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Nos bombardean con noticias e historias sobre una serie de individuos evidente y

absurdamente egoístas, ladrones, asesinos, violadores, "sinvergüenzas", cínicos,


corruptos que a los que se les muestra como personas malas, malvados que realizan
actos inmorales. ¿Qué es un acto moral? ¿Quién decide? ¿Cómo se configuran? Todos
sabemos que robar es malo, por lo tanto, inmoral, ¿verdad?

Al mismo tiempo, vemos cómo estos individuos no son acusados, salen libres o con
penas reducidas después de haber confesado a masacres, asesinatos de figuras
públicas, opositores políticos, personas civiles, violaciones (múltiples), autores
intelectuales de crímenes de lesa humanidad, terrorismo de Estado, robos de cientos de
millones de dólares. Esto traslada al imaginario social la figura de la impunidad como
prevaleciente en el sistema de (in)justicia y en la sociedad, lo que va calando dentro de la
subjetividad moral de cada persona.

De esta forma se va interiorizando la impunidad como estado natural de las cosas


(naturalización del crimen). Esto previene cualquier acción moral, puesto que no parece
tener sentido-objetivo actuar moralmente en un contexto donde la impunidad se impondrá
en detrimento de la justicia. Precisamente es allí el origen del problema: el tipo de
subjetividad o forma de pensar que produce el sistema cultural e ideológico del
capitalismo neoliberal. Esta subjetividad/pensamiento específica nos lleva a pensar que la
corrupción es un "mal" de individuos malos, egoístas, codiciosos: gula individual
(enfatizando el aspecto juzgativo). Mas no enfatiza el papel del contexto o ambiente que
produce a estos individuos. 

En este caso, el contexto puede entenderse a nivel material: como un sistema socio-
afectivo-educativo-judicial-religioso: violento, patriarcal-misógino, sexista, homófobo,
racista, colonial y clasista que se expresa en un nivel no-material: un ideario moral-cultural
colectivo, una ideología hegemónica neoliberal que impone un ideal de vida a través de la
occidentalización del mundo (transmisión cultural de moral, valores, creencias y
paradigmas modernos de europa y eeuu) producto de la globalización (industria del
entretenimiento, tecnologías, redes sociales, consumo, mercados, religión ortodoxa). Hay
que enfatizar que este orden de las cosas no es natural, es impuesto social e
históricamente, en permanente (de)construcción. Impermanente como la vida. Este
sistema socio-afectivo-educativo-judicial-religioso sirve como instrumento para legitimar la
ideología hegemónica. 

Volvamos a la subjetividad moral y moral social. Como se mencionaba anteriormente el


tema de corrupción parece estar de moda, tanto por la salida a la luz de actos de
corrupción, como de un discurso político que utiliza esa corrupción de “los políticos de
siempre” como estrategia electoral. Incluso la población se ha inmiscuido dentro de esta
retórica de la corrupción, pero con un claro disgusto por darse cuenta cómo se han
robado su dinero (impuestos). 

Señalar a estos corruptos brinda una catarsis moral a las personas. La catarsis se vuelve
relevante en un contexto de relativismo moral. Esto hace que no exista no haya un
estándar universal que defina el bien y el mal, por lo que cualquier juicio acerca del bien y
del mal es simplemente resultado de las preferencias y entorno de la persona. Entonces,
algo es bueno dependiendo del contexto: lo que es bueno en ciertas situaciones no lo
será en otras. Puesto que nada está del todo claro, el tema del bien y el mal resulta muy
confuso para las personas. El relativismo, dentro del molde de la cultura popular (culto a
las libertades individuales y de expresión), ha traído consigo cierto parálisis moral o
amoralidad. Mientras se podría argumentar que matar bebes (nacidos) es malo, algún
contacto desconocido de Facebook podría aparecer comentando “¿qué tal si ese bebe
fuese Hitler?”, haciendo que la persona que opina que matar bebes es malo aparezca
como alguien con mente cerrada. Este tipo de interacciones han llevado a que tengamos
miedo de emitir juicios morales, pues lo único realmente ético es no hacer exigencias
morales fuera del propio contexto individual, lo que paradójicamente viene siendo una
posición amoral. 

El relativismo moral se mezcla con la indignación de redes sociales y la maquinaria


mediática que presenta historias sobre una infinidad de casos de corrupción, crímenes,
violaciones a derechos humanos, descontento con los escritores de nuestra serie favorita
porque mataron a nuestro héroe o heroína y otras historias de estafadores internacionales
y todas empaquetadas para despertar nuestros sentimientos morales más instintivos
(horror, tristeza, enojo). Al mismo tiempo que vemos todas estas historias, la cultura nos
dice que no hay nada bueno ni malo y que cada quién crea su propia realidad moral,
llevándonos a este parálisis moral (ceguera moral?) sin la capacidad de crear un marco
de referencia moral propio y mucho menos defender estas exigencias morales 

La individualización de la sociedad hace que pensemos los problemas y soluciones en


términos individuales, como un mal del individuo, de la persona, casos aislados. Se nos
presentan mediáticamente estos individuos corruptos y malos, individuos a los cuales se
puede señalar y sentirse mejor con uno mismo sin atender las propias corrupciones y
actos inmorales (como olvidar la pajilla de metal en casa). Estos casos mediáticos sirven,
pues son un objetivo hacia el cual la mayoría puede acordar en señalar, culpabilizar y
juzgar (juicios morales socialmente aceptados). Comentar sobre el aborto es un tema
escabroso, pero cualquiera puede acordar que Francisco Flores, Tony Saca y Mauricio
Funes son corruptos. En un contexto plagado de polarización y paralizado por el
relativismo moral, se siente bien ser capaz de señalar actos indebidos/malos en redes
sociales y que todos estén de acuerdo con vos.

Se crean, entonces, estos “diablos populares” (un Otro-enemigo) creados a través de los
distintos medios de comunicación, son un grupo cuyas acciones han sido etiquetadas
como “malvadas” o “del mal” y materializan (hacen tangible) el mal. Contribuyen a la
paranoia (clima de miedo-inseguridad generalizado) sobre la criminalidad e impunidad. Al
crear este pánico moral resulta catártico señalar al mal tangible (políticos corruptos). Esta
idea y creación de “diablos/demonios populares” es relevante no por el pánico moral, sino
por ese efecto catártico moral que tienen. Al observar estos individuos se puede dilucidar
lo que los genera, el contexto que los produce. Se observa que, por debajo de estos actos
de corrupción, predomina ese ideal de riqueza y codicia propio de la ideología neoliberal.

Estos individuos brindan luces sobre algunos males sociales: cuando resulta difícil
entender cómo los gobiernos no hacen nada aun con tanto préstamo, aparece don
Antonio Saca o Mauricio Funes que se han robado aproximadamente 700 millones de
dólares entre los dos y todo parece tener sentido. Estos individuos cristalizan una cultura
que puede resultar ambigua mediante sus acciones, clarificando qué está mal.

Se nos enseña a admirar la riqueza, se nos ha hecho creer que es necesario para
mantener el orden social y la jerarquización de clase
para mantener el orden social y la jerarquización de clases. Básicamente se nos dice que
somos tan egoístas que nadie lucha contra el sistema porque queremos hacer dinero y
hacerlo sin que la gente te odio. Pero balanceamos eso con la búsqueda de apoyo.

balanceamos eso con la autopreservación. Pero buscamos soporte para nuestro trabajo. 

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