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3.

Raíces de la violencia anticlerical

" No necesito de la hipótesis de Dios para mi teoría” Laplace

En su texto “Si los curas y frailes supieran: la violencia anticlerical”, Cueva Merino
analiza de manera ideográfica los orígenes de los actos violentos en contra del clero
español.
Los orígenes los sitúa en una prehistoria anticlerical, un “antifrailismo”popular sin más
pretensión que la de criticar los vicios del estamento religioso. A esta base “inocente” se
va a unir más tarde el embate de las ideas ilustradas liberales que sitúan al clero como
claro obstáculo en la renovación de la sociedad, cubierto de una capa de oscurantismo
retrogrado que significaba todo lo contrario a la razón. La burguesía liberal empezó a
crear sus propios “ritos” y lugares comunes y en muchas ocasiones esta nueva identidad
estaba basada en el rechazo a la que ofrecía la iglesia. Estas dos piezas parecen haber
encajado para unir a toda la oposición monárquica ante un enemigo común. Los
liberales republicanos, los anarquistas y socialistas encontraron en el anticlericalismo un
vínculo de diferentes orígenes.

Aquí, en la irrupción del anticlericalismo liberal, sitúa Merino el origen de la violencia.


Con la muerte del cura Vinuesa (1821) a manos de una turba justo antes de las guerras
carlistas, donde la toma de partido del clero por la monarquía absolutista condujo a un
enfrentamiento tras el que muchos religiosos acabarían cenando con el altísimo. Luego,
esta política de violencia daría paso a una política de despachos, donde se buscaba
minar el poder legal y material de la iglesia desde. Hasta l844 no se estabilizaría la
situación al llegar los moderados al poder. Volvería a romperse sin embargo durante el
bienio progresista y el sexenio democrático aunque la violencia no llegó a la gravedad
de las guerras carlistas hasta el “año anticlerical”, 1901.
El planteamiento de Merino sitúa al clero en una posición victimista ante los
acontecimientos. Si bien es cierto que menciona la intervención activa de la iglesia en
las guerras carlistas y no niega que las críticas a sus vicios estuvieran fundamentadas, el
tono general es el de una subcultura que va generándose poco a poco hasta alcanzar el
punto de violencia irracional, razzias y todo tipo de actos injustificados.
En mi opinión, habría que darle a la iglesia el protagonismo que merece y situarlo como
agente activo en un conflicto social que la involucraba directamente. La iglesia no solo
padeció. Además de su obvia implicación política, de su cobertura al caciquismo de su
beligerancia en conflictos, se podría argumentar que ejercía de manera continuada un
tipo de violencia (que valga como ejemplo los sermones del pastor a sus ovejas) que por
mucho que se cubra de motivos espirituales parece estar estrechamente vinculada a la
defensa de unos intereses muy materiales.

Merino esgrime dos causas fundamentales para explicar los actos violentos contra la
iglesia, el desarrollo del liberalismo y su unión con una supuesta naturaleza violenta,
ancestral o casi genética, del pueblo español “La violencia ha formado una parte
integrante de la cultura hispana durante siglos y, con frecuencia se la ha encontrado
vinculada a la vivencia colectiva de la religión.”

Difícilmente podremos explicar nunca conductas violentas (o de cualquier tipo) en base


a una “esencia” española. Pero tal vez podríamos hacer el esfuerzo de comprobar como
la iglesia representaba en el feudalismo uno de los estamentos que no querían perder su
poder ante la emergente burguesía y como la burguesía veía en ellos el obstáculo para
su desarrollo como clase hegemónica. A esto sumamos el hecho de que en España el
el desarrollo del Estado moderno se retrasó considerablemente en relación al resto de
Europa. Hay diversas causas que pueden valer de explicación pero que no son el objeto
de este trabajo. Tampoco, y en relación a lo anterior, hubo en España una Reforma que
adaptara la religión, sus valores y actitudes a la nueva sociedad.
Este retraso propició la unión de los liberales con la izquierda revolucionaria. Ante la
disparidad de objetivos de ambos, es lógico que buscaran un enemigo común que
sentara las bases de su inestable alianza.
Además y como bien señala Merino, la violencia contra el clero no era algo aislado en
España, se trataba de una de las piezas de una realidad social tremendamente
conflictiva. La represión, el terrorismo, la solución violenta soreliana como sublimación
de la política era el ambiente que imperaba en casi todos los aspectos de la vida social y
política. La posterior elaboración de la teoría del caudillaje con justificaciones
teológicas o la idea de la “Cruzada” durante la guerra civil ejemplifica esta exaltación
de los métodos violentos también por parte de la iglesia.

El mismo título, “la violencia anticlerical” sitúa ya de entrada al clero como receptor de
la violencia y a otros agentes como causantes de la misma. Sería más correcto hablar de
“el clero y la violencia” ya que esta perspectiva englobaría la actividad eclesiástica en
torno al tema. Es por supuesto una cuestión complicada debido a que nos encontramos
ante un conflicto entre clases que aspiran a ocupar el mismo espacio social (Esto es,
clases dominantes), burguesía y clero y que de hecho se alternan en el poder durante
este periodo, cada una con sus oportunas alianzas.
Por esto creo que Merino no acierta con su enfoque ideográfico que en parte trata de
explicar el anticlericalismo en base a la evolución interna del mismo.

Bibliografía:

Gónzales Cuevas P.C: “Política de lo sublime y teología de la violencia en la derecha


española”. En Violencia política en la España del siglo XX

Cueva Merino, J.: “Si los curas y frailes supieran: la violencia anticlerical”.
En Violencia política en la España del siglo XX

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