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¿De que tanto conversábamos? Una vez agotado el tema de las vicisitudes de la escena
musical de México, nuestras pláticas giraban invariablemente en torno a nuestros proyectos
mas recientes, al trabajo de las generaciones mas jóvenes en Europa - lo que le interesaba
mucho, la electroacústica, la tecnología musical, la comida, el paisaje, el teatro, la pintura y
las artes plásticas. Con la risa por delante, siempre, en todos nuestros encuentros de esos años,
hallé en Manuel un interlocutor curioso y receptivo de mente rápida, crítica y ponderada,
perspicaz y sensible.
Con el tiempo, caigo en cuenta que todos mis encuentros con Manuel Enríquez fueron una
clara manifestación de su genuino interés por estar al día con los mas jóvenes. Considero que
aunado a su enorme e indiscutible legado creativo, Manuel nunca cejó en el afán de inventar
oportunidades para los compositores de mi generación y, a su manera muy personal, abrirle
los ojos a los que veníamos después de él.
La última vez que conversé con Manuel fue en 1994, un tren de Nueva York a Princeton. Lo
recuerdo enfundado en un hermoso abrigo de cachemir, ojos claros siempre bien encendidos y
plácidamente acurrucado en su asiento. Sus palabras, afectuosas, como siempre, fueron de
aliento; “… Javier, que siga la mata dando…”