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Facultad de
psicología, Maestría en Psicología, Universidad de Baja California, México.
MAYOR
Lo que parece claro es que, en la etiopatogenia de los trastornos mixtos, al igual que en
la de los trastornos diferenciados, no existe una causa única, sino que se han propuesto
múltiples factores genéticos, biológicos, psicológicos y sociales. Así, por ejemplo, se ha
observado la existencia de una agregación familiar de estos trastornos, aunque no existe
ningún mecanismo que se haya identificado como factor genético único. Entre las
alteraciones neurobioquímicas existentes se observa que comparten la alteración de algunos
de los neurotransmisores (serotonina y noradrenalina). En cuanto a su distribución por
sexos, ambos trastornos son más frecuentes en mujeres, entre la segunda y la cuarta década
de la vida, sin diferencias étnicas, y con más frecuencia de los trastornos de ansiedad en
personas de bajo nivel educativo. (González, 2008).
Existe una neta evidencia Según Mehta, Yaffe, & Brenes, et al. (2007), de que los
síntomas de depresión se vinculan con deterioro funcional, pese a que parece razonable que
se generalizara este hecho al campo de la ansiedad debido a la contrastada interrelación
entre depresión y ansiedad, apenas existen estudios que den cuenta de la posible
interrelación entre ansiedad y declive funcional.
Por otro lado, el número de enfermedades físicas, una pobre salud percibida, problemas
funcionales, rasgos de personalidad, estrategias inadecuadas de afrontamiento, alteraciones
psicológicas previas, red social pequeña, aspectos cualitativos de la red social, estar soltero,
la presencia de eventos estresantes y ser mujer son factores de riesgo para la incidencia y la
prevalencia de depresión. Las diferencias entre los factores de riesgo para la ansiedad y la
depresión son varias. En primer lugar, la afectación cognitiva y las limitaciones funcionales
y estar soltero son factores predictores de depresión, pero no de ansiedad. En segundo
lugar, la presencia de eventos estresantes, es un importante predictor para ambos trastornos,
aunque parece que los eventos traumáticos predicen mejor la ansiedad. Por último, la edad
parece ser un factor protector para la ansiedad, a la vez que un factor de riesgo para la
depresión.
Bruce y Leaf (1989), constataron en una muestra de ancianos en la comunidad que las
probabilidades de muerte en sujetos con trastornos del estado de ánimo, eran cuatro veces
mayores que en el resto de la muestra. Por otro lado, parece evidente que los ancianos
tienden a manifestar la sintomatología depresiva al médico en menor medida que los
adultos jóvenes (Harper, Kotik-Harper, & Kirby, 1990). Los síntomas psicológicos y
emocionales son los más infracomunicados, al contrario de los somáticos y
neurovegetativos (Lyness, Cox, Curry, Conwell, & King, 1995).
Así tanto para población anciana en la comunidad como para la que habita en
residencias, también hay disparidad en cuanto a cifras de prevalencia de depresión entre
ancianos hospitalizados. Es clásico citar el estudio de Koenig, George, Peterson, & Pieper,
(1997), en el que haya una prevalencia de alteraciones depresivas mayores en el 10-21 % de
los pacientes hospitalizados. La prevalencia de depresión menor en este mismo estudio se
sitúa en el 14-25 %. Todo ello, en función del criterio escogido para interpretar los
resultados de la aplicación del instrumento usado, National Institute of Mental Health
Diagnostic Interview Schedule (DIS).
Igualmente, ha sido reportado que en los adultos mayores que viven en residencias, las
condiciones de vida y la falta de contacto social se han asociado con síntomas depresivos
(Santos et al., 2010; citado en Estrada, Cardona, Segura, et. al. 2013). Además, los estudios
de Pérez y Arcia (2008; citado en Estrada, Cardona, Segura, et al. 2013) han reportado
asociación entre viudez con una mayor probabilidad de síntomas depresivos, al igual que el
estado de salud física, el desarrollo de actividades de la vida diaria y la autonomía de los
adultos mayores.
La soledad en la vejez, puede ser un factor de riesgo de serios problemas de salud mental
como la depresión (Adams, Sanders, & Auth, 2004). Existen algunos estudios que han
encontrado asociaciones significativas entre la soledad y la depresión (Cacioppo,Hughes,
Waite, Hawkley, Thisted, 2006; Pirkko, Niina, Reij, Timo, & Kaisu, 2006); sin embargo,
autores como Theeke (2009), consideran que la soledad es un constructo psicológico
separado de la depresión. En una investigación con jubilados se halló que no todos los que
se sienten solos se deprimen, y que la soledad no es un componente necesario de la
depresión, pero sí se puede concluir que la soledad es un factor potencial de riesgo para la
depresión (Adams, Sanders, & Auth, 2004). Paúl, Hayes, & Ebrahim, (2006), encontraron
que los adultos mayores con enfermedades depresivas presentaban mayor número de
enfermedades físicas que los mentalmente sanos, pero no es claro si la enfermedad física
era la causa o la consecuencia de los trastornos mentales y que quienes reportaban mayores
niveles de soledad fueran quienes no tenían pareja, lo que sugiere que sólo una estrecha
relación íntima puede amortiguar la soledad y la depresión. Cacioppo, et al. (2006), afirman
que la soledad y la sintomatología depresiva pueden tener un efecto sinérgico en la
disminución del bienestar en los adultos de mediana edad y mayores.
Sea el origen del daño orgánico una alteración vascular o cualquier otra noxa por definir,
sí parece que hay acuerdo en considerar que la depresión en los ancianos frecuentemente se
asocia a un subtipo de disfunción cognitiva, una disfunción más subcortical que cortical. En
un porcentaje de ellos, no bien definidos clínicamente, la disfunción cognitiva persistirá
pudiendo reflejar en este caso, una lesión cerebral subclínica. En este subgrupo sería en el
que la demencia acaba apareciendo. Globalmente, todos estos hallazgos apoyan la hipótesis
de la existencia de un sustrato común para el deterioro cognitivo y la depresión más que
una relación de causalidad de cualquiera de ellos sobre el otro. (Sánchez, 1999).
Existe, por otra parte, una relación estrecha entre la depresión y otras enfermedades
somáticas. Esta asociación, en algún caso causal las depresiones orgánicas verdaderas o
más a menudo indirecta donde la enfermedad somática podría actuar como un factor
depresógeno, es una fuente de dificultades a distintos niveles. En cuanto a la clínica, al
igual que en otras enfermedades psiquiátricas esquizofrenia, neurosis de ansiedad, histeria,
los ancianos tienen a veces una cierta atenuación de los síntomas, con mayor frecuencia de
formas paucisintomáticas, tórpidas es decir escasos síntomas o afección que no tiende ni a
mejorar ni a agravarse, hacen referencia a síntomas; que con frecuencia pasan inadvertidas
o son banalizadas, pero que pese a su apariencia, alteran globalmente los recursos
adaptativos y la calidad de vida de estas personas, además de comportar como todos los
trastornos depresivos en los ancianos un notable riesgo suicida. (Cárdenas, & Suárez,
2010).
A la vez, los adultos mayores concentran el grupo con más limitaciones funcionales que
afectan la independencia personal en el diario vivir, requiriendo una valoración geriátrica
integral y asistencia especial; además, se incrementa el número de individuos con trastornos
mentales, cognitivos del comportamiento, lo que hace más difícil el cuidado a largo plazo
(Hirschfeld & Lindsey, 2002; citado en Estrada, Cardona, Segura, et. al. 2013).
Para Shen, Avivi, & Todaro, et al. (2008), la asociación entre presentar depresión y un
incremento de riesgo de defunción se ha establecido firmemente, tanto en estudios que
incluyen una muestra clínica como en los del ámbito comunitario, hecho que, además, se ha
comprobado es mas intenso entre los varones. Comparado con la depresión, existe un
número muy limitado de trabajos que analicen la relación entre ansiedad y mortalidad. Al
mismo tiempo, la ocurrencia conjunta de depresión y ansiedad generalizada se ha mostrado
como una forma psicopatológica de mayor gravedad y cronicidad que la presencia
individual de alguna de las dos, e incluso se ha llegado a considerar que la depresión, el
trastorno de ansiedad generalizada (TAG) y el trastorno mixto depresión-TAG representan
un mismo problema clínico con diferentes grados de gravedad o que están en diferentes
estadios de desarrollo.
Se han identificado una serie de factores que predisponen la conducta suicida y que son
conocidos como factores de riesgo suicida. Para Blumenthal (1998; citado en: Pérez, Ros,
Pablos, & Calás, 1997). hay que considerar 5 grupos de dichos factores:
La prevención de los trastornos depresivos en la vejez supone uno de los mayores retos
del futuro, debido a la alta prevalencia, la elevada carga de morbilidad asociada y el gran
gasto económico generado, tal y como se ha expuesto anteriormente. A pesar de ello, las
investigaciones acerca de la prevención primaria de la depresión en población geriátrica son
exiguas, debido a la dificultad para llevarlas a cabo o porque no se han considerado útiles
(Cuijpers, Smit, Patel, Dias, Li, & Reynolds 2015).
A lo largo de la vida, todas las personas nos enfrentamos a cambios físicos, psíquicos y
sociales, a los cuales debemos adaptarnos. Sin embargo, la senectud se caracteriza por una
disminución de esta habilidad. Durante esta etapa acontecen una serie de estresores entre
los que se encuentran el deterioro físico y psíquico, la presencia de enfermedad, la
discapacidad, el aislamiento y la soledad, la muerte de seres queridos y la
institucionalización, entre otros. En palabras de Redondo et al. (2012), “estos
acontecimientos vitales incrementan el riesgo de padecer una depresión, por lo que suponen
la diana de prevención en las patologías anímicas de los adultos mayores”. La vejez es una
etapa en la que la pérdida se hace evidente. Para sobrellevar esta situación, las estrategias
de afrontamiento que utiliza el individuo cobran gran relevancia.
Para Redondo et al. (2012), “los longevos que emplean estrategias como el
afrontamiento activo, la planificación, la búsqueda de apoyo social instrumental, búsqueda
de apoyo social, emocional, la religión, la reinterpretación positiva, la aceptación y el
humor, presentan puntuaciones más bajas en la Escala de Depresión Geriátrica”. Es decir,
los ancianos que utilizan habilidades de adaptación más activas presentan una menor clínica
depresiva, por lo que se consideran factores protectores de la enfermedad.
Entre las medidas efectivas para dar respuesta a la problemática del aislamiento social y
la soledad (factores de riesgo para el desarrollo de la depresión), la OMS (2015) respalda la
identificación de las personas que se encuentran en riesgo de soledad por parte de los
profesionales sanitarios, el planteamiento de intervenciones de formato grupal, que sean
participativas, con un fondo teórico y que potencien las redes de apoyo disponibles de los
adultos mayores En definitiva, tal y como señala Alexopoulos, profesor e investigador de
psiquiatría de la Universidad de Cornell, “los ancianos vulnerables a sufrir depresión
pueden disminuir el riesgo gracias a las instrucciones en la relación cuerpo-mente,
capacitación en técnicas de relajación, reestructuración cognitiva, entrenamiento en la
solución de problemas y en comunicación, y manejo conductual del insomnio, adecuada
nutrición y ejercicio físico, ya que presentaron mayores tasas de autoeficacia y una
reducción de los síntomas de depresión, ansiedad e insomnio”. (Alexopoulos, 2005).
Las intervenciones con adultos mayores se han realizado apoyados en técnicas, como
las cognitivo – conductuales, entre las cuales fue rastreada la psico-educación, los refuerzos
y el modelado. También, aparecen otras como la reestructuración cognitiva, la
reminiscencia, condicionamiento clásico y operante, aprendizaje social, modelo de
indefensión/ dependencia aprendida, resolución de problemas, escucha clínica, depresión de
Lewinsohn, relajación para la ansiedad, practica o ensayo de habilidades, incitación,
moldeamiento, encadenamiento y desensibilización sistemática. estas, han sido las técnicas
más estudiadas y aceptadas para la población de adultos mayores, lo cual es reportado en
algunas investigaciones en las que se reportan buenos resultados (Vergara y González,
2009).
En este mismo orden, aparece el arte terapia, técnica que se considera posibilitadora
de conexión con el interior del sí mismo por medio de la creatividad (Zapata, 2016) y
que potencia los recursos psíquicos y el desarrollo integral de las personas para promover la
salud física, cognitiva, social y emocionalmente. (Delgado, 2001).
La técnica grupal, como una estrategia que se suele utilizar con frecuencia en los
procesos de intervención con adultos mayores, como el caso de un estudio dirigido a
implementar un modelo de intervención en habilidades sociales (Holguín et al., 2016), u
otro en el que se hizo un análisis de la efectividad de un programa de tratamiento para la
modificación de las actitudes en personas mayores (Marcilla et al., 2002). En este último
caso, se usó la técnica en actividades de prevención principalmente para brindar elementos
teóricos y prácticos para una mejor calidad de vida.
Se puede resaltar que parece existir un amplio grado de acuerdo en que, con los
ancianos, es preferible utilizar terapia de grupo en vez de individual, esto tiene que ver en
parte con la insuficiencia de terapeutas en el área de la atención clínica al adulto mayor y el
valor que puede tener el grupo para combatir la soledad, considerada como un antecedente
importante de la depresión en la tercera edad. (Vergara y Gonzalez, 2009).
La O.M.S. (2017), ha sugerido estrategias de tratamiento y asistencia a los prestadores
de asistencia sanitaria y la sociedad en su conjunto presten atención a las necesidades
especiales de los grupos de población de edad mayor mediante las medidas siguientes:
• protección y libertad;
• viviendas adecuadas mediante políticas apropiadas;
• apoyo social a las personas de edad más avanzada y a quienes cuidan de ellas;
• programas sanitarios y sociales dirigidos específicamente a grupos vulnerables
como las personas que viven solas y las que habitan en el medio rural o las aquejadas de
enfermedades mentales o somáticas;
• programas para prevenir y abordar el maltrato de los adultos mayores;
• programas de desarrollo comunitario.
Una buena asistencia sanitaria y social en general es importante para mejorar la salud,
prevenir enfermedades y tratar los padecimientos crónicos de las personas mayores. Por lo
tanto, es importante capacitar a todo el personal sanitario que debe enfrentarse con los
problemas y trastornos relacionados con la vejez. Para ello es imprescindible proporcionar
a los adultos mayores una atención de salud mental eficaz en el nivel comunitario. La
misma importancia tiene poner de relieve la asistencia prolongada de los adultos mayores
aquejados de trastornos mentales, así como dar formación, capacitación y apoyo a quienes
los atienden. Es imprescindible contar con un marco legislativo apropiado, basado en las
normas internacionales sobre derechos humanos, para ofrecer los servicios de la mejor
calidad a las personas con enfermedades mentales y a quienes cuidan de ellas. (O.M.S,
2017).
Todas estas acciones, sumadas a una temprana identificación y abordaje de los factores
de riesgo por parte del personal sanitario, pueden derivar a una reducción de la conducta
suicida entre la población anciana.
CONCLUSIONES
La vejez es una etapa caracterizada por una serie de acontecimientos vitales que pueden
ocasionar el desarrollo de trastornos afectivos mixtos; como ansiedad y depresión;
fenómenos que inciden de forma negativa en la vida de las personas, gestando aislamiento
social, soledad, dependencia a los narcóticos, píldoras, obesidad, sedentarismo, consumo de
alcohol, tabaco, entre otros. Eventos desencadenados en parte, por situaciones de pérdida de
seres queridos, abandono, maltrato, cambios de domicilio, hospitalización,
institucionalización, jubilación, insomnio, etc. Estos son solo algunos factores que
incrementan el riesgo de padecer algún tipo de síndrome ansioso, depresión, suicidio,
vulnerando a la persona de la tercera edad frente a las enfermedades psicosomáticas e
incluso la muerte.
Las manifestaciones de ansiedad son frecuentes entre las personas mayores y pueden ser
disruptivas en la vida cotidiana, para considerarlas un problema clínicamente significativo.
Ha sido asociado a un número significativo de consecuencias negativas, tales como
incremento de la discapacidad, disminución de la sensación de bienestar, satisfacción con la
vida, aumento de la mortalidad, alto riesgo de enfermedad coronaria en varones, así como
suele suponer una utilización reiterada y excesiva de servicios de salud. Además, se ha
evidenciado que la ansiedad cuando no se trata tiende a hacerse crónica.
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