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La posición decúbito supino (o postura obstétrica)

para dar a luz es una forma moderna, propiciada


por la asistencia médica del parto. Existen
referencias gráficas del inicio de su uso en obras
como el grabado de Abraham Bosse (1602-
1676), L’Accouchement (París, 1633), en la que
una mujer de clase alta aparece dando a luz en
una cama o camilla portátil, aunque con la espalda
bastante elevada.
La posición más extendida para
el alumbramiento era aquella en la que la mujer
se sentaba encima de los muslos del marido,
mientras este la sujetaba con firmeza de la cintura
y otra persona situada detrás lo hacía de los
brazos, al mismo tiempo que la partera atendía
a las evoluciones del parto desde el frente. Esta
manera de dar a luz está documentada desde
el siglo V a. C. en terracotas chipriotas que
representan grupos de parto en la disposición
descrita.
Quizás sea esta misma postura la empleada en
esta silla partera, pues la anchura y diseño de
este mueble no parecen ser los idóneos para
el uso directo de la parturienta. El uso de tres
patas parece responder más bien a dotarla de
una mayor estabilidad en un piso irregular.
La historia de bebé, editado por Altea en 1927, es
una especie de álbum impreso para apuntar los
datos del bebé
fecha de nacimiento, altura, peso,
primer diente, etc.) desde su nacimiento hasta el
primer cumpleaños, a modo de recordatorio.
Este tipo de publicaciones son un paso más en la
evolución de las manifestaciones gráficas familiares
de reconocimiento y formación de la unidad
familiar, que había comenzado a democratizarse
en el siglo XIX entre la clase burguesa con la
aparición de la fotografía y la formación de los
álbumes familiares, confeccionados por la madre
de la familia y que se exponían en un sitio público
de la casa para que pudieran ser vistos por los
visitantes.

La presentación del nuevo miembro de la familia en


sociedad solía vincularse al bautismo. No obstante,
en el siglo XX, con la secularización de la sociedad
y el retraso en la administración del sacramento,
se abre la puerta a otras manifestaciones públicas
de presentación de los recién nacidos. Entre las
clases adineradas la costumbre del uso de la tarjeta
o carte de visite en las relaciones sociales de
los adultos parece traspasarse a los niños, y, junto
con la participación del nacimiento del nuevo ser,
se adjunta su propia tarjeta y con ella se dota al
bebé de cierta entidad individualizada.La aparición
de tarjetas comerciales de felicitación por nacimiento,
un fenómeno moderno, es un indicativo de
la democratización del uso de este recurso para
hacer plausible el grato reconocimiento del nuevo
miembro por parte de su entorno más o menos
cercano.

Camisón de embarazo atribuido a la casa Mares


de Bilbao.
En la década de 1930 del siglo pasado aún no
se habían generalizado los partos hospitalarios,
y las mujeres daban a luz en sus propias casas,
ayudadas por médicos, comadronas o parteras,
en función de su lugar de residencia y posición
social. Entre las clases más altas, la preparación
para el parto en el hogar pasaba por prever
hasta el último detalle, como el número y las
características de las sábanas limpias que se
iban a emplear, las gasas, la cantidad de agua
caliente, y hasta la indumentaria adecuada para
dicho trance.
Velas de San Ramón Nonato, 2002. Lleida
Estampa y vela de la Virgen del Buen Parto,
2002.
Es una
tradición que se suele hacer aquí: ir a la Virgen,
dedicarle una oración específica y dar las nueve
vueltas rezando en cada una de ellas un padrenuestro,
un avemaría y un gloria. Con la estampa
también te dan una vela para encenderla en casa
cuando te marchas a la clínica.

Gargantilla de San Blas, ca.1970. Murcia


Una vez benditas, se colocaban
en el cuello de los niños para que no les duela la
garganta; a fin de asegurar su efectividad deben
mantenerse puestas desde ese momento hasta
el miércoles de ceniza. La figura de barro de San
Blas que acompaña a la gargantilla reproduce la
imagen de vestir original del santo, realizada por
Salcillo en 1755, que se venera actualmente en la
iglesia de Santa Eulalia de Murcia, precisamente
el templo en el que se bendicen las gargantillas

El traje de ceremonia por antonomasia de la


primera
infancia es el traje de bautismo o traje de
cristianar, que se componía –desde el siglo XVIII
y sobre todo durante el XIX– de un faldón y un
capillo a juego, aunque también podía completar
el conjunto un gorro.

Este traje de cristianar procedente del


pueblo
toledano de Torrico es un buen ejemplo del tipo
de prendas de bautizo que fueron habituales en
el mundo popular, sobre todo en ciertas zonas de
la España central, entre finales del siglo XIX y la
Guerra Civil.
Sobre la ropa interior, se ponía al niño un
elaborado cuello, que en este caso está realizado
en encaje de bolillos de lino y se adorna en las
esquinas con unos lacitos de cinta de seda. Se
le colocaban también unas medias mangas o
manguitos de función puramente ornamental.

Invitación de bautismo, 1926. Madrid


La
madre participará del acto y, como en el caso del
que nos informa esta invitación, el festejo posterior
se lleva a cabo en un lugar público fuera del
domicilio familiar. Esta forma de celebración se irá
generalizando con el discurrir del siglo en todas
las capas sociales.
LA REPRESENTACION Y LA MORTALIDAD

Las probabilidades
de sobrevivir eran notablemente más
reducidas antes de los cinco años. La mortalidad
en la infancia se encontraba además sometida a
fluctuaciones periódicas y a ciclos estacionales. A
finales del siglo fue cuando se inició un descenso
desigual en la geografía española2. Las tasas de
mortalidad en la infancia seguían siendo altas a
principios del siglo XX.
Fue sin
duda una de las más importantes manifestaciones
del cambio sociocultural que se perfiló en el

tránsito de uno a otro siglo, y que conllevó una


nueva percepción de la infancia focalizada en la
lucha contra la mortalidad infantil, el desarrollo
de la escolarización obligatoria y la regulación del
trabajo infantil.

Anónimo: María de la Caridad, nacida el 23 de octubre


de 1853 y muerta el 10 de mayo de 1854. Daguerrotipo
El retrato de difuntos pasó a formar parte de los
rituales funerarios, manifestaciones de culturas
y hábitos colectivos, al igual que de actitudes
y comportamientos en ámbitos más restringidos
como el de las relaciones “intrafamiliares”.
5 L’enfant et la vie familiale sous l’Ancien Régime, París, 1960.
Por todo ello los retratos post mortem infantiles
merecen atención.
El canon de los retratos post mortem infantiles es
diverso. Hay retratos que entroncan claramente
con prácticas y creencias de muy larga duración.
Ocurre así cuando se exhibe una simbología religiosa.
Otros tienen en común la ausencia manifiesta
de expresión religiosa. Cabe distinguir entre
ellos los construidos como negación metafórica
de la muerte, y los que dramatizan expresamente
el sentimiento paternal y maternal hacia los hijos
perdidos.

El velorio se acompañaba de coplas, incluso


bailes, que declaraban el propósito de consolar
a la madre, recordando que había entrado
un ángel más en el cielo.

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