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Ensayo:

El falso abismo: entre la humanidad y la animalidad


John Jiménez Ortega (1102762)
Seminario: Sesiones francófonas
Universidad del Valle

Introducción

La imagen es reveladora: un hombre uniformado que cubre, poco a poco, un muro con
pintura blanca. Podría ser una escena familiar, sin embargo la sorpresa nos asalta cuando
descubrimos que se trata de las antiguas pinturas de Altamira. Un bisonte, dos caballos, tres
siervos, dejan en evidencia una verdad irrefutable: desde tiempos prehistóricos los animales
han acompañado a los seres humanos. Los mitos, los ritos, la iconografía, la música de las
culturas primigenias dan testimonio de la presencia animal en el mundo humano. Entonces,
¿qué ha sucedido para que el hombre se sienta avergonzado de esta presencia? ¿Por qué el
hombre intenta ocultar la animalidad con la blanca pintura de la civilización? El grafiti
elaborado por Banksy en los muros de una tranquila calle londinense refleja, con una
mirada mordaz, la actitud contemporánea hacia los animales. Esa obsesión por crear un
falso abismo entre la humanidad y la animalidad. Un abismo que oculta una antigua verdad:
“El hombre no se ha vuelto en humano separándose del animal. Todo lo contrario: es su
humanidad la que aumenta cuando hace las paces con él. El animal se debe considerar
como un invitado en la casa del hombre” (Guillebaud, 2001: 51).

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Para entender ese falso abismo, será necesario hacer un breve recorrido histórico que
permita ilustrar cómo se ha construido un discurso sobre la relación entre los animales
humanos y los no humanos.

Del animal divinizado al animal máquina

Los hombres y los animales, en las antiguas religiones politeístas, estaban atados por un
lazo divino. Anubis, el dios egipcio encargado de custodiar la ciudad de los muertos, era un
hombre con cabeza de chacal; Hathor, la reina de los cielos, era representada por una vaca.
En el mundo griego, Zeus tomaba la forma de un toro para seducir a las mujeres y Pan, que
tenía como misión proteger a los pastores, era un hombre con imponentes patas de macho
cabrío. En el mundo hindú, Ganesha era presentada con una gran cabeza de elefante, (cfr.
Chapouthier, 2004: 30) y en la América prehispánica el jaguar era un animal divinizado,
capaz de otorgarle al chamán un conjunto de fuerzas sobrenaturales. El escenario cambia en
el mundo monoteísta. Dios, en el Génesis, le otorga al hombre el poder de nombrar a los
animales y de manejarlos a su antojo. También, fija una separación entre animales puro e
impuros y expulsa de su reino a los antiguos animales divinizados. El toro, que era un
animal de veneración entre el pueblo judío, se convirtió en un ídolo proscrito: Moisés
condenó la adoración del becerro dorado.

En la Antigua Grecia, con la llegada de la filosofía, se trazan dos caminos. Por una parte,
una tendencia “dualista” que establece una abismo ontológico entre las diferentes especies.
Por otra parte, una tendencias “continuista” que reconoce entre los distintos animales una
diferencia de grados. En el primer caso, basta mencionar la postura de los estoicos: el
hombre participa del logos, por lo tanto, es un ser dotado de razón que es capaz de
investigar la verdad y entender el cosmos; los animales, a su vez, actúan conforme a las
leyes del instinto y se doblegan ante las fuerza de la physis. En el segundo caso, es
paradigmática la tesis de Aristóteles: la psique es un principio vital que une a todos los
seres vivos, desde los seres sensibles hasta los animales pensantes. Se trata de un orden
jerárquico que pone en su base a las plantas, en su cumbre a los hombres y en el medio a
los animales.

En la Edad Media el estatuto de los animales será ambiguo. La literatura ha consagrado


abundantes anécdotas de los animales humanizados que van desde las tradiciones
populares, hasta los pensamientos más selectos de la Alta Edad Media. Aparecen con
frecuencia los procesos jurídicos a los que eran sometidos los animales cuando cometían un
daño contra los seres humanos. Así, abundan los casos de ratas excomulgadas y de cerdos
condenados.

Con la llegada de la Modernidad, el animal divinizado se convertirá en animal máquina. La


propuesta cartesiana se impondrá con una fuerza aplastante: los animales son mecanismos
hidráulicos construidos con resortes y pistones. Ellos, por tanto, carecen de sentimientos, no
imaginan, el pensamiento no los ilumina, la palabra no les pertenece, la conciencia no los
guía, no poseen sensaciones, son pura materia en movimiento. Brevemente: son bestias sin
alma. La postura cartesiana contrasta con una corriente minoritaria: la propuesta filosófica
de Montaigne y los postulados literarios de La Fontaine. Ambos, expresan claramente una
reivindicación de los animales no humanos. Montaigne, asombrado por el canto de los

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mirlos y la maestría de las arañas, concluyó que existían más diferencias entre un francés y
un catalán que entre un hombre y un animal. Consideró, también, que la superioridad de los
seres humanos era solo una espejismo pues los animales también eran capaces de aprender,
discurrir y razonar. La Fontaine, por su parte, no dudó en ridiculizar la idea del animal
máquina. En sus fábulas, frecuentemente, reivindica la astucia de los animales: basta
recordar aquel relato en el que la perdiz que es capaz de engañar al cazador. Sin embargo,
ni las reflexiones filosóficas de Montaigne, ni las fábulas de La Fontaine fueron suficientes
para aplacar el peso del cartesianismo que tendrá dos consecuencias visibles: una de orden
epistemológico, otra de tipo ético. La primera, al reducir al animal a un mero objeto
mecánico dio vía libre a la experimentación. En este sentido, se puede afirmar que “la
biología experimental fundada por Claude Bernal y sus seguidores, es desde una
perspectiva filosófica, de talante cartesiana. En este plano, la propuesta cartesiana significa
un ‘triunfo epistemológico’” (Chapouthier, 2004: 37). No obstante, este triunfo
epistemológico también representa un fracaso moral. La visión mecanicista ha eternizado la
imagen de un animal-objeto que puede ser sometido a la voluntad del hombre.

Entre el hombre y el animal: la evolución

En 1859, la publicación de El origen de la especies marcó una ruptura con la visión


cartesiana. Darwin abordo del Beagle recorrió durante cinco años las costas de América del
Sur, Australia, Tasmania, Cabo Verde y otros territorios exóticos. Sus minuciosas
observaciones arrojaron un resultado sorprendente: todas las especies vivas compartían un
ancestros común y la selección natural se encargaba del proceso evolutivo. El abismo
ontológico que se había establecido entre el hombre y el animal quedaba en entredicho.
Después de Darwin el enfoque cambiará, a propósito, señala Lestel:

“Conforme fueron avanzando los conocimientos sobre paleontología y genética, el


vínculo de continuidad entre el hombre y el animal se hizo cada vez más evidente. Con
el desarrollo de las ciencias cognitivas, el ser humano ya no estaba caracterizado como
un ser de naturaleza diferente, sino como dotado de un organismo más complejo, lo
que le confería, por ejemplo, la capacidad de comunicar de forma simbólica o la
propensión para conservar huellas de sí mismo” (2008: 8).

Conclusión

El recorrido histórico propuesto deja en evidencia la presencias constante de los animales


en el mundo humano. En efecto, no existe una civilización que se haya construido al
margen de los animales. Se podría decir, sin temor a equivocaciones, que la evolución del
hombre es también la evolución de los animales. Por tanto, ver un abismo entre el hombre y
el animal es un despropósito. “La separación del hombre de la animalidad no implica, por
lo tanto, un corte radical. El hombre lleva en sí mismo un doble bagaje, pues es animal y no
animal, naturaleza y antinaturaleza, y debe asumir esta dualidad y ser, como dice el
genetista André Langaney, a la vez “animal y orgulloso de serlo” y hombre responsable, en
el cabal sentido del término” (Chapouthier, 2004: 28).

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Bibliografía

CHAPOUTHIER, George.
(2004) Qu’est-ce l’animal ?, París: Editorial Le Pommier.

GUILLEBAUD, Jean Claude.


(2001) Le príncipe d’humanité, París: Editorial Seuil.

LESTEL, Dominique.
(2008) “Les stratégies du vivant” en: Research*eu, Luxemburgo: noviembre, número
especial.

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