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Mons. Luis M. Martínez

APUNTES DE EJERCICIOS
ESPIRITUALES

Notas de J. G. Treviño

Madrid
1961

2
Nihil obstat:
DR. VICENTE SERRANO.
Censor,

Imprimatur:
† JOSÉ MARÍA, Ob. Aux. y Vic. Gral.

3
ÍNDICE

I. — Ejercicios del 9 al 18 de junio de 1933.................................................................6


II. — Ejercicios del 2 al 9 de junio de 1935................................................................15
III. — Ejercicios del 24 de junio al 1.º de julio de 1936.............................................26
IV. — Ejercicios del 16 al 22 de mayo de 1938..........................................................44
V. — Ejercicios del 22 al 29 de enero de 1940...........................................................61
VI. — Ejercicios del 14 al 21 de julio de 1941...........................................................76
VII. — Ejercicios del 26 de diciembre al 1.º de enero de 1942..................................82
VIII. — Ejercicios del 27 de diciembre de 1943 al 1.º de enero de 1944...................93
IX. — Ejercicios del 25 de diciembre de 1945 al 1 de enero de 1946......................106
X. — Ejercicios del 22 al 29 de enero de 1950.........................................................117
XI. — Ejercicios del 25 de Diciembre de 1951 al 1.º de enero de 1952...................128
XII. — Conclusión....................................................................................................136

4
Apuntes de Ejercicios Espirituales

Monseñor Martínez fue siempre muy fiel en practicar los Ejercicios


Espirituales cada año, sobre todo, a partir de 1914. Durante ellos solía
tomar notas de los buenos pensamientos que se despertaban en su alma y
de las gracias que Nuestro Señor le concedía.
Algunas de estas notas las hemos dado a conocer, ya en la
Semblanza espiritual que de él escribimos (1), ya en Obsesión divina (2),
que acabamos de publicar.
Las inéditas que ahora presentamos a nuestros lectores van del año
de 1935 hasta su santa muerte, en 1956.
Ya se comprende que estos apuntes no estaban destinados a nadie, ni
a su director espiritual, menos al público; eran absolutamente personales.
Si monseñor hubiera tenido oportunidad, los hubiera destruido. Se
conservaron gracias a una estratagema que él —desde el cielo— nos per-
donará.
Para su mejor inteligencia, hemos creído oportuno agregar algunas
notas explicativas.
Esperamos que estos Apuntes revelarán una vez más el alma de
monseñor y servirán de eficaz estímulo para las almas que trabajan en su
santificación.
Así el apostolado de monseñor seguirá prolongándose más y más.

MÉXICO, 25 de marzo de 1960.

J. G. Treviño, M. Sp. S.

1
Monseñor Martínez, Semblanza de su vida interior, 1950.
2
Divina obsesión, 1959.
5
I. — Ejercicios del 9 al 18 de junio de 1933

Julio de 19333
La víspera de mis Ejercicios, que fue la fiesta de la Santísima
Trinidad, pensé que necesitaba ponerme enteramente bien con Dios,
quitando ciertas cosillas que impedían nuestra plena intimidad.
Quise al principio hacerlo por un sistema tonto, examinando lo que
había pasado; pero Nuestro Señor me sugirió otro sistema: le dije a Él que
no me ponía a examinar lo que hubiere de faltas y deficiencias en mi con-
ducta, sino que sencillamente arrojaba todo el fardo en el seno de la divina
Misericordia, y, aligerado de él, contento y en paz, comenzaría mis
Ejercicios. Y vino la paz, la confianza, el bienestar...
No sé qué tenía más necesidad de descanso, si mi espíritu o mi
cuerpo, y esta necesidad contribuyó grandemente a determinar la materia
de mis Ejercicios.
Con aquella necesidad torturante de descanso me arrojé en el divino
Corazón de Jesús y a fe mía, que lo encontré.
¡Con qué delicadeza se portó Jesús conmigo! Como con un niño
enfermo a quien se mima. No tuve que hacer esfuerzos; Él me lo hacía
todo. Ni una nube, ni una lucha.
***
Fueron los Ejercicios muy sencillos: el descanso de las almas está en
el amor; y la primera forma de este descanso, que sentí primero y analicé
después, fue el ser amado.
Alguna vez dije que más gusto de amar que de ser amado; pero al
principio de mis Ejercicios sentí un anhelo, una necesidad de ser amado...,
¡y gocé de esa delicia y descansé en el amor de mi Dios!
Creo que nunca he sentido como entonces la insondable realidad del
amor de Dios. No necesité pensar y no pensé en las gracias particulares, en
las indiscutibles señales de predilección que Dios me ha dado. ¿Para qué?
3
Estos son los primeros apuntes de Ejercicios que tenemos Los hizo en el
noviciado de los Misioneros del Espíritu Santo, en Tlalpan, del 9 al 18 de Junio de
1933. En julio, al volver a Morelia, escribió este resumen de sus Ejercicios.
6
Me bastaba sentir cómo ama Dios al alma para sentir el peso del divino
amor, para sumergirme en un océano de amor, de descanso y de dicha.
***
Cuando pude analizar, vi en el amor con que soy amado estos
caracteres:
Desde luego, nuestro corazón no descansa ni se satisface cuando se le
ama a medias. La dicha de ser amado consiste en tener un corazón todo
nuestro, un corazón en propiedad. No nos puede satisfacer un lugar,
aunque sea de honor, en otro corazón; necesitamos todo el corazón que nos
ame.
Por eso nunca nos bastará un corazón creado, porque la criatura ni
debe ni puede darnos todo el corazón. Solamente Dios nos lo da todo,
siendo infinito, y con ese divino tesoro nuestro corazón descansa y es feliz.
¡Qué delicia experimentaba cuando en esos días oía cantar en la
capilla las letanías del Sagrado Corazón de Jesús! A cada invocación, en
lugar de decir: Miserere nobis, decía en el fondo de mi alma: Es todo mío.
Abismo de todas las virtudes... Horno encendido de caridad... ¡Es todo
mío! Parece que aquel canto iba desplegando ante los ojos iluminados de
mi corazón toda la belleza y toda la magnificencia de mi Tesoro.
***
En segundo lugar, el amor que deseamos y que constituye nuestro
descanso es el que corresponde perfectamente a nuestras aspiraciones
íntimas y a nuestros hondos deseos. Solamente Dios nos puede amar así,
porque solamente Él nos conoce bien y su amor se amolda a nuestros
anhelos.
Nos ama como el corazón humano necesita ser amado y nos ama con
aquellos caracteres que corresponden a nuestro corazón individual. Es un
amor hecho para nosotros.
***
Pero, adaptándose maravillosamente, a nuestros deseos y
aspiraciones en cuanto al modo y al matiz, ese amor inefable supera de
manera infinita esos deseos y aspiraciones. Nunca podremos desear ni
soñar siquiera el amor de Dios para nosotros porque el Infinito supera
nuestra comprensión,

7
¡Maravilloso corazón humano, sobre todo cuando la gracia lo eleva!
¡No acierta a vislumbrar el Infinito, y solamente el Infinito lo sacia!
***
Pero ni poseyendo todo un corazón, ni amándonos como acabo de
decir, quedaría satisfecho el nuestro, si ese amor no fuera inmutable y
eterno, si no tuviéramos la plena, la absoluta seguridad de ese amor.
¿Quién nos lo puede quitar? Estoy cierto que ni la vida ni la
muerte..., ni criatura alguna podrá separarnos de la caridad de Dios, que
es en Cristo Jesús, decía San Pablo.
Pienso que no hablaba el Apóstol precisamente de sus disposiciones
individuales, sino de la naturaleza misma de ese Amor. ¡Qué sé yo! ¿Cómo
se nos ha de separar de ese amor, si Dios nos ama a pesar de nuestras
faltas, de nuestras miserias, de nuestra fealdad, de nuestra ingratitud...?
Necesito un amor así, que no repare en lo que soy, que sea superior a todas
las vicisitudes de mi fragilidad.
***
Y después pasó ante mis ojos toda la serie de prerrogativas y
encantos del amor de Jesús: tierno..., ardiente..., apasionado..., purísimo...,
lleno de finísima delicadeza..., de inefable misericordia...
Y sobre todo, lo divino de ese amor... Cuando la Esposa de los
Cantares describe a su Amado, en medio de los rasgos de su hermosura
que nos da a conocer, dice estas misteriosas palabras: Absque eo quod
intrinsecus latet, fuera de aquello que se oculta dentro. Lo exquisito, lo
inefable del amor de Jesús es lo divino, que ni puede expresarse con
nuestras palabras ni abarcarse con nuestros pobres conceptos.
***
Y me bastó sentirme amado para amar con todo mi corazón, para
amar de manera nueva y profunda a quien así me ama. Mi corazón se
desbordó: ¡Cuántas cosas de amor le dije entonces a Jesús!
Mi amor tiene que ser a semejanza del suyo tan pleno que le dé todo
mi corazón, tan delicado que lo ame como Él quiere ser amado y tan firme
que no se acabe jamás.
Vislumbré que para realizar este ideal necesito una transformación.

8
Comprendí que uno de los motivos más poderosos para amar es
sentirse amado, pues me bastó tener aquella nueva revelación del amor de
Dios para que mi corazón se sintiera abrasado en amor.
***
Ese amor me hizo contemplar al Amado; y Él apareció ante mis ojos
con nueva hermosura...
Llamo así lo que vi; pero era el conjunto divino y armonioso de
grandeza, de bondad, de todas las divinas perfecciones vistas a través de
Jesús, o más bien, en Jesús mismo.
Sus prerrogativas humanas, su figura única llena de armonía y de
belleza, y en el fondo de Él, en el fondo de todos los rasgos de su figura
divina, en el fondo de sus palabras, de sus acciones, de su corazón, quod
intrínsecus latet, lo exquisito, lo divino; los encantadores, profundos e
inefables horizontes de su divinidad, si así puede decirse, fue lo que
contemplé...
***
Es otra forma de descanso para el alma descansar en esa belleza
incomparable.
Me parecía nada todo lo creado; solamente lo divino es lo que
produce el descanso del corazón y el amor profundo que éste ansia. Si las
criaturas valen algo es precisamente porque hay en ellas un destello de lo
divino.
Entonces, al oír cantar las Letanías del Sagrado Corazón, cada una de
las invocaciones me mostraba un rasgo de esa belleza soberana de Jesús y
en cada uno de esos rasgos como que adivinaba toda la hermosura
simplísima y rica de Él.
***
Ante mis ojos se habían presentado los dos motivos únicos del amor:
la belleza del Amado y su amor.
El doble descanso del alma consiste en amar y ser amada, y con ese
doble descanso, con la revelación del amor de Jesús a mi alma y la
realidad de mi amor hacia Él, me sentí feliz con una felicidad que nada ni
nadie me puede arrebatar.

9
Mi deber estaba perfectamente marcado: dejarme amar de Él sin
obstáculo, y amarlo yo sin medida.
***
Para ambas cosas, digo, para la plenitud de ellas, hay un obstáculo:
Yo.
Muchas deficiencias noté en mí, pero necesitaba encontrar como la
clave de ellas. Nuestro Señor me dio a conocer el remedio radical: la
desaparición del yo, esto es, algo más que el olvido de mí mismo.
Si en todo amor es necesario olvido de sí mismo en el que ama, en el
amor de la criatura a Dios, de la nada al todo, es preciso que la criatura
desaparezca totalmente para que se llene de Dios, para que Dios viva en
ella, para que se realice ese misterio de unidad que es el misterio del amor.
He aquí, pues, una nueva y definitiva fórmula de mi deber:
desaparecer yo totalmente y llenarme de Él.
Así se realizará esa más perfecta intimidad que Jesús me pide desde
hace algún tiempo; así se realizará ese descanso por el que suspira mi
corazón.
Relativamente fácil fue para mí sacar las consecuencias prácticas de
esos principios que son mis propósitos de Ejercicios que escribiré después.
***
Pero me ocurrió preguntar a Nuestro Señor:
—Bueno, y ¿esas miserias?
Y como respuesta tuve luces preciosas que fueron quizá lo mejor de
mis Ejercicios.
Se me presentó Jesús como una maravilla de pureza: unas tras otras
contemplé las diversas formas de pureza que se enlazan en Él:
— la pureza que tiene por origen la gracia santificante que Él recibió
en toda su plenitud;
— la pureza que tiene como Cabeza de la Iglesia para derramarla en
todos nosotros;
— la inefable pureza de la Humanidad de Jesús por la unión
hipostática.
— y, sobre todas ellas, la pureza infinita de la divinidad.

10
Los dos aspectos que durante esos días había contemplado en el
Corazón de Jesús me aparecieron fundidos en una sola realidad: la pureza.
Aunque negativamente concebida la pureza es carencia de tierra, en
su aspecto positivo es en Dios la divinidad misma y en las criaturas la
divinización de ellas.
La belleza de Jesús es la unidad, la armonía, el esplendor de su
pureza.
***
Su amor mismo, ese amor inefable, incomprensible, que nos tiene y
que precisamente por grande y desinteresado nos cuesta trabajo creer en él,
es en el fondo pureza.
Para amarnos como Él nos ama es preciso ser puro como Él lo es.
Si el amor es algo divino —puesto que Dios es amor—, el gran
enemigo del amor, su único enemigo, es el enemigo de la pureza. Aun en
la tierra cuanto más puro es un corazón, más desinteresado y más
profundo, más perfecto es su amor.
Para amarnos, a pesar de nuestras miserias, para amarnos con pasión
infinita, para amamos hasta la cruz es indispensable la pureza infinita de
Dios.
***
Y vi que la unión misma de Dios con las almas es pureza; quizá no lo
podré explicar. No solamente al unimos con Dios, lejos de sufrir
menoscabo nuestra pureza, se acrecienta por la misma unión; sino que esa
unión, por ser algo divino, es unión de pureza y de luz.
Es preciso, por consiguiente, que el alma que se une con Dios, que
descansa en Él por el amor, sea purísima, y que la plenitud del amor y de
la unión requiere la perfección de la pureza.
Y Nuestro Señor me hizo ver lo que me falta para esa perfección; me
hizo ver la pureza como una armonía de nuestra alma y de nuestra vida y
me mostró las disonancias que hay en mí.
***
Pero no están por cierto en esas miserias a que aludo en mi pregunta,
sino en las deficiencias en aquellas virtudes que hace tiempo Nuestro

11
Señor me ha pedido: la humildad, la prudencia y la caridad. En mis
propósitos se puntualizan esas deficiencias.
Las otras miserias —me hizo comprender Nuestro Señor— (4), lejos
de manchar, purifican; dan pureza a mi alma por dos motivos: porque toda
tentación vencida afina la virtud contra la cual es, y porque esas
tentaciones humillan, y humillando, dan esa pureza de la humildad tan
fundamental y tan amada de Dios.

4
Como ya lo hemos dicho en otra parte, monseñor tuvo una misión especial para
enseñar a las almas a utilizar sus miserias en su santificación. Porque es un hecho que
las miserias desconciertan a muchas almas, las desmoralizan, las abaten, las
desalientan y con frecuencia —si no siempre— son el gran obstáculo para trabajar en
su santificación. Pero es necesario saber de qué miserias se trata, y cómo
transformarlas de obstáculo en medio de santificación.
Esas miserias son deficiencias físicas o morales.
Físicas, como poca ilustración y escaso talento —como en el caso del santo Cura
de Ars—, rusticidad en las maneras, como reliquias del medio humilde en que se
nació —como le pasó a Bernardita Soubirous—; o bien accidentes pasajeros que nos
ponen en ridículo, que nos hacen fracasar, etc.
Morales, como la vivacidad de carácter, que puede producir un pronto
involuntario, pero desedificante; la demasiada sensibilidad, que fácilmente se lastima
y puede aparecer como susceptibilidad, y, en general, las tentaciones que, aunque
vencidas, dejan desazón en el alma, tanto más cuanto la conciencia es más delicada y
el amor más generoso.
Cuando se trata de almas piadosas que tienen verdadero horror al pecado, y
sinceros deseos de santificarse qué necesario es que comprendan la utilidad y hasta la
necesidad de las tentaciones (que no se buscan, sino que Dios permite).
Las tentaciones son un hecho normal en la vida espiritual. Sin ellas, ¿cómo puede
haber lucha? Y la vida es una lucha sin tregua. Milita est vita hominis super terram,
dice Job.
El que no ha sido tentado, ¿qué sabe?, ¿qué vale?, ¿qué mérito tiene?, ¿qué
experiencia ha adquirido? Es necesaria la tentación para ejercitar las virtudes, y en
ocasiones en grado heroico: nos hace sentir la necesidad de la oración; nos humilla y
nos da a conocer de lo que seríamos capaces si Dios nos dejara de su mano; nos
confirma en el santo temor de Dios; nos hace indulgente con los demás; nos hace
ejercitar la virtud contraria; nos hace crecer en gracia, en méritos, en virtud. ¿Por qué
desconcertarse entonces cuando sobreviene la tentación? Fijémonos en que Nuestro
Señor no nos enseñó a pedir que no fuéramos tentados, sino solamente que no nos
deje caer en la tentación. El objeto por el que Dios permite las tentaciones varía
según la etapa de la vida espiritual en que se encuentra el alma. (Hablo de objetivo
predominante, no exclusivo.) En la vía purgativa, las tentaciones, sobre todo, expían
nuestros pecados y nos purifican de ellos. En la vía iluminativa nos enseñan a cono-
cer nuestra propia miseria de una manera como experimental. A esta etapa la
12
Esto es lo sustancial de los Ejercicios; lo demás no fue sino
confirmación y remate de lo anterior.

Propósitos
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, en unión con
Jesús y bajo el amparo de María Santísima y de mis Santos Patronos, hago
y ofrezco mis siguientes propósitos de Ejercicios:
Para alcanzar una intimidad más estrecha con Jesús, como Él me lo
pide y yo deseo, procuraré dos cosas: desaparecer yo y llenarme de Él.
Para lo primero procuraré:
1.º No dejarme dominar por ninguna pasión ni en el gobierno de mí
mismo ni en el de los demás, sino tender a una perfecta serenidad.
2.º Vivir siempre en un plano sobrenatural de tal suerte que mi
criterio, mis afectos y mi actividad se rijan por principios sobrenaturales.
3.º No tener en cuenta mis gustos, mis tendencias y mis intereses
personales, sino en cuanto lo exijan la gloria de Dios y el bien de las
almas.
***
Para lo segundo procuraré:
1.º Hacer oración con regularidad.
2.º Hacer, unido a Dios, mis ejercicios de piedad y mis actos
ministeriales.
3.º Vivir en medio de las ocupaciones vida interior fundada en la fe
y en el amor.
***

preceden y la siguen tentaciones tan fuertes, tan tenaces, que hacen ejercitar las
virtudes contrarias en grado heroico. En la vía unitiva, las tentaciones tienen un
carácter de sacrificio, de inmolación. Sufriéndolas, el alma expía, repara, satisface
por otras almas y —unida a Jesús— les alcanza la gracia de no caer en pecado.
Esta somera exposición nos hará ver —como dije— que en la actual economía de
nuestra santificación las tentaciones son utilísimas y aun necesarias. No deben, pues,
sorprendernos. Debemos contar con ellas. Y aun debemos darle gracias a Dios
(supuestas las condiciones expuestas a1 principio) porque son una señal de que
nuestra alma es agradable a Dios, como el arcángel Rafael dijo a Tobías: Porque tu
alma era agradable a Dios fue necesario que se abatiera sobre ti la tentación,
13
Para una y otra cosa:
1.º Ordenar mi vida, no aceptando, en cuanto de mí dependa, más
ocupaciones que las que puedo atender discretamente, fijando la hora de
recogerme y levantarme, y sustrayendo eficazmente a otras ocupaciones el
tiempo necesario para la oración, el Oficio divino y el trabajo de escritorio.
Entiendo por este trabajo, no solamente la correspondencia, sino también
otros escritos y el estudio.
2.º Examinar todas las noches, de manera general, todos los puntos
de estos propósitos; y de manera especial, lo que atañe a la santa
humildad.
3.º Procurar hacer de tiempo en tiempo un día de retiro (5).
Confirma, Señor, lo que Tú mismo nos has inspirado (Salmo 67, 29).

5
Estos propósitos no fueron letra muerta; nos consta que los tradujo en su vida.
Lo que nunca logró fue moderar su trabajo. Cada vez fue más abrumador porque su
caridad nunca sabía rehusar un servicio.
14
II. — Ejercicios del 2 al 9 de junio de 1935

2 de junio de 1935
El domingo después de la Ascensión, por la noche, comencé mis
Ejercicios espirituales para terminarlos en Pentecostés.
La preparación fue: voy a pasar estos días en intimidad con Jesús;
mis disposiciones han de ser: anonadamiento y entrega.
A punto fijo no sabía cuál iba a ser el tema de mis Ejercicios.
Únicamente traía en el alma un texto de San Juan que me sirvió para el
sermón del jueves de la Ascensión y me produjo una impresión tan honda
como misteriosa: Aun un poco y el mundo no me verá; pero vosotros me
veréis, porque yo vivo y vosotros viviréis también. (Jn 14).
Luego hay una vida común para Jesús y nosotros, tan íntima y tan
rica, que nos hace verlo y tratarlo cuando el mundo ya no lo ve.
En el primer tiempo de oración vi como en un punto esa vida, pero
de manera vaga. La vivo, pero es preciso vivirla plena; es preciso que
desaparezcan todos los estorbos que se oponen a la plena intimidad de mi
alma con Jesús, y que son tres: falta de confianza, de orden y de caridad
con el prójimo.
En el tercer tiempo contemplé otra vez a Jesús, pero con su
maravillosa adaptación a mi pequeñez: está hecho para mí, colma los
íntimos anhelos de mi alma.
Después se me mostró Jesús con toda su riqueza y hermosura,
cautivando mi corazón como lo único digno de amarse, y, al contemplarlo,
sentí la necesidad de llegar a la consumación de nuestro amor.
En el último tiempo de ese primer día vi cómo Jesús arrebata nuestro
corazón y nos hace salir de nosotros mismos. Uno de los más grandes
anhelos del alma es el éxtasis, esto es, salir totalmente de nosotros y
proyectarnos, por decirlo así, en el Ser amado.
El amor humano tiene también éxtasis, pero ¡tan efímeros!, ¡tan
imperfectos!, ¡tan groseros! Jesús sí nos produce un éxtasis perfecto y
dulcísimo que dura siempre; porque su belleza nos arrebata, nos hace
olvidarnos de nosotros mismos y nos produce la delicia de ser sus esclavos
de amor. ¡Con qué ardor le dije muchas veces las palabras de los
15
Cantares: Atráenos, arrástranos, sácanos de nosotros mismos;
correremos en pos de Ti, subyugados por la suavidad de tus perfumes
(Cant 1, 3).

Segundo y tercer días.


Consideré el amor que Jesús me tiene tan profundo, tan rico, tan
intenso; toda mi vida está henchida con las pruebas de ese amor;
especialmente me impresionó que me ha confiado sus almas y sus secretos.
Sentí la dicha de ser amado.
Después, el vivísimo sentimiento de que lo poseo, de que Él es mi
tesoro. El alma siente la plenitud que, juntamente con el éxtasis, son los
caracteres de la dicha. Por eso llevamos en el corazón esos dos grandes
anhelos: el éxtasis, que es la perfección de amar, y la plenitud, que es la de
ser amado.
Estas dos cosas se funden en la unión. Jesús me lo hizo ver
prácticamente que es el mejor método para aprender.
Vi que, en realidad, mi alma está unida a Él, pero que a nuestra unión
le falta algo. Es preciso que sea consumada y perfecta. Que desaparezcan
todos los obstáculos entre Él y yo. Aunque fueran pequeñísimos, impiden
el misterio del amor en su plenitud, como el polvillo ligero impide el
perfecto funcionamiento de una máquina precisa y delicada.
***
Examiné en seguida los caracteres de esa unión, que es la vida
verdadera, la que, según San Pablo, está oculta con Jesucristo en Dios, la
que hace posible que veamos a Jesús y lo tratemos íntimamente cuando el
mundo ya no lo ve.
Esta unión es profunda en lo íntimo del alma; a ninguna unión de la
tierra se le puede comparar; Jesús la comparó a la unión de las divinas
Personas. Jamás el amor humano puede saciar su ansia de unidad: ¡es tan
efímera, tan imperfecta, tan superficial su unión! En el amor divino Jesús
vive en nosotros y nosotros en Él de manera inefable.
Esta unión llena todo nuestro ser: Jesús extiende su vida en todas
nuestras facultades y nos transforma en Él.
Es duradera, inmortal, eterna.

16
Es fecunda porque influye en todos nuestros actos y se desborda de
nuestro ser para comunicarse a las almas.
Hay en ella como tres aspectos: la intimidad con Jesús; la
transformación de nuestra vida; nuestra fecundidad exterior.
«Vosotros me veréis, porque yo vivo y vosotros viviréis también.»
Lo vemos por la fe, sin que nada, ni las más sombrías desolaciones, nos
impidan mirarlo así. Lo vemos por la luz de los dones, por la experiencia
íntima que tiene a las veces sabor de dulzura; a las veces, de dolor; a las
veces, de paz; siempre, de amor (6).
Jesús, por el Espíritu Santo, gobierna todas nuestras facultades y
santifica todos nuestros actos: amamos como Él ama; sentimos como Él
siente; obramos como Él obra; sufrimos como Él sufre.
Y nos toma como sus instrumentos para obrar en las almas,
especialmente a nosotros, los sacerdotes
De manera singular me impresionó esto que de lo dicho se
desprende: vemos con los ojos de Jesús, amamos con su Corazón, vivimos
con su vida (7). ¿No es esto la dicha, el cielo en la tierra?
***
¡Qué pequeño e incoloro aparece todo lo de la tierra ante esta vida
celestial! ¡Qué importa que en la superficie de nuestra vida haya
vicisitudes, dolores y miserias, si dentro llevamos la vida!
Esta vida la llevo en mi alma, pero es preciso que se desarrolle y
llegue a su consumación.
¿Cómo? Dios, y únicamente Él, puede consumar esa vida. Como su
obra creadora surgió de la nada la obra portentosa de la gracia se realiza en
el fondo de nuestra nada.
Con vivísimas instancias le pedí la consumación; antes que yo Él la
desea. De Él la espero; a mí me toca únicamente anonadarme y darle
gusto.

6
En otro lugar monseñor enseña que los dones contemplativos (Ciencia
Entendimiento y Sabiduría) tienen ese doble efecto, a veces causan desolación en el
alma, a veces, y con más frecuencia, la llenan de consuelo y de gozo. Decíamos
entonces que esta doctrina monseñor la había adquirido por su propia experiencia
personal. Afirmación que aquí vemos confirmada.
7
Esto es característico y propio de la vía unitiva y sobre todo de la Unión
Transformante.
17
Y este mi anonadamiento tiene doble sentido: significa que Dios hace
la obra y que por mí mismo no la puedo hacer, y significa también que la
parte de cooperación que me corresponde consiste en que reconozca y ame
mi nada, y que desaparezca yo en la dirección de mi vida individual y de
mi vida apostólica.

Cuarto día
Fue el día práctico, quizá demasiadamente.
Con todo cuidado estudié los obstáculos que hay entre Dios y yo y
procuré tomar las disposiciones convenientes para eliminarlos.
Para mis penas íntimas, la confianza heroica. El amor misericordioso
de Dios no tiene su razón de ser en nosotros, sino en Él. Su amor, como su
ser, es a se (8). Por honda que sea nuestra nada, por repugnante que sea
nuestra malicia, no disminuye una tilde su misericordia y, por
consiguiente, nuestra confianza.
«Haga lo que hiciere, suceda lo que sucediere», la misericordia de
Dios queda íntegra, queda infinita; y, por tanto, mi confianza, que en esa
misericordia se funda, no debe conmoverse ni disminuirse. Se hace
heroica. Pretendemos medir a Dios con nuestras estrechas medidas; pero, a
la luz de la fe, es tan lógica nuestra confianza en esas tristes situaciones de
nuestra alma como en la espléndida prosperidad espiritual de los santos.
¡Cuánta razón tuvo Santa Teresa del Niño Jesús para escribir: Ah! je
le sens, quand meme j’aurais sur la conscience tous les crimes qui se
peuvent commettre, je ne perdrais rien de ma confiance; j’irais, le coeur
brisé de repentir, me jeter dans les bras de mon Sauveur! (9).
Más aún: pienso que la triste situación de mi alma, lejos de disminuir
la ternura misericordiosa de mi Dios, la excita y agiganta: primero, porque
aumenta, a nuestro modo de juzgar, su compasión, y su compasión es

8
Enseñan los teólogos que uno de los atributos divinos es la «ASEIDAD», es
decir, que su Ser no lo recibe de otro, sino de Sí mismo, existe por Sí mismo, a se.
Cosa semejante se puede decir de su amor: es a se; no lo causa la bondad de otro ser,
sino al contrario, un ser es bueno porque Dios lo ama. Dios ama porque quiere amar.
La razón de su amor no está fuera, sino dentro, en su propia Bondad infinita. (Cf.
Dom Delatte, en su comentario a la Epístola a los Efesios.)
9
«¡Ah!, ¡lo siento!: aunque tuviera en mi conciencia todos los crímenes que se
pueden cometer, no perdería nada de mi confianza; iría con el corazón hecho pedazos
por el arrepentimiento a arrojarme en los brazos de mi Salvador!» (Hist. d’une áme.)
18
amor; y segundo, porque al sentir mi miseria atraigo al Corazón de Dios y
me dispongo mejor para recibir su amor.
Vi también cómo en esas situaciones sufrimos la ilusión de que
hemos ofendido a Dios, lo que, afortunadamente, no es verdad, o no lo es
en la proporción en que lo creemos.
Para evitar el desorden arreglé mi tiempo de la manera más práctica
posible.
Analicé mis actos, especialmente los ministeriales, para ver con
claridad en lo que me busco a mí mismo, y me propuse llevar mi examen
particular dirigido a la plena eliminación del «yo».
Después de estudiados los obstáculos, pasé a examinar de manera
positiva mi vida interior. Es preciso asegurar mis tiempos de oración;
extender a todas las acciones de mi vida el espíritu de oración, haciéndolas
todas por Él, con Él, en Él, y eliminar de mi criterio todo lo que no sea
sobrenatural. Mi justo vive de fe. Que mi corazón sea todo para Jesús, que
Él sea la única razón de mi vida.

Quinto día.
En verdad resultó demasiadamente práctico el día de ayer: me metí
en un dédalo de pormenores, formando propósitos minuciosos. Hoy, desde
temprano, me hizo ver Nuestro Señor que no está en eso la verdadera clave
de mi vida espiritual. ¡Cuántas veces he formado esa clase de
reglamentación de mi vida inútilmente! Al menos con poco fruto.
Dios tiene que darme la consumación del amor. Seguramente haré lo
que pueda y lo que Él quiera para darle gusto; pero todo lo debo esperar de
Él, y mis propósitos sólidos han de tender más bien a dejarme guiar por
Él. No son los procedimientos menudos y prácticos los que a mí me
aprovechan —ni en ellos me siento a mis anchas—; lo que me es útil es
algo más simple, más alto, más hondo (10).
Sin ambages, para esa consumación que anhelamos Jesús y yo no son
los recursos ascéticos los indicados, sino algo —lo diré claramente— de
carácter místico. Si Él lo ha de hacer, a mí me toca: eliminar mi yo,
anonadarme y perder mi iniciativa; para eso me servirá quitar los
10
Se ve claro cómo monseñor había dejado atrás el período ascético en que el
alma se preocupa de la corrección de los defectos y toma para ello muchos medios
prácticos. Ahora ha entrado de lleno en la vida mística, caracterizada por la pasividad
del alma bajo el influjo predominante de los dones del Espíritu Santo.
19
obstáculos estudiados. Entregarme a Dios generosamente y hacerme dócil
a sus divinas mociones.
Anonadarme, entregarme, hacerme dócil y flexible.
Más tarde, leyendo los comentarios a la Epístola a los Efesios,
encontré lo que buscaba: las tres gracias que de rodillas pedía San Pablo
para los fieles al Padre celestial (11).
1.ª Que sea corroborado firmemente por el Espíritu Santo el hombre
interior. Esto es, que se elimine todo el egoísmo del hombre viejo para que
aparezca el nuevo, vigoroso y lozano.
2.ª Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, estando
vosotros arraigados y afirmados en la caridad. Esto es, que el amor, en
toda su plenitud, de tal manera adhiera nuestra alma a Cristo, que, quitada
la movilidad de nuestra flaqueza, nos dejemos flexible y dócilmente regir
por Él:
3.ª Para que podáis comprender con todos los santos cuál sea la
latitud, la longitud, la sublimidad y lo profundo; saber también la caridad
de Cristo, que está sobre toda ciencia, para que os llenéis (entrando) en
toda la plenitud de Dios). Esto es, eliminados los egoísmos y unidos
íntimamente a Cristo por la caridad, podáis comprender el misterio de
Cristo en sus inenarrables dimensiones y lleguéis así a esa consumación en
la que Dios es todo en el alma.
En resumen: fortaleza para destruir el hombre viejo; caridad para no
obrar sino bajo el influjo de Jesús; luz celestial para penetrar en el misterio
de Cristo.
***
De aquí tres peticiones y tres propósitos.
1.º Eliminar todo lo que venga del hombre viejo —aquí cabe el quitar
los tres obstáculos dichos.
2.º Entregarme amorosamente a Jesús para que Él sea mi Dueño, y de
tal modo me rija que no haya en mí, en cuanto sea posible, otros
movimientos que los que Él me imprima y que yo dócilmente seguiré.
3.º Estudiar constante y hondamente a Jesús para que Él sea la
ciencia de mi alma y la ciencia de mi vida.
11
Monseñor tenía especial predilección por este pasaje de la Epístola de los
Efesios (III, 14-18), porque decía que en él se encontraban los caracteres de la Unión
Transformante.
20
Aquí está la verdadera clave de mis Ejercicios, porque aquí está la
verdadera clave de mi vida.
Debo admirar la amorosa providencia de Dios, que me impulsó, a
pesar de mis vacilaciones, a tomar como lectura en estos días la Epístola a
los Efesios (12) y que me hizo leer el pasaje dicho precisamente en el
momento que lo necesitaba.
En el último tiempo de oración de este día, como me sintiera
fatigado, le pedí a Jesús que me dejara descansar en Él, y con tierna
condescendencia me comunicó una suave e íntima oración de descanso.

Sexto día
Confirmación de lo hecho. Poco raciocinio. Oración íntima en la que
Dios me confirmó sus enseñanzas de manera experimental.
En el primer tiempo, gozo inefable en que Jesús sea mi Dueño y me
rija en todo; entrega amorosa a su acción y a su beneplácito.
En el segundo vi cómo para mi vida sacerdotal no necesito otra cosa
que los propósitos ya hechos.
Pensaba que el día de ayer sería un paréntesis y que debía después
considerar lo relativo al sacerdocio; pero si para la vida individual debo
anonadarme por amor y entregarme a las disposiciones de mi Dueño, con
mayor razón debo hacer esto en lo relativo a mi ministerio; porque éste es
algo de Jesús supremo Sacerdote, algo a lo que por mí mismo no tengo
ningún derecho. «Somos ministros de Cristo y dispensadores de los
misterios de Dios» (1 Cor 4, 1).
Para el ministerio, pues, debe desaparecer totalmente el hombre
viejo, y aun, si así puede decirse, el hombre racional. Jesús debe obrar en
mí; debo ser como un instrumento, que obra movido, que no tiene
iniciativa ni personalidad y cuyo mérito consiste en ser dócil y flexible
para conservar la acción de quien lo mueve en su integridad y en su
pureza. Ni para las funciones litúrgicas, ni para la dirección de las almas,
ni para el gobierno de la diócesis, debo hacer otra cosa que desaparecer
totalmente, dejar obrar a Jesús libremente en mí, y entrar plenamente en el
misterio de Cristo.
En la tarde de este día, vigilia de Pentecostés, sin intentarlo, ni
preverlo yo, el Espíritu Santo me tomó por su cuenta. Apenas me entregué,
como suelo hacerlo, a su amor y a su acción, sentí su invasión pura y santa
12
El comentario de esa Epístola que leyó fue principalmente el de Dom Delatte.
21
y Él me dio a conocer experimentalmente esa vida divina que ha sido el
tema de mis Ejercicios.
Su soplo de amor me arrastró y me llevó del Hijo al Padre,
uniéndome estrechamente con Jesús y haciéndome descansar en el seno
del Padre.
Esta vida es un verdadero cielo porque es una participación de la vida
de Dios. Desde esas alturas vi todas las cosas de manera nueva, llenas de
Dios, y a la luz del Espíritu se trocó en algo divino todo lo terreno y se
idealizó de manera celestial todo lo prosaico (13).
En el último tiempo de oración me entregué plenamente al Amor —
¡cuántas veces me he entregado al egoísmo, a la vanidad, a las criaturas!
—, y me sentí dichoso de tener al Espíritu Santo como Dueño, y me
entregué a su acción con toda la docilidad de mi alma. Que Él me posea y
me rija; que me introduzca en el seno de Dios y me tome como
instrumento de su acción y me inmole, si le place.

Séptimo día. Pentecostés. (9 de junio).


Amanecí con la convicción de que el Divino Espíritu ha venido a mi
alma y sintiendo en ella una nueva docilidad.
Vi al Espíritu Santo como esposo de mi alma, que la fecundiza de
manera inefable y forma en ella a Jesús. El alma necesita de todos los
afectos, de todos los matices del amor. Ninguno de ellos le basta porque
para todos fue hecha. En el divino amor hay, unificados, todos los matices
de los afectos humanos.
Sentí el amor nupcial purísimo y santo; sentí la dicha de que el
Espíritu Santo se una a mí y comunique a mi alma la fecundidad para que
se forme o se acabe de formar Jesús en mí. Comprendí la oración litúrgica:
Que la efusión del Espíritu Santo, Señor, limpie nuestros corazones y los
fecundice con la íntima aspersión de su divino rocío. Amor, fidelidad,
unión, son los deberes del alma.
Se aclara y precisa la idea antes apuntada: el alma necesita de todos
los matices del amor, porque para todos fue hecha, porque de todos lleva
en lo íntimo secretos anhelos.
La vida sobrenatural no ha de ser en este punto inferior a la natural;
sobre todo, la vida de un alma totalmente consagrada a Dios no debe, no
13
Se trata aquí sin duda de esa contemplación tan elevada que tiene por objeto el
Misterio de la Santísima Trinidad.
22
puede envidiar nada a quien abrazó una vida menos perfecta. Ni uno solo
de los matices del amor ha de faltar al alma para la que Dios es todo.
Consagrándose a Él nada pierde y mucho gana; gana cuanto va del esbozo
a la realidad.
Ningún anhelo del corazón ha de quedar sin colmarse en el cielo; si
alguno quedara no sería plena la felicidad. Y la vida de la gracia es
sustancialmente la de la gloria; por tanto, el amor divino tiene que abrazar,
perfeccionados y unificados, todos los matices del amor.
Hay uno que nuestro corazón anhela necesariamente: es reflejo de la
paternidad del Padre. Las almas vírgenes no tienen que renunciar a él; en
su vida íntima lo encuentran más santo y perfecto porque su fecundidad es
más rica y excelente: tiene por término a Jesús. No es esto una simple
metáfora, sino un misterio, una realidad. El Cristo íntegro no es solamente
el que nació de María, sino el que nace en la Iglesia sin cesar, el que se
forma en todos los elegidos.
San Pablo expone muchas veces esta doctrina; en la Epístola a los
Efesios dice: Para la edificación del Cuerpo de Cristo; hasta que
alcancemos todos la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios,
como varones perfectos, a la medida de la edad (o de la estatura, según el
texto original) de la plenitud de Cristo (Ef 4, 13).
Y en otro lugar dice el mismo apóstol: Hijitos míos, a quienes de
nuevo estoy dando a luz hasta que Cristo se forme en vosotros (Gal 4, 19).
Divina paternidad que se refiere a los demás y a nosotros mismos y
que tiene por término al Cristo que en nosotros se forma. Nos convertimos
en Cristo, Christus facti sumus, según la expresión de San Agustín:
Christianus alter Christus (el cristiano es otro Cristo), se ha dicho
también. Y esto, es preciso repetirlo, no es simple metáfora, es misteriosa
realidad.
Sin duda, el Espíritu Santo forma a Cristo en nosotros, pero nosotros
cooperamos a su formación en su Cuerpo místico de manera semejante —
aunque muy lejana— a como cooperó María Santísima a la formación de
Jesús en su Cuerpo real.
Jesús es, por consiguiente, místicamente nuestro Hijo, y el secreto
anhelo de nuestro corazón queda satisfecho con este amor tierno,
desinteresado, lleno de delicadeza y abnegación, que es reflejo del amor
del Padre.
Todo se eleva y engrandece cuando se comprende este amor: nuestro
trabajo de santificación deja de ser la obra de perfeccionarnos a nosotros
23
mismos: es la obra de formar a Jesús en nosotros, de cuidarlo, de hacerlo
crecer, de llevarlo hasta la plenitud de su edad y de su estatura; el amor
legítimo y santo de nosotros mismos se trueca en purísimo amor maternal.
Me amo, porque amo a Jesús; me cuido porque cuido a Jesús; me santifico
para que Jesús llegue en mí a su plenitud.
Y si, después de considerar en mí el misterio, lo considero en los
demás, la vida apostólica toma las divinas proporciones de una paternidad
tal como la concibió San Pablo.
Considerada así, ¿qué tiene que ver la carne y la sangre, el corazón y
las miras humanas, en el santo afecto a las almas en la obra exquisita de
formar en ellas a Cristo?
La vida apostólica se convierte en una vida de ternura y de santa
docilidad al Espíritu Santo, único que puede formar a Jesús.
Y al ejercer esta participación de la paternidad divina es preciso
penetrar hondamente en el misterio del Cristo.
Mis tres propósitos se exaltan y toman un sentido más divino, si
puede hablarse así.
***
Terminaron mis Ejercicios elevándose mi alma hacia el Padre
celestial, en quien todo se consuma, porque es el principio de todo.
Para Él toma el amor un matiz dulcísimo de afecto filial que nos
inspira el Paráclito: In quo clamamos: Abba, Pater (Gal 4, 6).
Y este afecto filial es el más propio de la criatura, el más adecuado a
nuestro corazón; es nuestro afecto fundamental. Es el afecto de la nada
ante la plenitud que por un exceso de misericordia nos dio en Jesucristo la
adopción de hijos.
Un hijo es un ser que recibió la vida del amor de un padre. Y ese
concepto no se realiza nunca tan perfectamente como con nuestra filiación
respecto de Dios de quien recibimos todo como fruto de un amor
incomparable.
Analicé los caracteres de ese amor del Padre y pude vislumbrar los
que debe tener nuestro amor a Él.
Es un amor gratuito, infinitamente gratuito. Nos eligió antes de
constituir al mundo (Ef 1, 4), cuando éramos nada, cuando no teníamos ni
mérito, ni atractivo, ni título para el amor. Y precisamente por esto, ese
amor se agiganta ante nuestros ojos; solamente un amor infinito, un amor
24
a se, puede fijarse en la nada. Por eso amo mi nada, porque amo a Dios,
dice Dom Delatte. Tan profundo como nuestra nada, tan profundo como
ese amor infinitamente gratuito debe ser nuestro amor filial.
Porque el Padre nos amó siendo nada, su amor tiene seguridad
plenísima, constancia divina. Si nos amó siendo nada, nos seguirá amando,
aunque no tengamos atractivo ni título para ser amados. Cuando alguien
sabe que es amado porque tiene tal prenda la cuida con esmero, y si es algo
frágil esa prenda vive en constante temor de perder el amor perdiendo su
título. Leí alguna vez que una mujer hermosa estuvo a punto de cegar a su
amante para que no viera jamás la decadencia de su juventud. Como
nuestro título al amor al Padre es nuestra nada, estamos seguros de ese
amor, porque nada nos puede arrebatar ese título; podemos hacer gala de
nuestra miseria, porque es el señuelo del divino amor.
Y porque ese amor es seguro nuestro amor al Padre está impregnado
de confianza. Así es el amor filial. La confianza falta o porque tememos no
ser amados o porque dudamos de que algo en nosotros amengüe el amor
que se nos tiene.
Entre la nada y la plenitud no caben esos motivos de desconfianza.
Cuando más pequeño es el amado y más grande el que ama, el amor es
más confiado.
Y el amor del Padre es ternísimo; pienso que la ternura supone la
debilidad. Cuando se ama a un ser débil y pequeño brota la ternura; y
quizá este ser ama también así a la grandeza y a la majestad.
Por último, el amor al Padre está caracterizado por una impresión de
inefable descanso, porque es la nada que se arroja en la plenitud, porque
los seres descansan cuando vuelven a su principio, y el Padre es el
principio en los cielos y en la tierra.
¡Con qué viveza sentí la necesidad de la acción de gracias al ponerse
mi alma en contacto con el Principio del que procede todo don, toda
gracia, todo amor!
Y la acción de gracias se enlazó por lógica divina con la adoración,
con la plegaria, con todos los deberes esenciales de la criatura para su
Dios.
Todos los matices del amor se fundieron en mi corazón en aquel acto
supremo de mi alma, que fue el inefable amén de estos días y que se
hundió en el seno de Dios, Trino y Uno, a quien sea la gloria y el honor
por los siglos de los siglos. ¡Amén! ¡Amén!

25
III. — Ejercicios del 24 de junio al 1.º de julio de 1936

In nomine Domini. Preparación

24 de junio de 193614
Amor, unión, recogimiento. Días de Jesús. Que Él los llene, como
quiero que llene mi corazón, mi vida y mi eternidad. Pienso que Él está
deseoso de estos días, que estará contento, porque me ama y me los ha
pedido.
Me entrego a Jesús para vivir en amorosa intimidad con Él.
Al Padre para cumplir su voluntad santísima.
Lo que más me atrae es la intimidad con Jesús; la siento y la deseo;
tengo sed de ella.
Quisiera que me descubriera sus secretos, sobre todo los secretos de
su hermosura y de su amor.

Jesús.
¿Será éste el tema de mis ejercicios? No quiero tomar la iniciativa; se
la dejo a Él. Hace algunos días me siento comunicado con Él de manera
íntima; me puede decir lo que quiera de corazón a corazón, o más bien,
puedo leer en su Corazón lo que quiere decirme.
Me esfuerzo por acercarme a Él, por envolver mi alma en el silencio
para oír su voz.
Fui creado para Jesús; por una predestinación eterna le pertenezco.
Fui creado para amarlo, para ser instrumento suyo, para servirlo, para
participar de su dolor.
Él es toda mi razón de ser. ¡Qué dicha ser cosa suya, no ser otra cosa
sino algo de Él!
14
Estos Ejercicios los practicó monseñor unos cuantos días después de la muerte
de monseñor Pascual Díaz, su antecesor en la archidiócesis de México. Monseñor
Díaz murió el 19 de junio y para esa fecha monseñor Martínez estaba en México;
asistió a los funerales y al sepelio sin sospechar que pocos meses después le había de
suceder.
26
Mi pertenencia a Jesús tiene una raíz profunda: el arcano de la
predestinación, el abismo de la divinidad.
***
Eternamente le he pertenecido y espero de su misericordia
pertenecerle eternamente.
Como el perfume pertenece a la flor, como la espuma al agua, como
las estrellas al firmamento: así le pertenezco a Jesús.
Mi pertenecía es total: todo lo que hay en mi es suyo, mi corazón, mi
ser, mi vida, mi eternidad.
Si no le perteneciera por mi predestinación querría pertenecerle por
la libre donación de mi amor.
Es muy dulce pertenecerle; es la dicha de ser suyo.
Los pensamientos de mi espíritu, los latidos de mi corazón, los
instantes de mi vida son suyos, suyos de todo derecho, plenamente suyos.
Nada de lo mío puedo sustraer a su soberanía sin injusticia, sin ingratitud,
sin ofensa del amor.
Ser totalmente suyo, ser por Él poseído plenamente, profundamente,
es mi perfección y mi felicidad.
Todas las criaturas deben esfumarse en la lejanía ante el esplendor de
esta luz: JESÚS Y YO. El Dueño y la cosa poseída.
Mi dicha ahí está. La gloria de Dios consiste para mí en pertenecer
totalmente a Jesús.
***
Y siento que para Él también es un consuelo, una satisfacción,
poseerme totalmente. Consolar a Jesús es ser totalmente suyo.
Me dicen que Jesús está contento de mí. Él mismo parece
confirmarme esta dulcísima noticia. Contento, no porque esté yo
inmaculado, sino porque me mira con ojos de amor y de misericordia, y
esos ojos se diría que no ven las miserias, sino únicamente el corazón.
Hay en mí mucho, muchísimo, que no es agradable a sus ojos. Lo
veo, y Él lo ve mejor que yo con los ojos de su sabiduría; pero los ojos de
su amor ven tan sólo lo divino que Él ha puesto en mi corazón. ¿También
el amor divino estará vendado? No, ante el fulgor de su ternura

27
desaparecen o se transfiguran nuestras miserias, no por oscuridad, sino por
exceso de la luz divina.
Toda mi vida espiritual ha de tender a que sea totalmente de Jesús
todo lo mío: corazón, ser, vida, eternidad...
Es una fórmula de pureza (15), porque esa total pertenencia a Jesús es
sustracción absoluta de todo lo creado y consagración plena a Dios.
Es preciso que Jesús sea el soberano de mis pensamientos, que no
tenga ojos sino para Él. El soberano de mi corazón; que su amor victorioso
llene, penetre, absorba todo mi corazón sin dejar intacta una sola fibra. El
soberano de mi actividad y de mi vida, que Él rija mi acción y que para Él
sea mi vida.
Para realizar ese ideal dulcísimo es preciso que Jesús me arrebate el
corazón. No es el amor obra de razonamiento, sino misterio de prodigiosa
atracción; el corazón no se rinde por el número y la fuerza de las razones,
sino por la vista radiosa e irresistible del Amado.
***
¡Oh Jesús! Revélate a mi alma. Manifiéstame tu rostro» (Salmo 79,
4). Suene tu voz en mis oídos (Cant 2, 14).
¡Cuántos velos lo cubren a mis ojos! El conopeo, el sagrario, el
copón, las especies eucarísticas... A través de todos esos velos vislumbro
su Humanidad sacratísima, llena de encanto, de majestad, de belleza, de
armonía. Y siendo como es una maravilla, apenas es el joyel precioso que
encierra el inenarrable tesoro, la divinidad, que la penetra y la llena con su
plenitud divina.
Lo único que puede arrebatar y rendir nuestro pobre corazón humano
es la divinidad; fue hecho para ella; es el vacío, la capacidad de Dios, la
aspiración a Dios. Si lo halagan y atraen las criaturas es por el divino
reflejo que hay en ellas. Tiene mucho de ilusión y de engaño enamorarse
de las criaturas; el alma que vive en plena luz solamente puede enamorarse
de Dios, porque es el único que llena su vacío, que satisface sus
exigencias, que calma todos sus anhelos, que colma todas sus aspiraciones,
que hace vibrar todas las fibras del corazón sin que una sola falte.
Los nombres que damos a todo lo que nuestro corazón anhela son
fórmulas fragmentarias que expresan algo divino vagamente entrevisto,

15
Monseñor tenía un atractivo especial por la pureza. Y Dios se la concedió en un
grado nada común. Pudo comprobar que con ella contagiaba a las almas.
28
que intentan bosquejar una faceta de la divina realidad. Gloria, riqueza,
amor, felicidad..., o son Dios o son brillantes, pero fugaces ilusiones. Dios
es la gloria, la riqueza, el amor, la felicidad. Cuando el alma acierta a
vislumbrarlo, se rinde y se entrega sin retardos, sin componendas, sin
reservas; en la plenitud de su amor, en la sinceridad de su donación, en la
opulencia de su entrega.
***
Y este divino tesoro nadie nos lo da como la Humanidad de Jesús.
Nos lo da con maravillosa abundancia, porque en Él habita la plenitud de
la divinidad (16). Nos lo da, adaptándolo de manera inefable a nuestra
pequeñez. Se diría que tamiza la luz inaccesible (1 Tim 6, 16) para que
pueda bañar nuestra alma sin deslumbrarla, sin oprimirla por el peso de la
majestad.
Nos da el tesoro divino como algo nuestro, con un tinte inexplicable
de intimidad. Hermano nuestro según la carne, nos hace Jesús hermanos
suyos en lo divino y nos introduce en el seno de Dios con los derechos del
Verbo, participándonos la intimidad del Hijo amadísimo en el que el Padre
tiene sus complacencias.
Atráeme con el olor de tus ungüentos (Cant 1, 3). Atráeme, ¡oh
Jesús!, con esa atracción irresistible, profunda, victoriosa, con que
arrastras, dichosamente vencidas, a las almas a quienes te muestras.
Mejor que con todos los razonamientos, se vislumbra la hermosura
de Jesús cuando Él concede a nuestra alma esa mirada sencilla y profunda
(17) que penetra en las cosas divinas. Cuando el alma mira así siente la
irresistible atracción de Jesús.
La belleza encadena, y cuando el alma vislumbra la belleza soberana
se convierte en esclava de amor, pues ante esa hermosura no cabe sino
entregarse por completo, pertenecerle totalmente.
***
Pero si a la contemplación de lo que es Jesús se añade la
contemplación de lo que nos ama, la obra del amor se consuma y el
corazón se da sin reservas.

16
Cor Jesu in quo habitat omnis plenitudo divinitatis (Litan. de Sacratísimo
Corde Jesu).
17
Se ve aquí el influjo del don de entendimiento.
29
Nuestro espíritu, tan limitado para apreciar las cosas divinas, porque
pretende siempre adaptarlas a nuestros estrechos moldes humanos, es aún
más limitado para apreciar el amor de Dios. Comprendemos que Dios nos
ame, pero nos parece pretensión o absurdo que nos ame apasionadamente,
que se enamore de nosotros con toda la fuerza del amor y con toda la
delicadeza de la ternura.
Pensamos que la medida de su amor es nuestra pequeñez, que es
indigno de Dios enamorarse perdidamente de una criatura. Olvidamos que
la razón del amor divino es Dios mismo; no sabemos hasta qué punto es
verdadera y profunda la revelación de San Juan: Dios es caridad (1 Jn 4,
8).
El amor de Dios es siempre un exceso para nuestras estrechas ideas,
para nuestras tímidas apreciaciones.
Exceso es la Encarnación, exceso el Nacimiento y el misterio de
Nazaret, y los arcanos de la vida pública; exceso son, sobre todo, el
Cenáculo, Getsemaní y el Calvario,
Exceso es el sacerdocio y exceso es lo que hace el amor de Dios con
cada alma, aunque se trate de la menos afortunada.
¡Ah! Lo infinito es siempre un exceso, y el amor de Dios es infinito.
Ningún prodigio de amor nos debe parecer excesivo tratándose de Dios.
Pasión, locura, todo lo que decimos del amor humano para significar los
límites ordinarios, es poco, muy poco para expresar los inefables excesos
del amor de Dios.
***
Pasé en revista lo que sé que ha hecho por mí el amor de Dios y
pensé que lo que comprendo está muy lejos de la realidad de ese amor. Me
ama más de lo que puedo desear y pensar y soñar.
Y ante esa explosión de amor, ¿qué otra cosa puede hacer el pobre
corazón humano que darse sin medida, que declararse vencido y
aherrojarse con las cadenas de la más dulce y gloriosa de las esclavitudes,
la del amor?
Al vislumbrar esos misterios se llena el corazón de dos delicias
inenarrables: la de ser poseído y la de poseer; la de ser amado y la de
amar, e ignoro cuál será mayor y más dulce, porque no puede el alma ser
poseída sin poseer y cuando se entrega sin reserva se enriquece con la
inefable posesión de ese Jesús que en el joyel cincelado de su Humanidad

30
encierra la perla preciosa de la divinidad, por la cual hay que venderlo
todo, hay que dejarlo todo...
***
Pero hay que ahondar en el amor divino; lo queremos reducir al
molde mezquino del amor humano y el divino amor no cabe en molde
alguno.
Todo amor humano es relativo en cierta manera: el maternal no es
nupcial, la amistad no es fraternidad. Cada afecto tiene su matiz y su esfera
y sus limitaciones. Ninguno puede exigirnos la plenitud de nuestro corazón
y ninguno puede colmar todas nuestras aspiraciones. El esposo exige a su
esposa que a nadie ame con amor nupcial, pero no puede exigirle que no
ame a su padre, a su hijo, a su amiga, y, aunque ese amor, en su género,
satisfaga el corazón quedan en esta complicada maravilla de Dios fibras
que el amor nupcial no mueve, regiones que quedarían vírgenes si otro
amor no existiera.
El amor divino es absoluto; tiene todos los matices de los afectos
humanos, es nupcial, paternal, filial, es amistad, es fraternidad... Todo. O,
más bien, está por encima de todos los matices humanos: más que nupcial,
filial, etcétera, es DIVINO.
Y, por ser absoluto, por encerrar todos los matices y superarlos,
satisface todas las aspiraciones del alma, llena todos los senos del corazón,
es plenitud. Es el único que llena por completo es el único que es plenitud
perfecta.
Y porque es absoluto tiene exigencias colosales: quiere ser único,
exclusivo, total. Excluye todo afecto que no sea su prolongación y reflejo;
su fórmula solamente se puede aplicar a él: amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas. Es fuerte como la
muerte, terrible en sus celos como el infierno, absoluto e implacable en sus
soberanas exigencias
Quien ame a Jesús tiene que entregarle el corazón, el ser, la vida, la
eternidad para que todo le pertenezca totalmente, para que Él sea el único,
el pleno soberano de todo.
***
A Dios no se puede amar a medias, ha dicho alguien; es verdad.

31
El corazón humano no se satisface jamás amando a medias: la paz, el
gozo, la felicidad del corazón, exigen un amor pleno, profundo, eterno,
único. ¡Oh! ¡Si comprendiéramos la latitud, la longitud, la sublimidad y lo
profundo del amor! (Ef 3, 18-19).
Por eso los hombres son tan raras veces y tan escasamente felices;
porque se arrastran en la mediocridad, porque no se atreven a arrancar de
cuajo su egoísmo para que el amor se enseñoree como soberano de su
corazón y de su vida y dé al corazón sosiego y unidad a la vida.
Pero aunque bastara al corazón amar a medias, Dios no se puede
amar así. Ante el esplendor de su hermosura, ante el exceso inenarrable de
su amor, la mediocridad no basta; hay que entregarse sin reservas, hay que
darse sin medida, hay que encadenarse para siempre.
Este es el sentido de mi pertenencia a Jesús; así quiere Él poseerme;
así debo entregármele.
***
Si alguna cosa me faltare para confirmarme en esta resolución, ahí
están las almas que en una o en otra forma Dios me ha confiado y cuyo
bien depende de mí. Si yo pertenezco total y efectivamente a Jesús, mi
misión con las almas quedará cumplida, y solamente así les podré hacer el
bien que debo.
¡Qué responsabilidad la mía si no apacentara los corderos de Jesús
por no amarlo más que los otros! ¡Qué gozo que la mutua posesión de
Jesús y yo redunde en raudales de gracias para las almas!
***
Pero ¿qué significa pertenecerle totalmente a Jesús? Es la perfecta
observancia del gran mandamiento del amor, es amarlo con todo el
corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas; consiste en que Él sea el
único dueño y soberano de todos mis pensamientos, de todos mis afectos,
de todos mis actos; entregarle mi corazón, mi ser, mi actividad y mi vida.
Mi vida tiene que ser una constante y perfecta intimidad con Jesús.
En el universo no debe haber más para mí que Él y yo, y nuestro amor.
No debo tener ojos del alma sino para Él: mirarlo siempre, mirarlo
todo, no apartar de Él los ojos iluminados de mi corazón.
Es la vida contemplativa en su plenitud: contemplarlo en la oración,
contemplarlo en la acción; vivir de su luz, de su hermosura, de su amor, en
32
los tiempos deliciosos que estoy cerca de su Sagrario, entrar en su Corazón
y sorprender sus secretos y leer sus designios en su mismo Corazón, vivir
comunicado con Él.
Pero es un concepto exiguo y trunco de la contemplación el que la
reduce a los tiempos de oración; la intimidad con Jesús no es intermitente
como la humana y nada hay en el mundo que la interrumpa, pues las
personas, las ocupaciones y los acontecimientos son escalas para ir a Jesús,
vínculos que con Él nos unen, velos que lo ocultan y puertas por las que
van a Él las donaciones de nuestro amor y las miradas de nuestro espíritu.
Nuestra conversación es en los cielos (Filip 3, 20); Nuestra vida está
oculta con Jesucristo en Dios (Colos 3, 3).
Pero la contemplación se alimenta de amor y al amor conduce;
pudiera decirse que es casta lux amantium (luz purísima de los que se
aman) (18).
Mi corazón todo debe ser para Jesús; sobre todo, mi corazón. Ni una
fibra que no sea de Él; ni un rinconcito que no esté lleno de su amor.
Con látigo implacable hay que arrojar del corazón todos los afectos
que no sean prolongación o reflejo del amor de Jesús, pues son mercaderes
sacrílegos que convierten en cuevas de ladrones el templo del amor.
***
Pero no basta dejar solo en el corazón al amor victorioso; hay que
hacerlo vigoroso y fecundo; que arda el corazón y todo mi ser con el fuego
que Jesús vino a traer a la tierra.
Que Jesús me posea todo con la soberanía de su amor, con esa
soberanía que en cierto modo le doy yo, que nadie sino yo puede darle.
Ser poseído totalmente por Jesús es dejarse amar (19), es entregarse
como víctima al Amor misericordioso, según la fórmula preciosa de
Teresa de Lisieux.
***

18
Himno de las Vísperas de la Ascensión.
19
¡Cuánto se encierra en estas dos palabras! Monseñor deja entrever un poco lo
que acerca de ellas entiende. No es sólo algo negativo: quitar los obstáculos para que
el amor de Jesús invada el alma, sino algo eminentemente positivo, formado de fe en
el amor de Jesús, de confianza audaz, de intimidad asombrosa, de inmolación sin
límites...
33
Difícil es comprender a primera vista este dejarse amar como
ofrecimiento de víctima. Se diría que es lo más fácil para nuestro corazón
dejarse amar y que entregarse al amor no justifica de manera alguna el
concepto de víctima.
¿Qué significa dejarse amar? Desde luego, creer en el amor, cosa
dificilísima en realidad; darse cuenta de ese amor apasionado e infinito,
que nos rodea y nos constriñe —caritas Christi urget nos (2 Cor 5, 14) —,
que quiere penetrarnos, enseñorearse de todo nuestro ser y de toda nuestra
actividad.
Dejarse amar es sentirse amado en todos los instantes, con todos los
matices, en todo lo que somos; vivir en el ambiente del amor, sumergidos
en el océano del amor.
Dejarse amar es saber que no nos pertenecemos ya, que no somos ya
dueños ni de una celdilla de nuestro cuerpo, ni de una fibra de nuestro
corazón, ni de un rinconcito de nuestra alma; saber, sentir, querer, que
tenemos un Dueño absoluto, un Soberano que no cede en sus derechos y al
que nada podemos sustraer de lo que le pertenece, y le pertenece todo.
Dejarse amar es entregarse a todas las exigencias del amor que es
fuerte y dulcísimo, amplio y minucioso, implacable y generoso,
apasionado y celosísimo.
Para comprender lo que es dejarse amar sería preciso comprender lo
que es el amor con su amplitud inmensa, con su vida inmortal, con su
profundidad inefable, con su arcana sublimidad.
Dejarse amar es ser víctima; víctima dichosísima, pero víctima al
fin.
***
Entregarse totalmente a Dios es siempre ser víctima; cuando Dios
posee plenamente a un alma, cuando hace de ella una presa, cuando da el
zarpazo divino y triunfal, sea que lo haga por su justicia o por su amor,
hace siempre una víctima; la pobre criatura, cuando es plenamente poseída
por el Infinito no puede menos que ser víctima. Dolor o amor, sacrificio o
felicidad, cuando son excesivos, hacen víctimas a las almas, y en Dios
todo es excesivo porque es infinito.
Pero ¡qué delicia, qué dicha ser totalmente poseído por Jesús; sentir
la dicha de la posesión y vislumbrar la divina satisfacción de Jesús al
poseernos!

34
***
Nunca había entendido como ahora la doctrina de Santo Tomás, que
la vida apostólica es el desbordamiento de la vida contemplativa.
Pensaba que el Doctor Angélico quería decir que en la contemplación
está el manantial de luz, de amor, de sacrificio que riega las áridas llanuras
de la acción;
—que la eficacia de ésta viene toda de la contemplación;
—que en la cumbre de la luz amorosa se fragua el impulso que nos
lleva a las almas y el heroísmo que nos hace olvidarnos a nosotros mismos
para entregarnos a ellas;
—que del cielo de la contemplación se difunde a la tierra prosaica de
la acción la belleza inmaterial que la idealiza y la ennoblece.
Ahora veo algo que me parece más profundo: la distinción entre la
contemplación y la acción en la vida apostólica (20) tiene algo de artificial;
por lo menos es una fragmentación que, por la imperfección de nuestro
espíritu, hacemos en la unidad opulenta y majestuosa de la vida espiritual.
***
Para hacerles bien a las almas no hay que salir de la contemplación,
de la intimidad con Jesús; antes bien: hay que entrar en esa región divina;
es como un trasunto de la acción de Dios en las criaturas que no lo hace
salir de Sí mismo. Si algo tuviera Dios que hacer para obrar fuera de Sí
mismo sería concentrarse en las profundidades de su ser; pero no necesita
concentrarse, porque vive siempre en su infinita simplicidad.
No hay que salir de la intimidad de Jesús para obrar en las almas si
comprendemos que el Jesús íntegro, por decirlo así, abarca a todas las

20
No hay que confundir vida activa y vida apostólica; se distinguen como el
principio y la consumación, como el esbozo y la obra perfecta. La vida activa tiene
por objeto quitar los obstáculos para la vida contemplativa, ejercitando sobre todo las
virtudes morales. La vida contemplativa nace del predominio de los Dones del
Espíritu Santo. Entonces el divino Espíritu hace que el alma ejercite las virtudes,
sobre todo, teologales, pero de un modo perfecto. Y cuando la Contemplación llega a
la cumbre, se desborda en la vida apostólica. Contemplación y apostolado son como
los dos aspectos del Amor divino; amor a Dios y amor al prójimo por Dios. Por eso
se ha afirmado con razón que nadie es verdadero apóstol, mientras no llegue a la vida
mística; antes no hará más que ensayos imperfectos. Así lo afirma monseñor
Martínez en otro lugar, y antes, el Padre Lallement, S. J.
35
almas. Es una forma de intimidad con Jesús predicar, dirigir, gobernar, si
todo esto se hace a lo sobrenatural y a lo divino.
Si un alma de apóstol sumergida en Dios tuviera que hacer algo para
hacerle bien a las almas, sería únicamente hundirse más hondamente en el
océano de la divinidad. Hacer obra apostólica no es salir, sino entrar en el
augusto santuario. Hacer obra apostólica es llenarse de Dios a tal grado,
que Dios, desbordándose —para hablar en nuestro lenguaje—, llegue a las
almas, y las bañe, y las penetre y les dé vida.
Se comprende que Santa Teresa del Niño Jesús le haya dicho al
Señor que pusiera en su mano lo que quisiera dar por medio de ella, sin
dejar de abrazarlo y sin volver siquiera el rostro, les daría lo que Él hubiera
puesto en las manos de ella.
Se comprende que Jesús haya preguntado a San Pedro: ¿Me amas
más que éstos? para confiarle sus ovejas.
Apacentar a las almas es obra de amor; para darles el divino alimento
basta amar a Jesús, pero más que éstos; lo que significa amar a lo apóstol,
amar con un amor que se desborde y se difunda en torno nuestro.
Pero de las alturas de este concepto fundamental de la vida apostólica
debo descender a ciertos pormenores, lo cual no es otra cosa que
desmenuzar la grandiosa unidad, porque así lo exige la estrechez de
nuestro espíritu.
***
En la vida apostólica no cabe otra intención que la divina; obrar no
ya por miras mezquinas, sino por meramente humanas, no corresponde a la
excelsitud de la obra, que es desbordamiento divino. Ni el atractivo huma-
no de la predicación, ni en la dirección espiritual el noble encanto de las
almas son intenciones dignas del apóstol: su intención ha de ser la de
Jesús.
El amor con que el apóstol ama a las almas es el amor con que ama a
Jesús; lo ama en ellas. Si amara la envoltura con la que Jesús se cubre en
ellas su amor sería vano, su acción estéril; habría salido del santuario para
recorrer los áridos senderos del mundo.
Lo importante es no salir de la contemplación, no salir de Jesús, de
su intimidad, de su Corazón inmenso; antes bien: entrar en todos esos
abismos lo más que se pueda.

36
Y claro está que permaneciendo dentro, el Espíritu Santo, el Espíritu
de Jesús, guiará nuestras actividades apostólicas.
Él nos descubrirá, cuando sea necesario, los secretos de las almas,
mejor, mucho mejor que las confidencias de ellas y la perspicacia nuestra.
Él impulsará nuestra acción, e inspirará nuestras palabras, y dará
divina eficacia a nuestros sacrificios.
***
He aquí otro matiz delicioso de la vida apostólica. No basta al apóstol
hablar, obrar, prever, etc., todas esas formas de la actividad humana. El
apóstol debe comunicar a Dios hasta en la inacción y en silencio por una
admirable exósmosis espiritual.
Como quien lleva consigo un puñado de fragantes flores no necesita
para embalsamar el ambiente ni hablar ni hacer nada, sino simplemente
estar allí; así, el apóstol lleno de Dios no necesita hacer otra cosa para
comunicarlo que acercarse a las almas; por donde pase dejará todo
embalsamado con el buen olor de Cristo.
Cuanto más puro, más amante, más contemplativo, más sacrificado
sea el apóstol, más perfectamente poseerá esta fecundidad espiritual.
Trasunto de María, el apóstol llevará a Jesús y dará a Jesús siempre y en
todas partes como María lo lleva y lo da.
***
Hay otra forma de pertenecer a Jesús, esto es, entregándole
plenamente la voluntad para aceptar con amor sus disposiciones y dejarse
regir por Él; decir lo que Él decía respecto de su Padre: Hago siempre lo
que más le agrada (Jn 8, 29).
Si le amamos, si somos de Él, es preciso darle gusto en todo; más
aún, dejar que Él se dé gusto en nosotros. La perfección consiste en perder
por completo la propia voluntad, no tener más gusto que su gusto, no
querer sino lo que Él quiere.
Ha de ser una satisfacción singularmente dulce para Él tener un alma
de cuyo amor y de cuya generosidad esté Él tan seguro que pueda disponer
de ella sin reserva, sin que su divina delicadeza se detenga jamás para
hacer de ella lo que quiera.
Y ha de ser una delicia para el alma amar así y saber que Jesús está
seguro de ella.
37
***
Mas para tal generosidad se necesita amar la Cruz y apreciar su
arcana excelencia.
El temor al sufrimiento impide la entrega total de nuestra voluntad y
hace que pongamos reservas a las disposiciones divinas.
La Cruz es, al mismo tiempo, el camino, el fondo y la recompensa
del amor.
El camino, porque arroja del alma el egoísmo y afirma la soberanía
del amor.
El fondo, porque si amar consiste en dar gusto al Amado, en hacer su
voluntad, el centro de esa voluntad es la Cruz, como el Sacrificio de Jesús
fue el centro de la voluntad del Padre.
La Cruz es lo más precioso que Jesús puede dar a quien ama; la Cruz
es lo más precioso que quien ama a Jesús puede darle; como lo supremo
que el Padre dio a Jesús en la vida fue la Cruz; y la Cruz fue lo supremo
que Jesús dio al Padre.
Y como la Cruz es lo más precioso que hay en la tierra, la última
palabra del amor; en la tierra la Cruz es la suprema recompensa del amor.
No es, por tanto, posible pertenecer totalmente a Jesús sino en la
Cruz, enclavándose en ella. Las palabras de San Pablo: Con Cristo estoy
clavado en la Cruz (Gal 2, 19), son fórmulas de perfecta pertenencia a
Jesús y de perfecto amor. En la Cruz Jesús es todo nuestro; en la Cruz
somos totalmente de Jesús.
***
Se vislumbra lo que significa pertenecer totalmente a Jesús; se
entrevé la inmensidad del gran mandamiento del amor. Para pertenecer
totalmente a Jesús es preciso tener con Él una profunda, constante y
perfecta intimidad; realizar el ideal del apóstol que he bosquejado y en-
clavarse en la Cruz con el Amado de nuestro corazón.
Y estas tres cosas se funden en admirable unidad: hay que tener una
vida de intimidad con Jesús tan intensa que, desbordándose, bañe a las
almas, y concentrándose en lo íntimo de nuestros corazones, nos impulse
a enclavarnos en la Cruz de Cristo.

38
Me aplasta en verdad por su grandeza el ideal que he vislumbrado o
más bien el ideal que Jesús me ha mostrado con mayor viveza y con más
clara luz que lo que pueden expresar mis palabras (21).
***
¿Cómo podré realizarlo y aún soñar en él?
Por encima de mi fragilidad y de mis miserias está la verdad. Eso que
he visto debo ser yo. Lo alcanzaré o no, pero la verdad es ésa, y la verdad
no se adapta ni a nuestros deseos ni a nuestra realidad práctica.
Dios es poderoso para hacer de las piedras hijos de Abraham, y Jesús
que me ama singularmente, puede elevar mi miseria hasta la cumbre de ese
ideal.
Deber mío es echar una mirada a mi pequeñez y mirar con valor los
obstáculos que hay en mí para tan dichosa realización.
Desde luego no son obstáculos, sino que pueden convertirse en
medios preciosísimos las luchas interiores, las tentaciones y las arideces
que, aunque no muy frecuentes, vienen a mi alma.
Una nueva luz difundió Jesús sobre mis tentaciones; si soy fiel no
impiden, antes bien, afirman mi intimidad con Él y la tiñen de no sé qué
matiz de ternura, de seguridad y de honda gratitud, pues todo eso se siente
cuando vemos que Jesús, ante nuestras miserias, extrema su amor.
Esas miserias glorifican a Dios, porque hacen resaltar su acción; y
fortifican la virtud, porque la virtud se perfecciona en la debilidad (2 Cor
12, 9).
Tampoco las arideces impiden la divina intimidad, pues aunque ésta
es muy dulce y fácil en la luz y en los consuelos, su alimento sustancioso y
suficiente es la fe que en la desolación no falta, sino que se robustece.
Seguro del amor de Dios y —poniéndome al nivel de mis
adversarios (22) —, también de mi amor, me uniré confiado a Jesús por la
fe cuando me falten su luz y sus consuelos.

21
Parece bastante claro que se trata aquí de luces de la Contemplación infusa
indistinta.
22
Alusión al capítulo XI de la 2.ª a los Corintios, donde el Apóstol se defiende
elogiándose ut minus sapiens, es decir, poniéndose al nivel de sus adversarios,
imitando su jactancia. Pero monseñor no se elogia; simplemente manifiesta con
sencillez el testimonio de su conciencia.
39
Los verdaderos obstáculos para el perfecto amor son el egoísmo, que
engendra el orgullo y los afectos humanos, y la inatención, que hace al
alma descender lentamente del plano sobrenatural y humaniza (23) la vida.
Aunque esos obstáculos no han desaparecido totalmente de mi vida,
ahora me siento más inclinado a trabajar más bien de una manera positiva,
fundando mi vida espiritual en una profunda y constante intimidad con
Dios (24).
Mi propósito es, pues: Vivir en la más perfecta y constante intimidad
con Jesús que me sea posible.
Para realizar este propósito he aquí los tres medios principales:
1.º Conservaré y acrecentaré con empeño y constancia la vida
contemplativa o interior:
a) No omitiendo la oración, siquiera una hora. Cuando por graves
razones no pueda tener ni ese tiempo, lo supliré en la forma posible y de
todos modos me esforzaré por hacer frecuentes visitas al Santísimo,
aunque sean breves (25).
b) Viviré unido a Jesús en medio de las ocupaciones, haciéndolo todo
por Él, con Él, en Él.
2.º Procuraré ejercer mi ministerio realizando en cuanto pueda la
doctrina de Santo Tomás —que la vida apostólica ha de ser el
desbordamiento de la vida contemplativa— con toda la extensión y la
profundidad que vi en estos días.
3.º Procuraré tener la más perfecta adhesión que me sea posible a la
divina Voluntad, especialmente en los sufrimientos; lo cual constituye
también un elemento de la perfecta intimidad.
***

23
Sobre lo que monseñor entiende por humanizar la vida espiritual, véase su obra
La vida espiritual, cap. III de la primera parte.
24
En la espiritualidad de la Cruz, que como nadie interpretó monseñor, se da
especial preferencia a la parte positiva de la vida espiritual, o sea, más a la práctica
de las virtudes que a la corrección de los defectos. Porque practicando aquéllas se
corrigen mejor éstos sobre todo cuando no se trata de las primeras etapas de la vida
espiritual.
25
Me consta que monseñor hacía frecuentes —aunque breves— visitas al
Santísimo. Sobre todo, no salía de casa ni volvía a ella sin entrar a la capilla a hacer
una visita breve.
40
Como complemento de estos puntos capitales de mi programa
espiritual y para mejor realizarlo debo tener en cuenta lo siguiente:
1.º Procurar, después de la comida y antes de entregarme a las
ocupaciones, rezar horas menores y vísperas y dejar para la noche los
Maitines.
2.º Dedicar una hora de la noche a la oración. Para esto, retirarme de
las ocupaciones exteriores a las diez de la noche.
3.º Evitar cuidadosamente en todo, pero especialmente en el ejercicio
del ministerio, el menor afecto humano y todo lo que pueda lastimar la
humildad.
4.º Dejarme amar conforme al ofrecimiento hecho en estos
Ejercicios, según el espíritu de Santa Teresa del Niño Jesús y las luces de
estos días.
Como confirmación de estos propósitos y coronamiento de estos días
celestiales, más que la consideración del amor de Jesús y del amor perfecto
con que debo corresponderle, es el entregarme a ese mutuo amor.
En verdad, el único tema de estos Ejercicios ha sido ese amor, y con
tal eficacia he vivido ese tema, que al concluirlos me siento renovado en el
amor.
***
¿Qué has hecho conmigo, ¡oh Jesús!, que me siento enamorado de Ti
de una manera nueva, con el corazón dilatado, en plena luz y como si
todos los obstáculos hubieran desaparecido?
Me siento lejos de las criaturas sin que esta lejanía de pureza y de
amor estorbe mi íntima comunicación con las almas que Dios me ha
encomendado; a la manera que Jesús en la Eucaristía está cerca, muy cerca
de nuestras almas, y, sin embargo, por la manera de estar en este admirable
Sacramento, lejos, muy lejos de todo lo terreno (26).
Como en todos los Ejercicios, pero menos intensamente que en otros,
viene a mi espíritu el temor del porvenir ¿Pasarán las santas impresiones,
los preciosos efectos, la luz meridiana de estos días, como se han
desvanecido otras veces las luces e impresiones de mis retiros?
No; tuve, sobre todo, una hora de confianza; me entregué a Jesús, me
arrojé en sus brazos y en su corazón; lo comprometí al cumplimiento de
26
No cabe duda que se trata de un acrecentamiento del amor infuso, fruto de las
luces de Contemplación de estos días.
41
mis propósitos. Yo los hice, le dije, y Tú los cumples. Me parece que Él
está interesado vivamente en que se renueve mi vida espiritual. Su amor
está como impaciente del mío.
Comienza, sin duda, una nueva etapa de mi vida espiritual, quizá la
última. Jesús me prepara para algo (27): ¿Será para la muerte? ¿Será para
el perfecto amor?
Terminé entregándome a su amor, haciéndole la perfecta donación de
mí mismo, diciéndole que me dejaría amar, hundiéndome en su dulce
intimidad.
Le di gracias, le pedí perdón y le dije que pusiera remate a mis
Ejercicios con un beso de amor.
Me concedió una íntima unión con Él (28).
Morelia, 1 de julio de 1936.
***
Aunque me parecieron terminados mis Ejercicios no lo estaban aún.
El 2 de julio fue su preciosa conclusión. Acudí a mi director (29), no
solamente para darle cuenta, como siempre, de mis Ejercicios, sino
también para consultarle varios puntos y recibir de él, como representante
de Dios, la ratificación definitiva de lo que Dios me había dado a entender,
especialmente en algunos asuntos delicados.
Al recibir esta ratificación, mi corazón se dilató y sentí que
desaparecían de mi alma todos los obstáculos para mi vida espiritual. Con
una claridad nueva y desusada vi mi alma y los designios de Dios sobre
ella.
Como quien, después de caminar mucho tiempo por un túnel, sale a
plena luz y contempla un horizonte amplio y bellísimo, y descubre con
precisión los senderos que ha de recorrer; como la Magdalena se ha de
haber levantado de las plantas de Jesús, después de haber oído la palabra
de misericordia y de amor, renovada, feliz, entrando con ardor y gozo en

27
En efecto, Nuestro Señor preparó a monseñor con estos Ejercicios para su gran
misión como arzobispo de Méjico. Durante su gobierno logró establecer en Méjico la
paz religiosa tan duramente combatida de 1914 a 1937.
28
Se trata de lo que llaman los místicos «toque sustancial».
29
En esa época era su director espiritual el muy ilustrísimo señor canónigo don
Joaquín Sáenz Arciga, vicario general del arzobispado de Morelia y catedrático de
Teología Dogmática, por más de cincuenta años, en el seminario de la misma ciudad.
42
una vida nueva e insospechada; así se sintió mi alma, libre, llena de luz,
gozosa, como si se hubiera renovado su juventud.
Por la noche, al pie de mi sagrario, Jesús me hizo una fiesta deliciosa
y divina. Como si de improviso hubieran desaparecido todos los
obstáculos entre Él y yo, me lancé a sus brazos y Él vino a mi corazón...
¿Qué hizo Jesús durante estos Ejercicios en el pobre corazón mío?
Era un corazón nuevo, perfectamente adherido a Jesús y caldeado por un
nuevo amor, ardiente, tierno, sencillo, audaz...
No ocultó Él en aquella noche de cielo ni su contento ni su amor; me
unió con Él, me acarició, me llenó de su luz, de sus consuelos, de su gozo.
Le dije muchas cosas con la sencillez de un niño y con el ardor de un
enamorado, y Él me dijo sin palabras sus secretos de amor...
Me arranqué con violencia de su lado llevando en el alma su divina
fragancia.
Comienza sin duda una nueva etapa para mi alma. ¿Qué querrá
Jesús de mí? Que sea total y perfectamente suyo, que se consume el
misterio de nuestro amor...

43
IV. — Ejercicios del 16 al 22 de mayo de 1938

16 de mayo de 1938
Con verdadero alborozo comencé estos Ejercicios (30); tenía hambre
y sed de Dios, hambre y sed de estar con Jesús a solas, sin obstáculo, con
tiempo y libertad.
Dios me preparó para ellos; tuve algunas semanas de disipación y
luchas, y ya dudaba de si sería una de esas temporadas de pruebas que hay
en la vida espiritual o si en verdad había decaído mi espíritu. De la manera
más inesperada se despejó el nublado: en Tenango, al prepararme para la
misa, al ver que alguien me sostenía el Canon de rodillas, sentí confusión
mirando mi miseria y a través de ella encontré a Dios, y me lancé a Él con
toda la fuerza de mi alma, y experimenté aquello de San Bernardo.
Cuando visitas nuestro corazón,
brilla para él la luz de la verdad,
aparece más vil la vanidad del mundo
y en nuestro interior arde el fervor de la caridad.31
La impresión fue fugaz; duró lo que la misa, que la celebré
devotamente; pero bastó para renovar mi espíritu.
Al comenzar los Ejercicios tuve la dulce impresión de pasar unos
días con alguien muy amado, con quien hacía tiempo no había podido
comunicarme holgadamente.
Jesús se me comunicó desde luego, no por reflexiones, sino de una
manera íntima (32). Me ama como siempre, quizá más que nunca. Yo lo
amo también, a pesar de todo.

30
En 1937, monseñor no pudo hacer sus Ejercicios anuales, porque en abril tomó
posesión del Arzobispado de Méjico y se encontró —como era natural— con
muchos asuntos que resolver, después de una vacante de once meses.
31
Himno Jesu, Rex admirabilis de San Bernardo (Maitines de la fiesta del dulce
Nombre de Jesús).
32
La comunicación de Jesús al alma de monseñor aparece con un carácter
claramente místico, puesto que no fue fruto de sus reflexiones sino se realizó de una
manera cuasi experimental.
44
Me atrajo y llenó mi corazón: a través de su Humanidad, toda
deseable, vislumbré los tesoros de su Divinidad; y le entregué mi corazón
y mi vida.
Especialmente en el último tiempo de oración que hice ante el
Santísimo, privadamente expuesto, Jesús me atraía irresistiblemente y me
arrebataba el corazón. Lo sentía el Único de mi corazón y la única razón de
ser de mi vida.
Las impresiones, más que sensibles, fueron espirituales, pero intensas
y dulces.
Lo que más me satisfizo fue que sentía a Jesús en mí, en unión intima
conmigo: me era imposible dudar de esa unión, y esa unión es mi descanso
y mi dicha (33). Tendrá que hacerse plena —y así lo anhelaba mi corazón
—, pero la unión existe: ¿qué otra cosa necesito para ser feliz?
Para afirmar mi amor, para hacer más intensa la unión, quise meditar
en la necesidad que tengo de ese amor y de esa unión para cumplir con mis
cargos y atender a mis grandes responsabilidades; pero me pareció que la
unión no se ordena de suyo a otra cosa que a su fin. En efecto, poseer a
Dios por la caridad, ¿no es tocar el fin supremo de nuestra vida?
Pero en los designios de Dios, su unión con nuestras almas se ordena
a la realización de la obra de Dios que Él nos encomienda. Al aceptar los
cargos convine con Jesús que Él los desempeñaría y yo sería su auxiliar. Él
los debe desempeñar en mí y es la única manera de desempeñarlos
santamente; pero debo entregarme a su amor y a su acción sin reserva.
Me ama y lo amo; estamos los dos unidos, yo no quiero separarme de
Él y Él no permitirá que de Él me separe. Mi amor está satisfecho; en mi
corazón llevo la dicha. Es preciso que este amor y que esta dicha crezcan y
se desarrollen y lleguen a su plenitud. Esta debe ser mi única preocupación
y mi único anhelo.
Mis cargos son un estímulo para vivir unido a Jesús, pues si me aleja,
mi fracaso sería rotundo, y ¡cuántas almas y cuántos intereses sagrados se
perderían! Y en proporción de mi unión con Jesús será la fecundidad de mi
vida y el éxito de mis trabajos pastorales (34).
33
La experiencia pasiva de Dios, la conciencia de su acción divina en el alma, es
algo característico de la vida mística. En esto están de acuerdo los teólogos de todas
las escuelas de espiritualidad.
34
Aquí encontramos el secreto del fecundo apostolado de monseñor y del
gobierno tan acertado de su Arquidiócesis: su unión con Jesús, su intensa vida
interior.
45
La idea suprema de este primer día fue que mi vida debe ser la vida
de Jesús en mí.
¡Qué pobre me pareció el amor humano! En su triunfo, este pobre
amor apenas logra que dos vidas se entrelacen; decir que se funden es una
hipérbole.
En el amor divino, la fusión de dos vidas no es una hipérbole, sino un
misterio; conservando cada una su propio ser, adquieren una inefable
unidad. Jesús vive en nosotros y nuestra verdadera vida es esa vida suya.
La fórmula es de San Pablo: Vivo, pero no yo: Cristo es quien vive en mí
(Gal 2, 20). En su plenitud, esa fórmula es un ideal; pero sustancialmente
se realiza en toda alma que está unida a Jesús, aunque no llegue a la
plenitud de la unión.

Día 17
No está mi alma en las disposiciones de ayer. Ahora tiene que
moverse mi espíritu al ritmo lento y vacilante de las pobres reflexiones
humanas.
Analizo la última idea de ayer: mi vida debe ser la vida de Jesús en
mí.
¿Qué significa que Jesús viva en mí?
La vida de la gracia es participación de la naturaleza divina. En esta
participación Jesús pone su sello, pues la vida espiritual tiene que ser la
renovación mística de la vida y de los misterios de Jesús
Jesús es la fuente de esta vida. Nosotros somos miembros de su
Cuerpo místico que recibimos los efluvios de su vida. Nuestra empresa en
el orden espiritual es reproducir en nosotros la vida de Jesús.
Hay todavía algo superior que contiene el significado perfecto de la
fórmula del apóstol, de la vida de Jesús en nosotros; consiste en que Él nos
mueva para los actos de nuestra vida por su Espíritu, según aquello de la
Escritura: Quienes son movidos por el Espíritu Santo ésos son hijos de
Dios (Rom 8, 14).
Está Jesús presente en nuestra alma al menos por su divinidad;
reproduce en nosotros su vida; nos mueve por su Espíritu. De aquí tres
conclusiones prácticas:
Vivir con Jesús por la vida interior.
Regir nuestra vida activa por el divino Modelo.
46
Ser dóciles a las divinas inspiraciones del Espíritu Santo.
Pero es preciso afirmar en el alma la resolución de vivir esta vida.
Como es una vida superior, fácilmente declinamos a una vida más
humana. Para vivirla se necesita un esfuerzo constante, superarnos a
nosotros mismos. La vida de Jesús en nosotros es una vida a lo divino.
Cuando no haya una fuerza poderosa que eleve nuestra alma, ésta toma su
equilibrio natural y vive su vida humana, cuando no decae a una vida
inferior.
Por otra parte, aunque a veces esta vida superior se iluminara con luz
del cielo y el alma tuviera conciencia de su tesoro, de ordinario hay que
vivir en la oscuridad de la fe y es preciso que ésta sea muy viva para
contrarrestar la fascinación de la vanidad (Sab 4, 12), luminosa y sensible.
Debo vivir la vida de Jesús y vivirla de una manera íntegra porque lo
pide mi corazón; cuando se vive la vida de Jesús el amor está satisfecho, el
alma está en paz. Mi dicha íntima depende de vivir esta vida.
Lo exigen también imperiosamente mis cargos. Dios me ha dado una
Iglesia vasta (35), importante, difícil; el año que he pasado aquí me hace
vislumbrar la magnitud de la tarea que Dios me ha confiado y las terribles
responsabilidades que me ha impuesto.

35
Si se atiende al número de católicos (no de habitantes), la Arquidiócesis de
Méjico es, según un anuario eclesiástico, la más grande del mundo, por el número de
sus diocesanos católicos. En efecto, las otras más grandes son París, tres millones y
medio de católicos; Buenos Aires, con tres millones ciento noventa y cinco mil.
Méjico tiene más de cinco millones en toda la Arquidiócesis. que comprende la
capital, el Distrito Federal, el Estado de Méjico (antes de la desmembración del
obispado de Toluca) y parte del Estado de Hidalgo. En Méjico, son católicos por lo
menos el 95 por 100 de su población.
47
Por otra parte, la representación de la Santa Sede ( 36) amplía mi
campo de acción y dilata enormemente mi responsabilidad.
¡Cuánto bien puedo hacer si soy lo que debo! ¡Cuánto mal si no lo
soy!
Vino a mi alma el recuerdo de lo que vi y sentí el día que me
impusieron el palio. No me cabe duda que María Santísima se comunicó
conmigo en la basílica de Guadalupe, no de manera extraordinaria (37),
pero sí con luces clarísimas e impresiones íntimas: me ofreció ser mía —sé
muy bien el sentido—, pero a cambio de que atienda santamente los
intereses de esta diócesis y, en cuanto me toca, de toda la república, que
son para Ella tan queridos.
Imposible atender esos intereses si Jesús no vive en mí. Ni yo los
admití sino con la condición de que en mí viva Él.
Él no dejará de cumplir la condición, pero yo..., pobre...,
inconstante..., ¡cómo puedo hacer fracasar la acción de Dios en mí!
Es, pues, urgente, apremiante, que Jesús viva en mí por las
exigencias de mis cargos.
Para que Jesús viva en mí es preciso que yo ya no viva. ¡Qué tontería
no dejar vivir a Jesús en nosotros por vivir nosotros mismos, por no
sofocar nuestras pasiones, eliminar nuestros deseos, prescindir de nuestras
iniciativas!
Lo mismo las almas del mundo que las que buscan la perfección sin
resolverse a abrazarla plenamente caen en la misma ilusión, en la misma

36
Tengo a la vista el documento de la Secretaria de Estado de Su Santidad,
número 3.175/37, del 9 de agosto de 1937, firmado por el entonces cardenal Pacelli,
en el que se nombra a monseñor Martínez representante de Su Santidad en Méjico,
con todas las facultades de delegado apostólico. Sin embargo, para evitar posibles
dificultades con el Gobierno civil, debía llamarse «encargado de los negocios de la
delegación apostólica». Fue, pues, verdadero delegado apostólico; y con monseñor
Leopoldo Ruiz, los dos únicos que han sido mexicanos. Gracias a su espíritu tan
sobrenatural, logró la pacífica convivencia de la Iglesia y el Estado e hizo posible la
venida a Méjico de un delegado apostólico italiano. Cuando monseñor Martínez
comprendió que este momento había llegado, lo expuso a la Santa Sede. Vino
entonces monseñor Piani, primero con el título de visitador apostólico, después ya
como delegado, por los mismos motivos de prudencia.
37
Quiere decir monseñor que no se trata aquí de una visión corporal ni
imaginativa, pero sí intelectual. Lo que se colige de los caracteres que tuvo, sobre
todo la certeza que dejó en monseñor (Confróntense Santo Thom., De veritate, q. 12
a 12; Santa Teresa, Vida, cap. 27, núm. 5).
48
desgracia: sacrifican su felicidad por conservar su capricho, no dejan vivir
a Jesús en ellas por guardar su exigua, su estéril vida.
¡Qué feliz —en el pleno sentido de la palabra— sería yo si dejara de
vivir yo en mí, si dejara vivir plenamente a Jesús en mí!
Por una pobre satisfacción fugaz, por ahorrar un esfuerzo o un
sacrificio, por salirme con la mía, sacrifico mi felicidad.
Es preciso que mi yo desaparezca en mi vida: quiero perseguirlo
hasta los íntimos repliegues de mi alma.
¡Y cómo para mi felicidad personal, para el fruto de mi ministerio,
para el desempeño de mis cargos, es indispensable eliminar el yo!
Desde el principio lo comprendí. Dios tiene designios especiales para
ponerme en donde estoy (38) y tengo la seguridad de que cuento con
gracias copiosas para realizar esos designios. Una sola cosa puede
frustrarlos, un solo enemigo tengo: yo.

Es preciso destruirlo, barrer hasta sus vestigios.


En la última hora de oración, cansado, sin duda, por la enfermedad,
no hice más que mirar el copón y adherirme a Jesús, pedirle que yo
desaparezca y Él viva.

Día 18
Comencé por calentar mi espíritu con el amor de Jesús, con el
sentimiento íntimo de que Él debe vivir en mí.
Un nuevo motivo más alto, más dulce, más generoso, me impele a
desaparecer plenamente y a dejar vivir a Jesús en mí.
Él quiere poseerme por completo: medio siglo tiene de perseguirme
para poseerme. ¡Cuántas y cuán ricas y, si así puede decirse, cuán divinas
gracias me ha dado para triunfar de mí! Aunque le he entregado mi
corazón y mi vida, ¡cuántas reservas! ¡Cuántas limitaciones! ¡Cuántas
mezquindades!
Su amor y su munificencia exigen que me rinda por completo, que Él
sea plenamente mi dueño, que me ate para siempre con las cadenas del
38
Quien desapasionadamente compara el estado de la Iglesia en la República al
tomar monseñor posesión del Arzobispado y al morir, comprende que la misión de
monseñor Martínez fue pacificadora. Con el tiempo se comprenderá mejor esta
verdad.
49
amor, las únicas dulces; porque para el amor perfecto hay que hacer el
sacrificio perfecto de la libertad, y ésta es la única forma de ser dichoso,
perdiendo la libertad.
Hice durante el día una revisión de mi alma y de mi vida para
encontrar mi yo en los íntimos repliegues de mi ser.
Las tentaciones, más que exaltaciones del yo, son medios
providenciales para aplastarlo; pero hay quizá alguna deficiencia en este
punto: necesito más exquisita modestia en la vista, más dominio de la
imaginación, más discreción en el trato por motivos de celo.
Tengo complacencias en la parte estética —pero con peligro de
alguna vanidad—, en la predicación; sentimiento más que consentimiento,
cuando me creo humillado; alguna atención a los honores. Gracias a Dios,
nada importante, pero ¡es tan delicada la humildad!
Mi mayor defecto es el desorden en las ocupaciones y en los papeles,
lo cual retarda algunos negocios y, sobre todo, impide los Ejercicios de la
vida interior. ¿Causas? Condescendencia quizá exagerada, falta de método
y un poco de temor al esfuerzo.
Remedios de estos males: vigilancia, pureza de intención, orden;
dejar libre desde la comida hasta las cinco para rezar y arreglar
correspondencia. Suspender todo a las diez de la noche para estar en la
capilla y recogerme después.
Hay quizá otro mal que remediar: por prudencia dejé todo como
estaba en el arzobispado para ir modificándolo poco a poco. Conviene ya
tener más iniciativa y tomar con más firmeza las riendas del gobierno.
¿De dónde vendrá esta deficiencia? En parte de no lastimar, en parte
del huracán de ocupaciones y del desorden de ellas, en parte del temor al
esfuerzo.
Ordenándome en todo se puede remediar.
***
Aunque veo otras maneras de que viva el yo, como son vivir a lo
humano y a lo personal; comencé a considerar la vida de Jesús en mí, en la
tarde de este día, tanto porque lo que en esos dos puntos pudiera haber
desaparecerá atendiendo la parte positiva de la vida de Jesús en mí cuanto
porque siento impulsos vivísimos de dedicarme a esa parte positiva.
La primera forma de vivir Jesús en mí es por su presencia. No
solamente está bajo el mismo techo que yo en mi sagrario, sino que está en
50
mi ser, en mi alma, siempre, por su divinidad; cada veinticuatro horas,
también por su Humanidad, y sospecho que Jesús íntegro está en mí de
otras maneras por su acción, por su influjo, por la unión que los miembros
de su Cuerpo místico tenemos con la Cabeza.
De manera especial está Jesús unido a mí: ayer sentí muy claramente
su unión, y ahora la vi. Me sentía antes tentado de pensar que había sido
ilusión mi unión íntima con Él; me parece que Él ha disipado la tentación.
Ayer me hizo sentir palpablemente esa unión. Hoy vi con luz muy clara
que ni mis tentaciones ni mis deficiencias han desatado esa unión. Las
primeras en cierto sentido la protegen, humillándome; las segundas,
gracias a Dios, las veo menos importantes de lo que las vea en medio de la
barahúnda de los negocios.
¡Oh Jesús! ¡De veras estás unido a mí, vives en mí! Gracias porque tu
amor está por encima de mi ingratitud y de mis deficiencias. En verdad,
tus dones son mi arrepentimiento (Rom 11, 29).
Jesús vive en mí; si yo me diera cuenta de su amorosa presencia y me
aprovechara de ella, si viviera con Él, mi vida sería un cielo, pues, como
dice el autor de la Imitación, «estar con Jesús es un dulce paraíso.»
No estoy solo, no vivo solo; Jesús está conmigo, está en mí. A cada
momento me puedo dar cuenta de su presencia, me puedo comunicar con
Él, puedo gozar de Él.
Santo Tomás dice que poseemos algo, cuando libremente y como
queramos podemos usarlo y gozar de él. Y de este modo sólo la criatura
racional, unida a Dios, puede poseer a una Persona divina... A lo cual
llega a veces el hombre, como —por ejemplo— cuando de tal manera par-
ticipa del Verbo divino y del amor que de Él procede, que puede
libremente conocer a Dios y amarlo como es debido (39).
Si viviera con Él, si gozara habitualmente de su presencia, realizaría
aquellas palabras del Apóstol: Nuestro trato, nuestras relaciones, deben
estar en el cielo (Filip 3, 20).
La vida espiritual, aun en esta vida, es un cielo; con razón en el
Evangelio se le llama vida eterna. Un cielo sin esplendor vivo, sin gozo
consumado, pero cielo al fin, puesto que poseemos la sustancia de las
cosas que esperamos, sperandarum substantia rerum (Hebr 9, 1).
¡Qué necedad vivir tristemente en el mundo pudiendo vivir en el
cielo!
39
(I, q. 38, a. I).
51
Viviendo así, ¡qué paz en el alma! ¡Qué satisfacción del amor! ¡Qué
acierto en todo! ¡Qué fecundidad en el ministerio!
***
Así puedo vivir con tres condiciones:
1.ª Saber tolerar mis miserias. — He notado el empeño del demonio
de hacerme sentir que me he separado de Jesús por cualquiera tentación o
cualquiera deficiencia. A pesar de estas cosas, sigo unido a Jesús y lo
puedo encontrar en mi alma y puedo gozar de Él.
2.ª Aprender a unirme con Él por la fe oscura. — No siempre puedo
tener, como en ciertos momentos dichosos, el sentimiento de su presencia.
No lo necesito; me basta la fe, aun en la mayor desolación. Jesús vive en
mi alma y puedo comunicarme con Él y gozar de Él por la fe.
3.ª No dejarme absorber por las ocupaciones. — Es una tontería sin
nombre desatender al Jesús que en nosotros vive por enredamos en
múltiples ocupaciones, aunque esto pretenda justificarse por la gloria de
Dios y el bien de las almas. Nada da más gloria a Dios y hace mayor bien a
las almas que nuestra unión con Jesús. El que permanece en Mí y yo en Él
produce mucho fruto; porque sin Mí nada podéis hacer (Jn 15, 5).
Con estas tres condiciones puedo vivir con Jesús y mi vida será la
vida de Él en mí.
¿CÓMO?
No faltando jamás a mi oración de cada día, salvo verdadera
necesidad. En la oración se nutre y acrecienta la vida de Jesús en mí.
Acudiendo a Jesús repetidas veces durante el día, ya visitándolo
rápidamente en su sagrario, ya comunicándome con Él amorosamente en
mi corazón.
Valiéndome de las mismas ocupaciones para comunicarme con Él.
Jesús se oculta en las personas, en los acontecimientos. La fe y el amor en
todo lo encuentran y tornan en vida contemplativa la misma vida activa.

Día 19
Para hacer de las ocupaciones escalas para ir a Jesús es preciso vivir
con Él, vivir por Él, vivir en Él. Per ipsum, et cum ipso et in ipso.

52
Hacerlo todo con Él, con la conciencia de que está presente en mi
alma, de que todo lo hace conmigo, de que siempre vivimos dos, o más
bien, uno solo, porque mi vida se funde con su vida.
Hacerlo todo por Él, por amor; ningún motivo inferior a éste es digno
de un alma unida a Jesús, de un alma sacerdotal. Y todo lo que se hace por
amor nos lleva a Jesús y estrecha nuestra unión con Él.
Vivir en Él, esto es, ver todo con sus ojos, sentir con su Corazón,
obrar con su espíritu. La fe y el amor transfiguran todo y lo divinizan.
La segunda manera de vivir Jesús en mí es por la renovación de su
vida y de sus misterios en mi vida.
Cada vida espiritual, y especialmente la vida del sacerdote, debe ser
una reproducción, un trasunto, de la vida de Jesús.
¡Qué dulce que Jesús siga viviendo en nosotros y realizando en
nosotros sus designios!
¡Qué consolador que Él haga en nosotros su obra! Así se lo pedí y así
me lo prometió al aceptar el arzobispado.
***
Para esto es preciso que se realice en mí la expresión de San Pablo:
Tened, los mismos sentimientos que Cristo Jesús (Filip 2, 5). Que sus
pensamientos sean mis pensamientos, que sus afectos sean mis afectos,
que su impulso vital sea el mío.
Para lo primero debo juzgar de todo sobrenaturalmente, ver por los
ojos de Jesús. Ver de otro modo es padecer un estrabismo espiritual (40).
Sobre todo en la obra de Dios que debo nacer es preciso ver a lo divino.
Quizá en el medio en el que Dios me puso hay especial tendencia en
ver a lo humano; mayor razón para obrar a lo divino.
Debo cuidadosamente eliminar las razones humanas y el modo de
proceder a lo humano; lo cual es una nueva eliminación del yo.
Mirando todo por los ojos de Jesús, esto es, según su criterio y según
su Espíritu, vivirá Él en mí, mi vida será una reproducción de su vida.
40
Al que sufre estrabismo se le llama vulgarmente bizco. La falta de coordinación
en los músculos del ojo hace que la imagen se vea doble. De una manera semejante,
ve doble —ve bizco— el que juzga, mezclando el criterio natural con el sobrenatural.
Hay que verlo todo sólo sobrenaturalmente. Ver por los ojos de Jesús quiere decir
juzgar como juzgaría Nuestro Señor; lo que no puede realizarse plenamente, sino en
un alma que ha llegado a la Unión Transformante.
53
Pero al criterio sobrenatural hay que añadir el amor sobrenatural,
puesto que la luz y el amor forman la obra.
El amor de Jesús, su amor sacerdotal, el amor al Padre y el amor a las
almas, debe ser el amor de mi corazón, la vida de mi vida.
Noto deficiencia en mi amor pastoral, la que quizá influya en mi
actitud poco activa: amo a las almas, siento celo por ellas; pero
principalmente se han ejercitado este amor y este celo en las almas
individualmente, en los ministerios que más me agradan, la predicación y
la dirección. Necesito desarrollar mi celo pastoralmente, con el conjunto,
en todo lo que debo hacer por las almas que Dios me ha encomendado.
Aquí noto una nueva irrupción del yo, por la influencia de lo
personal en mi ministerio.
El gobierno general, la vigilancia pastoral, las iniciativas por el bien
común, son amor y celo.
Si desarrollo la caridad pastoral no estaré a lo que se presente, porque
el verdadero amor tiene iniciativa; no me absorberá lo que me agrade, aun
sobrenaturalmente, porque en el verdadero amor el yo desaparece; sentiré
vivamente lo que sentía San Pablo: ¿Quién de vosotros se enferma y no me
enfermo yo? ¿A quién se le escandaliza sin que no sienta que arden mis
entrañas? (2 Cor 11, 29).
Para esto necesito unir mi corazón con el de Jesús y contagiarme de
su celo ardentísimo. ¿Quién no se incendia en contacto con un volcán?
***
Considero los motivos del celo. Si las almas son miembros del
Cuerpo místico de Jesús, si son Jesús, no puedo amarlo a Él sin amar a
ellas. En ellas Jesús necesita de cuidado, de protección, de consejo, de
aliento. El celo por las almas es una prolongación del amor a Jesús.
Por otra parte, en mi corazón debe haber los mismos sentimientos
que en el de Jesús, y el Corazón de Jesús arde —en el doble sentido de la
palabra: intensidad y martirio— por las almas.
¡Oh Jesús! ¡Que te amen las almas más! ¡Oh Jesús! ¡Ama a las almas
por mi corazón!
¡Cuántas veces te he dicho que descanses en mi amor, que estés
seguro de mi amor, tanto en mi vida personal como en mis cargos! Para
esto es preciso que haya en mi corazón un trasunto del fuego del tuyo.
Dámelo para que estés seguro de mi amor, para que descanses en él.
54
Día 20
En una nueva y dulcísima forma se me presentó hoy el celo pastoral.
¡Qué cosa tan bella, tan celestial sería para María Santísima y San
José cuidar a Jesús, protegerlo, alimentarlo, envolverlo en solicitud
amorosa! Era la dicha de verlo como a hijo.
Cuando nosotros protegemos, cuidamos, alimentamos y envolvemos
en amorosa solicitud a las almas, hacemos todo esto con Jesús —Lo que
hicisteis al más pequeño de mis hermanos, los hombres, a Mí me lo habéis
hecho (Mt 25, 40) —, y nuestro amor tiene sabor paternal o maternal; lo
cual llega al fondo de mi corazón.
Mi caridad pastoral me asemejará a San José, y en él encuentro un
admirable modelo. ¿Cómo cumplió con los deberes que tenía con Jesús?
Borrándose, desapareciendo; con una solicitud constante y fidelísima; con
una abnegación heroica; con un amor ternísimo.
Los mismos caracteres aparecen en el celo de Jesús: olvido de sí
mismo; generosidad completa; perfecta abnegación.
¡Cuánta razón tenía Santa Teresa del Niño Jesús al decir: No pienso
que podamos hacer bien a las almas buscándonos a nosotros mismos! Y
también: Mis armas son la oración y el sacrificio.
¡Cuánto debo orar y cuánto sacrificarme por las almas que Dios me
ha encomendado!
Me espanto de ciertos males. ¿Cómo remediarlos? Hay demonios
que solamente pueden arrojarse por la oración y el ayuno (Cf. Mc 9, 28).
Debo también imitar en Jesús su modo divino de tratar a las almas,
formado por una maravillosa combinación de suavidad y de firmeza.
Hay que tener asimismo presente todas las cualidades que atribuye
San Pablo a la caridad en el capítulo XIII de la primera a los Corintos:
Caritas patiens est, benigna est, etc. (41).
***

41
La caridad es paciente, es servicial no es envidiosa, no es jactanciosa, no se
enorgullece, no es descortés, no es interesada, no se irrita, no piensa mal, no se
alegra de la injusticia, antes se alegra en la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree,
todo lo espera, todo lo sufre.
En 1935, monseñor dio a las superiores de las RR. de la Cruz unos Ejercicios en
que no hizo otra cosa que comentar estas notas de la caridad.
55
La tercera manera de vivir Jesús en mí es moviéndome para la acción
íntimamente.
No debería obrar sino movido por Él para que mi acción sea su
acción, mi vida su vida.
Al menos, no debo tomar ninguna resolución de importancia sin
previa consulta por la oración y sin reflexión madura; pero esta reflexión,
más que un recurso humano para resolver un asunto, debe ser un medio
providencial para conocer la voluntad divina, para que Jesús me mueva; ya
que de ordinario por los medios humanos nos da Dios a conocer su
voluntad y nos dirige en nuestras acciones.
No debo campar por mis respetos, aunque me parezca que estoy
suficientemente instruido y experimentado en algún asunto.
Tengo derecho a esperar una dirección más íntima del Espíritu Santo:
si Nuestro Señor me dio a entender en estos días que estoy unido a Él, el
Espíritu Santo ha de moverme frecuentemente, y aunque no estuviere
íntimamente unido, ¿no son los dones del Espíritu Santo para ayudarnos en
lo que es necesario y no podemos por nosotros mismos?
¡Ah! Ahora he comprendido mejor mi tarea y mi responsabilidad.
Verdaderamente, no puedo por mí mismo con la cruz o con las cruces.
El ambiente en que vivo; la multiplicidad y gravedad de los
negocios; las circunstancias anormales; los males que hay que remediar; la
obra que debo llevar a cabo; los obstáculos...
Aunque tuviera grandes cualidades, prudencia, sabiduría, firmeza,
etc., ¿podría con mis cruces siendo lo que soy...?
Esto debería aplastarme; y, sin embargo, esto me consuela, me
fortifica, me llena de gozo; parodio a Santa Teresita de Lisieux:
ciertamente no puedo realizar mi tarea, si Jesús no vive en mí, si mi vida
no es su vida. Lo veo con claridad meridiana.
Y puesto que Jesús me impuso una tarea que solamente Él, viviendo
en mí, puede realizar, señal segura de que quiere muy seriamente vivir en
mí.
Porque Él, y sólo Él, me dio estas cruces. Monseñor Ruiz me lo
asegura: fue cosa de Dios.

56
Luego Él está decidido a vivir en mí. Mis cruces me llenan de
consuelo y de gozo porque me dan la seguridad de que Jesús va a vivir en
mí.
Pero hago una rectificación dulcísima: no quiere vivir en mí porque
me dio esas cruces; sino que me dio esas cruces porque quiere vivir en mí.
Quiere vivir en mí porque me ama mucho, y para obligarme a dejarlo
vivir en mí me impuso una tarea que no puedo cumplir sin que Él viva en
mí y de este modo me obliga a dejarlo vivir en mí.
Esta fue la gran luz de hoy como la consumación de estos días.
Me falta únicamente poner las condiciones para dejarme mover por
el Espíritu Santo: ambiente habitual de recogimiento, atención actual a las
inspiraciones, docilidad amorosa, fidelidad constante.
Confesión. Paz.

Día 21
PROGRAMA DE VIDA
Parte negativa.
a) Vigilancia de mis ojos y de mi imaginación.
b) Cuidado exquisito por conservarme en la humildad.
†c) Corrección decidida del desorden.
1) Dejar libre diariamente el tiempo desde después de la comida
hasta las cinco para oración y correspondencia.
2) Suspender todo a las diez de la noche.
3) Dejar una temporada —un mes o dos— sin más compromisos que
los indispensables para poner todo en orden.

Parte positiva.
†a) Cuidado constante y exquisito de mantener mi unión con Dios
por medio de la oración y de la presencia de Dios en medio de las
ocupaciones. Per ipsum, cum ipso, in ipso.
b) Ver todo sobrenaturalmente: sobre todo, ver en las personas
imágenes de Dios o a Jesús.
c) Fomentar en mi corazón la caridad pastoral.

57
d) Dejarme mover y dirigir por el Espíritu Santo. No hacer nada de
importancia, sino sometiéndolo a Él.
Los dos puntos marcados con † son los dos propósitos principales de
los Ejercicios.

Confirmación
De manera clara y precisa me ha hecho Dios ver en estos días lo que
quiere de mí, lo único que me puede hacer realizar los designios divinos:
una vida del cielo, la vida de Jesús en mí.
Con rasgos precisos está delineada esa vida; y al verla en su conjunto
pienso: si la vivo, doy gusto a Jesús, realizo su voluntad. ¡Cuánto ha hecho
Él por mí! ¡Cuánto le debo! ¿Podré negarme a darle gusto? Si vivo su vida
estará Él contento y descansará en mi amor.
Por el mismo hecho de darle gusto obtendré la paz de mi alma, seré
dichoso, llevaré el cielo en mi corazón.
Y las almas, los intereses de Dios, los intereses de María Santísima
de Guadalupe en esta iglesia y un poco en toda la República estarán a
salvo.
Si no vivo esta vida, esos intereses sufrirán; y, como dice el Padre
Desplanques, S. J. (42). «Une absence, une négligence coupables, et c’est le
Christ qui tombe. Con mi fidelidad y mi amor c’est le Christ qui s’éleve.
Realmente, es el grande, el supremo, el único motivo que debe
impulsarme. Él es quien gana, quien triunfa en la realización de sus
designios, en la posesión de mi ser y de mi vida; en sus almas y en sus
intereses.
Debo, por consiguiente, vivir su vida.
¿Qué me lo impide? Una sola cosa: el temor de sufrir.
Porque esa vida es una vida de abnegación y de sacrificio, al mismo
tiempo que de paz y de gozo. Según la multitud de mis dolores en mi
corazón tus consuelos inundarán mi alma de alegría (Salmo 93, 19). Es
una vida de cielo fincada en la Cruz.
42
Un olvido, una negligencia culpables es Cristo, que decae. La fidelidad, y el
amor es Cristo, que se engrandece. Se comprende el sentido de estas expresiones
teniendo en cuenta que, siendo miembros del Cuerpo místico de Cristo, en cierto
sentido somos Cristo. Y así, por nuestra conducta, buena o mala, podemos
engrandecer o disminuir a Cristo, no en Sí mismo, sino en su Cuerpo místico. La cita
está tomada de la obra Le Christ sur tous nos chemins.
58
Sacrificio del tiempo, de los gustos superficiales, del bienestar del
momento, de las inclinaciones, de la voluntad..., sin contar las amarguras,
los problemas, las cruces inherentes a mis cargos.
La Cruz del Cristo, cuya aspereza encubre la suavidad exquisita del
cielo.
Si no la acepto tendría que llevar la cruz del diablo, que encierra,
bajo la hojarasca del bienestar superficial y efímero, el vacío, la
esterilidad, la amargura.
La elección no es dudosa.
El eterno sofisma, la eterna ilusión de las almas consiste en sacrificar
la verdadera felicidad a la felicidad fácil, aparente, oropelesca del
momento.
Debo enclavarme con Cristo en la Cruz. Christo confixus sum cruci
43
( ).
Sobre todo, yo nutrido con la doctrina, con el espíritu de la Cruz (44).
La Cruz domina los vicios, purifica el alma; es al amor, la
fecundidad, la redención de Jesús y la corredención nuestra (45).

43
Monseñor, desde 1925, se nutrió de una manera íntima y profunda con la
espiritualidad propia de las obras de la Cruz, Y no sólo aprovechó para su propia
alma, sino para muchas otras, presentes y futuras. Dios lo suscitó para que
comprendiera como nadie y propagara —con su palabra y con sus escritos— esta
doctrina. Muchas generaciones de almas irán a beber en él el genuino espíritu de la
Cruz. Pero, como pasa con los grandes maestros, no se comprende su importancia y
su influjo sino a distancia, cuando han pasado años y hasta siglos. ¿Quién hubiera
creído, por ejemplo, al morir el pobre fray Juan de la Cruz, que había de ser el gran
Doctor místico de la Iglesia?
Es triste que más bien en el extranjero se le empiece a hacer justicia a monseñor.
El conocido escritor A. de Parvillez, S. J„ redactor de Les Etudes, dice, entre otras
cosas: «Monseñor Martínez dejó el recuerdo de un prelado santo, amado por su
bondad, por su predilección por los humildes, admirado por sus dones intelectuales
manifiestamente eminentes. Fue un teólogo de gran valor y un educador
incomparable...»
44
¡Qué gran verdad, es ésta: monseñor fincó su vida en los brazos de la Cruz!
De lo que tuvo que sufrir algo se sabrá más tarde; pero lo principal permanecerá
siempre como un misterio impenetrable. Monseñor tuvo un pudor especial para
ocultar las gracias tan escogidas que de Dios recibió. Unas dos o tres almas, sin em-
bargo, recibieron algunas confidencias de él. Pero, respecto a sus penas — ¡cosa
rarísima!—, nadie, absolutamente nadie, supo nada de sus propios labios. Y si
alguien se daba cuenta, le mandaba que guardara silencio absoluto.
59
Y mil veces he vislumbrado que en el fondo de la Cruz se encierra la
perfecta alegría, la gota exquisita de bienaventuranza.
Fincaré mi vida de cielo en los brazos de la Cruz...

45
Vaya, como ejemplo, un caso del que puedo hablar a treinta y cuatro años de
distancia. Empezaba la persecución religiosa (1926-1929) y monseñor tuvo que
esconderse. Aceptó para ello la hospitalidad que espontáneamente le brindó cierta
persona.
Pero, como arreciara la persecución y la Policía buscara con grande empeño al
obispo, el dueño de la casa temió que lo pusieran preso y confiscaran su casa si
descubrían allí a monseñor. No vaciló entonces en decírselo...
Comprendió monseñor que era un huésped comprometedor y que se le despedía
del asilo que se le había ofrecido. Quizá todo esto se le dijo con eufemismos,
circunloquios, reticencias..., ¡qué importa! La sustancia era ésa: se le corría...
Monseñor no manifestó pena sino por las molestias que había dado y, agradeciendo la
hospitalidad de esos pocos días, la misma noche se cambió a donde pudo, aun con
peligro de caer en manos de la Policía.
Pues bien: de ese hecho jamás dijo una palabra, y a esa familia la siguió
distinguiendo con su amistad como si sólo le debiera favores.
¡Cuántos hechos, no sólo semejantes, sino mucho más dolorosos, se pudieran
citar!
Así fue monseñor: Jamás se quejó de nadie. Todos tienen derecho a un desahogo
con un amigo íntimo y prudente. Monseñor renunció a ese derecho y sacrificó ese
consuelo.
Y a tal grado era generoso, que el secreto para recibir especiales atenciones de él
era haberle dado algo en que sentir.
De manera que sus APUNTES DE EJERCICIOS no eran idealismos, no eran letra
muerta, sino la historia de su vida interior.
60
V. — Ejercicios del 22 al 29 de enero de 1940

Preparación

22 de enero de 1940
En el Corazón de Jesús quiero pasar estos días. En Él encontraré
sosiego, paz y amor. Las aves cuando andan revoloteando se fatigan;
cuando encuentran su nido reposan: Hasta el pajarillo ha encontrado su
casa y la golondrina el nido donde colocar sus polluelos (Y yo he
encontrado) tus altares, Yahvé Sabaot, mi Rey y mi Dios) (Salmo 83, 4).
Mi Casa y mi nido es el Corazón sacratísimo. Este es mi descanso
por los siglos de los siglos (Salmo 131, 14). De ese Corazón puedo decir la
frase de San Pedro: ¡Qué bueno es permanecer aquí! (Mt 17, 4). Ni hay
que hacer tabernáculos, porque ese Corazón es un tabernáculo celestial
siempre abierto para mí, siempre dispuesto para que viva en Él. A todas las
almas llama Jesús para que vivan en su Corazón, pero de manera especial a
las almas sacerdotales. Si no vivimos allí, de nosotros depende.
Para encontrar en el Corazón de Jesús nuestro descanso, es preciso,
en primer lugar, dejar las criaturas. De ordinario, parecemos mariposas
revoloteando por todas partes, posando en todas las flores. Marta, Marta,
te preocupas y te turbas por muchas cosas; sin embargo, una sola es
necesaria (Lc 10, 41).
Lo único necesario es Jesús; en Él deben fijarse nuestros ojos y
nuestro corazón.
El recogimiento nos arranca de las criaturas y nos fija en Jesús. Me
parece que a cada virtud teologal corresponde un recogimiento.
La fe aparta nuestro espíritu de todo lo que no es divino. La
esperanza nos desprende de toda esperanza humana para no buscar sino a
Dios. La caridad nos pone en divina soledad para unirnos al Amado.
En segundo lugar, es preciso para vivir en el Corazón de Jesús entrar
en intimidad con Él. Vivir de fe es entender a Jesús y ponerse en íntima
comunicación con Él.
Por último, la generosidad nos hace capaces de oír todo lo que Jesús
quiere decirnos, de entrar cuanto Él quiera en su Corazón divino.
61
Ejercicios
Tienen como fin especial prepararme para el XXV aniversario de la
gracia del 14 de febrero de 1915.
El problema de mi vida es un problema de amor, del amor mutuo de
Jesús y mi alma.
Es, por tanto, algo más profundo que el problema de mis cargos o de
mi apostolado.
En los Ejercicios anteriores planteé así mi problema: para ejercer mis
gravísimos cargos necesito una intensa vida interior, necesito un amor
sólido y profundo
Ahora el planteo se invierte; debo tener un amor absorbente y
profundo en mi alma; el cumplimiento de mis deberes pastorales no es sino
la consecuencia lógica, la expansión debida a mi amor.
Más que ejercer debidamente mis cargos, más que tener un fecundo
apostolado, necesito llevar en mi alma un profundo amor, un amor que
llene mi corazón y mi vida.
Planteado así el problema, he tenido en estos días luminosas
revelaciones; las llamo así porque, aunque las verdades que he visto sean
conocidas y aun me sean familiares, las he mirado con una luz tan clara y
tan nueva como si por primera vez las viera (46).
La primera revelación es la del amor singular que Jesús me ha
tenido.
Veo el conjunto de mi vida con la luz de Dios y encuentro la clave de
mi vida y de mi destino en esa predilección de Jesús.
Sin esa predilección mi vida sería un enigma. Con ella todo se
explica con admirable claridad, con lógica sencillez.
Aun los demás admiran mi buena suerte. Yo la admiro más porque
veo el fondo de mi vida y sé quien soy.
Conozco mi ingratitud y mis miserias, y a pesar de todo, palpo la
cadena de gracias divinas que forma mi vida. Me juzgan inteligente,
virtuoso, afortunado. Soy simplemente un predilecto de Jesús, con esa

46
Por la contemplación infusa se conocen verdades cuya fórmula puede ser tan
conocida que resulte hasta trivial. Pero se ven ahora de una manera tan profunda, tan
luminosa, tan íntima, que al alma le parecen nuevas. La diferencia estriba en que un
conocimiento se tiene a la luz de la razón y de la simple fe, en tanto que el otro se
realiza bajo el influjo de los dones del Espíritu Santo.
62
predilección que parece ciega para mi miseria, que con increíble fidelidad
se ha sostenido a pesar de todo...
***
De manera especial veo como clave de mi vida espiritual la gracia
del 14 de febrero de 1915 consumada el 14 de febrero de 1916 (47).
Esa gracia determinó mi entrega especial a Dios, que subsiste hace
un cuarto de siglo, a pesar de mi inconstancia, de mis deficiencias, de mi
ingratitud.
Por esa gracia me hizo Dios confidente de su amor, guardián de su
amor y partícipe de su amor. Tres títulos suficientes para asegurar de
manera indiscutible la predilección de Jesús.
El primero me constituye su amigo, puesto que solamente a los
amigos se les confían los secretos íntimos; el segundo revela una intimidad
y una confianza singulares, puesto que estas cosas se necesitan para
confiar a alguien el cuidado de quien singularmente se ama. Pero el tercer
título me hace entrar en el seno mismo de ese amor singular, ya que Dios
unió mi alma con un alma tan amada por Él. Se diría que nos ve con la
misma mirada y nos enlaza con el mismo amor.
Todo lo que sé del amor singular que a esa alma tiene se aplica a mi
alma, guardada la debida proporción.
La predilección que Jesús me tiene es indiscutible.
Y durante estos veinticinco años, ¡qué opulencia de gracias! ¡Qué
magnífico desarrollo de su predilección!
Después me unió a otra alma también singularmente amada por Él,
me introdujo en el corazón de las obras de la Cruz y me hizo partícipe de
la gracia misma, que es base de estas obras (48).
¿No bastan estas dos uniones providenciales e íntimas para afirmar
esa inefable predilección?

47
Estas gracias fueron las que orientaron definitivamente su vida hacia la
perfección, como puede verse en la obra: Monseñor Martínez, por J. G. T., cap. VII,
«Encuentro providencial», págs. 81-95.
48
Se trata de la gracia llamada «Encarnación mística», que es una forma especial
de la Unión Transformante con un sello característico de fecundidad especial. El
alma de que aquí se trata es la sierva de Dios Concepción Cabrera de Armida, de la
cual fue director espiritual de 1925 a 1937.
63
De ellas han dimanado gracias insignes que no acierto ni a contar ni a
describir, entre las que descuellan las del 25 de marzo y del 21 de
septiembre de 1927 (49).
Se podría dudar de la autenticidad de esas gracias, pero ¿se puede
dudar de esas dos uniones?
Sin ilusión de amor propio, ya que esa predilección me humilla
profundamente por el contraste con mi correspondencia, sin temor de
engañosas interpretaciones, puesto que se trata de la evidencia sencilla e
innegable de los hechos; puedo asegurar que soy objeto de una singular
predilección de Jesús.
Con ella todo se explica: las gracias íntimas, los acontecimientos
exteriores, la fecundidad de mi apostolado, el camino que Dios ha trazado
a mi ministerio sacerdotal.
¡Qué agradecimiento debo sentir en mi alma por esta predilección!
Debería vivir en perpetua acción de gracias.
***
Pero el amor solamente se agradece amando, y para tamaño amor no
cabe otro agradecimiento que entregar mi corazón a Jesús, amarlo con un
amor que llene mi corazón y mi vida.
Un amor como lo he soñado: único, total, eterno. Nada debe llenar
mi corazón sino Él; Él debe ser la única razón de mi vida, para siempre...
Acabo de tocar el fondo de mi vida: ésta es la solución de mi
problema único.
Para entender esa predilección de Jesús es necesario pensar en María.
Si se pudiera hablar de las cosas divinas a la manera humana diría que la
clave de esa predilección de Jesús es la predilección de María, a quien mis
padres me consagraron antes de que yo naciera. En lo divino no sé cómo
se enlacen esas dos predilecciones; pero sin duda tiene en mi vida una
intervención singular e importantísima la Virgen María.
Siempre le he tenido especial devoción, pero ha habido épocas en
que no la he tenido en cuenta tanto como debiera. En parte, como que
Jesús ha absorbido mi corazón y mi vida; pero ¿pueden acaso separarse
Jesús y María? Más bien se explica mi olvido parcial por ligereza y des-
cuido.

49
Sobre estas gracias, véase la misma obra, págs. 126 y 160.
64
Ella me ha atraído con gracias especiales en la última época, sobre
todo por sus íntimas comunicaciones en la basílica de Guadalupe y de
manera singular el día de la imposición del palio (50).
María no es solamente un factor decisivo en mi destino, sino que es
mi Madre, mi Mediadora de las gracias divinas y mi Maestra de amor.
Madre singularmente mía por su intervención en mi vida. ¡Con que
eficacia y con qué dulzura su maternidad conmueve mi corazón ávido de
ternura y caricias maternales! (51). ¡Qué humano y qué divino es el
designio de Dios poniéndonos a María junto a Jesús, en Jesús, y al mismo
tiempo a Jesús en María! En sus brazos, en su regazo, en su Corazón,
encontramos al Amado, como los Magos encontraron al Niño Jesús en el
regazo de su Madre María.
En todas las etapas de mi vida es María el canal indispensable de las
gracias de Dios, la escala misteriosa por la que Jesús viene a mí, la fuente
dulcísima de mi amor hacia Él.
Nadie como Ella ha amado a Jesús por su pureza única, por la
opulencia de gracia que su alma poseyó, por su fidelidad incomparable,
por su unión estrechísima con Jesús.
Ella me enseña a amarlo como a Él le agrada, a conocerlo
íntimamente, a tratarlo como es debido, a trabajar y a sufrir por Él.
En mi vida espiritual debe tener un lugar importantísimo esta Madre,
esta Medianera, esta Maestra.
Esta es la segunda revelación de estos días.
***
Si el amor ha de ser el fondo de mi vida debo analizar los caracteres
de este amor.
Ante todo, debe llenar por completo mi corazón: nada debo amar
fuera de Él.
Lo único que encuentro en mi corazón que dispute a Jesús la total
posesión de lo que es suyo es cierto amor vago de mí mismo, cierta
tendencia a buscarme, casi inconscientemente, a mí mismo, mi bienestar y
mi honor.

50
Véanse los Ejercicios de 1938, así como la obra citada, pág. 228.
51
Se comprueba una vez más la exquisita sensibilidad de monseñor, y cómo
estaba vivo, a pesar de los años, el recuerdo de su madre muerta...
65
Gracias a Dios, no encuentro cosa deliberada; pero lo indeliberado,
lo que se oculta —como ahora se dice— en la subconsciencia, revela lo
que somos, descubre el fondo de nosotros mismos.
La caridad no busca su propio interés (1 Cor 13, 5). El amor de
Jesús debe llenar totalmente mi corazón. Mi amor debe ser puro y des-
interesado.
El amor vive de intimidad, y puesto que mi vida ha de ser amor, debo
vivir en una estrecha intimidad con Jesús.
Y aquí tuve la tercera revelación, especialmente viva, especialmente
dulce.
Jesús me dio la seguridad de mi unión con Él. Las gracias de 1927
son una dulce, una viviente realidad.
Ni mis miserias ni mi olvido de esas gracias impiden la unión. ¡Ah!,
los dones de Dios son sin arrepentimiento. ¡Cuántas veces he notado los
frutos de esa unión! Jesús ha obrado en mí sus maravillas. Soy Jesús, pues
he hecho la obra de Jesús (52).
La parte mía, el acervo de mis miserias me ocultan a las veces la
divina realidad; pero bajo la ignominia de mis harapos Jesús se esconde.
Cierto que la duda y el olvido no me han dejado explotar esa mina
celeste y me han hecho que intente alimentar mi vida con un exiguo
tendajón tendiendo una mina.
Debo vivir esa unión, mi vida debe ser el desarrollo de esa unión
fecunda. Dulce o árida, no me cansaré de decirlo, esa unión es mi vida.
***
Pero mi amor tiene un colorido especial: ha de ser como el de San
José —en quien se proyecta la sombra del Padre—, que tiene un destello
de la inefable Paternidad divina. Así lo indican las gracias del año 1927.
Las dos almas con las que Dios me ha unido han puesto su sello en
mi vida espiritual, en mi amor. Una puso todos los encantos del amor
divino; la otra le dio ese carácter que lo hace participar de la Paternidad
divina.
Y ese carácter debe poner en mi amor tres rasgos preciosos: ternura,
fecundidad y sacrificio.

52
Alusión a aquella palabra de monseñor Gay: Para hacer la obra de Jesús es
necesario ser Jesús.
66
No hay ternura comparable con la del Padre celestial; se trasluce a
través de las páginas del Evangelio.
Y si nuestro pobre espíritu no acierta a vislumbrar en sí mismo ese
misterio de ternura lo puede apreciar mejor en ese prodigioso destello que
brilla en el alma de María. ¡Qué ternura la suya! Supera la de todos los
corazones maternales de la tierra e imita la inefable del Padre del cielo.
Todavía, para no deslumbrarme, me atrae contemplar esa ternura a
través del amor de San José, teñido de humildad y de silencio.
Así, así debo amar a Jesús, con una ternura humilde, dulce,
silenciosa...
Pero lo que más penetró en mi alma fue la fecundidad de ese amor.
Hay un amor que busca por todas partes al Amado y que por todas
partes lo encuentra; para él son diáfanas y luminosas las palabras de San
Pablo: Todo y en todo, Cristo (Colos 3, 11).
Pero hay otro amor que no busca al Amado, sino que lo lleva a todas
partes, lo reproduce sin cesar. Apenas se puede hablar de este misterio.
Así es el amor sacerdotal que realiza en el altar el prodigio
eucarístico. En la santa misa podemos repetir como un eco audaz las
palabras del Padre: Tú eres mi Hijo; hoy te he engendrado (53).
Así es el amor sacerdotal, que lenta y pacientemente va esculpiendo
en las almas los rasgos de Jesús.
¡Oh! La misión del sacerdote es formar a Jesús, hacerlo nacer,
hacerlo crecer —como el Niño divino creció en edad, sabiduría y gracia,
cerca de José y de María—, hacerlo desarrollar en las almas hasta que
éstas lleguen a la plenitud de la edad de Cristo.
Y si bien se mira, la solicitud pastoral del obispo tiende a formar a
Jesús, no solamente en las almas, sino —pudiéramos decir— en la Iglesia
que se le ha encomendado.
El fondo de la Historia es la reproducción de Jesús en las almas, en
los pueblos, en toda la extensión de la tierra.
Mi misión es producir y desarrollar, de manera misteriosa y por todas
partes, a Jesús. ¡Qué dicha! ¡Qué gloria!
Y las gracias de 1927 dan a mi amor una fecundidad especial (54).
53
Salmo 2, 7; Hechos 13, 33; Hebr 1, 5; 5, 5.
54
Para entender algo de las gracias de 1927, véase la obra tantas veces citada. Sin
embargo, monseñor —por un exquisito pudor espiritual— no habla claramente de
estas gracias. Tampoco nosotros nos atrevemos a declararlas como son; tememos que
67
La vida apostólica aparece a mi espíritu en una forma nueva. Un
sacerdote, un apóstol, es un hombre que tiene por misión reproducir por
todas partes a Jesús.
¡Una cuarta revelación! La vida apostólica es amor, el amor fecundo
que reproduce a Jesús.
En este concepto se enlazan, se funden la vida contemplativa y la
activa. El apostolado no es una obra de la necesidad, como decía San
Agustín: Es una necesidad de la caridad ocuparse de los asuntos justos.
Sino que es una expansión del amor; es el amor mismo que en su
fecundidad reproduce al Amado.
Si penetráramos hondamente esta idea, ¿podrían las ocupaciones
sacerdotales alejarnos de Dios? ¿Podría el apostolado estorbar la vida
interior? Antes bien: ese Amado dulcísimo a quien encontramos a cada
paso en nuestro ministerio, ese Amado que sale, por decirlo así, del fondo
de nuestra alma, ¿no es un constante y divino alimento de nuestra vida
interior?
***
Otro carácter tiene este amor que examino: es por naturaleza
sacrificado.

Bastaría para comprender este carácter echar una mirada al amor del
Padre: De quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra (Ef 3,
15).
El amor del Padre entregó a Jesús al sufrimiento y a la muerte. El
Verbo fue engendrado en el gozo infinito. Pero Jesucristo nace para la
Cruz.
Y sin la Cruz no se reproduce a Cristo, sus rasgos divinos se firman
en las almas con dolor y con sangre.
Reproducir a Jesús en la misa es inmolarlo.
Reproducir a Jesús en las almas es también inmolarlo, inmolarse e
inmolarlas.
Inmolarlo, porque toda gracia es fruto de la inmolación de Jesús.

no se entiendan como se debe: Non omnes capiunt verbum istud... Hay, además
misterios que vale más envolverlos con el velo del silencio,..
68
Inmolarse, porque: Si el grano de trigo no se hunde en la tierra y
muere, permanece infecundo; pero si muere, produce abundante fruto (Jn
12, 24). Y todo apóstol debe hacer lo que dijo San Pablo: Ahora me gozo
en los sufrimientos que he padecido por vosotros y completo en mi carne
lo que le faltan a los sufrimientos de Cristo en favor de su Cuerpo, que es
la Iglesia. Porque he sido constituido ministro de la Iglesia en virtud del
cargo que Dios me ha confiado, de realizar en vosotros el advenimiento
de su palabra (Colos 1, 24).
Inmolarlas, porque nadie puede ser Jesús sin participar de sus
dolores.
Noto tres formas principales de dolor:
el dolor de la pureza,
el dolor del amor,
y el dolor de la fecundidad.
Así ha de ser el amor que es mi vida: como el del Padre, como el de
María, como el de San José: tierno, fecundo y sacrificado.
Bello y sublime es mi ideal, pero pudiera pensar nuestro mezquino
espíritu que esta divina elevación del amor solamente se obtiene
sacrificando ciertos encantos, ciertos anhelos de nuestro corazón que
solamente son propios del amor humano.
Nada más falso. Muy vivamente he tenido esta quinta revelación: el
amor divino tiene todas las exigencias del amor humano. Naturalmente
acrecentadas y superadas todas estas cosas.
Hace algún tiempo vislumbré esta verdad leyendo el Cantar de los
Cantares: en él aparecen todas las delicadezas del amor y se realizan todos
los anhelos del corazón.
Para describirnos el Espíritu Santo el amor divino no hace sino tomar
el humano y expresarlo con su palabra inefable, elevándolo y haciéndolo
divino, pero sin quitar nada de su realidad. Los que sin fe leen ese libro
piensan que es un epitalamio humano hecho con la opulencia de la
imaginación oriental. La fe nos dice que es el epitalamio divino de Jesús y
el alma. Los rasgos, las delicadezas, los encantos de los dos son los
mismos; aunque en el amor divino todo es espiritual, elevado, divino.
Hace veinticinco años que tengo la prueba concreta, viviente,
indiscutible de que el amor divino es así. Testigo íntimo de un divino
epitalamio, puedo dar fe de los encantos del Amor divino (55).
55
Manuscritos inéditos pero que se publicarán algún día.
69
Y aun ciertos destellos de ese amor, ciertas probadas de su dulzura,
las he sentido en mi alma.
¡Ah!, todo lo que hay de noble, de hermoso, de dulce, de delicado en
el amor humano existe en el divino, purificado, enaltecido, hecho
misteriosamente intenso e inefablemente divino.
Ahondar esto es disipar la última tentación de afecto humano, es la
victoria del amor divino en nuestro corazón.
En teoría, están concluidos mis Ejercicios porque está perfectamente
resuelto mi problema.
***

I. — JESÚS ME AMA CON PREDILECCIÓN.


II. — DEBO AMARLO CON UN AMOR QUE LLENE MI CORAZÓN Y MI VIDA.
III. — MARÍA ES EN NUESTRO MUTUO AMOR CON JESÚS: MADRE,
MEDIADORA Y MAESTRA.
IV. — Este amor debe ser:
a) puro y desinteresado;
b) íntimo; para lo cual me basta explotar mi unión con Jesús, que es
una dulce realidad;
c) como el del Padre, como él de María, como el de San José;
1.º tierno;
2.º fecundo, un amor que no busca y encuentra al Amado, sino que lo
reproduce.
3.º sacrificado, no solamente con el sacrificio de la pureza y del
amor, sino con el sacrificio de la fecundidad.
V. — EN ESTE AMOR ENCONTRARÉ TODOS LOS ENCANTOS DEL AMOR; en
él quedarán saciados todos los anhelos de mi alma.
***
¿Podré realizar este ideal? ¿No serán mis miserias obstáculo para
realizarlo?

70
Se me pasó escribir al hablar de la predilección de Jesús, que
consideré, al examinar las pruebas de esa predilección, mis miserias (56),
especialmente las que me alarman y desconciertan. Y vi en la permisión de
Dios respecto de esas miserias una gracia insigne, porque esas miserias
han sido la garantía de mi humildad, nada menos que de mi humildad, base
de la vida espiritual y condición indispensable para recibir las gracias de
Dios y cumplir una misión divina.
Algunas veces personas que me conocen a medias me exaltan por lo
que digo o por lo que hago. Aunque quisiera creer lo que me dicen, no
puedo: el contrapeso de mis miserias me tiene clavado en la profundidad
de mi abismo. Nada ni nadie me puede elevar (57).
¿Qué sería de mí sin mis miserias? Con el salmista, debo decir: ¡Qué
bueno es para mí que me hayas humillado! (Salmo 118, 71).
¡Oh! Como en alguna ocasión lo hice, debo seguir pidiendo a Dios
que haga de mí lo que quiera, que me dé lo que le plazca, que realice por
medio mío las maravillas que quiera; pero que no me quite mis harapos.
Debajo de ellos vive Él en mí.
Esta sería la sexta revelación, si no hiciera mucho tiempo que la
tuve.
Lejos de ser un obstáculo para mi amor, mis miserias tienen una
función importantísima y en cierto sentido indispensable en mi vida
espiritual.
Únicamente debo vigilar en este punto para que el mal no se mezcle
en lo que es ocasión de un gran bien.
***
Ahora para sentirme capaz de realizar este mi ideal elevadísimo basta
la confianza.
Y ¿cómo me habría de faltar confianza, habiéndoseme revelado la
predilección de Jesús? Ninguna base más firme de la confianza que el
56
Véase la importantísima doctrina de «las miserias» en Monseñor Martínez, por
J. G. T., cap. VIII, págs. 90-107. No cabe duda que monseñor tuvo una misión
especial para enseñar a las almas que las miserias no deben ser un obstáculo, sino un
medio para santificarse.
57
En esta época, la humildad en monseñor ya no era una simple virtud, sino un
don; es decir, era la virtud ejercitada bajo el influjo del don de Temor y de Piedad. De
aquí que esté tan profundamente arraigada «que nada ni nadie pueda elevarlo» por la
vanidad o el orgullo.
71
amor, sobre todo cuando el amor es predilección. Se puede desconfiar de
todo, pero no del amor, menos de la predilección.
La humildad y la confianza son, como siempre, las bases de mi vida
espiritual, de ese amor que es el fondo de mi vida.
***
Réstame considerar el programa práctico para la realización de mi
ideal.
I. Si mi vida debe ser amor, tiene para mí suprema importancia la
vida interior en la que se alimenta el amor y que es como el ambiente en
que vive y se desarrolla y se consuma.
Por consiguiente, debo:
a) Hacer diariamente mi oración: una hora, en la noche. Para esto
debo recogerme a las diez y media y haber rezado mi Oficio, parte después
de misa, parte en el coche, parte después de comer; de manera que no co-
mience mis trabajos sino después de haber rezado, antes de las cuatro de la
tarde.
b) Alimentar durante el día mi vida interior, recordando lo más
frecuentemente posible a Jesús. Dos ideas fecundísimas mantendrán y
acrecentarán esa presencia amorosa: la realidad de mi unión, que debo
explotar constantemente, y la honda convicción —que a cada momento
puedo aplicar— de que mi apostolado es expansión de mi amor, o, en otros
términos, que mi amor tiende a reproducir a Jesús.
¡Qué encanto tan dulce, qué impresión tan exquisita, la de reproducir
a Jesús, la de sentir que emana, por decirlo así, del fondo de mi alma!
c) Practicar periódicamente retiros.
d) Introducir más íntimamente en mi vida espiritual a María
Santísima, rezando con devoción el santo Rosario y sobre todo uniendo su
recuerdo y su amor con el recuerdo y el amor de Jesús, así en la oración
como durante el día.
II. Asemejarme a Jesús:
a) Por la pureza, para lo cual velaré sobre mis ojos.
b) Por la humildad, sobre todo por la humildad, no admitiendo nada
contra esta virtud y procurando la mayor pureza de intención en todos mis
actos, especialmente los ministeriales.
III. Haced la obra de Jesús. Para esto:

72
a) La pureza de intención dicha.
b) La manera ya explicada de concebir el apostolado.
c) El orden y sistema adecuados para cumplir mis deberes.
Para conseguirlo:
1.º En adelante, llevar en lo posible al día mis papeles, teniéndolos en
lugar especial (58) y valiéndome de las personas que sean necesarias.
2.º Dedicar lo más pronto posible algunos días para clasificar los
papeles pasados y despachar los asuntos pendientes. Para esto debo llamar
a la persona que me arregla los papeles clasificados (59)'.

Confirmación
Dos ideas capitales, con su cortejo de santos afectos, formaron la
confirmación de estos Ejercicios:
1.ª Una de las delicias más hondas del amor, pudiera decir una de sus
delicias esenciales, es la de poseer un corazón.
Y a ésta corresponde la de sentir que nuestro corazón tiene dueño,
que es poseído por otro ser.
Me parece que esta doble delicia constituye la esencia del amor;
porque el amor es el trueque de corazones, es el don de nosotros mismos
que hacemos al Amado y el don de Sí mismo que Él nos hace.
Poseer un corazón, no sólo acercarnos a Él, no sólo tener con Él
relaciones, sino poseerlo como nuestro, contar totalmente con Él y
disponer de Él en deliciosa propiedad, es una dicha inenarrable.
Pero un corazón humano, a pesar de su nobleza, ¡es tan estrecho, tan
mezquino, tan falaz, tan miserable!
Mas el Corazón de Jesús, humano y divino; riquísimo por ser divino;
adecuado a nuestra pequeñez por ser humano; el Corazón de Jesús, abismo
58
Es notable en monseñor dos cosas: 1.ª Que nunca destruía los escritos que le
enviaban, ni siquiera los impresos, así se tratara de una simple invitación. Ya puede
uno imaginarse la cantidad que reunió en toda su vida, sobre todo teniendo en cuenta
que su correspondencia era abundantísima. 2.ª Que siempre hizo esfuerzos tenaces
por tener todo en orden, como lo demuestra el copiosísimo archivo personal que se
encontró a su muerte, todo ordenado en carpetas a propósito.
59
Era una persona de toda confianza y discreción que sólo veía la firma (o el
membrete) para clasificar cartas, documentos, etcétera. Está por demás decir que los
asuntos delicados monseñor mismo los ordenaba en un archivo privado, cuya llave
guardaba personalmente.
73
de todas las virtudes, ánfora de toda belleza de toda bondad, de toda
perfección; el Corazón de Jesús en el que están todos los tesoros de la
sabiduría y de la ciencia, en el que habita la plenitud de la divinidad, es
un tesoro opulento, inagotable, que llena todos los anhelos del alma, que
supera todos nuestros ensueños.
Y ese Corazón es mío; Jesús me lo ha dado; es su don.
Y vinieron a mi memoria todos los conceptos de Santo Tomás de
Aquino al explicar cómo el Espíritu Santo es nuestro don. El don era antes
de quien lo da; después de hecho es de quien lo recibe. Cuando una
Persona divina se ha hecho nuestro don podemos disponer de ella, gozar
de ella cuando queramos y como queramos.
¿Se puede imaginar o soñar dicha mayor?
Y a esa impresión corresponde la otra. Ya mi corazón no es mío; es
de Jesús, tiene dueño. Perdió su libertad porque lo di, y esta divina
servidumbre del amor vale más, mucho más, que la estéril, la triste libertad
del que no ama, del que no ha tenido la gloriosa prerrogativa de enajenar
deliciosamente su corazón.
JESÚS ES MI DUEÑO; le di para siempre mi corazón.
¿Qué cosa es mejor y más bella y más dulce: poseer un corazón o
enajenar el propio?
Es el problema que muchas veces me he planteado sin acertar a
resolverlo definitivamente: ¿Qué es mejor: amar o ser amado?
Quizá en sí mismo considerado el problema sea mejor amar que ser
amado, ya que dijo Jesús: Es más dicha dar que recibir (Hechos 20, 35).
Pero, tratándose de Jesús, ¿no será mejor ser amado que amar, ya que ser
por Él amado es poseer el tesoro de su Corazón?
Aunque, en realidad, lo mejor es la fusión inenarrable de esas dos
realidades divinas. Y ¿pueden acaso separarse? ¿Se puede poseer el
Corazón del Amado sin haberle entregado el propio corazón?
¿Puede entregarse éste sin poseer aquél?
La segunda confirmación de mis Ejercicios fue fijar mis ojos y mi
corazón en Jesús, el dulce Amado.
Él es el amor; en Él se concentra, se resume el divino misterio del
amor.
Amar es verlo, es adherirse a Él, es fundirse en Él, perderse en Él,
sumergirse en Él.

74
El mundo, con su rica variedad, desaparece. El Amado es todo.
Nosotros mismos desaparecemos. Y el amor es la desaparición de todo y la
espléndida, la dulcísima epifanía del Único.
Abierto el Sagrario, mirando con los ojos del cuerpo el diminuto
copón en el que se oculta el Amado, pero en el que está real y
amorosamente, sentí el divino misterio del Amor.
Todo y en todo Cristo. A Él sea la gloria y el imperio en los siglos de
los siglos. Amén.

75
VI. — Ejercicios del 14 al 21 de julio de 1941

14 de julio de 1941
No me cabe duda de que Nuestro Señor me pidió este retiro ya
preparado por luces anteriores recibidas de Dios.
El 14 de febrero de 1937 hice un pacto con Jesús, al que llamo él
pacto de San Antonio (60). Acepté el arzobispado de México con la
condición de que Jesús desempeñara el cargo y fuera yo su portavoz y su
instrumento.
¡Con qué maravillosa condescendencia y con qué solicitud divina ha
cumplido Jesús ese pacto! Y ¡cuánto consuelo, seguridad y cuánta paz me
ha traído!
En las dificultades mayores le recuerdo el pacto de manera especial.
Pero últimamente Él, sin duda, me inspiró la idea de que he
interpretado dicho pacto de manera incompleta; porque prácticamente lo
he considerado unilateral, y los pactos no son así, sino que entrañan
derechos y compromisos por ambas partes.
Implícitamente contraje el compromiso de hacer la voluntad de Jesús
en el desempeño de mi cargo, no sólo en el sentido en que todos debemos
hacer esa voluntad divina y especialmente nosotros; sino en el sentido de
que en mi ministerio pastoral debo cumplir fielmente sus amorosos
designios.
Tan pronto como vi este aspecto del pacto de San Antonio prometí a
Jesús cumplir mi compromiso; pero, habiendo tenido la oportunidad de
estar en San Antonio, en el mismo lugar del pacto, esto es, en la
inolvidable capillita del Verbo Encarnado, allí mismo hice solemnemente
60
Monseñor Leopoldo Ruiz, delegado apostólico, estaba desterrado en San
Antonio, Texas, U. S. A. Llamado por monseñor Ruiz, monseñor Martínez se
presentó en esa ciudad el 14 de febrero de 1937. Recibió entonces de monseñor Ruiz
un pliego cerrado en el que la Santa Sede lo preconizaba arzobispo de México.
Sin alardes con la sencillez que lo caracterizaba, monseñor Martínez se sometió a
la voluntad de la Santa Sede. Pero antes hizo con Nuestro Señor un pacto, que llamó
Pacto de San Antonio por la ciudad en que fue hecho. Por él, monseñor aceptaba el
arzobispado de México y Nuestro Señor se comprometía a desempeñar el cargo.
Monseñor no sería más que su instrumento.
76
la promesa de ser fiel al compromiso implícitamente contraído el 14 de
febrero de 1937.
***
Otra idea asediaba mi espíritu desde el mes pasado, y quizá desde
antes: lo exiguo, lo egoísta que suele ser nuestro amor. ¡Cuántas veces nos
hacemos la ilusión de que amamos! Pero si a la luz de Dios examinamos
nuestro amor o es un egoísmo disfrazado o, lo que es más frecuente, es un
amor imperfectísimo, impregnado de egoísmo.
Así vi mi amor, mezclado con miradas sobre mí, con muchos actos
—aunque no siempre del todo deliberados— que muestran que me busco a
mí mismo.
Esta idea que se fue aclarando, porque descubrí esta deficiencia en
otras almas, se me mostró en todo su esplendor al leer las lecciones de San
Alfonso María de Ligorio en el Segundo Nocturno de los Maitines de la
fiesta del Corazón Eucarístico de Jesús.
En esas lecciones me había impresionado este precioso pensamiento
del Santo Doctor: Jesús, en la Eucaristía, oculto bajo las apariencias de
pan, encerrado en el Sagrario, despojado de su majestad, inmóvil, desti-
tuido del uso de los sentidos, parece que no puede hacer otra cosa que
amar a los hombres.
Pero en este año me impresionó más la primera lección,
especialmente este párrafo: Al hacerse hombre por nuestro amor eligió
una vida llena de sufrimientos y la muerte de cruz, POSPONIENDO SU
PROPIO HONOR, SU BIENESTAR Y SU MISMA VIDA, Y RENUNCIANDO A TODO
POR NUESTRA FELICIDAD Y PARA DEMOSTRARNOS SU AMOR .
¡Claro! El amor es así: olvido de nosotros mismos, consagración al
ser amado, preferencia absoluta de lo suyo a lo nuestro.
Pero esto en Jesús parece a primera vista excesivo por ser Dios.
¿Cómo puede preferir la felicidad de las pobres criaturas a su honor, a su
bienestar, a su vida?
Mas, como ha dicho el Padre Lacordaire, el amor en el cielo y en la
tierra tiene el mismo nombre, la misma esencia, la misma ley. Y, al
comprobar con luz divina que el amor de Jesús es un amor así: olvido de
Sí mismo, consagración a nosotros y preferencia de lo nuestro a lo suyo,
ese amor se engrandeció de manera increíble ante mis ojos y ante mi
corazón.

77
¡Que un Dios nos ame así!... La frase del Apóstol San Juan descubre
un abismo insondable: Deus caritas est («Dios es amor») (1 Jn 4, 3).
Pero, ante ese amor inmenso, ¡qué pequeño, qué mezquino, qué
egoísta aparece mi amor!
**
Otra tercera causa influyó en la transformación que se ha operado en
mi alma y que fue el fondo de este retiro: por algún incidente, sentí de
manera muy viva —fue una gracia de Dios, a pesar de la imperfección que
entraña mi sentimiento— que Jesús estaba disgustado conmigo o que no
me trataba con la delicadeza con que suele tratarme.
Seguramente tiene muchos motivos para estar descontento de mí;
pero, es tan bueno conmigo, soporta con tan admirable condescendencia
mis deficiencias, que aquel cambio en Él destrozó mi alma y sentí que el
mundo se me venía encima.
Pero de aquella pena hondísima, que duró poco, brotó un reguero de
luz que me reveló mi amor y mi felicidad.
Comprendí que no puedo vivir sin Él: sin su amor, sin su apoyo, sin
su unión. La frase de San Pablo tuvo para mí un sentido nuevo: Para mí la
vida es Cristo (Filip 1, 21).
En este retiro ordené todas estas ideas, hice la síntesis de ellas y
saqué las consecuencias prácticas que de ellas se derivan.
I. Imposible es para mí ejercer mis cargos sin la unión con Jesús.
Hace mucho tiempo que lo he comprendido o, por mejor decir,
siempre; pero cuanto más pasa el tiempo y veo y palpo las dificultades,
comprendo clarísimamente que para cumplir mis deberes no basta la
prudencia humana, sino que es necesaria una unión íntima con Jesús para
que Él me guíe, me apoye, me fortifique y me dé el consuelo profundo de
contar con Él. Cada día que pasa ahondo en la oportunidad, en la
trascendencia y en la hondura del pacto de San Antonio.
Si no contara con Jesús dejaría mis cargos.
II. Pero, sin tener en cuenta mis cargos, no puedo vivir sin Jesús, sin
su amor, sin su unión. Lo amo y Él es mi vida, mi Todo y mi Único.
Es para mí delicioso comprobar esto, sentir que no puedo vivir sin Él.
Aunque palpo mis deficiencias, palpo también la sinceridad, la
realidad profunda de mi amor.

78
III. De lo expuesto en el número I se desprende que es preciso que
cumpla fielmente la parte que me toca en el pacto de San Antonio.
Si yo no cumpliera ese pacto quizá Jesús no cumpliría lo que a Él en
ese pacto le corresponde.
Pero, aunque su condescendencia y su bondad lo hicieran ser fiel al
pacto, a pesar de mi infidelidad, la lealtad y el amor me obligarían a
cumplir fidelísimamente mis deberes.
Si Él quiere tomarme como instrumento para realizar sus designios,
¿cómo no entregarme sin reserva a su acción?
IV. De lo dicho en el número II se desprende que debo amar a Jesús
con un amor verdadero, profundo, perfecto, en cuanto es posible a mi
miseria.
Debo, por tanto, eliminar mi egoísmo, olvidarme, no buscarme,
borrarme.
Debo consagrarme a Él de manera total y perfecta, como Él se ha
consagrado a mí,
Debo anteponer de manera definitiva su honor, sus intereses y sus
designios a todo lo mío: mi honor, mi bienestar mi vida, como Él: Nostram
felicitatem proprio honori, propiis commodis, propiae vitae praepones...»
V. Las dos uniones: la que exigen mis cargos y la que pide mi
corazón se funden en amorosa unidad.
Solamente el amor mutuo, sincero y profundo, puede realizar lo que
pide el alma y lo que exige el pacto de San Antonio.
Si no soy fiel en cumplir los designios de Jesús es porque me busco a
mí mismo o porque mi amor no es perfecto.
VI. Por consiguiente, para resolver todos mis problemas necesito dos
cosas: olvidarme totalmente de mí mismo, y amar a Jesús con un amor que
sea una total consagración de mí mismo a Él.
Claro está que con un amor así me bastaría, pues tal amor entraña el
perfecto olvido de mí mismo.
VII. Para no buscarme a mí mismo necesito buscar en todo y por
todo a Jesús. No querer darme gusto, ni dar gusto a criatura alguna: ni a
superiores, ni a hermanos, ni a inferiores, sino solamente a Jesús.
VIII. Este anhelo de darle gusto en todo, en cada acto, a cada
instante, alimentado en la oración, realizará el ideal del amor, que es
consagración definitiva y total.
79
IX. Para realizar los designios de Jesús necesito un programa, una
atención singular que pueda captar las divinas inspiraciones, y una
voluntad decidida, plena, incontrastable de realizar los designios de Jesús.
Es difícil formar de buenas a primeras un programa, ni aún después
de la experiencia de estos años y de las manifestaciones de la voluntad de
Dios que he conocido.
Puedo, sin embargo, anotar ciertos puntos para ese programa:
Por lo que se refiere a los asuntos generales de la Iglesia en los que
debo intervenir por mi posición actual (61), me propongo:
a) Mantenerme en la verdad. Esto entraña: sinceridad, lógica y
rectitud. Santifícalos en la verdad (62).
b) Hacer obra de unidad y armonía. Que todos sean una sola cosa (Jn
17. 21), fue el deseo de Jesús en la noche de la Pasión. Es, sin duda, su
deseo constante respecto de la Iglesia, y especialmente respecto de
México.
Unión con Dios, con la Santa Sede, con el episcopado. Unión entre
los sacerdotes. Unión entre los fieles. Unión con el gobierno en lo posible
y conveniente (63).

61
Recuérdese que de 1937 a 1949 monseñor Martínez fue el representante de la
Santa Sede en México, con todos los poderes y obligaciones de delegado apostólico.
62
Jn 17, 17. Monseñor Martínez estuvo muy lejos de ser un político o un
diplomático. Su política y su diplomacia consistían en no usar ninguna. Esas artes del
mundo son a base de astucia, de fingimiento, de doblez. Monseñor inspiró siempre su
conducta en la verdad, en la sinceridad, en la rectitud, en la lealtad.
He aquí un detalle al parecer insignificante; pero su misma poca importancia nos
revela cómo se portaría en asuntos de mayor trascendencia: Asistió una vez a una
función religiosa en un templo. Al salir, estaba asediada la puerta por numerosas
personas que querían decirle dos palabras, pedirle una ayuda o simplemente besar su
pastoral. Como monseñor tenía urgencia de acudir a otra cita en un lugar distinto, el
capellán le propuso que saliera por otra puerta. Monseñor lo rehusó: tenía horror a
salirse por las puertas falsas...
63
Este fue el programa del gobierno de monseñor: la paz por la unión; la unión
por la caridad. Y esto no fue letra muerta: durante todo su gobierno trabajó sin
descanso por realizarlo. Su caridad abrazaba a todas las clases sociales, y si tenía
preferencias, era para los pobres, los humildes y los niños. Lo mismo aceptaba la
invitación a una recepción diplomática que a comer en la humilde casa de un obrero,
y hasta para visitar las minas de arena de Tacubaya, donde se anida la última miseria
de nuestro pueblo.
Para lograr la unión con el episcopado y con los sacerdotes jamás se permitió la
menor crítica, ni por un desahogo justificado, ni por algún otro motivo que pareciera
80
c) Desvincular a la Iglesia de toda responsabilidad que no le
corresponda y mantenerla, por lo que a mí toca, dentro de su esfera, de sus
normas y de su espíritu.
Por lo que ve a la archidiócesis de México:
a) Que toda la administración se pliegue a las normas canónicas.
b) Promover la santificación del clero, tanto corrigiendo —si, por
desgracia, hay algún sacerdote indigno—, según las normas del Derecho,
como tratando a todos los sacerdotes con caridad pastoral y estudiando la
manera de atender a sus necesidades espirituales y temporales, y sobre
todo buscando y realizando los medios más eficaces para lograr su
santificación.
c) Atender al bien de los fieles en las parroquias.
d) Trabajar por el decoro espiritual y aun material de los templos.
e) Poner una atención exquisita en el seminario para aumentar el
número, la calidad y la formación de los seminaristas.
f) Cuidar con solicitud a las religiosas.
g) Atender la Acción Católica.
h) Procurar por todos los medios el bien de las almas.
XI. Debo hacer la voluntad de Jesús, no solamente en las cosas
generales en que esta Voluntad es bien conocida, ni únicamente

razonable. ¡Cuántos caso prácticos se pudieran citar! Por eso, salvo un obstáculo
involuntario, aceptaba toda invitación para predicar o simplemente para asistir a
alguna festividad religiosa, ya sea que lo invitara un prelado mexicano o extranjero,
ya un simple sacerdote, aunque no fuera de su diócesis. Así, fue a Estados Unidos
(Congreso Eucarístico de Saint Paul, Mineápolis), a la América del Centro, a
Venezuela (Congreso Catequístico), a Rosario, Argentina (Congreso Eucarístico
Nacional), etcétera, etc. Y, ya con la enfermedad que lo llevó al sepulcro, todavía
aceptó ir a predicar en unas bodas de plata sacerdotales a una lejana población del
Norte.
Con el Gobierno civil, en lugar de ser intransigente, colaboró con él en todo lo
justo y razonable, y logró un acercamiento que dio como resultado la paz religiosa de
que ahora disfrutamos. Durante el gobierno de monseñor se sucedieron cuatro
presidentes de la República, que le dieron positivas pruebas de amistad, sobre todo al
terminar su período y verse ya libres de las trabas que pone la política. Por ejemplo,
el general Avila Camacho lo invitó a pasar una temporada de descanso en su quinta
de Teziutlán; el licenciado Alemán lo fue a visitar en su última enfermedad
personalmente; el señor Ruiz Cortines le envió a su propio médico de cabecera y le
propuso un descanso donde monseñor quisiera, corriendo todos los gastos por su
cuenta.
81
consultándole e investigando sus designios en los asuntos difíciles; sino en
todo y por todo no proceder sin consultar a Jesús y descubrir su voluntad
con atención y amorosa solicitud; naturalmente, poniendo en cada asunto
la solicitud que a su importancia corresponde.
XII. Una vez conocida la voluntad de Jesús, debo cumplirla sin
titubeos, sin reservas, a toda costa. Es mi deber como criatura, como
sacerdote, y de manera especial por el pacto de San Antonio y por mis
compromisos singulares.
XIII. Pero todo, absolutamente todo lo considerado en este retiro se
reduce a dos puntos capitales: olvido de mí mismo y amor profundo a
Jesús.
Y aun estas dos cosas se funden en una sola: el amor, que es
consagración. Ama y haz lo que quieras.

VII. — Ejercicios del 26 de diciembre al 1.º de enero de 1942

26 de diciembre de 1941
Al fin se me concedió el antojo de pasar en retiro la Octava de
Navidad. Voy a pasar estos días en la gruta de Belén contemplando al
Niño encantador y en la dulce compañía de la Virgen y San José.
Y esto no es solamente una ficción viva y fecunda de la imaginación:
es una realidad misteriosa. Belén es mi Sagrario y mi corazón. Donde
Jesús nace es Belén y Él ha nacido en mi alma de manera nueva en esta
fiesta de Navidad.
Desde esa noche sacratísima pensé que cada nuevo nacimiento de
Jesús trae consigo una nueva luz, un nuevo amor y una nueva vida o
actividad. Por eso en cada Navidad cantamos un cántico nuevo.
Y esto marca el rumbo de mi retiro: contemplaré al Niño con nueva
luz, lo amaré con nuevo amor, me pondré a su servicio con nuevo
entusiasmo y nueva generosidad.

82
En el transcurso de este año tuve una epifanía de Jesús (64). ¿No está
compuesta la vida espiritual de sucesivas epifanías, cada vez más
luminosas, más profundas, más dulces?
Esta no ha sido repentina, sino que la luz celestial, inesperada,
abundante y precisa, se ha ido lentamente desarrollando en mi alma.
En el retiro del 14 de julio de este año está expresada la naturaleza de
esta epifanía y señalado su proceso hasta entonces.
La luz divina ha seguido creciendo en mi alma; la estrella misteriosa
me ha conducido, a través de un largo camino, a Belén.
He descubierto un nuevo amor, o más bien he descubierto al amor.
¡No es precoz el descubrimiento, pues lo hice a los sesenta años! Pero para
el amor, para las cosas divinas, nunca es demasiado tarde, aunque, al
mismo tiempo, siempre es tarde en cuanto que, por pronto que conoz-
camos a Dios, podemos decir con San Agustín: ¡Tarde te conocí,
Hermosura siempre antigua y siempre nueva!
Hace poco tuve ocasión de descubrir la sinceridad y firmeza de mi
amor a Jesús; pues, antes de todo acto deliberado, sorprendí a mi corazón
despreciando todo por Jesús. Me regocijé en lo más íntimo del alma. Lo
amo de veras. Nada ni nadie me puede arrebatar su amor; aunque a las
veces, por mi miseria, siento el halago de lo terreno y hasta logra este
halago empañar el brillo de mi amor.
***
Desde hace algún tiempo tienen los ojos de mi espíritu mirada nueva
( ) para ver a Jesús; sin que pueda precisar lo que veo (66), penetro en
65

Jesús, y de lo que me doy exacta cuenta es de que mi corazón arde y de


que me entrego a Él, como si pusiera ante sus plantas lo que tengo y lo que
soy.

64
Epifanía significa manifestación. Jesús, durante este año de 1941 se le
manifestó a monseñor de una manera nueva, sobre todo en los Ejercicios anteriores
del 14 de Julio. En sustancia, consistió en el reconocimiento de lo que es el amor
perfecto.
65
Mirada nueva» es decir, una contemplación infusa que hace al alma conocer a
Dios de una manera tan nueva que le parece no haberlo conocido antes.
66
No sabe precisar lo que ve porque se trata de la contemplación indistinta. Las
revelaciones, que se pueden traducir con palabras, pertenecen a la contemplación
distinta, que es un carisma o gracia gratis data.
83
Con esa mirada comencé a contemplar al Niño de Belén y me puse a
analizar el amor de mi alma.
Ese amor debe ser exclusivo, único. El amor es así; digo ese amor
profundo que llena el corazón y se enseñorea del ser y de la vida.
Los afectos humanos conviven unos con otros porque son relativos y
fragmentarios, y si algunos pueden llamarse únicos, lo son en su género
solamente.
El amor que satisface el alma y nos hace felices, es el Único: los
demás afectos son prolongaciones o cortejo del único amor.
El divino, como es absoluto y pleno, es exclusivo y único.
Jesús es Dios adaptado a nuestra pequeñez; me he atrevido muchas
veces a decir que como una madre convierte en leche todos los alimentos
para adaptarlos al imperfecto organismo de los niños, así Dios se nos da
hecho Jesús para adaptarse a nuestra pequeñez.
Dios es infinito; es la Belleza, la Bondad, el Amor. Es tan grande que
agota la capacidad de amar de nuestro corazón, cuando acertamos a
conocerlo.
¿Qué digo? Es tan grande que agota al infinito Corazón divino. El
Padre no ama sino al Verbo; en Él ama todo lo que ama. Y ese Verbo
hecho carne, adaptado a nuestra pequeñez, es Jesús.
Quien lo conoce con luz divina y penetra en sus tesoros no puede
amar sino a Él; y en Él y por Él, ama todo lo que ama.
Por eso el precepto del amor de Dios acumula en su fórmula
adjetivos que significan totalidad; y cuando se ama con todo el corazón,
con toda el alma y con todas las fuerzas, no se puede amar nada sino en
Dios.
Santo Tomás explica lo que se requiere esencialmente para cumplir
ese mandamiento; pero también enseña que nunca se acaba de cumplir en
la tierra con toda plenitud.
Cuando a la luz de Dios se penetra en el océano del amor, se
descubren las múltiples deficiencias de nuestro amor, las variadas
infiltraciones de nuestro egoísmo que empañan la pureza del amor.
***
Otro de los caracteres del perfecto amor es la perfecta entrega de
nosotros mismos.

84
Es propio del amor la entrega; por instinto, el que ama se da; y
cuando el amor es profundo, la entrega es total. En los afectos humanos,
sólo es total relativamente En el amor divino la totalidad de la entrega es
absoluta.
Amar perfectamente a Dios es dársele, entregársele sin reserva, sin
medida, y, por tanto, borrarse y desaparecer.
¡Ah! Los griegos tuvieron el presentimiento del amor. Dijeron que el
amor es hijo de la abundancia y de la necesidad, que conserva los
caracteres de sus padres, y es, por consiguiente, pobre y rico.
Es verdad, nada más pobre y nada más rico que el amor. Y esta
misteriosa paradoja tiene su emblema insuperable: el Crucifijo.
¡Pobrísimo es el amor, porque lo da todo; riquísimo es el amor,
porque lo tiene todo!
Da todo lo que es y todo lo que tiene; pero se enriquece con todo lo
que es y todo lo que tiene el Amado.
Dadme un corazón que ame y comprenderá lo que digo (67). Mejor
que todas las disertaciones, un acto de verdadero amor nos enseña el
misterio.
Para amar a Jesús con ese nuevo amor que se me ha revelado, es
preciso dar, dar todo: mi voluntad, mi gusto, mis intereses... ¡Todo!
Y en ese despojo, universal y nobilísimo, se encuentra uno de los
encantos más dulces y más hondos del amor.
Tener un Dueño, darlo todo..., levantar al Amado un trono con los
despojos de lo que poseemos y de nuestro mismo ser, es un encanto
celestial. Con razón dijo el libro de los Cantares: Si el hombre da toda su
hacienda por el amor, no lo aprecia en lo que vale (Cant 8, 7).
Y en este delicioso despojo encuentro como la clave de aquellas tres
misiones: darlo todo, despojarse de todo es mostrar los encantos del amor
divino.
Padecemos una ilusión incurable: queremos ser felices haciéndonos
centro de la vida, acumulando cuanto podemos en torno nuestro;
quisiéramos introducir al universo en nuestra alma. Y la felicidad es un
movimiento hacia fuera, es un despojo, es una entrega, porque es amor.

67
August. Tract. 26 in Ioan., post initium.
85
Cuando nos despojamos de todo y desaparecemos, el Amado vive en
nosotros, su luz, su amor, su actividad nos envuelven. Entonces se puede
decir la frase de San Pablo: Vivo, iam non ego, vivit vero in me Christus.
Es la segunda misión (68): ser el retrato viviente de Cristo.
Y la tercera también tiene su raíz en este amoroso despojo. Ser
víctima no es precisamente sufrir mucho, sino estar el alma dispuesta a
sufrir todo, o más bien, estar incondicionalmente al beneplácito del
Amado. Quien ama profundamente no tiene otra voluntad, otro anhelo,
otro interés, que dar gusto al Amado. Amar así, ¿no es ser víctima?
***
Falta otro carácter del amor. El amor divino, como el maná, tiene
todos los sabores. Cada afecto humano tiene el suyo; el amor divino los
contiene todos y los sobrepasa.
Jesús es todo para nosotros: padre, esposo, amigo, hermano, hijo; es
Jesús, lo cual dice todo.
Pero a la manera que el maná se acomodaba al gusto de cada quien,
así el amor divino.
Para mí —no cabe duda— el sabor de ese don divino es como el que
tenía para San José. El amor de este Santo incomparable es un reflejo del
amor de María, como éste es un destello del amor del Padre.
La gracia del 21 de septiembre de 1927 me autoriza para amar así.
¡Qué puro, qué desinteresado, qué dulce, qué lleno de abnegación es este
amor!
***
La epifanía se completa y termina como la epifanía de Belén: Y
abriendo sus tesoros le ofrecieron oro, incienso y mirra (Mt 2, 11).
Ante la revelación de ese amor debo abrir mis tesoros y ofrecer a
Jesús: el oro de mi corazón, el incienso de mi actividad y de mi vida, la
mirra de mi dolor y de mi muerte.
No dones aislados, sino el don, el triple don que entraña el don de mí
mismo.

68
Sobre la triple misión de monseñor Martínez, véase la Semblanza de su vida
Interior, caps. XIX al XXII. Consistió en ser: apóstol del amor; vivo retrato de Cristo
y víctima con Jesús.
86
***
Me resta estudiar la manera de alcanzar el amor que he soñado. Es la
perla preciosa y quien la ha conocido debe ir y vender cuanto tiene para
comprarla.
Ningún esfuerzo, ningún sacrificio es excesivo para comprar este
amor.
Pero — ¿será osadía? — siento en lo íntimo de mi alma que no
necesito comprarlo, que lo poseo. Las gracias de 1927 me unieron en
verdad a Jesús, y todas mis deficiencias y vicisitudes no son suficientes
para borrar la realidad divina de esa gracia.
En cuanto al nuevo amor, al revelármelo Jesús, ¿no me dio la
sustancia de él?
Pero, claro está, necesito conservar y desarrollar ese tesoro.
Para esto necesito la oración. Quien me dio la luz y el deseo me dará
y conservará el Don.
Por mi parte, me ocurre que es preciso trabajar en olvidarme para
amar a Jesús de una manera nueva. Urge una obra de despojo, de olvido,
de aniquilamiento del yo.
Pero sin negar la importancia y eficacia de este procedimiento,
pienso que el perfecto olvido de nosotros mismos no se logra por el
ejercicio constante y metódico de olvidarse, sino únicamente por un amor
tan intenso y tan absorbente que no nos deje pensar en nosotros. Al olvido
ordinario se puede llegar por el camino del olvido; al olvido perfecto
solamente se llega por el camino del amor.
Para alcanzar ese amor que he soñado o más bien para conservarlo y
acrecentarlo, lo que necesito es vivir con Jesús tan constante y tan
íntimamente, guardada la debida proporción, como vivieron con Él, María
y José. Desde Belén vivieron siempre con Jesús; en Egipto y en Nazaret.
María vivió con Él aún en la época del ministerio apostólico de Jesús, pues
lo seguía en espíritu por donde Él andaba y seguramente lo veía y lo
trataba con relativa frecuencia. Con Él estuvo en el Cenáculo y en el Cal-
vario; gozó sin duda de su presencia real muchas veces después de la
Resurrección; y cuando Jesús subió a los cielos, siguió viviendo con Él en
una unión inefable y dulcísima.
Este es el secreto del perfecto amor: vivir íntimamente con Jesús;
vivir con Él en el silencio y en medio del ruido; en la paz y en la lucha; en
la desolación y en el consuelo; en el Calvario y en la gloria.
87
Belén desaparece en el espacio y en el tiempo; pero lo sustancial de
Belén está en el Sagrario y en el corazón. ¡Oh! ¡Si pudiera vivir
perpetuamente en Belén, en tanto que llega el cielo, mientras clarea el día
y apunta en nuestros corazones el lucero del alba (2 Pedro 1, 19), como
dijo San Pedro!
Vivir con Jesús es no perderlo de vista, es conservar siempre la
impresión de que está cerca, de que está en nuestro corazón; es mirarlo con
frecuencia; es decirle sin cesar que lo amamos; es consultarlo; es
preguntarle su voluntad; es adivinarle sus deseos; es aprender sus gustos;
es apoyarnos en su fortaleza; es descansar en su amor.
Aquí está el secreto del perfecto amor y, por consiguiente, la clave
de mis ejercicios.
***
Pero sin disminuir la importancia de esta clave, conviene considerar
lo que debe hacerse para llegar por camino directo al perfecto despojo de
todo lo creado y al olvido completo de nosotros mismos.
Y el modelo de estas virtudes o más bien los modelos están en la
gruta de Belén.
¡Qué misterio de pobreza en el Niño divino! Conocéis la gracia de
Nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico se hizo pobre por nuestro amor
para que fueseis ricos por su pobreza. (2 Cor 8, 9). ¡Cómo pudo hacerse
pobre y tan pobre el que es infinitamente rico por su naturaleza!
Y pobres, pobrísimos con José y María, que no encontraron en las
moradas de los hombres un rinconcito para que naciera Jesús.
Pero lo que es bellísimo y sublime es el perfecto olvido de sí mismos
de los tres personajes de ese idilio celestial de Belén.
María, después de la noche divina —desde antes sin duda—, vivió en
un éxtasis de divino amor, no en esos éxtasis que suspenden los sentidos,
sino en esos que arrancan el alma y la cautivan en el ser amado, pues,
como dijo San Dionisio: amor divinus facit extasim.
¿Cómo podía pensar en sí misma aquella Madre dichosa que veía en
su hijito a su Dios?
Y José participaba de aquel éxtasis, pero con la singular prerrogativa
de que no le impedía atender a las necesidades materiales de la Sagrada
Familia; como tampoco le impedía a la Virgen sus quehaceres domésticos.
Las ocupaciones de ambos tenían su centro y su unidad en el Niño divino.
88
Pero lo más admirable es el olvido propio de Jesús. Parece que Él no
podría, no debería olvidarse de Sí mismo. Nosotros nos olvidamos de
nosotros mismos, porque somos nada, para pensar en Dios. Pero ¿cómo
puede Jesús, que es Dios, olvidarse de Sí mismo?
San Alfonso de Ligorio ha expuesto magistralmente esta extraña
doctrina: Al hacerse hombre por nuestro amor, eligió una vida llena de
sufrimientos y la muerte de cruz, POSPONIENDO SU PROPIO HONOR, SU
BIENESTAR, y su misma vida, y renunciando a todo por nuestra felicidad y
para demostrarnos su amor.
Así debía yo vivir en un éxtasis de amor que envolviera en su unidad
todas mis ocupaciones que, gracias a Dios, tienen por centro y unidad a
Jesús.
Para vivir así, se necesita estar dispuesto a sufrir, o más bien, mirar
hondamente y amar sinceramente el sufrimiento. ¡Cuántas veces salimos
de la contemplación y del amor por evitar un sacrificio, por inquietarnos
por una contrariedad, por no encontrar en el seno del dolor el secreto de la
paz y de la perfecta alegría!
Jesús, María y José conocían lo que es el dolor, lo amaban
apasionadamente y poseían el secreto de libar en el cáliz del dolor la miel
exquisita del amor y de la paz.
***
Hay una diferencia profunda entre estos Ejercicios y los dos
anteriores, pues en ellos di grande importancia a mis cargos, y en uno de
ellos hasta me sirvieron de base para mis reflexiones y propósitos; en éstos
casi me había olvidado de esos cargos; pero llegó el momento de pensar en
ellos.
Gracias a Dios, no necesito hacer cosas distintas para mi
santificación personal y para el desempeño de mis obligaciones.
Son éstas ministerios de amor, y para desempeñarlas lo único que se
necesita es amar a Jesús.
¿Me amas más que éstos?, le preguntó Jesús a Simón Pedro, y
cuando hubo oído la sincera respuesta: ¡Sí, Señor, Tú sabes que te amo!, le
dijo: Apacienta mis corderos, y en la tercera vez que se repitió el diálogo:
Apacienta mis ovejas (69).

69
Jn 21, 15-19. Corderos y ovejas significan fieles y pastores.
89
Todo el secreto para apacentar los corderos y hasta las ovejas de
Jesús consiste en amarlo, en amarlo de una manera singular.
Pero este amor que se necesita y basta para apacentar los corderos de
Jesús debe ser ese amor perfecto que he estado estudiando, amor que
entraña un olvido completo de nosotros mismos, una renuncia absoluta a
nuestros intereses, voluntad, gustos y deseos.
Quizá ese carácter del amor apostólico está bosquejado en lo que
Jesús dijo a San Pedro después de la triple manifestación de amor: Cuando
eras joven te ceñías a ti mismo; mas cuando envejecieres, otro te ceñirá y
te llevará a donde no quieras tú.
Se refiere, sin duda, al género de muerte que tendría el Apóstol; pero
en el martirio, como en un acto supremo de renunciamiento, ¿no estaban
bosquejados los caracteres del amor apostólico?
***
De todo lo dicho se desprenden los propósitos de estos Ejercicios.
Dos son los capitales:
1.º VIVIR CON JESÚS EN MEDIO DE LAS OCUPACIONES Y VICISITUDES
DE LA VIDA.
2.º OLVIDARME A MÍ MISMO Y DESAPARECER EN TODO Y POR TODO.

Propósitos secundarios:
I. Tener grande vigilancia sobre mi vista para evitar lo peligroso y lo
imperfecto.
II. Establecer en mi vida el mayor orden posible.
Para esto:
a) Comenzar mis trabajos de la tarde a las cuatro y media para
rezar antes Vísperas y Maitines. Por la noche, la oración.
b) Dejar una o dos tardes a la semana para informes, cartas y
negocios, esto es, no recibir en esas tardes.
c) Después del arreglo de mis papeles, seguir un método ya
pensado para evitar rezagos.
III. Procurar rezar todos los días el santo Rosario.
IV. Procurar cada mes hacer un retiro.

90
Por último, me propongo cumplir el programa del 14 de julio de
1941 para mis cargos, procurando estudiar con madurez lo relativo a la
santificación del clero.
***
El último día del año dediqué un tiempo de oración para prepararme
cuidadosamente a la confesión, y otro a dar gracias a Dios por el año que
terminó.
En el primero sentí vivamente todo lo que ofende a Jesús, todo lo que
de cualquier modo lastima su Corazón. ¿Cómo puede lastimarlo, aun en lo
mínimo, quien lo ama?
En el segundo tiempo vi con claridad cómo el año de 1941 fue un
año de gracias — ¿cuál no ha sido para mí? —, pero éste singularmente.
Descuellan en lo exterior la fiesta del 12 de octubre y la santa muerte del
excelentísimo señor arzobispo Ruiz; en lo íntimo, esa serie de luces y
gracias que han sido para mí la epifanía del amor perfecto, por llamarla de
algún modo.
***
La confirmación de mis Ejercicios fue en Belén, claro está, sintiendo
la paz y el encanto de esa gruta celestial, y considerando como dos
modelos a José y a María, pues por esa Madre dulcísima terminé mis
Ejercicios.
¡Qué figura la de San José! Vivía una vida interior admirable, un
verdadero éxtasis de contemplación y de amor cerca de Jesús y de María.
Y este éxtasis no estorbaba la solicitud constante y eficaz de todo lo
que la Sagrada Familia necesitaba.
¡Qué pureza la suya para tratar íntimamente a Jesús y a María!
Pero lo que pasma es el olvido de sí mismo, esa ciencia sublime de
ocultarse, de borrarse que como nadie poseía.
Maravilla, por último, su fidelidad: la prontitud, la perfección y el
sacrificio amoroso con que cumplía exactamente la voluntad de Dios.
Y si añado que él amaba a Jesús con ese matiz que tanto me acomoda
se justifica que lo haya elegido de manera especial por mi Patrono,
intercesor y modelo.
***

91
En la dulce Virgen María encontré muchas cosas:
Descanso y ternura. Hay en nuestra alma muy hondamente arraigada
una necesidad de amor maternal. A mis años, no queda en la tierra sino
María, la Madre del cielo, que mi madre de la tierra me enseñó a amar
cuando era yo niño...
¡Qué dulce es descansar en ese regazo maternal!
Pero algo mejor que el descanso se encuentra allí: a Jesús.
La unión con Jesús se realiza en el regazo, o más bien en el Corazón
de María.
Por Ella, con ella, en Ella las almas se unen a Jesús.
Y si no fuera así para todas las almas lo sería para mi alma.
A María debo todo en mi vida.
Antes de nacer mis padres me consagraron a Ella, y Ella me tomó por
suyo.
En el día de su Concepción Inmaculada hice mi primera comunión;
en el día de Navidad canté mi primera misa.
En la fiesta del Rosario me di a Dios con una entrega que cambió el
cauce de mi vida.
¡Qué unión tan estrecha entre la Santísima Virgen de Guadalupe y mi
alma cuando vine a México! Bástame recordar lo que vi y sentí el día de la
imposición del palio en la basílica.
Una gracia íntima, singular, recibí en el día de la Encarnación, en
1927.
Y si en otras gracias no hay la conexión clara de ellas con la Virgen
María por algo exterior, comprendo muy bien que a Ella le debo todo.
¡Que Ella me enseñe el secreto de amar como lo he soñado, y para
eso que me enseñe a vivir con Jesús y a desaparecer y olvidarme por la
virtud maravillosa del amor!
1 de enero de 1942.

92
VIII. — Ejercicios del 27 de diciembre de 1943 al 1.º de enero
de 1944

27 de diciembre de 1943
Así como en la introducción de ciertas obras musicales se esbozan
los principales temas que se habrán de desarrollar en toda la obra, así, al
comenzar estos Ejercicios, Dios me hizo ver en conjunto todo lo que tengo
que ver, sentir y qué hacer durante estos días.
Por la íntima afición que tengo por la Navidad (70), elegí, como en los
Ejercicios anteriores, esta Octava para pasarla espiritualmente en Belén,
cerca, muy cerca del Niño Jesús y en la dulce compañía de la Virgen y de
San José.
Y a fe que estuvo providencialmente elegido este tiempo, porque los
temas de estos Ejercicios están tan estrechamente enlazados con el
misterio de Belén que en otro tiempo no sé cómo los hubiera podido
desarrollar.
Tuve grandes obstáculos para hacer en estos días mi retiro, pero los
vencí a toda costa, y he palpado que hubo tal acierto en haberlo hecho así
que no puedo menos que admirar en ello la acción amorosa y providencial
de Dios.
Aunque apenas pude saborear el Adviento por razón de las
circunstancias, y quizá también por negligencia, en la noche de Navidad
sentí la honda emoción de siempre, y quizá más honda y eficaz.
Como siempre, en esa noche lloré, que esa noche es para mí la noche
de las lágrimas dulcísimas...
Tanto el 25 como el 26 de este mes me bastaba ver al Niño Jesús en
un cuadro —y tuve que ver muchos— para conmoverme tiernamente.
***
70
Su fiesta predilecta era la Navidad. En la Navidad de 1904 cantó su primera
misa; en torno de esta fiesta hacía todo lo posible por practicar sus Ejercicios
espirituales para pasar esos días en la cueva de Belén.
«¡Qué Navidad! —escribía—. Decididamente, es mi fiesta. Nunca dejo de llorar
en esta noche y nunca dejo de sentir. Ni en mis tiempos más disipados dejé de
experimentar la divina emoción de esta noche.»
93
Diversas circunstancias, sin duda providenciales, me marcaron de
manera precisa lo que había de hacer en este retiro, y casi sin esfuerzo se
esbozaron los temas de él.
Como la Santísima Virgen, en los días que siguieron a la noche
sacratísima, estaría muy cerca del Niño Jesús, contemplándolo y
amándolo; también yo, en mi pequeñez, le daré por completo todo mi
corazón y toda mi vida: mi amor tendrá el dulcísimo matiz que
corresponde a las gracias que he recibido, y que es un destello del amor de
San José, del amor de María y del amor del Padre celestial.
***
El gran obstáculo que hay que remover para amar a Jesús como Él
quiere y yo anhelo es el amor de mí mismo.
En la manera como pasó María los días que siguieron a la noche
venturosa veo una clara y preciosa lección de cómo he de pasar estos días:
con la mirada, con el corazón, con todo mi ser fijo en el Niño encantador.
No debo tener vida sino para Él; no debo querer sino lo que Él
quiere.
Nunca había entendido el amor como en este retiro, y ¡vaya que el
amor ha sido mi estudio constante!
¡Qué distinto es mirar y sentir de un golpe una cosa y luego
desentrañar los diversos elementos que encierra a estar penosamente
discurriendo de una a otra idea y después esforzarse por reducirlas a la
unidad!
Nuestro Señor me concedió proceder de la primera forma. Me
acerqué al Niño y lo miré, y sentí inmensa ternura; luego analicé la dulce
impresión.
***
Ese Niño es el Infinito, la riqueza incomprensible de bondad y
hermosura; lo único que puede saciar el corazón y llenar el hueco que
llevamos en el alma.
¿Cómo no amarlo? ¿Cómo amar otra cosa? Cuando se mira así al
amor divino es difícil comprender el humano.
En ese Niño está la felicidad porque en Él está todo lo que ansía el
corazón.

94
Pero el Niño Jesús es el Infinito maravillosamente adaptado a nuestra
pequeñez; para eso el Verbo se hizo carne. Por el misterio del Verbo
Encarnado brilló ante los ojos de nuestra alma un nuevo rayo de tu Luz;
para que, conociendo a Dios bajo la forma visible de hombre, fuésemos
arrebatados al amor del Dios invisible (Prefacio de Navidad).
¡Ah! El Corazón del Padre, con ser infinito, queda saciado con su
Verbo, y le da su Corazón, que es infinito, y su vida, que es eterna.
¿Cómo no ha de ser pleno y sobreabundante ese Verbo para nuestro
pobre corazón?
Y para que este corazón pueda abarcar en cierto modo al Verbo
infinito ¡el Verbo se hizo carne!
***
Jesús debe llenar mi alma; Él solo. Nada debo amar fuera de Él o más
bien todo lo que yo ame debo amarlo en Él.
Todos mis afectos deben ser una expansión de un amor único, el de
Jesús.
Todo el que ama da al amado algo del corazón y de la vida, y cuando
el amor es pleno y perfecto, todo el corazón y toda la vida.
Aun en los afectos humanos, cuando son profundos y perfectos, hay
esa totalidad, a lo menos relativa.
En el amor divino esa totalidad debe ser absoluta. A Dios se le debe
dar todo el corazón y toda la vida.
Con razón el precepto del amor divino se expresa así: Amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus
fuerzas, con toda tu mente.
El mismo Padre celestial ama a su Verbo con absoluta, con inefable,
con plena, con divina totalidad.
¡Dichosos los que nos hemos entregado totalmente a Dios y le
damos, en el sentido más perfecto, todo nuestro corazón y toda nuestra
vida!
***
Jesús es mi Único; Jesús es toda la razón de mi vida.

95
Y por una delicadeza inefable y divina, Jesús quiere tener con nuestra
alma las relaciones íntimas y dulcísimas que expresan todos los títulos de
amor en nuestro lenguaje: Padre, Amigo, Esposo, Hijo...
¡Qué divinamente dulce es saborear la delicia de esos títulos de amor
y abarcarlos todos y sobrepasarlos todos en el misterio del amor divino!
Nunca he sabido qué es más dulce, si amar o ser amado (71); pero en
este retiro produjo en mi alma una emoción más honda y una sorpresa
inefable el amor que Dios me tiene.
Es una necesidad imperiosa e indispensable de nuestra naturaleza la
de ser amados. El no ser lo es el infierno, la desgracia eterna.
Prácticamente lo he palpado: las almas son infelices, no pueden vivir
sin amor.
¡Dios nos ama! Su amor no es un accidente, su amor es sustancial; su
amor no sufre vicisitudes, es inmutable; su amor no es fugaz o perecedero,
es eterno.
***
De una manera nueva e inefable ahondé la arcana expresión de San
Juan: Deus caritas est.
Dios es el amor, un abismo de amor, un ser infinito que es amor.
Y como el amor tiene en el cielo y en la tierra un mismo nombre, una
misma esencia, una misma ley, un mismo efecto ( 72), Dios, al amarnos, nos
da todo su Corazón y toda su vida.
El espíritu desfallece ante ese abismo de amor y de felicidad.
Y así como el Infinito se adaptó a nuestra pequeñez para que
podamos amarlo; así el amor divino se adaptó también a nuestra miseria
para que podamos recibir el peso inefable de su amor.
Jesús es el Amado infinito adaptado a nuestra pequeñez, y el Amor
infinito adaptado a nuestra miseria.

71
Tratándose del amor divino, no acierta monseñor a definir qué es más dulce:
amar o ser amado, y parece que la razón es ésta: en la práctica, de tal manera se
fusiona y unifica este amor activo y pasivo —el alma ama a Dios y al mismo tiempo
es amada por Dios—, que la dulzura que produce no acaba el alma de precisar a qué
atribuirla. Pero si, por abstracción, separamos el amor del alma a Dios y el amor de
Dios al alma, éste supera a aquél infinitamente.
72
Au ciel et sur la terre, l'amour n’a qu’un nom, qu’une essence, qu’une loi,
qu'un effet (Lacordaire, Conférence LXXII de Nôtre Dame, 1851).
96
Y Jesús quiere tener conmigo esas relaciones, íntimas y dulcísimas,
que apenas se pueden expresar.
No solamente es mi felicidad ese amor, sino que también la eficacia
divina de mi ministerio, la fecundidad de mi vida.
¿Para qué quiero otra cosa que Jesús? Su amor y mi amor son la
felicidad, son el cielo.
***
Pero cuanto más ahondo en todos esos motivos de amor mejor
comprendo cómo el amor exige que le dé a Jesús todo mi corazón y toda
mi vida.
Porque es el Amado infinito. .
Porque es el Amor infinito...
Porque quiere ser mío y de una manera inefable...
Como María Santísima dio a Jesús todo su corazón y toda su vida,
como no vivió sino para Él, así debo yo vivir únicamente para Él y darle
todo mi corazón y toda mi vida.
¿Cómo llegar a amarlo así? ¿Cómo aprender la ciencia divina del
amor?
Para amar así se necesita arrojar del corazón todo otro afecto que no
sea una prolongación de este amor.
Parece increíble que se pierda la felicidad y la fecundidad de la vida
por el afecto a una criatura limitada y miserable, y, lo que es peor, por el
afecto a nosotros mismos, por concentrar el corazón en nosotros mismos,
lo que es un egoísmo mezquino.
Pero, por increíble, por feo, por absurdo que parezca esto, ahí está la
triste realidad. El gran enemigo del amor es el egoísmo, ese afán torpe e
incurable de buscarnos a nosotros mismos.
¡Cuánto he trabajado en mi vida por arrancar de mi corazón ese
enemigo del amor! Y cuando he creído que ya estaba libre de él el
corazón, vuelvo a descubrir las huellas inconfundibles del egoísmo.
De manera solapada, ingeniosa, finísima, ahí está el enemigo en mis
intenciones, en mis deseos, en mis penas, en mis palabras.
Hice un cuidadoso y pormenorizado examen. Intenté conocerme a mí
mismo.

97
***
Siempre he visto dos géneros de motivos para ser humilde: uno que
se basa en la verdad y otro en el amor (73).
Ahora vi que el primer género se refiere a la humildad, como virtud
particular, en tanto que el segundo la toca en sus relaciones íntimas con el
amor.
Para cultivar la humildad debo habitualmente considerar esos
motivos, especialmente los del segundo género; analizar cuidadosamente
mis pensamientos, intenciones, palabras, etc., para que no se oculte en
ellos el amor propio solapado y para combatirlo cuando lo descubra, y, por
última, hacer examen particular acerca de la humildad.
Respecto de la pureza —otra virtud que se opone al egoísmo
enemigo del amor—, debo tener una vigilancia discreta sobre la vista y
sobre la imaginación para que todo en mí sea puro.
No debo permitir que haya en mi corazón ningún afecto que no sea
expansión del amor a Jesús, único amor de mi alma.
Para saber si algún afecto realiza esta condición es preciso examinar
hondamente lo que en ese afecto busca mi corazón: si me busco a mí
mismo, es egoísmo; si busco a una criatura es por lo menos afecto
humano. Si busco a Jesús, es afecto santo (74).
Esta regla, bien comprendida, sirve de norma para todo en materia de
afectos.
Descubrí una nueva forma de egoísmo: consiste en darme gusto en
cosas sencillas, como una lectura, un descanso, etc., cosas que en sí
mismas nada tienen ni de ilícito ni de peligroso, y que en ocasiones pueden
ser útiles y aun necesarias; pero que con frecuencia se hacen únicamente
para darse gusto (75).
Con discreción hay que combatir el egoísmo, aun en este reducto.

73
Nótese la originalidad de esta observación. Que la humildad nazca de la verdad
es un principio muy conocido. Pero que para llegar a su perfección ha de nacer
también del amor es algo muy profundo y muy poco explotado.
74
Esta observación revela una profunda psicología espiritual. Para saber la
naturaleza de un afecto no hay como darse cuenta de lo que el corazón busca: o a sí
mismo, o a las criaturas, o a Dios.
75
Monseñor manifiesta aquí el penetrante conocimiento que tenía de los
movimientos del alma al descubrir el egoísmo aun en detalles donde es tan difícil
encontrarlo.
98
Esta clase de egoísmo produce desorden en las ocupaciones.
Quizá también tiene parentesco esta forma de egoísmo con esa otra
finísima que en lo espiritual nos impele a buscar con exceso los consuelos.
Para que Jesús viva plenamente en mí es preciso que yo desaparezca
por completo.
Mas para aprender la ciencia divina del amor no basta combatir al
egoísmo, enemigo del amor, sino que hay que cultivar intensa y
constantemente esta planta celestial del amor.
***
El amor se cultiva por la vida interior.
1.º La oración. Para quien ama el trato con el Amado es una
imperiosa necesidad. La oración es el trato con Jesús: el Amado infinito, el
Amor infinito, el Dios que, quiere tener con mi alma relaciones íntimas.
Sin duda que la oración es el secreto de la fecundidad espiritual, el
recurso eficaz para cumplir con los deberes de mi cargo; pero, por
importante que sea este motivo, para mí supera el otro, el íntimo, el
dulcísimo motivo del amor.
Los tres conceptos subrayados son tres estímulos poderosos para
hacer bien la oración y, en cierto sentido, un programa de vida interior (76).
Mis ocupaciones me impiden a veces la oración propiamente dicha, o
al menos la limitan demasiadamente.
Lo único práctico que puedo hacer es no ocuparme después de la
comida, sino hasta que haya rezado algo del Oficio divino; las horas
menores las rezaré en el coche por la mañana. Así puedo dedicar la noche,
la parte de que puedo disponer, a la oración (77).

76
Los motivos o estímulos que para hacer bien la oración señala monseñor
Martínez son: a) que Jesús es el Amado infinito, esto es, que podemos amarlo sin
límite alguno; b) que es el Amor Infinito, es decir, que nos ama sin medida; c) que es
Dios, que —por la oración— se abaja hasta nuestra alma para tener con ella un trato
familiar e íntimo.
77
Ya hicimos notar en la vida de monseñor que las horas de la noche eran las que
ex profeso dedicaba a la oración. Por eso se recogía a dormir de ordinario después de
la medianoche, a veces hasta la una de la mañana. Es notable que, después de un día
completamente lleno de un trabajo agobiador, cuando todos se entregaban al
descanso, él se dedicaba a la oración. ¡Su descanso lo encontraba al pie de ese
Sagrario de tantos recuerdos y donde recibió monseñor tantas gracias! ¡Cómo debiera
guardarse como un tesoro, como una reliquia!
99
Servirá muchísimo para alimentar mi vida interior fomentar ese
matiz de amor, que por razón de las gracias recibidas debe serme
característico, pero que por pudor espiritual o más bien quizá por un
motivo menos laudable no he fomentado (78).
En estos días, esta clase de amor se ha desbordado en mi alma y ante
sus inundaciones desaparecen las barreras de cualquier género que sean.
2.º La presencia de Dios, o más bien la oración continuada.
Para esto me basta poner en práctica lo que aconsejo a las almas:
hacer todas las ocupaciones del día per Ipsum, et cum Ipso, et in Ipso («Por
Él, y con Él, y en Él»).
Todo por amor a Jesús; todo en unión con Él, en su dulce compañía;
todo visto, sentido y hecho en Él, esto es, visto con sus ojos, sentido con su
Corazón, hecho con sus manos.
De manera especial debo ver a Jesús en todas las personas con las
que tengo que tratar.
Combatiendo el egoísmo y fomentando la unión, se alcanza la ciencia
divina del amor.
Más que como medio para alcanzar amor, consideré el sacrificio
como una consecuencia del amor, como un indicio indiscutible de que se
ama.
No solamente expresó Jesús a San Pedro, en las riberas del
Tiberiades, que apacentar los corderos es lógica consecuencia del amor;
sino que también lo es del sacrificio, cuando le dijo: En verdad, en verdad
te digo que cuando eras joven te ceñías tú mismo e ibas donde querías;
mas cuando seas viejo extenderás las manos y otro te ceñirá y te llevará a
donde no querrías ir.
El sacrificio es luz, fuerza, amor, fecundidad, todo.
Pensé que en mi vida tengo muchos sacrificios pequeños que hacer y
que lo único que falta para que tengan eficacia es hacerlos de manera
advertida y con amor.

78
Ese matiz característico del amor de monseñor —por un genuino pudor
espiritual— no llega a declararlo abiertamente. No lo haremos tampoco nosotros,
respetando su reserva, y porque non omnes capiunt verbum istud y pueden
escandalizarse los hombres demasiado prácticos, demasiado activos, que no están
quizá familiarizados con los misterios de la Mística
100
Puedo ejercitarme también en pequeñeces, combatiendo esa forma de
egoísmo de que hablé antes y que consiste en buscar sencillas y casi
inadvertidas comodidades.
Sé bastante acerca de lo precioso que es el sacrificio. ¿Cuándo esa
convicción me impulsará a buscar el dolor?
***
Fruto lógico del amor, y en mí indispensable, es el apostolado.
¿Me amas...? Apacienta mis corderos (79).
El amor lleva lógicamente a la donación, no solamente a nuestra
alma, sino de nuestra vida. O, para expresar mejor la verdad, la donación
de nuestra vida es la expansión del amor, es el amor en ejercicio.
¡Con qué claridad vi en estos días el enlace lógico del amor y del
apostolado!
El amor no es simplemente un afecto escondido en el alma, sino que
es un impulso, una fuerza, un principio de donación.
Sin donación el amor no se concibe; más aún: el verdadero, el
profundo, el perfecto amor, entraña la donación total de nosotros mismos,
la donación del corazón y de la vida.
El amor a Jesús exige una doble donación: a Jesús en su Cuerpo real
y a Jesús en su Cuerpo místico. La primera es donación para contemplar,
para poseer, para gozar, para participar de su Vida. La segunda es para dar
lo que se tiene y para darse a sí mismo a las almas que forman el Cuerpo
místico de Jesús.
El amor estaría incompleto si no abarcara ambas donaciones; más
aún: el amor sería insoportable si no tuviera el indispensable desahogo del
celo.
***
¿Me amas?... Apacienta mis corderos.
Trabajamos y sufrimos por el prójimo porque Jesús lo quiere; porque
el prójimo es Jesús.
Quizá es una simple consecuencia de esta verdad esta otra que es
fundamental en el apostolado: la eficacia de éste depende de la vida

79
Con estas palabras simbólicas Nuestro Señor le anuncia a San Pedro el martirio
que había de sufrir por Él (Jn 21, 18-19)
101
interior: la vida apostólica es un desbordamiento de la vida contemplativa.
¿No es esto otra manera de decir que el apostolado es la expansión del
amor, la preciosa lección del Tiberiades?
Dos consecuencias prácticas se desprenden de lo dicho: ¿Quieres ser
apóstol? Ama. ¿Quieres ser apóstol? Contempla. Y pienso que estas frases
se pueden convertir: ¿Amas? Sé apóstol. ¿Contemplas? Deja desbordar tu
contemplación en las demás almas. De plenitudine contem plationis
loquitur praedicator, dice Santo Tomás, el predicador habla de la plenitud
de lo que ha contemplado (80).
***
Hay otra verdad capital en el apostolado, casi me atrevo a decir un
secreto del apostolado: Para hacer la obra de Jesús hay que ser Jesús, dijo
con fórmula feliz monseñor Gay.
¡Cuántos arcanos contiene esta frase! Jesús es quien hace en nosotros
el bien a los demás. Por nosotros mismos somos incapaces de hacerlo.
Nosotros somos su instrumento, únicamente su instrumento: la vara de
Moisés, que saca agua de la roca; el aparato amplificador que transmite su
palabra, que la hace llegar a las almas; la tea que se incendia en su
Corazón y lleva a las almas el fuego divino; el vehículo misterioso que da
la vida.
En algunas ocasiones esto se palpa, como en mis cargos; son tan
difíciles que solamente Él puede desempeñarlos; en esto se funda el pacto
de San Antonio (81); pero, aun en pequeñeces, aun en aquello que por
ilusión mental pensamos que podemos hacer por nosotros mismos,
solamente Jesús puede hacerlo, si eso ha de ser algo sobrenatural, eficaz y
divino.
Esto exige:
a) Que todo lo hagamos conforme a sus normas y a su espíritu,
sobrenatural y santamente.
80
Estos principios que vivió monseñor explican la fecundidad de su apostolado. A
pesar de que su vida era activísima, estaba en el polo opuesto de lo que Su Santidad
Pío XII llamó la herejía de la acción, porque toda su actividad, nacía de la
contemplación divina, era un desbordamiento de su unión con Dios. En términos téc-
nicos, no era vida activa, sino vida apostólica.
81
Ya hemos dicho cuál fue el pacto de San Antonio. Cuando aceptó el
arzobispado de México fue con la condición de que Nuestro Señor lo hiciera todo y él
(monseñor) no fuera sino su instrumento. Lo llamó «de San Antonio» porque fue
hecho en la ciudad de San Antonio, Texas, U. S. A.
102
b) Que en todo le consultemos en la forma que la naturaleza del
asunto y sus circunstancias lo exigen.
c) Que le dejemos a Él lo que Él debe hacer, sin otra cooperación
nuestra que aceptar sus designios y dejarnos dirigir dócilmente por sus
inspiraciones.
De aquí la necesidad de obrar siempre a lo divino, de acudir a Jesús
en todo y ser dóciles a sus inspiraciones.
***
Pero este secreto del apostolado tiene otro sentido profundo:
debemos ser Jesús, no solamente siendo sus instrumentos en nuestra
actividad apostólica, sino que debemos ser Jesús en nuestra vida, esto es,
pensar como Jesús, amar como Jesús, obrar como Jesús, sufrir como Jesús;
en una palabra, vivir como Jesús. O más bien: que Jesús piense, ame,
sufra, viva en nosotros (82). San Pablo lo expresó maravillosamente: Vivo,
pero no yo, sino Cristo en mí.
Todo instrumento obra con la virtud de la causa principal; pero tiene
también su virtud propia, que modifica la virtud de la causa principal e
influye en el efecto, dicen los filósofos. Pero en el apostolado sobrenatural
hay algo más, una íntima fusión de Jesús y su instrumento, una unidad
perfecta entre los dos. Jesús vive, Jesús obra en sus apóstoles. Es la
inefable unidad del amor que transforma el corazón y la vida.
***
Durante estos días, más que razonar, vi; más que forjar programas,
amé. Me bastaba mirar con los ojos iluminados del corazón al Niño
encantador para encenderme en amor y comprender lo que debo hacer.

82
¡Con cuánta profundidad explica monseñor el apostolado! Para ser apóstol es
preciso: a) ver a Jesús en el prójimo; b) ser Jesús para el prójimo. Así se explica su
don de gentes, la igualdad con que trataba a todo el mundo, así fuera un alto
gobernante o un diplomático o un obrero, y hasta un mendigo. Por eso se conquistó el
corazón de todos, desde las más altas clases sociales hasta las ínfimas. La apoteosis
de sus funerales —absolutamente espontánea— lo demostró con evidencia.
Y si, a pesar de todo tuvo todavía contradictores que lo criticaron, y aun
enemigos, se debe a ignorancia, a falta de comprensión y — ¿por qué no decirlo? —
a esa predisposición que se disimula con motivos muy laudables, pero que no es sino
emulación en el fondo, Esa aureola de la persecución la tuvo Jesucristo y no debe
faltarle a nadie que llegue a la verdadera santidad.
103
En muchos tiempos de oración dejé el curso de mis pensamientos
para poner mis ojos y mi corazón en el Niño divino.
He considerado los caminos del amor y sus admirables
consecuencias; pero sus causas eficientes son: el Espíritu Santo, causa
principal, y la Santísima Virgen, causa instrumental, importantísima e
indispensable; por supuesto, después de la Humanidad sacratísima de
Jesús.
El Espíritu Santo es el Amor personal de Dios, que se nos da, que
derrama en nuestros corazones una divina imagen suya, que es la caridad;
es el Amor que nos da amor, que nos santifica por el amor.
¡Qué devoción, qué ternura debo tener por el Espíritu Santo! ¡Cómo
debo acudir constantemente a Él! Pero, sobre todo, ¡con qué atención debo
recibir sus inspiraciones y con qué docilidad realizarlas!
María Santísima es la constante e indispensable colaboradora del
Espíritu Santo, la que da a Jesús siempre, en todas partes, la mediadora de
todas las gracias.
A Ella le debo todo en mi vida, lo sé muy bien; pero quizá a las veces
me olvido un poco de Ella.
Debo renovar mi devoción a la dulce Madre, hacer todo por Ella, con
Ella, en Ella, conforme a la doctrina de San Luis Grignon de Montfort, y
debo procurar rezar devotamente su Rosario.
Ella sabe amar a Jesús, cuidarlo, tratarlo. Ella me enseñará a conocer,
a amar, a cuidar y a tratar a Jesús.
Mi amor debe ser un reflejo pálido, pero auténtico de su ternura
incomparable; Ella es la Maestra, la Modelo y la Donadora de ese matiz
dulcísimo de amor.
¡Madre dulcísima! Enséñame a conocer, a amar, a tratar y a cuidar a
Jesús en mi corazón y en las almas.
***
En estas páginas están, aunque dispersos, mis propósitos de
Ejercicios:
Combatir el egoísmo, enemigo del amor: humildad, pureza y
sacrificio.
Fomentar el amor por la vida interior: oración oficial, oración de
todos los instantes, dulce matiz de amor.

104
Expresar mi amor por mi apostolado que debe descansar sobre estas
normas: el apostolado es la expansión del amor; el apostolado es el
desbordamiento de la vida interior; el apostolado es la obra de Jesús, para
la cual es preciso ser Jesús, con los dos matices explicados.
Para que todo esto, no solamente quede escrito, sino tenga influjo
eficaz en mi vida, me propongo de tiempo en tiempo (pudiera ser cada
mes) tener un día de retiro.
¡Que el Amor termine lo que comenzó el amor y lo que está todo
impregnado de amor!
¡Espíritu Santo, Amor personal de Dios, María Santísima, Madre del
Amor hermoso, consumid mi alma en el amor de Jesús para que le
consagre y le dé siempre mi corazón y mi vida! Así sea.
2 de enero de 1944.

105
IX. — Ejercicios del 25 de diciembre de 1945 al 1 de enero de
1946.

IN NOMINE DOMINI

Preparación
Nombré e invoqué a mis Patronos celestiales para estos Ejercicios.
Pedí a la Santísima Virgen y a San José que me dejasen pasar en su
dulce compañía estos Ejercicios en la gruta de Belén cerca, muy cerca del
Niño divino.
De manera nueva he aprendido en este año, durante las fiestas
guadalupanas (83), con qué opulencia derrama lo divino en nuestras almas
la Virgen María. Nadie como Ella nos muestra a Jesús, nos une a Él y nos
enseña a tratarlo, a conocerlo, a amarlo y a tener con Él íntimas
comunicaciones.
Ella y San José me unirán a Jesús en estos días y me harán conocer
sus designios.
Comencé por amar a Jesús y contemplarlo. Apenas podía hacer otra
cosa.
Derramaré en su Corazón mi corazón y recibiré las efusiones del
suyo.
Estos días serán días de Jesús días de Belén.
Mis disposiciones serán: silencio interior, ponerme al unísono de
Jesús y generosidad para comprender sus designios.

26 de diciembre.
Me basta penetrar en la gruta bendita para unirme a Jesús en un acto
dulcísimo de amor.

83
Se trata de las grandiosas fiestas con que México celebró las bodas de oro de la
coronación de Nuestra Señora de Guadalupe. En ese 12 de octubre de 1945, así como
en otras ocasiones solemnes, asegura monseñor que sintió la presencia de la
Santísima Virgen y que se comunicaba con su alma de manera inefable.
106
Necesito hacer un esfuerzo para analizar lo que siento (84).
Jesús es el primer tema, y espero que será, en cierto sentido, el único
de mis Ejercicios.
Es el Infinito que se empequeñece para caber en mi corazón, que se
vela con la naturaleza humana para no deslumbrarnos, que se hizo visible
para que fuéramos arrebatados al amor del Dios invisible (Prefacio de
Navidad).
Todas las aspiraciones de mi alma quedan en Él inefablemente
satisfechas. Es el único que puede colmar el inmenso vacío de mi corazón.
Tú eres mi felicidad, le dije. No que Él me pueda dar la felicidad; no
que sin Él no puedo ser feliz; sino que él es mi felicidad, mi única
felicidad; Él es lo único necesario del Evangelio (Lc 10, 42).
Vislumbré, por decirlo así, los inmensos horizontes del Infinito; hay
en Él más de lo que puede decirse, más de lo que puede concebirse, más de
lo que puede soñarse.
¿Para qué buscar nada fuera de Él? Hijos del hombre, ¿por qué
amáis la vanidad y buscáis la mentira? (Salmo 4, 3).
Su amor me hace feliz y fuera de su amor nada debe querer mi
corazón. Todo lo que puedo y debo amar ha de ser una expansión de Él, y
todo afecto, una expansión de su amor.
Como nunca comprendí que, aun sin pensar en mi felicidad, debo
amarlo por ser quien es. Ante el inefable espectáculo del Infinito brota el
corazón al amor, sin tener en cuenta la felicidad que me da.
Infinito en belleza, en bondad, en sabiduría, en todas las
perfecciones. ¿Cómo no amar por sí esa maravilla? Repetí muchas veces y
ahondé la prodigiosa expresión de la Iglesia: ¡Te damos gracias por tu
inmensa gloria! (85).
Su amor me basta; quizá nunca lo había comprendido como ahora
86
( ).
84
Cualquiera que tenga siquiera sea algunas nociones de Mística comprenderá, en
el transcurso de estas notas, que la oración de monseñor tiene los caracteres de la
contemplación infusa; por eso, más que conocer, dice sentir, lo que indica un
conocimiento cuasi experimental; por eso se le dificulta analizar esa mirada sintética
del conocimiento intuitivo; por eso este conocimiento va unido a un amor pasivo.
85
Gloria de la misa.
86
Los místicos contemplan verdades que todos conocemos; pero ellos las ven con
la luz de la contemplación. Y entre un conocimiento y otro hay una diferencia
inmensa. Además, esas luces las presenta como si cada vez fueran nuevas. Por eso
107
Todo lo demás es secundario.
El amor divino encierra en prodigiosa unidad todos los matices de los
diversos afectos humanos y los supera a todos.
En este mundo de pedacera (87), todo afecto es fragmentario y tiene
su propio matiz, entre todos completan las exigencias del corazón.
En el divino, su inefable sencillez es de riqueza infinita.
Jesús es todo para nosotros: Padre, Madre, Esposo, Hijo, Amigo; o,
más bien, es simplemente Jesús; pero Jesús lo abarca todo y lo supera
todo. Omnia et in ómnibus, Christus, en todas las criaturas y en cada una
sólo Cristo, que todo lo unifica (Colos 3, 11).
***
¿Para qué queremos otra cosa que su amor? Él nos basta.
En el amor de Jesús podemos encerrar todos nuestros afectos nobles
y legítimos, que son como la expansión de ese amor inefable.
Y ese amor es exclusivo; no admite en el corazón otro afecto que no
sea su expansión. Es total y único. Es la felicidad y es la santidad.
Pero me complace examinar en ese amor único un matiz que se
relaciona con las gracias que he recibido y que tiene por modelo el matiz
propio de María y de José, que en cierto modo puede participarse, aunque
de manera muy lejana.
Ese matiz tiene tres caracteres: desinteresado, tierno y solícito.
Una madre, un padre, quieren la felicidad, el bien de su hijo en sí
mismo, sin que ellos se tengan en cuenta.
Y el amor perfecto es así, esencialmente desinteresado.
Se complace en la belleza y en las perfecciones del Amado por ser
Él. Gratias agimus tibi propter magnam gloriam tuam.

monseñor dice en algún lugar: Esto es, sin duda, muy conocido; pero cuando Dios
ilumina lo que ya sabemos y nos es familiar le comunica una novedad inefable.
87
Se refiere a lo que escribía en otra parte: «Entre bromas y veras, he dicho que
este mundo está hecho de pedacera. En efecto, ¡cuántas prendas de ropa para
vestirse! ¡Cuánta variedad, cuántas acciones cada día! Lo más excelente que tenemos,
que es el conocimiento y el amor, necesita mucha pedacera. Nuestro conocimiento se
forma de complicados raciocinios, de varios juicios, y cada juicio, de varias ideas. Y
para llenar el corazón, una serie de afectos variados e incompletos» (Nótese que el
término familiar pedacera equivale a pedaceria).
108
Quiere todo bien para el Amado. Así lo sentía San Agustín y lo
expresó en aquella sublime locura de amor: Si yo fuera Dios y Tú Agustín,
yo querría ser Agustín para que Tú fueras Dios.
No pudiendo darle ninguna perfección, porque Dios las tiene todas,
quien le ama plenamente se complace en las perfecciones que Dios tiene,
en lo que Dios es.
Lo único que el alma puede darle a Dios es algo extrínseco; la
gloria. Por eso, quien ama a Dios quiere a toda costa darle gloria. La
expresión de San Ignacio de Loyola es sublime expresión de amor: Ad
majorem Dei gloriam («Para la mayor gloria de Dios»).
El bien y la paz de las almas son reflejos de la gloria de Dios; o bien,
esa gloria de Dios y el bien de las almas son una misma realidad, vista
desde dos aspectos.
Ese matiz de amor que examino se caracteriza también por la
ternura, esa prerrogativa del amor que más que definirse, más bien se
siente o se vislumbra.
La ternura del Padre celestial; la ternura de María, la ternura de San
José son pruebas objetivas de esta verdad.
Por último, el amor del padre y de la madre tiene también como
distintivo una (constante, un ardiente, una inmensa solicitud por el hijo.
Darían la vida por su bien y su felicidad.
Mi amor por Jesús debe ser desinteresado, tierno y solícito.

27 de diciembre
Consideré en este día el amor que Jesús me tiene.
Es un amor infinito que, para no aplastar mi pequeñez, se cubre con
lo humano.
¡Un amor infinito!... Apenas lo vislumbra nuestro espíritu: es algo
que supera nuestros conceptos, nuestros deseos y nuestros sueños.
Tenemos del Infinito un concepto negativo que nos deja vislumbrar
horizontes inmensos.
Amamos al Infinito y somos amados con un amor infinito.
Y el Infinito se esconde en la naturaleza humana de Jesús para que lo
podamos amar y para que sintamos la dicha de ser por Él amados sin que
nos abrume su grandeza.

109
El amor que Jesús nos tiene y el amor que le tenemos a Él bastan
para hacernos felices.
En un nuevo sentido, le dije: Tú eres mi felicidad.
La expansión divina de ese amor la describe maravillosamente la
Iglesia en esa estrofa magistral:
En Belén (Jesús) se hizo nuestro compañero;
en la Eucaristía, nuestro alimento;
en la Cruz nuestro rescate;
en el cielo, nuestro premio (88).
¡Compañero! ¡Alimento! ¡Precio! ¡Recompensa! Inefables recursos
del amor infinito para penetrarnos, transformarnos, unirnos a Él y hacernos
partícipes de su propia felicidad.
Aquí está todo: la vida de las almas, la historia humana en su fondo,
la economía de la gracia, la sustancia de las cosas que esperamos.
Todo lo que no sea este mutuo amor de Dios y su criatura es cosa
baladí.
Recorrí después mi vida, toda impregnada del amor que Dios me
tiene, para examinar las admirables manifestaciones de ese amor.
La vida de cualquiera alma es una maravilla del amor de Dios.
Y estas pruebas personales de amor tienen un encanto singular para
el alma y una eficacia soberana para encender el amor.
Este mutuo amor de Jesús y del alma es la santidad, es la felicidad, es
lo único necesario.
Esto debe ser el todo y lo único de mi vida.

28 y 29 de diciembre
El gran enemigo de este amor, que lo destruye por completo, es el
pecado. Este es, por consiguiente, la desgracia del alma —ya que ese amor
es su felicidad— y la ofensa de Dios, no solamente porque conculca sus
preceptos, sino porque —en el fondo es una misma cosa— se opone a su
gloría.
***
¿Cómo se desarrolla ese amor? ¿Cómo se vive dé él?
88
Himno de Santo Tomás en el Oficio del Santísimo Sacramento.
110
En la escuela de Belén se aprende objetivamente la ciencia del amor.
María y José viven de ese divino amor de manera inefable, porque
Jesús es su Todo y su Único.
Para eso se han desprendido de todo lo creado, viven en dulcísima e
íntima comunicación con Jesús y son asociados maravillosamente a la obra
de Jesús.
He aquí los tres caracteres de esta vida de amor.

Desprendimiento total.
La situación de María y José en aquella noche dulcísima nos enseña
que para poseer a Jesús hay que dejarlo todo, al menos en el afecto.
Si la santidad y la dicha es el amor, y el único enemigo del amor es el
egoísmo, para ser santo y para ser dichoso es preciso el olvido total de sí
mismo.
De ordinario, para ser dichoso el hombre, se busca a sí mismo, y el
único camino de la dicha es el olvido de nosotros mismos.
El amor divino excluye cualquier otro amor que no sea expansión de
él mismo; para la plenitud del amor se necesita el vacío de todo otro
afecto, el vacío de toda criatura en el corazón.
Para realizar las obras de Dios, el hombre necesita desaparecer y
olvidarse. Desde que, por la Encarnación, María fue asociada a la obra de
Jesús no tuvo otro anhelo ni otro ideal que el de Jesús.
«Después de la Encarnación, las obras y las actividades de Nuestra
Señora son las obras y las actividades comunes de Ella y de su Hijo. Es
una comunión dulce y continua. María pertenece toda a este sacramento
de pureza, de belleza y de ternura que reposa en su seno. Se levanta y va
presurosa, «cum festinatione», a la región montañosa de Hebrón o de
Juttah, para felicitar a su prima Isabel; pero lo hace todo, repetimos, bajo
la moción interior de su Hijo» (89).
Para el amor, para la felicidad, para la fecundidad espiritual, esto es,
para hacer la obra de Jesús, el alma tiene que desaparecer y olvidarse.
Después de ahondar en esta idea fundamental, convencido de que el
camino único para el amor, para la felicidad y la fecundidad, es el olvido
total de nosotros mismos, hice un minucioso examen de mi corazón.

89
Dom Delatte, L’Evangile de Nuestro señor Jesucristo Ch. Füs de Dieu.
111
Creía haber adelantado en la lucha contra el amor propio; pero
¡cuántos brotes de él encontré en mi alma! No deliberadamente de
ordinario, pero en muchas cosas me busco a mí mismo: afectos, palabras,
acciones.
Me propongo, con la gracia de Dios, luchar implacablemente contra
este terrible enemigo. Sobre este punto haré el examen particular: primero,
abarcando todas sus manifestaciones; después, si es preciso, fijándome en
algunas especialmente.
El sacrificio, al mismo tiempo que destruye el egoísmo, es
compañero inseparable del amor y secreto de la fecundidad.
Visto bajo el primer aspecto, para combatir lo que encontré, me
propongo aceptar amorosamente los sacrificios anexos al desempeño de mi
cargo, no saborear los gustos legítimos y mortificar especialmente la vista.

Intima comunicación con Jesús.


Para imitar a María y a José en su vida de íntima comunicación con
Jesús me propuse hacer todo en unión con Él.
La verdadera vida y la verdadera dicha consisten en vivir de amor, en
vivir en dulce comunicación con Jesús.
Para esto no bastan la oración, el Oficio divino y demás prácticas de
piedad; se necesita algo constante, en cuanto es posible en la vida humana.
Hacer todo con Jesús, en dulce intimidad con Él: he aquí el ideal que
trabajaré por realizar.
Sin duda que se necesita la oración. Procuraré darle el mayor tiempo
posible.
Conviene para esto rezar Maitines a las cuatro o cuatro y media para
tener en la noche más tiempo de oración.

30 y 31 de diciembre
Asociación a la obra de Jesús o apostolado.
El amor divino exige forzosamente el apostolado.
1.º Amar a Jesús pide amar a las almas que son miembros de su
Cuerpo místico.
2.º Quien ama quiere hacer el bien al Amado; no le basta
complacerse en el bien que el Amado tiene, sino que siente la necesidad de
112
darle ese bien. El bien que podemos dar a Jesús es el que hacemos a su
Cuerpo místico.
3.º Quien se une a Jesús por el amor anhela imperiosamente hacer la
obra de Jesús, realizar los ideales de Jesús y, por consiguiente, necesita
apostolado.
A mí me corresponde el apostolado por vocación.
Procuraré atizar en mi corazón el fuego del celo apostólico.
a) Que Jesús sea el principio de nuestra labor apostólica.
b) Que Jesús sea el íntimo cooperador de nuestra obra.
c) Que Jesús sea el término de ella.
Lo que puede reducirse a que nosotros desaparezcamos y que Jesús
viva en nosotros. San Pablo lo expresó magistralmente cuando dijo: Vivo,
pero no yo: Cristo es quien vive en mí (Gal 2, 20).
Y Santa Teresa del Niño Jesús, con su lenguaje ingenuo, lo expresó
también cuando escribió: Señor, ya lo ves, soy demasiado pequeña para
alimentar a tus hijas; si quieres darles por mi medio lo que conviene a
cada una, llena mi manecita, y, sin dejar tus brazos, sin volver siquiera la
cabeza, distribuiré tus tesoros al alma que venga a pedir su alimento.
Obrar bajo la dulce presión de Jesús; no por motivos egoístas, ni
siquiera por motivos humanos, sino por principios sobrenaturales: bajo la
inspiración del Espíritu de Jesús, guiados por el Maestro divino, que nos
enseña sin ruido de palabras.

Unión a Jesús.
Santo Tomás enseña que la vida apostólica es un desbordamiento de
la vida interior. Porque estamos unidos a Jesús hacemos la obra de Jesús.
Nuestros ideales, los de Jesús; nuestra meta, la de Jesús: la gloria de
Dios y el bien de las almas.
Cuando recibí el arzobispado de México dije a Jesús que lo aceptaba
si Él era el Pastor y yo su instrumento. Fue el pacto de San Antonio.
Este pacto exige de mí esa unión íntima con Jesús que acabo de
describir.
Movido por Él, unido con Él y teniendo en mi alma los mismos
sentimientos y las mismas tendencias que Él.

113
Mas para el apostolado se necesita el sufrimiento. Este es
indispensable para el desprendimiento, condición esencial del amor; pero
también es el secreto de apostolado, porque es el secreto de la fecundidad.
Los sufrimientos del apostolado son las fatigas corporales, la
incomprensión y los demás sacrificios del trato con el prójimo, y la
inmolación de la prudencia.
Cuando es arduo algún problema de las almas o del gobierno de la
diócesis hay que hacer algún sacrificio especial. Hay demonios que no se
expulsan sino por la oración y el ayuno. Hay gracias que no se alcanzan
sino por el sacrificio añadido a la oración.
Nuestros procedimientos apostólicos deben ser los de Jesús: su modo
inefable de tratar a las almas; humildad y mansedumbre; energía y
suavidad. Hay que hacerse todo para todos, para ganarlos a todos para
Cristo.
Examiné algunos puntos de orden, muy importantes:
—Procuraré levantarme y recogerme a buena hora.
—Dejaré a lo menos dos tardes sin recibir personas para dedicar ese
tiempo a asuntos y correspondencia.
—Procuraré llegar temprano a las oficinas.
***
Todos los que visitaron en Belén al Niño divino le llevaron regalos.
Los pastores le han de haber llevado ingenuos, pero sinceros
presentes: corderitos, flores, frutos de la tierra.
Los Magos le ofrecieron ricos dones: oro, incienso y mirra.
María y José le ofrecieron los mejores dones: su corazón y su vida.
También yo quiero ofrecerle mi corazón y mi vida, y para que esos dones
sean definitivos, formo los siguientes propósitos:
El principal es que nuestro mutuo amor sea mi felicidad, que Jesús
sea mi Todo y mi Único.
Para esto quiero olvidarme enteramente de mí mismo.
Haré mi examen particular sobre no admitir nada de amor propio.
Aceptaré amorosamente los sacrificios inherentes a mi vida
apostólica y todos los que Dios me envíe.
Procuraré no saborear los gustos legítimos y debidos.

114
Mortificaré cuidadosamente mi vista.
Procuraré hacer diariamente mi oración durante el mayor tiempo
posible.
Procuraré vivir en dulce y constante comunicación de amor con Él.
Procuraré que Él sea el que desempeñe mis cargos, siguiendo sus
inspiraciones y consultando su voluntad.
En mis problemas más difíciles acudiré al sacrificio.
Procuraré imitar los divinos procedimientos de Jesús: suavidad y
energía, mansedumbre y humildad en mi trato con los demás.
Procuraré ordenar mi vida:
a) Levantándome y recogiéndome a tiempo.
b) Rezando Maitines y Laudes a las cuatro o cuatro y media de la
tarde.
c) Dejaré a lo menos dos tardes para asuntos y correspondencia.
d) Cada mes dedicaré a lo menos una tarde para el retiro mensual.
e) Idearé algún buen método para el orden en los papeles y
negocios.
Procuraré rezar todos los días el santo Rosario, como homenaje filial
a la Santísima Virgen. Con Ella y por Ella iré siempre a Jesús.
Que Él reciba por las manos inmaculadas de María y por la de San
José estos propósitos y los confirme y bendiga.

1 de enero de 1946.
Dediqué el día a confirmar mis propósitos, entregándome al amor y
fijándome en los divinos matices de él.
Jesús es el único amado de mi alma. El amor inmenso que Él me
tiene me basta.
Procuraré que se realicen en mí sus designios, no solamente porque
Él es el Soberano y porque tengo para Él imperiosos deberes de gratitud,
sino por amor, pues es propio de quien ama dar gusto al Amado, hacer en
todo su voluntad.
Termino como siempre, me inclino a hacerlo, ahondando en esas
palabras insondables y dulcísimas que Él dijo a los Apóstoles la víspera de
su Pasión: Como mi Padre me ama así os amo a vosotros (Jn 15, 9).

115
¡Qué amor tan profundo, tan perfecto, tan ardiente, tan tierno, el que
tiene por modelo el amor del Padre a Jesús, o más bien, que es
sustancialmente el mismo amor!
Debo permanecer en su amor, que es permanecer en el camino de la
dicha.
Mis propósitos serán el homenaje de mi amor y el medio actual para
permanecer en el amor de Jesús.
¡Oh Jesús! ¡No permitas que me separe nunca de Ti! Haz que
permanezca siempre en tu amor.
María, José, Santos Patronos míos, mantenedme siempre en el amor
de Jesús (90).
México, 1 de enero de 1946,

90
Podría pensarse que monseñor hace muchos propósitos. En realidad, tenía uno
solo: amar a Jesús. Todo lo demás son industrias para quitar los obstáculos que
impiden ese amor o medios para fomentarlo.
116
X. — Ejercicios del 22 al 29 de enero de 1950

PREPARACIÓN

22 de enero de 195091
Con mucha luz y consuelos vi claramente que Jesús me invita a pasar
con Él, muy cerca de Él, en íntima comunicación, estos días, que serán
días de cielo, porque estar con Jesús es un dulce paraíso. ¡Cuántas gracias
me dará en estos días! ¡Qué íntimas comunicaciones!
Para esto debo:
1.º Estar unido con Jesús, no solamente en las horas de oración,
sino durante todo el día, haciéndolo todo por Él, con Él, en Él.
2.º Vivir de fe, de .amor y de esperanza, puesto que las tres
virtudes teologales nos ponen en íntima comunicación con Él.
3.º Ser generoso para poder entender todo lo que me diga y hacer
todo lo que me pida.
91
Estos Ejercicios debió practicarlos monseñor en la última semana de diciembre
de 1949; pero no pudo hacerlos porque tuvo como huésped al excelentísimo señor
arzobispo Nonking. De los Ejercicios de 1947 sólo tenemos un brevísimo resumen
que titula «Normas prácticas». Las omitimos porque los apuntes que ahora
presentamos son como una explanación de aquellas normas. Sólo citamos algunos
puntos:
«Regla de oro para limpiar mi corazón de todo afecto es hacer a cada instante,
por amor, la voluntad de Dios en cualquiera forma que se manifieste. Que sea norma
de mi actividad dar gusto a Jesús, dar gloria a Dios.»
«No permitiré que mi corazón se apegue, ni en lo mínimo, al dinero y a los
demás bienes de este mundo. Evitaré acumular dinero. Daré a los pobres —como
tesorero que soy de ellos— sin otra medida que la de la prudencia. Normaré mis
gastos por el espíritu de pobreza, teniendo en cuenta mi condición.» (Con estas
palabras mi condición se refiere no tanto a su carácter episcopal como a su estado de
religioso, puesto que había hecho en privado los tres votos religiosos de pobreza,
castidad y obediencia, y los tomaba muy en serio.)
«Para tener presente (a Dios) pondré un signo que me lo recuerde en el reloj, la
libreta y demás cosas que tengo que mirar con frecuencia.» (Estas industrias parecen
de principiante; pero sólo demuestran que monseñor, sin tener en cuenta las gracias
místicas con que era favorecido, hacía de su parte todos los esfuerzos posibles para
mantenerse en la presencia de Dios.) De los Ejercicios de 1948 no dejó apuntes.
117
Mi tema central será el amor, acerca del cual he tenido tantas luces
en los últimos tiempos. Quiero tomarlo muy en serio.

Día 23 de enero
Dios es mi única felicidad en la tierra y en el cielo.
Dios, infinito en hermosura, en bondad, en amor, en todo, visto
claramente por los bienaventurados, es amado necesariamente por ellos.
Dios, contemplado en la divina tiniebla (92), arrebata a las almas que tienen
tal contemplación por la que perciben negativamente el Infinito.
Por la fe podemos saber que es dignísimo de nuestro amor y
entregarle totalmente el corazón.
El amor divino es el secreto de la felicidad y el secreto de la
perfección; pues, como dijo muy bien monseñor Gay, el día que
comprendamos que el camino de la perfección es el camino de la felicidad,
comenzaremos a ser santos.
Parece increíble que conociendo esto no se tome en serio y no se
haga del amor de Dios lo único de la vida.
Dios haga que estos ejercicios marquen una etapa definitiva de mi
vida y que, sin perder tontamente el tiempo, busque y persiga con seriedad
lo único necesario: el amor divino.
Es lo que Dios me pide, y yo tengo estrechísimo deber de dárselo, no
solamente porque es el Soberano, sino porque es el inmenso bienhechor
mío y el Amado de mi alma.
Recorrí mi vida y la encontré henchida de los beneficios singulares
de Dios y ¡cuántos ignoraré en la tierra! La gratitud me impele a
entregarme totalmente a su amor.
Si le he entregado mi corazón, ¿por qué no se lo entrego totalmente?
¿Por qué no ha de ser la única ocupación de mi vida hacer cada día más
intenso y perfecto mi amor?
Así podré también cumplir perfectamente mis deberes pastorales y
hacer a las almas todo el bien que debo, pues ya se lo dijo Jesús a San
Pedro: ¿Me amas más que éstos?... Apacienta mis corderos (Jn 21, 15). Y
92
Expresión del Areopagita con la cual no designa otra cosa que la
contemplación infusa. La llama así porque ese conocimiento de Dios tiene un carácter
negativo; el místico tiene una percepción cuasi experimental de que Dios está
infinitamente por encima de todo lo que ve y de todo lo que sabe; se da cuenta de la
trascendencia divina.
118
Santo Tomás enseña que la vida apostólica es la expansión de la vida
contemplativa.
***
Los caracteres del amor divino se expresan muy bien en el enunciado
del precepto de la caridad para con Dios: Amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas.
Con todo tu corazón. — El único amor que corresponde a la bondad
y excelencia de Dios es el amor infinito; ya que no podemos amarlo con
amor infinito, debemos amarlo con todo nuestro corazón, debemos darle
todo nuestro amor.
Este amor divino es en cierta manera el amor único de nuestro
corazón; pues sería contra el precepto un amor incompatible con el divino.
Pueden coexistir en nuestro corazón con el amor divino los afectos
legítimos, los que se pueden ordenar al amor de Dios; pero la perfección
del amor divino consiste en que todo lo que se ame se ame en Dios y por
Dios.
Con toda el alma. — Amar es dar, amar es darse; al amor divino
corresponde el don total de nuestro ser.
Si debemos dar todo nuestro ser, Dios puede disponer de él, no
solamente como Soberano de todo lo que existe, sino también por nuestra
amorosa donación.
Con todas tus fuerzas. — Toda nuestra actividad debe ser un
homenaje de amor a Dios: la actividad de todas nuestras facultades. Ya sea
que comáis, ya sea que bebáis, hacedlo todo por la gloria de Dios (1 Cor
10, 31).
¡De qué admirable manera el amor divino se enseñorea de todo
nuestro corazón, de todo nuestro ser y de toda nuestra vida!

24 de enero
Aunque están ya expresados en alguna forma en lo dicho
anteriormente, quise hacer una síntesis de los motivos del amor.
El primero y principal es ser Dios quien es: infinito en bondad, en
hermosura, en amor, en todo; motivo que en estos últimos días Él me lo ha
hecho ver con singular claridad.

119
El segundo es el amor que Dios me tiene: amor con amor se paga.
¿Cómo podrá pagarse un amor infinito y eterno, un amor por el que me
hizo Dios el don de Sí mismo anonadándose para revestirse de mi carne y
hacerse mi compañero, morir en medio de dolores y de ignominias para
pagar el precio de mi rescate, y realizar el prodigio de la Eucaristía para
hacerse mi alimento y perpetuar los beneficios de su Encarnación y de su
muerte?
El tercero es mi felicidad, mi única felicidad, mi felicidad perfecta,
una felicidad que supera a mis aspiraciones, porque es una participación de
su misma felicidad divina.
¿Cómo debe ser mi amor para corresponder a ese amor infinito?
¿Qué debo darle por lo que Él me da?
Veo en las primeras peticiones del Pater noster el programa de mi
amor: que tu nombre sea santificado —que venga a nosotros tu reino—,
que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo.
A Dios en sí mismo nada le podemos dar porque es infinito, pero
podemos darle lo que sigue:
1.º Complacernos en las infinitas perfecciones de Dios. Es una
forma finísima de amor complacerse en las perfecciones del Amado.
2.º Hacer que Dios sea conocido, amado y honrado; darle gloria.
3.º Trabajar por el reino de Dios, esto es hacer que lo divino sea
participado. Es otra forma de glorificar a Dios.
4.º Hacer su voluntad, aceptar su voluntad, complacerse en su
voluntad.
***
Esto me impresionó especialmente: amar es dar gusto al Amado.
Quien ama de veras y profundamente no tiene voluntad propia. Si el
amor nos pide el don de nosotros mismos, si nos damos, tenemos dueño;
ya no podemos disponer de nosotros.
San Francisco de Sales expresó este pensamiento con la figura de
aquella estatua que quería estar en tal lugar, porque allí la puso su dueño y
quería tener la mano levantada, porque su dueño se la levantó.
A cada momento podemos acatar la voluntad divina, darle gusto al
Amado y así convertir nuestra vida en amor.
Hacer la voluntad de Dios significa:

120
Cumplir sus preceptos, seguir su Consejos, aceptar sus disposiciones.
A cada instante podemos hacer esto.
***
Estudiando el amor divino, sus bellezas, sus caracteres, sus motivos,
sus manifestaciones, quise estudiar el pecado mortal: la negación plena del
amor.
Nunca había comprendido ni sentido como ahora la enorme malicia
del pecado mortal. Es una monstruosidad, es, en cierto modo, infinita —
¡ay!—, lo único infinito que podemos hacer.
¡Ofender a un ser infinito en todas sus perfecciones! ¡Ofender a quien
es nuestra felicidad y a quien, si lo viéramos, lo amaríamos
necesariamente! ¡Ofender a quien nos ha amado como sólo Dios sabe
amar! ¡Volver a crucificar a Jesús, según la expresión de San Pablo! (Cf.
Hebr 6, 6).
Nuestros pecados crucificaron a Jesús; sus dolores, sus ignominias,
las inefables penas de su Corazón, fueron causadas por nuestros pecados.
¡Cómo nos soporta!... ¡Cómo nos perdona!... ¡Cómo nos ama!

Día 25 de enero
Después de haber considerado ayer el pecado mortal, estudié hoy el
pecado venial. Es leve relativamente, comparado con el mortal; pero en sí
mismo es gravísimo, más grave que las penas del infierno abstraídas del
pecado mortal. Ni por sacar todos los condenados del infierno se puede
cometer un pecado venial.
Una ofensa de Dios sólo relativamente puede ser leve. Para el amor
no hay ofensa leve, sino en relación con otra.
¿Quién se atrevería, amando a Jesús, a clavar espinas en sus pies
cuando estaba crucificado?...
En seguida medité en la Pasión, porque en el Calvario se palpa el
amor de Dios y la malicia del pecado; en los dolores corporales de Jesús
—en sus ignominias increíbles—, en las penas íntimas de su Corazón.
Dos cosas se muestran de una manera inefable en la Pasión:
a) Lo que es el amor de Dios. Un Dios que muere por amor a sus
criaturas.

121
b) Lo que es el pecado. Un Dios que muere para reparar las ofensas
hechas a Dios por los pecados y redimir a los pecadores.
Y ese prodigio de amor y esa reparación se perpetúan
maravillosamente en la santa misa.
¿Cómo no amar a quien así nos ama? ¿Cómo ofender a quien murió
por redimirnos? ¿Cómo no amar sufriendo a quien sufriendo y muriendo
nos amó?
***
Los caminos del amor. — Son dos, el trato íntimo con la persona
amada y el combate contra el egoísmo.
Del trato nace el amor, dice un adagio, y el amor «en el cielo y en la
tierra tienen el mismo nombre, la misma ley, la misma esencia, los mismos
efectos».
Por referencias conocemos a una persona, a través de sus obras o de
sus palabras; por el trato nos acercamos a ella, a su alma, y como que
tocamos o vislumbramos su interior. Cuando ya hay amor, quien trata a la
persona amada la penetra mejor, porque el corazón tiene intuiciones que la
inteligencia ignora.
Esto que en el orden natural se realiza, más perfectamente se verifica
en el orden sobrenatural, sobre todo cuando intervienen los Dones del
Espíritu Santo.
La oración, como dice Santa Teresa, no es otra cosa que el trato
íntimo con Dios, la conversación amorosa con quien sabemos que nos
ama.
Por las ocupaciones y atenciones, me ha faltado oración. Uno de mis
propósitos será corregir este mal.
La oración debe tender a ser una mirada y un acto de amor
continuados.

Día 26 de enero
Aunque no lo he conseguido con la perfección que deseara, estos días
los he pasado con Jesús; y estar con Él es estar en el cielo. ¿No podría
hacer de mi vida un dulce paraíso a pesar de mis múltiples ocupaciones?

122
La vida puede y debe, en cierta medida, ser un trato íntimo con Dios,
no dejando las actividades de la vida apostólica, sino impregnándolas de
espíritu y convirtiendo la vida en oración.
Es, sin duda, lo que expresó un santo cuando, al dar un método de
vida a una religiosa, le marcó cada día veinticuatro horas de oración.
Tengo una fórmula para realizarlo: hacer todo por Jesús, con Jesús,
en Jesús.
Si se hace todo por amor, todo es amor, todo es trato íntimo con
Jesús.
Si todo se hace en compañía de Jesús todo es trato íntimo con Él; a la
manera que cuando algo se hace con una persona, haciéndolo se está
tratando con ella.
Constantemente estamos con Dios, puesto que Él está en nuestra
alma como en un templo.
Por la fe, por la esperanza y por la caridad, podemos estar siempre
con Jesús
Y si Él vive en nosotros y dirige e inspira nuestra vida, si todo lo
hacemos en Él, según su espíritu, bajo su inspiración, todo es oración.
¡Qué Dios me conceda vivir así!
***
Mas para que el amor crezca y llegue a su perfección hay que
desprender el corazón de todas las criaturas, según aquellas palabras de
Jesús: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, dalo a los pobres
y ven, y sígueme (Mt 29, 21).
En otros términos, hay que combatir el egoísmo, el único enemigo
del amor, pues los apegos a las criaturas vienen del amor a nosotros
mismos.
Para llegar a la unión con Dios, dice fray Margil de Jesús: Hay que
matar a DON YO, que es el peor bandido que se conoce.
En todos los santuarios que visité en Europa he pedido la muerte de
DON YO y he visto el auxilio de Dios para esto.
La primera forma de egoísmo es la soberbia, la más terrible de las
concupiscencias. Contra ella está la humildad, base de la vida espiritual
porque remueve el mayor obstáculo para la perfección, que es la soberbia,

123
y abre los tesoros de la gracia. Dios da la gracia a los humildes (Stgo 4, 6;
1 Pedro 5, 5).
En toda la vida de Jesús, desde la Encarnación hasta su muerte, está
el sello de la humildad.
Siempre he procurado trabajar en esta virtud. Últimamente me ha
dado Dios a conocer mi nada como nunca.
¡Que acabe de morir DON YO para unirme a Jesús!
La segunda forma de egoísmo es la concupiscencia de la carne.
Jesús nos muestra de manera elocuentísima su amor a la pureza,
porque escogió para Madre a la criatura más pura que existe, la Virgen de
las vírgenes: María; para padre putativo, a José, prodigio de pureza; para
discípulo predilecto, a Juan, el Apóstol virgen. Y quiere que sus sacerdotes
se distingan en esta virtud, puesto que la Iglesia nos impone una singular
obligación de continencia perfecta.
Nunca había visto con la claridad y profundidad de ahora la
imperiosa necesidad de que los sacerdotes seamos castos. En nuestras
manos vuelve a nacer en cierto modo Jesús cuando realizamos el prodigio
eucarístico. Nosotros inmolamos místicamente todos los días la Víctima
santa y ¡cuánta necesidad de ser puros tenemos los que debemos ser Jesús
para hacer la obra de Jesús en las almas para llevarlas a Dios!
Evitando escrúpulos, pero con exquisita solicitud, debo alejarme de
toda sombra de impureza en mi imaginación, en mis miradas y en mi trato
con las almas.

Día 27 de enero
La tercera forma de egoísmo es la concupiscencia de los ojos, la más
baja, en cierto sentido, de las tres concupiscencias.
Tomaré mis precauciones para no apegarme en lo mínimo al dinero
que, por deber o por caridad, debe pasar por mis manos. Procuraré también
ordenar en lo posible mis limosnas (93).

93
Santamente desordenado era monseñor en sus limosnas: daba sin medida.
¡Cuántas veces llegó a faltar en su casa para el gasto diario! Llegué a presenciar las
reprensiones (?) de una tía, que era ama de casa, por este motivo. Monseñor oía todo
sin inmutarse, sin contestar una palabra; pero... seguía haciendo lo mismo. Cuando
murió se descubrió cuántas familias recibían de él una mensualidad.
124
Medité después en el sacrificio que es indispensable para toda virtud
y que de manera especial es preparativo del amor, compañero del amor y
magnífica manifestación del amor.
Por su unión íntima con el amor, en el sacrificio se encuentra la
perfecta alegría. Y por eso también dijo Santa Teresa del Niño Jesús: Yo
encontré en la tierra la felicidad y la alegría, pero solamente en el dolor.
Consecuencia divinamente lógica del amor de Dios es el amor del
prójimo. Como todos formamos parte del Cuerpo místico de Jesús,
debemos amarnos los unos a los otros. Con razón dijo Jesús: Lo que
hiciereis a alguno de mis hermanitos me lo hacéis a Mí (Mt 25, 40).
El amor del prójimo hace que podamos corresponder a los dones de
Dios con los dones que le hacemos al prójimo.
La caridad hace al prójimo toda clase de dones: limosna, consuelo,
instrucción, consejo, etc.; pero su don específico es el que se refiere al bien
espiritual de las almas. El celo por ellas es la mejor manifestación de la
caridad.
Pienso que, después de la gloria esencial, uno de los gozos más
grandes de Jesús, es sentir que todas las almas bienaventuradas son felices
eternamente por Él. Nosotros podemos participar de ese gozo
contribuyendo al bien espiritual de las almas. ¿Qué cosa mejor que
contribuir para que un alma sea feliz eternamente?
Para nosotros el celo por la salvación de las almas es nuestra virtud
específica por decirlo así. Enseña Santo Tomás que el obispo llega a la
perfección por la caridad fraterna.

Día 28 de enero
La prudencia es virtud pastoral por excelencia. ¡Con qué esmero
debo cultivarla! Para esto debe evitarse la precipitación y la morosidad;
conviene examinar cuidadosamente los asuntos bajo todos los aspectos,
estudiar y consultar lo que sea necesario.
Para la prudencia es preciso no dejarse llevar por ningún afecto
desordenado.
A la prudencia compete encontrar el justo medio entre la energía y la
suavidad. Dicen que a todo digo que sí: creo que de ordinario lo hago por

125
caridad. Conviene, sin embargo, cuidar que se concilie la caridad con la
energía y la prudencia (94).
Para el buen despacho de los asuntos necesito poner orden perfecto
en mis cartas y papeles. Debo tener una perfecta armonía con mis
colaboradores: excelentísimo señor vicario general, secretario y demás
empleados de la Curia. También un contacto mayor con los sacerdotes,
especialmente con los párrocos.
Debo estudiar lo que puede y debe hacerse para el bien de los
sacerdotes.
Quizá convenga que aunque el excelentísimo señor vicario general
tenga el encargo de practicar la visita pastoral, también me dedique yo a
ella, ya que no tengo el encargo de la Delegación apostólica.
Le encargué muy especialmente a Jesús que me ayude en el gobierno
de la diócesis.

Día 29 de enero
Hice un resumen de mis Ejercicios.
Vi con grande claridad que el amor divino contiene el secreto de la
perfección y de la felicidad. Cuántas veces pasa que, viendo claramente
cómo podemos llegar a la perfección y a la felicidad, seguimos en la
mediocridad por no hacer los esfuerzos debidos.
No quiero que ahora pase tal cosa.

94
En estas cuantas líneas monseñor resume todo lo indispensable para el ejercicio
de la autoridad.
El mismo monseñor decía con gracia: Dicen que tengo el defecto de decir
siempre «sí». Es cierto; y lo peor es que no pienso corregirme.»
Su condescendencia, que a las veces rayaba en heroica, era fruto de su caridad.
Aceptaba todas las invitaciones: a predicar, a celebrar, a administrar los sacramentos
(«Pareces cura de pueblo», le decía su tía), a bendecir casa, negociaciones, etc. Así
vinieran las invitaciones de la aristocracia o de las últimas clases sociales. En una
ocasión lo invitó a cenar una persona pobre y que vivía en un barrio muy apartado.
Para llegar hasta allá, monseñor tomó un taxi. Al terminar la cena quien lo había
invitado insistió en acompañarle hasta su casa. Monseñor se vio entonces
imposibilitado para tomar de nuevo un taxi; porque o era comprometer a la otra per-
sona a pagarlo o era lastimarlo pagándolo monseñor mismo. Tomaron, pues, un
tranvía, y otro, hasta llegar a la casa de monseñor después de la medianoche...
Cualquiera diría que perdía su tiempo, tan precioso. De ninguna manera; con esta
caridad exquisita se ganó todas las voluntades para acercarlas a Dios.
126
Acudí a Dios por intercesión de mis santos protectores para que me
ayuden a hacer los propósitos eficaces para que entre ahora por el camino
debido para alcanzar la felicidad y la perfección.
1.º Haré diariamente una hora de oración. Por ahora la haré en la
noche, y, según el resultado, continuaré así o la dividiré en dos medias
horas.
2.º Procuraré vivir unido a Jesús constantemente, haciéndolo todo
por Él, con Él, en Él.
3.º Haré mi examen particular sobre dar gusto en todo a Jesús,
haciendo y aceptando su voluntad.
4.º Procuraré no hablar bien de mí mismo, sino cuando fuere
preciso. Y procuraré en mis pensamientos y miradas alejarme de toda
sombra de impureza.
5.º Procuraré dejar dos tardes cada semana sin recibir personas
para atender negocios y papeles.
6.º Haré cuanto antes el arreglo del escritorio.
7.º Haré un programa para el buen gobierno de la diócesis.
8.º Asistiré los más días que pueda al acuerdo.
9.º Haré cada mes a lo menos medio día de retiro.
Hechos estos propósitos, los ofrecí a Jesús para que los confirme y
me ayude a cumplirlos.
***
Para terminar mis Ejercicios, medité en estas palabras que Jesús dijo
a sus Apóstoles y que me parecen adecuadísimas para fin de Ejercicios:
Como mi Padre me ha amado, así os amo a vosotros: permaneced en
mi amor (Jn 15, 9).
¡Qué amor el del Padre a Jesús! ¡Qué amor el de Jesús a nosotros!
Pues si así somos amados, permanezcamos en su amor cumpliendo
en todo su voluntad.
29 de enero de 1950, fiesta de San Francisco de Sales.

127
XI. — Ejercicios del 25 de Diciembre de 1951 al 1.º de enero
de 1952

IN NOMINE DOMINI

En la Octava de Navidad de 1951


Después de entregarme de todo corazón a Jesús y de invocar a mis
santos Patronos consideré —como siempre— que estos días son días de
Jesús; como si la Santísima Virgen y San José me hubieran permitido pa-
sarlos en Belén o en Nazaret, muy cerca de Jesús, o hubiera asistido a
aquel misterioso retiro de Jesús con los Apóstoles cuando les dijo: Venid,
lejos de la multitud, a descansar un poco (Mc 6, 31).
En verdad, vivo cerca de Jesús, porque lo tengo en el Sagrario; pero
ahora, libre de ocupaciones y de preocupaciones, estaré en íntima
comunicación con Él. Y Él se comunicará conmigo sin ruido de palabras,
como dice Santa Teresita.
Atención íntima, amorosa y, en cuanto sea posible, constante;
empeño en ponerme en armonía con Él; generosidad para todo lo que me
pida: son mis propósitos.
Apenas me pongo en contacto con Jesús y lo adoro, me embarga el
amor...
Su amor es mi felicidad, mi única felicidad, ya que Él, al elevarme al
orden sobrenatural, quiso participarme de su propia felicidad, esto es,
conocerlo y amarlo, y para ello me dio una participación de su naturaleza
divina, de la que brotan como principios inefables de actividad, las
virtudes y los dones del Espíritu Santo, regidos por la caridad, reina de las
virtudes (95).

95
La felicidad de Dios consiste en conocerse y en amarse. Nos la participa
haciendo que —por las virtudes teologales y los dones contemplativos— lo
conozcamos y lo amemos como Él se conoce y se ama. Ahora, con los velos de la fe
y las imperfecciones de la caridad de la tierra; pero en el cielo, con la luz de la gloria
y el amor beatífico.
128
Debo amar a Dios, porque es mi única felicidad y porque me crió, me
redimió y me enriqueció con sus dones para que lo amara. Amándolo hago
su voluntad.
¡Cuántos esfuerzos divinos ha hecho para que lo ame! ¡Mis padres,
mis educadores, las almas de elección que ha unido a la mía y los torrentes
de gracia con que ha enriquecido mi alma durante la vida, me habrían
hecho santo si hubiera cooperado a sus dones! ¡Oh! ¡Que al menos en los
últimos días de mi vida me aproveche de sus dones y me santifique! ¡Dios
lo quiera!

Motivos para amarlo


Es digno de amor infinito, porque es infinito en hermosura, en
bondad, en amor..., en todo. Si lo conociera tal como es lo amaría
necesariamente.
Por la fe y por las luces que he recibido sé que es digno de amor
infinito: es preciso, por lo menos, que le entregue todo el corazón.
Su amor inefable es otro motivo poderosísimo para amarle.
Por mi amor, el Verbo se hizo carne. ¡Qué maravilla! Recorriendo la
distancia infinita que hay entre el Creador y la criatura, se hizo como
nosotros, como yo; tomó nuestra naturaleza, vivió nuestra vida, habló
nuestro lenguaje, sintió nuestros dolores, lloró nuestras lágrimas...
Por mi amor pasó por la tierra haciendo el bien...
Por mi amor murió en la cruz en medio de dolores e ignominias sin
nombre...
Por mi amor se quedó en la Sagrada Eucaristía para ser mi
compañero y mi alimento, y para renovar en mis manos el sacrificio del
Calvario.
De manera especial ha llenado mi vida de gracias singulares; muchas
las veo, otras las vislumbro.
¡Señor! Concédeme que ahora sí te ame de veras, que mi vida sea tu
amor. Así lo siento y así lo quiero, mi vida debe ser el amor de Dios.
Muchas veces en mi vida he llegado a conclusiones como ésta, y ante
los obstáculos y sacrificios, han fracasado.
Formo ahora esa resolución, dispuesto a pasar por todos los
obstáculos y sacrificios.

129
Pero, ¿qué soy yo? En Dios pongo toda mi confianza. María y mis
Patronos me ayuden.

Caracteres del amor divino


El amor de Dios debe ser total. Total, porque debemos amarlo con
todo el corazón, es decir, con un amor en cierto sentido único, que excluya
todos los afectos que con él no se armonicen. Cuando sean compatibles
con el amor de Dios le deben estar subordinados. Y cuando se llega a la
perfección en el amor de Dios, todos los demás afectos son una
prolongación de él.
Total por el corazón, debe serlo también por el don de nosotros
mismos. Santo Tomás enseña que amar a Dios con toda el alma significa
amarlo con todo nuestro ser; aunque la Escritura expresa solamente el
alma, por ser la parte principal a la que todo debe sujetarse en el hombre.
Debemos, pues, amar a Dios cuanto pueda nuestro corazón, y el don
de ese amor debe ser todo cuanto tenemos.
A estas dos tonalidades se ha de añadir la totalidad de nuestra
actividad. Esta totalidad es el complemento natural y lógico de la segunda
y expresa que debemos amarlo siempre; porque si debemos amarlo con
todas nuestras fuerzas, éste debe tener la continuidad de nuestra vida y la
continuidad de nuestra eternidad.
El amor de Dios debe ser, pues, único, total, constante.

Programa del amor


Son funciones del amor de Dios:
Complacernos en las perfecciones divinas, complacernos íntima y
profundamente en que Dios sea infinito en todas sus perfecciones.
Conocer a Dios cuanto podamos, amarlo cuanto alcance nuestro
corazón y complacernos en que sea lo que es. Tal es el primer punto de
este divino programa.
El segundo es la gloria de Dios, esto es, que Él sea conocido y
amado. Quien ama a Dios busca su gloria. Toda nuestra vida no debe tener
otro objeto que glorificar a Dios.
Consecuencia lógica de este segundo punto es trabajar cuanto
podamos y nos corresponda para que Dios reine en las almas y en el
mundo entero.
130
El amor sacerdotal, y más aún el amor episcopal, exigen un trabajo
sin tregua en la salvación y santificación de las almas.
Finalmente, el amor impele a dar gusto al Amado. Quien ama a Dios
debe darle gusto en todo, haciendo su voluntad.
De manera especial me propongo tomar este punto como uno de mi
programa espiritual: convertir toda mi vida en amor, procurando en cada
momento dar gusto a mi Amado, aceptando plena y amorosamente su
voluntad.

Caminos del amor


La oración es el primero. Cada día veo esto con mayor caridad y cada
día comprendo mejor que por mis ocupaciones me falta más tiempo de
oración (96).
Este problema me ha entretenido en estos Ejercicios.
Después de mucho pensar y pedir, no encontré otro medio más
práctico que el que en otros Ejercicios he encontrado: hacer una hora de
oración en la noche, y para esto terminar todo a las once y media. Ahora
quiero practicarlo más cuidadosamente.
Para realizarlo necesito haber terminado en el día el rezo del Oficio,
y para esto me vuelvo a proponer no comenzar mis otras ocupaciones sino
a las cinco de la tarde y aprovechar los viajes para rezar, como de ordinario
lo practico.
Haré dos retiros de medio día cada mes. En ellos veré si he podido
tener la hora de oración cada día, y si no, dividirla en dos medias horas:
una en la noche y la otra en el día, probablemente antes de las ocupaciones
de la tarde o antes de la misa.
El segundo camino del amor es el combate contra el egoísmo. Dejar
de amar a Dios como es debido por amarnos a nosotros mismos es una
necedad y una ingratitud, ambas sin nombre.
Es una necedad porque es dejar de amar al Infinito por amar la nada.
Parece increíble, pero, desgraciadamente, es un hecho.
96
Nótese que monseñor no dice que le falta oración, sino tiempos especiales
dedicados a la oración. Su vida era una vida de oración: el trabajo, los ministerios, las
penas, las visitas importunas, hasta las fiestas a que se veía precisado a asistir, todo lo
llevaba a Dios, todo lo hacía para darle gusto, todo lo convertía en oración. No se
atenía, sin embargo, a esto; y toda su vida luchó por salvar el tiempo destinado
especialmente a la oración, aun cuando fuera a la medianoche.
131
También es una necedad, porque amarse a sí mismo no es amar su
propio bien: nuestro único bien es Dios, es su amor, por el que lo
poseemos.
Es una ingratitud, porque Dios me ha amado de una manera inefable;
lo he palpado en estos días. Pues bien: si amor con amar se paga, ¿no es
una increíble ingratitud dejar de amarlo como debo por amarme
tontamente?
Para conocer la forma principal de mi egoísmo medité sobre la
humildad, el sacrificio y el desprendimiento.
Me costó trabajo por dos razones: porque siempre es difícil
conocernos a nosotros mismos y porque, gracias a Dios, no he tenido faltas
claras que me revelen esa forma (97).
Con la ayuda de Dios, he visto que esa forma es la soberbia. Busco
quedar bien, aunque sea en forma fina y solapada. Me apoyo en mi cuando
no debía apoyarme más que en Dios, como lo expresé en mi lema: Cum
infirmor tunc potens sum. Mi debilidad es mi fuerza. Mi fortaleza está en
mi humildad.
No buscándome a mí mismo encontraré a Dios, que es mi único bien.
No apoyándome en mí mismo me apoyaré en Dios, en quien todo lo
puedo.
Apoyándome únicamente en Dios y buscándolo únicamente a Él
procuraré evitar también que en el camino del apoyo al término me busque
a mí mismo, aunque sea de manera secundaria.
Gracias a Dios, no encontré algo notable al meditar en el sacrificio y
en el desprendimiento. Conviene hacer algún sacrificio corporal y cuidar
de no apegarme a los bienes de este mundo, aunque cuide de ellos con pru-
dencia.

El amor al prójimo
La caridad para con el prójimo, dice Santo Tomás, es elemento
esencial, aunque secundario, de la perfección.

97
Monseñor trata de penetrar en su alma con sinceridad, con lealtad, pero, al
mismo tiempo, sin salirse de la verdad. Por eso confiesa que no puede precisar la
forma en que él tenga el egoísmo: no encuentra faltas que se lo manifiesten. Si habla
de soberbia, no se trata de faltas, sino de inclinaciones, tendencias, que siempre se
esforzó en reprimir.
132
Por la unión íntima que tenemos con Jesús como miembros de su
Cuerpo místico —y, por tanto, participes de lo divino—, hay un enlace
íntimo entre la caridad para con Dios y la caridad para con el prójimo. De
manera que lo que hacemos al prójimo se lo hacemos a Dios mismo.
¡Qué satisfactorio es poder pagar a Jesús en el prójimo, aunque sea
en pequeño, lo que Él hace por nosotros!
El amor del prójimo completa maravillosamente el amor de Dios.
Pero si es precioso que cuanto hacemos al prójimo lo hacemos a
Jesús, lo más precioso de la caridad es hacer a las almas el bien espiritual.
El celo por la salvación de las almas es deber esencial de todo
cristiano, pero especialmente del sacerdote y del obispo.
De manera especial me hizo Jesús sentir esta verdad, más que por
razonamientos, por su íntima comunicación. Para cumplir mi deber de
obispo debo amar singularmente a Jesús.
¡Cuántas deficiencias he encontrado en mi acción episcopal! El
cúmulo de ocupaciones, unas precisas, las otras seguramente acogidas
imprudentemente, por condescendencia más o menos conveniente, me han
impedido atender mejor mi diócesis (98).
Necesito trabajar con mayor empeño en la santificación del clero e
impulsar las obras y movimientos de carácter general.
Necesito, como ya he comenzado a hacerlo, organizar mis principales
colaboradores en el gobierno de la diócesis.
Necesito disponer lo conveniente para que los documentos y cartas
interesantes estén clasificados, ordenados y colocados de manera que sea
fácil encontrarlos.
Dios me ayude para evitar estas deficiencias. Necesito arreglos
preciosos, que deberé examinar y mejorar en los retiros.
Medité los diversos aspectos de la vida apostólica. ¡Cuántas gracias
para el alma que la practica! ¡Cuántos bienes se hacen con ella a las almas!
¡Cómo se da gloria a Dios y se le muestra el amor!
Antes de formar mis propósitos medité en el amor de Dios: lo amé y
me uní íntimamente con Él. Para conservar ese tesoro del amor de Dios y
de mi unión con Él, para acrecentar ese tesoro y complacer más y más a
Nuestro Señor, hice mis propósitos.

98
Confunde la humildad de monseñor: después de matarse literalmente en el
servicio de su diócesis, ¡todavía se lamenta de no hacer todo lo que debía!
133
Propósitos
1.º Procuraré hacer diariamente una hora de oración por la noche;
para lo cual terminaré toda otra ocupación a las once y media y rezaré el
Oficio divino en el coche y antes de las ocupaciones de la tarde.
2.º Si prácticamente no puedo realizar lo anterior, dividiré en dos
medias horas la oración: una antes de las ocupaciones de la tarde, otra en
la noche.
3.º Tendré cada mes dos medios días de retiro, o al menos un
medio día. En estos retiros examinaré cómo he cumplido estos propósitos,
y si fuera preciso reglamentaré la oración en la forma indicada al fin del
anterior.
4.º Tanto para procurar la oración constante de todas las horas
como para convertir la vida en amor, procuraré hacer en todo la voluntad
divina y darle en todo gusto al Amado de mi corazón
5.º Para esto tendré la intención habitual y la actualizaré al
principio de cada obra y cuantas veces pueda.
6.º Llevaré examen particular acerca de este punto: no buscarme a
mí mismo. En todo procuraré conservarme en humildad (99).
7.º En el gobierno de la diócesis procuraré:
a) faltar lo menos posible a los acuerdos;
b) sin quitar la libertad a mis colaboradores, procuraré influir en el
gobierno general de la diócesis;
c) procuraré promover las empresas de carácter general,
especialmente la santificación del clero, el mejoramiento de las costumbres
entre los seglares y reglamentaré la cooperación pecuniaria de los seglares
en las obras de la Iglesia.
8.º Me empeñaré en cumplir de la mejor manera posible mi cargo
de director pontificio de la Acción Católica, celebrando juntas y dando
disposiciones oportunas.
9.º De manera cuidadosa ordenaré y guardaré en forma
conveniente los documentos y cartas importantes.

99
Es notable, en fin, que desde los primeros Ejercicios espirituales hasta los
últimos, pocos días antes de morir, insiste siempre, siempre, en la humildad... ¡Cómo
no había de llegar a las cumbres de la unión divina si toda su vida se esforzó en
fundarse en una humildad profundísima!
134
10.º Reglamentaré mi tiempo, dejando libre lo que sea menester
para atender los asuntos oficiales.
Terminaré, como siempre, considerando estas palabras de Jesús:
Como mi Padre me ha amado, así yo os amo: permaneced en mi amor.
Quiero que mi vida sea toda amor, sólo amor...

135
XII. — Conclusión

Después de estos apuntes ya sólo tenemos los de 1954, del 7 al 13 de


enero. No los reproducimos, porque, aunque con variantes accidentales, en
el fondo reproducen las mismas ideas.
Pero es muy conveniente aquí hacer algunas observaciones sobre el
conjunto de todos los apuntes de Ejercicios espirituales de monseñor.
***
1.º Tienen una notable unidad. La idea central es siempre la misma:
el amor. Lo considera en sus diversos aspectos, lo estudia en sus diferentes
modalidades; pero siempre sus Ejercicios tienen el mismo fin: CRECER
MÁS Y MÁS EN EL AMOR A JESÚS.
Desde 1914 hasta su muerte, en 1956, no tuvo otra preocupación ni
otro anhelo, ni sus esfuerzos otra meta, ni sus propósitos otro fin: ¡Amar!
2.º Para conseguirlo, seguía un camino muy lógico. Lo cual nos lleva
a exponer el plan general de sus Ejercicios. De una manera más o menos
explícita, tenía los siguientes puntos:

a) Los caracteres del Amor divino:


El amor divino es absoluto. Todo amor humano es relativo; pero el
divino reúne en sí todos los matices dispersos en los afectos humanos: es
paternal, maternal, nupcial, fraternal, filial, de amistad... Es ¡TODO!
Satisface, por tanto, todas las aspiraciones del alma: es PLENITUD.
Es total; nos ama con todo su Corazón, nos ama con un amor infinito.
Es generoso, nos da todo y se nos da a Sí mismo: como compañero,
en la Encarnación; como alimento, en la Eucaristía; como rescate, en la
Cruz; como premio, en la gloria.
Es desinteresado. Nada podemos darle que Él no lo tenga y que no
hayamos recibido de Él.

136
Es gratuito. No podemos merecer un amor que nos precedió
eternamente.
Es eterno e inmutable. Nuestras miserias no lo cansan; nuestras
ingratitudes no lo desalientan. Como sus dones, su gran don, su Amor, es
sin retractación posible.
Tiene una seguridad plenísima; una constancia divina; una ternura
conmovedora; un descanso inefable....
Es, en fin, único. Imposible que haya otro amor que tenga esos
caracteres.

b) Los motivos para amar a Dios:


Porque su amor es la felicidad, la única felicidad. En el amor a Jesús
encontramos el éxtasis y la plenitud, las dos condiciones de la dicha. Y
estas dos cosas se funden en la unión.
Por sus perfecciones infinitas: bondad, hermosura, sabiduría,
misericordia, amor...
Por el amor inefable con que nos ama. Porque nos ama se hizo
hombre, vivió nuestra vida, sintió nuestros dolores, lloró nuestras
lágrimas..., pasó por la tierra haciendo el bien..., murió en la Cruz..., se
quedó en la Eucaristía..., nos colma de gracias, unas que conocemos, otras
—la mayor parte— que sólo en el cielo lograremos descubrir...
Porque en su amor está la perfección, la santidad.
Sobre todo, porque es Dios..., por ser quien es.

c) Los obstáculos para amar a Dios:


El pecado. El pecado mortal, la negación plena del amor, una
monstruosidad en cierto modo Infinita. El pecado venial, que sólo es leve
relativamente; en sí mismo es un mal gravísimo.
El egoísmo. Después del pecado, es el gran obstáculo para el amor.
Es, además, muy sutil y muy difícil de descubrir, pues pretende Justificarse
con motivos muy plausibles, al parecer. Por eso hay que luchar contra él
toda la vida.

d) Los caracteres del amor a Dios:

137
Debe ser total, debemos darle todo nuestro ser y toda nuestra
actividad.
Constante, debemos amarlo siempre, en el consuelo y en el
desamparo, en la tentación y en la tranquilidad, en el éxito y en los
fracasos... La constancia no es más que la totalidad en el tiempo.
Único, porque debemos excluir todo afecto que no se le subordine, o
que no sea una redundancia del amor a Dios.
Todo lo cual está contenido en la fórmula del precepto de la caridad:
Amarás a Dios con todo tu corazón —amor único—, con toda tu alma —
amor total—, con todas tus fuerzas —amor constante.
En especial, el amor de monseñor a Jesús —por razón de las gracias
especiales que ha recibido—, debe ser desinteresado, tierno, solícito, a
imitación del amor de María y de José.
En fin, debe ser un consuelo para Jesús.

e) El programa del amor a Dios:


Glorificar al Amado.
Darle gusto, complacerlo, haciendo su voluntad, salvando almas.
Todo lo cual se contiene en la primera parte del Padrenuestro.

f) Los caminos del amor a Dios:


La ORACIÓN, porque del trato íntimo con Dios nace el amor.
El SACRIFICIO, que purifica, asemeja a Jesús, nos une a Él y salva las
almas.
El DESPRENDIMIENTO, que hace el vacío para que lo llene Jesús.
La CONFIANZA HEROICA, o sea creer en que Jesús nos ama, no sólo a
pesar de nuestras miserias, sino en cierto sentido a causa de ellas mismas.
Pero nada de esto puede conseguirse sino en la medida en que se
crezca en la humildad.

g) El amor a Dios es inseparable del amor al prójimo:


No son dos virtudes, sino una misma. Y aquí examina monseñor sus
deberes sacerdotales y sobre todo episcopales.

138
3.º Es muy de notarse que la vida espiritual de monseñor se movía
con mucha frecuencia, sobre todo en el tiempo de Ejercicios, en las alturas
de la Mística. Todas las consideraciones anteriores, más que fruto de racio-
cinios y especulaciones, eran luces de contemplación, conocimientos cuasi
experimentales, como él mismo lo afirma con rara sencillez.
Por eso hay tantas repeticiones en sus Ejercicios; una verdad que ya
había considerado la vuelve a presentar como nueva. Para él, lo era, en
realidad, por la nueva luz con que Dios se la iluminaba.
A pesar de todo eso, monseñor no descuidaba un momento la
Ascética. Por eso desciende a detalles tan minuciosos, como reglamentos,
horarios, materia de examen particular, modestia, cuidado en no hablar de
sí mismo, orden en sus papeles, pormenores en el gobierno de la diócesis,
etc. Y esto con una insistencia, una perseverancia, una tenacidad, que rara
vez se encuentran.
Sin atenerse a las gracias especiales que Dios le concedió, trabajó en
su santificación con los medios ordinarios, sin descanso, hasta su muerte.
Fue el siervo bueno y fiel, a quien, cuando Dios vino, lo encontró
vigilante.
De sus últimos Ejercicios —de fines de diciembre de 1955 a
principios de enero de 1956, pocos días antes de su muerte— ya no
tenemos apuntes. Había perdido casi completamente la vista... Sus ojos se
cerraban a las miserias de esta vida para abrirse, muy grandes, a los
fulgores de la eternidad...
Sin alardes, sin poses, se envolvió en el silencio de su larga agonía de
más de setenta y dos horas para hundirse al fin en el océano infinito del
amor...

139

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