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Pensar la asamblea.

Fernando Gargano *

Presentación, representación y vulnerabilidades de la asamblea como forma antagónica.

Las asambleas son órganos de decisión, deliberación y encuentro; creadas a lo largo de la historia en diver-
sos tipos de instituciones, centradas en cierta igualdad, y no siempre reuniendo esas tres características
nombradas; constituidas además, por otras determinaciones relativas a los grupos y situaciones. Nacieron
hace muchos años en diferentes lugares y tiempos, los ejemplos son incontables. Hubo asambleas entre los
pueblos germánicos y también entre los primeros cristianos; se sabe de las asambleas griegas (eklesía) y de
los consejos en Rusia (soviets); también hoy el FMI realiza su asamblea anual y diversas empresas capitalis-
tas las hacen para decidir sus líneas de trabajo. El movimiento estudiantil desarrolló asambleas y procesos
horizontalistas, los movimientos de desocupados y los grupos ambientalistas también lo hicieron. El zapa-
tismo supo poner cierto asambleísmo en primer plano dejando un hito para toda la política revolucionaria
contemporánea con su discurso empeñado en mandar obedeciendo.
Existen y existieron asambleas democráticas y antidemocráticas, genuinamente representativas de las per-
sonas representadas, y contrariamente, existen o existieron otras deslegitimadas por su carácter escindido
de las bases, burocratizadas, o apropiadas por una elite interna o un grupo externo. Ante tanta multiplicidad
de casos vemos que “asamblea” no necesariamente es sinónimo de horizontalidad tal como lo entendemos
en algunos ámbitos de las nuevas organizaciones sociales en las últimas décadas. Para decirlo de otro modo,
solemos darle a la asamblea un sentido que no es generalizable.
Vamos a reflexionar críticamente sobre ellas -en el sentido de no referirnos a asambleas ideales y “perfec-
tas”- y pondremos atención en los obstáculos y vulnerabilidades cuando se trata de asambleas cuyos inte-
grantes tienen aspiraciones horizontalistas; no es la intención abrir un debate de palabras sin prácticas:
pensaremos sus fragilidades en tanto instituciones que potencialmente pueden albergar apertura y antago-
nismo, suponiendo enemigos y competencias. No buscamos la neutralidad, promovemos asambleas igualita-
ristas y libertarias porque creemos necesario enfrentar al sistema capitalista en su constitución más íntima.

En Argentina, los días posteriores a Diciembre de 2001 nacieron cientos de asambleas. Con el paso de los
meses, algunas de estas últimas, se constituyeron en organizaciones sociales, y proclamaron el asambleís-
mo, la horizontalidad y una forma de democracia directa como su particularidad constitutiva. El devenir y su
amplia heterogeneidad las llevó a diversas crisis, de las cuales algunas variantes de superación fueron su
transformación en centros culturales, colectivos de comunicación, revistas, cooperativas. En ellas, han naci-
do bachilleratos populares, bibliotecas, centros donde se realizan talleres o huertas ecologistas. Otras orga-
nizaciones nacieron sin devenir de asambleas pero compartiendo principios horizontalistas, con asambleas
como órganos de decisión. Esta es la característica común que nos importa resaltar, la del lugar de decisión
de acciones y estrategias.
Hay casos en los que toda la organización es entendida como “asamblea”, o donde sólo hay una fina separa-
ción entre su propio autogobierno y la totalidad del cuerpo, separación que por principios y objetivos se
intenta llevar a su mínima expresión. Esto último, es un problema práctico, que se resuelve en el hacer. Allí,
no es casual que se problematice y trabaje prioritariamente sobre la delegación, sobre su permanente legi-
timidad, la representatividad de sus decisiones y su fidelidad hacia sí misma. En esa lógica, es corriente que
se desarrollen dispositivos que prevengan ocasionales sustitucionismos, se cuestionen los voluntarismos, se
afinen los mecanismos de representación, y circule democráticamente la información y la palabra. En otros
casos estos problemas no se superan y la asamblea se estanca; en otros casos hemos comprobado que la
asamblea sigue operando en una compleja simulación de horizontalidad más cercana al voluntarismo que a
las prácticas críticas. Esta primera constatación se da cuando desde cierta materialidad, comprendemos que
las asambleas no encarnan principios escindidos; las pautas de comportamiento asambleario no descien-
den de los cielos o desbordan de los libros para inyectarse en los cuerpos. Tampoco se trata de un deber ser
que opera como tabla de la ley. Si la sociedad fabrica fundamentalmente subjetividades pasivas, que dele-
gan y obedecen, no es tarea fácil asumir prácticas de autoorganización. Hablamos de procesos largos y con-
flictivos, de autoformación, por tanto de recorridos con preguntas y búsquedas permanentes y fundamen-
talmente plagados de contradicciones y obstáculos.
Hay una ligazón entre cambio social y asamblea, por la referencia del asambleísmo horizontalista a la igual-
dad, a la emancipación, puesto que sus consecuencias devienen en prácticas anticapitalistas. El propio sis-
tema mercantil es despótico en su constitución, pero cada asamblea es particular, como cada grupo; no hay
una generalización posible, y como dijimos líneas arriba tampoco un principio dogmático que indique un
deber ser señalado por la “asamblea ideal”. Cientos de plenarios sindicales o estudiantiles toman la forma
de asamblea y no por ello son horizontales e igualitarios, no siempre la palabra circula ni se neutralizan los
lugares dirigenciales.
Hasta aquí podría parecer que hablamos solo de la organización como resistencia. ¿Por qué nos animamos a
decir que potencialmente el asambleísmo es anticapitalismo? El capital es una unidad de explotación y do-
minio. En la sociedad capitalista una asamblea puede tener un fuerte carácter revolucionario o antagónico
cuando sus resultados aspiran a la horizontalidad y su tendencia es a eliminar en la mayor medida posible la
escisión entre las esferas o ámbitos de decisión y ejecución; donde las divisiones entre lo intelectual y lo
manual, el pensar y el hacer, y la eliminación de instancias de dominio son problematizadas para superarse.
En esos casos la delegación se intenta resumir al mínimo, y si hablamos de intentos de democracia directa es
porque son tendencias, sabiendo que no hay absolutos, pero tendencias al fin hacia procesos de autoconsti-
tución, donde contemplamos las diferencias entre personas, sus disposiciones, deseos y voluntades, con un
plan que excluya el dominio. Herramientas de esa propia constitución son la revocabilidad, la circulación de
la palabra, la igualdad de oportunidades y posibilidades de ejercer, deliberar, ejecutar. La autogestión queda
así en el centro de la escena. Al plan despótico del capital se le opone la planificación igualitaria. Aquí des-
cansa tal vez, la raíz del antiestatismo de la asamblea, el principio de la autonomía del estado, de la lógica
del capital.

Dicho esto, es necesario verificar nuestras prácticas orientados a buscar cierta eficacia: una asamblea nume-
rosa puede necesitar mecanismos de delegación y representación, de restricción en los tiempos de partici-
pación o adecuaciones espaciales, geográficas. Una asamblea de un colectivo pequeño puede relajar sus
dispositivos formales mucho más que otra numerosa o conflictiva. La representación, la diferencia de com-
promiso, la variedad de pensamientos e ideas siempre va a existir en toda sociedad. Un colectivo que refle-
xione sobre sí mismo sabrá manejar su propia relación entre lo particular y lo general. Otro aspecto impor-
tantísimo es el recurso del tiempo. Necesidades urgentes y menores no pueden caer bajo el referéndum de
la totalidad de un colectivo, o decisiones estratégicas importantes pueden fundar cierto desfasaje si no se
cuida la manera de resolverlas. Los tiempos de reunión y trabajo, de cooperación necesitan en como toda
actividad ajuste y medida. Uno de los obstáculos más grandes del asambleísmo que transitamos los últimos
años es la glorificación del espontaneísmo asociado a libertad. No es difícil verificar que esta confusión se
desprende de una crítica a las formas verticalistas de organización de los partidos y grupos tradicionales
(exacta y precisa) pero cayendo en una extrapolación donde la inexperiencia en el mundo del trabajo es
buena parte de la causa. Este espontaneísmo (que no tiene que ver con el punto de crítica del leninismo a la
“libre” autoactividad de la clase obrera) es solidario del reunionismo, del encuentro sin tiempo, de palabras
sin diálogos. No necesitamos buscar ejemplos de estos escollos puesto que sobran estas experiencias.

II
Hay asambleas de organizaciones con objetivos unificados y hay asambleas que concentran enfrentamientos
entre partes, por ejemplo un colectivo editor de una revista o un centro social serán distintos a una asam-
blea universitaria sea esta estudiantil, docente, o general de toda la institución. También hay asambleas
empresariales o de partidos de estado donde los intereses no presentan antagonismos o divergencias pro-
fundas. La asamblea de un colectivo de trabajo tiene un grado de concentración menor de diferencias que
una asamblea ligada al estado o a un sindicato, puesto que por definición habría supuestos previos compar-
tidos, objetivos compartidos. La asamblea de un bachillerato popular no tiene la composición policlasista
que puede alcanzar una asamblea universitaria, o la variedad “ideológica” que puede contener una asam-
blea sindical.
Un partido político de la izquierda tradicional puede realizar asambleas, pero por más abierto y pluralista
que quiera serlo, sería contradictorio para sí contener elementos que atentaran contra la forma partido;
culminaría en la autodestrucción. Su cohesión está dada por la disciplina partidaria, la confianza está en su
centralismo democrático, que es una variante del verticalismo. En todo caso el problema de esos colectivos
es ajustar su centralismo democrático. Diferente es el asambleísmo del que hablamos, ligado a la idea de
federación o red, de cooperación de diferencias. En un colectivo que se declara asambleario y horizontal,
necesariamente se supone que se compone de personas que creen y confían en esa manera de organizarse:
cierto igualitarismo que cuida y trabaja los momentos de igualdad contemplando las diferencias. Es una
obviedad pero a veces en los hechos no aparece. No son palabras abstractas las que usamos, y en todo caso
el proceso de abstracción de diferencias necesita cuidar el momento real que compone el colectivo. ¿Cuál es
el sentido de impregnar forzadamente consignas u objetivos clasistas en una universidad policlasista si no se
opera un trabajo de lucha y antagonismo práctico en su interior? ¿Para qué tender a una asamblea policla-
sista en un ámbito como un bachillerato popular donde cooperan personas marginadas y relegadas por las
reglas del propio sistema capitalista? ¿Tiene el mismo carácter una asamblea gremial que una asamblea en
una escuela pública estatal? Estas preguntas no son otras que las de la propia identidad. El tiempo y la prác-
tica son condición necesaria de su resolución, y se trata de respuestas dadas en primera persona del plural.
Ocurrió luego del 2001, antes y después en el ámbito estudiantil, ocurre en las asambleas ciudadanas, y
suele ocurrir en bachilleratos populares o en organizaciones de base. Si las identidades ya no encuentran
factores aglutinantes, si las diferencias internas se vuelven antagónicas, la “organización” debe resolver su
situación si quiere persistir, si quiere ser fiel a ciertos objetivos, si pretende efectividad. La asamblea necesi-
ta mecanismos y dispositivos de defensa, de protección. La total apertura de una asamblea la vuelve infini-
tamente vulnerable, pero esa misma apertura no es un principio establecido exteriormente. Toda asamblea,
en tanto se autoconstituye tiene derecho a fundar sus límites de inclusión. Son demasiado problemáticos los
casos en que integrantes de asambleas aceptan el centralismo y la verticalidad en sus partidos pero no acep-
tan como propias las decisiones asamblearias cuando integran una de ellas. Han sido destructivos los casos
de participantes que manifestaban descreer del horizontalismo pero participaban de asambleas, y muy
cuestionable la postura de diversos activistas y corrientes que apostaron a las asambleas mientras la forma
partidaria estuvo en crisis y hoy están reincorporados al juego de la representación.

III
Nombramos más arriba el antagonismo posible porque las bases de la sociedad capitalista son la separación
entre mando y ejecución, entre trabajo manual y trabajo intelectual, todo el mundo del trabajo padece esa
escisión que sostiene la dominación de unos por otros. La democracia directa, la revocabilidad, la rotativi-
dad, dan muestras en tiempo presente de las características de una sociedad igualitaria. Cuestionan teórica
y prácticamente al orden actual de la sociedad. ¿De qué hablamos si no es de estos problemas prácticos
cuando proponemos autogobierno de las trabajadoras? Cuando en el sindicato priorizamos un encuentro de
trabajadores de base y la negociación directa para resolver tal o cual problema, ante la solución del repre-
sentante (burocratizado) negociando por cuenta propia es porque en ese acto se rompe la escisión. A largo
plazo esto redunda en la construcción de un poder sólido, el del control del trabajo. Romper la delegación
imperante genera las bases del derrocamiento del orden; fomentar la delegación y sustituir experiencias
solidifica la sociedad de hoy tal cual está, la reproduce sin mella. La asamblea puede ser un canal de auto-
educación en los sentidos dichos líneas arriba.
Pero el mundo del cambio social no es un jardín florido. Precisamente, el principal escollo de la política an-
tagónica es la representación escindida, baluarte de la democracia burguesa. Por comodidad, por cuestiones
ideológicas, por sometimiento, por miedo y por engaños, se dice que la “gente” espontáneamente delega o
es pasiva”; hablamos de “gente” o “pueblo” como generalidad pobre pero entendible su uso en este caso,
las grandes mayorías para decirlo de otro modo. Y las asambleas de la democracia directa y horizontal son
vulnerables ante la delegación. Una asamblea que no tiene por actores a los propios interesados, en donde
sus representados no están presentes de alguna u otra manera reproduce la sociedad que se pretende su-
perar, mejor dicho, lejos de presentar posibilidades de superarla la fortalece. Pero esa no es la vulnerabili-
dad más grave, ya que vivimos en la sociedad burguesa y la subjetividad capitalista impera aun entre quie-
nes aseguramos desear derribarla. Se tratará entonces de lidiar inteligentemente con esa realidad trabajan-
do en tendencias a la participación y de no negar el problema; por ejemplo actuar sustituyendo es tan pro-
blemático como la inacción a la espera de la horizontalidad absoluta. Sin embargo el escollo más grande es
habitar la asamblea sin creer en ella, tomar sin dar, participar con exterioridad en la responsabilidad, en lo
afectivo, en el compromiso.
La única manera de sostener con vida una asamblea autogestionada, horizontal, que aspire a la democracia
directa, es que sea un órgano de cooperación donde las lógicas capitalistas, burguesas o no igualitarias sean
mantenidas a raya, neutralizadas, superadas en procesos de aprendizaje colectivos, con fidelidad a esos
principios que si no están presentes indicarían claramente que estamos ante “otra cosa” distinta del asam-
bleísmo. Así, la asamblea no puede ser ingenua. Por eso las asambleas tienen una vida activa que genera
pautas nuevas todo el tiempo, ganando en eficacia, neutralizando problemas, aprendiendo de ellos.

IV
La asamblea no es dogmática. Si lo llegara a ser, si se impusiera sobre sus integrantes, estaríamos ante una
situación de separación y de no identificación; para sus integrantes se presentaría como heterónoma. No
imaginamos una asamblea que no cambie en su composición subjetiva global como para no cambiar a la vez
sus principios de acción. Fidelidad no es dogmatismo. Como contrapartida, sus integrantes no pueden hacer
lo que quieran, como quieran, ir hacia donde lo deseen individualmente, si esas acciones chocaran contra las
líneas generales de la asamblea. Autonomía no es liberalismo. Las diferencias pueden contemplarse hasta la
línea del antagonismo, una asamblea no puede contemplar su autodestrucción. No es una cuestión moral o
de personalidades, ni de principios externos, es una cuestión práctica que corresponde a sus propios objeti-
vos definidos. Una minoría puede chocar hasta cierto límite, un antagonismo extremo indica una escisión,
una unilateralidad extrema indica una autoseparación.
La asamblea es soberana cuando se lo propone, y a la vez logra serlo. No hay magias ni decretos universales
que la garanticen. Su soberanía es expresión de su autonomía, del darse sus propias leyes, es un resultado
de luchas y actitudes. Si hay colectivo, cooperación, cierta unidad no violentada, voluntaria; si hay respeto
de sus decisiones, apropiación de ellas y acompañamiento aun en la disidencia se puede hablar de un colec-
tivo armónico. Relativamente armónico: la sociedad no es monolítica. Si los antagonismos son irreconcilia-
bles no se puede hablar de colectivo, de armonía: la sociedad civil capitalista, el mercado, es un ejemplo de
ello, donde los conflictos antagónicos entre capital y estado son velados bajo el manto de igualdad de la
ciudadanía, falsa igualdad en lo económico. Vayamos a un ejemplo que habitamos hoy en día: la asamblea
de un bachillerato popular horizontalista y asambleario no puede contener desigualdades semejantes, por
propia definición quedan excluidas. Su independencia partidaria, su distancia del estado (en tanto relación
contradictoria que combina legitimidad con ilegitimidad, independencia con inclusión, autonomía relativa en
cuanto a sus lógicas de funcionamiento, etc., excluyen esa posibilidad. La participación en un bachillerato
popular no es obligatoria, y desde el momento de la participación en él la aceptación de lógicas, leyes y
dispositivos si es obligatoria. Más ejemplos: la participación en un partido verticalista, en una organización
centralista democrática típica de los partidos de izquierda, en una escuela pública estatal, en una organiza-
ción militar guerrillera, supone la aceptación de sus leyes y normas generales; el extremo de la indisciplina
es la muerte. Puede lucharse legítimamente por democratizar la escuela estatal, pero es ilusorio quebrar
absolutamente su mando vertical, ya que ser escuela estatal implica líneas de mando, y es entendible que
así sea. Las universidades autónomas presentan una posibilidad diferente en cuanto a su democratización
por su relación de autonomía con el estado.
Estas propias líneas son escritas en el marco de un conflicto interno en un bachillerato popular, en momen-
tos de su resolución, como argumentos de acción. En un organismo asambleario, horizontalista, potencial-
mente fuente de contrapoder, resolver el problema de la relación entre los particularismos y lo general es
sumamente complejo. Es contradictorio usar las herramientas del poder escindido, pero contemplar pasi-
vamente como se socava desde adentro el crecimiento cooperante es alimentar la reacción. Cuando esto
sucede se vuelve necesario resolver la situación. Una asamblea funciona cuando sus integrantes se apropian
de sus decisiones, se identifican con ellas y aceptan las situaciones aun donde lo decidido no se comparte
pero se está en minoría. Tampoco la asamblea puede funcionar siendo la dictadura de una mayoría sobre
una minoría, por eso una adecuada relación entre las partes, la cuestión afectiva y la confianza juegan un
papel central. Las reglas claras y consensuadas hacen la ley, la aceptación voluntaria la legitimidad.
Aquí hay que hacer una salvedad: el consenso postmoderno que libera a cada quién a su libre y absoluto
arbitrio es la ideología imperante en la sociedad clasista de estos tiempos. La ideología del bien común, del
interés general esconde los antagonismos de clases. La actividad de discusión y resolución de problemas
generales de la sociedad es absolutamente política, tanto como la resolución de problemas comunes de la
vida de todos los días. Unos y otros tienen carácter político, cruzados de decisiones, por tanto de omisiones:
no se dan sin conflicto. El uso liberal de la autonomía se neutraliza con la clarificación de los objetivos, las
lógicas, las metodologías, y las prácticas que encarnan los deseos, los proyectos. En el seno de la lucha de
clases, si la hay, no hay lugar para ciertas benevolencias. Un colectivo autogestionado, asambleístico y hori-
zontal no tiene poder coercitivo, líneas de mando, poder de policía. Su elemento de cohesión, precondición
de la cooperación igualitarista es la confianza. Cuando esta cae, cuando la identificación con el colectivo se
extingue, cuando las prácticas individuales atentan contra el desarrollo colectivo se impone la necesidad de
una resolución. Si la unilateralidad se impone sobre la cooperación la asamblea pierde su efectividad. El
primer paso de la resolución de los problemas es su explicitación. Paradójicamente, como en el evangelio la
asamblea resuelve con la palabra.
V
A lo largo de estas palabras casi no hemos hecho referencias al estado. Resulta contradictorio que un escrito
que promueva un profundo asambleísmo olvide la institución aparentemente más opuesta a la asamblea de
iguales. Ya la política tradicional relegó al mundo del inconsciente estatal procesos libertarios como la auto-
gestión española o el consejismo ruso en el momento de atalayar la posible “disolución del estado”, ya los
cristianos olvidaron a Thomas Müntzer. Para qué relegar a la fábula vivencias propias que no superan las dos
décadas dónde el estado jugó un rol determinante precisamente por la indefinición y ambigüedad de los
movimientos antagónicos. Si en la convivencia ciudadana en la vida republicana, el estado es la aparente
garantía de igualdad, por lo tanto una gran simulación, ¿cómo dejar de interrogarnos cuando nuestras for-
mas de organizar caen bajo la ilusión o el “hacer como si”?
¿Cuántas veces hemos escuchado que en la asamblea del barrio, del bachillerato, de la facultad, “no sucede
nada”? ¿Cuántas veces la pasividad silenciosa ante situaciones incómodas generó pequeñas separaciones
entre el colectivo y las instancias íntimas de involucramiento? La apatía política generalizada que facilita que
pocos profesionales administren un todo tan gigantesco, puede servir de espejo para constatar que en ins-
tancias micropolíticas dejar hacer puede tener consecuencias autodestructivas del espíritu libertario y de la
cooperación. Si una asamblea de trabajadoras no contiene la voluntad activa de sus integrantes en tanto
propia dirección de sus asuntos, no se puede hablar de autogestión. En situaciones de menor trascendencia
como las asambleas que habitamos en estos tiempos, la inercia delegativa no parece ser tan grave, pero
reproduce las precondiciones mínimas de la sociedad instituida: la aceptación de la impotencia. Hoy que la
sociedad muta a velocidades nunca vistas y todas las formas antagónicas presentan aspectos factibles de ser
cooptados, repensar cada paso es parte necesaria de la construcción, tanto como el involucrarse y la inno-
vación. El estado no solo no está ausente, tal vez deba ser el blanco principal. No puede ser minimizado,
ignorado o menospreciado; mucho menos creerlo fuera. Que el estado sea la forma que toma la relación de
dominio entre capital y trabajo es palabra hueca sin hombres y mujeres edificando día a día y a cada mo-
mento esa tensión; saber con precisión si ya cruzamos la línea de la lucha contra el imperialismo y estamos
bajo el imperio, con mayúsculas, preguntas estas muy de moda hace casi dos décadas, no son saberes tan
importantes si no aprendimos colectivamente a mantener viva la asamblea de una organización de base, si
no están acompañadas de miradas estratégicas, pero sobre todo si no se protege a sí misma.

VI

Desde dónde se escribe. Este es un intento de pensar la asamblea desde las mismas asambleas. Actualmente
integro el Bachillerato Veinte Flores, de la Asamblea de Flores. Nuestro órgano de decisión y autogobierno
es la asamblea docente (reunión plenaria quincenal), donde también se pretende una asamblea docente-
estudiantil y otra asamblea estudiantil. En mi precaria historia de activista o militante impulsé junto a mis
compañeros y compañeras instancias asambleístas en la Facultad de Filosofía y Letras en toda la década de
los noventa, unas con éxito y otras que se desvanecieron; fundamentalmente la primer lista revocable de la
UBA en muchos años – en rigor no encontramos antecedentes- en la carrera de Filosofía y durante las accio-
nes autogestivas de Mayo del 99. Siempre el criterio de acción fue la presentación por sobre la representa-
ción, sabiendo que no se hablaba en abstracto y enfrentando la situación real de una fuerte delegación.
Impulsé una asamblea de trabajadores tercerizados de Telefónica en 1999 que fue abortada antes de tener
un final trágico, el sindicato había asegurado no permitirla. Participé de las primeras acciones globales de
fines de 1999 y en el 2000, todos grupos asambleístas. Participé cofundando la Asamblea de Vecinos Auto-
convocados de Villa del Parque y la Asamblea de Devoto Norte luego de Diciembre de 2001. Cofundé la
Ronda de Pensamiento Autónomo y participé de sus primeros Eneros Autónomos hasta que se impuso en
ese ámbito cierto autonomismo liberal. En mi breve paso por la vida universitaria en algunos años prome-
diando los 2000 constaté que la vuelta al orden luego del 2001 puso a los movimientos representacionistas
muy por encima de los grupos con objetivos asamblearios. Hoy que la democracia representativa está sóli-
damente afianzada, y pierden terreno los gobiernos populistas, el asambleísmo anticapitalista está reducido
a su mínima expresión, pero existente. Esa pequeña persistencia impide hablar de una derrota total.

Fernando Gargano.
fernandogargano@gmail.com

Asambleísta, actualmente docente de Filosofía y Psicología en el Bachillerato Popular Veinte Flores.

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