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De entre todos los escritores que gozaron del favor del nuevo régimen, emerge la figura de

Pío Baroja que, como la de Céline en Francia, inevitablemente al evocarse, viene


acompañada de exabruptos antisemitas. Porque, en efecto, Baroja fue, sin muchas sutilezas,
simplemente un antisemita, lo que no quita que fuera también- “liberal y progresista” y
excepcionalmente respetado por sus compañeros de la Generación del 98. El antisemitismo de
Baroja –como afirma Carlos Mainer [1]- supone casi una excepción en el antisemitismo
español. No es, en efecto, de naturaleza religiosa, sino político-social. Durante la guerra civil
un espabilado editor refundió sus artículos antisemitas y anticomunistas en un texto de título
significativo Comunistas, judíos y demás ralea [2] que tuvo una venta y promoción masiva en la
Zona Nacional.

Siendo Baroja el antisemita con mayor renombre, su fama no deriva de este aspecto, arraigado,
pero marginal, sino de su calidad como narrador. Quien sí queda para la historia como el
“antisemita oficial” del régimen franquista era Mauricio Carlavilla del Barrio [3], al que vale la
pena dedicarle unos párrafos y enumerar su tarea. Es relativamente difícil seguir la trayectoria
de Carlavilla a tenor de los distintos seudónimos que utilizó a lo largo de su dilatada carreta:
Julien d’Arleville, Mauricio Karl, Charles Borough…

Manchego, nació en 1896, recibiendo una instrucción primaria y trabajando como pastor de
ovejas. Al no poder pagar cuota sustitutiva debió cumplir tres años de servicio militar en el Rif. A
los 33 años, esto es, en 1929, según decía él mismo, al costarle, “150 pesetas y 45 días de
estudio”, ingresó en el Cuerpo General de Policía en donde llegó a comisario. Desde ese momento
le preocuparon las organizaciones clandestinas y el origen de la subversión y es de esa época –es
decir, del tiempo de la Segunda República- de donde data su interés sobre temas conspirativos. Y
también en esa época, ya dio que hablar. En 1935 será expulsado de la policía, seguramente
por haber difundido la noticia de que el dictador, Primo de Rivera había muerto envenenado
que ni siquiera creyó su propio hijo, pero que tuvo cierto eco en medios de derecha y
extrema-derecha [4]. 

Él mismo tenía cierta tendencia a explicar este hecho que le habría sido transmitido por un
masón de alto grado pero que ninguna otra prueba refrenda. Por lo demás, también gustaba de
presentarse como “policía del General Mola” y, en efecto, éste fue durante un tiempo Director
General de Seguridad [5]. Estuvo de paso en Barcelona antes de la guerra civil, contribuyendo a
la formación de un grupo independiente de “fascistizados”, que actuaba con el nombre de Frente
Anti Marxista que publicó seis números de una revista y era uno de los focos de la extrema-
derecha barcelonesa. Luego estalló la guerra civil y Carlavilla pasó la mayor parte de la guerra en
Burgos. Él mismo aludía a que tuvo algo que ver con los intentos de liberar a José Antonio de la
prisión de Alicante. En la postguerra pidió la baja durante un tiempo y se dedicó a viajar por
Alemania y Portugal en donde mantuvo relación con medios antimasónicos y antisemitas. Luego
reingresó en la policía y se trasladó a Barcelona en donde residiría durante mucho tiempo
vinculándose a los medios falangistas y a la extrema-derecha religiosa local.

En la Ciudad Condal frecuentaba el domicilio-casa de reuniones de un jesuita que era frecuente


ver con sotana y en Vespa por las calles de Barcelona, el padre Alba, hombre de rostro y
moralidad adusta, en cuyo domicilio nunca entraban mujeres, ni siquiera en los cursillos sobre
masonería y judaísmo impartidos por el Carlavilla. Hacia mediados de los años 60, Carlavila se
casó con su enfermera y secretaria y regresó a Madrid quedándose sus libros y documentos el
Padre Alba. Una vez en Madrid, dinamizó una tertulia en la cafetería Fuyma de la Gran Vía (en la
que se gestó la escisión de los jonsistas de Falange Española a finales de 1934), a la que asistirían
seguramente los integristas católicos más “militantes” de la época: Eduardo Comín Colomer
(también ex policía, autor de diversos textos contra la masonería y el comunismo), Patricio
González de Canales (falangista, próximo a Manuel Hedilla Larrey), Tomás Borras (el biógrafo de
Ramiro Ledesma) y, el más conocido de todos ellos a partir de 1970, Mariano Sánchez Covisa,
considerado como fundador y jefe de los Guerrilleros de Cristo Rey [6] que, en realidad, era un
grupo informal compuesto con los más jóvenes y aguerridos participantes en la tertulia de la
cafetería Fuyma. De ahí la tertulia pasó a otra cafetería próxima y, más adelante a otra más,
siempre en el entorno de la Gran Vía. Finalmente, antes de morir, se trasladó a la Cafetería
California 47. 

En todo este periplo y hasta el estallido del atentado de los GRAPO en este último centro, la
tertulia rellenó el vacío organizativo que sufría la extrema-derecha madrileña, significó un lugar
de encuentros entre activistas jóvenes y veteranos y fue de ese ambiente del que derivó la
extrema-derecha conspiranoica madrileña de los años 60-80.

En 1946, Carlavilla lanzó la Editorial Nos que, de ahí en adelante publicaría la mayoría de su
propia obra [7], cuyo primer título fue una biografía de los Rostschids [8] cuya última dirección
fue Avda. de José Antonio 38, Pensión Sala, donde vivía. Carlavilla realizó la introducción con
seudónimo pero en su inequívoco estilo. Distinguía entre el “capitalismo judío acaparador” y el
capitalismo productor. Pero, a fin de cuentas, lo que verdaderamente le interesaba era el
antisemitismo de matriz religiosa y por eso escribía: “Los nietos de los que asesinaron al Hijo de
Dios ¿no manifiestan… una cierta afiliación a las banderas del demonio?” [9]. El antisemitismo,
obviamente, que defiende Carlavilla es religioso y en absoluto racista, algo que él mismo se
encarga de proclamar en la introducción de El misterio del Estado de Israel [10]: “el
antisemitismo considera a todos los judíos perversos por su raza, lo que elimina la libertad de
todos los hombres para salvarse, que sostiene el catolicismo, reduciéndolos al nivel zoológico,
como hacen nazis y marxistas”. Lo que el pretende, en sus propias palabras es: “[denunciar] a
una minoría de judíos que quieren una nueva y más terrible guerra mundial inmolando el mundo
entero en aras de Satán”.

Carlavilla consideraba al judaísmo como una secta y, repasando la patrística cristiana, se da


cuenta de que existe la secta de los “ebionitas” [11] que tienen algunos rasgos que
remotamente podrían ser parecidos a los del comunismo. Entonces cree haber encontrado el
origen remoto del marxismo que, lejos de ser una doctrina socio-política, sería más bien la
persistencia de una vieja conspiración anticristiana que, ayer y hoy, trabaja para utilizar a los
“desfavorecidos contra la Iglesia”. A partir de ese momento, para él, cualquiera que excite a la
revuelta de los menesterosos pasa a ser un instrumento de los judíos.
Él mismo cuenta que su conversión al “conspiracionismo antisemita” tuvo lugar en 1931
coincidiendo con el advenimiento de la República y considera que la masonería impulsó este
régimen para facilitar el triunfo del comunismo en España [12]. Mientras Comín Colomer se
dedicaba a realizar una crítica del marxismo, desde el punto de vista del cristianismo, pero sin
recurrir al “factor masónico”, ni mucho menos a la “cuestión judía”, Carlavilla frecuentemente
aludía a que el motor de todos estos movimientos subversivos era “la Sinagoga de Satanás”. En
algunas obras publicadas por Editorial NOS a finales de los años 50 y principios de los 60, se
percibe claramente que Carlavilla considera que el “affaire Leo Táxil” [13] no es una superchería
sino la confesión lúcida y consciente de la existencia de una conspiración judeo-masónica al
servicio del Maligno. Llega a esta conclusión a través de la lectura de la obra de Monseñor León
Meurin, obispo de Saint Louis, La Franc-Maçonnerie. Synanogue de Satan, publicada en 1893… y
tremendamente influida por las peregrinas ideas de Táxil, complemente inventadas. Pero la
lectura de Monseñor Meurin logra interesar a Carlavilla quien se pregunta en los años 50: ¿Cuál
es la filiación histórica de la “conspiración judía”? Monseñor Meurin le da el arranque: en la
cautividad de Balilonia, el judaísmo se paganizó y a partir de ahí se fue infiltrando e n medios
cristianos a través de distintas herejías y mediante la Kabbala llegó a los templarios y al
movimiento renacentista del cabalismo cristiano. Carlavilla comparte esta interpretación y a
través de su Editorial NOS publica en 1962 un libro titulado Satanismo (que en realidad era una
mixtura entre los escritos de Monseñor Meurin y los de Leo Táxil).

El planteamiento que enarbola Carlavilla es en todo momento similar al de la organización


antisemita internacional radicada en Erfurt y dirigida por el Coronel Ulrich Fleishauer, el Servicio
Mundial (en alemán Weltdienst): “El Welt Dienst (Servicio Mundial), [era] un centro ara la
diseminación de propaganda antisemita, cuya mera era establecer relación con antisemitas de
varios países. El centro de Erfurt, financiado por el gobierno alemán, se esforzaba por
establecer una contra-organización internacional para combatir al “Judío Internacional”. Su
publicación, Welt Dienst, proclamaba abiertamente su intención de “tratar las maquinaciones
del inframundo judío”. Todas sus publicaciones, incluido un lexicón antijudío titulado Sigila Veri
eran traducidas a muchas lenguas y distribuidas en muchos países. Fleishauer era también
fundador y jefe de la Unión Pan-Aria, una organización internacional de antisemitas que
convocaba congresos secretos anuales en Erfurt bajo su presidencia” [14] .

Se sabe que, al pedir la excedencia de la policía, Carlavilla viajó a Alemania y él mismo sugirió en
alguna conversación que ese viaje se había realizado a invitación de la parte alemana. Por el tipo
de antisemitismo que practicó posteriormente, este autor, la entidad que invitó no podía ser el
propio gobierno alemán sino alguna próximo a él, pero que seguía otra línea: un antisemitismo de
origen religioso, preocupado por las raíces del “problema judío”. Y esa otra entidad solamente
podía ser el Servicio Mundial, a pesar de que Carlavilla comentara que podía haber tenido
relación directa con Hitler: “Sólo mantuve contactos con dirigentes alemanes el corto período en
el que intenté la salvación de José Antonio; pero coincidiendo con ello, consultado
exclusivamente sobre lo más trascendental para la España nacional, si descontamos la victoria,
mi dictamen fue creído, aceptado por Berlín, y obró en consecuencia. Y cónstele, solo por mi
autoridad como enemigo de Marxismo, Masonería, y Judaísmo. Siento no poder ser más
explícito; pero de ello tengo pruebas”. El error de Carlavilla consistía en pensar que cualquier
contacto que tuviera en Alemania, próximo a las esferas de poder, representaba, fuera cual fuera
su opinión, la línea oficial del gobierno en la cuestión judía o masónica. Y no era así. En el III
Reich existían muchos tipos de antisemitismo e incluso dirigentes que, como Goebbels y Göring,
en distintos grados y medidas, simplemente no creían en la existencia de una conspiración judeo-
masónica-bolchevique.

En su periplo alemán, los anfitriones llevaron a Carlavilla al campo de concentración de


Orianemburgo des que dice que allí “recibieron a millares y millares de sodomitas de todas las
clases sociales” [15]. Desde entonces, Carlavilla quedó muy impresionado por los “sodomitas” y a
ellos les dedicó un libro, Sodomitas [16], destinado a desvelar las “infiltraciones” homosexuales
en instituciones internacionales (Naciones Unidas) y en los medios científicos.

Carlavilla después de la guerra acentuará su carácter anticomunista y las obras que escribirá a
partir de 1956 tendrán casi exclusivamente ese carácter y no circunscritas a España, sino a que
denunciarán la actuación “internacional” del comunismo. Es presumible que Carlavilla en ese
período contara con documentación procedente del extranjero, en especial de las centrales
anticomunistas de la época y que de ahí extrajera lo esencial de la información, tamizada por su
particular visión católica y antimasónica. No hay que olvidar que entre 1952 y 1958, Carlavilla ha
vuelto a ser funcionario de policía y quizás sus superiores le remitieran la documentación que les
llegaba a ellos para que la ordenase, seleccionase y publicase.
En esas obras, Carlavilla –que en ningún momento consideró antisemita a Franco e incluso quien
aseguró que uno de sus errores había sido no advertir al führer que Franco jamás entraría en
guerra junto al Reich- denuncia al comunismo internacional… pero como instrumento de la
masonería y del judaísmo. A medida que fue pasando el tiempo, su antisemitismo se convierte en
más obsesivo. Cuando en Francia, Henry Coston publica en su revista Lectures Françaises un
número especial pormenorizando los apoyos recibidos por la “banca judía” a Hitler, Carlavilla,
inmediatamente recupera los datos esenciales de ese artículo y publica un libro sobre el mismo
tema [17] defendiendo la tesis de que el judaísmo había perdido peso con Stalin en la URSS y
que los mismos judíos habían decidido impulsar al movimiento de Hilter, para ganar peso
internacional… tesis cogida por los pelos y absolutamente indemostrable pero que, en cualquier
caso, sintonizaba con la mentalidad conspiranoica de Carlavilla. De paso, tal era la línea del
anticomunismo promovido desde los EEUU para el que bolchevismo y nazismo eran anverso y
reverso del mismo mal, el totalitarismo contrario a las libertades. Carlavilla, recuperando los
datos, da otra interpretación que difícilmente se sostenía por lugar alguno. Era inevitable que,
antes o después, terminara sospechando que también en el régimen de Franco existían
“infiltraciones masónicas” y que eso terminaría arrojándolo extramuros del sistema.

Efectivamente, el enfrentamiento vino después de que las Cortes franquistas aprobaran la Ley
Orgánica del Estado en 1967 y se confirmara que sería un Borbón quien sustituiría a Franco a
título de Rey. Carlavilla recopiló datos y escritos sobre la supuesta filiación masónica de la
totalidad de los borbones españoles y la publicó en un libro de título provocador en la época:
Borbones masones [18], firmado por él mismo, sin seudónimo [19]. El libro, poco después, fue
secuestrado por la policía y prohibida su difusión. Sin embargo, en 1978, todavía existían en los
almacenes de la editorial que lo publicó ejemplares encuadernados y ejemplares impresos en
papel en rama, que eran remitidos sin problemas a quienes lo solicitaran. Se trató, de hecho, de
un secuestro más teórico que real. Pero, a partir de ese momento estaba claro que Carlavilla
iba por un lado y el régimen franquista evolucionaba por otro. Es entonces, cuando en el
pequeño círculo de Carlavilla empiezan a difundirse noticias tendenciosas sobre el apellido
“Franco” (de origen sefardí, como hemos visto) y sobre los presuntos o reales intentos del
entonces coronel por afiliarse a una logia masónica de Tetuán.

Cuando llegó la transición, pocos habían oído hablar de Carlavilla fuera de los altos muros de su
tertulia madrileña. Entonces apareció Fuerza Nueva e incluso su editorial tradujo algunas obras
de carácter antisemita o antimasónico, pero nunca nada de Carlavilla. En realidad, el viejo
apóstol del antisemitismo español, achacaba a Blas Piñar el ser miembro de la Asociación de
Amistad Judeo-Cristiana (mientras que sus partidarios afirmaban, simplemente, que en tanto que
notario había estampado su firma en el acta de fundación como ejercicio de su función de
fedatario público). Aparecieron otros antisemitas en esa época, pero las masas de Fuerza Nueva
no parecían muy interesadas por las complicadas demostraciones, los datos apabullantes, la
erudición ingente, con que adornaba sus obras. No tuvo discípulos. Falleció el 26 de junio de 1982
a los 86 años de edad. Hoy está completamente olvidado y ni siquiera su obra es recordada en la
extrema-derecha.

NOTAS

[1] Dice Mainer: “Y, de hecho, se acusó más en dos momentos de su obra: en su etapa
republicana hacia 1910, cuando moteja de judíos a los catalanistas, y después de 1918, en plena
crisis europea, como se ve en la trilogía Las agonías de nuestro tiempo. Nunca fue otra cosa que
una manía molesta y, desde luego, desapareció cuando tuvo noticias fidedignas del holocausto”
(entrevista concedida a Antonio Astorga el 4 de junio de 2012, ABC on line. Por nuestra parte,
discrepamos. En 1945, Baroja tenía 73 años de edad y sus convicciones estaban muy arraigadas.
Otro tanto ocurrió con Céline quien, a partir de esa fecha, cuando apenas tenía 51 años, también
dejó de escribir frases o conceptos antisemitas, no tanto por haber abandonado su tradicional y
consuetudinario antisemitismo, sino por entender perfectamente que el clima había cambiado
completamente con la derrota del Eje y que, uno de los vencedores del conflicto había sido ese
Israel que aún no existía, pero al que desde 1945 iba camino de su constitución. A los 73 años, las
ideas están demasiado arraigadas como para poderse abandonar y, por lo demás, en ningún texto
de Baroja hay rastros de “conversión” en dirección contraria a esta creencia que había sostenido
durante toda vida, ni en última instancia, por supuesto, encontramos nunca ningún texto en el
que sostenga la idea de masacrar al pueblo judío.
[2] Existe una versión on line de este texto prorrogada por Javier Nicolás en
http://es.scribd.com/doc/44949516/Comunistas-Judios-y-Demas-Ralea-Baroja-Pio
[3] Lo esencial de la biografía y de la obra de Carlavilla está recogido en el artículo publicado en
la Revista Hibris por Eduardo Conolly, del que extraemos los datos esenciales recogido en este
artículo, recomendando la totalidad del artículo publicado en versión on line en
http://www.filosofia.org/hem/200/2004h23.htm
[4] El propio Giménez Caballero dio crédito a esta versión tal como puede verse en este artículo
de su pluma, publicado en la revista Joven Europa (Hojas de la Europa Combatiente), nº 3,
febrero de 1942, Berlín, págs. 51.57).
[5] Mola encargó a Carlavilla un informe sobre el Partido Comunista de España y su nivel de
infiltración en las estructuras del Estado. El sistemático policía elaboró un amplio informe que
remitió a Mola y este lo aprobó. Esto ocurría en 1931, luego el informe retocado sería publicado
con el nombre de El enemigo. Marxismo, Anarquismo. Masonería (Imprenta Sáez Hermanos,
Madrid, 1934) y una segunda parte: Asesinos de España: marxismo, anarquismo, masonería con el
seudónimo de “Mauricio Karl” (Editorial Bargua, Madrid, 1935).
[6] Las relaciones que unían a Carlavilla con Sánchez-Covisa eran más estrechas que con el resto
de miembros de la tertulia. De hecho, Carlavilla era el “ideólogo” y Sánchez-Covisa el
“organizador” en torno al cual se constituyó el grupo informal de Guerrilleros de Cristo Rey,
nombre utilizado frecuentemente por la extrema-derecha madrileña para algunos “raids”
anticomunistas, como el asalto a la Galería Theo de Madrid en el curso del cual fueron destruidos
algunos grabados de Picasso. Hay que decir, a este respecto, que la policía estaba perfectamente
informada de la operación y que sacó fotos de la entrada y salida de los asaltantes. En esta
tertulia, las fronteras entre la extrema-derecha militante y la policía tenían cierta ósmosis y
posibilitaban el que en “Sol” (allí era donde estaba situado el Ministerio de Gobernación (hoy
Interior) estuvieran siempre perfectamente informados de las actividades de la extrema-derecha
disidente incluso hasta pasada la Transición política.
[7] Carlavilla, sin duda, se inspiró en Hugo Wast, otro autor antisemita que creó una firma
comercial propia en Argentina para comercializar sus propias obras. Cfr. Hugo Wast, de oficio
escritor, de vocación nacionalista y antisemita, por Ernesto Milá, Revista de Historia del Fascismo
nº 3, Febrero 2011, págs. 34-46
[8] No hemos logrado encontrar referencia de esta obra en los Catálogos de la Biblioteca
Nacional. La referencia la hemos extraído de la obra de Alvárez Chillida, op. cit., pág. 428.
[9] Citado por Alvárez Chillida, op. cit., pág. 428.
[10] El misterio del Estado de Israel (examen espectral de una política secreta), A. Rogers y
“Mauricio del Karl”, Editorial Nos, Madrid 1948.
[11] Los ebionai en griego y en hebreo ebion, significa “el pobre” y fue una de las sectas
disidentes del cristianismo primitivo. Jesús para ellos era el Mesías, pero rechazaban su
naturaleza divina, así como que fuera hijo de una virgen. Al seguir los ritos y las leyes judías
(respeto al sabat, preceptos alimenticios) estaban más cerca del judaísmo originario que del
cristianismo. Reverenciaban a Santiago y rechazaban a Pablo. Practicaban la pobreza voluntaria y
se considera que desaparecieron hacia el siglo V. San Ireneo es el primero que utiliza el nombre
de ebionitas para describir a la secta.
[12] Sería difícil convencer a Carlavilla de que judaísmo, masonería y marxismo son tres términos
que tienen muy poco que ver entre sí. Si bien es cierto que la primera generación de dirigentes
bolcheviques registra una amplia mayoría judía, es imposible reducir el bolchevismo a eso e
ignorar que esos mismos bolcheviques, desde el primer momento adoptaron medidas antisemitas
que correspondían muy bien con la mentalidad rusa y que alcanzaron su momento culminante con
Stalin. En lo que se refiere a las relaciones entre masonería y comunismo, la propia III
Internacional se encargó a partir de su Tercer Congreso de prohibir la filiación a la masonería a
sus miembros. La tesis de la conspiración “judeo-masónica-bolchevique” se basa en que el
gobierno de Kerensky, caracterizado por su debilidad y por su compromiso masónico, precedió al
estallido bolchevique, pero en absoluto de manera deliberada, sino como consecuencia de sus
errores de cálculo.
[13] Cfr. El Caso Leo Taxil: antisemitismo, antimasonismo y satanismo, Ernesto Milá, en Revista
de Historia del Fascismo, nº 11, abril 2012, págs. 87-101.
[14] Cfr. La mentira que no ha querido morir. Cien años de los Protocolos de los Sabios de Sión.
Hadassa Ben-Itto. Presentación de Jon Juaristi. Ed. Riopiedras, Barcelona, 2004, pág. 157-158.
[15] Sin embargo, se conviene que los homosexuales estaban principalmente reunidos en los
campos de Mauthausen, Natzwiler o Groß-Rosen (Persecution of homosexuals in the Third Reich.
Washington, D.C.: United States Holocaust Memorial Museum.)
[16] Sodomitas, Mauricio Carlavilla, Editorial Nos, Madrid, 1956, puede leerse una versión on line
en http://es.scribd.com/doc/90526476/Mauricio-Carlavilla-Del-Barrio-Sodomitas
[17] El dinero de Hitler, Mauricio Carlavilla, Editorial NOS, Madrid, 1956.
[18] Borbones masones, Mauricio Carlavilla, Editorial Acervo, Barcelona, 1967.
[19] Que publicar ese libro con su nombre fue un desafío lo induce a pensar el hecho de que en
la misma Editorial Acervo publicó poco después con el seudónimo de Julien d’Arleville un libro
sobre Carlos Marx: Marx, ese desconocido, Ediciones Acervo, Barcelona, 1972. Este sería su
último libro.

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