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Sociología Interpretativa| SUA 2020-2

George Herbert Mead.

Síntesis de los capítulos 2 y 3 del texto “Espíritu, Persona y Sociedad” de George H. Mead.

Las propuesta de Mead estuvo fuertemente influida por el conductismo, el pragmatismo y la


dialéctica.

El conductismo analiza la conducta externa de los seres vivos como respuesta a los estímulos
del entorno, rechazando la influencia de la vida interior. Mead postuló un conductismo
psicológico, o “estudio de la experiencia del individuo desde el punto de vista de su conducta”, y
se autodefinió como conductista social, pues pensaba que sí era posible estudiar las
experiencias internas desde el punto de vista conductista, aunque descartando también la
introspección. Se propuso estudiar la mente partiendo de la conducta, y para ello se centró en el
acto y en el acto social, ya que los actos son conductas que pueden definirse con las nociones
conductistas de estímulo-respuesta (estímulos externos causan que las personas respondan con
un acto), pero sin ignorar la experiencia interior del individuo, porque, en su opinión, la
experiencia interior forma parte del acto. Por tanto, Mead definió la mente en términos
funcionales y no idealistas, es decir, en términos de lo que hace y el papel que desempeña en el
acto (como parte de un proceso objetivo) y no como un fenómeno subjetivo trascendente.

El pragmatismo defiende el estudio del mundo real y la superioridad de los datos científicos
sobre los dogmas filosóficos, rechaza la existencia de verdades absolutas y da preferencia a la
acción y a la orientación práctica frente a la reflexión especulativa; además, las decisiones de las
personas son juzgadas por la utilidad resultante de sus acciones, y la verdad de un
conocimiento por la eficiencia de su aplicación práctica. Por tanto, para los pragmatistas verdad
y realidad no existen “fuera” del mundo real, y la gente recuerda el pasado y basa su
conocimiento del mundo en lo que se le ha revelado útil. Mead era un pragmático, y defendió
que la ciencia constituye el medio óptimo para analizar y solucionar los problemas sociales,
haciendo énfasis en la sociedad y el modo en que crea y controla los procesos mentales
individuales, concibiendo a los individuos como controlados por el conjunto de la comunidad.

De acuerdo con la lectura, y esbozando los postulados de Mead, podemos considerar que el
gesto es el mecanismo básico del acto social en particular y del proceso social en general,
definiéndolo como los movimientos de un sujeto que actúan como estímulos específicos de

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respuestas socialmente apropiadas en un interlocutor, que a su vez, actúan como estímulos del
primero, configurando auténticas “conversaciones de gestos”. A partir de esto, debe tenerse
claro que existen gestos “no significantes” (inconscientes) y gestos “significantes” (conscientes).
Mientras los animales sólo realizan conversaciones de gestos sin proceso mental alguno, donde
las acciones del actor provocan automática e irreflexivamente la reacción de su interlocutor, los
seres humanos pueden participar tanto en conversaciones de gestos “instintivas” (boxeo,
esgrima, situaciones de estrès), como en conversaciones de gestos conscientes que requieren la
reflexión del actor para que se produzca la acción.

Para Mead, el gesto vocal es particularmente importante, pues quizás el lenguaje haya sido el
factor más influyente en el desarrollo distintivo de la vida humana. Además, mientras que no
vemos nuestros gestos físicos (salvo frente a un espejo), los gestos vocales son oídos tanto por
los demás como por nosotros mismos, por lo que son más susceptibles de control. Puesto que el
gesto vocal cumple la importante función de medio para la organización de la sociedad humana,
su capacidad de control se revela fundamental.

Los símbolos significantes son gestos que evocan el mismo significado tanto en el emisor como
en el receptor, de modo que el emisor aguarda el mismo tipo de respuesta de su interlocutor.
Así, aunque los gestos físicos pueden serlo bajo ciertas circunstancias, los símbolos significantes
más estandarizados y difundidos son los gestos vocales, especialmente el conjunto de gestos
vocales que constituye el lenguaje porque implica la transmisión tanto de gestos como de sus
significados.

Entre las características de los símbolos significantes está que son exclusivamente humanos,
que sólo logramos la comunicación cuando los empleamos, y que los vocales estimulan tanto al
receptor como al propio emisor, que también se escucha a sí mismo. Además, dado que la
función del gesto es posibilitar la adaptación entre los individuos involucrados en un acto social,
el símbolo significante (por ejemplo, una expresión verbal de disgusto) permite una mejor
comunicación que el no significante (gesto de disgusto), ya que permite tanto una respuesta
más idónea de los interlocutores, como la elaboración de una contrarréplica por el emisor.

Mead definió el pensamiento humano como “una conversación implícita o interna del individuo
consigo mismo”, de lo que concluyó que “pensar es lo mismo que hablar con otras personas”;
por ello no dudó en afirmar que el pensamiento sólo es posible a través de los símbolos
significantes, especialmente el lenguaje. Así mismo, afirmó que los símbolos significantes hacen

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posible la interacción simbólica, dado que aunque se puede interactuar con gestos, los símbolos
significantes hacen posible el desarrollo de pautas y formas de interacción mucho más
complejas.

Mead solía pensar en términos de procesos más que de estructuras o contenidos, por su análisis
de los procesos mentales emplea una serie de conceptos similares que conviene distinguir.

Mead define la inteligencia como la adaptación mutua de los actos de los organismos. Con base
en ello, tanto los hombres como los animales poseen inteligencia; sin embargo, mientras los
animales se adaptan unos a otros mediante simples conversaciones de gestos (inteligencia
“irracional”), los hombres se adaptan entre sí empleando símbolos significantes y la razón,
entendida como el mantenimiento de conversaciones consigo mismos (inteligencia “reflexiva”).
Precisamente, la cualidad más importante de la inteligencia reflexiva es que permite a los
humanos inhibir temporalmente la acción, es decir, demorar sus reacciones ante los estímulos,
algo de lo que carecen los animales que sólo cuentan con la respuesta inmediata. Los hombres,
gracias a su capacidad para retrasar sus reacciones, son capaces de organizar en sus mentes un
abanico de posibles respuestas; pueden elegir mentalmente, mediante una conversación interna
consigo mismos (razonando), varios cursos de acción (los animales se basan exclusivamente en
la prueba de ensayo y error); y son capaces de elegir uno entre un conjunto de estímulos en
lugar de reaccionar al primero de los estímulos más fuertes. Así, la capacidad de elegir entre
una serie de acciones hace probable que las elecciones de los humanos se adapten mejor a las
situaciones y al medio; como afirma Mead, “la inteligencia es, primordialmente, una cuestión de
selectividad”.

Para Mead, la conciencia tiene dos significados: aquello a lo que sólo el actor tiene acceso, que
es totalmente subjetivo (modo de experimentar un dolor o un placer); y la inteligencia reflexiva,
explicada como un proceso social. Para Mead, “La conciencia es funcional, no sustantiva”, por lo
cual “debe ser ubicada en el mundo objetivo, antes que en el cerebro; pertenece al medio en
que nos encontramos, o es característica de él”; por tanto, en el cerebro sólo se realiza “el
proceso fisiológico por el cual perdemos y recuperamos la conciencia”.

Respecto a las imágenes mentales, Mead las define como imágenes que no residen en el
cerebro, sino que son fenómenos sociales y “pertenecen al medio”. Respecto al significado de
un gesto, lo define como “la capacidad de predecir la conducta probable”, negando que sea un
fenómeno psíquico o una “idea”, sino algo que reside en el acto social antes de la aparición de

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la conciencia del actor, haciéndose consciente para él sólo cuando se asocia a símbolos. Es
decir, que si el gesto de un actor sirve para indicar a un interlocutor su conducta subsiguiente,
entonces adquiere significado para éste, lo que permite que un actor se conduzca de un modo
significativo (para los demás) incluso sin ser consciente del significado de su conducta.

Mead expone la mente (mind o espíritu) en términos funcionales más que sustantivos,
señalando que es un proceso y no una cosa, que es un fenómeno social que surge y se
desarrolla dentro del proceso social -o sea que no está ubicada en el cerebro- y que se puede
definir como una conversación interna con nosotros mismos, implicada en los procesos
orientados hacia la resolución de problemas. Sin embargo, se distingue de la conciencia en que
no sólo provoca una mera reacción de otro actor, sino que supone la capacidad para provocar la
reacción de la comunidad como un todo y de poner en marcha una respuesta organizada.

En este sentido, Mead define el self como la capacidad de considerarse a uno mismo como
objeto, es decir, de poder ser tanto sujeto como objeto; en términos conductistas, es una
“conducta en que los individuos se convierten en objetos para sí mismos” al punto que se
escuchan, hablan y replican como si se tratase de otra persona. Ni los animales ni los niños al
nacer tienen self, pues supone un proceso social que surge y se desarrolla mediante la actividad
social que una vez desarrollado sigue existiendo aún en ausencia de contacto social.

El self está dialécticamente relacionado con la mente, siendo imposible separarlos porque el self
es un proceso mental; sin embargo, Mead rechaza que ello implique que esté ubicado en la
conciencia o en el cerebro, sino que en tanto proceso social, está ubicado en la experiencia
social y en los procesos sociales.

El mecanismo general para el desarrollo del self es la reflexión, definida como la capacidad de
ponernos inconscientemente en el lugar de otros y de actuar como lo harían ellos -y por tanto-,
de examinarnos a nosotros mismos como lo harían otros. En una conversación nos permite
“escuchar” nuestras palabras, permitiéndonos controlarlas y anticiparnos a la opinión de los
demás. Así pues, la condición del self es la capacidad de los individuos de posicionarse “fuera de
sí” para evaluarse a sí mismos como lo harían los demás: las personas no se experimentan
directamente a sí mismas, sino que, paradójicamente, “sólo asumiendo el papel de otros somos
capaces de volver a nosotros mismos”.

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Mead señala que la génesis del self se encuentra en dos etapas del desarrollo infantil; la primera
es la Etapa del juego. Si bien los animales también juegan, sólo los seres humanos “juegan a
ser otro”, aprendiendo a convertirse tanto en sujeto como en objeto.

Durante esta etapa el niño aprende a adoptar la actitud de otros, como un indio o un vaquero,
pues “posee cierta serie de estímulos que provocan en él las reacciones que provocarían en
otros y que responden a un indio”. Sin embargo, aún es un self limitado, pues el niño aún
carece de un significado de sí mismo más general y organizado, de modo que sólo es capaz de
adoptar el papel de otros determinados y particulares.

En la etapa del deporte, un niño aprende a adoptar el papel de todos los que están involucrados
en la interacción, cuyos papeles tienen una relación definida entre sí; por ejemplo, al participar
en un partido de béisbol el niño debe aprender a adoptar el papel de todos sus compañeros
para poder participar del juego y planificar una estrategia. Por ello, en esta etapa empieza a
manifestarse la organización y a perfilarse la personalidad, de modo que los niños empiezan a
ser capaces de funcionar en grupos organizados y a determinar su papel dentro de cada grupo.

En consecuencia, Mead define el otro generalizado como la actitud del conjunto de la


comunidad. Precisamente, el self alcanza su pleno desarrollo cuando el individuo consigue, no
sólo asumir el papel de otros determinados, sino también de evaluarse desde el punto de vista
del otro generalizado. Esto resulta esencial para el desarrollo de las actividades grupales
organizadas, pues en virtud del self la gente se conduce según las actitudes de la comunidad,
soliendo hacer lo que se espera de ellas en cada situación. Así, un grupo requiere que los
individuos dirijan sus actividades en consonancia con las actitudes del otro generalizado; es
decir, puesto que las personas suelen intentar responder a las expectativas del grupo, el grupo
influye sobre la conducta de los individuos a través del otro generalizado, sin embargo, no
implica que en su afán por responder al otro generalizado las personas carezcan de
individualidad. En realidad, para ellas no existe un único y gran otro generalizado, sino muchos
otros generalizados debido a la pluralidad de grupos a los que pertenecen. Las personas tienen
una pluralidad de otros generalizados, y por tanto una pluralidad de selfs, de tal modo que el
conjunto particular de self de cada persona la hace diferente de las demás. Como Mead señala,
los selfs comparten una estructura común pero cada uno es diferente a los demás.

Por otra parte, las personas no tienen por qué mostrarse pasivas y aceptar la comunidad tal cual
es, pudiendo intentar cambiarla mediante su capacidad de pensar y su creatividad individual. No

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obstante, sólo podemos reaccionar contra la desaprobación de la comunidad estableciendo una


clase superior de comunidad, pues ésta es la única forma de que el self logre una voz mayor
que la voz de la comunidad; es decir, para oponerse al otro generalizado, el individuo debe
construir un otro generalizado aún mayor.

Es en este punto, que la influencia dialéctica de Mead se hace presente al indicar que el self es
un proceso social que atraviesa dos fases: el yo y el mí.

El yo es la respuesta inmediata de un individuo a otro, representando el aspecto incalculable,


imprevisible y creativo del self. Las personas no son totalmente conscientes del yo, por lo que
desconocen cómo será su acción, siendo sólo conscientes de él cuando ha realizado el acto, es
decir, cuando está presente en la memoria. Mead destaca que el Yo es una importante fuente
de innovación en el proceso social porque contiene nuestros valores más importantes y
constituye la realización del self permitiéndonos desarrollar una “personalidad definida”.

El mí es el “conjunto organizado de actitudes de los demás que uno asume”. Representa la


adopción del otro generalizado, por tanto, es a través del mí que la sociedad controla al
individuo. Las personas sí son conscientes del mí, el cual implica responsabilidad consciente; el
mí es un individuo corriente y convencional.

Con base a lo anterior, Mead definió el control social como la dominación de la expresión del mí
sobre la expresión del yo. En términos de autocrítica, el control social se ejerce íntima y
extensamente sobre la conducta individual, pero “la autocrítica es esencialmente crítica social, y
la conducta controlada por la autocrítica es en esencia conducta controlada socialmente. De ahí
que el control social, lejos de tender a aplastar al individuo o a aniquilar su individualidad
consciente, constituye, por el contrario, dicha individualidad”.

En todo caso, el mí permite al individuo vivir cómodamente en el mundo social, mientras el yo


hace posible el cambio de la sociedad. Por ello, Mead afirmó que las sociedades primitivas
estaban dominadas por el mí mientras que las sociedades modernas estaban dominadas por el
yo. Además, existe una articulación biográfica del yo y del mí en cada individuo, pues las
exigencias específicas de la vida de cada sujeto proporcionan una combinación distintiva de su
yo y su mí.

En general, Mead se refería a la sociedad como el proceso social que precede tanto a la mente
como al self, representando el conjunto organizado de respuestas que adopta el individuo en la

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forma del mí. Es decir, que los individuos llevan interiorizada la sociedad, lo que les permite
controlarse a través de la autocrítica.

Referencias.

Alexander, Jeffrey (1992): “El interaccionismo simbólico (1): El pragmatismo y el legado de


George H. Mead”, en Las Teorías Sociológicas desde la Segunda Guerra Mundial. Barcelona:
Gedisa, pp. 120-131.

Mead, George Herbert (1976 [1934]). “Espiritu”, en Espíritu, Persona y Sociedad. Buenos Aires:
Paidós, pp. 85-158.

____________ (1976 [1934]). “Persona”, en Espíritu, Persona y Sociedad. Buenos Aires: Paidós,
pp. 159-244.

Schellenberg, James A. (1981). “George H. Mead y el Interaccionismo Simbólico” en Los


fundadores de la Psicología Social. Madrid: Alianza, pp. 126-150.

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