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LA CRUZ TAU EN LA TRADICIÓN FRANCISCANA

El pueblo hebreo, como muchas otras culturas ancestrales, elaboraron progresivamente


una teología o una interpretación espiritual complementaría de acuerdo a cada una de
las letras de su alfabeto.

Ya que las Escrituras hebreas, y por ende el mismo alfabeto hebreo, no estuvo
formalmente codificado hasta casi doscientos años después del nacimiento de Cristo,
muchas cartas fueron transcritas en una variedad de formas, dependiendo de las
regiones donde vivían los judíos, bien fuera en Israel o en la diáspora fuera de Israel,
usualmente en el mundo de habla griego.

Para nuestros propósitos, la última letra del alfabeto hebreo representaba el


cumplimiento de toda la Palabra de Dios revelada. Esta letra se llamaba la Tau (ó Taw,
pronunciada "tav" en hebreo), la cual podía ser indistintamente escrita: /\ X + T. Cuando
el Profeta Ezequiel (9:4) usa la figura de la última letra del alfabeto, él está
encomendándole al pueblo de Israel que permanecieran fieles a Dios hasta lo último,
para que pudieran ser reconocidos como pueblo escogido de Dios "sellados
simbólicamente" con la marca de la Tau sobre sus frentes hasta el final de sus
vidas..Aquellos que permanecieran fieles eran llamados los elegidos de Israel, y que
eran, usualmente la gente pobre y sencilla que confiaba en Dios sin ni siquiera entender
los trabajos que pasaban en su vida presente.

A pesar que la última letra del moderno alfabeto hebreo (/\), ya no tiene la forma de una
cruz, tal como esté descrita en las variaciones anteriores, los primeros escritores
cristianos al comentar la Biblia, usarían la versión griega llamada la "Septuagint" En
esta traducción griega de las escrituras hebreas (la cual llaman los cristianos "el Viejo
Testamento") la Tau se escribía como una "T".

Naturalmente, luego para los cristianos la "T" vino a representar la cruz de Cristo como
el cumplimiento de las promesas del Viejo Testamento. La cruz, como figura de la
última letra del alfabeto hebreo, representaba los medios por los cuales Cristo
transformaba la desobediencia del "viejo Adán" en la figura de nuestro Salvador como
el "Nuevo Adán".

Durante la edad media, las comunidades religiosas de Antonio el Ermitaño, con la cual
San Francisco estuvo muy familiarizado, estaban muy involucradas en el cuidado de los
leprosos. Estos hombres usaban la cruz de Cristo en la forma de la letra griega T, como
amuleto en resguardo de la plaga y de otras enfermedades de la piel. En los primeros
años de su conversión, Francisco se supone trabajó con estos religiosos en el área de
Asís, y pudo haber sido invitado en sus hospicios cerca de San Juan de Letrán en Roma.
Francisco habló muchas veces de su encuentro con Cristo en la persona de un leproso
como el punto de partida para su conversión. No hay duda de que Francisco aceptó
adaptar la T como su propia corona o como su firma, combinando la ancestral figura de
fidelidad por toda la vida hasta la pasión de Cristo que conllevaba la exigencia de servir
a los débiles, que eran los leprosos de su época.

Insistiendo en la figura de la TAU, cuando el Papa Inocencio III llamó para una gran
reforma de la Iglesia Católica Romana en el año 1215, San Francisco debió haber oído
al Papa inaugurar el Cuatro Concilio de Letrán con la misma exhortación de Ezequiel en
el Viejo Testamento: "Estamos llamados a reformar nuestras vidas, pararnos en la

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presencia de Dios como gente correcta. Dios nos reconocerá por el signo de la TAU, T,
marcada sobre nuestras frentes". Esta figura simbólica, usada por el mismo Papa que
había confirmado a la nueva comunidad de Francisco apenas cinco años antes, fue
inmediatamente tomada por Francisco como su propia llamada a la reforma Con los
brazos extendidos, Francisco dijo muchas veces a sus hermanos frailes que sus hábitos
religiosos tenían la misma forma que la Tau, T, significando que ellos estaban llamados
a caminar como "crucificados": modelos de un Dios compasivo y ejemplos de fidelidad
hasta el final de sus vidas.

Hoy, los seguidores de Francisco, laicos o religiosos, llevan la cruz TAU como signo
externo, un "sello" de sus propios compromisos, un recuerdo de la victoria de Cristo
sobre el demonio a través de su diario sacrificio de amor. El signo de contradicción se
ha transformado en signo de esperanza, testigo de la fidelidad hasta el final de nuestras
vidas.

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LA OFS HACIA EL 2.000
Emerenziana Rossato

Estamos acercándonos hacia el año 2.000 y el transcurrir del tiempo encierra los tesoros
de gracia que Dios quiere brindar al hombre.

Tesoros que robustecen nuestra fe, nos sostienen en las pruebas y nos sugieren
proyectos.

El tiempo que vivimos, está lleno de dificultades y problemas, oportunidades y


objetivos, ocasiones que aprovechar y posturas que adoptar.

El fin de la modernidad, la superación de la sociedad industrial, el afirmarse de la


informática, han apartado al hombre de reconocerse en las manos de Dios.

Estamos llamados a inserirnos en esta sociedad con coherencia de vida evangélica, reto
que requiere de cada uno de nosotros: discernimiento espiritual, capacidad de opción y
de anuncio, valentía para llegar a ser fuerza prometedora, sentido de salvación y de don,
levadura celestial en la historia de nuestro tiempo.

Además de cada uno de nosotros, nuestras fraternidades están llamadas a ser signo de
unidad, para que el mundo crea, fermento de Cristo para recomponer el destrozado
tejido cristiano de la sociedad, dispuestos a compartir los bienes y ser permanentemente
lugar de superación de lógicas estrechas y espacio abierto a horizontes amplios.

Pienso que, para los Franciscanos, ha llegado el momento, en razón de aquel "va y
repara...", de adoptar las directrices que provienen de la Conferencia de la Familia
Franciscana sobre el Gran Jubileo del 2000 y ofrecernos a la Iglesia, donde trabajamos,
mediante nuestra inserción en la pastoral ordinaria, expresando lo mejor posible nuestra
presencia profética y carismática, y no agotarnos en nosotros mismos y en nuestros
propios ambientes.

Como consecuencia, debemos observar la situación que tenemos dentro y fuera de la


Fraternidad para mejorarla con proyectos concretos, intervenciones significativas de
restauración, ofreciendo idóneos modelos de comportamiento y posturas nítidas y
visibles a los ojos de la Iglesia y del pueblo.

Esto también ayudará a mejorar la imagen de la OFS, a vivir la pertinencia, a compartir


las condiciones mudables de los tiempos que es distinto que conservar lo existente.

Es compromiso que requiere determinación y motivaciones de fe, y, en cambio, ofrece


mayor significado y consideración a nuestra presencia en la Iglesia y en el mundo.

El Papa dice que avanzar hacia el Jubileo es casi un largo curso de ejercicios
espirituales que ha de hacerse como peregrinos de paz, en la purificación de la memoria,
a través de los caminos del perdón, aliviando los sufrimientos de muchos hermanos y
recurriendo a la propia conciencia, cara a cara a Dios.

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Sea así para cada uno de nosotros a ejemplo del Seráfico Padre y por amor a Aquel por
el que vivimos.

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