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Crimen y autocastigo

De insólita debería ser calificada la costumbre generalizada de atribuir a la


“naturaleza” el rol punitivo que se traduce en “castigar” a los seres humanos,
mediante avalanchas, terremotos, pestes, huracanes y demás desastres
telúricos, en aras de los excesos cometidos por las generaciones humanas a
lo largo de su historia. La voracidad insaciable del capitalismo salvaje en
nuestro tiempo, constituye el ejemplo mayor de un interminable recuento de
abusos y depredaciones efectuados en la casi totalidad de los nichos
explotables del mundo: bosques incendiados, especies exterminadas,
patologías advenedizas, humedales convertidos en desiertos, mares
envenenados, atmósferas polucionadas, minas trasformadas en estériles
socavones, etcétera, sin entrar a detallar aquí las guerras de rapiña (tanto las
mundiales como las locales, de liberación o de opresión, geopolíticas o
económico - religiosas e ideológicas) que tanto daño, luto, miseria y desolación
han sembrado por doquier en la rotundez del planeta .

Sin embargo, reconocer que los seres humanos son los principales
depredadores de su hábitat no justifica suponer que la “naturaleza” de la que
formamos parte cardinal, está dotada de voluntad e inteligencia, para juzgar
los comportamientos humanos, así como de facultades o superpoderes para
convocar a unas fuerzas físicas del cosmos dispuestas a organizarse en son de
guerra al primer llamado de “mamá natura”.

73.

Mamá natura castigadora

Por otra parte, es un argumento lamentable, para decir lo menos el que se


fundamenta en comparar el duelo bíblico de David y Goliat con las arremetidas
de los micro-organismos de la pandemia que ataca sin cuartel y por todos los
flancos al desprevenido y desalmado sistema capitalista. Se trata de un uso
ilegítimo de la abstracción y particularmente la tendencia a tomar las
abstracciones como realidades concretas. William James se ocupó de este
error en The meaning of Truth así como también lo hizo Alfred Whitehead,
quien lo denominó “falacia de concreción fuera de lugar”. Otro desacierto de
quienes alegan de la peculiar manera aquí impugnada (que debería atribuirse
a la falta de información en materia lógica y retórica), consiste en la comisión
de la falacia denominada “patética” llamada también “antropopatismo”, que
es la atribución de rasgos o características humanas a entidades o fenómenos
que carecen de ellas.

Pero hay más, han osado sacar conclusiones categóricas bajo la égida de
premisas insuficientes, como que de la máxima aristotélica “todos los hombres
desean por naturaleza saber”, provienen los más indeseables e injustos
modelos de explotación del hombre por el hombre incluyendo la esclavitud en
sus formas más crudas y sutiles. Me parece un horror inaceptable traicionar el
límpido registro moral e intelectual del inventor y creador de la lógica formal
por medio de una inferencia antilogística (injustificada cualesquiera fueren sus
autores) que avergonzaría al menos dotado de los aprendices de lógica
elemental. El divino Platón no se ha salvado de esta andanada de
imprecisiones y barbarismos lógicos y epistemológicos. Según parece la
pandemia ha producido estragos en las entendederas de quienes se atreven a
aseverar, sin justificación histórica ni sociológica alguna, que
“el capitalismo hizo de la caverna de Platón la más burda descripción de
nuestra vida social.”

74.

Hermenéutica fallida

Sería por demás interesante conocer el método hermenéutico que ha


prohijado de tan extraña manera las lecturas de Aristóteles y Platón. Parece
que a fuer de no tener algo inteligente que decir, se hubiesen amparado en la
ignominia de una falsa, perversa y desbocada erudición. Es sin embargo cierto
todo lo que dicen de la sociedad capitalista con todos sus vicios, abusos y
monstruosidades. Pero¿ porqué encargar a la naturaleza, a dios, a los filósofos
antiguos, a las catástrofes y pandemias ,la tarea de castigar lo que es nuestra
inocultable culpa tanto individual como social?

Sin duda, cualquier fulano con tres dedos de frente, convocado a reflexionar
acerca del argumento de “mamá natura castigadora”, estaría dispuesto a
conceder que se trata de una manera de hablar, una metáfora de retaliación,
o a lo mejor un modo de imaginar el castigo que merece el injusto infractor.
De esta manera, sería conveniente consultar a los mejores antropólogos,
arqueólogos y paleo-historiadores del mundo, para que nos ilustren acerca de
los comportamientos y creencias animistas, profesados por ancestrales
comunidades paleolíticas, que entendían los fenómenos del entorno como
resultado de fuerzas movidas por ánimas o espíritus invisibles.

Una característica del argumento de “mamá natura castigadora” es que se ha


vuelto popular hasta el punto de acogerlo el pueblo y hasta ciertas élites, como
una especie de versión causal aceptada sin mayores explicaciones. Rival o
complemento del argumento antedicho es la versión del castigo divino, que la
Biblia, el Corán, la Torá y demás libros sagrados se han encargado de difundir
para atolondrar mentalmente a los creyentes e infundirles el terror disfrazado
de cura o de pastor con peluche de oveja.

75.
El castigo cósmico.

La ciencia y la razón lógica nos proporcionan la respuesta más sensata al


misológico problema del castigo que debería sufrir (y que en efecto sufre) el
homo “ depredatoris” por sus legendarios y actuales daños al hábitat terrestre.
Basta con examinar el iter criminis de la acción depredadora y codiciosa para
caer en la cuenta que se trata de una relación de causalidad con retro-efecto
a posteriori o una acción o conjunto de acciones que generan o suelen generar
efectos dañinos inmediatos para los sujetos y sociedades que las han originado
en previa instancia. Puesto que el mundo es una amalgama de sucesos
interactuantes e intra-dependientes, los efectos adversos de las
depredaciones no son en ocasiones perceptibles a primera vista para el
hombre sencillo, aunque sí lo sean para el ojo avizor de los especialistas en su
campo de acción particular y, en cierto modo, para el hombre culto en general.

De ahí el título de este acápite: ”Crimen y autocastigo”, pues son los mismos
efectos de la acción depredadora (cuando tal es el caso y no se trata de los
fenómenos telúricos en su desenvolvimiento natural) los causantes de buen
número de desastres “apocalípticos”. En otras palabras, el homo depredador
actúa en tanto que especie como lo hace en cuanto que espécimen cuando es
víctima del alcohol, el tabaquismo y las drogas narcóticas, o sea, deteriorando
la calidad de su vida hasta alcanzar un final tan estúpidamente
desesperanzado como inevitable. Y no se necesita ser un burgués capitalista
para atentar contra la salud del planeta y la suya propia. Hay, además,
demasiados seguidores de las causas perdidas, demasiadas amargadas viudas
de Marx y demasiados, campeones de la hipocrecía populista, que viven como
parásitos de las ventajas que brinda la sociedad burguesa mientras hablan
pestes de ella para impresionar incautos o sacar el mejor partido.

76.
Los irracionalismos del pasado.

Existen, pese a todo, ecos de irracionalismos pasados que se niegan a


desaparecer. En primer lugar, las creencias religiosas que trasladan los castigos
de natura al castigo celestial. Son innumerables los fenómenos telúricos, las
pestes, las guerras y las hambrunas que la crueldad religiosa atribuye a Dios
como castigo por las transgresiones de los hombres a las leyes y mandatos
divinos. En segundo lugar los empecinados defensores del populismo a
ultranza y del socialismo de todos los pelambres (ya fenecido pero insepulto)
que se regocijan en la estúpida fantasía de la desaparición improrrogable del
neoliberalismo y colocan a la manera de un inimaginable Cid Campeador” a un
diminuto pero heroico ente infinitesimal que se ha filtrado hasta el corazón del
capitalismo, para darle una muerte tan virtual como perentoria. ¿se lo creerán
ellos mismos?. Hay tontos de capirote. (N.B. C☺)

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