
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despertar, se le olvidaba. Aunque no del todo, quedaba una nostalgia indefinible.
Nostalgia que no sabía muy bien qué era. Nostalgia que le decía que estaba lejos, muy
lejos del hogar...”
Ha sido por la Palabra Verdadera, de los más pequeños, de los contadores de historias,
la palabra de los poetas donde la letra muerta se hizo viva, donde la conciencia
despertó nuestro misterio. Es nuestro misterio al que habla, quien habla y quien invoca.
Por mi voz hablan los pequeños, la historia, la verdad:
Algunos piensan que Tatic, la CONAI, los más pequeños son unos locos con sus
historias y sus sueños de autonomía. Hasta existe el dicho que de poetas y locos todos
tenemos un poco. Los sapos y las ranas al oír las canciones de ustedes dicen: ¡es un
poeta! ¡están locos! Y han tratado de curarlos para que se eduquen a la realidad, pues
para ellos ser normal es croar como sólo ellos croan. Pero jamás van silenciar las
canciones que han sido expresadas y que empiezan a crecer por todos lados, en
muchos pueblos. En medio de la ruidosa monotonía de la vida escucharemos estos
cantos, la Palabra Verdadera, la melodía que no existía, el habla de un extraño que vive
en nosotros y que nos visita en los sueños. Es posible que los sapos y las ranas vivan
más tranquilos. Para ellos todos los problemas están resueltos. Pero con la Palabra
Verdadera hemos experimentado una felicidad que sólo vive en la belleza. Esa belleza
que encontramos solamente en la melodía de los pequeños, en los sueños, olvidados y
reprimidos, de los obreros, en el profetismo de TATIC, en el fondo del alma de nuestros
pueblos.
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LA FÁBULA DEL ÁGUILA Y LA GALLINA
Leonardo Boff*
Para él y sus aliados, cuento una historia que viene de un pequeño país de África
occidental, Gana, narrada por un educador popular, James Aggrey, a principios de este
siglo cuando se daban los embates por la descolonización.
Era una vez un campesino que fue al bosque cercano a atrapar algún pájaro con el fin
de tenerlo cautivo en su casa. Consiguió atrapar un aguilucho. Lo colocó en el gallinero
junto a las gallinas. Creció como una gallina.
“De hecho”, dijo el hombre. “Es un águila. Pero yo la crié como gallina. Ya no es un
águila. Es una gallina como las otras.
“No, respondió el naturalista”. Ella es y será siempre un águila. Pues tiene el corazón de
un águila. Este corazón la hará un día volar a las alturas”.
Entonces, decidieron, hacer una prueba. El naturalista tomó al águila, la elevó muy alto
y, desafiándola, dijo: “Ya que de hecho eres un águila, ya que tú perteneces al cielo y
no a la tierra, entonces, abre tusa alas y vuela!”
El águila se quedó, fija sobre el brazo extendido del naturalista. Miraba distraídamente a
su alrededor. Vio a las gallinas allá abajo, comiendo granos. Y saltó junto a ellas.
*
Leonardo Boff es teólogo, profesor de ética en la Universidad Estatal de Río de Janeiro.
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El campesino comentó. “Yo lo dije, ella se transformo en una simple gallina”.
“No”, insistió de nuevo el naturalista, “Es un águila”. Y un águila, siempre será un águila.
Vamos a experimentar nuevamente mañana.
Pero cuando el águila vio allá abajo a las gallinas picoteando el suelo, saltó y fue a
parar junto a ellas.
El águila miró alrededor. Temblaba, como si experimentara su nueva vida, pero no voló.
Entonces, el naturalista la agarró firmemente en dirección al sol, de suerte que sus ojos
se pudiesen llenar de claridad y conseguir las dimensiones del vasto horizonte.
Fue cuando ella abrió sus potentes alas. Se erguió soberana sobre sí misma. Y
comenzó a volar a volar hacia lo alto y a volar cada vez más a las alturas. Voló. Y
nunca más volvió.
Por eso, hermanos y hermanas, abran las alas y vuelen. Vuelen como las águilas.
Jamás se contenten con los granos que les arrojen a los pies para picotearlos.
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LAGARTIJAS Y DINOSAURIOS
Rubem Alves
Muchos... hace muchos años, las lagartijas vivían en el bosque. Sus colores eran muy
variados: blancos, negros, rojos, amarillos.
Pero en una cosa eran iguales: todas eran pequeñas, eso era bueno.
Vivía también en el bosque el hada protectora de las lagartijas. Ella era quien les decía
lo que tenían que hacer cuando surgía algún problema. Y las lagartijas oían siempre
sus consejos, pues sabían que el hada tenía sabiduría que ellas no poseían.
-“Es necesario tener cuidado con la serpiente”, no se cansaba de decirles. “Pues las
lagartijas son la comida que más les gusta a las serpientes”.
Y con las palabras ella apuntaba a un árbol que crecía en medio del bosque con
apetitosos frutos rojos que colgaban de sus ramas.
-“Ahí es donde ella vive, en el hueco de aquel árbol. Y aquellos frutos tienen el poder
especial de engordar a las lagartijas que se los comen. De esta forma se transforman
en comida de serpiente...”
Las lagartijas amedrentadas. Se quedaban lo más lejos posible del árbol por miedo a la
terrible serpiente.
Bueno, no todas. Las lagartijas blancas, iguales en todo a las otras, tenía un cosa que
las demás no tenían: eran curiosas. Se morían de ganas de ver a la tal terrible serpiente
que según las palabras del hada, vivía en el hueco del árbol de los frutos rojos . y se
quedaban espiando de lejos para ver como era ella.
Hasta que vieron y se sorprendieron. Esperaban una cosa enorme, que asustara,
parecida a un dragón. Pero lo que salió del hueco del árbol fue una cosita pequeña de
apariencia delgada e inofensiva, casi una lombriz de color café.
Las lagartijas blancas se morían de risa y vieron luego que una viborita de esas no
tenía la boca para comérselas. El hada había exagerado las cosas. Y así decidieron
llegar más cerca de fin de conocerla mejor.
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-“Buenos días doña Cobra”, dijeron ellas respetuosamente.
-“Oh, no! Eso no!” respondieron. El hada del bosque nos advirtió sobre los hábitos
alimenticios de Ud. señora y nos contó que quien come de los frutos engorda y se hace
comida de víbora...”
-“¿Yo, devoradora de lagartijas? ¡Ni pensarlo! Soy vegetariana. Solo como frutos de mi
árbol. Ellos son mágicos. Quien se alimenta de ellos se hace bonito. ¿Quieren ver?, y
con estas palabras dio una mordida a un fruto que colgaba cercano. Empezó a cambiar.
La fea lombriz café se cubrió de colores hasta ponerse semejante a un pedazo de
arcoiris.
-“¿A ustedes no les gustaría ponerse así de bonitas? A todas las otras lagartijas al ver
sus colores morirían de envidia!”
-Pero eso no es todo, continúo ella, -“el fruto rojo tiene también el poder de hacer
grande aquello que es pequeño”.
Dio otra mordida y la lombriz fue creciendo, creciendo, hasta que su cuerpo se hizo del
tamaño del árbol.
-“Si ustedes fueran lagartijas grandes en medio de las lagartijas pequeñas, todas las
otras las mirarían a ustedes con respeto. Ustedes hablarían grueso y las otras las
obedecerían. Ustedes serán las reinas de las lagartijas, por su belleza y por su
tamaño.”
Las promesas de la cobra encantaron a las lagartijas. Era aquello mismo lo que siempre
habían deseado. Querían ser diferentes. Querían ser más bonitas. Querían ser
mayores. Por mucho tiempo habían estado convencidas de que eran, entre todas, las
más sabias. Era justo por tanto, que se transformasen en reinas. Y sin mayores
consideraciones, comieron del fruto rojo que la cobra les ofrecía.
Las transformaciones fueron inmediatas. Vieron los colores más lindos cubrir su iel
blanquizca y sin gracia.
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“Ah, como se llenaran de envidia las otras!”, pensaron.
Se armó un gran bullicio entre las lagartijas cuando las blancas regresaron
transformadas en lagartos multicolores. De la forma en que la cobra lo había previsto.
Las pequeñas se murieron de envidia y de miedo. Y a todo lo que los largaros decían
ellas solo sabían decir “Si”.
Claro que muchas cosas cambiaron. Un hueco del árbol ya no les servía como casa. Un
pedazo de hoja o una pequeña mosca ya no les bastaba como comida. “Son las
consecuencias inevitables de nuestra nueva y superior condición”, los lagartos
consideraron. “Quien es mejor tiene que comer más”
Y con estas palabras se pusieron a devorar, en una sola comida, lo que todas las otras
juntas no se habían comido en un año entero.
Pero no tenía importancia, el bosque era muy grande y generoso. Tendría que siempre
haber flores y frutos suficientes para todos, lagartijas pequeñas y lagartos grandes.
Pero ella no dijo toda la verdad. Los lagartos no sabían lo que les estaba destinado.
¿Qué fue lo que la cobra no les contó? No les contó que no habría contrahechizo para
la magia del fruto. Quien comía de el estaba condenado a crecer, crecer, crecer.
“Cuanto mayor, mejor...” repetían felices, al ver el espanto de las lagartijas, pequeños
ridículos animales que hasta les apellidaron de “subdesarrollodas”, en comparación a
su porte gigantesco. Todo parecía que se hacía más pequeño en la medida que
crecían. Hasta los pinos, antes enormes, a cuya sombra se abrigaban y de cuyas hojas
comían por meses enteros, ahora eran plantas minúsculas que engullían de un solo
bocado: eran simples aperitivos para las comidas reales, árboles enteros que
devoraban con troncos y copas.
Ahora estaban tan grandes que sus cabezas estaban mas altas que el bosque. Desde
su altura veían lo que nunca habían visto: las florestas que se perdían de vista. Y se
congratulaban diciendo: “No hay fin para la comida...” y soñaban en el día en que serían
tan grandes que alcanzarían las nubes. Quien sabe y llegaría el momento en que se
comerían la luna y las estrellas.
No, no eran ya más lagartos. Su inmenso tamaño exigía un nuevo nombre: Dinosaurios
–los mayores y más poderosos animales que vivieron sobre la tierra.
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Por dondequiera que iban, sus patas enormes iban aplastando todo, plantas y
animales, que huían despavoridos. Su voracidad iba dejando enormes vacíos en el
bosque y donde en otra hora había matorrales verdes ahora solo existía tierra árida,
enormes manchas de arena, desiertos.
Cuando eran lagartijas sus caquitas no tenían mucha importancia. Al contrario hasta
servían de abono a las plantas que se ponían más vigorosas. Las heces de los
dinosaurios, mientras tanto, eran verdaderas montañas. Muchas familias de lagartijas
distraídas murieron enterradas cuando un dinosaurio aventaba sobre ellas sus
excrementos. Ácidos y malolientes los resultados anales de su voracidad apestaban
todo, llenaban las fuetes, escurrían por los ríos, invadían las playas y los mares, donde
los peces flotaban... muertos.
Las montañas de las heces de los dinosaurios salían vapores de memoria siniestra y de
olor sofocante, haciendo al aire una nube imposible de respirar, gases venenosos que
mataban a las aves y a los animales que los respiraban.
Pero los dinosaurios no paraban. En la medida que sus cuerpos crecían, también
crecían sus estómagos. Crecían sus bocas. Crecía su hambre. Era inútil mirar para
atrás. Miraban para adelante y avanzaban hacía los bosques que les parecía sin fin.
Tardó, pero ese día llegó. En frente, a sus costados, por todos lados, solo había tierra
seca. Los bosque se habían acabado.
Su voracidad las había devorado. Y ahí quedaron los dinosaurios, con sus enormes
bocas abiertas, sin tener nada con que matar su hambre. Su enorme tamaño los había
condenado a la muerte.
Las lagartijas continuaban vivas. Sus cuerpos pequeños necesitaban de muy poquito
para sobrevivir. Muchas pequeñas plantas que los dinosaurios no siquiera veían, desde
su altura, seguían brotando. Y eso les era más que suficiente para su hambre de cada
día.
“Murieron no por haber sido demasiado débiles, sino por haber sido demasiado
fuertes”.
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En cuanto a la víbora dicen que se mudó, alguien que estaba cerca de ella la escuchó
hablar solita, mientras se arrastraba:
-“Si se acertó con las lagartijas, también con los hombres se acertará”.
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PRESENTE PARA LA MADRE DE UN ADOLESCENTE
Rubem Alves
Querida madre: si yo tuviera el poder de homenajearte por televisión haría cosas muy
simples: sólo tomaría alguna imagen silenciosa. Quizá la piedad de Miguel Angel, o la
Madre amamantando al Hijo de Picasso, o la tela de Vermeer Mujer leyendo una carta.
Únicamente tomaría la imagen con la palabra “maternidad”. Te sentirías más bonita, al
descubrirte bella en la fantasía de los artistas.
Pero nada de eso se ha hecho. Tu debes estar cansada de ver las ofensas que la
televisión te hace, que en sus anuncios te describe como una persona vulgar y hueca:
“Tenemos todo para hacer feliz a su mamá”, dice el anuncio idiota de una cadena de
tiendas. Imaginen una mujer cuya felicidad es igual a un electrodoméstico. Qué felicidad
tan barata la que se compra en una licuadora, un horno micro hondas, un secador de
cabello. Otro anuncio dice así: “No olvide el de mayo, porque la madre se lo cobra”.
Pensando en eso fue que me resolví dar a las madres de los adolescentes el mayuor
de todos los presentes posibles en un día como hoy. Yo sé cuanto sufren las madres y
los padres de los adolescentes. Frecuentemente ellos me buscan con una petición:
“¡por favor, ayúdenos a resolver el problema de mi hijo!”.
Ese es pues mi presente: quiero declarar, en base a la larga experiencia, que ustedes
no tienen ningún problema. Olvídenlo porque no existe. Es todo imaginación. ¡Duerman
bien!
¿Piensan que estoy jugando? Nunca me he puesto tan serio. ¿Qué es un problema?
Tejes. De repente la línea de cadena, se careda, se hace nudo. Ahí no puedes tejer con
un estambre hecho nudo. Problema, es eso: alguna cosa que perturba o impide el curso
de la acción. Pero no es sólo eso. Lo que caracteriza un problema es la posibilidad de
solución. Usted sabe lo que con astucia y paciencia pude hacer o no. Si no tiene
solución no es problema. Es de noche. Se prepara para tejer. Descubre que el perro
mordió y rompió una de las agujas. Ahora tiene sólo una aguja. No hay manera de tejer
con una sola aguja. Fue interrumpida su acción, pero no hay problema, por más que
piense no hay forma de tejer con una sola mano. Entonces deja el estambre a un lado y
se pone hacer otra cosa.
Así es la adolescencia: ella no es problema por la simple razón de que, por más que
usted piense, no hay solución.
Le voy entonces a decir a usted dos consejos definitivos para lidiar con su hijo o hija
adolescente.
Primero: no haga nada. No intente hacer nada, todo lo que usted hiciere siempre
estará equivocado. No se meta. No diga nada. No de consejos.
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Eso puede parecer totalmente irresponsable. El amor de los padres dice a estos lo que
deben intentar, en el límite de sus fuerzas, para ayudar a sus hijos. De acuerdo. Sólo
que hay situaciones en que, si usted intenta ayudar, va a entorpecer. Jay W. Forrester,
profesor de administración del Massachussets Institute of Technology, sacó una ley
para las organizaciones, que dice lo siguiente: “En situaciones complicadas, esfuerzos
para mejorar las cosas frecuentemente tienden a empeorarlas, algunas veces
empeorarlas mucho y en ciertas ocasiones las vuelven una calamidad”. Me imagino que
el profesor descubrió esa ley al lidiar con su hijo adolescente. Pues es exactamente eso
lo que pasa.
Muchos siglos atrás el Taoismo llegó a la misma conclusión. Está allá dicho en su libro
sagrado, el Tao Te Ching: “El tonto hace cosas sin parar, y todo queda por hacer. El
sabio nada hace para que todo lo que debe ser hecho se haga”. Para el Taoismo la
suprema expresión de la sabiduría es contenerse de la tentación de hacer.n o haga.
Sólo mire de lejos. La vida tiene su propia sabiduría. Quien intenta ayudar a una
mariposa a salir de su capullo la mata. Quien intenta ayudar al retoño a salir de la
semilla lo destruye. Hay ciertas cosas que tienen que darse desde adentro hacia fuera.
Segundo: quédese cercas, para juntar los pedazos. Los pedazos cuando no son fatales
pueden tener un efecto educativo. En verdad da nada vale ponerse ansiosa, quédese
despierta, ponerse agitada. Esos estados en nada van a alterar el rumbo de las cosas.
El adolescente, la adolescente es una entidad que escapó de su control.
La ilusión de que hay algo que puede hacer nos pone ansiosos por no saber lo que es
ese algo. En el momento en que usted percibe que nada se puede hacer, la tranquilidad
vuelve. Ahí usted queda libre para hacer sus cosas. No permita que la locura de su hijo
adolescente se vuelva contra usted. Vaya al cine. Váyase a pasear con su marido.
Muéstrele a los adolescentes que ellos no tienen el poder para destruir su vida. No
pierda inútilmente una noche de sueño. Recuerde que los adolescentes en sus fiestas,
ni siquiera se acuerdan de que usted existe. Duerma bien Feliz día de las madres.
Tradujo Jesús Ramírez F., MCCLP, México, Mayo, 1996. Correo Popular, Campinas,
Brasil.
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