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La historia de los derechos humanos no es una que pueda contarse en varias decenas de siglos.
Si, como afirma Raffin, ¨los derechos humanos son una de las invenciones más sorprendentes y
paradójicas de la modernidad¨ nacida del proyecto político burgués como herramienta para la
limitación del poder real (2006: p.1), los derechos humanos han tenido en realidad, una vida
bastante corta.
En efecto, lo que hoy entendemos por derechos humanos reconoce algunos antecedentes
antiguos, pero de carácter remoto. Es que, como agudamente señala Mónica Pinto, si una de
las características propias de esta categoría de derechos es su vocación de universalidad,
entonces ¨el mundo antiguo no conoció los derechos humanos¨ (2011: p.1.), en la medida en
que sociedades como la griega o la romana entendían legítimas, por ejemplo, las diferencias de
status jurídico entre varones y mujeres, entre esclavos y hombres libres.
No hay duda, entonces, de que el primer antecedente directo de los actuales instrumentos de
protección lo constituyen las constituciones, cartas y
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declaraciones nacidas al calor de las revoluciones burguesas de los siglos XVII y XVIII que
buscaron el establecimiento de Naciones-Estado -con diversas conformaciones, pero siempre
limitando el poder real en pos de las libertades individuales- y que marcaron el inicio de la
Modernidad. El progresivo ascenso de la clase burguesa
¨encuentra su consagración en la creación de nuevas sociedades políticas a través de los
procesos revolucionarios que se denominan comúnmente, las Revoluciones Atlánticas: la
Revolución holandesa de 1648, la Glorius Revolution de 1688, la Revolución de los Estados
Unidos de 1776, y la Revolución Francesa de 1789¨ (Raffin, 2006: p. 10).
Estos procesos revolucionarios, además, dieron como producto una serie de declaraciones,
cartas y constituciones que –con fundamento teórico en el movimiento de la Ilustración, cuyas
características esenciales ya hemos reseñado en el capítulo anterior- consagraron con carácter
general libertades públicas de los individuos, en lo que luego sería llamado –no sin críticas, por
cierto-¨derechos de primera generación¨7.
7 Afirmar que los derechos humanos pueden ser clasificados en ¨generaciones¨ o ¨categorías¨
trae ínsita la idea de que alguna de esas categorías tiene preeminencia sobre otra o, al menos,
algún grado mayor de exigibilidad. Tradicionalmente se ha afirmado, en este sentido, que los
derechos civiles y políticos –derechos de primera generación- son ¨derechos de autonomía¨,
en los que la obligación estatal para su goce se limita a obligaciones negativas -¨dejar hacer¨-:
no impedir la libertad de expresión, no impedir el libre ejercicio del culto, etc.-. Los derechos
económicos, sociales y culturales, en cambio, demandarían de los Estados acciones positivas
-¨derechos-prestación¨-, razón por la cual su satisfacción no tendría tan rigurosos estándares
de cumplimiento. Estas ideas ya han sido superadas. En primer lugar, por la consagración
generalizada del principio de interdependencia de los derechos humanos, según el cual el
desmedro en el goce de alguno de ellos incide en el disfrute de los demás –por ejemplo, el
derecho a la vida no se satisface sólo con no ser privado arbitrariamente de ella, sino que exige
gozar de niveles adecuados de salud, alimentación, vivienda y educación sin los cuales la vida
no puede llamarse digna-. Pero además, la distinción entre obligaciones positivas y negativas
como exclusivas de una u otra categoría de derechos es también falsa:
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¨Los derechos no imponen siempre acciones concretas, sino tipos de obligaciones que si bien
fijan una orientación, un camino que debe transitarse, un marco para las definiciones, dejan al
Estado o a los sujetos obligados, un espacio muy grande de discreción para elegir las medidas
específicas a partir de las cuales se realizarán esos derechos. Ello es así, tanto para los
derechos civiles y políticos cuanto para los derechos económicos sociales y culturales, pues
todos ellos demandan un complejo de obligaciones positivas y negativas (…)
(…) Además (…) algunos de los derechos clásicamente considerados `civiles y políticos` han
adquirido un indudable cariz social. Muchos derechos tradicionalmente abarcados por el
catálogo de derechos civiles y políticos han sido reinterpretados en clave social, de modo que
las distinciones absolutas también pierden sentido en estos casos¨ (Abramovich, 2007: p. 232).
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¨si atendemos bien a la fórmula podremos observar su formulación precisa y ´fuerte´. Nada de
fórmulas abiertas, ni meros ´consejos´ al legislador. Nada más alejado de la política criminal
actual, ampulosa y desorbitada, ni de la dogmática penal confusa y permisiva con la expansión
e inflación penal¨ (2014: p. 224).
En efecto, la idea de estricta necesidad propia del principio de ultima ratio se encuentra
plasmada de manera indubitada, lo que no ocurre –como ya veremos- en los actuales
instrumentos de protección internacional9.
castigado más que en virtud de una Ley, establecida y promulgada anteriormente al delito y
legalmente aplicada a las mujeres¨.