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REINÍCIATE:
ES NAVIDAD
Navidad es un misterio y misterio de
fe: el misterio del amor de Dios que
sale fuera de sí y nos abre sus
entrañas, su Corazón en Jesús Niño.
Hace falta pedir la fe y dejarnos
tocar por el Corazón de la fe, que
hace latir la nuestra de nuevo, para
adentrarnos en este misterio admirable del AMOR que viene a iniciar
contigo una historia verdadera de amor y de salvación, Es Dios que en
Jesús viene a reiniciarte, a hacerte de nuevo.

Dentro de poco tiempo estaremos celebrando una fiesta que ciertamente


tiene un significado especial para todos nosotros: la Navidad. Aunque la
importancia del nacimiento del Niño Dios para los cristianos debe ser algo
patente, no pocas veces el mundo en que vivimos ha trivializado el
verdadero sentido y significado de la celebración de la Navidad. Por ello
cobra una especial importancia, aunque ya lo hayamos hecho en otras
ocasiones, meditar y profundizar en este acontecimiento de nuestra
historia: la venida del Señor Jesús. De esta forma podremos disponer y
preparar mejor nuestros corazones para introducirnos en el corazón de este
Misterio y acoger al Niño Dios. Acogerlo para dejarnos tocar por ÉL.

El Papa Francisco hizo una relación muy iluminadora entre la Encarnación


del Señor y los sacramentos que recibimos cuando decía: «Con su
Encarnación, con su venida entre nosotros Jesús nos ha tocado y, a través
de los sacramentos, también hoy nos toca; de este modo, transformando
nuestro corazón, nos ha permitido y nos sigue permitiendo reconocerlo y
confesarlo como Hijo de Dios».

La Sagrada Escritura nos ofrece luces muy orientadoras y nos interroga para
tener esta experiencia del nacimiento del Señor y mirarlo con ojos de fe:
«La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que
viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por
ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la
recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de
hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre». (Evangelio de
S.Jn)

¡Jesús de Nazaret, el Hijo de María, es el Señor! La Navidad recuerda esa


verdad fundamental de nuestra reconciliación. No es simplemente un hecho
que ha quedado en el pasado, sino también un acontecimiento al mismo
tiempo histórico y trascendental que, ocurrido hace poco más de dos mil
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años, se despliega con la fuerza de su gracia vivificante a través del tiempo.


Por ello, debemos recordar que «Jesucristo es el mismo ayer, hoy y
siempre».

De esta forma, Dios ha llegado a ser verdaderamente el Dios con nosotros,


el "Emmanuel" esperado por los siglos, Alguien de quien no nos separa
ninguna barrera: «en cuanto niño, se ha hecho tan cercano a nosotros, que
le decimos sin temor  tú, podemos tutearle en la inmediatez del acceso al
Corazón del Niño Dios».

¿QUÉ ES LA NAVIDAD?

Navidad es la locura de amor de DIOS por ti, que te busca en Jesús, hasta
encontrarte. Navidad es el despertar del hombre, porque Dios mismo se
hace hombre, es surgir entre los muertos porque el Autor de la vida nos
alumbra con el esplendor de su luz.

Navidad es el surgimiento de la Vida que destruye la muerte, del Sol de


Justicia que disipa las tinieblas del pecado y la mentira, del Niño que nos
enseña que es valioso ser hombre porque Él, Dios verdadero, se ha hecho
hombre verdadero, por amor a nosotros; que nos invita a hacernos niños
como Él para poder entrar al Reino de su amistad eterna.

Navidad es la celebración de la venida de Aquel que siendo rico se hace


pobre para enriquecernos con su pobreza, del Salvador esperado por todos
los tiempos, de la alegría del justo porque se acerca su recompensa, del
consuelo del pecador porque se acerca su perdón. Es el nacimiento de la fe,
de la esperanza y del amor, del Niño del Amor.

Navidad es la sublime manifestación de la omnipotencia del amor de Dios


hecho Niño que hace temblar con su alegría nuestras oscuridades más
profundas y resquebraja la dureza de nuestro corazón para que brote a
raudales el agua que nos da a beber con su vida.

Navidad es el nacimiento de la Luz que ilumina a todo hombre que viene a


este mundo, de la Santidad que nos llueve del cielo, de la Verdad que brota
fértil del suelo del amor, de la Paz para el corazón que hace al hombre de
buena voluntad unirse a sus hermanos humanos con el suave vínculo de la
caridad fraterna.

Navidad es el nacimiento del Buen Pastor que viene a buscar la oveja


perdida para cargarla sobre sus hombros y conducirla de nuevo al redil del
Padre, y gozar allí del pasto frondoso que brota en las colinas eternas.

Navidad es el nacimiento del Niño Jesús en el portal de Belén y también su


nacimiento en el humilde portal de nuestro corazón en el que espera un
corazón abierto y dispuesto en el que encontrar sitio.
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Podemos preguntarnos: Y entonces, ¿son todos los días Navidad? No todos


los días del calendario son Navidad, pero todos los días del corazón sí deben
serlo.

HACERNOS NIÑOS COMO EL NIÑO

En la Nochebuena las primeras palabras del ángel a los pastores de Belén,


fueron: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será
para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un
Salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal:
encontraréis un niño en pañales y acostado en un pesebre».

Dios se hace niño y a veces olvidamos lo que ello significa, pues un niño
humano no puede bastarse por sí mismo, necesita de sus padres para
sobrevivir. ¡Dios se hace verdaderamente un niño! ¡Es algo incomprensible!
¡El Todopoderoso se hace un frágil Niño al resguardo de María y de José!

En Navidad Jesús se hace hombre para que el hombre se haga partícipe de


la vida de Dios. Y con San Agustín es válido preguntarnos qué mayor motivo
de fiesta podríamos tener que tan grandiosa ocasión. «Celebremos, pues,
con alegría la venida de nuestra salvación y redención. Celebremos este día
de fiesta, en el cual el grande y eterno Día, engendrado por el que también
es grande y eterno Día, vino al día tan breve de esta nuestra vida
temporal».

La condición de Jesús Niño nos indica cómo responder a nuestra identidad


de hijos. Somos verdaderamente hijos en el Hijo. Por ello se pregunta
admirado San Agustín: «¿Qué mayor gracia pudo hacernos Dios?, Teniendo
un Hijo único lo hizo Hijo del hombre, para que el hijo del hombre se hiciera
hijo de Dios».

Desde aquí se han de entender sus palabras: «Yo os aseguro: si no


cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los
Cielos». Quien no ahonde cada vez más en el misterio de la Navidad no
podrá profundizar en uno de los misterios más importante de la vida
cristiana: la Encarnación. Y quien no lo asume en su existencia no podrá
acceder al Reino de Dios, el Reino de los niños de corazón.

Habitualmente son los adultos quienes más cosas enseñan de la vida a los
niños. Pero también es verdad que los niños enseñan grandes cosas a los
adultos. ¡Cuánto más te enseña Dios en la ternura de Belén! Lo paradójico
de este Niño es que nos enseña a caminar siempre por el Plan del Padre, a
trabajar siempre según el máximo de nuestra capacidad y al máximo de
nuestras posibilidades en nuestras circunstancias concretas, a pensar
rectamente, a amar con un corazón puro y a orientar nuestra voluntad hacia
el bien, es decir, nos enseña a ser personas auténticas, hombres y mujeres
de verdad, que viven en verdad, viviendo de veras con Cristo vivo.
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Por todo ello San León Magno explica que «Dios verdadero ha nacido en la
íntegra y perfecta naturaleza de verdadero hombre, totalmente divino en lo
suyo, totalmente humano en lo nuestro».

SEGUIR CON MARÍA AL NIÑO

En medio de una cultura y un mundo cada vez más secularizados, en el que


el ser humano que suele tener miedo ante lo que Dios le pueda manifestar,
María nos entrega en el misterio de la Navidad a su Hijo Jesús. Un Niño que
no atemoriza ni inspira desconfianza, sino que por el contrario despierta en
el corazón humano sus anhelos más hondos. El Niño Jesús en el pesebre nos
señala actitudes importantes en nuestra vida cristiana, las propias de los
niños: alegres, admirados ante la realidad y ante las personas, abiertos,
generosos, transparentes, tiernos, espontáneos, carentes de malicia,
confiados, bondadosos, limpios de corazón y sobre todo dóciles al Plan del
Dios. ¿Cuánto no habrá conservado y meditado la Madre su experiencia de
Niña ante las actitudes de Aquel que, siendo Dios verdadero, se hizo Niño
por amor en su seno?

TANTO AMÓ DIOS AL MUNDO QUE ENTREGÓ A SU HIJO


ÚNICO

El misterio de la Navidad encierra la máxima expresión del amor de Dios,


quien envía a su propio Hijo. Toda la frustración, terrible y desolada, de la
ruptura con el Dios Amor, la oscuridad que ensombreció el corazón humano,
se ve disipada por el destello luminoso y esperanzador de la encarnación
del Hijo de Dios que se hace hombre.

Las palabras de San Juan no pueden ser más claras cuando nos dice que
"en esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió
al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él" (Jn 4,
9). Es así que en Jesucristo, Dios sale al encuentro del hombre para
introducirlo en el dinamismo amoroso de la reconciliación haciéndonos por
la fe amigo de Dios.

EL VERBO SE HIZO CARNE

El misterio de la Navidad-
Encarnación también es una
oportunidad para reflexionar en
torno a nuestra misión de ser
discípulos y apóstoles de Jesucristo.
Cómo vivir en Cristiano la Navidad.

El primer elemento que podemos


descubrir es que María da a luz al
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Hijo de Dios porque antes permitió que Él se encarnase en Ella. De la misma


manera el primer paso para nuestro apostolado consiste en permitir que el
Señor Jesús se encarne en nuestros corazones. No podemos cansarnos de
repetir que el primer campo de apostolado soy yo mismo; la principal
manera de hacerlo es por el testimonio personal. El testimonio se define
como aquella conducta por la que hacemos presente a Dios en el mundo y
conlleva hechos y palabras, es decir, las buenas obras y la confesión de la
Persona de Cristo y su Evangelio, dando así razón de nuestra esperanza.
Testimonio y coherencia que supone unir fe-vida, que significa tener los
sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús y mostrar a los demás, con
nuestras obras, que Cristo vive; eta es la coherencia creyente. Así la
medida de nuestro apostolado no está en las cantidades ni en la
espectacularidad de los resultados, sino en la medida de nuestra propia
santidad de vida.

EL LENGUAJE DEL MISTERIO

No cabe duda que el misterio y el asombro envuelven con cierto velo


enigmático la noche de la Natividad. Sin embargo una mirada reverente nos
permite penetrar su transparencia y, desentrañando el lenguaje de los
gestos y los símbolos, recoger tesoros invalorables de manos de nuestra
Madre. De entre los muchos rasgos edificantes que podemos descubrir al
pie del pesebre vamos a señalar en esta ocasión sólo dos:

El relato del nacimiento nos presenta una escena sumamente sencilla.


María, después de dar a luz a su Hijo, "le envolvió en pañales y le
acostó en un pesebre" (Lc 2, 7). Los únicos movimientos de María que
recoge el relato son gestos hacia el mismo Señor Jesús, manifestando que
Ella, a la vez que muestra al Hijo a toda la humanidad, se encuentra volcada
en atención y servicio, en ternura y reverencia hacia Él. Con ello nos educa
a transmitir a Jesucristo a las demás personas con la mirada y el corazón
fijos en Él, volcados a su servicio, conmovidos profundamente por su
misteriosa y verdadera presencia.

Por otro lado, siguiendo el relato, San Lucas nos cuenta que: unos
humildes pastores que recibiendo el anuncio de un ejército de
ángeles, van presurosos a adorar al Salvador que ha nacido bajo el
abrigo de la noche. Al llegar al pesebre "encontraron a María y José,
y al niño acostado en el pesebre" (Lc 2, 17) y les contaron lo que
habían visto y oído. El relato deja entrever que María acoge esto
maravillada, su corazón fascinado y conmovido guarda todo esto y lo medita
interiormente. ¡Qué ejemplo nos da la Madre! No son pocas las veces en
que nosotros, metidos en la rutina y cegados por el activismo perdemos
nuestra capacidad de asombro con la gozada de haber encontrado a Dios en
nuestra vida y la gozada de contar a los demás cómo ha cambiado nuestra
vida al encontrarnos con Jesús. Muchas veces nos puede la mediocridad, el
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riesgo del ir tirando, no hay peligro de que me mate por Jesucristo. Es ese
cristianismo” a la carta” en que se instalan muchos. Perder la capacidad de
asombrarnos ante lo que puede Dios en nosotros significa perder también
una fuente inagotable de profunda alegría.

DIOS HECHO NIÑO

Las primeras palabras del ángel a los pastores de Belén, fueron "No
temáis, pues os anuncio una gran alegría..." (Lc 2, 10) y más
adelante dirá "y esto os servirá de señal: encontraréis un niño en
pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2, 12). En medio de una cultura
y un mundo secularizados, en el que Dios es un enemigo o un rival, ante un
hombre que suele tener miedo ante lo que Dios le pueda pedir, María nos
entrega a un Jesucristo hecho niño. Un niño que no atemoriza ni inspira
desconfianza, sino que por el contrario despierta en el corazón humano
sentimientos de ternura y acogida Y es que Jesús en un pesebre nos señala
una actitud importante como evangelizadores, la de ser como niños:
abiertos, generosos, transparentes, espontáneos, carentes de malicia o
segundas intenciones, confiados, puros y sobre todo dóciles a la voluntad
del Padre., Como los pastores que estaban en vela, también buscando a
Dios, pedir al Espíritu Santo introducirnos en el Corazón de Cristo en Belén,
pedir tener su Corazón, abrazar a Dios que se hace Niño y dejarnos tocar,
dejarnos hacer de nuevo, dejar reiniciarte por la ternura del amor de Dios
descubierta en su Corazón que late en la gruta de Belén.

CITAS PARA MEDITAR. Guía para la Oración

 Actitudes ante el misterio de la Anunciación-Encarnación y su


despliegue en la Navidad:
 Santa María (Mt 2,11; Lc 1,26-38; 39-45; 46-56; 2,5-7.16-19),
 San José (Mt 1,18-25; 2,13-23),
 los pastores (Lc 2,8-20),
 los magos de oriente (Mt 2,1-12),
 los ángeles (Lc 2,8-14).
 Actitudes erradas ante el misterio de la Navidad:
 Herodes (Mt 2,1-18).
 Aquellos que le niegan posada (Lc 2,6-7).
 Jesús es el Emmanuel, el «Dios con nosotros»: Is 7,14.
 Hacernos niños como el Niño para entrar al Reino de los cielos: Mt
18,3. El Niño Jesús es la luz verdadera que ilumina a todo hombre y le
muestra su identidad de hijo de Dios: Jn 1,9-12.
 La gracia del nacimiento del Niño Jesús se despliega en la historia:
Heb 13,8.
 La Navidad-Encarnación es un misterio de amor: Jn 4, 9.
 Santa María se vuelca en atención a su Hijo: Lc 2, 7.
 Ante el misterio, María atesora y medita en el corazón: Lc 2, 15-20.
 El Hijo de Dios se hace niño: Lc 2, 10-12.
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PREGUNTAS PARA EL DIÁLOGO

 En medio de la actividad y el bullicio que caracterizan esta época del


año se hace imprescindible hacer un alto en el camino para entrar en
nosotros mismos y alentados por la actitud reverente de Santa María,
hacer una reflexión sobre nuestra preparación y vivencia del misterio
de la Navidad-Encarnación. Este breve esquema quiere ser una ayuda
para tu propio examen personal y para el encuentro con el Señor.
1. La Navidad es un tiempo de celebración, pero ¿Podrías explicar
qué celebras tú? Resúmelo en una frase.
2. ¿Cómo ves la profundidad del misterio que encierra la
Navidad? Haz una lista de las consecuencias de este misterio
de nuestra fe.
3. ¿Qué medios concretos has venido poniendo para reiniciarte a
vivir la Navidad desde la fe y consecuente? ¿Cómo te puedes
preparar mejor para celebrar la Navidad-Encarnación? Haz una
lista de medios concretos.
4. ¿Cómo es que estás preparado para acoger el misterio de la
Navidad? ¿Tu corazón está bien dispuesto para recibir al Señor
Jesús en él? Enumera los principales acentos a trabajar para
tener una mejor preparación para acogerle.
5. ¿Cómo está tu camino de conversión, de configuración con el
Señor Jesús? ¿Vives en tensión de lucha, cada día, por encarnar
cada vez más a Cristo? ¿Estás instalado y satisfecho con lo que
tienes?
6. En el apostolado transmitimos al Señor Jesús a nuestros
hermanos. ¿Cómo vives el ser apóstol- testigo de Cristo?
7. Nunca nos cansamos de decir que nadie da lo que no tiene.
Enumera las cosas que tú llevas dentro y que puedes ofrecer a
quienes evangelizas.
8. La Navidad es también una ocasión de alegría profunda y de
esperanza. Comenta las cosas que te alejan de la alegría,
cargándote de pesimismo y desesperanza y proponte medios
concretos para superar estas dificultades.
9. Santa María se maravilla de todo lo que descubre la Noche
Buena Se asombra y alegra ante el milagro de traer al mundo
al Reconciliador. ¿Cómo vives tú esa alegría y ese asombro?
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LA VOCACIÓN DE MARÍA EN
EL SILENCIO, DONDE HABLA
EL AMOR.
Quien haya pasado una noche a campo
abierto sabe de la notable diferencia que
existe entre caminar a la luz de la luna y
caminar sin ella. Su reflejo nos ayuda a
delinear los contornos de la realidad que se
abre a nuestro paso. Pero sabemos
también que esta luz no le es propia, sino que es reflejo de la luz del sol.

La luna ha sido siempre un símbolo mariano, pues radiografía la presencia


de nuestra Madre y la función que realiza en nuestra vida cristiana. Todo el
brillo que percibimos en Ella le viene del resplandor radiante del Sol de
Justicia que es su Hijo. María es el reflejo sereno y apacible que depende
toda Ella, de Jesucristo. No podemos olvidar, sin embargo, que María posee
también consistencia propia. Reflejar el resplandor de su Hijo no la alienta,
no le arrebata su propia identidad. Por el contrario, justamente por ser Ella
misma, por permanecer arraigada en su mismidad, es que conquista la
densidad y la solidez necesarias para acoger y reflejar la presencia del Hijo.
Si la luna no estuviese ahí, con unos rasgos y una forma determinada,
tampoco podría reflejar nada, los rayos del sol se perderían inevitablemente
en el espacio infinito.

Con las limitaciones de una comparación, la referencia a la luna nos ayuda a


comprender la presencia silenciosa de la Madre. El silencio de María, como
sabemos, no es pasivo ni ausente; es, por el contrario, dinámico, e implica
plenitud de presencia. Ella guarda silencio pero no para quedarse callada,
sino para que en Ella pueda resonar clara y potente la Palabra Eterna
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pronunciada por el Padre. De esta manera descubrimos en el silencio de la


Madre dos dimensiones fundamentales por un lado la acogida o
receptividad, y por otro la expresividad participativa.

Es abundante la riqueza que encontramos en la Escritura para aprender del


estilo de María. Profundizar en cada pasaje sería imposible, por eso
solamente vamos a mencionar algunos de ellos y nos detendremos de
manera especial en uno: la Anunciación-Encarnación, por ser un
acontecimiento crucial para María y desde el que se puede interpretar toda
su existencia.

"ALÉGRATE, LLENA DE GRACIA" (LC 1, 26-38)

En primer lugar, contemplamos la actitud de escucha de María en el


momento del Anuncio. Esto es lo que le permite acoger la Buena Nueva
traída por el ángel. Si su vida hubiese estado llena de ruido, hundida en el
activismo o inconsciente de sí misma, quién sabe si hubiese desatendido la
voz de Dios. Sabemos que muchas veces Él manifiesta su Plan no en el
estrépito del temblor, en el fuego o en el huracán, sino en "el susurro de
una brisa suave" (1Re 19, 11-12).

Por otro lado, María trata de comprender y acoger lo que en un primer


momento la sorprende. Ella se turba ante el saludo del ángel
pero se mantiene a la escucha mientras "discurría qué
significaría aquel saludo" (Lc 1, 29). La joven Virgen queda
sorprendida. Y tal vez sea porque recuerda familiarizada con las
Escrituras las profecías mesiánicas y la promesa de un Salvador que
vendría por medio de una mujer. Interiormente va tomándole el peso
a las palabras del mensajero. María no sólo escucha, sino que
también discurre, va pensando en su corazón el sentido profundo del
mensaje. Su silencio de acogida la lleva a sondear en su memoria,
entra en sí misma y sopesa los alcances de lo que se le anuncia.
Cuántas veces nosotros oímos sin escuchar, o escuchamos sin
comprender.

El ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia


delante de Dios. Concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, al
que pondrás por nombre Jesús. "

No temas”. Aquí radica la clave de la vocación. El hombre, de hecho, teme.


Teme no solamente a ser llamado al sacerdocio o a la vida consagrada, sino
también ser llamado a la vida, a sus obligaciones, a una profesión, al
matrimonio. Este temor muestra un sentido de responsabilidad inmadura.
Hay que superar el temor haciendo un acto de confianza, poniéndonos en
sus manos y dejando que Cristo sea el timonel que conduzca mi vida, con Él
no hay nada que temer. Cuando hay amor verdadero no hay lugar al temor,
uno se lanza y responde: sí, sí. No temas, no temas, pues has hallado la
gracia, no temas a la vida, no temas tu maternidad, no temas tu
matrimonio, no temas tu sacerdocio, tu consagración total a Él, pues has
hallado la gracia. Esta certeza, esta conciencia nos ayuda de igual forma
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que ayudó a María. En efecto, "la tierra y el paraíso esperan tu sí, oh Virgen
Purísima". Son palabras de San Bernardo, famosas y hermosísimas palabras.
Espera tu sí, María. Espera tu sí,

"Ésta es la respuesta de María, la respuesta de una madre, la respuesta de


un joven: un sí para toda la vida" (12), que nos compromete gozosamente.

La respuesta de María - fiat- es aún más definitiva que un simple sí. Es la


entrega total de la voluntad a lo que el Señor quería de Ella en aquel
momento y a lo largo de toda su vida. Este fiat tendrá su culminación en el
Calvario cuando, junto a la Cruz, se ofrezca juntamente con su Hijo.

El sí que nos pide el Señor, a cada uno en su propio camino, se prolonga a lo


largo de toda la vida, en acontecimientos pequeños unas veces, mayores
otras, en las sucesivas llamadas, de las cuales unas son preparación para
las siguientes. El sí a Jesús nos lleva a no pensar demasiado en nosotros
mismos y a estar atentos, con el corazón vigilante, hacia donde viene la voz
del Señor que nos señala el camino que Él traza a los suyos. En esta
correspondencia de amor se van entrelazando, en perfecta armonía, la
propia libertad y la voluntad de Dios.

Pero el pasaje no se agota. Cuando ya no comprende más y reconoce la


fragilidad de su entendimiento, María pregunta. No replica, pues su
interrogante sigue sintonizada en la dinámica de la acogida en el silencio;
sólo está pidiendo más luz para entender. La pregunta "¿Cómo será esto,
puesto que no conozco varón?" (Lc 1, 34). No rechaza el anuncio. Al
contrario, pide luces, para realizar la misión, ya que no ve cómo ser Madre
habiendo hecho entrega de su virginidad al Señor. Es éste un misterio
inabarcable, realizable sólo por Dios. Es Dios el que nos hace capaces, el
que nos da la fuerza, Dios no pide nunca imposibles. Cuando llama, da junto
a la llamada, la fuerza para llevar a cabo la misión.

EL HÁGASE DE MARÍA

Finalmente, la respuesta de María no se hace esperar: "He aquí la Sierva


del Senor" (Lc 1, 38), dice la joven Virgen, que a pesar de su corta edad
hace una afirmación de su propia identidad en permanencia.. Ella misma se
define como la Sierva del Señor, Aquella que sirve y en quien la dinámica de
la entrega y del don de sí forma parte de sus rasgos distintivos.

"Hágase en mí según tu Palabra" (Lc 1, 38). El hágase nos muestra a


María plenamente entregada al plan del Padre. Se trata de su entera
disponibilidad. Sin entender todo, ni preguntar demasiado, confiando desde
su pobreza en el amor del Padre, dijo hágase al plan de Dios sobre ella y a
todo el designio de salvación para el mundo. La grandeza de María está en
su hágase, en acoger el proyecto de Dios. En esta palabra es donde mejor
se transparenta el modelo de vocación de todo creyente: el que se abre
para decir sí a Dios. El hágase de la Virgen, más que de una virtud, nos
habla de la santidad plena. María porque creyó se entregó y caminó
incesantemente tras el rostro del Señor.
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A partir de este momento, por haber acogido la Palabra Eterna en su seno,


puede llevarla a otras personas de manera singular y privilegiada: a su
prima Isabel (Lc 1, 39ss), a los pastores (Lc 2, 16ss), a los Reyes Magos (Mt
2, 10), al anciano Simeón y a la profetisa Ana (Lc 2, 33ss), entre otros.

Incluso en el impresionanter pasaje de la Cruz


(Jn 19, 25ss), en el que María no pronuncia
palabra, su sola presencia disponible y a la vista
del Hijo, su estar de pie a la escucha del
testamento del Señor Jesús, manifiesta su total
aceptación del Plan de Dios.

Su actitud de acogida y su expresividad en el


silencio nuevamente nos interpelan. Con qué
facilidad nos cerramos egoístamente en los
momentos difíciles o en el dolor, nos quejamos
con amargura o nos auto compadecemos sin
darnos cuenta de que el Señor, desde la Cruz,
también nos habla. Por tener el rostro hacia el
suelo dejamos de vigilar atentos los labios del
Buen Pastor que pronuncia nuestro nombre
desde el madero. Bastaría con estar ahí, al pie
de la Cruz, disponibles, escuchando.

La vocación de María es el ejemplo perfecto de


toda vocación. Es entender, como María,
nuestra vida y los acontecimientos que la rodean
a la luz de la propia llamada que Dios nos hace.

La vocación no es tanto la elección que nosotros hacemos, como aquella


que Dios ha hecho de nosotros a través de mil circunstancias que es
necesario saber interpretar con fe y con un corazón limpio

. No me habéis elegido vosotros a Mí, sino que Yo os elegí a


vosotros. "Toda vocación, toda existencia, es por sí misma una gracia que
encierra en sí otras muchas. Una gracia, esto es, un don, algo que se nos
da, que se nos regala sin derecho alguno de nuestra parte, sin mérito propio
que lo motive o -menos aún- justifique. No es preciso que la vocación, el
llamamiento a cumplir el designio de Dios, la misión asignada, sea grande o
brillante: basta que Dios haya querido, Él se fía de nosotros, aunque
nosotros tantas veces no acabamos de creérnoslo. Es esto ya, en sí mismo,
tan grandioso, que toda una vida dedicada al agradecimiento no bastaría
para corresponder".

VIVIR EL SILENCIO

Dejarnos contagiar del estilo de María implica seguirla dócilmente por el


camino del silencio en esta doble dimensión. El silencio debe iluminar
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nuestro esfuerzo por acoger la gracia para alcanzar la santidad y todo


nuestro horizonte apostólico.

No olvidemos las palabras del Senor: "Mira que estoy a la puerta y


llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa
y cenaré con él y él conmigo" (Ap 3, 20). El Señor es claro, la condición
primera es escuchar su voz. Si no lo escuchamos no podremos abrirle la
puerta de nuestro corazón y ese encuentro definitivo con el dulce Señor de
Nazaret simplemente no sucederá. No perdamos de vista a la Madre y
dejemos que Ella nos eduque en el camino de su silencio, para así alcanzar
la conformarnos con el Corazón de Jesús su Hijo.

CITAS PARA MEDITAR

Guía para la Oración

 María medita la palabra: Lc 2, 19.51.


 María acoge y comunica la Palabra: Lc 1, 39-45; Lc 1, 46-55; Lc 8, 19-
21; Lc 11, 27-28.
 Silencio en la
alegría: Lc 2,
15-20.
 Silencio en el
dolor: Lc 2, 35;
Lc 2, 51; Jn 19,
25-27.

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