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Trabajos recientes han superado estos vacíos (por ejemplo, los trabajos de
Mary Roldan, Nancy Appelbaum, Brooke Larson y Cristina Rojas). Además
de considerar la participación de los subalternos en los procesos de
formación del estado-nación, ellas han discutido la relevancia de las
entidades étnicas y raciales, la dinámica de sus conflictos y la forma en
cómo debido a la peculiaridad de cada territorio que le adscriben
identidades particulares. En vez de mirar la nación como una unidad
homogénea y acabada, la ven desde sus fragmentos heterogéneos y en
constante cambio. Roldán, por ejemplo, ha demostrado como lo étnico fue
determinante en el desarrollo de la Violencia en Antioquia, como guió los
esfuerzos de las elites antioqueñas por imponer una hegemonía cultural en
las áreas periféricas del departamento. Del mismo modo, Claudia Steiner
demuestra que el proceso de colonización antioqueña del Uraba se
correspondía con los intereses del centro del departamento por imponer su
hegemonía sobre la región, lo que suponía la supresión de estilos de vida y
de producción asociado a lo negro y costero. Nancy Appelbaum destaca con
mayor profundidad la relación entre raza y región en el proceso de adscribir
identidades y dotarlas de contenidos valorativos. Lo que Múnera resalta de
estas autoras es su esfuerzo por exponer los conflictos raciales al interior de
un departamento que se presume blanco y superior. Larson por su parte,
muestra la centralidad que la raza tuvo en los discursos liberales del siglo
XIX. Cristina Rojas plantea como las categorías raciales que los intelectuales
de la época utilizaban respondían a sus esfuerzos por crear un régimen de
representaciones, guiado por los ideales de civilización, desde los cuales se
construyó la otredad de los subalternos. Los ensayos que componen el libro
procuran dialogar con estas reflexiones.
Para ese entonces era clara la centralidad de la raza para estos intelectuales
a la hora de explicar los logros y los fracasos de la nación. Múnera se refiere
en este libro a un cuerpo de textos fundamentales donde ellos se ocupan de
las relaciones entre raza, geografía y nación, a partir de los cuales estudia
las continuidades y rupturas existentes. A pesar del uso del concepto de
raza por todos, solo Camacho Roldán advierte un uso más detallado de la
visión Lamarckiana.
Múnera considera que el mito de la nación mestiza fue una invención de las
élites criollas, con poco asidero en la realidad, con la intención de suprimir
la existencia de negros e indios. El censo mismo de 1778-1780 fue una
herramienta creada con ese propósito, y no debe leerse como una prueba
neutral de la realidad. Esto demuestra como el proyecto de nación nació
siendo excluyente en contra de las razas inferiores. Esto se traslada a los
territorios donde ellos predominaban. La idea que se tenía de las fronteras
así lo demuestra, sobre todo el caso particular de Panamá. Él entiende la
frontera como ese territorio vacío, por conquistar, tal como lo entiende Ana
María Alonso, como territorios habitados por gentes inferiores, donde solo
puede existir progreso hasta que sean ocupados por razas superiores. Es así
como lo plantea Camacho Roldán quien desconfía de la capacidad de los
panameños para autogobernarse y de los bogotanos, los civilizados, para
poder gobernarlos desde la distancia, lo que dejaba como única opción
concederle a los extranjeros el espacio para que ellos lo hicieran. Así explica
Múnera las circunstancias que llevaron años después a la separación de
Panamá: el concepto excluyente de frontera que le vio como tierra de
barbaros, antes que una oportunidad. Por último, Múnera destaca los
esfuerzos de aquellos sectores marginados por estos imaginarios de nación
excluyente por hacerse a la ciudadanía y conseguir igualdad.