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Pero también se dedicaron a otras tareas. Cuando accedieron a la estrecha franja de tierra que
separaba las trincheras (entonces todavía sin los abundantes cráteres provocados por las
bombas, como acabaría estando y aparece por ejemplo en Senderos de gloria de Kubrick), se
encontraron los cuerpos de numerosos compañeros muertos y se dedicaron también a
enterrarlos. No sólo cada cual a los suyos. Hubo soldados alemanes que colaboraron con los
británicos en enterrar a algunos franceses. Y uno de los que les dieron sepultura, recitó el
salmo 23:
Ese salmo, que es también el elegido por John Ford para recitar, en ¡Qué verde era mi valle!,
cuando los hijos emigran a América, es asimismo el que se suele leer al dar la extremaunción a
los moribundos. La esperanza frente al final de toda esperanza. O, quizá mejor, la esperanza
(hope, Hoffnung), cuando ya no hay nada que esperar, cuando ya no es posible ninguna espera
(wait, Erwartung).
Aunque en el vídeo, por razones de espacio, parece que la tregua sólo duró unas horas, no fue
así. Donde se produjo, se prolongó todo el día 25 y el día 26. Incluso participaron en ella
algunos oficiales y suboficiales, si bien no todos estuvieron de acuerdo. En el bando alemán,
por ejemplo, y entre otros, se opuso enérgicamente a la misma un cabo que se llamaba Adolf
Hitler.
Pero el alto mando de unos y otros contendientes dio órdenes terminantes de acabar con la
confraternización y sustituirla por el espíritu ofensivo contra el enemigo, so pena de fusilar
inmediatamente a quien desobedeciera. Y así la guerra se prolongaría otros tres años y se llevó
por delante, destripados y machacados, a 20 millones de seres humanos. Un conflicto
especialmente absurdo, y que se podría haber evitado, pero en el que los grandes industriales
y terratenientes, junto a la alta burguesía financiera, se enfrentaron por sus intereses no sólo
en Europa, sino asimismo en las inmensas tierras coloniales que entonces los europeos tenían
repartidas por todo el mundo. Y en el que la solidaridad y el internacionalismo obrero
sucumbió ante el nacionalismo que selló la “unión sagrada” de todas las clases sociales, para
defender a la patria. Eso decían.
Un dibujante francés, Jacques Tardi, muy bien documentado y asesorado por algunos
historiadores, ha hecho un magnífico libro de viñetas, Puta guerra, en honor en parte a su
abuelo, que participó en ella y le contó, entre otras cosas, cómo una lluviosa noche en la que
transportaba una gran olla de comida, los alemanes se pusieron a bombardear, él hubo de
tirarse en un pequeño barranco y allí permaneció, sin moverse y como cayó, con la olla perdida
y las manos hundidas en el barro, blando y húmedo, hasta que al clarear cesó el bombardeo. Al
levantarse se pudo dar cuenta de que donde había tenido hundidas las manos era en los
intestinos despedazados de un compañero muerto…
Aun cuando alaba a Kubrick, Tardi ha reparado en algunos “errores” de la película: las
trincheras, dice, no eran tan amplias como las que en ella salen; el palacio en el que se celebra
el juicio no es un palacio francés, sino uno bávaro del XVII (quizá Kubrick, tan detallista, no
pudo rodar en Francia –donde durante muchos años estuvo prohibida la película-) y tampoco
los fusiles que aparecen son los del ejército francés, sino rusos (quizá por semejantes razones).