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CAPÍTULO 11
y social en las grandes
teorías del desarrollo
mano, que es el aspecto que se aborda en este capítulo. Y por otro, de las teorías espe-
cíficas referidas a procesos particulares, que se analizarán en los siguientes capítulos.
Algunos autores clasifican las distintas concepciones generales sobre el desa-
rrollo afectivo y social en función de criterios conceptuales amplios. Por ejemplo,
Clemente (1991) diferencia dos modelos o concepciones básicas: el modelo prede-
terminista y epigenético, y el modelo socioevolutivo o de redes sociales. Dentro del
primer modelo, el predeterminista podríamos encontrar los enfoques psicoanalíticos,
los etológicos, y los enfoques darwinistas sobre la emoción. Las características que
todos ellos tendrían en común serían la universalidad del desarrollo socioemocional,
y como consecuencia de esto, el énfasis en las semejanzas entre individuos, la exis-
tencia de períodos críticos y el determinismo en los comportamientos. Por su parte,
dentro del modelo socioevolutivo, podrían incluirse la perspectiva de Vygotsky, la de
Bruner, la de Bronfenbrenner, y los enfoques funcionalistas de la emoción. En este
caso, las características definitorias de este modelo serían las siguientes: el énfasis en
la influencia de la cultura y de las condiciones sociohistóricas, la importancia de las
diferencias individuales, el análisis interconectado de los distintos grupos sociales
de los que forma parte el sujeto, y la estabilidad y flexibilidad social de los sistemas
sociales. Por su parte, López y cois. (1999) proponen otro tipo de categorización en
función del concepto de ser humano sobre el que se asientan, de forma explícita o
implícita, las distintas teorías. Así, estarían aquellas conceptualizaciones que sos-
tienen un prejuicio egoísta sobre el ser humano y ven el proceso de socialización
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288 EL DESARROLLO PSICOLÓGICO INFANTIL
como algo exterior a él, y teorías que sostienen un prejuicio altruista sobre el ser
humano, internamente motivado y orientado hacia la socialización. Entre las prime-
ras se situarían típicamente el conductismo y el psicoanálisis, y entre las segundas la
psicología humanista, la Escuela de Ginebra, los psicoanalistas del yo y la etología.
De forma complementaria, López y cois. (1999) ofrecen un segundo criterio de cla-
sificación según se conceptualice el desarrollo y el proceso de socialización como un
proceso de conformación externa (típicamente, el conductismo), o como el desarro-
llo de capacidades preprogramadas internamente, en mayor o menor interacción con
el ambiente, según teorías (p. ej., la etología).
A continuación se revisarán sumariamente las contribuciones más importantes,
en el ámbito afectivo y social, de algunas de las teorías más importantes en el estudio
del desarrollo.
1. Psicoanálisis
la fase fálica, de los tres a los seis años, en la que se desarrollarían los complejos
de Edipo y de Electra, la fase de latencia, de los seis años hasta la aparición de la
pubertad, y por último, la fase genital a partir de la pubertad. Según Freud (1950),
la existencia de estas fases se relacionaría con funciones adaptativas de autopreser-
vación del sujeto (p. ej., chuparse el dedo como correlato de la alimentación). Las
características de la evolución de estas fases en cada sujeto (existencia de fijaciones
y regresiones, resolución de los complejos de Edipo y de Electra, etc.) conformarían,
tal como se ha apuntado anteriormente, aspectos capitales de su personalidad y de su
identidad sexual, y determinarían cada una de ellas el estilo de interacción del sujeto:
más pasiva en la etapa oral, más activa en la etapa anal (control de esfínteres), etc.
Respecto al desarrollo social y moral, el psicoanálisis freudiano plantea el de-
sarrollo de una serie de instancias psicológicas interrelacionadas cuya interacción
con el desarrollo de las fases psicosexuales anteriores va a determinar el proceso
de socialización del individuo. Se trata en primer lugar del ello, o instancia instin-
tiva orientada a la consecución de la gratificación inmediata. En segundo lugar el
yo, o conciencia individual surgida a partir del ello en interacción con el medio y
conformado según el principio de realidad, limitador por tanto de las posibilidades
de gratificación. Y en tercer lugar al superyo, o instancia moral, desarrollado por la
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interacción con las figuras paternas y orientado a la regulación de los impulsos y las
conductas correspondientes. El desarrollo e interacción entre estas tres instancias
psicológicas, junto con el curso de las fases psicosexuales, determinarán la aparición
de procesos de identificación con las figuras paternas (con la constitución de la iden-
tidad sexual) y de interiorización de normas (con la constitución de la conciencia
moral).
A partir de estos tres grandes supuestos (vínculo con la madre, fases psicosexua-
les y estructuras psicológicas), Freud interpreta una diversidad de procesos. Por
ejemplo, el origen de las actividades de juego como recreación de las experiencias
de separación con la madre (Freud, 1920) y como expresión de deseos de auto-
rrealización, a través de la expresión de impulsos inaceptables en la realidad; la
interpretación de los miedos infantiles como reflejo asimismo de experiencias de
separación o pérdida de la figura materna o derivados del curso del complejo de
Edipo; la atribución de órganos genitales masculinos a individuos de ambos géneros,
o la interpretación del coito en términos sádicos (Freud, 1908). Las críticas más rele-
vantes a la teoría freudiana en el ámbito que nos ocupa se relacionan principalmente
con la relación determinista entre las experiencias traumáticas durante la infancia y
los problemas en el desarrollo adulto (Schaffer, 1996; Bradley, 1992; Emde, 1992),
bien negando su existencia, o rebajando sus efectos. Asimismo se ha cuestionado la
concepción inicial del bebé como un ser interesado meramente en aquellos aspectos
que satisfacen sus necesidades básicas (Schaffer, 1996), la explicación del desarrollo
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290 El DESARROLLO PSICOLÓGICO INFANTIL
femenino como correlato del masculino (Bradley, 1992), aspecto éste reconocido
por el propio Freud. Y relacionado con ello, la formulación de los complejos de Edi-
po y Electra y su papel determinante en la constitución de la conciencia moral y la
identidad sexual, en detrimento por ejemplo, del conjunto de variables del ambiente
familiar (Ende, 1992).
A continuación se comentarán las aportaciones más relevantes de Anna Freud y
Melanie Klein, dos autoras que se distinguieron por el desarrollo del psicoanálisis
infantil, y de Erik Erikson, que en el ámbito del psicoanálisis desarrolló una pro-
puesta teórica propia. Hija del fundador del psicoanálisis y continuadora ortodoxa
de los presupuestos teóricos generales elaborados por su padre, Anna Freud (1966)
mantuvo en líneas generales los presupuestos originales freudianos relacionados con
la importancia de las experiencias traumáticas tempranas, la relevancia de la rela-
ción madre-hijo, o la consideración de la agresión como un instinto primario, junto
al instinto sexual. En su interés por desarrollar el psicoanálisis aplicado a la infancia
y la adolescencia, analizó las diferencias emocionales y sociales entre el adulto y el
niño. Estas diferencias, por parte del niño, se relacionan con el egocentrismo infan-
til, la irracionalidad (referida a las conductas derivadas del mundo de los deseos y
los temores), un sentido del tiempo particular y una interpretación de la sexualidad
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tempranas del niño con sus objetos, consistentes en relaciones con personas reales,
así como con sus representantes en su mundo interior». El desarrollo de la concien-
cia moral (el superyo, relacionado con la acción parental) puede provocar bien an-
siedad, en cuyo caso se activarán mecanismos de defensa violentos y asocíales; bien
culpabilidad, en cuyo caso el individuo se protegerá mediante mecanismos de defen-
sa morales y éticos. Por otra parte, Klein (1974a) plantea un desarrollo del complejo
de Edipo mucho más precoz que en las propuestas psicoanalíticas ortodoxas, en este
caso en tomo al primer y segundo año de vida, junto a la existencia de las pulsiones
de vida y muerte (Eros y Tanatos) desde el principio del desarrollo. Ello implica un
adelanto general de las fases de desarrollo y de la constitución de la vida psíquica
del niño (incluida asimismo la etapa de formación del superyo) con implicaciones
prácticas en el ámbito de la terapia (desde supuestos teóricos más cercanos al psicoa-
nálisis adulto) que la autora enfocó a través de la técnica del juego, como forma ideal
de aproximarse a las elaboraciones simbólicas infantiles.
Por último, las contribuciones de E. Erikson a la comprensión del desarrollo afec-
tivo y social se centran principalmente en su concepción sobre el desarrollo del yo,
muy diferente de la de Freud. Para Erikson (1951, 1959) las etapas de formación
del yo (centrado en los aspectos conscientes del yo y relacionado con el desarrollo
de la identidad) cubren todo el ciclo vital a través de «ocho edades» del ser humano
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concebidas como periodos de tensión o crisis entre dos polos de una misma dimen-
sión, que se resuelven en un sentido u otro. En el desarrollo de estas fases o edades
jugarían un papel determinante, según el análisis de Rapaport (1959), las relaciones
de coordinación mutua entre el individuo y su ambiente social (mutualidad), repre-
sentado por los agentes sociales más significativos (p. ej., padres, hermanos, iguales,
parejas, hijos). El proceso de socialización, por tanto, es entendido por el autor como
un proceso de relaciones bidireccionales, según el cual, por ejemplo, afrontar el de-
sarrollo de los hijos significa desarrollarse con ellos. Es decir, que la familia educa
a un niño y al tiempo es educada por él. Además, tal como apunta Blasi (1998),
Erikson disiente de la irreversibilidad sobre el curso del desarrollo planteado por el
psicoanálisis freudiano, y plantea que las crisis no superadas en momentos anteriores
pueden ser resueltas satisfactoriamente con posterioridad.
2.1. El conductismo
Así, éstas se limitan al análisis de las características emocionales y sociales de los in-
dividuos como producto de fuerzas externas al sujeto, orientadas fundamentalmente al
moldeamiento y al control de tales características. De ello se deriva un planteamiento
obviamente reduccionista de los procesos socioemocionales, que en ocasiones impli-
có, directamente, ignorar su existencia.
Un ejemplo de este planteamiento reduccionista es el abordaje de las reacciones
emocionales como resultado de procesos de condicionamiento a la manera de Watson.
En cuanto al proceso de socialización, la perspectiva conductista enfatiza los aspectos
unidireccionales relacionados con las presiones ambientales. Así, el niño es visto en
sus aspectos de dependencia y pasividad, mientras que se realza la acción paterna en-
caminada a exponer al niño a las experiencias apropiadas para convertirse en miembro
de la sociedad. En contraposición al psicoanálisis, la perspectiva de este proceso de so-
cialización no está enmarcada en la superación de conflictos de naturaleza básicamente
interna, sino en tránsitos pacíficos, controlados, basados en el aprendizaje (Bugental
y Goodnow, 1998). Concretamente se trataba, por un lado, de controlar y moldear las
tendencias infantiles de tipo egocéntrico basadas en la búsqueda del placer y una baja
tolerancia a la frustración. Y por otro, de exponer al niño a una suerte de experiencias
de distinto signo (positivas o negativas) o modalidad (aislamiento, condicionamiento,
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etc.). Ambas líneas de actuación darían como resultado un niño socializado de una u
otra manera, por efecto de la acumulación de un conjunto de respuestas sociales (p. ej.,
relacionadas con el esfuerzo, la actitud hacia figuras de autoridad, reactividad emocio-
nal, actitudes morales, etc.) con una alta probabilidad de ocurrencia bajo una serie de
condiciones específicas (Maccoby, 1992). En este sentido, las tareas de socialización
parental se basaban en el correcto manejo de las técnicas de refuerzo conductual.
Un legado inherente a este planteamiento es el énfasis en el rigor experimental,
aunque en detrimento del estudio de procesos obviamente existentes, pero además
importantes para una cabal comprensión del desarrollo (p. ej., estados internos, com-
ponentes intersubjetivos de las relaciones e interacciones sociales, etc.). Por otra parte,
dos críticas sustanciales que han perdurado hasta la actualidad se refieren a la ausencia
de una verdadera perspectiva evolutiva en el estudio del desarrollo (p. ej., principios
universales del aprendizaje y el condicionamiento independientes de la edad del suje-
to) y las limitaciones del refuerzo y el condicionamiento para la explicar la adquisición
y el desarrollo de conductas complejas (p. ej., altruismo, empatia, etc.).
como con la experiencia social, que al igual que en el caso de la activación emocio-
nal, determinará la naturaleza de estos estándares.
Por último, la tipificación sexual (Bandura, 1992) se construye a través de muy
diversas prácticas de socialización: padres, iguales, sociedad, etc., pero el modelado
es, según este enfoque teórico, el vehículo principal de información del papel sexual,
ya que en diversos contextos, el niño está continuamente expuesto a modelos tipifi-
cados sexualmente. Este aprendizaje o tipificación sexual se produce incluso antes
de que el niño haya construido una identidad de género completa y constante, y de
que haya comprendido el significado social de su papel sexual. Y una vez que esta
identidad se construye, la mayoría de aprendizajes tenderán a ser congruentes con
la misma.
3. Etologia
4. Piaget
de vista diferentes. Según Schaffer (1996), algunas de las razones de esta influencia
piagetiana sobre el desarrollo afectivo y social serían las siguientes: en primer lugar,
Piaget sería el responsable de la concepción del niño como un ser cualitativamente
diferente del adulto, y cuyo desarrollo tiene lugar a través de una serie de estadios.
En segundo lugar, propone una concepción activa del niño como agente de su propio
desarrollo, lo cual resulta vital para la comprensión del proceso de socialización
como una negociación entre el medio y el sujeto. Y en tercer lugar, el desarrollo
cognitivo y social son recíprocamente dependientes, por lo tanto, algunos aspectos
del desarrollo social pueden explicarse por la aparición previa de otros logros cogni-
tivos, y al contrario. Como ejemplo, Schaffer (1996) relata la aparición de la angustia
de separación ante la pérdida de la madre, como una más de las repercusiones de la
consecución de la permanencia de objeto. No en vano, la obra de Piaget está conside-
rada como antecedente principal del enfoque de la cognición social (Shantz, 1983).
Uno de los puntos importantes de la teoría piagetiana respecto al proceso de so-
cialización infantil es la relación entre el mundo exterior y el pensamiento infantil.
Según Piaget (1926), esta distinción entre ambos mundos no es innata en el niño,
sino que en un principio el pensamiento infantil es realista: «todo el universo está en
comunión con el yo y obedece al yo» (p. 148) y por lo tanto, esta distinción debe ir
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sobre el niño, y por otro lado, los procesos de cooperación. Basándose en estos dos
procesos, para Piaget existirían dos tipos de moralidad: la moralidad de la restricción
y la moralidad de la cooperación. El primer proceso, la presión mediante la cual se
impone al niño un sistema de reglas, sólo contribuye a consolidar el pensamiento
egocéntrico y heterónomo infantil (como veíamos anteriormente), mientras que el
segundo proceso, la cooperación (fundamentalmente con iguales del mismo estatus
evolutivo) resulta fundamental para la consecución de la autonomía moral. Estos
dos tipos de moralidad, como señala Carpendale (2000), no implican, sin embargo,
estadios diferenciados, sino formas de razonamiento moral que tienden a solaparse,
llegando de esta manera hasta la edad adulta.
Dentro del primer proceso, puede apreciarse un énfasis excesivo del absolutismo
de las reglas, aplicadas de forma literal, o de forma determinista e inexorable (justi-
cia inmanente), etc. Paradójicamente, estos mismos niños que presentan una creen-
cia absoluta en las reglas, son los mismos niños que no tienen ningún problema en
transgredirlas, inconsistencia que no hace más que reflejar el egocentrismo infantil.
Para Rest (1983), sin embargo, la explicación sería otra: un aspecto sería la concep-
ción ideal que el niño posee sobre el cumplimiento de reglas, y otro muy distinto,
su propia selección y evaluación de las reglas. Por último, cabe destacar que Piaget,
al igual que Freud (aunque no de una forma tan extrema), sugiere la existencia de
diferencias de género en el desarrollo moral, y concibe a las niñas como menos desa-
rrolladas en unos aspectos, pero más desarrolladas en otros (Turiel, 1998).
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bién la propia naturaleza o entidad de las fases se vería cuestionada. Otras críticas
dirigidas hacia su concepción moral hacen referencia al papel negativo otorgado a
los padres en el desarrollo de la moral autónoma, a problemas metodológicos en el
estudio de la intencionalidad, o a la existencia de un desarrollo infantil moral más
precoz que lo preconizado por Piaget (Etxebarria, 1999).
5. Procesamiento de la información
formación (ver Bugental y Goodnow, 1998). O bien, intentando incluir, o más bien,
añadir, aspectos emocionales como factores importantes en sus modelos de proce-
samiento de la información social (ver Orobio, 2000, con sujetos con problemas de
conducta antisocial). Otras áreas sociales en las cuales se han producido ciertos desa-
rrollos desde el enfoque del procesamiento de la información han sido, por ejemplo,
el análisis de las conductas agresivas en la interacción social (Dodge, 1980), o la
integración de procesos emocionales y cognitivos (Lemerise y Arsenio, 2000), den-
tro del estudio de la competencia social (Dodge, 1983; Crick y Dodge, 1994). Por
último, Campos, Barret, Lamb, Goldsmith y Stenberg (1983) señalan algunas de las
incursiones que comienzan a realizarse en el tópico emocional desde este paradigma
teórico: realizar simulaciones de procesos emocionales por ordenador, observando la
influencia de estos factores en el desarrollo cognitivo, determinar cómo las emocio-
nes afectan al registro, almacenaje y recuperación de la información de la memoria
(memoria de testigos), etc. Aún así, las limitaciones de este grupo de teorías resultan
muy evidentes, algunas de ellas son el olvido intencionado de los aspectos no lógicos
ni lineales, como la emoción o la imaginación; la ausencia de implicaciones evolu-
tivas, así como el hecho de que la mayor parte de la investigación se haya realizado
en situaciones artificiales de laboratorio (Berk, 1999).
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6. Vygotsky y Wallon
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302 EL DESARROLLO PSICOLÓGICO INFANTIL
los intercambios afectivos del niño con su medio, y del medio con el niño» (p. 257).
Prueba de este carácter social y comunicativo de la emoción lo constituye el hecho
del denominado contagio o mimetismo emocional, o la llamada función gregaria de
la emoción, ya que sirve de nexo entre la persona y los otros sociales (Wallon, 1948).
La comunicación emocional sería el elemento distintivo del desarrollo del niño en
la segunda mitad del primer año de vida, en el que el bebé muestra progresivamente
diferentes estados emocionales, originados en los cambios del tono muscular y dotados
de significación por parte de las personas que rodean al niño. A partir de ahí, Wallon
ofrece una detallada descripción de las emociones, argumentando su aparición en
diferentes estadios del desarrollo. En lo que respecta a las relaciones entre emoción
y cognición, Wallon (1945) argumenta que las manifestaciones emocionales son
perturbadas o reprimidas por la actividad de la inteligencia y a su vez, las emociones
alteran el funcionamiento de la inteligencia (lo que posteriormente será defendido en
el constructo de inteligencia emocional). Por ello, para suprimir las manifestaciones
orgánicas de la emoción, lo mejor es oponerle la actividad intelectual. En el niño,
debido a esta relación estrecha, la pobreza de su actividad intelectual tiene como
contrapartida la fragilidad de su emotividad. En definitiva, numerosos autores (Arranz,
1998; Van der Veer, 1996) señalan cómo las hipótesis de Wallon sobre la emoción
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resultan totalmente compatibles con las investigaciones actuales, por ejemplo, ante la
importancia del tono muscular como componente de la expresión emocional (Frijda,
1986), o ante las relaciones de influencia entre emoción y cognición.
El estudio científico de la acomodación progresiva y mutua, a lo largo del ciclo vital, en-
tre el ser humano activo y en desarrollo, y las propiedades cambiantes de los escenarios
inmediatos en los que este ser humano vive, siendo que este proceso está influido por las
relaciones entre estos escenarios, así como por los contextos más amplios en los que estos
escenarios se encuentran incluidos. (Bronfenbrenner, 1992, p. 188).
ran como un error las diferencias apreciadas entre distintos procedimientos (observa-
ción, informe parental, etc.), cuando precisamente «la continuidad se manifiesta en
el modo consistente en que la persona varía su conducta en función de la situación»
(Bronfenbrenner, 1992, p. 216).
Más allá de la caracterización de los distintos ambientes ecológicos (micro,
meso, exo, macrosistema y cronosistema), las principales características del modelo
de Bronfenbrenner pueden resumirse en tres proposiciones (Bronfenbrenner y Ceci,
1994). La primera proposición afirma que el desarrollo humano tiene lugar, especial-
mente en las primeras fases, a través de procesos de interacción recíproca progresi-
vamente más complejos entre el ser humano activo y biopsicológico y las personas,
objetos y símbolos de su ambiente inmediato. Estos procesos de interacción en el
entorno inmediato se denominan procesos proximales. Algunos ejemplos de este
tipo de procesos serían la interacción padres-hijos, la resolución de problemas, la
conducta de juego, etc. En general, estos procesos constituyen los mecanismos a
través de los cuales se actualizan los potenciales genéticos humanos para un adecua-
do funcionamiento psicológico. La segunda proposición del modelo bioecológico
refiere que la forma, el poder, el contenido y la dirección de los procesos proximales
varían sistemáticamente en función conjunta de las características de la persona en
desarrollo, del ambiente (inmediato y remoto) y de la naturaleza de los resultados
evolutivos. Por último, la proposición tercera concreta que los procesos proximales
se utilizan como mecanismo para actualizar el potencial genético, pero su capacidad
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304 EL DESARROLLO PSICOLÓGICO INFANTIL
para hacerlo se caracteriza sistemáticamente por una función conjunta de los tres
factores anteriores de la proposición segunda.
Este enfoque parte de las siguientes premisas u objetivos (Baltes y cois., 1998):
desarrollo igual a infancia, o edad adulta y vejez igual a decadencia. Así, el desarro-
llo durante todo el ciclo vital se caracterizaría por la secuencia de acontecimientos y
experiencias desde el nacimiento hasta la muerte, al igual que el conjunto de estados
individuales y situaciones que influencian y, a su vez, son influenciados por esta
secuencia de acontecimientos (Sugarman, 2001). Todos estos acontecimientos, ex-
periencias o situaciones que tienen lugar en el ciclo vital son recogidos por Baltes y
cois. (1980, 1998) en tres posibles modos de influencia entre persona y medio:
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EL DESARROLLO AFECTIVO Y SOCIAL 305
Estos tres tipos de influencias no son independientes entre sí, sino que se encuen-
tran interrelacionados, por ejemplo, el efecto de un acontecimiento histórico sobre
un sujeto dependerá y variará en función de la edad del mismo. Así, el impacto in-
dividual de cada uno de estos factores variará a lo largo del desarrollo. Por ejemplo,
las influencias normativas de edad poseerán un mayor peso en las primeras y en las
últimas etapas del desarrollo, mientras que las influencias normativas históricas lo
tendrán en el período intermedio de la vida. En el caso de las influencias no normati-
vas, éstas tendrán un curso de desarrollo aditivo: a mayor tiempo vivido, mayor pro-
babilidad de ocurrencia de este tipo de sucesos. En general, como comentan Serra,
González y Oller (1989), esta concepción de sucesos vitales (life-events), es funda-
mental a lo largo del ciclo vital, pero quizás aparece de forma más clara, con mayor
número de sucesos y más variados, en la época adulta. Por ello, en esta propuesta
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(2002) hace notar que, en al menos 17 de los 19 capítulos del volumen 1 (Modelos
teóricos del desarrollo humano, Lemer, 1998), de la 5.a edición del Handbook of
Child Psychology (Damon, 1998), se proponía un modelo coherente con la perspec-
tiva contextualista o de sistemas. Algunas de las premisas básicas de este enfoque
en tomo a la conceptualización del desarrollo, la concreción metodológica de este
enfoque, o la vertiente aplicada, son descritas por su máximo representante: Lemer
(1998, 2002; Ford y Lemer, 1992). En este enfoque, el desarrollo humano implica
cambios sucesivos, organizados y sistemáticos en la estructura y función de las re-
laciones entre niveles de la ecología humana a través del tiempo. Como lo expresa
Lemer (1998, pp.1-2),
El aspecto más importante serían, por tanto, las relaciones cambiantes entre la
persona en desarrollo y su contexto dinámico. Es decir, se aboga por una unidad de
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análisis relacional como requisito para un análisis evolutivo. Para llevarlo a cabo,
resulta fundamental el concepto de niveles de la ecología humana. En este sentido,
los clásicos debates de la psicología evolutiva (herencia-medio, individuo-sociedad,
biología-cultura) resultan la base para una conceptualización de estos mismos fac-
tores pero no de una forma aislada y dicotòmica, sino organizados en niveles re-
lacionados. Estos niveles oscilan desde los puramente biológicos, pasando por los
individuales/psicológicos, y los de relaciones sociales próximas (diada, núcleo fami-
liar, iguales), hasta los niveles socioculturales (sistema económico, educativo, etc.),
e históricos, todos ellos planteados tanto desde la ecología natural como desde la
ecología diseñada. Y es que las interacciones entre la biología (organismo, herencia
o genes) y el contexto (los múltiples niveles del desarrollo humano) proporcionan la
base para una plasticidad relativa de la conducta y del desarrollo. Un ejemplo ilus-
trativo de la influencia de la relación entre estos niveles en el desarrollo humano lo
constituye el aspecto biológico/individual de la aparición de la menarquía (Lemer,
1998). La tendencia secular que ha experimentado este proceso, junto a la variación
en el momento de aparición, o en su significado particular en cada cultura, muestran
perfectamente la influencia en el desarrollo humano de la relación entre niveles bio-
lógicos, históricos, sociales, etc. En definitiva, para este enfoque, los componentes
definitorios de las teorías contemporáneas (y contextualistas) del desarrollo huma-
no serían los siguientes (Lemer, 1998): a) cambio y plasticidad relativa, b) relación
e integración de niveles de organización, c) ubicación histórica y temporalidad, y
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El desarrollo
CAPÍTULO 12
del temperamento
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314 EL DESARROLLO PSICOLÓGICO INFANTIL
Con respecto a la segunda cuestión, Bates (1987) reconoce que uno de los temas
que más investigación empírica ha producido sobre el temperamento es su papel
en procesos socialmente relevantes, como el apego, las relaciones padres-hijos, los
problemas de conducta, etc. El hecho de conocer estos rasgos tempranos en relación
a su influencia en el ambiente social que rodea al niño proporcionaría líneas básicas
de prevención y actuación.
Los principales elementos del temperamento están presentes desde los inicios
del desarrollo, aunque se estabilizan más tardíamente.
Las características temperamentales se expresan de forma diferente en diferen-
tes edades y estadios.
Las dimensiones del temperamento están influenciadas por factores biológi-
cos.
Algunos autores consideran la bondad de ajuste entre el temperamento infantil
y su entorno, especialmente los valores y las expectativas paternas, como una
influencia crucial en el bienestar socioemocional del niño.
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EL DESARROLLO DEL TEMPERAMENTO 315
El estudio del temperamento cuenta con una influencia principal en el Nueva York
Longitudinal Study (NYLS), iniciado en 1956 por Thomas, Chess, y Birch (1968)
y continuado por más de tres décadas. Está basado en extensas entrevistas a los pa-
dres de una muestra de 131 sujetos, desde los 3 meses de edad hasta la adultez, y se
identificaron nueve variables o dimensiones de temperamento, en forma de patrones
conductuales o patrones de reacción primarios:
Estas dimensiones son identificables fácilmente desde temprana edad en los ni-
ños, y algunas son más importantes en los inicios de la vida (p. ej., ritmos biológicos)
y otras más significativas en periodos posteriores (p. ej., adaptabilidad, persistencia).
Sobre la base de estas nueve características y los resultados del estudio, Thomas y
Chess (1977) distinguieron tres tipos principales de niños:
Los niños susceptibles de ser encuadrados en alguno de estos tres tipos (entre el
55-65% de la muestra) tendían a mostrarse estables en las características correspon-
dientes, aunque con expresiones diferentes según el nivel de desarrollo.
Las nueve dimensiones de temperamento derivadas originalmente del NYLS han
sido revisadas con posterioridad por la investigación, y se ha utilizado el análisis
factorial sobre extensos listados de características temperamentales para la identifi-
cación de factores o dimensiones más generales. Obviamente, los resultados de los
análisis factoriales están condicionados a los descriptores utilizados en los listados
de características. Aún así, se ha conseguido identificar algunas dimensiones gene-
rales de temperamento a partir de diversos conjuntos de datos (Rothbart y Bates,
2006): respecto a los estudios con niños pequeños, los factores hacen referencia a
la emocionalidad negativa, la surgencia/extraversión, la orientación/regulación, y
la ritmicidad. Respecto a los estudios con niños preescolares se han hallado dos
factores comunes con los anteriores: la emocionalidad negativa y la surgencia/ex-
traversión. Además, se han hallado otros tres factores: la alta intensidad de placer,
el control del esfuerzo/autorregulación, y la conformidad/adaptabilidad. El modelo
de temperamento de Rothbart y Bates (1998, 2006) es de base biológica, como un
conjunto de procesos físicos con cierta continuidad en la edad adulta, pero sujetos
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318 EL DESARROLLO PSICOLÓGICO INFANTIL
2. Bases biológicas
en 1967 con una muestra de 500 pares de gemelos, revelaron que el factor tempera-
mental más genéticamente determinado a lo largo del tiempo (entre los tres meses
de edad y los dos años) fue la orientación hacia la tarea (Matheny,1987). En cuanto
a resultados más generales, en la revisión de Goldsmith y cois. (1997), las correla-
ciones entre rasgos para gemelos idénticos oscilaban en un rango entre .50 y .80, y
entre 0 y .50 para gemelos no idénticos. Incluso, en el estudio de Tellegen y cois.
(1988), el promedio de las correlaciones entre rasgos en gemelos idénticos criados
separadamente fue, de hecho, muy similar al hallado entre gemelos idénticos criados
juntos (promedio r = .49). Por supuesto, tales correlaciones, siendo muy elevadas,
no abarcan otros tipos posibles de efectos (procedentes de ambientes extraordinarios,
de la interacción conjunta entre genes y ambiente), ni tampoco revelan los procesos
evolutivos implicados en tales resultados.
Los estudios sobre el genoma son más recientes y requieren aún de confirma-
ciones posteriores. Sin embargo, hasta el momento indican la posible utilidad de
determinadas diferencias genéticas observadas para especificar redes neuronales y
características temperamentales. Determinadas asociaciones observadas en adultos
se están examinando recientemente en niños. Por ejemplo, la asociación entre un
receptor dopaminérgico (DRD4) y la búsqueda de sensaciones novedosas o la rela-
ción entre las variaciones en un gen transportador serotoninérgico (5-HTTLPR) y
medidas factoriales sobre neuroticismo, miedos y evitación del daño (ver revisión de
Benjamín, Ebstein y Belmaker, 1996). La comparación de resultados entre muestras
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320 EL DESARROLLO PSICOLÓGICO INFANTIL
Ajuicio de autores tan reputados como Rothbart y Bates (2006), los constructos
relacionados con el temperamento se consideran fundamentales para entender el cur-
so del desarrollo socioemocional y de la personalidad. Globalmente considerados,
los aspectos del desarrollo más relacionados con posibles influencias del tempera-
mento son (Landy, 2002):
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Las relaciones sociales: los niños que muestran mayor inhibición o menor
adaptabilidad ante situaciones nuevas pueden hallar mayores dificultades en
situaciones sociales y tender al aislamiento, mientras que los niños más acti-
vos e intensos pueden volverse agresivos con otros niños. A su vez, los niños
más adaptables y de temperamento más fácil encuentran a menudo gratifican-
tes las relaciones con los iguales y hacen amigos más fácilmente.
La regulación emocional: la capacidad infantil para modular sus reacciones
frente a las emociones negativas es crítica para el ajuste global del niño. Los
niños con un humor negativo e intenso tendrán mayores dificultades para mo-
dular su reactividad emocional que aquellos más cálidos y menos intensos.
El logro académico: los niños más activos, distraíbles y con menor capacidad
atencional tienen frecuentemente mayores dificultades en el ajuste escolar y
en el aprendizaje, frente a aquellos con mayor capacidad de concentración
y de control sobre su nivel de actividad cuando la actividad académica lo
requiere.
La autoestima: los niños de temperamento más fácil elicitan a menudo re-
acciones favorables de sus cuidadores y compañeros, lo que revierte en un
mayor confort personal, frente a los niños con temperamento más difícil que
elicitan con mayor probabilidad reacciones contrarias en sus interlocutores, o
niños que tienen dificultades para el autocontrol en diferentes situaciones, y
se relacionan con una autoestima más baja y sentimientos de malestar.
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322 EL DESARROLLO PSICOLÓGICO INFANTIL
Los tres aspectos del temperamento más estudiados por sus efectos y relaciones
con el curso del desarrollo son la inhibición, el alto nivel de actividad y el llamado
niño difícil (Landy, 2002).
El niño inhibido muestra habitualmente una reacción inicial de aislamiento y
rechazo frente a personas, situaciones y objetos no familiares. Esta reacción incluye
signos conductuales de ansiedad, angustia y desorganización, y se muestra mode-
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El niño de temperamento difícil ha sido objeto de una amplia atención por parte
de la investigación, desde que esta tipología fue establecida a raíz del Nueva York
Longitudinal Study (NYLS). Algunos estudios lo han relacionado con dificultades
concurrentes como cólicos y agitación nocturna (Maldonado-Durán y Sauceda-Gar-
cía, 1996), lesiones frecuentes, timidez y reacciones negativas ante el nacimiento
de un hermano y en situaciones de rivalidad fraterna (Brody, Stoneman, y McCoy,
1994), desórdenes regulatorios, y así como híper e hipo sensibilidad frente a la esti-
mulación sensorial (DeGangi, DiPietro, Greenspan, y Porgues, 1991). La identifica-
ción de un temperamento difícil en la temprana infancia tiene alto poder predictivo
sobre problemáticas de conducta, tales como violación de normas o daños a otros
niños o a la propiedad durante la infancia y adolescencia (Thomas y Chess, 1985;
Lee y Bates, 1985), ésta predictibilidad disminuye en edades posteriores. Según Ko-
chanska, Murray, y Coy (1997), este tipo de niños, que pueden compartir caracterís-
ticas como la temeridad o ausencia de miedo y las dificultades para inhibir conduc-
tas, tienen mayores dificultades para interiorizar normas, y requieren por parte de sus
cuidadores la imposición firme de límites y relaciones más cálidas, así como mayor
énfasis en sus motivaciones y cualidades positivas. De hecho, ciertas conductas y
rasgos de personalidad paternas también pueden contribuir al mantenimiento de las
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características del temperamento difícil, más allá de que éste se conceptualice como
constitucional o no. Entre estas características paternas se han sugerido las reaccio-
nes de resistencia, el control intrusivo sobre el niño y la falta de responsividad (Van
de Boom y Hoeksma, 1994), los estados de depresión y la ansiedad materna (Med-
nick, Hocevar, Baker, Schulsinger, 1996) y el locus de control externo o bajo sentido
de autoeficacia (Bugental, 1985).
Con respecto a las distintas experiencias en unas culturas u otras, diferencias glo-
bales como las existentes entre sociedades individualistas versus colectivistas pue-
den determinar que, por ejemplo, unas mismas emociones, con un mismo sustrato
biológico, se socialicen de manera muy distinta (p. ej., el orgullo y la vergüenza,
como logros y defectos del yo, respectivamente, en sociedades como la americana,
y con valencias contrarias en sociedades como la china). Desde esta perspectiva, un
mismo equipamiento biológico, expresado, al menos en parte, en determinadas pre-
disposiciones de temperamento, queda englobado «dentro de un conjunto de valores,
metas y representaciones del yo y de los otros que especifican lo que es bueno y malo
para la persona» (Rothbart y Bates, 2006, p. 133).
Entre los estudios que han examinado la continuidad entre el temperamento in-
fantil y la personalidad adulta, cabe destacar el llevado a cabo por Caspi y cois.
(2003), como representativo del punto de vista interactivo entre temperamento y
ambiente, referido anteriormente. En esta investigación con 1000 sujetos se exa-
minaron las relaciones entre las características de temperamento observadas a los 3
años de edad con los autoinformes sobre personalidad a los 26 años. A los 3 años se
distinguieron cinco grupos de niños:
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326 EL DESARROLLO PSICOLÓGICO INFANTIL
Sin embargo, los procesos que pueden relacionar el temperamento y los proble-
mas de ajuste se pueden conceptualizar, plausiblemente, de otras formas diferentes
al de los efectos directos y lineales, aunque no todos ellos cuenten con suficientes
evidencias empíricas. Rothbart y Bates (2006, p. 137) presentan un cuadro resumen
de las diferentes posibilidades:
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EL DESARROLLO DEL TEMPERAMENTO 327
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ción se relacionaría con una alta competencia.
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EL DESARROLLO DEL TEMPERAMENTO 333
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