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El mundo depende totalmente de Dios (Rahner, Escritos de Teología V, 188 ss).

4. Esa relación de referencia mutua de espíritu y materia no es simplemente una relación


estática, sino que tiene incluso una historia. El hombre en cuanto espíritu que llega a sí
mismo, experimenta su estar dado de antemano en la alteridad, su extrañamiento de sí
mismo como extendido temporalmente, con historia natural; llega hasta sí como un
poseedor que ha existido ya temporalmente en sí mismo y en su mundo en torno (que
les pertenece a él y a su constitución). Y viceversa: esa materialidad temporal en cuanto
prehistoria del hombre como libertad refleja, debe ser entendida como orientada a la
historia del espíritu del hombre. Este último punto hay que declararle aún más
exactamente. Hemos procurado aprehender espíritu y materia, sin separarlos, como
momentos del hombre, como referidos mutuamente, inseparables, si bien no reducibles
el uno al otro. Ese pluralismo insuprimible de los momentos del hombre no puede ser
declarado de tal modo que se declare también con él una diversidad esencial entre
espíritu y materia. Y declarar ésta es de importancia y significación absolutas, ya que
sólo así queda abierta la mirada para todas las dimensiones del hombre uno en su entera
extensión
imprevisible, infinita incluso. Pero esa diferencia esencial no debe ser malentendida,
según ya dijimos, como contraposición o disparidad absolutas e indiferencia mutua de
ambas magnitudes. Desde su mutua referencia interior puede decirse, sin
preocupaciones, si se toma de frente la extensión temporal de esa relación, que la
materia se desarrolla desde esa esencia interna hacia el espíritu. Y esto hay que
elaborarlo aún con una cierta mayor claridad, defendiendo y haciendo comprensible tal
manera de hablar. Por de pronto, si es que hay en absoluto un devenir (lo cual no es sólo
un hecho de experiencia, sino un axioma fundamental de la teología misma, porque si
no ni libertad ni responsabilidad y consumación del hombre por medio de su propio
obrar responsable tendrían sentido alguno), no puede entonces tal devenir entenderse en
su figura verdadera como un mero alterodevenir, en el que una realidad llega a ser otra,
pero no más, sino que ha de ser comprendida como un plusdevenir, como un
surgimiento de más realidad, como
consecución operada de una mayor plenitud de ser. Ese «más», sin embargo, no debe
ser pensado como simplemente añadido a lo de hasta ahora, sino que ha de ser, de una
parte, lo operado por lo de hasta ahora, y por otra parte su propio incremento óntico
interior. Lo cual indica: devenir, si es que ha de tomarse en serio, ha de ser entendido
como auto trascendencia real, autosuperación, alcance activo de la propia plenitud a
través del vacío. Pero si ese concepto de una activa auto trascendencia, en la que un ente
operativo alcanza activamente su perfección aún por venir más alta, no ha de hacer de la
nada el fundamento del ser, del vacío en cuanto tal fuente de la plenitud, con otras
palabras, si el principio metafísico de causalidad no debe quedar herido, no podrá esa
autotrascendencia ser pensada (resumo aquí no más que en brevedad extrema todas las
reflexiones necesarias), sino como suceso en la fuerza de la absoluta plenitud del ser,
que a su vez hay que pensar de un lado tan interior para el ente finito que se mueve
hacia su consumación, que eso que es finito quede potenciado para una activa
autotrascendencia y reciba la nueva realidad no sólo pasivamente como operada por
Dios—pensando por otro lado simultáneamente la fuerza de esa autotrascendencia, tan
distinta de ese agente finito, que no pueda ser concebida como constitutivo esencial de
eso que es finito y que se opera a sí mismo, ya que si no, si lo absoluto del ser, que
otorga operatividad y que potencia para ella, fuese la esencia del agente finito mismo,
no sería ya éste capaz de un devenir real en el tiempo y en la historia, ya que poseería,
como lo que le es más propio, la plenitud del ser en absoluto.
Pero esta reflexión no puede ser aquí desarrollada ulteriormente; no puede, sobre todo,
exponerse cómo esa dialéctica se da en cuanto inmediatamente experimentada en la
experiencia de la trascendencia espiritual como del movimiento del espíritu que
deviene; en otras palabras, cómo para ese movimiento el ser es, por antonomasia, lo más
interior y lo más extraño sobre todo, y cómo en esa dialéctica de su relación para con el
espíritu finito que deviene, puede sustentar ese movimiento entero como el de ese
espíritu mismo. Nos bastará aquí proponer la tesis de que el concepto de una activa
autotrascendencia tomando igualmente en serio el «auto» y la «trascendencia», es un
concepto necesario, si se quiere salvar el fenómeno del devenir, que es posible, puesto
que existe. Aún habrá que advertir que este concepto de la autotrascendencia incluye
también la trascendencia en lo sustancialmente nuevo, el salto a lo esencialmente más
alto. De excluirla, quedaría vacío el concepto de autotrascendencia, y no podrían ser ya
ponderados sin prejuicios determinados fenómenos, como, por ejemplo, la generación
de un hombre nuevo por medio de los padres en un suceso primera y aparentemente
sólo biológico. Pero una autotrascendencia esencial no es, como tampoco la (simple)
autotrascendencia, ninguna contradicción interna, mientras se la deje suceder en la
dinámica de la fuerza interna y sin esencia propia del ser absoluto, en eso, que se llama
teológicamente conservación y cooperación de Dios con la materia, en la sustentabilidad
interna y permanente de toda realidad finita en ser y en operar, en ser-devenir, en ser-
autodevenir, esto es, en autotrascendencia, que pertenece a la esencia de todo ente
finito.
Y si este concepto es metafísicamente legítimo, si el mundo es uno, pero tiene, en
cuanto uno, una historia; si en este mundo uno, pero que no siempre lo abarca todo ya
actualmente, no todo está siempre ya presente desde el comienzo, no habrá entonces
razón alguna para tener que negar que la materia haya tenido que desarrollarse hacia la
vida y hacia el hombre en esa autotrascendencia que hemos procurado ahora desentrañar
en su contenido conceptual. Se trata, naturalmente, de una autotrascendencia esencial,
pues que no hay que negar u oscurecer en manera alguna que materia, vida, consciencia,
espíritu, no son lo mismo. Muy al contrario. Pero esta diferencia precisamente, esta
diferencia esencial no excluye el desarrollo si está dado el devenir, si devenir indica o
puede indicar auténtica autotrascendencia de índole activa y ésta por lo menos también
autotrascendencia esencial. Y lo que es una reflexión a priori y se capta como
conceptualmente pensable, quedará corroborado como real por medio de hechos
siempre más amplios y mejor observados. No sólo habrá aquí que referirse de nuevo a la
reflexión,
propuesta ya, de una interior pertenencia conjunta de espíritu y materia, sino que
tomaremos además en cuenta la historia del cosmos, que nos es ya conocida, tal y como
la investigan y la exponen las actuales ciencias de la naturaleza: considerada, por tanto,
siempre más y más como una historia una, conjunta, de la materia, de la vida y del
hombre. Dicha historia una no excluye diferencias esenciales, sino que las incluye en su
concepto, ya que historia es precisamente no la permanencia de lo mismo, sino el
devenir de lo nuevo, y no meramente de lo que es de otra manera. Y esas diferencias
esenciales no excluyen tampoco la historia una, puesto que ésta sucede en una
autotrascendencia esencial, en la qué lo anterior se supera a sí mismo para suprimirse,
conservándose en toda verdad, en lo nuevo que ha producido.
Y en cuanto que lo que se trasciende a sí mismo permanece siempre en la meta
respectiva de su autotrascendencia, en cuanto que el orden más alto abarca siempre en sí
el más inferior como permanente, está claro que en el acontecimiento auténtico de la
autotrascendencia lo inferior la preludia, preparándola, en el despliegue de su propia
realidad y de su orden, moviéndose lentamente hacia esa frontera en su historia, que
será sobrepasada en la auténtica autotrascendencia, hacia esa frontera que solo se
reconoce como sobrepasada inequívocamente desde un manifiesto despliegue de lo
nuevo, sin que se la pueda fijar con indudable exactitud. Claro que todo esto está dicho
muy vaga y abstractamente. Claro que sería en sí muy deseable mostrar concretamente
qué rasgos comunes están dados en el devenir de lo material, de lo vital y de lo
espiritual, cómo (más exactamente) lo nada más que material preludia en su propia
dimensión la más alta de la vida, y cómo ésta, en su dimensión, con acercamiento
progresivo a la frontera sobrepasable por medio de autotrascendencia, preludia el
espíritu.
Cierto que debería indicarse, si es verdad que postulamos una historia, una de la
realidad entera, qué permanentes estructuras formales de esa historia entera están
comúnmente ensambladas en materia, vida y espíritu, cómo también lo más alto puede
ser comprendido en cuanto modificación (si bien esencialmente nueva) de lo anterior.
Pero, en ese caso, deberían el teólogo y el filósofo abandonar un poco el campo que les
es propio y desarrollar esas estructuras fundamentales de la historia una en el método
más bien a posteriori de las ciencias de la naturaleza, con ayuda de conceptos como los
desarrollados en Teilhard, por ejemplo. Se entenderá que esto no puede ser, sobre todo
aquí, la tarea del teólogo. Anotaremos únicamente que el teólogo no sólo puede tolerar
de modo análogo en todo lo material un concepto análogo también de autoposesión, tal
y como llega en la consciencia permanente a su esencia propia, sino que en cuanto buen
filósofo tomista tiene incluso que hacerlo. Puesto que lo que en cuanto tal llama en cada
ente la «forma», es para él también esencialmente «idea», y esa realidad, que en sentido
vulgar, enteramente correcto en su sitio, designamos como carente de consciencia, es,
desde un punto de vista metafísico, un ente que posee sólo su idea propia, que, enredado
en sí mismo, se tiene solamente a sí mismo, tiene su idea nada más, y por eso no es
consciente. Por todo lo cual será ya tomistamente comprensible que una organización
más alta, más compleja, pueda aparecer también como paso para la consciencia, si bien
autoconsciencia incluye al menos una auténtica autotrascendencia esencial de lo
material frente al estado anterior.

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