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EL PRÍNCIPE

CAPÍTULO XIV. DE LOS DEBERES DE UN PRÍNCIPE PARA CON LA MILICIA.


Los aspirantes a gobernantes y, más aún los propios gobernantes, deben
ser proactivos en las cosas del gobierno, por cuanto la tranquilidad y quietud
propician las condiciones para el solaz y esparcimiento, con lo cual, se deja de
pensar y actuar en cuanto a la funcionalidad del Gobierno y, probablemente dell
Estado, pues, se dejan a las demás personas, actuar conforme lo estiman
conveniente, sujetando la voluntad de la conducción de la cosa pública a quienes
se consideran idóneos – aunque no preparados – para dirigir el Estado.
En nuestro país, el Ejército ha hecho eco de este postulado, por cuanto se
ha posicionado recientemente en el Gobierno de la República, desde que
claramente gobernaban – del año de 1982 a 1985, entre otros –, efectuando
labores durante los gobiernos democráticos desde el año de 1986, haciendo que
sus integrantes en “retiro” asuman puestos en la Administración Pública, para los
cuales – en el mejor de los casos – se han preparado.
Preclaros ejemplos, los podemos advertir en el gobierno pasado, que fue
presidido por un ex militar, como lo es Otto Fernando Pérez Molina y, actualmente,
con el diputado oficialista por el partido político FCN Nación, Edgar Ovalle, quien
no obstante, ser señalado de crímenes de lesa humanidad, continúa en el cargo.
Como ellos, muchos otros han asimilado enseñanzas durante han
permanecido aparentemente inactivos; conocimientos que ahora – o en el futuro –
utilizan para preservarse de los embates de las eventualidades adversas –
persecución penal, por ejemplo –.
Haciendo la salvedad, que los mencionados o cualquier otro de nuestro
país, no es ni constituye en suma alguna, erigirse en una casta de la realeza como
para equipararse a un príncipe.

CAPÍTULO XV. DE AQUELLAS COSAS POR LAS CUALES LOS HOMBRES, Y


ESPECIALMENTE LOS PRÍNCIPES SON ALABADOS O CENSURADOS.
Las virtudes deben poseerlas los gobernantes para efectuar una mejor labor
al frente de la dirección y administración de la cosa pública; sin embargo, algunas
de las mostradas, manifestadas y practicadas derivan en efectos contradictorios,
por cuanto las bondades de la personalidad del individuo gobernante generan
expectativas de tolerancia y comprensión, lo cual, según Maquiavelo, permiten la
libre actuación de los súbditos quienes pueden realizar actividades aún en
detrimento del propio Estado a sabiendas que las mismas serán toleradas y
comprendidas, por ejemplo.
Al contrario, actitudes negativas pueden generar resultados beneficios para
el Estado, siempre que las mismas no sean practicadas de manera prolongada,
pues, deviene la arbitrariedad y tiranía, malos para la salud de la existencia de
aquél.

CAPÍTULO XVI. DE LA PRODIGALIDAD Y DE LA AVARICIA.


Para el gobernante es mejor verse como tardo para el desembolso y gasto,
que generoso y rápido en los mismos. Además, que practicar la rigidez en el gasto
le permite contar con recursos al momento de enfrentar eventualidades, en donde
surjan las necesidades más ingentes y apremiantes para la salud del Estado, así
como fortalecerlo frente a los demás en el concierto internacional.

CAPÍTULO XVI. DE LA CRUELDAD Y LA CLEMENCIA; Y SI ES MEJOR SER


AMADO QUE TEMIDO, O SER TEMIDO QUE AMADO.
Idealmente, es mejor ser amado que temido, por cuanto aquél sentimiento
es más fuerte y perenne que el temor, además de obtener la colaboración de las
demás personas de una forma más espontánea y funcional.
Pero lo anterior es idealmente. En el plano práctico, se recomienda ser
ambas a la vez, pues, demuestra benevolencia y disciplina (sin caerse al temor),
en la manera de conducir las situaciones, de dirigir los organismos, de efectuar las
labores.
Sin embargo, políticamente es mejor ser temido que ser amado. Temido por
cuanto se sabrá que si no realizan las actividades propias de la competencia y
cargo, ineluctablemente derivará en la sanción correspondiente al incumplimiento
de los deberes, lo cual permite ser eficaz al Estado y al Gobierno.
Las relaciones entre los políticos son más duraderas y funcionales, cuando
media el interés por contraprestaciones onerosas y asequibles, con el simple
hecho de obtener la “colaboración” en la realización de determinados proyectos y
actividades encaminadas a mantener el statu quo de la clase hegemónica. No
obstante, sería insuficiente ello, si no se le agregase la certeza de la sanción y
castigo, en caso de apartarse de los acuerdos asumidos.
En este punto, es a nuestra percepción, emblemático el caso de los ex
funcionarios Otto Fernando Pérez Molina e Ingrid Roxana Baldetti Elías, ex
Presidente y ex Vice Presidenta de la República de Guatemala, por cuanto los
mismos se encontraban en la cúspide de la organización administrativa estatal y –
consideramos – asumieron que el cargo salvaría cualquier valladar. Empero,
asintieron ambos la circunstancia de considerarse “amados” que temidos, lo cual,
arribó al inevitable resultado ya conocido.

CAPÍTULO XVIII. DE QUÉ MODO LOS PRINCIPES DEBEN CUMPLIR SUS


PROMESAS.
Los gobernantes deben cumplir las promesas si las circunstancias que
originaron tal juramento aún se mantienen en la actualidad y no conlleva efectos
perniciosos a su status o a su esfera de competencia; caso contrario, las
promesas deben ser efectuadas únicamente para obtener los beneficios
inmediatos que conlleva. Asimismo, las mismas deben ser realizadas a quienes se
estimen como amenazas al statu quo.
Esto lo vemos cada cuatro años, en campañas presidenciales, de
diputados, hasta de alcaldías, todos ofrecen y prometen el oro y el moro, claro, no
les genera ningún perjuicio realizar tales juramentos e incumplirlo ulteriormente,
cuando ya asumido y tomado el cargo correspondiente, han logrado su objetivo.
Por lo que las promesas se transforman en justificaciones y aclaraciones vacuas y
sin sentido por lo inicialmente juramentado.
Los seres humanos somos propensos a fascinarnos por las promesas
idealistas, en pro de un futuro mejor y, recompensamos a quienes asumen esa
actitud; y, contraproducentemente, castigamos, tildándolos de negativos, a
quienes nos impacta con la severidad de sus argumentos estribados en la
objetividad y realidad. A quienes les gusta engañar, siempre encontrarán a
quienes gustan de ser engañados, que la masa amorfa popular está compuesta de
muchos de ellos.
No obstante, se subraya como talento la actitud de mentir y engañar, con el
único afán de los gobernantes, de alcanzar sus metas y objetivos; particularmente,
estimamos que mentir y engañar no se erigen en talento, mucho menos en virtud,
lo que es, es, aunque se le trate de dotar de otro matiz, sólo por el grado de
eficacia y utilidad.

CAPÍTULO XIX. DE QUÉ MODO DEBE EVITARSE SER DESPRECIADO Y


ODIADO.
Las clases hegemónicas y las clases populares, difícilmente encontrarán
puntos de convergencia que permitan a los gobernantes realizar sus funciones sin
temor a sobresaltos o ex abruptos políticos. Seguramente se constituye en un arte,
la conciliación de clases generalmente opuestas.
Empero, los gobernantes, con un sentido pragmático, deben enfocar – entre
otras cosas – su atención a efecto de obtener la simpatía de los débiles y de los
poderosos. Pues, en éstos radica su incondicional apoyo cuando resultan
beneficiados o sus más férreos opositores cuando no obtienen utilidades de su
gobierno; mientras que las masas populares, una vez enardecidas, se constituyen
en un órgano incontrolable. De ahí deviene la recomendación hacia los
gobernantes de congraciarse con ambos para evitarse dilemas.

CAPÍTULO XX. SI LAS FORTALEZAS, Y MUCHAS OTRAS COSAS QUE LOS


PRÍNCIPES HACEN CON FRECUENCIA, SON ÚTILES O NO.
El ser temido y no amado, no implica ser odiado. Los gobernantes deben
evitar ser odiados, sobre todo por las masas populares, quienes constituyen su
electorado más preciado.

CAPÍTULO XXI. CÓMO DEBE COMPORTARSE UN PRÍNCIPE PARA SER


ESTIMADO.
Las actuaciones de los gobernantes deben estribar en guardar neutralidad
con sus pares, en caso de conflictos internacionales, a menos que exista la
posibilidad de desempeñar un papel preponderante con el cual logre el
reconocimiento de sus adversarios, aún ante la derrota.

CAPÍTULO XXII. DE LOS SECRETARIOS DEL PRÍNCIPE.


Los gobernantes deben de rodearse de las personas que desempeñen
efectiva y útilmente las funciones que se les asigne, para demostrar que con
sabiduría y conocimiento están dirigiendo el Estado, ganándose el aprecio y
reconocimiento de los ciudadanos.
En el contexto nacional, quienes asumen los Ministerios – dentro de otros
muchos cargos – no siempre llenan los requisitos de idoneidad, pues, es
inexistente proceso de selección alguno para tal efecto.

CAPÍTULO XXII. CÓMO HUIR DE LOS ADULADORES.


Sabidos los gobernantes que habrán muchas personas que se acerquen
con el único interés de obtener beneficios, para su buen desempeño, debe
rodearse de quienes tienen la sabiduría y el conocimiento para instruirlo en sus
quehaceres, a quienes puede consultar las adversidades que se le presenten.
Pero es mejor que los propios gobernantes determinen con su prudencia el rumbo
de su gestión.

CAPÍTULOS XXIII, XXIV, XXV y XXVI.


La falta de prudencia en el desempeño de sus funciones, hace que los
gobernantes yerren y, por ende, dilapiden su cargo.

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