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Alfonso Múnera. Fronteras imaginadas.

La construcción de las razas y de la


geografía en el siglo XIX colombiano. Bogotá: Editorial Planeta. 2005.

Introducción. Nueve claves para el estudio de la construcción de las razas y


a geografía en el siglo XIX colombiano.

Múnera inicia señalando la distancia que los historiadores colombianos


habían tomado con respecto a la historia política, enfocándose por el
contrario en la historia económica y social. En el resto de América Latina,
una nueva generación de historiadores lanzaba nuevas interpretaciones
sobre los procesos de formación de estado y nación incorporando nuevas
perspectivas, actores, a través de novedosas metodologías, que
incorporaban temas étnicos, de género, y regionales. En Colombia poco se
había hecho desde los trabajos de Bushnell, Bergquist, Tirado Mejía, etc.
Aun los trabajos más recientes sobre la independencia seguían reiterando
los viejos mitos que la limitaban a una confrontación entre élites criollas, y
que las desavenencias que siguieron a la misma se debía a su incapacidad
para organizar el nuevo estado-nación. Poco o nada se decía con respecto a
la participación de los sectores subalternos. Y de los conflictos regionales y
raciales nada se decía tampoco, ni de su trascendencia durante la vida
independiente.

Trabajos recientes han superado estos vacíos (por ejemplo, los trabajos de
Mary Roldan, Nancy Appelbaum, Brooke Larson y Cristina Rojas). Además
de considerar la participación de los subalternos en los procesos de
formación del estado-nación, ellas han discutido la relevancia de las
entidades étnicas y raciales, la dinámica de sus conflictos y la forma en
cómo debido a la peculiaridad de cada territorio que le adscriben
identidades particulares. En vez de mirar la nación como una unidad
homogénea y acabada, la ven desde sus fragmentos heterogéneos y en
constante cambio. Roldán, por ejemplo, ha demostrado como lo étnico fue
determinante en el desarrollo de la Violencia en Antioquia, como guió los
esfuerzos de las elites antioqueñas por imponer una hegemonía cultural en
las áreas periféricas del departamento. Del mismo modo, Claudia Steiner
demuestra que el proceso de colonización antioqueña del Uraba se
correspondía con los intereses del centro del departamento por imponer su
hegemonía sobre la región, lo que suponía la supresión de estilos de vida y
de producción asociado a lo negro y costero. Nancy Appelbaum destaca con
mayor profundidad la relación entre raza y región en el proceso de adscribir
identidades y dotarlas de contenidos valorativos. Lo que Múnera resalta de
estas autoras es su esfuerzo por exponer los conflictos raciales al interior de
un departamento que se presume blanco y superior. Larson por su parte,
muestra la centralidad que la raza tuvo en los discursos liberales del siglo
XIX. Cristina Rojas plantea como las categorías raciales que los intelectuales
de la época utilizaban respondían a sus esfuerzos por crear un régimen de
representaciones, guiado por los ideales de civilización, desde los cuales se
construyó la otredad de los subalternos. Los ensayos que componen el libro
procuran dialogar con estas reflexiones.

Las nueve claves:

De vuelta a los textos de las élites: Múnera establecer unas preguntas


iniciales sobre cómo y quién construye las geografías humanas, como le dan
fundamento a las jerarquías, cómo se ubican a los subordinados. Estas
elaboraciones se hicieron a través de los discursos que imaginaban la
nación, sus regiones y sus pobladores, donde se construía la jerarquía de
esas geografías y razas, que luego se popularizaban en forma de
estereotipos. Estas elaboraciones y reflexiones provienen en gran medida de
los escritos de los intelectuales criollos del siglo XIX, sobre todo de aquellos
de la región andina, que se imaginaban superiores y a la vanguardia de la
nación, en virtud de su raza y de sus geografías más benignas.

Estos textos se venían elaborando inclusive desde antes de la


independencia, por intelectuales criollos animados por las luces del siglo
XVIII. Tal es el caso de José Ignacio de Pombo y de Francisco José de
Caldas, los cuales aborda en el primer capítulo del libro. Ellos serán los
primeros en imaginar la nación dividida por regiones y diferentes climas,
habitada por razas disimiles, en la que cada región tendría una identidad
racial determinada. Esto arrancó mucho antes de lo que parece sugerir
Nancy Appelbaum. A pesar de su origen temprano, esta mirada sobre las
regiones va cambiando de contenido. Para finales del siglo XIX las elites
centrales le dan mayor fundamentando a sus descripciones, siempre con la
intención de legitimar la superioridad de las geografías andinas. De modo
tal, que de Caldas a José María Samper, en la segunda mitad del siglo XIX,
hay tanto continuidades como rupturas. Coinciden en las jerarquías
regionales, pero para Samper el clima tiene menor influencia, y abriga
inclusive la posibilidad de que se desarrolle la civilización en tierras cálidas.
Su análisis está dotado de muchos más detalles y sus clasificaciones son
igual más refinadas.

Intelectuales como Samper gozaban de otras influencias para ese entonces.


Preocupados por la diversa composición racial del país, asimilaron mejor las
tesis de Jean-Baptiste Lamarck que argumentaban la posibilidad de la
transmisión hereditaria de las características adquiridas. Esta tesis se
oponía a la del conde de Buffon, menos optimista en ese sentido. Por el
contrario, advertía la degeneración de las razas, antes que su mejora,
debido a la influencia del clima. Para Lamarck el ser humano podía
evolucionar hacia formas más superiores siempre y cuando se adapte al
medio ambiente y sus hábitos sean transmitidos hereditariamente. Para los
intelectuales americanos estos significaba un alivio puesto que sugería que
a través de un lento proceso de evolución, negros e indios podían ser
civilizados. De allí que el mestizaje, el cruce con los blancos, fuera benéfica
puesto que garantizaba el traspaso de sus características superiores.
Intelectuales como Pombo, García del Rio, y Camacho Roldán se mostraron
afines a esta tesis.

Para ese entonces era clara la centralidad de la raza para estos intelectuales
a la hora de explicar los logros y los fracasos de la nación. Múnera se refiere
en este libro a un cuerpo de textos fundamentales donde ellos se ocupan de
las relaciones entre raza, geografía y nación, a partir de los cuales estudia
las continuidades y rupturas existentes. A pesar del uso del concepto de
raza por todos, solo Camacho Roldán advierte un uso más detallado de la
visión Lamarckiana.

En estos textos también se evidenciaba el intento por exponer un equilibrio


de fuerzas y de relaciones de poder entre las regiones y el poder central,
para lo cual traslapaban las jerarquías raciales al plano territorial. A pesar
del innegable predominio político y económico de los Andes, la jerarquía
implícita es una construcción, que inclusive rayaba en lo fantasioso, sobre
todo a la hora de describir la composición racial de las regiones con datos
que rara vez se correspondían con la realidad. Tal era el caso de las
descripciones sobre Bogotá, Antioquia y Popayán, que gozaban de población
negra e indígena, a pesar de que los intelectuales las describieran como
blancas. Lo mismo sucedía al calificar al Caribe colombiano como una
región negra, cuando sus mayorías eran mestizas e indígenas.

Contrario a lo que sucedía en el resto de América Latina, el culto y la


celebración del mestizaje no apuntó hacia el mestizo como tal, sino hacía el
mulato, y a sus supuestas características, las cuales eran esencializadas y
condicionadas a una supuesta naturaleza que negaba toda individualidad y
diferencia. Casi todos los intelectuales citados por Múnera idealizan al
mulato como el mejor resultado de la mezcla en el camino hacia la
civilización, a la vez que despreciaban al mestizo por su ascendencia
indígena. Para animar la mezcla de razas, Camacho Roldán propone la
inmigración de Europa para así seguir alimentando el cruzamiento con los
negros, sin dejar de resaltar que la superioridad intelectual que resultara de
la mezcla se debería al cruzamiento con el blanco. ¿A qué se debe esta
valoración del mulato? Múnera sugiere que podría tratarse de un reflejo de
los espacios de participación política y de figuración pública que ellos
habían ganado a lo largo de la república, desde la independencia misma. Los
indios por su parte eran más bien romantizados como el remanente de viejas
civilizaciones perdidas.

Múnera considera que el mito de la nación mestiza fue una invención de las
élites criollas, con poco asidero en la realidad, con la intención de suprimir
la existencia de negros e indios. El censo mismo de 1778-1780 fue una
herramienta creada con ese propósito, y no debe leerse como una prueba
neutral de la realidad. Esto demuestra como el proyecto de nación nació
siendo excluyente en contra de las razas inferiores. Esto se traslada a los
territorios donde ellos predominaban. La idea que se tenía de las fronteras
así lo demuestra, sobre todo el caso particular de Panamá. Él entiende la
frontera como ese territorio vacío, por conquistar, tal como lo entiende Ana
María Alonso, como territorios habitados por gentes inferiores, donde solo
puede existir progreso hasta que sean ocupados por razas superiores. Es así
como lo plantea Camacho Roldán quien desconfía de la capacidad de los
panameños para autogobernarse y de los bogotanos, los civilizados, para
poder gobernarlos desde la distancia, lo que dejaba como única opción
concederle a los extranjeros el espacio para que ellos lo hicieran. Así explica
Múnera las circunstancias que llevaron años después a la separación de
Panamá: el concepto excluyente de frontera que le vio como tierra de
barbaros, antes que una oportunidad. Por último, Múnera destaca los
esfuerzos de aquellos sectores marginados por estos imaginarios de nación
excluyente por hacerse a la ciudadanía y conseguir igualdad.

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