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UN ESTUDIO DEL SUICIDIO BUSCA LAS

RAICES DEL SUICIDIO


El suicidio es un rompecabezas. Menos del 10% de las personas con depresión intentan suicidarse,
y cerca del 10% de los que toman sus propias vidas nunca fueron diagnosticados con alguna
condición de salud mental.

Ahora, un estudio está tratando de determinar qué sucede en el cerebro cuando una persona
intenta suicidarse y qué es lo que distingue a estas personas del resto. Los resultados podrían
ayudar a los investigadores a entender si el suicidio es impulsado por algún aspecto de la biología
del cerebro, y si no es solo un síntoma de un desorden mental ya conocido.

Analizando
El proyecto, que se lanzó el mes pasado, reclutará a 50 personas que han intentado suicidarse en
las dos semanas anteriores a la inscripción en el estudio. Carlos Zarate, un psiquiatra en el
Instituto Nacional de Salud Mental en Bethesda, Maryland, y sus colegas compararán la estructura
y función del cerebro de estas personas con la de otros 40 individuos que intentaron suicidarse
hace más de un año, 40 personas con depresión o ansiedad que nunca han intentado suicidarse y
un grupo control de 40 personas sanas. De esta manera, los investigadores esperan dilucidar los
mecanismos cerebrales asociados con el impulso de matarse a sí mismo.

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El equipo de Zarate también administrará ketamina, un fármaco psicoactivo conocido como una
“droga de fiesta", al grupo que ha intentado suicidarse más recientemente. La ketamina, que a
veces se utiliza para tratar la depresión, puede detener pensamientos y conductas suicidas de
forma rápida —incluso en casos en los que no tiene efectos sobre otros síntomas de la depresión
—. Se conoce que sus efectos duran alrededor de una semana.

Para algunos investigadores, estos hallazgos sugieren que la ketamina afecta los circuitos
cerebrales específicos del pensamiento suicida. Pero John Mann, psiquiatra de la Universidad de
Columbia en Nueva York, dice que la química cerebral anormal y la genética también pueden
predisponer a una persona a intentar suicidarse en momentos de gran tensión, como después de
perder un empleo. "Son parte de la persona, son un rasgo", dice Mann. "Solo que se vuelven más
relevantes cuando la persona se enferma”.
¿Escrito en los genes?
Hay evidencia de que la genética influye en el riesgo de suicidio de una persona. Por ejemplo, los
familiares biológicos de niños adoptados que se suicidan son varias veces más propensos a
quitarse la vida que la población en general.

Fabrice Jollant, psiquiatra de la Universidad de McGill en Montreal, Canadá, sugiere que esta
influencia genética está relacionada con la impulsividad y el juicio viciado, en lugar de con una
enfermedad mental específica. Jollant ha encontrado que los parientes cercanos de las personas
que se suicidaron eran más impulsivos que un grupo de control cuando jugaron un juego de
apuestas diseñado para probar la toma de decisiones. "Parece que esto es algo heredado", dice
Jollant.

Otros investigadores están buscando biomarcadores que permitirían a los médicos detectar las
personas con mayor riesgo de suicidio. Alexander Niculescu, psiquiatra de la Universidad de
Indiana, en Indianápolis, y sus colegas han identificado un conjunto de seis genes cuya expresión
se muestra alterada en la sangre de las personas que se han suicidado. El equipo ha encontrado
que al combinar estos biomarcadores con los datos de una aplicación que hace seguimiento al
estado de ánimo y los factores de riesgo, se puede predecir, con una precisión mayor al 90%, si las
personas con trastorno bipolar o esquizofrenia serán eventualmente hospitalizadas por un intento
de suicidio.

Y Mann está utilizando la tomografía por emisión de positrones para darle seguimiento al
biomarcador mejor estudiado, la molécula activa de serotonina, en los cerebros de las personas
que han intentado suicidarse. Sus patrones alterados de serotonina son similares a los observados
después de la muerte en los cerebros de los que se han suicidado, dice Mann.

Aunque los niveles de serotonina resultan alterados en las personas con depresión, Mann ha
encontrado diferencias entre las personas que intentan suicidarse y los que están deprimidos pero
que no tienen antecedentes de intentos de suicidio. También ha demostrado que los niveles de
serotonina se alteran en mayor grado en aquellos cuyos intentos de suicidio han sido más graves
—tales como tomar una botella entera de analgésicos— que en aquellos cuyos intentos han sido
menos drásticos.

Desafíos éticos
Los investigadores esperan que una mejor comprensión de la biología que yace por debajo del
suicidio dé lugar a tratamientos más efectivos para impulsos suicidas. Pero estudios como el de
Zarate presentan dificultades logísticas y desafíos éticos. Los investigadores deben considerar si
una persona que recién intentó suicidarse puede tomar decisiones informadas sobre si participar o
no en una investigación.

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Michael Minzenberg, psiquiatra de la Universidad de California, en San Francisco, conoce estas
preocupaciones muy bien: él estudia a personas suicidas con esquizofrenia. Muchas de estas
personas tienen dificultades con asuntos cotidianos básicos, como mantener un trabajo o
encontrar una casa donde vivir. "Ellos son un grupo difícil de tratar, y mucho más de estudiar",
dice Minzenberg.

Él y otros investigadores que estudian a personas con conductas suicidas dicen que los tratan con
un cuidado especial, y que los beneficios generales de este tipo de estudios son mayores que los
riesgos. "En la mayoría de los ensayos clínicos, las personas con alto riesgo de suicidio son
excluidas, y por eso no sabemos cómo tratarlos", dice Jollant. "Tenemos que evaluar esta
población, y no solamente decir 'hay excluirlos de los ensayos clínicos'".

LESLY GABRIELA MENDEZ MALDONADO

1M4NI

HABILIDADES DE COMUNICACIÓN

FACULTAD DE CONTADURIA Y ADMINISTRACION

PROFA. CRISTINA VAQUERA

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