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algo en la distancia; como un cartel de anuncios y algunos postes de teléfono a su

alrededor. Al instante de
enfocar mi atención en ese cartel, me encontré junto a él. Su estructura de acero me
asustó. La sentí como
algo amenazador. El cartel mostraba la fotografía de un edificio y un anuncio
comercial. Leí el texto: era un
anuncio de un motel. Tuve la peculiar certeza de encontrarme en Oregon o en el norte
de California.
Busqué otros aspectos del medio ambiente de mi sueño. Vi unos cerros azules muy a lo
lejos, y una colinas
verdes y redondeadas más cercanas. En esas colinas había grupos de árboles que
parecían ser robles
californianos. Quería que las colinas me atrajeran, pero lo que me atrajo fueron los
cerros distantes. Estaba
convencido de que eran las sierras.
Toda mi atención de ensueño se agotó en esos cerros. Pero antes de que se agotara,
fue atrapada por cada
uno de los aspectos peculiares de esas serranías. Mi sueño dejó de ser un sueño. Yo
creí estar
verdaderamente en las montañas, flotando velozmente de barrancos a enormes
formaciones rocosas, a
árboles y a cuevas. Fui de los precipicios a la punta de los picos, hasta que se me
acabó el impulso y no pude
ya enfocar mi atención de ensueño en nada. Sentí que estaba perdiendo el control.
Finalmente, ya no hubo
más paisaje, y quedaron únicamente las tinieblas.
-Has llegado a la segunda compuerta del ensueño -dijo don Juan cuando le conté mi
sueño-. Lo que ahora te
queda por hacer es cruzarla. Y eso es un asunto muy serio; requiere gran esfuerzo y
disciplina.
Yo no estaba seguro de haber cumplido con la tarea, ya que realmente no me había
despertado en otro
sueño. Le pregunté a don Juan acerca de esta irregularidad.
-El error fue mío -dijo-. Te dije que uno se tiene que despertar en otro sueño, pero lo
que quise decir es que
uno tiene que cambiar de sueños de una manera ordenada y precisa: exactamente
como lo hiciste.
"En la primera compuerta, perdiste mucho tiempo buscando exclusivamente tus
manos. Esta vez, te fuiste
directamente a la solución, sin molestarte en seguir, al pie de la letra, la orden dada:
despertar en otro sueño.
Don Juan me explicó que hay propiamente dos maneras de cruzar la segunda
compuerta del ensueño. Una
es despertarse en otro sueño; es decir, soñar que uno está soñando y luego soñar que
uno se despierta de ese
sueño. La otra alternativa es usar los objetos de un sueño para provocar otro sueño,
como yo lo hice.
Don Juan me dejó practicar, sin ninguna interferencia de su parte, como lo había
estado haciendo desde el
principio. Y corroboré las dos alternativas: o soñaba que tenía un sueño del cual soñaba
que me despertaba o
pasaba rápidamente de un objeto definido, accesible a mi atención de ensueño
inmediata, a otro no tan
accesible o entraba en una ligera variación de la segunda: mantenía la atención de
ensueño fija en cualquier
objeto de un sueño, hasta que el objeto cambiaba de forma, y al cambiar me jalaba a
otro sueño a través de un
vórtice zumbante. Sin embargo, nunca fui capaz de decidir de antemano cuál de las
tres alternativas iba a
seguir. La manera como mis prácticas siempre terminaban era el extinguirse mi
atención de ensueño, lo cual
finalmente me hacia despertar, o me hacia caer en un oscuro y profundo sopor.
Lo único que me molestaba en mis prácticas era una peculiar interferencia, un
sobresalto de inquietud o
miedo que había empezado a experimentar con una creciente frecuencia. El modo
como yo lo descartaba era
creyendo que se debía a mis terribles hábitos de alimentación, o al hecho de que, en
ese entonces, don Juan
me hacia ingerir plantas alucinógenas como parte de mi entrenamiento. Con el tiempo,
esos sobresaltos se
volvieron tan prominentes que le tuve que pedir a don Juan su consejo.
-Has entrado ahora en el aspecto más peligroso del conocimiento de los brujos
-comenzó-. Un verdadero
espanto, una real pesadilla. Podría hacerlo pasar por broma y decir que no te mencioné
esta posibilidad porque
quería proteger tu mimada racionalidad, pero no puedo. Todos los brujos tienen que
enfrentarse con esto.
Mucho me temo que aquí es donde, probablemente, tú creas que te estás volviendo
loco.
Don Juan me explicó muy solemnemente que la vida y la conciencia, siendo
exclusivamente una cuestión de
energía, no son propiedad exclusiva de los organismos. Dijo que los brujos han visto
dos tipos de seres
conscientes en la tierra: los seres orgánicos y los seres inorgánicos; y que comparando
unos con otros, han
visto que ambos son masas luminosas, traspasadas desde todo ángulo imaginable por
millones de filamentos
energéticos del universo. La diferencia entre una clase y la otra es en su forma y en su
grado de luminosidad.
Los seres inorgánicos son largos, parecidos a una vela, pero opacos, mientras que los
seres orgánicos son
redondos y sin duda los más luminosos. Otra notable diferencia es que la vida y la
conciencia de los seres
orgánicos es corta, ya que están hechos para efectuar movimientos rápidos y estar
siempre de prisa; mientras
que la vida de los seres inorgánicos es infinitamente más larga, y su conciencia
infinitamente más calma y
profunda.
-Los brujos no tienen ningún problema en interactuar con ellos -continuó don Juan-. Los
seres inorgánicos
poseen el ingrediente crucial para esta interacción: conciencia de ser.
-¿Pero existen realmente esos seres inorgánicos, como usted y yo existimos?
-pregunté.
-Por supuesto que existen -contestó-. Créeme, los brujos son gente muy inteligente;
bajo ninguna
circunstancia tomarían las aberraciones de la mente como algo verdadero.
-¿Por qué dice usted, don Juan, que están vivos?
-Para los brujos, el tener vida quiere decir tener conciencia de ser. Quiere decir tener
un punto de encaje, con
su resplandor de conciencia; esta es una condición indicadora para los brujos de que el
ser que los enfrenta, ya
sea orgánico o inorgánico, es totalmente capaz de percibir. Los brujos toman la
percepción como clave de estar
vivo.
-Entonces los seres inorgánicos también mueren. ¿No es cierto, don Juan?
-Naturalmente. Pierden su conciencia de ser, al igual que nosotros, excepto que la
duración de su conciencia
de ser es asombrosa.
-¿Se les aparecen estos seres inorgánicos a los brujos?
-Es muy difícil decir qué es lo que sucede con ellos. Digamos que esos seres son
atraídos por nosotros, o
mejor aún, digamos que están obligados a interactuar con nosotros.
Don Juan me escudriñó asiduamente.
-No estás escuchando absolutamente nada de esto -dijo con un tono, no de reproche,
pero si de sorpresa.
-Me es casi imposible pensar acerca de esto racionalmente -le dije.
-Te advertí que este tema iba a abrumar tu razón. Lo más indicado es suspender todo
juicio y dejar que las
cosas tomen su curso; esto quiere decir que los seres inorgánicos se acercarán a ti.
-¿Está usted hablando en serio, don Juan?
-Por supuesto que estoy hablando en serio. La dificultad con los seres inorgánicos es
que su conciencia de
ser es muy lenta en comparación con la nuestra. Les toma años reconocer a un brujo.
De allí que es
aconsejable tener paciencia y saber esperar. Tarde o temprano se nos presentan. Pero
no como tú o yo lo
haríamos. Tienen una manera muy peculiar de hacerse notar.
-¿Qué hacen los brujos para que los seres inorgánicos muestren su presencia? ¿Tienen
un rito?
-Bueno, ciertamente no se paran a media calle, al dar la media noche, y los llaman con
trémulas voces, si eso
es a lo que te refieres.
-¿Entonces, qué es lo que hacen?
-Los atraen en el sueño. Te dije que los brujos hacen algo más que atraerlos; con el
acto de ensoñar, los
brujos obligan a esos seres a interactuar con ellos.
-¿Y cómo los obligan?
-Ensoñar es sostener la posición a la que el punto de encaje se desplazó durante los
sueños. Este acto crea
una carga de energía muy especial, la cual los atrae y atrapa su atención. Es como
poner cebo en un anzuelo;
los peces se van tras él. Al llegar a las dos primeras compuertas del ensueño y al
cruzarlas, los brujos les tiran
el anzuelo a esos seres, y los obligan a presentarse.
"Al cruzar la segunda compuerta, les hiciste saber que estás en subasta. Ahora debes
esperar a que te den
una señal de su parte."
-¿Qué clase de señal, don Juan?
-Posiblemente la aparición de uno de ellos, aunque me parece demasiado pronto para
eso. Soy de la opinión
que su señal va a ser simplemente una interferencia en tus sueños. Creo que los
sobresaltos de miedo que
estás experimentando últimamente no son indigestión, sino sacudidas de energía que
te producen los seres
inorgánicos.
-¿Qué debo hacer, don Juan?
-Debes calibrar tus expectativas.
No entendí lo que me quería decir. Me explicó cuidadosamente que nuestra
expectativa normal, cuando
interactuamos con nuestros semejantes o con otros seres orgánicos, es obtener una
respuesta inmediata a
nuestro deseo de interacción. Con los seres inorgánicos esa expectativa nuestra debe
ser recalibrada, puesto
que están separados de nosotros por una formidable barrera: energía que se mueve a
una velocidad diferente.
Los brujos deben considerar esta diferencia y alargar la duración de su deseo de
interactuar con ellos y
sostenerlo durante todo el tiempo que sea necesario.
-Los brujos llaman a esto recalibrar sus expectativas -añadió-. Y el ensueño es el medio
ideal para lograrlo.
-¿Quiere usted decir, don Juan, que en la práctica del ensueño debe ser incluido el
deseo de interactuar con
ellos?
-La práctica del ensueño es el único modo de interactuar con ellos. Para lograr un
perfecto resultado, a la
práctica se debe agregar el intento de alcanzar a esos seres inorgánicos, pero
alcanzarlos con una sensación
de poder y confianza, con una sensación de fuerza, de desapego. Se deben evitar a
toda costa sensaciones de
miedo o morbosidad. Son bastante mórbidos de por sí; aumentar su morbosidad con la
nuestra es una imbecilidad.
-Estoy un poco confundido, don Juan, acerca de cómo se les aparecen a los brujos.
¿Cuál es esa manera
particular de manifestarse que usted mencionó?
-Se materializan, a veces, en el mundo diario, delante de nosotros. La mayoría de las
veces, su presencia es
invisible y se caracteriza por una sacudida del cuerpo entero, una especie de
estremecimiento que sale desde
el tuétano.
-¿Pasa lo mismo durante el ensueño?
-Durante el ensueño ocurre lo opuesto. Algunas veces los sentimos de la forma en que
tú lo estás sintiendo,
como un sobresalto de miedo. La mayoría de las veces se materializan delante de
nosotros. Puesto que
normalmente no tenemos ninguna experiencia con ellos, en las primeras etapas del
ensueño nos pueden
saturar con un miedo más allá de toda medida; un verdadero peligro para nosotros.
Pueden usar ese miedo
para seguirnos hasta aquí, con resultados desastrosos para nosotros.
-¿Desastrosos en qué forma, don Juan?
-El miedo se nos puede pegar tan profundamente que tendríamos que ser muy
abusados para salirnos de él.
Los seres inorgánicos pueden ser peor que la peste. Con el miedo que nos hacen sentir,
pueden fácilmente
volvernos locos de remate.

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