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CRÍTICA DE LIBROS

LA REVOLUCIÓN TEÓRICA DE SKINNER, Y SUS LÍMITES

Elías José Palti


UNQ / CONICET

QUENTIN SKINNER: cionada revolución historiográfica, así como


Lenguaje, política e historia, también algunos de los problemas y dudas
Universidad Nacional de Quilmes, que suscita su planteo.
Buenos Aires, 2007
Entre la historia y la política
La publicación en español de Lenguaje, La elaboración de los textos incluidos en
política e historia es un acontecimiento este libro se extiende, en realidad, a lo lar-
editorial de importancia. Su autor, Quentin go de tres décadas, comenzando por un ar-
Skinner, es uno de los fundadores y princi- tículo ya clásico suyo, «Significado y com-
pales representantes de la llamada Escuela prensión en la historia de ideas», aparecido
de Cambridge que produjo una verdadera originalmente en 1969 en History and
revolución teórica en el campo de la histo- Theory. Éste es el que tiende las bases de su
ria político-intelectual, cuyas repercusiones concepto historiográfico, abriendo el trán-
se harían sentir incluso más allá de los con- sito de la antigua tradición de «historia de
fines de la propia disciplina.1 En el prólogo ideas», cuyo principal representante fuera
a la edición en español, Eduardo Rinesi hace Arthur Lovejoy, a la llamada «nueva histo-
una presentación sucinta y precisa de su tra- ria intelectual». Aunque constituye el capí-
yectoria, así como de las líneas fundamen- tulo cuatro de este libro, es, en realidad, la
tales de su trayectoria intelectual. En su ver- base de la que parten los demás y el foco en
sión original, el libro corresponde al primero torno del cual todos ellos giran. El ordena-
de los tres volúmenes de obras selectas pu- miento de los capítulos realizado por Skin-
blicada por la Universidad de Cambridge ner mismo es, de todos modos, ya signifi-
bajo el título de Vision of Politics, prepara- cativo. Éste no obedece a un criterio crono-
da por el propio Skinner. Él mismo reúne lógico sino que sigue una cierta línea
sus principales textos teóricos (el título in- argumental ordenada en torno a dos objeti-
dividual del volumen es Regarding Me- vos, los cuales se explicitan en la Introduc-
thod), y nos ofrece por primera vez al pú- ción del libro.
blico de habla hispana una visión abarca- El primero de ellos es de orden metodo-
dora de su propuesta metodológica. Éste nos lógico y corresponde de manera más clara
permite así evaluar las premisas conceptua- al designio que motivó originalmente el pri-
les a partir de las cuales producirá la men- mero de sus trabajos teóricos ya menciona-

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do. Lo que buscaba entonces era cuestio- pectiva «cínica» de la historia, que muchas
nar aquellas aproximaciones tradicionales figuras públicas estarían sinceramente ape-
a la historia del pensamiento político que gadas a los ideales que afirman profesar. Sin
veían la misma como una especie de diálo- embargo, para Skinner, esta respuesta re-
go transhistórico ordenado en torno a pre- sulta precaria, puesto que compromete a sus
guntas perennes, como la búsqueda del ideal autores a defender una postura sumamente
eterno del buen gobierno, que congregaría problemática de sostener. Frente a ella, el
y alinearía en un mismo horizonte a autores argumento namierista termina apareciendo
correspondientes a periodos muy diversos como un simple llamado a la realidad. Es-
y formas de pensamiento, en realidad, he- taba claro, en fin, para él, que recobrar un
terogéneas entre sí. Para éstas, de Platón a sentido y un objeto para la historia intelec-
Lenin las desavenencias ciertamente serán tual demandaba un replanteamiento funda-
muchas, pero los distintos autores podrían mental de la cuestión.
perfectamente debatir sus puntos de vista El segundo de los objetivos, ligado al
respectivos sin problemas, como si cuando anterior, es de índole estrictamente prácti-
refirieran a términos como estado, libertad, ca. Según afirma en la introducción de la
democracia, etc., todos hablaran de lo mis- obra que se reseña, todo su argumento cabe
mo. El objetivo primitivo de Skinner será, entenderlo, en última instancia, como un
pues, desarrollar una metodología de análi- alegato político en defensa de la posibili-
sis fundado en una teoría lingüística que dad de utilizar los recursos del lenguaje para
permita diferenciar los conceptos en cada apuntalar o socavar las prácticas políticas
caso en uso y así controlar y evitar el tipo («la pluma es una espada poderosa», afir-
de anacronismos que, según muestra, si- ma); esto es, del margen de libertad de que
guiendo los enfoques hasta entonces vigen- disponemos en tanto que sujetos de la his-
tes resultaban inevitables. toria. Para Skinner, el rechazo por parte de
Sobre esta base esperaba rescatar a la sus pares británicos de la historia intelec-
historia intelectual del descrédito en que se tual, y de todo aquello que huela a relativis-
encontraba sumida. Según señalara el his- mo, esconde, en su fondo, un impulso con-
toriador británico, sumamente influyente en servador. Tras su afán de aferrarse a los cá-
esos años, Lewis Namier, aquélla no apor- nones tradicionales de una historia política
taría ningún principio explicativo válido al centrada en las acciones de los gobernantes
accionar político (sospecha que el auge del y gobernados que ignora la dimensión con-
marxismo y la historia social vendrían a re- ceptual involucrada en ellas (alegando para
forzar). Desde esta perspectiva, tomar los ello un tipo de objetivismo que se ha vuelto
dichos de los sujetos para interpretar el sen- ya insostenible teóricamente), Skinner des-
tido de sus acciones resultaba, en el mejor cubre la lucha desesperada por preservar
de los casos, ingenuo (si aceptáramos los algunas de las viejas certidumbres que
que los políticos afirman, dice, pensaría- acompañaron la época dorada del imperia-
mos que son todos probos y desinteresados lismo británico, el temor, en fin, ante la fa-
patriotas). Para Namier, las ideas no son, cultad propia de la escritura histórica de
en realidad, más que racionalizaciones ex mediar críticamente nuestras creencias pre-
post facto que esconden, más que revelan, sentes revelando su fondo de contingencia.
las verdaderas motivaciones de los agen- Según señala Skinner en una entrevista
tes. Autores como Herbert Butterfield in- reciente realizada por Javier Fernández Se-
tentaron despejar este argumento afirman- bastián, y publicada en Contributions, con
do, frente a lo que consideraban una pers- los años, este segundo objetivo de índole

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práctico-política terminará desplazando del llevará a fustigar al autor dado por su fracaso
centro de su atención aquel otro primitivo en comprender el mismo. El ejemplo aquí
de naturaleza teórico-metodológica.2 Sin estándar que Skinner utiliza es el de T.D.
embargo, como agudamente destaca en esa Weldon. En States and Morals, Weldon dis-
entrevista Fernández Sebastián, y Skinner tingue dos concepciones básicas del Estado,
admite, este impulso normativo generaría la mecanicista y la organicista, sólo para ter-
inevitables tensiones dentro de su proyecto minar comprobando que tales concepciones
historiográfico,3 puesto que conduce inevi- no se corresponden plenamente a las ideas de
tablemente a la trasposición y proyección ninguno de los autores que estudia, lo que lo
(indebidas, como él denuncia) sobre el pa- lleva a denunciarlos por las «contradicciones»
sado de debates y problemáticas presentes. en que incurrieron. Weldon concluye lamen-
Lenguaje, política e historia nos ilustra, en tando que, tras dos mil años de pensamiento,
fin, el tipo de dilemas que su afán por con- la reflexión sobre el tópico se encuentre en
ciliar ambos objetivos contrapuestos le ter- semejante estado de confusión, sin sospechar
minaría generando. siquiera que la confusión pueda atribuirse a
su propio enfoque, el cual resulta simplemen-
La revolución teórica skinneriana te inapropiado al objeto en cuestión.
En suma, la mitología de las doctrinas lle-
La preocupación original de Skinner que vará a desencajar los textos por una doble
daría lugar a su replanteamiento teórico era vía. Por un lado, pulverizará los mismos en
combatir lo que denomina un conjunto de una serie de motivos inconexos para buscar
«mitologías» enraizadas en la disciplina, sien- luego en ellos las anticipaciones de nuestras
do las más importante de ellas (de la cual, propias categorías presentes (lo que Skinner
aparentemente, derivarían todas las demás) llama «mitología de la prolepsis»), y, por otro
la que denomina «mitología de las doctri- lado, construirá a partir de ellos modelos
nas». Su forma característica (Skinner ofre- coherentes de pensamiento (los «tipos idea-
ce distintas versiones de ella) consiste en to- les») según criterios establecidos a priori (lo
mar frases aisladas de la obra de un autor y que denomina «mitología de la coherencia»),
construir con ellas un modelo coherente de sólo para terminar descubriendo que, como
pensamiento, el cual constituiría el núcleo era previsible, no se adecuan nunca comple-
doctrinal del autor dado. Como lo ilustra el tamente al objeto que sirviera como punto
caso de Lovejoy, esta operación conduce a, de partida para tales construcciones, lo que
o se funda en, un fenómeno de reificación de llevará a cuestionar a sus autores su fracaso
las ideas o formas de pensamiento, las cua- en comprender acabadamente el modelo
les devienen el sentido inmanente de la his- dado (es decir, por no haber dicho lo que el
toria, aun cuando los actores fracasen en ha- historiador dictaminó arbitrariamente que
llarlo. Convertidas en suertes de entidades debieron haber dicho).
cuya evolución cabría rastrear, obras y auto- Llegado a este punto, a fin de darle un
res se verán así reducidos a mero lugar de sustento teórico a su insatisfacción respec-
realización de las doctrinas (como la de la to de los enfoques propios de la tradición
división de poderes, del Estado moderno, de historia de «ideas», Skinner apela a las
etc.). Aquéllos cobrarán interés histórico sólo teorías lingüísticas desarrolladas bajo el in-
en la medida en que contribuyan a la plas- flujo del último Wittgenstein (cuya influen-
mación de estas doctrinas. cia en la Universidad de Cambridge, en los
Inversamente, la constatación de algún años que Skinner era estudiante, era abru-
apartamiento respecto del modelo presupuesto madora). Éstas le permiten introducir la

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consideración de una nueva dimensión de cual el plano de las ideas es sólo el más su-
lenguaje, ignorada por las aproximaciones perficial de ellos.
clásicas centradas exclusivamente en los En definitiva, frente a la tradición que sitúa
contenidos referenciales de los discursos: a las «ideas» como el objeto privilegiado de
la instancia pragmática. De lo que se trata, la historia intelectual, Skinner buscará reco-
para él, es de comprender los textos no sólo brar la noción de «texto», y, al mismo tiempo,
como meros vehículos para la transmisión redefinir la misma ya no como un mero con-
de ideas, sino como actos de habla. Es de- junto de enunciados sino como un evento de
cir, un texto no consistiría simplemente en discurso; singular y único, por definición.
un conjunto de enunciados, sino que supo- Desde esta perspectiva, hablar del «pensa-
ne la realización de una acción. miento de un autor» no tendría sentido. Éste
Más que desarrollar una teoría, Skinner no sería más que una construcción hecha a
se propone llamar la atención sobre esta partir de retazos tomados de obras compues-
dimensión inherente a todo texto, y sin con- tas en momentos distintos y respondiendo a
sideración de la cual su comprensión resul- circunstancias normalmente muy diversas. La
ta inevitablemente deficiente, dando lugar misma disposición temática propia de los es-
a toda clase de «mitologías». En última ins- tudios sobre historia del pensamiento político
tancia, todo texto, afirma, es una respuesta (del estilo de «Locke y el constitucionalismo
ante una demanda específica. Siguiendo a moderno», etc.) tiene ya implícita una meto-
Collingwood, lo que buscaría la nueva his- dología ahistórica de análisis. Al diluir los tex-
toria intelectual es, justamente, reconstruir tos como tales, reduciéndolos a meros colga-
esa «lógica de la pregunta y la respuesta» jos de citas inconexos, la historia de ideas con-
de la que surge una obra, el contexto de duce, por un lado, a ver contradicciones
debate particular de la que emerge y frente inexistentes en la medida en que no permite
al cual su escritura representaría una forma ver cuáles eran las problemáticas específicas
de posicionamiento (Skinner suele definir y circunstancias particulares a las que even-
los textos como arguments, en el doble sen- tualmente respondían las afirmaciones encon-
tido de la palabra en inglés, esto es, como tradas de un autor, y, por otro lado, a preten-
argumento y como disputa). Para ello no der disolver éstas mediante el procedimiento
basta con comprender qué dice un autor en sencillo de relegar arbitrariamente aquellos
un texto, sino qué estaba haciendo al decir postulados que no coinciden con el modelo
lo que dijo. Ahora bien, en esta perspecti- presupuesto a meras inconsistencias de cir-
va, si la acción discursiva no se confunde cunstancia que no harían a su núcleo doctrinal.
con el contenido del discurso dado, no es Privilegiar uno u otro procedimiento (desta-
tampoco algo independiente de él, como cando las coherencias o bien las contradic-
ocurre, por ejemplo, en los enfoques de so- ciones) depende exclusivamente de las sim-
ciología de la cultura. El objeto de la nueva patías del historiador con el autor en cuestión.
historia intelectual no es una práctica indi- En todo caso, ambos carecen de todo rigor
ferente a sus productos. Ella busca enten- histórico; y esto es necesariamente así puesto
der qué estaba haciendo un autor al decir lo que los dos se fundan en la previa destrucción
que dijo (decir una cosa u otra significa tam- de su mismo objeto (el texto).
bién realizar acciones muy distintas), más Esta primera reformulación teórica tiene
precisamente, qué estaba haciendo en lo que implícita una segunda, aún más crucial, la
dijo. De este modo, Skinner abre el hori- cual el propio Skinner no alcanzaría, sin
zonte a un universo de realidad simbólica embargo, a desplegar en todas sus conse-
mucho más complejo y estratificado, del cuencias metodológicas (algo que, como

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luego veremos, resulta sintomático de al- o política que no sea ya, al mismo tiempo,
gunos problemas en su teoría que no alcan- historia intelectual, y viceversa.
zaría a resolver). La recuperación de la no- Encontramos aquí la redefinición crucial
ción de «texto» conlleva, como contrapar- que marca el tránsito de la historia de
tida, una revalorización de su término «ideas» a la llamada «nueva historia inte-
anexo: el de «contexto». De hecho, la teo- lectual». La transformación que la conside-
ría skinneriana ha sido definida como un ración de la dimensión simbólica como un
«contextualismo discursivo», esto es, la exi- factor material, constitutivo de los proce-
gencia de situar los textos en el contexto sos históricos trajo aparejada, es hoy algo
lingüístico particular del que emergen. Sin ampliamente aceptado entre los historiado-
embargo, así interpretada, toda ella se re- res de las especialidades más diversas. Sin
solvería en una variante de historicismo ra- embargo, se ha advertido menos cómo, in-
dical (a lo que el apelativo de «discursivo» versamente, eso ha afectado a la propia his-
daría sólo un tinte más sofisticado sin mo- toria intelectual.
dificar el fondo de la cuestión), perdiéndo- La interpretación de los textos presupon-
se de vista el núcleo de su propuesta. En dría una referencia al contexto de su emer-
todo caso, así interpretada, no representa- gencia, pero el punto es que este contexto
ría ningún aporte novedoso. no sería ya algo externo a los textos mis-
Más que situar los textos en su contexto, mos. Y sólo la inmanencia del contexto al
de lo que se trata para Skinner, es de des- texto vuelve a la historia intelectual una
montar la oposición tradicional, intrínseca empresa propiamente hermenéutica. Por el
a la historia de «ideas», entre ambos tér- contrario, como señala Skinner, reducir
minos («acaso valga la pena comprender el contexto a un mero escenario para el des-
—dice— que el resultado de emplear este pliegue de las ideas inevitablemente lo en-
enfoque sea el de desafiar cualquier distin- cierra en un círculo hermenéutico («antes
ción categórica entre textos y contextos») de que podamos identificar el contexto que
(p. 207). Esta distinción se fundaría en una nos ayude a revelar el significado de una
concepción lingüística pobre, que ignora la determinada obra —dice— debemos ya po-
materialidad de todo uso público del len- seer una interpretación del mismo que nos
guaje. Así abstrae arbitrariamente ambos permita detectar qué contexto debería ser
términos; presupone, por un lado, la exis- investigado como ayuda a su interpreta-
tencia de prácticas históricas crudamente ción»).4 Para tomar un ejemplo, si bien es
empíricas, independientes de los marcos cierto que no puede entenderse una obra
conceptuales dentro de los cuales éstas se como el Facundo de Sarmiento sin situarlo
despliegan, y, por otro, de un mundo de en el marco de la afirmación del poder ro-
ideas autónomamente generadas y que sólo sista, esto, sin embargo, no nos dice toda-
subsecuentemente vendrían a encarnarse en vía demasiado respecto de que significó tal
realidades concretas. Desde el momento en hecho para Sarmiento. Ello sólo puede com-
que los textos son entendidos como accio- prenderse a partir de la propia lectura de
nes, como hechos, tal oposición se derrum- Facundo. En definitiva, en la medida en que
ba. No existiría ningún «contexto» que no un texto inviste significativamente la reali-
se encuentre ya atravesado por la dimen- dad, «construye» su propio contexto, pro-
sión simbólica, ni tampoco discursos situa- veyendo así las pautas para su propia inter-
dos fuera de las redes materiales en cuyo pretación.
interior los mismos se producen y circulan Por otro lado, al formar parte del mismo,
socialmente; en fin, ninguna historia social en tanto acto de habla, el texto lo constru-

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ye materialmente su contexto, forma ya par- El foco de su interrogación remitía no a «qué


te de esa misma realidad a la cual se la quiere se dice» (logos) sino a «cómo se dice»
referir. Y esto supone un apartamiento aún (lexis). Y esto define una visión de los dis-
más radical respecto de la tradición de his- cursos fundada en su posicionalidad. Se-
toria de ideas, en la medida en que quiebra gún la definición de Aristóteles, la retórica
la dicotomía de base sobre la que ella des- consiste en la «habilidad de percibir, en cada
cansa entre «ideas» y «realidades». Frente caso, los medios disponibles de persua-
al «imperialismo» de la historia social, la sión».5 La persuasión es siempre relativa a
nueva historia intelectual no buscaría ya un determinado contexto de enunciación.
destacar la autonomía relativa de las diver- Lo que determina la plausibilidad de una
sas esferas de realidad histórica sino, por el afirmación es la situación en que la misma
contrario, mostrar hasta qué punto prácti- se produce (es decir, depende del tipo de
cas y representaciones resultan indisocia- audiencia, asunto en disputa, etc.). En defi-
bles entre sí. Su foco se orientará, precisa- nitiva, la cuestión de la verosimilitud remi-
mente, a intentar localizar aquellos puntos te al sistema de los supuestos compartidos
de contacto por los que el contexto penetra que sostienen todo intercambio comunica-
el texto y pasa a formar parte integral suya tivo. Y éstos se encuentran siempre implí-
(y no meramente un marco externo suyo, citos en el propio discurso, constituyen lo
en cuyo caso su elucidación, como vimos, que Polanyi llamara su «dimensión tácita»,
nos encerraría de manera inevitable en un aunque nunca se hallan completamente ar-
círculo hermenéutico). Pero (y éste es el se- ticulados en él.
gundo hallazgo fundamental de la Escuela La tradición retórica clásica proveería,
de Cambridge, y de Skinner, en particular) en fin, las herramientas conceptuales para
estos puntos de contacto no pueden nunca penetrar esta dimensión que yace más allá
hallarse mientras permanezcamos en el pla- de la superficie de los contenidos explíci-
no de los contenidos referenciales de los tos de los discursos. Sugestivamente, sin
discursos, su superficie de ideas. Es aquí embargo, su «perspectiva retórica», como
donde la operación que realiza Skinner al la definió Kari Palonen, se centraría toda
introducir de la consideración de la dimen- en una única figura oratoria: la paradiástole
sión pragmática de los discursos revela todo (redescribir hechos o acciones confiriéndo-
su significado. Como las teorías lingüísti- les un contenido ético opuesto al habitual),
cas a las que apela demuestran, los textos y una técnica estrechamente asociada a ella:
contendrían dentro de sí las huellas lingüís- la argumentación in utramque partem (el
ticas de su propio contexto de enunciación. alegato, con igual persuasión, en favor de
Sólo habría que descubrir la forma de ha- ambos bandos en disputa). La centralidad
llarlas. Estas marcas, sin embargo, no se en- que esta figura retórica (la paradiástole)
contrarían en lo que dicen sino en cómo lo cobra en su modelo, como veremos, no es
dicen, esto es, no en el plano semántico de en absoluto incidental, sino que hace al nú-
los discursos sino en el retórico. Ello con- cleo de su visión histórica.
ducirá naturalmente a Skinner a volver su
mirada en la tradición retórica clásica. Así, Intencionalidad y cambio histórico-
al «giro lingüístico» le seguirá, en los años conceptual
noventa, un «giro retórico».
La retórica fue, en efecto, la disciplina El «giro lingüístico» de Skinner, que, en su
que, durante más de dos milenios, hizo de caso, siguiendo el apotegma de Wittgenstein
los discursos su objeto propio de estudio. («no preguntes por el significado, pregunta

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por su uso») introducirá en el análisis de los cendería siempre la intencionalidad origi-


textos clásicos del pensamiento político la nal del agente. Esta aceptación, sin embar-
consideración de su dimensión pragmática, go, amenazaba demoler su regla metodoló-
se ligará, a su vez, a su idea respecto de la gica fundamental, tornando así imposible
naturaleza intencional de los mismos en tan- evitar el tipo de anacronismos que se pro-
to que actos de habla. En última instancia, ponía combatir. Llegado a este punto, Skin-
tras esta postura subyacería un concepto del ner se aferraría a su propuesta original, in-
accionar histórico cuyas premisas de matriz troduciendo en ella algunas precisiones y
fenomenológico-neokantianas el propio desarrollando una serie de distinciones, las
Skinner traza en un artículo de 1972, titula- cuales le permitirán preservar la centrali-
do «El “significado social” y la explicación dad de la dimensión intencional en la defi-
de la acción social», incluido en este libro nición de los actos de habla (aun cuando,
como su capítulo séptimo. Según dicho con- como admite, en este punto deberá apartar-
cepto, lo que distingue los acontecimientos se de Austin, de quien tomó su teoría de los
históricos de los hechos naturales es, preci- actos de habla).
samente, su naturaleza intencional, es decir, En primer lugar, Skinner acepta que la
que en su origen se encuentra siempre un intención del autor no basta para brindar una
accionar humano orientado a un fin.6 Éstos, explicación de la obra en cuestión, pero dis-
por lo tanto, no admiten explicaciones de tingue entre motivo (afán de poder, deseo
orden causal sino teleológico; su compren- de fama, etc.), el cual es externo y contin-
sión como tales demanda la penetración de gente con relación a ella, e intencionalidad
aquel designio primitivo del que surgieron. (qué buscó el autor en la propia composi-
Lo mismo, en fin, ocurriría con los textos. ción de la obra), que le es interna e inheren-
Para comprender su sentido en tanto que ac- te: el designio con que fue compuesta una
ciones sociales es necesario reconstruir la obra se encuentra grabado en su propio di-
trama de intencionalidades particular de la seño, y éste no puede comprenderse sepa-
que emergen. rado de aquél. En segundo lugar, distingue
De este énfasis en la intencionalidad de entre la significación (significance) de una
los agentes se deriva, a su vez, la pauta fun- obra y su significado (meaning). Un autor
damental para evitar los anacronismos: no nunca puede tener conciencia plena de la
decir nada de un texto que el propio autor significación de su obra, pero el significa-
no podría haber aceptado como una des- do de la misma no es independiente de la
cripción adecuada del mismo. Este punto trama de intencionalidades de la que emer-
será también el que más le será cuestiona- ge. Skinner usa aquí una metáfora lúdica
do, puesto que daría lugar a lo que los teó- muy efectiva: la composición de una obra
ricos del New Criticism bautizaron como equivaldría a la realización de una movida
«falacia intencionalista».7 El propio Skin- dentro de un juego más vasto, la cual, como
ner terminaría admitiendo, en escritos pos- señala Palonen, no se orienta a alcanzar un
teriores a «Significado y comprensión», que resultado definitivo (como el descubrimien-
su postura había sido entonces algo inge- to de una verdad eterna) sino a intervenir
nua; que, en efecto, los autores no se en- en una constelación contingente y producir
cuentran en completa posesión de sus obras, un determinado efecto en ella. De lo que se
ni alcanzan a tener perfecta conciencia de trata, pues, es de comprender cuál es la
su sentido, en tanto que actos de habla. Los movida que el autor se propuso realizar, el
textos desplegarían de por sí lo que Ricoeur significado que ésta tuvo para él mismo.
llama un «sentido excedente», el cual tras- Esto lo lleva, a su vez, a una tercera distin-

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ción. Skinner distingue, por un lado, los jetivos teóricos que él se traza. La pregunta
efectos producidos (retomado la termino- que surge aquí es por qué Skinner se aferra
logía de Austin, los efectos perlocutivos) de de manera tan obstinada a la idea de la cen-
los que el autor se propuso lograr (la acción tralidad de la intencionalidad autoral en la
ilocutiva). La comprensión del diseño y sig- definición de las acciones lingüísticas.
nificado de un texto depende de qué quiso La respuesta a esta pregunta nos lleva más
hacer el autor el escribirlo, más allá de que allá del plano estrictamente teórico. En este
lo haya logrado o no. Y, por otro lado, dife- punto aparecen las tensiones que genera el
rencia entre la fuerza ilocutiva y la acción impulso normativo que imprime a sus in-
ilocutiva. La primera, la fuerza ilocutiva de vestigaciones históricas y que constituye el
un texto, remite a una dimensión inherente segundo de los objetivos que define en el
al propio lenguaje y conlleva siempre un prólogo del libro (recuperar la agencialidad
elemento involuntario, independiente de la del sujeto como premisa para pensar la li-
voluntad de su agente: éste pudo no sólo bertad de que disponemos en la historia).
lograr cosas distintas a las que buscó sino De hecho, nada impedía a Skinner; por el
también hacer cosas distintas a las que cre- contrario, hubiera sido mucho más fácil,
yó estar haciendo. Los segundos, los actos para él, perseguir el primero de ellos (de-
ilocutivos, en cambio, como todos los ac- tectar y controlar los anacronismos) incor-
tos, para Skinner, se identifican con la in- porando al análisis de los textos aquellos
tencionalidad del agente, qué es lo que éste otros aspectos inherentes a la dimensión
quiso hacer al decir lo que dijo; no existi- pragmática de los lenguajes que aquí opta
rían, propiamente hablando, actos ilocuti- por dejar de lado (o, al menos, subordinar a
vos involuntarios (decir acto y decir inten- uno de ellos, esto es, la dimensión ilocuti-
cional es decir dos veces la misma cosa va). En última instancia, por debajo de esta
para Skinner, no se puede comprender uno obstinación subyace una cierta idea del cam-
sin otro). bio histórico-conceptual que Skinner se re-
Sin embargo, la serie de precisiones que siste a resignar, puesto que de tal renuncia
se ve obligado a introducir terminan com- imagina que derivarían consecuencias po-
plicando su propuesta teórica sin alcanzar líticas decididamente condenables. Lo cierto
aún a responder los problemas que la mis- es que no le sería posible para Skinner com-
ma plantearía. Está claro que, si de lo que patibilizar ambos objetivos, conciliar las
se trata es de reconstruir cómo cambia el motivaciones teóricas y extrateóricas que
vocabulario político de una época (y no li- ordenan su obra, sin producir inevitables
mitarse a desmontar la estructura de una tensiones.
obra particular), no basta con capturar el
designio del autor al escribir un texto. Como Entre la historia y la política
distintos autores han señalado, para com-
prender la historia intelectual como un diá- De acuerdo con lo visto hasta aquí, Skinner
logo colectivo es necesario analizar igual- realiza un doble movimiento. Por un lado,
mente tanto lo que llama la intencionalidad contra la tradición filosófica, diluye la idea
no voluntaria (la fuerza ilocutiva) conteni- del autor (ya no podría hablarse del pensa-
da en un texto como el tipo de repercusio- miento de un autor, como si se tratara éste
nes efectivas que éste tuvo (los efectos per- de una esencia fija que recorre y articula de
locutivos). Su enfoque exclusivo en la in- manera coherente todos los escritos que lle-
tencionalidad subjetiva parece, a primera van su firma: según muestra, la figura del
vista, arbitrario, a la luz de los propios ob- autor no es más que una construcción his-

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toriográfica, un tejido hecho de retazos dis- Así, de la infinita diversidad de «movi-


persos enhebrados con motivos tomados de das» que podrían realizarse en un contexto
textos producidos normalmente en contex- comunicativo determinado, a Skinner única-
tos discursivos muy diversos). Pero esto le mente le interesan dos, a las cuales todas las
permite, por otro lado, reconstruirla, con un demás podrían reducirse: la de reforzar o bien
papel incluso reforzado, en otro nivel, esto la de desafiar las convenciones lingüísticas
es, como núcleo de articulación del plexo de una época («el objetivo —dice— es con-
intencional de la que emana un texto. De siderar tales textos como contribuciones a
este modo, en su perspectiva, el autor, des- discursos particulares y, por lo tanto, reco-
centrado y dislocado como sustrato unita- nocer las formas en las cuales ellos conti-
rio que da unidad y coherencia a la historia núan o desafían, o subvierten los términos
político-intelectual, resurge como verdadero convencionales de esos discursos mismos»)
demiurgo del cambio conceptual. Según (p. 219). Y esto lo lleva, a su vez, a centrar su
afirma, «si queremos hacer justicia a aque- enfoque en lo que llama los términos eva-
llos momentos en que una convención es luativos-descriptivos.
desafiada, o que un lugar común es efecti- Según señala en su reseña crítica de Key-
vamente subvertido, no podemos simple- words, de Raymond Williams, que consti-
mente deshacernos de la categoría de au- tuye el capítulo nueve de este libro, los tér-
tor» (p. 208). minos puramente descriptivos no alcanzan
En efecto, para Skinner, el contexto dis- a explicar el cambio conceptual. Éstos sim-
cursivo tiene un sentido siempre conser- plemente recogen los sentidos aceptados.
vador; al delimitar el rango de lo decible y De allí que los argumentos fundados en
aceptable dentro de sus contornos, tiende ellos, dice, difícilmente resulten en la emer-
simplemente a reproducir su normatividad gencia de nuevos significados. Sólo los tér-
inmanente. Sólo la acción subjetiva tiene minos que, además de ser descriptivos, tie-
un carácter transformador; es decir, sólo nen una naturaleza evaluativa, pueden
la figura del autor puede explicar la inno- explicar la generación de desviaciones se-
vación en el nivel de los lenguajes políti- mánticas. Esto explica la centralidad que
cos. Y sólo en la medida en que se aparta Skinner confiere a la figura retórica de la
de las convenciones existentes éste se cons- paradiástole: la redescripción de hechos o
tituye verdaderamente como tal. Por el situaciones de un modo que le confiera a
contrario, «al reiterar, producir y defender los mismos contenidos éticos diversos a los
ideas trilladas —como generalmente lo aceptados. En definitiva, toda autoría con-
hacen— los autores individuales», dice, se lleva siempre, para él, un ejercicio de para-
vuelven «meros productos de sus contex- diástole. Éste se dedicará así a analizar las
tos» (p. 208), con lo que no merecerían distintas formas en que puede realizarse,
ningún tratamiento histórico; el análisis, en como utilizar viejos términos, normalmen-
tal caso, asegura, «no debería detenerse en te usados con sentido peyorativo, para dar-
los autores individuales sino en el discur- les un contenido positivo, o crear nuevos
so más amplio de una época» (p. 208) (lo términos para redefinir viejos comporta-
que ha llevado a distintos teóricos contem- mientos alterando el sentido ético hasta en-
poráneos —incluido el propio Austin— a tonces conferidos a los mismos, etc.
dejar de lado —indebidamente, para Skin- Uno de los ejemplos estándares de lo que
ner— la figura del autor para concentrarse llama «innovadores de ideología» es el de
exclusivamente en los contextos discursi- los puritanos descriptos por Max Weber en
vos de los que emerge). La ética protestante y el espíritu del capi-

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CRÍTICA DE LIBROS

talismo. Éstos lograrían imponer nuevos morales establecidas. Volviendo al ejemplo


modos de describir una práctica capitalista de los puritanos, «aún si los primeros capi-
entonces condenada por los principios reli- talistas no estuvieron genuinamente moti-
giosos predominantes de modo de volverla vados por los principios religiosos que ellos
compatible con ellos. El tan denostado afán profesaban, es esencial referirse a esos prin-
de lucro aparecerá ahora, en cambio, como cipios si deseamos explicar cómo y por qué
una muestra de probidad y frugalidad cris- el sistema capitalista evolucionó» (p. 267).
tiana. Este «logro retórico», según lo llama Llegado a este punto, sin embargo, apa-
Skinner, no fue meramente eso, sino que rece un primer problema. El ejemplo de lo
«ayudó a crear un mundo nuevo» (p. 264). que Skinner llama «innovadores de ideolo-
Si bien es cierto que, como señalara Tre- gía», su «logro retórico», ilustraría menos
vor-Roper, las prácticas capitalistas preexis- sobre la intencionalidad de los agentes
tían al protestantismo, la transvaloración que sobre los efectos perlocutivos de su ac-
producida le confirió a las mismas una le- cionar. El hecho de haber logrado legitimar
gitimidad de la que hasta entonces carecían. públicamente, siguiendo los códigos éticos
En el artículo «Principios morales y cam- establecidos, una práctica que hasta enton-
bio social» (que forma el capítulo ocho de ces esos códigos condenaban involucra
este libro) Skinner extrae de allí dos con- cuestiones que van más allá de la intencio-
clusiones, que le permiten responder a la nalidad de los autores en cuestión. Skinner
crítica de Namier, para quien, si recorda- establece aquí, pues, una nueva distinción.
mos, las ideas no serían sino meras racio- Según afirma, el logro de los efectos perlo-
nalizaciones ex post facto que no cumplen cutivos que estos sujetos aspiraban lograr
ningún papel explicativo de los comporta- «no es primariamente un asunto lingüísti-
mientos políticos y sociales. La primera co, sino simplemente de investigación his-
conclusión, más general, es que el lenguaje tórica» (p. 255). No así, en cambio, los efec-
no es un mero epifenómeno sino un factor tos ilocutivos, sus intencionalidades al ha-
constitutivo de esas prácticas en la medida cerlo, lo cual «es esencialmente un asunto
en que fija los límites de lo socialmente lingüístico» (y es esto, asegura, «lo que otor-
aceptable. «Cualquier principio que ayude ga a estos términos evaluativos-descripti-
a legitimar un curso de acción se encontra- vos su abrumadora significancia ideológi-
rá, por lo tanto, dentro de las condiciones ca») (p. 255). De este modo, sin embargo,
que posibiliten su ocurrencia» (p. 265). Y reintroduce, subrepticiamente, aquella di-
de allí deriva su segunda conclusión, más cotomía, propia de la historia de ideas, en-
específica: todo cambio evaluativo debe ins- tre «historia» y «lenguaje» contra la que toda
cribirse en el interior del vocabulario pre- su teoría se rebela. Es decir, habría, por un
existente y partir de sus propios términos. lado, cuestiones de índole meramente «his-
Esto significa que «el conjunto de térmi- tórica» que no son ya «lingüísticas» (las re-
nos que los innovadores de ideología pue- feridas, precisamente, a los cambios lingüís-
den esperar aplicar para legitimar su com- ticos efectivos, los desplazamientos produ-
portamiento no puede nunca ser estableci- cidos en el discurso público de una época)
do por ellos mismos» (p. 265). En definitiva, y, por otro lado, cuestiones estrictamente
en contra de lo que afirma Namier, en la «lingüísticas» que no son, al mismo tiem-
medida en que necesitan siempre legitimar po, de «investigación histórica» (las inten-
socialmente su conducta, los sujetos se ve- cionalidades de los agentes). La «historia
rán obligados a ajustar la misma a los prin- social» o la «historia política» y la «histo-
cipios que profesan y a las convenciones ria intelectual» aparecerían así nuevamente

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como estratos yuxtapuestos y sólo contin- trasladaría, según piensa, a otra esfera dis-
gentemente relacionados entre sí.8 tinta que la del lenguaje, que es donde la
Más grave aún en el contexto de la teoría historia intelectual encuentra sus determi-
skinnerana es el hecho de que la «historia so- nantes últimas, sus raíces, y también sus lí-
cial», así entendida, es decir, como un ám- mites. Para la historia intelectual los modos
bito de realidad crudamente empírico, ex- de conciencia de los «innovadores de ideo-
traño a la dimensión simbólica, se introdu- logía» le viene dada, se encuentra ya pre-
cirá aquí no sólo en el punto de la llegada constituida; ésta no tiene nada que decirnos
de la historia intelectual (cómo se difunden al respecto.
socialmente los cambios semánticos produ- En efecto, dentro del modelo contextua-
cidos por los agentes) sino en su punto de lista de Skinner, no hay forma de pensar el
partida (cómo se generan estos cambios), contexto discursivo del cambio, expresión
constituyendo su misma premisa. En efec- que, para él, representaría una contradic-
to, en el momento de explicar cómo se ges- ción en los términos. El contexto es siempre
tan las trasformaciones de orden lingüísti- aquello contra el cual se enfrenta el accio-
co, Skinner vuelve a una cruda «teoría del nar de los autores. En última instancia, si
reflejo» (como indica el ejemplo de los pu- bien el lenguaje es un producto histórico,
ritanos: «nuevas formas de comportamien- contingente, la historia intelectual carecería,
to social se reflejarán, generalmente, en el para Skinner, al igual que para la tradición
desarrollo de léxicos correspondientes se- de historia de «ideas», de una temporalidad
gún los cuales el comportamiento será, en- inherente; el cambio, la historicidad es algo
tonces, descrito y evaluado») (p. 302). En- que le viene a ella desde afuera. Su enfoque
contramos aquí la deriva última de su foco centrado en la intencionalidad de los agen-
exclusivo en la intencionalidad de los agen- tes se terminará resolviendo así en una pers-
tes. Skinner no niega que el lenguaje es un pectiva whig de la historia político-intelec-
elemento constitutivo de la historia, y no tual. El cambio conceptual será el resultado
meramente subsidario, pero le asigna, sin de la acción de una serie de «grandes hom-
embargo, un papel limitado. Según señala, bres» que, como los «filósofos poetas» de
el contexto lingüístico, el conjunto de con- que habla Richard Rorty (las simpatías de
venciones establecidas, es lo que fija los lí- Skinner por este autor no son accidentales),
mites de las conductas aceptables (confi- logran elevarse por encima de los constre-
riendo a las ideas su función como factores ñimientos que le impone su época e imagi-
históricos, y no como meras racionalización nar, y eventualmente difundir en la socie-
ex post facto). Es en este sentido, decíamos, dad por medio de técnicas retóricas nuevos
que el contexto lingüístico es, para él, «con- sentidos para los términos existentes. De este
servador», por definición. Sólo los «auto- modo, sin embargo, Skinner simplemente
res», en la medida en que cuestionan los elude la problemática histórica fundamen-
vocabularios establecidos (puesto que, de tal a la que una historia de los lenguajes po-
lo contrario, no cabría considerarlos como líticos nos enfrenta: la paradoja de cómo
tales, sino como meros «reproductores de nuevas categorías, surgidas necesariamente
contextos»), son los agentes del cambio. de recomposiciones efectuadas en el inte-
Pero esto no explica aún cómo se constitu- rior de los vocabularios preexistentes, pue-
yen estos mismos autores como tales, cómo den, sin embargo, resultar incompatibles con
surgen modos de conciencia social que no ellos. Los «autores» se erigen así en suertes
responden a las pautas fijadas por las cate- de puntos arquimédicos que llevan a disol-
gorías en cada caso disponibles. Esto nos ver esa paradoja sin por ello resolverla.

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The Foundations of Modern Political ción de los «lenguajes políticos» en térmi-


Thought, su opus magnum, es, justamente, nos de «ideologías» nos devuelve, de he-
la saga de la serie de grandes hombres que cho, al plano de los contenidos de los dis-
fueron forjando, a lo largo de tres siglos, cursos: más allá de que sean evaluadas po-
nuestro vocabulario político presente. De sitiva o negativamente, las «ideologías» son
este modo incurre en lo que él mismo de- siempre concebidas como «conjuntos de
nuncia como «mitología de la prolepsis». enunciados». Y esto es revelador del senti-
Como puntualiza K.R. Massingham, «si do de su proyecto historiográfico. En con-
Skinner no hubiera escrito este libro y lo tra de lo que propusiera en sus escritos teó-
estuviera reseñando, probablemente lo ha- ricos, su trazado genealógico se orienta
bría despreciado como otro ejemplo de todo, en última instancia, hacia la recons-
un trabajo de historia de ideas, escrito en trucción retrospectiva del surgimiento de un
una tradición bien definida pero metodoló- modelo de pensamiento, un cierto tipo ideal
gicamente incorrecta».9 Sin embargo, en de Estado moderno,15 en fin, una doctrina
contra de lo que los comentadores de esta (en el sentido que él mismo le asigna al tér-
obra han señalado, quienes no alcanzan a mino) a cuyo desarrollo los distintos auto-
descubrir en ella las huellas de su «contex- res que analiza habrían simplemente con-
tualismo discursivo»,10 hay una afinidad tribuido.16
profunda entre su teoría y su práctica his- Hasta qué punto su vocación normativa
tórica (aunque es cierto que, como señala termina reinscribiendo su concepto históri-
Massingham, ello no impide que la misma co dentro de los marcos de la antigua tradi-
se vuelva indistinguible de los trabajos más ción de historia de ideas se descubre aún
tradicionales de historia de ideas). más claramente en la respuesta que ofrece
El tono teleológico que anima su recons- al dilema planteado por Namier, el cual,
trucción historiográfica (la búsqueda retros- como vimos, ponía en cuestión el objeto
pectiva de nuestras creencias presentes) y mismo de la empresa histórico-intelectual.
destila ya su propio título, no escapará in- Ésta no es otra que aquélla ya propuesta por
cluso al propio Skinner.11 Como afirma en Arthur Lovejoy en su escrito programático
la última página del libro mencionado, «la de 1940 con que inicia la publicación del
adquisición del concepto de Estado puede Journal of the History of Ideas, y a quien
considerarse el precipitado de un proceso Skinner convirtió en el blanco fundamental
histórico que este libro buscó trazar».12 Skin- de su crítica.17 También para él, como para
ner rastrea así este proceso de acopio, ini- Lovejoy, si el estudio de las ideas tiene un
ciado en el siglo XIII, de motivos o «ideas» sentido, es porque los sujetos, como vimos
que anticiparán un concepto nuevo de Es- en el caso de los puritanos, no pueden elu-
tado que tres siglos después cobrará final- dir la exigencia de coherencia entre su com-
mente forma —procedimiento que el pro- portamiento y los principios que profesan,
pio Skinner refuta con argumentos contun- lo que, como el propio Skinner señala, es
dente mostrando el tipo de transposición una respuesta débil, ingenua, que permite
anacrónica que éste conlleva.13 al cinismo namierista aparecer como un
Particularmente significativa al respecto mero llamamiento a la realidad. Y esto es
es la afirmación que realiza en el prólogo necesariamente así porque, en el fondo, Lo-
de dicho libro, en la que afirma que su pro- vejoy comparte el mismo punto de partida
pósito fue «escribir una historia centrada de Namier, que es una visión estrecha del
menos en los textos clásicos y más en la universo de lo simbólico el cual se agotaría
historia de las ideologías».14 Esta retraduc- en su dimensión «ideológica», es decir, de

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las racionalizaciones ex post facto de las con- cipios proclamados y las conductas efecti-
ductas, las cuales tendrían, por lo tanto, su vas, destructiva de la historia de ideas, no
origen en otro ámbito de realidad histórica. mermaría en absoluto la importancia del es-
Existe, sin embargo, otra respuesta im- tudio de los fenómenos y procesos intelec-
plícita en la teoría de Skinner, pero que su tuales. No es ya allí, en el plano de los prin-
perspectiva whig del cambio conceptual y cipios o ideas, donde radica el objeto de la
la vocación normativa que impregna su vi- historia intelectual, sino en otro plano más
sión histórica le impiden articular claramen- fundamental («noético») de realidad simbó-
te, y que supone la reformulación radical lica. En fin, la relevancia o no del estudio
del dilema planteado por Namier (el cual, de la historia intelectual no quedaría ya su-
en efecto, conducía a la disciplina a un ca- peditada a una premisa de naturaleza antro-
llejón sin salida). Ésta pasa por trasladar la pológica, como es la supuesta necesidad de
cuestión del plano de las racionalizaciones los sujetos de racionalizar sus acciones, las
a posteriori (los principios que los autores cuales son siempre subsiguientes a las mis-
profesan o dicen profesar) al de las condi- mas (en lenguaje psicoanalítico se las de-
ciones de inteligibilidad de los fenómenos nomina «elaboraciones secundarias»), no
(cómo pudieron concebir articular pública- una condición suya.
mente un conjunto dado de principios, in- Esto nos devuelve a nuestro punto de
cluso aquellos destinados a engañar a sus partida original. El «giro lingüístico» que
interlocutores). En definitiva, lo que pierde Skinner introduce en el campo de la histo-
de vista el planteo de Namier es que inclu- ria político-intelectual, como señalamos,
so el más cínico e inescrupuloso de los po- abre en realidad la perspectiva a un univer-
líticos tampoco tiene un acceso directo a la so de realidad simbólica mucho más rico,
realidad, una visión que le permita dar sen- complejo, compuesto de pluralidad de es-
tido al mundo y a su propio accionar que no tratos, y de los cuales el de las «ideas» es
se encuentre ya mediada por alguna retícu- sólo el más superficial de ellos. Nos trasla-
la categorial. En el fondo, de lo que trataría da más allá, o más acá, del plano de las «ra-
una historia de los lenguajes políticos cionalizaciones ex post facto» de las prácti-
como la que propone Skinner es de enten- cas sociales y políticas, para situarnos en el
der cómo incluso estos ambiciosos aman- de sus condiciones de posibilidad. En defi-
tes del poder podían construirse una ima- nitiva, ésta retoma el proyecto fenomeno-
gen de la realidad y de su lugar en ella, las lógico original (que Skinner conoce, en rea-
matrices mentales de que disponían para lidad, a través de versiones degradadas) de
ello, y de las que tampoco éstos podían, en penetrar la esfera intencional misma, cómo
efecto, prescindir.18 Encontramos aquí el se constituyen los modos de conciencia de
punto crucial que distingue la nueva histo- los propios agentes del cambio conceptual,
ria intelectual de la historia de ideas (y que cómo se innova la visión de los propios «in-
el planteo de Skinner termina, sin embargo, novadores de ideología»; en suma, cómo
diluyendo) que consiste, precisamente, en pueden éstos eventualmente apartarse de las
un desplazamiento del foco de análisis a un convenciones lingüísticas vigentes e ima-
plano distinto de realidad simbólica, a un se- ginar sentidos distintos de los establecidos.19
gundo orden de representaciones, esto es, Ésa es también la dirección hacia la que
del de las ideas de los agentes al de las con- se mueve la teoría de Skinner. Pero para
diciones de su producción y articulación pú- llegar a ella sería necesario desprender la
blicas. Así, el eventual descubrimiento de dimensión intencional del plano puramen-
una persistente discordancia entre los prin- te subjetivo. Todo «lenguaje» es, de hecho,

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CRÍTICA DE LIBROS

una entidad objetiva, disponible para dis- cuencias que se desprenden de la reformu-
tintos usos, y relativamente autónoma de lación teórica que produjo. Las demandas
las ideas que los sujetos se hacen de él (re- normativas a que somete a la historia inte-
tomando el apotegma marxiano, podemos lectual harán desdibujarla, sólo para termi-
decir que los hombres usan el lenguaje, pero nar desagarrado entre el carácter desnatu-
no saben el lenguaje que usan; los lengua- ralizador propio de la empresa histórica,
jes tienen la costumbre de cambiar sin pe- según él mismo la concibe, que lleva a re-
dirnos permiso para ello). Una vez descen- velar la naturaleza contingente de todo ho-
trado el lenguaje respecto de las ideas, la rizonte de pensamiento, y la exigencia últi-
primacía de las intencionalidades subjeti- ma de sentido (el hallazgo de alguna Ver-
vas se vuelve también insostenible. Es en dad política cuya validez trascienda los
este sentido como debería interpretarse el escenarios epocales) de la que no logrará,
principio de Collingwood de la primacía aun entonces, desentenderse. De todos mo-
de las preguntas sobre las respuestas. Lo dos, como vimos, resulta aún posible des-
que la nueva historia intelectual buscaría prender el núcleo teórico de su propuesta
no es analizar cómo cambian las ideas de de las derivaciones que tendría en su pro-
los sujetos sino cómo se transforman obje- pia obra. Los escritos reunidos en Lengua-
tivamente los lenguajes políticos, cómo se je, política e historia nos permiten, en fin,
va recomponiendo históricamente el suelo penetrar su sentido último, la reformulación
de problemáticas subyacentes en función fundamental que supone el paso de una his-
del cual se despliega el debate político, el toria de las ideas a una historia de los len-
tipo de cuestiones a las que aquéllos se ven guajes políticos, y que llevaría a redefinir
en cada caso confrontados (para retomar el objeto mismo de la disciplina. Éstos co-
la metáfora lúdica de Skinner, no tanto qué locarían los debates en torno a ella en un
movidas realizaron los jugadores sino cómo terreno completamente nuevo. Aun cuando
se alteró el tablero mismo). Skinner mismo, en su obra histórica, siguió
Es en este sentido que la «nueva historia demasiado aferrado a viejos cánones, la his-
intelectual» nos abre la perspectiva a ese toria político-intelectual después de él cam-
universo de realidad simbólica que yace más bió. Es de esperar, en fin, que la publica-
allá del plano estricto de las ideas (las res- ción en español de esta obra tenga en nues-
puestas eventuales de los agentes). Skinner tro medio una repercusión análoga a la que
mismo no logrará extraer todas las conse- tuvo en su versión original.

NOTAS

1. El análisis más completo de la obra de Skin- tad» [Javier Fernández Sebastián, «Intellectual
ner es la obra de Kari Palonen, Quentin Skinner. History; Liberty and Republicanism: An Interview
History, Politics, Rhetoric (Cambridge: Polity Press, with Quentin Skinner», Contributions 3 (2007):
2003). 118].
2. «Tengo la impresión», dice Fernández Sebas- 3. «No tengo otra solución ante este dilema», acep-
tián, «que desde las conferencias que dio en el Co- ta Skinner, «más que decir que tenemos que ser au-
llège de France en 1977, ha estado cada vez más toconcientes de su necesidad» [Javier Fernández Se-
comprometido en el debate político público. Se po- bastián, «Intellectual History; Liberty and Republi-
dría decir que el Skinner filósofo está, al menos en canism», Contributions 3 (2007): 119].
cierta medida, poco a poco eclipsando al Skinner 4. Skinner, «Hermeneutics and the Role of His-
historiador en su obra reciente, especialmente en tory», New Literary History 7 (1975): 227.
su trabajo sobre la teoría neorromana de la liber- 5. Aristóteles, Retórica I2.

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CRÍTICA DE LIBROS

6. Sus autores de referencia en este punto son 15. El tipo ideal de Estado moderno para Skinner
Wilhelm Dilthey, Alfred Schutz, Peter Winch y, so- se define según cuatro postulados: 1) autonomía (la
bre todo, Max Weber y R.G. Collingwood. esfera de la política debe aparecer como separada de
7. Véase al respecto la serie de textos reunidos en la moral), 2) soberanía (cada reino debe aparecer
James Tully (ed.), Meaning and Context. Quentin Skin- como independiente de toda otra autoridad), 3) mo-
ner and His Critics (Cambridge: Polity Press, 1988). nopolio de la autoridad (ésta no debe admitir ningún
8. Éste es, justamente, el núcleo de su crítica a otro rival dentro de su dominio) y 4) secularismo (la
Keywords de Raymond Williams. Según afirma, su comunidad existiría sólo para un propósito político)
postura «nos conduce a asumir que estamos tratando (Skinner, The Foundations of Modern Political
con dos dominios diferentes y relacionados contin- Thought, 349-352).
gentemente: uno, el del mundo social mismo, y otro, 16. Como señala Kenneth Minogue, Skinner nos
el del lenguaje que luego aplicamos en nuestros in- conduce a través de las acciones y las respuestas de
tentos por delinear su carácter. Por cierto, ésta parece los europeos a lo largo de tres siglos, sólo para llegar
ser la postura que fundamenta la explicación de a un punto fuera de la historia, cuando adquirimos
Williams. Él ve una disociación completa entre “las algo ahistórico llamado “el concepto moderno de
palabras” que discute y los “hechos reales” pertene- Estado”» [K.R. Minnogue, «Method in Intellectual
cientes al mundo social» (p. 291). History: Quentin Skinner’s Foundations», Philoso-
9. K.R. Massingham, «Skinner is as Skinner phy 56 (1981): 543]. En los últimos años, esta bús-
does», Politics 16 (1981): 128, cit. en Palonen, Quen- queda de una Verdad política sufre una inflexión.
tin Skinner, 66. Lo que intentará ahora es recobrar una tradición re-
10. Éste se reduciría, en todo caso, a la mención de
publicana olvidada, que luego denominará, para des-
un conjunto de autores menores que sostendrán visio-
prenderla del abuso de que el término «republicanis-
nes tradicionales o, eventualmente, anticiparán algunos
mo» fue objeto, «teoría neorromana de los estados
de los motivos que serán articulados de modo coheren-
libres». De este modo, busca tallar en los debates pre-
te por las grandes figuras del pensamiento político.
sentes entre contractualistas y comunitaristas, entre
11. «Mi error», señala con relación al título del
los defensores de la libertad de los modernos y los de
libro, «es haber usado una metáfora que virtualmen-
la libertad de los antiguos. Skinner descubre así una
te me compromete a escribir teleológicamente. Mi
tercera tradición, sumergida, que, convenientemen-
propio libro está demasiado preocupado por los orí-
te, reúne todo lo bueno de cada una de las otras dos y
genes de nuestro mundo presente cuando debía ha-
ber tratado de representar el mundo que estaba exa- deja de lado aquellos aspectos negativos de ellas. De
minando en sus propios términos, en la medida de lo este modo, mediante un demasiado obvio anacronis-
posible» [Skinner, «On Encountering the Past. An mo, que se revela en el título mismo de uno de sus
Interview with Quentin Skinner», por Petri Koikka- artículos, llamado «La idea de libertad negativa:
lainen y Sami Syrjämäki, Finnish Yearbook of Poli- Maquiavelo y las perspectivas modernas», éste [Ma-
tical Thought 6 (2002): 53]. quiavelo] se convierte en un interlocutor válido de
12. Skinner, The Foundations of Modern Politi- Rawls y Walzer, ocupando el lugar de un justo térmi-
cal Thought (Cambridge: Cambridge University no medio entre ambos. En todo caso, su «tercer con-
Press, 1978), 358. cepto de libertad», si bien cuestiona la división bi-
13. Cary Nederman encuentra aquí una conse- partita propuesta por Isaiah Berlin (retomando una
cuencia forzosa de su contextualismo discursivo, el formulación original de Benjamín Constant), sólo
cual, dice, obliga a pulverizar la historia intelectual agrega un nuevo casillero en la red de la historia de
en una serie de acontecimientos discursivos inco- ideas, adiciona un modelo o tipo ideal sin por ello
nexos. «Buscar las precondiciones de la noción de cuestionar las premisas mismas sobre cuyas bases se
Estado moderno —dice— demanda al estudioso in- realizan este tipo de construcciones.
vestigar ocurrencias totalmente desconectadas [...] En 17. «Aun si la mayoría o la totalidad de los jui-
suma, cada aspecto característico del concepto mo- cios y razonamientos expresados no fueran más que
derno de Estado fue concebido incrementalmente, en “racionalizaciones” de emociones o antojos ciegos,
aislamiento de los otros componentes a partir de los la naturaleza de éstos debería inferirse principalmente
cuales la idea de Estado habría de ser modelada» del contenido de aquéllas; de acuerdo con la misma
[Cary Nederman, «Quentin Skinner’s State: Histori- hipótesis, la necesidad de racionalizar no es menos
cal Method and Traditions of Discourse», Canadian imperativa que los antojos; y una vez constituida una
Journal of Political Science / Revue canadienne de racionalización, los antecedentes hacen que sea im-
science politique XVIII 2 (1985): 345]. probable —y la evidencia histórica podría mostrar
14. Skinner, The Foundations of Modern Politi- que es falso— que permanezca ociosa e inerte, sin
cal Thought, xi. repercusión alguna sobre el lado afectivo de la con-

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CRÍTICA DE LIBROS

ciencia de la cual puede haber surgido. Cuando un Castoriadis y su concepto de «imaginario social». Re-
hombre da una razón de su creencia, su aprobación o tomando su «contextualismo discursivo» Skinner afir-
desaprobación moral, su preferencia estética, queda ma que «cualquiera sea la intención del escritor, ésta
—felizmente o no— preso de una trampa» [Arthur debe ser convencional, en el sentido fuerte». Y luego
Lovejoy, «Reflexiones sobre la historia de ideas», agrega, «en síntesis, necesitamos estar preparados para
Prismas 4 (2000): 138, originalmente publicado asumir nada menos que lo que Cornelius Castoriadis
como «Reflections on the History of Ideas», Journal ha descrito como “imaginario social”» (pp. 183-184).
of the History of Ideas 1 (1940): 3-23]. Sin embargo, el término «imaginario social», según lo
18. Y ello no sólo a fin de legitimar públicamente usa Castoriadis, es lo opuesto a lo «convencional»,
sus conductas, sino simplemente para pensar. En de- que corresponde a lo que Lacan identifica con lo Sim-
finitiva, el núcleo problemático de la historia inte- bólico. Lo Imaginario, en cambio, referiría a un ámbi-
lectual radica menos en los términos evaluativos que to de realidad simbólica precategorial y prediscursivo,
en los propios términos descriptivos. que es, como Skinner bien señala a continuación en
19. La confusión de Skinner de planos de lenguaje esa misma cita, aquel en que «se constituye la subjeti-
se observa claramente en su referencia a Cornelius vidad de una época» (p. 184).

ESFINGE MEXICANA

José Carlos Hesles


IIS-UNAM

MAURICIO TENORIO TRILLO: broma, pero el primer acertijo del libro


Historia y celebración. es la ilustración de la cubierta. Un cua-
México y sus centenarios, dro de Galán en que los símbolos de la
Tusquets, México, 2009 cultura popular se entrelazan sensualmen-
te con las insignias nacionales: un maria-
De las adivinanzas bien construidas, decía chi que llora lágrimas de plata, ataviado
Aristóteles, pueden sacarse buenas metáfo- con un sarape de seda adornado con un
ras. «Esfinge mexicana» es la metáfora que águila que devora a una serpiente, el som-
sugiere Historia y celebración. Este curio- brero al pie, maquillado el rostro y con
so libro de enigmas sobre la historia es como un cuarzo en la frente; de fondo, un jar-
aquel monstruo que con sus acertijos tira- dín. Es una idea de la identidad nacional
nizó a una ciudad. En sus páginas, el histo- intensamente subjetiva. Es una expresión
riador Mauricio Tenorio Trillo intenta —es estética del «neo-mexicanismo» —manie-
un libro de ensayos, escrito por un experi- rista y kitsch— que problematiza la rela-
mentado ensayista—, con rigor, erudición ción entre las viejas imágenes de la nación
e ironía, afrontar —interpretar, compren- —en que se objetivan ilusiones identita-
der— un monstruo indescifrable: la histo- rias— y las nuevas sensibilidades nacio-
ria de México en las vísperas de las fiestas nalistas. La impresión visual que produ-
por el bicentenario del inicio de la Indepen- ce la portada es por eso un acertijo ico-
dencia y el centenario del inicio de la Re- nológico. Las respuestas posibles, incluso
volución mexicana. las probablemente plausibles, desplazan
Los enigmas ejercen siempre una atrac- la cuestión a un nivel más elevado de pre-
ción especulativa y lúdica. Pareciera una guntas necesarias.

266 RIFP / 34 (2009)

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