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Documental- semillas esclavas (transgénicos)

Tan solo un grano de maíz guarda la historia de miles de años de la agricultura, la cual
formo un cultivo e cual le da de comer a la humanidad, sus semillas mejoradas y fértiles
han ido pasando de padres a hijos durante cientos de generaciones, hasta que en el siglo 20
se rompió ese siglo vital la biotecnología ayudo a crear varias variedades híbridas que dan
mejores cosechas, pero no se pueden reproducir con éxito.

El control de las semillas salto de la agricultura a la industria y la ingeniería genética entro


en escena, las nuevas plantas transgénicas son seres vivos que nunca hubiera nombrado la
naturaleza, la transgénesis ha ido más lejos que la biología ha saltado la frontera entre
especies, genes de mamíferos, bacterias, insectos o peces. Los cultivos transgénicos son
un gran experimento biológico. Cuando introducimos genes de medusa, insectos o
bacterias en una semilla, estamos creando seres que nunca hubiera alumbrado la
naturaleza. Por otro lado, el cultivo transgénico afecta la producción de forma positiva
a los agricultores ya que les toca invertir un poco más de dinero y muchas personas no
tienen esa facilidad. Las semillas transgénicas adquieren características nuevas para
resistir a determinadas plagas o agroquímicos. Algunas, podrán crecer casi sin agua y
otras, nos ayudarán a combatir enfermedades. El problema es que esas semillas no son
de todos, ya no están en manos de los agricultores. Ahora están patentadas y
pertenecen a las multinacionales.

Durante años sólo ha habido un cultivo modificado genéticamente autorizado en


Europa. Es un maíz insecticida: el MON 810, una patente de la multinacional
Monsanto. Este maíz tiene incorporados genes de una bacteria del suelo que para que
genere una toxina que mata a los gusanos de la plaga del taladro. Los
grupos ecologistas, sin embargo, han pedido que se retire el MON 810 de nuestros
campos. Porque, según sus informes, también científicos, puede afectar a la
biodiversidad y, a largo plazo, a la salud. Piden que en España se aplique el principio

de precaución siguiendo el ejemplo de Francia, Alemania o Italia.  comemos


transgénicos. Al menos, de forma indirecta, porque la práctica totalidad de los piensos
compuestos son transgénicos, y estos piensos son el alimento de casi el cien por cien
de las vacas, pollos y cerdos que se crían en las granjas intensivas. Y también
comemos su leche y sus huevos...Nuestra ganadería, hoy por hoy, depende de los
transgénicos que importamos de Brasil, Argentina, o Estados Unidos. Si no somos
agricultores o no ganamos dinero con la patente, lo lógico es que no queramos
transgénicos ni en nuestros campos ni en nuestro plato, por si acaso. Pero si la
investigación es pública, y los beneficios alcanzan a nuestra salud o nuestra industria,
la cosa cambia.
 Los grupos ambientalistas denuncian que estamos ante una maniobra más de las
multinacionales de los transgénicos para ganar mercado en los países pobres, que van
perdiendo sus recursos genéticos y su soberanía alimentaria.

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