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Estupidez y culturas

Nicolás Fabelo
https://picandovoy.blogspot.com/2016/07/estupidez-y-culturas.html

El biólogo evolucionario David Krakauer, investigador y presidente del Instituto de Santa Fe


(centro multidisciplinar dedicado al estudio de la complejidad), nos brinda una definición de la
estupidez relacionada con la resolución de tareas o problemas: una solución estúpida es la que
hace que tardemos en llegar al objetivo o resultado –¡si acaso llegamos!- al menos tanto como si
nos hubiéramos encomendado al puro azar. Tomemos el ejemplo de un cubo de Rubik. Las
soluciones inteligentes nos llevarían a dejar el cubo con todas sus caras igualadas en un tiempo
relativamente breve, que podrían ser minutos u horas, siguiendo unas reglas o pautas racionales.
Es verdad que si dispusiéramos de un tiempo infinito acabaríamos terminando el cubo más tarde
o más temprano (quizá en dos millones de años o acaso en treinta mil millones), manipulándolo
como nos viniese en gana en todo momento sin pauta ni razonamiento alguno. Pero una
solución manifiestamente estúpida como la de limitarnos a rotar el cubo, sin alterar la
disposición de sus 27 componentes, ni siquiera llegaría a ser efectiva aunque empeñáramos en
ella toda la eternidad. Toda persona estúpida tiende a hacer estupideces como esa, pero no todas
ellas son cometidas por individuos estrictamente estúpidos (privados del uso de la razón): los
hay también obcecados, ignorantes, mal informados y fanáticos (que anteponen su veneno
ideológico a la razón).
Krakauer distingue entre dos tipos de artefactos culturales por su efecto en nuestra cognición:
los complementarios y los competidores. Los primeros potencian nuestras habilidades
cognitivas y nos hacen, por tanto, más listos. Entre ellos figuran los mapas, los ábacos y las
lenguas. No solo cumplen con la función para la que fueron diseñados sino que, instalados en
modo virtual en nuestro cerebro (a cuyo cableado contribuyen), potencian diversas capacidades.
El uso para el cálculo del ábaco, por ejemplo, favorece tanto la comprensión espacial como la
lingüística. Por su parte, los artefactos culturales que compiten con nuestra cognición son los
que ejecutan mucho mejor y en menos tiempo que un humano tareas que ya sabíamos hacer. Un
ejemplo típico es la calculadora electrónica, que tan buenos servicios nos ha prestado a todos
aunque al precio de hacer olvidar a más de uno cómo multiplicar o dividir números grandes. El
riesgo de estos artefactos competidores, entre los que también se incluyen los procesadores de
texto, es que nos entontecen y podrían dejarnos en un estado peor que cuando los inventamos
(no es improbable que en unos pocos decenios casi ningún humano sepa ya multiplicar o dividir
manualmente, o incluso escribir a mano con lápiz o bolígrafo) si un día desaparecieran. Por lo
que, evidentemente, sería un error depender demasiado de ellos.

Por cierto, ¿cabe hablar de culturas estúpidas o, al menos, de algunas más estúpidas que otras?
¿Incluso de culturas que hagan estúpidos a los individuos?... Si consideramos la cultura como
un potenciador de la inteligencia, hay que reconocer la existencia de objetos culturales más
eficaces que otros. Los números romanos eran un buen invento para contar (siempre y cuando
las cifras no fueran demasiado altas), pero no para hacer operaciones aritméticas. Para sumar,
restar, multiplicar y dividir (¡ya no hablemos de álgebra!), el sistema de numeración indo-
arábigo es infinitamente mejor. No es pues de extrañar que los europeos medievales estuvieran
tan atrasados en matemáticas con respecto al mundo islámico. Una cultura sin matemáticas
avanzadas nunca habría logrado poner a un hombre en la Luna ni descifrar nuestro genoma. Lo
mismo puede decirse de una cultura ágrafa. Desde luego, la ciencia no sería posible sin
matemáticas ni escritura. Y sin ellas, el universo cognitivo de sus individuos sería mucho más
pobre.

Desafiando toda corrección política, el filósofo y neurocientífico Sam Harris afirma que una
cultura que justifique los crímenes de honor o la discriminación de las mujeres es objetivamente
inferior a otra democrática y tolerante. Siguiendo el planteamiento de Krakauer, una cultura de
esa índole (fundada en la tradición-religión y no en la razón) haría a sus individuos no solo
moralmente peores sino también menos inteligentes, al dejar desde su más tierna infancia en sus
conexiones neuronales una impronta de odio e irracionalidad. Así como los números romanos
son inferiores a los indo-arábigos, la cultura talibán (paradigma extremo de integrismo
religioso) sería inferior a la de una sociedad civilizada democrática. Entre otras cosas, dice
Harris, por promover la comisión por personas psicológicamente normales de actos que en una
sociedad democrática solo podrían ser atribuidos a psicópatas. Es difícil rebatírselo...
racionalmente.

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