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Centro de
Investigaciones
Criminológicas
de la Justicia
Penal
La revista NOVA CRIMINIS. Visiones Criminológicas de la Justicia Penal, es una publicación semestral
editada por el Magíster de Criminología y Justicia Penal y el Centro de Investigaciones Criminológicas
de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Central de Chile. Su objetivo principal
es promover y difundir entre los miembros de la comunidad nacional, en particular los estudiantes,
académicos y profesionales del Derecho Penal y la Criminología, la importancia de la investigación
criminológica –teórica y empírica– vinculada estrechamente a la justicia penal, al control del delito, la
penalidad y la criminalidad convencional y emergente.
The magazine NOVA CRIMINIS. Visions of Criminology and Criminal Justice, is a biannual publication
by the Masters Program in Criminology and Criminal Justice and the Criminological Research Center
of the Legal and Social Sciences Faculty of Universidad Central. Its main objective is to promote among
the members of the national community, particularly students, academics and legal professionals, the
importance of criminology research –theorical and empirical– closely linked to the criminal justice, as
well as the analysis and discussion of frime control, penalty, conventional and emergency criminology
and fundamental rights.
Se autoriza la reproducción del contenido de esta publicación, siempre y cuando se reconozca y cite al autor original
y publicación, no se realicen modificaciones a la obra y no se utilice para fines comerciales.
DIRECCIÓN
Mary Beloff
Prof. Dra. Universidad de Buenos Aires (Argentina)
Denise Hammerschmidt
Prof. Dra. Escuela Judicial de los Magistrados del Estado do Paraná (Brasil)
Tabla de contenidos
SUMARIO ANALÍTICO.........................................................................................11
MIRADAS EXPERTAS
Populismo penal: el fin de la razón...............................33-70
Por John Pratt y Michelle Miao
Penal Populism: the End of Reason............................71-105
By John Pratt y Michelle Miao
ANALISIS TEMÁTICO
Las nuevas penas comunitarias de la Ley 18.216:
cuatro tensiones a nivel de ejecución....................... 109-149
Por Consuelo Murillo
RESEÑAS
El miedo a los subordinados.............................................281-287
Por Javier Celis
ANALYTICAL SUMMARY.....................................................................................11
EXPERT’S VIEWS
Penal Populism: The End of Reason..............................33-70
By John Pratt and Michelle Miao
THEMATIC ANALYSIS
New Community Sanctions in the 18.216 Act.:
Four Issues on their Implementation....................... 109-149
By Consuelo Murillo
REVIEWS
Fear of subordinates..........................................................281-287
By Javier Celis
Sumario analítico
MIRADAS EXPERTAS
SUMARIO
Introducción
Castigo, razón y anti-razón
Una explicación al populismo penal
Déficits de legitimidad y el ascenso de la política populista
El fin
RESUMEN
tre la razón y el castigo moderno, este ha sido solo el preludio de la forma en que
un populismo político mucho más fluido ahora amenaza con poner fin a la razón
misma, la piedra angular de la modernidad. Este cambio del populismo penal al
político ha sido acelerado por dos factores interconectados: el impacto de la crisis
fiscal global del 2008 y el movimiento masivo de pueblos en todo el mundo. El
artículo concluye con un debate sobre cómo el populismo político continúa trans-
formando el castigo en la sociedad moderna, así como las consecuencias sociales
más amplias y las implicancias de su surgimiento.
PALABRAS CLAVE
ANÁLISIS TEMÁTICO
CONSUELO MURILLO
Las nuevas penas comunitarias de la Ley N° 18216: cuatro tensiones a nivel de
ejecución
SUMARIO
Introducción
1. What’s in a name?
1.1 Penas no privativas de libertad
1.2 Penas sustitutivas
1.3 Penas alternativas
1.4 Medidas penales alternativas (MPA)
1.5 Sanciones intermedias
1.6 Penas comunitarias
2. Cuatro problemas en la ejecución de las penas sustitutivas
2.1 Administrativización
2.2 Discrecionalidad
2.3 Consentimiento y participación del penado
2.4 Intervención penal en la vida
Conclusión
RESUMEN
Las penas alternativas han tenido una extensa historia de desarrollo. Muchas
instituciones, como la libertad vigilada o los servicios en beneficio de la comu-
nidad, han sido consideradas parte de un grupo de medidas que han recibido di-
ferentes nombres (penas alternativas, sustitutivas, sanciones intermedias, etc.).
En este artículo se afirma que las denominaciones no son neutras, sino que, por
el contrario, manifiestan diferencias significativas.
Se analizan los distintos conceptos que se han utilizado para nominar a este
grupo de instituciones a nivel comparado y se enumeran aquellas penas que en
Chile constituyen pena comunitaria. Finalmente, se desarrollan los principales
problemas que a nivel internacional se han evidenciado como consecuencia de la
introducción de este tipo de instituciones.
PALABRAS CLAVE
SUMARIO
1. Introducción
2. La criminología positivista como sistema interpretativo de la cuestión social
3. Tipologías y categorías acerca del nexo entre inmigración y delito
4. Reconstruyendo los saberes en torno a los delincuentes
5. Traducciones y metamorfosis acerca de la cuestión migratoria como cuestión
criminal
6. Reflexiones finales. Una mirada en conjunto
RESUMEN
En este artículo se propone reconstruir algunas de las maneras mediante las cua-
les la criminología positivista —en tanto constituía un saber consagrado aca-
démicamente y en cuanto ocupaba un importante lugar institucional-estatal—
definió y conceptualizó las relaciones entre inmigración y delincuencia en el
contexto de la gran inmigración masiva de la ciudad de Buenos Aires.
PALABRAS CLAVE
SUMARIO
1. Introducción
La tensión entre victimización y denuncia
2. Las estadísticas policiales en Ecuador
2.1 La cifra negra y su efecto en la imaginación del delito
3. Oportunidad y situación delictiva
4. Conclusiones
RESUMEN
PALABRAS CLAVE
MÓNICA ZEGARRA G.
El archivo provisional en Chile: su aplicación y su problemática (2008-2015)
SUMARIO
Introducción
Origen y dilemas de las salidas tempranas facultativas
El archivo provisional en el proceso penal chileno
Análisis estadístico del archivo provisional según tipo de delito e imputado
Análisis de la correlación entre delitos ingresados y archivo provisional
Modelo de regresión lineal
Reflexiones finales
RESUMEN
Cada vez que se aborda el tema de las salidas tempranas facultativas (el archivo
provisional, el principio de oportunidad y la facultad de no iniciar la investiga-
ción) es desde el punto de vista comparativo. Mucho se ha hecho por cuantificar-
las, pero poco o nada por tratar de explicar el origen de la problemática surgida
por su aplicación. Este trabajo pretende dar un nuevo enfoque al tratamiento
clásico del tema; lo que se busca es describir cuáles son las relaciones que influ-
yen en el comportamiento de las salidas tempranas facultativas, en específico la
situación de los archivos provisionales. Para ello se analizó el origen de estas sali-
das, su aplicación, su problemática y la correlación entre archivos provisionales e
imputado desconocido con la intención de medir estadísticamente el tipo y grado
de asociación entre estas variables. El periodo analizado corresponde a los años
2008 a 2015. Los datos fueron obtenidos de los boletines estadísticos anuales del
Ministerio Público. Se eligió este periodo ya que desde el año 2009 los boletines
estadísticos incorporan datos segregados por imputado conocido y desconocido,
variable de interés para nuestro análisis.
PALABRAS CLAVE
SUMARIO
Introducción
Implicancias criminológicas de la enajenación mental y la criminalidad
Análisis de las causas seguidas contra imputados que fueron ingresados en el
hospital psiquiátrico Philippe Pinel durante los años 2013 y 2014
Conclusiones y sugerencia
RESUMEN
El tema que se va a abordar dice relación con analizar la situación, tanto desde
un punto de vista criminológico como procesal, de aquellos sujetos que, presu-
miblemente enajenados mentales, han cometido un hecho típico y antijurídico
en nuestro sistema penal, principalmente en lo que respecta a la aplicación de
medidas cautelares a su respecto. En el trabajo se mostrará, en términos amplios,
cómo ha sido la evolución histórica del tratamiento de los inimputables desde
un punto de vista criminológico, para luego pasar a analizar cómo el sistema pe-
nal chileno responde a criterios de peligrosidad presentes en este tipo de causas.
Su objetivo fundamental es poner de manifiesto las falencias y vacíos que posee
nuestra legislación procesal penal en la materia y describir cómo nuestra judica-
tura las ha resuelto en los casos a analizar.
PALABRAS CLAVE
Analytical Summary
EXPERTS’ VIEWS
SUMMARY
Introduction
Punishment, reason and anti-Reason
Explaining the rise of penal populism
Legitimacy deficits and the rise of populist politics
The end
ABSTRACT
which a much more free flowing political populism now threatens to bring an
end to reason itself, the foundation stone of modernity. This shift from penal
to political populism has been precipitated by two interconnected factors: the
impact of the 2008 global fiscal crisis and the mass movement of peoples across
the globe. The article concludes with a discussion of how political populism con-
tinues to transform punishment in modern society, as well as the broader social
consequences and implications of its emergence.
KEYWORDS
THEMATIC ANALYSIS
CONSUELO MURILLO
New Community Sanctions in the 18.216 Act.: Four Issues on ther Implemen-
tation
SUMMARY
Introduction
1. What’s in a name?
1.1 Penas no privativas de libertad
1.2 Substitutive penalties
1.3 Alternative punishment
1.4 Alternative measures (MPA)
1.5 Intermediate sanctions
1.6 Community penalties
2. Four problems in the implementation of community penalties
2.1 Administrative of punishment
2.2 Discretion
2.3 Consent and offender participation
2.4 Penal intervention in life
Final remarks
ABSTRACT
the 20.603 law, which even changed the name of such institutions (now called
«substitutive penalties»).
These sanctions share a similar evolution with «community penalties». This pa-
per rescues this concept and the problems which these institutions have gener-
ated in different jurisdictions. Different terms to call these institutions are ana-
lyzed. Then, the principal problems which have been perceived internationally
are developed.
KEYWORDS
SUMMARY
1. Introduction
2. Positivist criminology as an interpretative system of the social question
3. Typologies and categories about the nexus between immigration and crime
4. Reconstructing the knowledge around criminals
5. Translations and metamorphosis about the migratory question as criminal
question
6. Final thoughts. A general overview
ABSTRACT
The aim of this article is to reconstruct some of the manners through which posi-
tivist criminology – as it constituted an academically consecrated knowledge and
bearing in mind it occupied a relevant institutional place among the state – de-
fined and conceptualized, in the context of the great massive immigration and
geographically bounded to the sphere of the City of Buenos Aires, the relations
between immigration and crime.
In this sense, this article constitutes a synthesis of a group of inquiries and per-
spectives that, recently and from historiography, have problematized the crimi-
nal question in Argentina, and more specifically, the place assigned to positivist
criminology. To this regard, an account of some of the works of Ricardo D. Sal-
vatore, Eugenia Scarzanella, Lila Caimari and Máximo Sozzo will be provided,
in the way of allowing an overall insight into the reflections that these authors
produced on the relation between positivist criminology and the immigration-
crime nexus.
KEYWORDS
SUMMARY
ABSTRACT
To the extent that situational and territorial approaches are most relevant in
crime reduction, traditional methods of measurement such as victimization sur-
veys and administrative denunciations show new weaknesses inherent in their
nature and implementation. These weaknesses occur both in their practical ef-
fectiveness for policy designing, and in the risks involved from simplifying the
understanding of situational variables of crime in a political context, which is
favorable to criminal policies and criminal justice of a populist and/or authori-
tarian nature.
This article illustrates this idea throught estimation of the black figure of robber-
ies and reduction of the denounce reception posts in Ecuador.
KEYWORDS
MÓNICA ZEGARRA G.
Provisional Archives in Chile: its Application and Problems (2008-2015)
SUMMARY
Introduction
Origin and dilemmas of voluntary early departures
The provisional archives in the criminal procedure
Statistical analysis of the provisional archive according to type of crime and imputed
Analysis of the correlation between offenses entered and provisional archive
Linear regression model
Final thoughts
ABSTRACT
Every time that the theme of the premature optional exits is discussed, it is from
the comparative point of view - the provisional file, principio of oportunidad
and the faculty to not to initiate the investigation -. Very much it has been tried
to quantify them, but little or nothing to try to explain the origin of the hap-
pened problems for his application. This work intends to yield a new focus to the
classical treatment of the theme; to describe as they are the relations that influ-
ence the behavior of the premature optional exits, specifically the situation of
the provisional files. The origin of these exits, its application, problems and the
correlation between provisional files and disowned accused with the intention
of measuring the type and association’s grade between these variables statisti-
cally were examined for it. The examined period corresponds to the years 2008
- 2015. The data was obtained from the office of a Government Attorney’s sta-
tistical yearly bulletins. This period was elected because from the year 2009 the
statistical bulletins incorporate data secreted by accused known and disowned,
variable of interest for our analysis.
KEYWORDS
SUMMARY
Introduction
1. Criminological implications of mental alienation and criminality
2. Analysis of the cases against defendants who were admitted to the
psychiatric hospital Philippe Pinel during the years 2013 and 2014
Conclusions and suggestions
ABSTRACT
The main matter in this work will be to analyze, from the procedural and crimi-
nologic point of view the, situation of possible insane people guilty of a crime.
In this work I will show the historic evolution of penal treatment to that people,
after that I’m going to analyze how the Chilean penal system responds to the
dangerousness present in this type of cases. The fundamental objetive is to show
the main lacks and empty spaces our penal legislation has and describe how our
judges resolve them.
KEYWORDS
LOS AUTORES
John Pratt
LLB (Hons) (Universidad de Londres), MA (Universidad Keele), PhD (Universi-
dad de Sheffield).
Miembro de la Royal Society of New Zealand.
Profesor de Criminología, Victoria University of Wellington, Wellington, Nueva
Zelanda.
Correo electrónico: john.pratt@vuw.ac.nz
Michelle Miao
LLB (Universidad de China Oriental de Ciencia Política y Derecho, Shanghai),
LLM (Universidad Renmin, China), LLM (Universidad de Nueva York), DPhil
(Universidad de Oxford).
Profesora asistente de Derecho, Universidad China de Hong Kong, Hong Kong,
China.
SUMARIO
Introducción
Castigo, razón y anti-razón
Una explicación al populismo penal
Déficits de legitimidad y el ascenso de la política populista
El fin
RESUMEN
PALABRAS CLAVE
INTRODUCCIÓN*
El fenómeno del populismo penal se identificó por primera vez como una ca-
racterística de las democracias occidentales de habla inglesa a finales del siglo
XX, específicamente en Estados Unidos, Reino Unido, Nueva Zelanda, Australia
y Canadá (véase Roberts et at., 2003; Pratt, 2007). Sin embargo, desde entonces
se han identificado varios aspectos de este fenómeno en diversos países, aunque
la forma exacta que adopta y el impacto que tiene de sociedad en sociedad va-
rían. Generalmente exige un enfoque mucho más punitivo del quebrantamiento
de la ley. Esto se ha traducido en un drástico crecimiento en las tasas de encar-
celamiento, como en el mundo anglófono; pero también ha llevado al reclamo
de un uso más enérgico de la pena de muerte en algunas sociedades asiáticas,
particularmente Japón (Johnson, 2006), o la castración química de delincuentes
condenados por delitos sexuales contra menores, como en Corea del Sur (Koo et
at., 2014) y República Checa (Haney, 2016).
Con cada sociedad a la que afecta, pareciera que el populismo penal socavara el
núcleo mismo sobre el cual se había construido el castigo moderno: la forma en
que, desde la época de la Ilustración, se esperaba que la ciencia, la racionalidad
y el conocimiento experto superaran al sentido común emotivo y desinformado,
garantizando así que la razón superaría a la anti-razón en el desarrollo de la po-
lítica penal. Sin embargo, ahora el populismo penal le cierra la puerta en la cara
a la razón y aumenta las tasas de encarcelamiento cuando se conocen bien los
nefastos efectos sociales y económicos de la prisión. Además, ratifica el lugar de
la pena de muerte en los sistemas penales modernos cuando se sabe que no hay
pruebas concluyentes sobre su efecto disuasorio. O bien, apunta a los cuerpos
de los delincuentes, en un retorno al castigo de la era premoderna, en lugar de
obligarlos a perder tiempo o dinero de acuerdo con las expectativas de castigo en
el mundo moderno.
La mayoría de los análisis de estos hechos han tratado al populismo penal como
una especie de acontecimiento localizado dentro del cuerpo social, como una des-
viación de la dirección que ha tomado el castigo en la sociedad moderna, como
una infección que puede ser diagnosticada, tratada y exorcizada. En este punto
se piensa que la voz de la razón volverá a guiar las disposiciones penales moder-
*
Traducción de Patricia Guerra Tejada
Más allá de los controles del sistema penal en sí, existe la exigencia de que se de-
ben defender las fronteras, se deben establecer nuevos límites —como murallas
Para Thomas Paine, «el arma más formidable contra todo tipo de error es la ra-
zón. Nunca he usado otra, y confío en que nunca lo haré» (1974, p. 1). De manera
similar, Montesquieu: «la ley, en general, es la razón humana en cuanto gobierna
a todos los pueblos de la tierra; las leyes políticas y civiles de cada nación no
deben ser más que los casos particulares a los que se aplica la razón humana»
(1914/2011, p. 6).
Pero si la razón traería justicia para todos, también debía poner fin a las incon-
sistencias e incertidumbres del orden de justicia penal que reforzaban el ejercicio
premoderno del poder soberano mediante brutales castigos públicos al cuerpo
humano: «debemos derribar las barreras que no haya planteado la razón», ar-
gumentó Diderot (1751/1967, p. 93). Para ello la teoría jurídica tuvo que des-
prenderse de las asociaciones anteriores que había hecho entre la ley divina y los
monarcas absolutos que habían gobernado el mundo premoderno. De ser una
fuerza misteriosa, incalculable e impredecible que solo podrían descifrar los que
gobernaban, la ley se volvió, en cambio, antropogénica. Representaba un contra-
to entre todos los miembros de una sociedad, más que los dictados de un déspota:
«Debiendo ser las leyes pactos considerados de hombres libres, han sido pactos
casuales de una necesidad pasajera; que debiendo ser dictadas por un desapasio-
nado examinador de la naturaleza humana, han sido instrumento de las pasiones
de pocos» (Beccaria, 1764, p.12). La búsqueda de la teoría legal se convirtió en-
tonces en el intento por mostrar lo que la ley debe ser, en lugar de lo que el sobe-
rano decretó que sea. Debe proporcionar seguridad y orden para todos y no solo
al soberano; y debe proporcionar derechos fundamentales protegidos en ideas
inviolables de justicia que ningún gobernante o gobierno podría eliminar en el
futuro. Por lo tanto, Beccaria (1764) sostenía que la ley debía ser segura y conoci-
da para todos y aplicable a todos en forma de códigos penales:
(…) pero un código fijo de leyes, que se deben observar a la letra, no deja
más facultad al juez que la de examinar y juzgar en las acciones de los ciu-
dadanos si son o no conformes a la ley escrita; cuando la regla de lo justo
y de lo injusto, que debe dirigir las acciones tanto del ciudadano ignorante
Kant (1797/1887) reforzó luego cuáles deberían ser los límites del castigo mo-
derno: «[este] no debe ser administrado simplemente como un medio para pro-
mover otro bien, ya sea con respecto al delincuente o a la sociedad civil, sino que
en todos los casos debe imponerse solo porque el individuo a quien se ha infligido
ha cometido un delito» (p. 155). No se trataba solo de no castigar al inocente,
sino que además el castigo de los culpables tenía que ser un fin en sí mismo: el
castigo infligido para otros fines solo podía conducir a los excesos y las inequi-
dades distintivas de la era pre-moderna: «¿Acaso debe apoyarse la propuesta de
conmutar una pena y conservar la vida de un condenado a muerte si este tuviera
la suerte de salir bien librado tras consentir someterse a peligrosos experimen-
tos?» (Kant, 1797/1887, p. 196). Las prescripciones normativas para el funciona-
miento del derecho penal y el castigo en la sociedad moderna fueron inicialmente
establecidas y desarrolladas a través del trabajo de estos estudiosos. A partir de
Esto no significó, por supuesto, que la política impulsada por la Razón y esto por
sí solo generara una progresión lineal directa durante la época moderna. Enfren-
tó numerosos impedimentos y tomó varios desvíos. La fuerza emotiva y el poder
simbólico de los castigos al cuerpo humano (Hay, 1976) significaron que la pena
de muerte no fue eliminada de las agendas penales de las principales sociedades
de habla inglesa hasta los años setenta. El énfasis en los castigos fijos y certeros
no impidió la introducción de leyes de sentencia indeterminada a comienzos del
siglo XX (Pratt, 1997). El énfasis inicial en el castigo como retribución dio lugar a
un enfoque en el tratamiento y la rehabilitación durante gran parte del siglo XX,
lo que a menudo condujo a las injusticias que Kant había advertido cuando los
fines extra-punitivos se asocian con el castigo (Von Hirsch, 1976).
1
Robinson v California 370 US 660 (1962).
2
422 US 563.
A partir de entonces, las leyes de psicópatas sexuales de los Estados Unidos, que
prevén una condena fija de prisión por el delito original después de que las perso-
nas diagnosticadas fueran primero sanadas en una institución psiquiátrica, fue-
ron regularmente declaradas inconstitucionales o cayeron en desuso (Tappan,
1957). Otras formas de sentencia preventiva indefinida corrieron la misma suer-
te (Bottoms, 1977). Su uso arbitrario e inconsistente hizo que su vigencia pare-
ciera injustificable y su abolición, inevitable (ver el Informe de Nueva Zelanda del
Comité de Revisión de Políticas Penales, 1981).
[la pena de muerte] es la única reliquia que queda en nuestro mundo penal
del antiguo sistema de represión total que se empleó contra los crimina-
les, y que fracasó rotundamente […] estos instrumentos no tienen espacio
en las instituciones de una democracia libre […] los castigos represivos
3
408 US 238, 296–7.
líder en el periodo post-guerra— determinó así que el castigo debe adoptar «mé-
todos más humanos y constructivos». Además, el eje del poder penal que la elite
había formado con los gobiernos no solo excluía a los representantes de quienes
afirmaban hablar en nombre del público en general, sino que consideraba que
los gobiernos debían adelantarse a la opinión pública. La abolición de la pena de
muerte se había convertido en una ilustración de un gobierno fuerte, preparado
para actuar como mejor le parecía, e independientemente de los deseos de la opi-
nión pública. Como dijo un orador del parlamento británico:
Dudo mucho que en algún momento durante los últimos cien años un ple-
biscito hubiera llevado a cabo alguna de las grandes reformas penales que
se han hecho. La apelación en el tiempo de [Sir Samuel] Romilly siempre
fue la creencia de que la opinión pública no lo soportaría, pero hay ocasio-
nes en que esta Cámara tiene razón incluso si la opinión pública no está
de acuerdo en ese momento (Hansard del Reino Unido 536, 10 de febrero
1955, columna 2083).
Al parecer, cerrando cualquier debate posterior, el editorial del Times (13 de mar-
zo 1975, p. 5) opinó que «se ha dicho que el Parlamento está bastante adelantado
a la opinión pública […] esto es en gran parte cierto […] sin duda no es asunto
nuestro esperar a la opinión pública en un tema tan importante».
4
Se empleó el World Prison Brief como fuente de todas las estadísticas penitenciarias.
Aquí la tasa estadounidense representa una baja respecto del máximo de 755 en 2008.
5
Se refiere a las leyes aprobadas en el Estado de Washington de los EEUU (1993): «los
delincuentes que sean condenados por tercera vez, por delitos graves, serán reclui-
dos a perpetuidad sin posibilidad de que se les conceda la libertad condicional». De
ahí procede el coloquial apelativo de Ley de los Three Strikes, por la expresión del
béisbol: three strikes and you´re out (al tercer golpe, estás fuera). Los objetivos que se
perseguían con esta disposición eran incrementar la seguridad ciudadana, reducir el
número de delincuentes reincidentes y restaurar la confianza de los ciudadanos en la
administración de la justicia. (N. de la T.)
I. La disminución de la deferencia
Esto ayuda a explicar el desencanto con las estructuras de poder del sistema. Sig-
nifica que los valores y las opiniones de las élites que antes habían sido aceptadas
sin ser cuestionadas ahora no solo son respetados, sino que pueden provocar
indignación y burla. Nevitte (1996) sostenía que el declive de la deferencia es una
consecuencia natural de las reformas sociales posteriores a 1945 que elevaron
los niveles de vida de toda la población. Antes de los años ochenta, se suponía
que las figuras del sistema —en las universidades, en la administración pública,
etc.— formaban una clase natural de gobierno sobre la base de su linaje, su edu-
cación y su riqueza y las posiciones de poder que estas características les garanti-
zaban. Sin embargo, a partir de entonces, quienes pertenecían al gobierno o a las
burocracias gubernamentales ya no serían vistos como superiores socialmente,
teniendo el derecho exclusivo de pronunciarse sobre los asuntos del día, y serían
desafiados por aquellos fuera de estos círculos del sistema.
previos con el sistema, con su intención —ahora ridiculizada— de asegurar los de-
rechos individuales en lugar de proteger los derechos comunitarios. Al presentar
la legislación británica sobre el comportamiento antisocial, el ministro del Inte-
rior declaró que esto «representaba un triunfo de la política comunitaria sobre las
elites metropolitanas aisladas» (Hansard 310, 8 de abril de 1998, columna 370).
II. La disminución de la confianza en los políticos
y los procesos democráticos existentes
Los electores se vuelven cada vez más escépticos de las promesas de los políticos
y las garantías de futuros mejores que generalmente no se materializan (espe-
cialmente cuando esto se ve agravado por evidencia de su propia conducta escan-
dalosa, como las denuncias de enormes gastos fraudulentos por parte de parla-
mentarios británicos en el 2009). De hecho, en lugar de traer futuros mejores,
las políticas gubernamentales pueden traer desastre a aquellos ciudadanos que
son fieles a ellas. Como resultado de la reestructuración económica, los buenos
ciudadanos que habían seguido las recomendaciones del gobierno e invertido —
muchos por primera vez— en el mercado de valores (haciendo fortunas de este
modo se anunciaban como ya no es la prerrogativa de los que ya son ricos) serían
probablemente los más perjudicados cuando ocurrió la primera gran crisis post-
reestructuración en octubre de 1987.
Tomando como ejemplo el caso de Nueva Zelanda, este ha sido uno de los paí-
ses a la vanguardia de la reestructuración. Pero luego la crisis contribuyó a una
drástica disminución de la confianza en los principales partidos políticos, tanto
de izquierda como de derecha. El apoyo cayó a 9% y 12% del electorado, res-
pectivamente, en las encuestas de opinión a principios de 1990 (véase Pratt &
Clark, 2005). Esta disminución de la confianza condujo simultáneamente a un
aumento en el apoyo al partido de derecha y populista Nueva Zelanda Primero.
Este promete dejar el «control de los recursos de Nueva Zelanda en las manos
de los neozelandeses, mediante la restauración de la fe en el proceso democrá-
tico y la toma de decisiones con sentido común en beneficio de todos» (Nueva
Zelanda Primero, 2014). Este descenso también trajo un cambio en el sistema
electoral que prácticamente le ha garantizado una representación permanente a
este partido en el Parlamento. Tras un referéndum, el sistema first past the post
se cambió por una representación proporcional en 1996. Nueva Zelanda Primero
casi siempre será capaz de atraer a un núcleo descontento del electorado, que será
suficiente para que supere el umbral de 5% que necesita para obtener escaños
Gran parte del éxito inicial de este partido fue gracias a que apelaron a la inquie-
tud pública sobre la delincuencia y prometieron soluciones mágicas para el pro-
blema: más policía, sentencias más severas (Pratt & Clark, 2005). Los principales
partidos se prepararon para acceder a estas demandas a fin de ganar su apoyo en
el parlamento (Lacey, 2009). Es más, el atractivo popular de ley y orden que había
demostrado instó a los partidos dominantes (como en Gran Bretaña y los EEUU;
véase Jones & Newburn, 2006) a competir entre sí en estos términos, constru-
yendo así la introducción del populismo penal en la política del gobierno.
6
Las tasas de matrimonio (por ejemplo, cantidad de matrimonios registrados en la
población de una determinada área geográfica durante un año determinado, por cada
1.000 habitantes) son las siguientes: Australia, 1980, 7,4; 2013, 5,1; Canadá, 1981,
7,7; 2008, 4,4; Nueva Zelanda, 1980, 7,3; 2014, 4,4; UK, 1980, 7,4; 2012, 4,4; EEUU,
1985, 10,1; 2012, 6,8. Las tasas de matrimonios que se divorcian en el mismo periodo
son las siguientes: Australia, 1980, 2,75:1; 2013, 2,3:1; Canadá, 1980, 3:1; 2008, 2:1;
Nueva Zelanda, 1980, 3:1; 2014, 2,5:1; Reino Unido, 1980, 2,7:1; 2012, 2:3:1; EEUU,
1980, 2:1; 2012, 2,2:1. Las parejas en relaciones de facto en Australia aumentaron
de 5% en 1982 a 15% en 2006; en Canadá, 6% en 1981 a 16,7% en 2011; en el Reino
Unido, de 8,9% en 1996 a 16,4% en 2014. Las familias monoparentales aumentaron
en Australia de 8,6% en 1981 a 15% en 2011; en Canadá, de 11,3% en 1981 a 16,3%
en 2011; en Nueva Zelanda de 12% en 1981 a 17,8% en 2013; en el Reino Unido de
Por lo tanto, una vez más, la utilidad del delito y castigo para subsanar estas de-
ficiencias en el capital social. Durante la década de 1990 y a principios del siglo
XXI parecía que el delito era la fuente más obvia e inmediata de riesgo y peligro, el
símbolo más obvio e inmediato de la incapacidad de los gobiernos y sus expertos
para lograr que la vida cotidiana sea más segura. Como lo demuestran Tyler y
Boeckmann (1997), mientras más se desmorona la cohesión social, más probable
será que se respalden los castigos severos, no solamente como respuesta a la de-
lincuencia, sino como una forma de generar consenso y solidaridad y de restaurar
la autoridad que parece faltar en el tejido social. La intensidad y la ferocidad del
nuevo lenguaje de la pena («tres avisos», etc.) reflejan el reforzado y extendido
papel que ha tenido que desempeñar el castigo en estas sociedades.
Sin embargo, desde la década de 1980 los cambios estructurales en los medios de
comunicación hicieron que esto ya no fuese posible. Los cambios en la tecnología
de los medios de comunicación, el advenimiento de la televisión por satélite y la
desregulación de la radiodifusión habían dado lugar a un conjunto mucho más
Escuchar, leer y ver sus traumas llevó a la demanda de castigos más emotivos y
expresivos que reflejaran la ira pública y aversión a este tipo de delitos. También
generó la demanda de más oportunidades para que las víctimas expresen su pro-
pia ira en su sufrimiento, en contraste con los tonos medidos y cuidadosos de
especialistas en las salas de tribunales. En varias jurisdicciones, tales demandas
han exigido una reorganización espacial y emocional de los procedimientos de
justicia penal, con las víctimas en el centro, en lugar de sus agresores, repasando
detalladamente sus declaraciones como víctima. Pero cuando los jueces parecen
estar más influenciados por la razón que por el dolor de las víctimas al emitir sus
sentencias (en realidad, es probable que sus manos estén atadas por limitaciones
legales de todas formas), esto divide aún más el sistema de justicia penal entre
las víctimas y las víctimas potenciales y sus expectativas de justicia. Se hace más
evidente lo desconectadas que están estas elites de la vida cotidiana.
Si bien estas fueron las fuerzas que se combinaron para conducir el populismo pe-
nal, otras sociedades modernas mostraron defensas inherentes contra este tipo
de intromisiones. Por ejemplo, un mayor respeto por el sistema de justicia crimi-
nal y la confianza en el gobierno de Finlandia impidieron su aparición en ese país
(Pratt, 2007). Pero desde la publicación de Populismo penal de Pratt queda claro
que el populismo ya no limita su influencia al sector penal de los países de habla
inglesa. En su lugar, trasciende gran parte de la vida política en la sociedad mo-
derna en su conjunto, transformando extensas áreas de la gobernabilidad. Histó-
ricamente se han encontrado movimientos populistas tanto en la izquierda como
en la derecha del espectro político (Betz, 1994). En Grecia, por ejemplo, llevó al
partido de izquierda Syriza7 al poder, en oposición a las demandas de la Unión
Europea y el Fondo Monetario Internacional, que apuntaban a una reestructura-
ción económica y a la reducción masiva de los gastos del gobierno. Sin embargo,
suele suceder que cuando el populismo emerge en una sociedad en particular,
inclina la agenda política bien a la derecha (ver Haney de 2016 en la República
Checa, Hungría y Polonia). Aun así, hay matices y diferencias importantes dentro
del populismo de derecha. En algunos casos afirma estar en contra de grandes
Estados (como en el Reino Unido); en otros (como en Suecia y Finlandia) quiere
preservar amplios servicios estatales, pero solo para sus propios ciudadanos: los
recién llegados no serán bienvenidos. Además, el populismo contemporáneo ha
traído consigo una nueva era de política antidemocrática de hombre fuerte (como
en Filipinas, Turquía y Rusia).
7
Acrónimo de la Coalición de la Izquierda Radical (en griego: Συνασπισμός
Ριζοσπαστικής Αριστεράς, Synaspismós Rizospastikís Aristerás) (N. de la T.).
8
Ver nota 4 sobre la caída en las tasas de encarcelamiento de EEUU. Ver también Goode
(2013).
9
Citado en el diario Daily Mail, 27 de diciembre del 2016.
10
Citado en el diario The Financial Times, 3 de junio del 2016.
Además, la crisis arrasó con las lealtades políticas tradicionales. Incluso la de-
mocracia ya no es vista como un don precioso de la modernidad, con garantías
incorporadas de un buen gobierno. Por el contrario, se representa como un pan-
tano de populistas que arrastra hasta sus profundidades a muchos ciudadanos
meritorios, pero que no prosperan, mientras que los miembros del sistema siem-
pre pueden encontrar rutas de escape. Los intentos para superar el déficit de
legitimidad mediante la ampliación de los procesos democráticos solo generan
desinterés y desprecio. En Gran Bretaña, las elecciones de Parlamento Europeo
tienen una concurrencia menor al 50%, mientras que las primeras elecciones de
comisarios locales de policía en ese país registraron una concurrencia inferior al
10% en algunas circunscripciones. Parece que es solo en plebiscitos, referendos
y, en los EE.UU., que las propuestas de los ciudadanos son dignas de confianza y
entendidas como expresiones auténticas de la voluntad pública. El referéndum
2016 Gran Bretaña-UE tuvo la participación electoral del 72%, en comparación
con el 66% de las elecciones generales del 2015, y solo el 59% de 2001.
Segundo, el surgimiento de un nuevo tipo de victimismo. Esto es algo más que ser
víctima de un delito, o el miedo de convertirse en una, lo cual los gobiernos han
tratado de compensar con la promesa de castigos más estrictos para los autores.
Aunque los clamores por ley y orden no han ocupado un lugar destacado en las
últimas elecciones en esas sociedades —la caída de los delitos, sin duda, reduce
esta demanda de alguna forma— los temores por determinados tipos de deli-
tos o delincuentes, como el miedo a los pedófilos y depredadores sexuales, por
ejemplo, en estos países de habla inglesa en especial, parecen más fuertes que
nunca. Tales temores todavía dan cuenta del comportamiento de gran parte de
la vida cotidiana y han llevado a la introducción de nuevas medidas preventivas
que continúan erosionando las características fundamentales de la justicia penal
en la sociedad moderna (Pratt, 2016). Sin embargo, análogamente esos temores
se han combinado con los temores por la diferencia, los temores de la alteridad,
los cuales han sido manifestados de diversas maneras por forasteros, extranje-
ros, inmigrantes, solicitantes de asilo y refugiados («Inmigrante discapacitado
que presenta una cojera y usa muletas mientras mendiga en Londres es expuesto
como fraude cuando se le ve caminando a comprar una comida para llevar», dia-
rio The Sun, 16 de septiembre del 2016). Temores y sospechas como estas son ali-
mentados periódicamente por los atentados terroristas que dan una justificación
adicional a tales preocupaciones y los peligros terribles que estos extraños po-
drían ser capaces de hacer, al tiempo que recuerdan a las víctimas potenciales de
Estas son algunas de las respuestas a este nuevo tipo de victimismo, conforme
al cual no solo el bienestar y la seguridad de las personas están en peligro, sino
también del Estado-nación, dado que se cree que la inmigración masiva corroe
sus valores, seguridad e identidad. En Gran Bretaña estas preocupaciones han
sido impulsadas principalmente por inmigrantes de Europa del Este, ahora auto-
rizados a mudarse a Gran Bretaña sin restricciones, ya que sus países se unieron a
la UE en 2004, mientras que en los propios países de Europa del Este es el miedo
a los que piden asilo y refugiados de Medio Oriente. En los EE.UU. es el miedo a
«violadores y asesinos» mexicanos que cruzan la frontera en el sur y la inmigra-
ción de musulmanes (que para muchos estadounidenses es sinónimo de terro-
rismo) en general. Y así se podría seguir recopilando este inventario de miedo y
sospecha, pasando de una sociedad moderna a otra.
Pero cuando se abandona la verdad, entonces todo puede ser una mentira: no hay
forma de distinguir entre realidad y ficción; tampoco tiene sentido alguno hacer-
lo. Los proveedores de noticias post-verdad instan a sus críticos a demostrar que
lo que dicen no es cierto. Hasta entonces, las mentiras y conspiraciones «siguen
siendo una historia». Mentiras, mentiras, mentiras. Mentiras una y otra vez. «Se-
ñor, señor, cómo impera la mentira en este mundo»12. Deja de lado la verdad y,
así, la evidencia y los hechos solo se convierten en otro conjunto de mentiras.
11
Citado por el diario New York Times, 12 de agosto del 2016.
12
William Shakespeare, Henry IV, Parte I, Acto 5, Escena 4.
En lugar de utilizar la verdad para ganar votos, conjurar los demonios y diablos
—que pueden ser fabricaciones en sí mismas— que deben ser confrontados por
un hombre fuerte: entonces exigen que los votantes pongan su confianza en este
hombre para librar al mundo de esta peste, en lugar de los políticos de carrera
y decadentes burócratas que nada saben de las inseguridades que están detrás
de este tipo de fantasías oscuras. En la situación actual, el ascenso de Facebook
(2004) y Twitter (2006) desde la crisis del 2008 ha significado que las personas
no solo pueden crear sus propias noticias e informar de ello como mejor les pa-
rezca, sino que publican para vastas audiencias. Una vez más, este nuevo tipo de
noticias puede ser enteramente fabricado (noticias alternativas) y, por lo general,
apunta a una vasta red de conspiración que se supone que existe, que trabaja para
atrapar a los incautos y los vulnerables en su guarida. Como uno de los más pro-
minentes activistas contra la Unión Europea en Gran Bretaña ha dicho, «mien-
tras más escandalosos somos, más atención recibiremos. Mientras más atención
recibamos, más escandalosos seremos» (citado por Rawsley, 2016a).
A través de estrategias como estas, los políticos populistas han llegado a ser pro-
minentes. Si bien pueden tener penas más severas en sus agendas, esto es pro-
bable que sea solo un componente de un programa que, según ellos, por arte
de magia va a transformar una sociedad entera: librarla de la corrupción y la
ineficiencia, traer un futuro mejor a través de una reafirmación de la autoridad y
la nación. Esto se ve más claramente en los temas de la campaña de los dos más
espectaculares éxitos electorales populistas de 2016. Primero, el referendo Reino
Unido-Unión Europea. Quienes estaban a favor de dejar la Unión Europea (UE)
usaron el lema «Recupera el control», como si al votar por salir de la UE permi-
tiese recuperar todo lo que se había perdido o robado, presumiblemente como
resultado de la adhesión a la UE; sería posible restaurar la identidad nacional y
librar al país de la corrupción y de la influencia extranjera poco británica; y sería
un gesto de desafío contra los opositores. Se conjuró una visión de un pasado
completamente mítico e irrecuperable de seguridad y cohesión, cuando los bri-
tánicos eran dueños de su propio destino. ¿Cuándo se supone que sucedió esto?
¿Quién sabe? ¿Justo antes de que el Reino Unido se sumara a la UE en 1973? Pero
ese fue un período de conflicto industrial masivo, con una creciente inflación y
crecientes tensiones raciales (Hall et al., 1978). Este fue un momento en que el
gobierno había perdido el control, por lo que no puede haber sido. Tal vez cuando
había un imperio, o tal vez cuando había una poderosa Commonwealth blanca,
o tal vez cuando Gran Bretaña (y las colonias) lucharon solos contra la Alemania
EL FIN
que cree que sus ansiedades y rabia por la pérdida de identidad no han sido es-
cuchadas». Sobre la elección de Trump, Richard Wolffe (2016) escribió que «será
mejor que llamemos a esto lo que es: una revolución… Nada más logra captar
la revuelta política y el caos que seguramente sigue… Una era que se remonta a
Franklin D. Roosevelt acaba de llegar a un final abrupto y feo».
¿Cuándo comenzó este proceso? ¿Cuándo fue que todo lo que habíamos creído
que era permanente, en realidad, no tiene durabilidad en absoluto, no tiene más
sustancia que un castillo de arena construido para contener una marea entran-
te? En Los cuatro cuartetos, TS Eliot (1943, p. 23) escribió: «en mi comienzo está
mi fin. Una tras otra. Las casas se levantan y se derrumban, se desmoronan, se
extienden, son arrancadas, destruidas o restauradas». En el principio está el fin.
¿Dónde buscamos ese principio que llevó al final de la Razón? El punto de partida
es probable que haya sido la reafirmación de la Razón posterior a 1945, su res-
puesta a las aberraciones de su camino en los estragos de los años de la depresión
de las décadas de 1920 y 1930, seguido por el ascenso de hombres antidemocrá-
ticos fuertes en Europa que trajeron una catástrofe: matanzas, destrucción, mise-
ria y genocidio. De ahí la frase que dominó el discurso político en las democracias
después de 1945: Nunca más. Nunca más. Se convirtió en la tarea de los gobiernos
de la posguerra asegurarse de que no se puede volver a la época anterior oscura
de anti-razón nunca más.
Sin embargo, los mismos éxitos de este proyecto solidario de la posguerra (Gar-
land, 1996) empezaron a roer sus bases. La certeza y estabilidad en la vida per-
sonal y las relaciones fueron las primeras en desmoronarse, a la luz de una de-
manda mucho mayor de expresión de las elecciones personales respecto a las
preferencias sexuales y de identidad. El resultado fue que la vida familiar, que se
había dado por hecho, y todas las redes tejidas en torno a ella, se volvieron mucho
más tangenciales, como se ha señalado. ¿Qué papel podrían tener todas las clí-
nicas de orientación matrimonial ahora a la luz de la realidad de la vida familiar?
Como Ulrich Beck (citado en Bauman, 2000, p. 6) escribió, «pregúntese, ¿qué es
realmente una familia hoy en día? ¿Qué significa? Por supuesto, hay niños, mis
hijos, nuestros hijos. Pero incluso la paternidad, el núcleo de la vida familiar,
está comenzando a desintegrarse a través del divorcio […] abuelas y abuelos son
incluidos y excluidos sin forma alguna de participar en las decisiones de sus hijos
e hijas». Muchos otros caen en lo que se han convertido en estas redes completa-
mente endebles y viven solos, una de las características más significativas de la
demografía actual en la sociedad moderna 13. Cualesquiera que sean las historias
personales detrás de esto —por elección o desgracia, por accidente o el cruel des-
tino—, la creciente presencia de este grupo más que cualquier otro representa la
atomización de la vida cotidiana en la sociedad moderna y la importancia de las
estructuras de apoyo y orientación más allá de la familia para proporcionar interde-
pendencias y unirse al resto de la sociedad. En una era en la que ahora todos tenemos
para «funcionar en el margen exterior del mundo ordenado, en la última frontera
bárbara de la tecnología moderna» (Giddens, 1999, p. 2), cuando todos estamos in-
volucrados con complejos sistemas sociales, económicos y tecnológicos que no enten-
demos, muchos han sido abandonados a su suerte para tratar de digerir y resolver los
dilemas existenciales y conflictos que estos producen en sí mismos.
13
El porcentaje de personas que viven solas ha aumentado de 18,8% de la población
australiana en 1986 a 23% en 2013; de 11,4% en Canadá en 1981 a 27,6% en 2011; de
16% en Nueva Zelanda en 1980 a 23,5% en 2013; de 22% en el Reino Unido en 1981
a 28% en 2014; de 22,7% de EEUU en 1980 al 27,4% en 2012.
14
Ver Bauman (2001, p. 62): «Los individuos que no están atados a un lugar, que pueden
viajar ligero y moverse rápidamente, ganan todas las competencias que importan y
que cuentan».
Sin embargo, como hemos visto, el populismo penal resultó ser solamente una
parada en una marcha mucho más populista a través de la sociedad moderna. El
aumento de la potencia de las amenazas al bienestar individual y nacional signi-
ficó que el populismo era capaz de salir fuera de los límites de la zona de penal
y impregnar todo el cuerpo social. Esto no significa que ahora ya terminó con
su transformación de las posibilidades de castigo. A medida que aumenta la an-
siedad, la incertidumbre y el aumento de la inseguridad, a medida que la crimi-
nalidad se combina con la alteridad, igualmente el derecho penal y el castigo se
vuelven más diversos y amorfos, tratando de controlar cada vez más el riesgo en
lugar de limitarse solo a reprimir el delito. De este modo, los límites que antes
habían separado el castigo en la sociedad moderna del castigo en sociedades no-
democráticas y totalitarias se erosionan aún más.
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THE AUTHORS
John Pratt
LLB (Hons) (London University), MA (Keele University), PhD (University of
Sheffield)
Fellow of the Royal Society of New Zealand.
Professor of Criminology, Victoria University of Wellington, Wellington, New
Zealand.
E-mail: john.pratt@vuw.ac.nz
Michele Miao
LLB (East China University of Politics and Law, Shanghai), LLM (Renmin Univer-
sity, China), LLM (New York University), DPhil (Oxford University).
Assistant Professor of Law, The Chinese University of Hong Kong, Hong Kong,
China
E-mail: michellemiao@cuhk.edu.hk
SUMMARY
Introduction
Punishment, Reason and Anti-Reason
Explaining the rise of penal populism
Legitimacy deficits and the rise of populist politics
The end
ABSTRACT
KEYWORDS
INTRODUCTION
With each society it touches, it is as if penal populism undermines the very ker-
nel on which modern punishment had been built: the way in which, from the
time of the Enlightenment, science, rationality and expert knowledge were ex-
pected to outweigh emotive, uninformed common-sense, thereby ensuring that
reason outweighed anti-reason in the development of penal policy. Now, though,
slamming the door in the face of reason, penal populism drives up imprisonment
rates when the detrimental effects—social and economic—of imprisonment are
well known; or it reaffirms the place of capital punishment in modern penal sys-
tems when it is well known that there is no conclusive evidence about its deter-
rent effect; or it targets the bodies of offenders, in a reversion to punishment of
the premodern era, rather than compelling them to forfeit time or money in line
with the expectations of punishment in the modern world.
cape from it. This article, however, argues that the emergence of penal populism
is neither the endpoint of nor the limits to populism and its consequences in
modern society. Rather, it marks only the beginnings of its more general resur-
gence in the early twenty first century. In these respects, penal populism should
be understood as only a convenient incubating phase in which populist forces
found vigour and strength before flowing much deeper into mainstream soci-
ety from that gestation. And penal populism was only a warning of the much
greater chaos that was to come when populism was fully unleashed. If it might
be thought that penal populism represents an attack on the long established link
between reason and modern punishment, this has been only the prelude to the
way in which a much more free flowing political populism now threatens to bring
an end to Reason itself, the foundation stone of modernity.
The article begins with an examination of the way in which, around the early
1990s, populism initially surfaced in the penal systems of the main English
speaking countries. It then argues that the shift from penal to political popu-
lism has been precipitated by two interconnected factors. First, the impact of the
2008 global fiscal crisis that greatly exacerbated the way in which globalization
had eroded economic security. Large sections of modern society have since been
left resentful and marooned in their own helplessness before such forces, while
governments seem unmoved by or oblivious to their concerns. Second, threats
to both individual and national identity brought about by the mass movement
of peoples across the globe—from East to West, North to South and South to
North. As this has occurred, crime is no longer the main signifier of threats to
well-being and the breakdown of order and authority. Rather, crime concerns
have become conflated with concerns about ‘difference’ and ‘otherness’—of
which being a stranger, a foreigner, or an immigrant, legal or otherwise, have
become one of the most potent symbols.
Beyond the controls of the penal system itself, there are thus demands that bor-
ders have to be defended, new boundaries need to be put in place—walls, elec-
tric fences, surveillance mechanisms have to be built or installed, terrorists must
be ‘eliminated’ and registers have to be kept of those with suspect religions or
ethnicities to meet these more diffuse, amorphous threats. Individuals and or-
ganizations that stand in the way of what seem to be these necessary defences
to individual and national health—on civil liberties or humanitarian grounds
usually—are cast as traitors and ‘enemies of the people’, a people now prepared
to look beyond existing democratic structures and modes of governance for solu-
tions to restore security. In so doing, they are prepared to abandon Reason and
put their trust in populist politicians to take them along a path—their leaders
have no need of roadmaps or itineraries to guide them, they just tell their fol-
lowers to have trust and belief in them—that will make them safe from such
existential threats.
The Age of Reason announced the dawn of modern society. A world without rea-
son, John Locke (1690/2016, p. 89) had written, gives rise to ‘despotical power
… which neither nature gives, for it has made no such distinction between one
man and another; nor compact can convey: for man not having such an arbitrary
power over his own life, cannot give another man such a power over it; but it is
the effect only of forfeiture, which the aggressor makes of his own life, when
he puts himself into the state of war with another: for having quitted reason,
which God hath given to be the rule betwixt man and man, and the common
bond whereby human kind is united into one fellowship and society; and having
renounced the way of peace which that teaches, and made use of the force of war,
to compass his unjust ends upon another, where he has no right; and so revolting
from his own kind to that of beasts, by making force.’
But if reason was to bring justice for all, it must also bring an end to the in-
consistencies and uncertainties of the criminal justice order that reinforced the
premodern exercise of sovereign power through brutal, public punishments to
the human body: ‘we must overturn the barriers that reason never erected’, Did-
erot (1751/1967, p. 93) argued. To do so, legal theory had to disengage itself
from the previous associations it had made between Divine Law and the absolute
monarchs who had ruled the pre-modern world. From being some mysterious,
incalculable and unpredictable force, decipherable only to those who ruled, law
became, instead, man made. It represented a contract between all citizens in a
society rather than the dictates of a despot: ‘laws which surely are, or ought to be,
compacts of free men, have been, for the most part, a mere tool of the passions
of some, or have arisen from an accidental and temporary need. Never have they
been dictated by a dispassionate student of human nature’ (Beccaria, 1764, p.
12). The quest of legal theory then became one of showing what law ought to be,
rather than what the Sovereign decreed it to be. It ought to provide security and
order for all rather than merely the sovereign; and it ought to provide funda-
mental rights protected in inviolable ideas of justice that no ruler or government
would be able to take away in the future. Beccaria (1764, p. 24) thus argued that
law had to be made certain and knowable to all and applicable to all, in the form
of criminal codes: ‘when a fixed code of laws, which must be observed to the let-
ter, leaves no further care to the judge than to examine the acts of citizens and
to decide whether or not they conform to the law as written: when the standard
of the just or the unjust, which is to be the norm of conduct for all; then only are
citizens not subject to the petty tyrannies of the many which are the more cruel
as the distance between the oppressed and the oppressor is less, and which are
far more fatal than that of a single man, for the despotism of many can only be
corrected by the despotism of one; the cruelty of a single despot is proportional,
not to his might, but to the obstacles he encounters.’
Kant (1797/1887, p. 195) then reinforced what the limits to modern punish-
ment should be: ‘[it] can never be administered merely as a means for promoting
another Good, either with regard to the Criminal himself or to Civil Society, but
must in all cases be imposed only because the individual on whom it is inflicted
has committed a crime.’ It was not only that there should be no punishment of
the innocent; in addition, punishment of the guilty had to be an end in itself:
punishment inflicted for other purposes might only lead to the excesses and in-
iquities redolent of the pre-modern era: ‘what, then, is to be said of such a pro-
posal as to keep a Criminal alive who had been condemned to death, on his being
given to understand that if he agreed to certain dangerous experiments being
performed on him, he would be allowed to survive if he came happily through
them?’ (ibid, p. 196). Normative prescriptions for the operation of criminal
law and punishment in modern society were initially set down and developed
through the work of such scholars. From there, matters of law enforcement and
punishment would be determined by secular experts, able to draw on collections
of government statistics from the early nineteenth century to make scientific
judgments when determining policy and its likely effects.
This did not then mean, of course, that Reason-driven policy and this alone made
a straightforward linear progression throughout the modern period. It faced nu-
merous impediments and took numerous detours. The emotive force and sym-
bolic power of punishments to the human body (Hay, 1976) meant that the death
penalty was not removed from the penal agendas of the main English speaking
societies until the 1970s. The emphasis on fixed and certain punishments did not
preclude the introduction of indeterminate sentencing laws around the begin-
ning of the twentieth century (Pratt, 1997). The initial emphasis on punishment
as retribution gave way to a focus on treatment and rehabilitation for much of
the twentieth century, often leading to the injustices that Kant had warned of
when extra-punitive purposes are attached to punishment (von Hirsch, 1976).
Nonetheless, after the post 1945 revelations of Nazi atrocities, the need to pro-
tect individual human rights in criminal and penal law was given a renewed em-
phasis. The UN General Assembly Universal Declaration of Human Rights 1948
stipulated that ‘everyone has the right to liberty and security of the person. No-
one shall be deprived of his liberty [except by] the lawful detention of a person
after conviction by a competent court’ (Article 5); and ‘no-one shall be held guilty
of any criminal offence on account of any act or omission which did not con-
stitute a criminal offence under national or international law at the time when
it was committed’ (Article 7). In 1960, the European Court of Human Rights
heard its first case, ‘a leap forward in the history of human rights’ (Howard &
Morris, 1964, p. 153). The protection of individual rights was also reflected at a
jurisdictional level. In the US, prosecution because of status rather than crime
was declared unconstitutional by the Supreme Court.1 In O’Connor v Donald-
son (1975),2 it was held that involuntary commitment of a non-dangerous indi-
vidual capable of looking after themselves constituted ‘a massive curtailment of
liberty’ and was unconstitutional.
Even those areas of penal development that had resisted or departed from the
expectations of Reason gradually succumbed to its demands. It had always been
assumed anyway that indeterminate prison sentences (at least in the English
speaking countries) would be kept at the periphery of the penal system and rare-
ly used. In England, Sir Evelyn Ruggles-Brise (1921, p. 58, our emphasis), Head
of the English Prison Commission, was at pains to point out that such provi-
sions ‘do not touch that large army of habitual vagrants, drunkards, or offenders
against bye-laws who figure so prominently in the prison population. [These are]
weapons to be used only where there is a danger to the community from a professed
doer of anti-social acts being at large, and reverting cynically on discharge from
prison to a repetition of predatory action or violent conduct.’ Thereafter, the US
sexual psychopath laws, providing as they did for a fixed term of imprisonment
for the original crime after those so diagnosed were first ‘cured’ in a mental in-
stitution, were periodically struck down as unconstitutional or fell into disuse
1
Robinson v California 370 US 660 (1962)
2
422 US 563
As for the death penalty, Reason and its attributes—science, rationality, hu-
manitarianism—eventually triumphed over the emotive, punitive excess it had
come to represent to policy makers in the post war period. It was eventually abol-
ished in these Anglophone societies during the 1960s and 1970s. Government
was prepared, at that time, to rid itself of punishments that were thought to
have no rightful place in modern democratic society: ‘[the death penalty] is the
one remaining relic in our penal world of the old system of complete repression
which was tried against criminals and so badly failed … these instruments have
no proper place in the institutions of a free democracy … repressive punishments
belong to the systems of totalitarian states and not democracies. It was no acci-
dent that the chief exponents of violence and severity in the treatment of crimi-
nals in other times were the Nazi and Fascist states’ (UK Hansard 449, 14 April
1948, col. 1014–1015). In imposing a (temporary) moratorium on the death
penalty in the USA, the Supreme Court in Furman v Georgia (1972)3 affirmed
that ‘one role of the constitution is to help the nation become ‘more civilized’. A
society with the aspirations that ours so often asserts cannot consistently with
its goals take the lie of any human being, no matter how reprehensible his past
behaviour.’
Around 1980, Reason had reached its high-water mark in the development of
punishment in modern society. Imprisonment had come to be regarded very
much as a ‘last resort penal option’: too expensive, inhumane and inefficient
(Home Office, 1989). For much of the twentieth century, barriers had been
steadily erected in front of it to keep out a broadening range of offenders for
whom it was though that such a sentence was too harsh and would do more harm
than good: first offenders, young offenders, child offenders, those who suffered
from some sort of mental instability, drunks, vagrants and ultimately virtually
all non-violent offenders. Not only this, but the ‘back to justice’ movement (von
Hirsch, 1976), with its emphasis on consistent, limited and proportionate pun-
ishments reaffirmed the continuity of the penal expectations from the Age of
3
408 US 238, 296–7
Reason. These were still the yardstick against which a society’s alignment or oth-
erwise with the presumptions and expectations of modernity could be judged.
From this time, though, many of these trends and characteristics have been re-
versed: as if a resurgent anti-Reason now drives modern penal development. The
growth of imprisonment, in some of the Anglophone countries especially, is per-
haps the most obvious illustration of this. In the US, the rate of imprisonment
has increased some 700 per cent from 1975 to 2012 (from 110 per 100,000 of
population to 762).4 It has come close to doubling in the UK (from a rate of 80
4
The World Prison Brief has been used as the source for all prison statistics. Here, the
US rate represents a decline from its high of 755 in 2008.
per 100,000 in 1990 to 147 in 2016); and has more than doubled in New Zealand
(from 85 per 100,000 in 1985 to 208 in 2015). Furthermore, indeterminate pris-
on sentences have been refurbished and reactivated. In New Zealand the number
of prisoners serving the indefinite term of preventive detention has increased
from 12 in 1985 to 284 in 2015. One in five English prisoners in 2012 were
serving indefinite sentences, dramatically undermining the previous emphasis
on proportionality and consistency.
There have also been innovative penal measures that strike at the very core of
what had become inviolable values of punishment in modern society. Three
strikes laws, sometimes two strikes, punish prior record in addition to the crime
committed. Retrospective legislation—punishing behaviour that was not crimi-
nal at its commission—is justified on the grounds that the need for public pro-
tection supersedes individual rights. The principle of no double punishments is
contravened by ‘civil detention’ provisions (that is, indefinite imprisonment) for
some sex offenders at the end of a finite prison term, as is the principle that
only the guilty can be punished: they are being detained because not because
they have committed more crimes but because they are thought to be at risk of
committing crime in the future. These moves to controlling risk at one end of the
penal system have been matched at the other by controls on movement in public
space of a variety of those who live their lives on the street (gang members, va-
grants, beggars etc) in the form of supervision and surveillance to prevent future
crime—but before they have actually committed one.
In addition, the language of punishment is now much more redolent of the voice
of Anti-reason rather than Reason. ‘Three strikes’, ‘life means life’, ‘no parole’
and so on put into legislation raw, vengeful common-sense rather than humane
objectivity and rationality. At the same time, the authority of the central state
has weakened (Garland, 1996). Now, rather than being prepared to move ahead
of public opinion, it is ready to implement some of its wildest demands. Even so,
this has not been sufficient to hold back some sections of the public from vigi-
lante activities that challenge the state’s previous monopolistic power to punish
(Pratt, 2000).
In contrast, penal populism specifically addresses the role and influence of these
hitherto outsider individuals, groups and organizations on contemporary penal
development. Developing the work of political scientists such as Shils (1956)
and Canovan (1981) on populism, it is as if crime and punishment issues act
as magnets that draw together those who see themselves as disenfranchised by
governments thought to have allowed the unworthy and undeserving to prosper
at their expense. In the criminal justice field, it was as if the establishment had
been pulling the strings of government, prescribing generous treatment and le-
nient sentences for law-breakers while ignoring the well-being of crime victims
and law-abiding citizens. From the 1980s, these concerns turned into howls of
rage from newly emerging social movements that now claimed the right to speak
on behalf of those whom government had forgotten. Their primary demands in-
cluded terminating the baneful influences of the establishment and replacing
them with their own representatives. In the new axis of penal power that began
to be forged, crime control policy should take the form of protecting the public
from crime risks and punishing those who pose them, rather than safeguarding
the individual rights of offenders and potential offenders.
However, the extent to which this supposed equalization has occurred in some
societies (Britain, for example) would seem debatable. What seems more perti-
nent to the decline of deference is the way in which the criminal justice estab-
lishment failed to address issues of rising crime from the 1950s and in so doing
seemed remote and detached from the concerns of ‘ordinary people’ (Margaret
Thatcher’s successful use of ‘law and order’ in the 1979 British election was one
of the first illustrations of the political potency of this issue). The subsequent
decline in crime from the early 1990s across most of Western society (for ex-
ample, Zimring, 2012; Farrell et al, 2014) could not displace the way in which
rising crime had by then become a taken for granted ‘social fact’—to which the
establishment had no answer. Attempts by its members to explain that it was
in decline rather than rising simply became proof of their own irrelevance and
duplicity. By the same token, the developing area of risk control through penal
measures has come to symbolize the way in which governments were prepared to
jettison previous ties to the Establishment, with its now derided concerns about
Using the experience of New Zealand as an illustration, this had been one of the
countries at the forefront of the restructuring. The crash then contributed to a
dramatic decline of trust in both its Left and Right mainstream political parties
that had been committed to it—support falling to nine and 12 per cent of the
electorate respectively in opinion polling in the early 1990s (see Pratt & Clark,
2005). This decline of trust simultaneously led to a surge of support for the right
wing and populist New Zealand First party. It promises to place ‘control of New
Zealand’s resources in the hands of New Zealanders, by restoring faith in the
democratic process’, alongside ‘common-sense decision-making in the best in-
terests of all’ (New Zealand First, 2014). The decline also brought a change to the
electoral system that has virtually guaranteed this party permanent representa-
tion in parliament. Following a referendum, the ‘first past the post’ system was
changed to proportional representation in 1996. New Zealand First will almost
always be able to attract a disaffected core of the electorate sufficient to take it
over the five per cent threshold it now needs to gain parliamentary seats. On two
occasions since, it has become ‘kingmaker’ in coalition governments.
Much of this party’s initial success came through speaking to public anxiet-
ies about crime and promising magical solutions to the problem (more police,
tougher sentencing, Pratt & Clark, 2005). The major parties have been prepared
to accede to these demands to win their support in parliament (Lacey, 2009).
Furthermore, the popular appeal of ‘law and order’ that it had demonstrated
encouraged the mainstream parties (as in Britain and the USA, see Jones & New-
burn, 2006) to compete with each other on these terms, thereby building penal
populism into government policy.
From the 1980s, the modern world has become a much riskier, threatening place
(Beck, 1992), in many ways a consequence of the same restructuring. If this has
brought new possibilities of pleasure and fulfilment in everyday life, these are
also beset with new risks—terrorism, new kinds of cancers, credit card fraud and
so on. This has occurred in conjunction with fragmentation or disappearance of
many of the old and familiar symbols of security and stability. The permanence
of employment and all that comes with this has disappeared for many (Standing,
2014). Family life has become much more tangential, with increased likelihood
of divorce amidst the growth of impermanent de facto relationships.5
5
Marriage rates (i.e. number of marriages occurring among the population of a given
geographical area during a given year, per 1,000 mid year total population) are as
follows: Australia, 1980: 7.4, 2013, 5.1; Canada, 1981, 7.7; 2008, 4.4; New Zealand,
1980, 7.3; 2014, 4.4; UK, 1980, 7.4, 2012, 4.4; USA, 1985, 10.1; 2012, 6.8. Ratio
of marriages to divorce over the same period is as follows: Australia, 1980, 2.75:1;
2013, 2.3:1; Canada, 1980, 3:1; 2008, 2:1; New Zealand, 1980, 3:1; 2014, 2.5:1; UK,
1980, 2.7:1; 2012, 2:3:1; USA, 1980, 2:1; 2012, 2.2:1. Couples in de facto relation-
ships in Australia increased from 5% in 1982 to 15% in 2006; in Canada, 6% in 1981
to 16.7% in 2011; in the UK, from 8.9%in 1996 to 16.4% in 2014. One parent fami-
lies increased in Australia from 8.6% in 1981 to 15% in 2011; in Canada, from 11.3%
in 1981 to 16.3% in 2011; in new Zealand from 12% in 1981 to 17.8% in 2013in
the UK, 13.9% in 1981 to 25% in 2014; in the USA, from 19.5% in 1980 to 29.5% in
2008. Meanwhile average household size declined across all these societies: in Aus-
tralia, from 2.8 in 1986 to 2.6 in 2006; in Canada, from 3.3 in 1981 to 2.9 in 2011; in
New Zealand from 3.0 in 1981 to 2.7 in 2013; in the UK, from 2.7 in in 1981 to 2.4
in 2012; in the USA, from 19.5 in 1980 to 29.5 in 2008.
Hence, again, the utility of crime and punishment in remedying these deficien-
cies in social capital. During the 1990s and early part of the twenty first century,
it seemed that crime was the most obvious and immediate source of risk and
danger, the most obvious and immediate symbol of the inability of governments
and their experts to do anything about making everyday life more secure. As
Tyler and Boeckmann (1997) demonstrate, the more social cohesion seems to
be unravelling, the more likely it is that there will then be support for severe
punishments—not simply as a response to crime but as a way of providing con-
sensus and solidarity and the restoration of authority which seems to be missing
elsewhere in the social fabric. The intensity and ferocity of the new language of
punishment (‘three strikes’ etc) reflects the enhanced and extended role punish-
ment has had to play in these societies in this regard.
However, from the 1980s, structural changes in the media meant that this was
no longer possible. Changes in media technology, the advent of satellite televi-
sion, and the deregulation of broadcasting had brought about a much more di-
verse and pluralistic set of understandings about the world—at a time when the
decline of organic community life has meant that individuals have become much
more reliant on the news media rather than friends, family or work colleagues to
inform them about the world. These structural changes in the media then meant
that the onset of the fall in crime had little public impact. It was not really news-
worthy. Instead, crime continued to be defined as the most obvious and imme-
diate source of risk and danger. Deregulation of state broadcasting amidst the
advent of new media technology meant that news reporting had become more
simplified, more competitive, more readily available and more sensationalized:
more than ever before, a sensational story about crime—its menace not its de-
cline—would beat off competitors, attract the public and thereby attract more
advertising revenue (Jewkes, 2004). Amidst this restructuring, the criminal jus-
tice establishment found itself unable to control the parameters of public debate
and knowledge about such matters.
The importance of crime news in the new framework of knowledge also gave
much greater emphasis to victims’ accounts of their experiences, rather than the
detached, objective analysis of experts. In this respect, crime victims were given
a new kind of authenticity and authority. Their personal experiences outweighed
the statistical realities of crime. In most cases, these experiences were presented
as something that could easily happen to anyone: going to school, journeying
home from work and so on became the starting point for a catalogue of horrors
that were then inflicted on these unsuspecting victims. When such catastrophes
could befall respectable, ordinary citizens in the banality of their everyday life,
it was as if what had happened to them became a universal experience and a
universal danger.
Hearing, reading, watching their traumas led to demands for more emotive and
expressive punishments that sufficiently reflected public anger and revulsion at
such crimes; and demands, as well, for more opportunities for victims to express
their own anger at their suffering, as opposed to the carefully measures tones of
court room professionals. In a number of jurisdictions, such demands have ne-
cessitated a spatial and emotional reorganization of criminal justice proceedings,
with victims at their centre, rather than their offenders, going through the detail
of their victim impact statements. But when judges seem more swayed by reason
rather than the pain victims when passing sentence (in reality their hands are
likely to be tied by legal constraints anyway on what they can do), this further di-
vides the criminal justice establishment from victims and potential victims and
their expectations of justice. It becomes more evidence of how out of touch such
elites are from everyday life.
While these were the forces that combined to drive penal populism, other mod-
ern societies were seen as having built-in defences against such intrusions: a
much greater deference to the criminal justice establishment and trust in gov-
ernment in Finland, for example, had prevented its emergence in that country
(Pratt, 2007). But since the publication of Pratt’s Penal Populism, it is clear that
populism no longer confines its influence to the penal sector of the Anglophone
countries. Instead, it cuts across much of political life in modern society as a
whole, transforming wide-ranging areas of governance. Historically, populist
movements have been found on both the left and right of the political spectrum
(Betz, 1994). In Greece, for example, it brought the left-wing Syriza party to
power, in opposition to EU and IMF demands for economic restructuring and
massive reductions in government expenditure. It is usually the case, though,
that when populism surfaces in a particular society, it moves the political agenda
well to the right (see Haney, 2016 on the Czech Republic, Hungary and Poland,).
Even so, there are important nuances and differences within right wing popu-
lism. In some cases it professes to be anti-big state (as in the UK); in others (as in
Sweden and Finland), it wants to preserve extensive state services—but only for
its own authentic nationals—new arrivals will not be welcome. In addition, con-
temporary populism has brought into being a new era of anti-democratic ‘strong
man’ politics (as in the Philippines, Turkey and Russia).
What is it, though, that has brought about the rise of this populist politics?
Again, the specific mix of its causes varies. In China, for example, penal popu-
lism became a testament to the Party-state’s determination to protect its citi-
zens from evil crimes and uncertain risks associated with the profound transfor-
mation of the Chinese society to a market economy from the late 1970s (Miao,
2013). Nonetheless, what remains at the core of populism is the sense of disen-
chantment and disillusionment amongst large sections of society with the way in
which political power has been exercised by governments, seemingly in collusion
with establishment elites—favouring the unworthy and the undeserving at their
expense. Initially, the penal system had been a useful receptacle for this ‘legit-
imacy deficit’—the tension and anxiety that is generated amongst those who
feel powerless, ignored, or left behind by the way in which the dominant class
exercises power (Beetham, 1991). In a bid to compensate and restore their legiti-
macy, governments were happy to direct that antagonism towards criminals and
First, economic insecurity and uncertainty. The global fiscal crisis of 2008 has
deepened already existing inequalities in modern society brought about by the
globalization of trade and capital from the 1980s—between the winners in the
casino economies that were created and its losers (Reiner, 2001). At one level, it
had been thought that the 2008 crisis would impose greater financial rectitude
on governments, thereby blocking penal populism and its financial profligacy
(Pratt, 2008). If, to a degree, this has occurred,6 the crisis itself had a much
deeper impact on everyday life than this. By and large, winners continued to win.
Indeed, the winnings of some of them greatly increased because they bought
up cheap property or shares that came on the market in the subsequent reces-
sion. The number of losers, however, became greatly swollen due to attendant
redundancies and intermittent unemployment, permanent underemployment,
or reductions in employment conditions for many others, alongside cuts and re-
strictions on welfare expenditure.
At the same time, opportunities for employment in the public sector—a previ-
ous safe haven, offering longevity and security, generous pensions and regular
wage increments—have significantly diminished as a result of the new limits
imposed on government spending post-2008. The full extent of the changing
nature of the labour market, from the beginning of restructuring in the 1980s
to post-2008 economic stringency is reflected in the decline of public sector em-
ployment: from 27.6 per cent of the Australian workforce in 1989 to 16.5 in
2014; from 25.9 per cent in New Zealand in 1981, to 17.1 in 2013; from 27.4 per
cent in the UK in 1980 to 17.2 in 2015. For most, employment in the much more
precarious and quixotic private sector awaits—if anything awaits them. The gen-
eral expectations of inexorable progress associated with modernity, of better-
ment, of always improving living standards, have also evaporated. The Governor
6
See note 4 regarding the decline in the US imprisonment rate. See also Goode (2013).
of the Bank of England has thus warned that ‘Britain is experiencing its first
«lost decade» of economic growth for 150 years [and that] real incomes had not
risen in the past ten years’ (quoted in Daily Telegraph, 6 December 2016).
This ‘precariousness’ (Standing, 2014) has deepened the already existing distrust
of establishment elites and supra-national governmental organizations, such as
the IMF, EU, World Bank and so on (for Donald Trump, the UN has become noth-
ing more than ‘a good time club’).7 These are seen as either powerless to prevent
the 2008 crash, or helplessly caught up in it, or responsible for it: but still flour-
ishing themselves, all the same. The expertise they profess and its associations
with reason, rationality and science is not even considered worthless any more.
It has a negative value instead. It damns and condemns them in the eyes of the
public at large. ‘People in this country have had enough of experts’, was the claim
made by leading campaigner for Britain to leave the EU in 2016, Michael Gove.8
In addition, the crash further burnt away traditional political loyalties. Even de-
mocracy is no longer seen as a precious gift of modernity, with built-in guar-
antees of good government. Instead, it is pictured as a quagmire by populists
that drags many deserving but not prospering citizens down to its depths, while
members of the Establishment can always find escape routes. Attempts to bridge
the legitimacy deficit by extending democratic processes only bring disinter-
est and disdain. In Britain, elections to the European parliament have turnouts
of less than 50 per cent, while the first elections there in 2012 for local police
commissioners saw less than a ten per cent turn out in some constituencies. It
seems that it is only in plebiscites, referenda and, in the US, citizens’ proposi-
tions that are understood and trusted as authentic expressions of public will.
The 2016 British EU referendum had voter turnout of 72 per cent, compared
to 66 per cent in the general election of 2015, and only 59 per cent in that of
2001. Alternatively, electorates may be prepared to give their support to aspiring
politicians who claim to speak on behalf of ‘the people’ rather than the establish-
ment, who present themselves as independent minded ‘strong men’ rather than
party loyalists, and who, as with Trump, promise to ‘drain the swamp’ of central
government and career politicians altogether rather than add more layers to the
existing democratic process.
7
Quoted in Daily Mail, 27 December 2016
8
Quoted in The Financial Times, 3 June 2016
Second, the emergence of a new kind of victimhood. This is something more than be-
ing a crime victim, or fear of becoming one, which governments had tried to offset
by promising tougher punishments on the perpetrators. While cries for law and
order have not been prominent in recent elections in those societies—the fall in
crime no doubt reduces its purchase somewhat, fears of specific types of crime or
criminals—fear of paedophiles and sexual predators, for example, in those Anglo-
phone countries especially—seem stronger than ever. Such fears still inform the
conduct of much of everyday life and have led to the introduction of further pre-
ventive measures that continue to erode fundamental features of criminal justice
in modern society (Pratt, 2016). Equally though, such fears have become conflat-
ed with fears of difference, fears of otherness—qualities variously demonstrated
by strangers, foreigners, immigrants, asylum seekers, refugees (‘Disabled limping
migrant who uses a crutch while begging in London is exposed as a FRAUD when
he is seen strolling off to buy a takeaway’, The Sun, 16 September 2016). Fears and
suspicions such as these are periodically fuelled by terrorist outrages that give
further justification to such concerns and the horrendous dangers that these out-
siders might be capable of, while reminding potential victims of their helplessness
on such occasions. Fears such as these continue to demand more punishment,
but they also demand that more controls be put in place to protect the public:
sexual predators—keep them in prison, even after their sentences finish; pae-
dophiles—hunt them down and drive them from local communities altogether;
local troublemakers—issue banning, restriction and prohibition orders; asylum
seekers, refugees, unwanted foreigners and all the rest of these strangers—build
barriers, walls, fortifications to keep them out; protect the borders so they cannot
come in; speed up deportation processes once they are caught.
These are some of the responses to this new kind of victimhood whereby it is
not only the well-being and security of individuals that is endangered but also
that of the nation state itself as mass immigration is seen as corroding its values,
security and identity. In Britain, these concerns have been prompted primarily
by Eastern European migrants, now allowed to move to Britain without restric-
tion since their countries joined the EU in 2004. In the East European countries
themselves, it is fear of asylum seekers and refugees from the Middle East. In
the US, it is fear of Mexican ‘rapists and murderers’ crossing the border in the
south and Muslim (which for many Americans is synonymous with terrorism)
immigration in general. And so it would be possible to continue collating this
inventory of fear and suspicion, moving from one modern society to another.
self, the journalists at CNN and the New York Times, who stood by truth, were
‘the lowest form of humanity.’9
But when truth is abandoned, then everything can be a lie: there is no means
of distinguishing between fact and fiction, nor any point in tying to do so. The
purveyors of ‘post-truth news’ simply call on their critics to prove that what they
are saying is not true. Until then, lies and conspiracies ‘remain a story.’ Lie, lie,
lie. Lie again and again. ‘Lord, lord, how this world is given to lying.’10 Throw away
truth, and then evidence and facts only become another set of lies. Rather than
using truth to win votes, conjure up demons and devils—these can all be fabrica-
tions themselves—that need to be confronted by a strong man: then demand
that voters out their trust in that man to rid the world of such pestilence, rather
than career politicians and effete bureaucrats—what do they know of the inse-
curities that lie behind such dark fantasises? As it is, the rise of Facebook (2004)
and Twitter (2006) since the 2008 crash has meant that individuals can not only
create their own news and report it as they see fit but publish it before vast au-
diences. Again, this new kind of news can be entirely fabricated (‘alt news’) and
usually speaks to some vast web of conspiracy that is supposed to exist, work-
ing to entrap the unsuspecting and the vulnerable in its lair. As one of the most
prominent anti-EU campaigners in Britain stated, ‘the more outrageous we are,
the more attention we’ll get. The more attention we get, the more outrageous
we’ll be’ (quoted by Rawnsley, 2016a).
9
Quoted by New York Times, 12 August 2016
10
William Shakespeare, Henry IV, Part I, Act 5, sc 4, p. 7
Similarly, ‘Make America Great Again’, Trump’s logo in the US election. Here too,
the theme conveys the sense of loss and betrayal—variously blamed on corrup-
tion in central government, international financiers, Muslims, Mexicans, global-
ization and the infamy of wicked individuals (such as ‘Crooked Hillary Clinton’).
Hence the need to ‘drain the swamp’, ‘build a wall’, ‘lock up’ Clinton and so on.
This kind of purification process was necessary, it seemed, if the glorious past
was to be recreated—although exactly when this was remained unspecified.
Nonetheless, a society could be rebuilt around dominant white men, where jobs
that used to exist before globalization made them redundant would somehow
reappear, and where dangerous foreigners would be kept out. In such ways, the
implied promise of both ‘Take Back Control’ and ‘Make America Great Again’ was
that not only would the nation be secure against insidious threats to its well-be-
ing that the establishment had allowed to fester, individuals would also be given
back what they think has been taken from them: familiarity, certainty, security.
THE END
of hate crime, racial abuse and racial intolerance that had been unleashed in its
wake, the liberal intelligentsia suddenly found themselves staring at a cataclysm.
Andrew Rawnsley (2016b), for example, on the vote for Britain to leave the EU,
wrote that it represented ‘a journey into the unknown for a country never before
so divided … between doing-well Britain and left-behind Britain, between the
Britain that is essentially comfortable with globalization and diversity and the
Britain that feels its anxieties and anger about identity loss have not been lis-
tened to.’ On the election of Trump, Richard Wolffe (2016) wrote that ‘we may as
well call this what it is: a revolution … nothing else comes close to capturing the
political revolt—and the chaos that surely follows … an era that stretches back to
Franklin D. Roosevelt just came to an abrupt and ugly end.’
In fact, the profundity of these events has an even deeper significance. Each sig-
nalled that the long journey that modernity itself had taken from the time of the
Enlightenment had come to a shattering end. The defeat of Reason—of ratio-
nality, science, truth, objectivity, consistency—and its ability to structure and
inform the parameters of governance in the modern world—means that only the
unknown awaits. This will not be the end of uncertainty and insecurity promised
by populists, but only the start of new uncertainties and insecurities, alongside
the exacerbation of those already in existence. That said, the two events them-
selves do not constitute any sudden end to Reason; rather, they should be seen as
marking the final moments of a process that had made such an end inevitable, a
process that had systematically undermined all that had been intended to pro-
vide the certainty and stability, the cohesion and solidarity that would otherwise
have been strong enough to resist the shamans of populism.
When did this process begin? When was it that all that we had come to assume
was permanent would, in reality, have no permanence at all, have no more sub-
stance than a sandcastle built to stem an incoming tide? In The Four Quartets,
T.S. Eliot (1943, p. 23) wrote ‘In my beginning is my end. In succession. houses
rise and fall, crumble, are extended, are removed, destroyed, restored.’ In the
beginning is the end. Where do we look for that beginning that led to the end of
Reason? The starting point is likely to have been Reason’s post-1945 reassertion,
its response to the aberrations from its path in the ravages of the depression
years of the 1920s and 1930s, followed by the rise of anti-democratic strong men
in Europe who brought catastrophe—carnage, destruction, misery and genocide.
Hence the phrase that dominated political discourse in the democracies after
1945: ‘never again.’ Never again. It became the task of post war governments to
ensure that there could be no return to that previous dark time of anti-reason—
never again.
Hence the physical, material and ideological shape of post-war society. The mod-
ern city would become a haven where all had a rightful place, would become a
testament to the virtues of planning, of rationality, a testament to the virtues of
Reason itself, its celebration of public space a necessary feature of harmonious
community life. Ebenezer Howard’s (1946, p. 44) vision of ‘the social city’, for
example, was based around wide, tree-shrouded avenues, homes, public gardens
and a central park: ‘large public buildings would be at [its] centre: town hall, li-
brary, museum, concert and lecture hall, the hospital. Here, the highest values of
the community are brought together—culture, philanthropy, health and united
cooperation.’ Family life, too, had an importance beyond that of the individu-
als concerned. Now, it would be ordered and structured by government and its
new organizations of assistance to ensure that the well-being of individuals con-
tributed to the well-being of society as whole: ‘parenthood itself must become a
central interest and duty; and the family and the primary group of workfellows
and neighbours must become a vital core in every wider association’ (Mumford,
1945, p. 214). In 1950, there were around 100 marriage guidance clinics in exis-
tence in Britain to provide the guidance and direction necessary for those strug-
gling to meet these expectations (Clark, 1991).
What mattered most in the provision of this extensive apparatus of support and
instruction, wrote leading British sociologist of the period T.H. Marshall (1950,
p. 56), ‘is that there is a general enrichment of the concrete substance of civi-
lized life, a general reduction of risk and insecurity, an equalization between the
more or less unfortunate at all levels.’ Indeed, the vastly expanded public sector
workforce that would be necessary to achieve all such objectives in itself went
some way to achieving this by providing guarantees of employment security and
status (in the UK, for example, civil servants increased from 340,000 to 720,000
between 1931 and 1955, Marwick, 1971, p. 137). These guarantees were not pre-
saged around an especially ambitious life, to be sure, not a life that would be lived
in the fast lane, frenetically grabbing at pleasures and indulgencies as they came
along; but a good life all the same, a life that now had comfort rather than hard-
ship as an expectation, a life to be cherished rather than abandoned to whatever
fate came its way. And the future seemed assured at this time. In Britain, a Daily
Telegraph (27 December, 1961) opinion poll of 16-18 year olds found that only
nine per cent disagreed with the opinion that ‘the world would be a better place
to live in ten years time.’ In a world of stability and security, what is particularly
striking in the other responses of those polled is the regularity of their working
habits. After three years, more than half were still in the same employment as
when they started. Furthermore, one in three were regular church attendees.
Only one in ten was not looking forward to getting married; 85 per cent dis-
agreed with the assertion that it did not much matter whether or not the mar-
riage worked out well.
Yet the very successes of this post-war solidarity project (Garland, 1996) began
to eat away at its base. Certainty and stability in personal life and relationships
were the first to crumble, under demands for much greater expression of per-
sonal choice regarding sexual preferences and identities. It resulted in what had
previously been the taken for granted presence of family life and all the networks
woven around it becoming much more tangential, as noted. What possible role
could all the marriage guidance clinics now have in the light of the subsequent
reality of family life? As Ulrich Beck (quoted in Bauman, 2000, p. 6) has written,
‘Ask yourself what actually is a family nowadays? What does it mean? Of course,
there are children, my children, our children. But even parenthood, the core of
family life, is beginning to disintegrate under conditions of divorce … [G]rand-
mothers and grandfathers get included and excluded without any means of par-
ticipating in the decisions of their sons and daughters.’ Many others fall through
what have become these flimsy networks altogether and find themselves living
alone, one of the most significant features of current demography in modern
society.11 Whatever personal histories lie behind this—choice or misfortune, ac-
cident or cruel fate—the growing presence of this cohort more than any other
represents the atomization of everyday life in modern society and the impor-
tance of structures of support and guidance beyond the family to provide inter-
dependencies and bonds to the rest of society. In an era when we all now have to
‘operate at the outer edge of the ordered world, on the barbaric final frontier of
modern technology’ (Giddens, 1999, p. 2), when we are all involved with complex
social economic and technological systems we do not understand, so many have
been left on their own to try and digest and resolve the existential dilemmas and
conflicts that these produce on their own.
11
The percentage of people living alone has increased from 18.8% of the Australian pop-
ulation in 1986 to 23% in 2013; from 11.4% in Canada in 1981 to 27.6% in 2011; from
16% in New Zealand in 1980 to 23.5% in 2013; from 22% in the UK in 1981 to 28% in
2014; from 22.7% in the US in 1980 to 27.4% in 2012.
Most public and political attention though—in the main English speaking coun-
tries especially that were in the forefront of these changes—was given to cel-
ebrating the fame and fortune that greeted the winners that this economic re-
structuring had made possible. The losers—all those left behind or those who
could not keep up with the changes—found themselves largely written out of the
script. These growing divisions, the growing tension between those perpetually
on the move,12 heading up an ever extending escalator that exponentially pro-
vided more wealth and success at each new floor and those left out, perpetually
trapped in modern society’s bargain basement, feeling aggrieved at governments
who seemed to have so little interest in helping them to get to even the next
level, informed the development of penal populism.
As we have seen, though, penal populism proved to be only a staging post to-
wards the much more extensive populist march through modern society. The in-
creased potency of the threats to individual and national well-being meant that
populism was able to burst out of the constraints of the penal zone and pervade
the whole social body. This does not mean that it has now finished with its trans-
12
Cf Bauman (2001, p. 62) ‘individuals who are untied to place, who can travel light and
move fast, win all the competitions that matter and count.’
This, though, is a matter of little consequence for populism and its forces. What
drives it is not any legacy of Reason and the Enlightenment but anger and re-
sentment and the construction of a magical politics around these emotive forces
that promises to eliminate at a stroke all the demons and devils it identifies. In
‘taking back control’, in ‘making a nation great again’, who then needs Obama’s
commitment to ‘tolerance, compromise and our common humanity … the values
of liberal democracy’ (Packer, 2016) to accomplish this? Who needs evidence, ra-
tionality, facts and science and all the other attributes on which modernity itself
had been built, to do so? Yet, as Jonathan Freedland (2016) writes, ‘evidence,
facts and reason are the building blocks of civilization. Without them we plunge
into darkness.’ And as this darkness falls, so it brings with it the end of Reason
and all its light.
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LA AUTORA
SUMARIO
Introducción
1. What’s in a name?
1.1 Penas no privativas de libertad
1.2 Penas sustitutivas
1.3 Penas alternativas
1.4 Medidas penales alternativas (MPA)
1.5 Sanciones intermedias
1.6 Penas comunitarias
2. Cuatro problemas en la ejecución de las penas sustitutivas
1
Este artículo se nutre, en parte, de la tesis doctoral «Ejecución e incumplimiento de las
penas comunitarias: la revocación de la suspensión de la pena de prisión con reglas de
conducta y el quebrantamiento de los trabajos en beneficio de la comunidad», dirigida
por Elena Larrauri Pijoan (2016).
RESUMEN
Las penas alternativas han tenido una extensa historia de desarrollo. Muchas
instituciones como la libertad vigilada o los servicios en beneficio de la comuni-
dad han sido consideradas parte de un grupo de medidas que han recibido dife-
rentes nombres (penas alternativas, sustitutivas, sanciones intermedias, etc.).
En este artículo se afirma que las denominaciones no son neutras, sino que, por
el contrario, manifiestan diferencias significativas.
Se analizan los distintos conceptos que se han utilizado para nominar a este
grupo de instituciones a nivel comparado y se enumeran aquellas penas que en
Chile constituyen pena comunitaria. Finalmente, se desarrollan los principales
problemas que a nivel internacional se han evidenciado como consecuencia de la
introducción de este tipo de instituciones.
PALABRAS CLAVE
THE AUTHOR
SUMMARY
Introduction
1. What’s in a name?
1.1 Penas no privativas de libertad
1.2 Substitutive penalties
1.3 Alternative punishment
1.4 Alternative measures (MPA)
1.5 Intermediate sanctions
1.6 Community penalties
2. Four problems in the implementation of community penalties
2.1 Administrative of punishment
2.2 Discretion
2.3 Consent and offender participation
2.4 Penal intervention in life
Final remarks
These sanctions share a similar evolution with «community penalties». This pa-
per rescues this concept and the problems which these institutions have gener-
ated in different jurisdictions. Different terms to call these institutions are ana-
lyzed. Then, the principal problems which have been perceived internationally
are developed.
KEYWORDS
INTRODUCCIÓN
Cuando Julieta pide a Romeo que se despoje de su apellido y tome otro nombre,
lo argumenta afirmando que Montesco no es parte de su ser físico, ni tampoco
fragmento alguno de naturaleza humana. Para Julieta, Romeo con otro nombre
conservaría todas las buenas cualidades de su alma. Lo ejemplifica afirmando que
la rosa no dejaría de ser rosa, tampoco dejaría de esparcir su aroma, aunque se
llamara de otra manera.
De figuras como la libertad vigilada2 se ha dicho que son medidas penales alter-
nativas, penas sustitutivas y penas comunitarias. En este artículo se afirma que,
tales denominaciones, pese a no ser excluyentes, tampoco son neutras, sino que
por el contrario, manifiestan diferencias significativas en la evolución que estas
figuras han experimentado. La ley 20.603 realizó un cambio trascendental en el
sistema de penas alternativas chileno, llegando a alterar incluso su nombre. ¿Por
qué considera el legislador chileno modificar no solo la regulación de las penas
alternativas, sino que también su nombre?
En este artículo se analizan los distintos conceptos que se han utilizado para
nominar a este grupo de instituciones a nivel comparado. Se afirma que el con-
cepto de pena comunitaria es el que resulta en este momento más apropiado para
explicar la evolución actual de las alternativas en Chile. Finalmente, se desarro-
llan los principales problemas que a nivel internacional se han evidenciado como
consecuencia de la introducción de este tipo de instituciones.
Antes de continuar con el orden prometido para este trabajo es necesario hacer
una breve referencia a la evolución de las penas alternativas en Chile. La historia
moderna de las alternativas en Chile se remonta a la ley 7.821 sobre remisión
condicional de la pena del año 1944, pero es la ley 18.216 del año 1983, que esta-
blece medidas que indica como «alternativas a las penas privativas o restrictivas
2
Para el lector español es necesario aclarar que con libertad vigilada se hace referencia a
una institución análoga a la probation. En España la libertad vigilada efectivamente es
el equivalente funcional de la probation en la legislación penal de menores (artículo 7.1
h). El problema se genera puesto que se utilizó el mismo concepto «libertad vigilada»
en la ley 5/2010 de 22 de junio para denominar a una nueva medida de seguridad post
penitenciaria, haciendo referencia a una realidad ajena a la que nos convoca.
Casi 30 años más tarde, la ley 20.603 modifica la ley 18.216, reemplazando el
antiguo nombre de medidas alternativas por el de penas sustitutivas a las penas
privativas o restrictivas de libertad.
Las figuras reguladas por esta ley son: la remisión condicional, la reclusión par-
cial, la libertad vigilada, la libertad vigilada intensiva, la expulsión y la prestación
de servicios en beneficio de la comunidad. La reclusión parcial y la libertad vigila-
da intensiva podrán ser controladas mediante «monitoreo telemático».
1. WHAT’S IN A NAME?
Todos quisiéramos estar de acuerdo con Julieta y pensar que aquello que llama-
mos rosa conservaría su fragancia si la llamáramos de otra forma. Sin embargo,
para aquellos conceptos cuyo componente construido socialmente es más claro
(como un apellido o una institución penal) un nombre revela bastante. En este
apartado abordaré la discusión terminológica y me detendré a analizar los distin-
tos conceptos.
Pese a la decisión justificada por las penas comunitarias, he de reconocer que son
conceptos limítrofes y relevantes en nuestro contexto: penas alternativas, medi-
das penales alternativas, penas sustitutivas y «sanciones intermedias»4.
3
En este sentido, es pertinente hacer referencia a un fragmento del mensaje de la ley
20.603 (66-356): «De esta manera, al inyectar mayores y mejores formas de control
de la ejecución de estas medidas, tanto en el ámbito judicial como administrativo, se
estima que aquel sector de la sociedad que ha sido objeto de una medida alternativa
cumpla efectiva y satisfactoriamente la sanción impuesta, haciendo de este sistema un
modelo de control asimilable a la prisión en cuanto a su real control sobre la población
sujeta al mismo».
4
Así, por ejemplo, algunos de los problemas que interesan en esta investigación son
consecuencia del carácter alternativo de la pena (más que de su moderno carácter co-
munitario), y por tanto requieren de un análisis más amplio.
tencia de grupos de interés opuestos en el sistema penal, mientras que con una
terminología más precisa quizás esta coexistencia no hubiera sido posible (Nellis,
2001, p. 17). En este mismo sentido, 10 años antes, Vass afirmaba que conceptos
como el de «alternativas a la prisión» han servido como «concepto paraguas», lo-
grando aglomerar una gran variedad de actividades del sistema penal. El mismo
autor advertía que esa realidad epistemológica generaba problemas tanto a nivel
conceptual como práctico, ya que presentaba escaso valor explicativo, por ejem-
plo, para entender las prisiones, las crisis de la prisión y los intentos de controlar
su población expansiva a través del diseño o uso de medidas penales comunita-
rias específicas como «alternativas» (1990, pp. 1-2).
Se trata de un concepto jurídico que utiliza un criterio negativo para aunar todas
las penas que no priven de su libertad al penado. Este tipo de conceptos (al igual
que el de pena alternativa, medida penal alternativa, etc.) asumen una cierta cen-
tralidad y protagonismo de la pena de prisión respecto de la cual se definen de
forma negativa.
El Código Penal español define las clases de penas en el primer artículo del Título
III, «De las penas» (Art. 32 CP), y señala que las penas que pueden imponerse con
arreglo a este Código, bien con carácter principal bien como accesorias, son privativas
de libertad, privativas de otros derechos y multa. Si bien el concepto de pena no
privativa de libertad no se encuentra en el CP, podemos entender su uso entre
juristas como opuesto al de pena privativa de libertad que sí define el legislador.
5
Entre los tratados «clásicos» que se dedicaron a esta materia en España destaca sobre
todo el vocablo «alternativa»; sin embargo, en su contendido es de uso frecuente la
noción de pena no privativa. Destacan entre ellos: Maqueda (1985) y De Sola et al.
(1986).
6
No se debe confundir con el término «sustitutivos penales» que, de acuerdo a Jiménez
y Santos (2010, p. 163), «nacieron de la propuesta de Enrico Ferri, representante de
la Escuela Positivista italiana en el contexto de un Programa de Política Criminal que
pretendía sustituir el derecho penal por un sistema de medidas preventivas de defensa
social ligadas a la peligrosidad» y por tanto escapan del objeto de estudio de este trabajo.
La razón por la que en este trabajo no parece ser este el concepto más adecuado
para referirse a las figuras que se quieren estudiar es que el concepto de pena
7
Rol N° 2983-16, redacción del ministro Nelson Pozo. Fragmentos de los consideran-
dos 23 y 24. El resaltado es del sentenciador.
sustitutiva hace referencia sobre todo a una cuestión formal: que la sanción se
ejecute en sustitución de otra. También nos dice que se trata de una pena en el
sentido referido por el Tribunal Constitucional, pero no nos dice nada respecto
de su contenido, especialmente del nuevo impulso de los elementos punitivos y
rehabilitadores en estas penas que se alejan cada vez más de la originaria y simple
remisión condicional.
El término que dominó desde los años 60 hasta hace poco era el de «alternativa»
(alternativas a la prisión, penas alternativas, medidas penales alternativas, etc.).
Se trata de instituciones cuyo desarrollo presuponía la existencia de la prisión,
su fracaso percibido y una razón que las justificara (Maqueda, 1985, p. 31). Su
existencia descansa en la idea reduccionista de que el derecho penal es un instru-
mento de ultima ratio y, dentro de este, se ha de resituar la función de la prisión.
La privación de la libertad personal del ciudadano ha de contemplarse como ex-
trema ratio, solo justificable ante delitos que lesionen significativamente un valor
constitucionalmente relevante (Bricola, 1973, p. 15 cit. por de Sola, García &
Homazábal, 1986, p. 10). Lo interesante de esta aproximación es que no se limita
a afirmar que el derecho penal es una herramienta estatal de ultima ratio, sino
que concluye, además, que dentro de este la pena de prisión es la extrema ratio.
Así, por ejemplo, los autores anglosajones suelen excluir la multa del catálogo
de alternativas, ya que no se promueve como una real alternativa a la prisión
al tratarse de una pena reservada a delitos leves. También suelen excluir todas
aquellas penas que, pese a ser penas no privativas de libertad, siempre son acce-
sorias, como la de inhabilitación o la de comiso debido a que no constituyen una
alternativa a la pena, sino un complemento a la misma. Por otra parte, a veces se
le niega a un instrumento la calidad de «alternativa» por su origen, si es que dicho
instrumento no es hijo del movimiento descarcelatorio de los años 60, ya que
se argumenta que estas penas «presuponen» la prisión (Larrauri, 1991, p. 49).
Por ejemplo, se puede notar en Vass (1990, p. 2), quien distingue tres categorías
de penas alternativas: aquellas diseñadas para sustituir la prisión (trabajos en
beneficio de la comunidad o TBC, suspensión de la pena de prisión, probation8
con condiciones); aquellas que son no privativas de libertad ,pero no fueron dise-
ñadas específicamente como sustitutos de la prisión y que pueden ser usadas y/o
promovidas como alternativas a la prisión; y las que reducen la estadía en prisión
ofreciendo una alternativa (libertad condicional).
8
Se ha optado por no traducir probation en este artículo debido a que se trata de un an-
glicismo conocido y recogido por penólogos iberoamericanos, pero también porque el
uso del español «libertad vigilada» puede prestarse para confusiones en España, donde
ese término consiste en una medida post penitenciaria. Cuando se utilice «libertad vi-
gilada» se estará haciendo alusión a la institución chilena de libertad vigilada (análoga
a la probation).
No hace falta profundizar mucho para percatarse de que la idea de las alternati-
vas es engañosa, ya que implica asumir sin más que quien es castigado con una
pena de multa, por ejemplo, sería condenado a prisión de no existir dicha alter-
nativa (u otra aplicable). Y existe evidencia de que la incorporación de estas al-
ternativas muchas veces ha ocasionado un ensanchamiento de la red penal y que
no logra disminuir las tasas de encarcelamiento (Cohen, 1988; Klingele, 2013;
Phelps, 2013; Aebi, Delgrande & Marguet, 2015).
En los Estados Unidos nace este concepto en los noventa para defender unas pe-
nas distintas de la prisión y de la probation. Como resulta evidente por el nombre
del libro más influyente de esta corriente, Entre la prisión y la Probation: Castigos
Intermedios en un Sistema Racional de Condenas (Morris & Tonry, 1991), los auto-
res proponen el uso más enfático de otras penas subutilizadas y que denominan
«intermedias» para descongestionar un sistema sobrepasado tanto en lo que res-
pecta a la prisión como al servicio de probation10.
9
En la Administración General española existe la Secretaría General de Instituciones
Penitenciarias (SGIP), cuya Subdirección General de Penas y Medidas Alternativas tie-
ne, entre otras funciones, la gestión, coordinación y seguimiento de la pena de trabajo
en beneficio de la comunidad, de la suspensión de la ejecución de penas privativas de
libertad y de la libertad condicional (Artículo 5 RD 400/2012 y RD 873/2014). En
Catalunya, en cambio, dentro del Departament de Justícia, existe la Direcció General
d’Execució Penal a la Comunitat i de Justícia Juvenil (diferente y no dependiente de
la Direcció General de Serveis Penitenciaris) (Decret 194/2013). Esta dirección tiene,
entre otras, la labor de potenciar e implementar las medidas de ejecución penal no
privativas de libertad en la comunidad. Esta función la lleva a cabo específicamente la
Subdirecció General de Reparació i Execució Penal a la Comunitat a través del àrea de
Mesures Penals Alternatives, que tiene encargada, entre otras funciones, la de coor-
dinar la ejecución de la pena de trabajos en beneficio de la comunidad; de las obliga-
ciones asociadas a las suspensiones y sustituciones de las penas privativas de libertad;
y de las medidas de seguridad. Mientras en la administración general consideran la
libertad condicional como una MPA, en Catalunya las medidas de seguridad también
forman parte de este colectivo (incluso las que son privativas de libertad). Esto último
se debe probablemente a cuestiones de eficacia de la gestión más que a una considera-
ción conceptual más cercana al sistema monista que al dualista.
10
Diferentes sanciones intermedias podían tener distintos fines. Así, algunas se justi-
ficaban para responder la sobrepoblación penitenciaria; otras se justificaban en la re-
ducción de la reincidencia, ofreciendo un tratamiento individualizado al penado para
lograr su rehabilitación; y otras ofrecían simplemente un programa residencial (Clear
& Braga 1995, p. 425).
Entre las sanciones intermedias, los autores incluyen la multa, las penas de servi-
cio comunitario y las que implican un control y tratamiento en la comunidad que
no sean probation. Ponen énfasis en la necesidad de fortalecer unas penas dife-
rentes de la prisión, que sería una pena total, y de la probation, que se considera
una respuesta demasiado suave para una gran cantidad de casos. En palabras de
Morris y Tonry, «[s]i se debe alcanzar un justo equilibrio entre las necesidades de
protección social y el control social y las realidades cambiantes de la malicia del
delincuente y de la amenaza que plantea, debemos diseñar un sistema de castigos
amplio, no un sistema binario en el que el encarcelamiento es visto como castigo
y todo lo demás es una alternativa, un dejar libre». En ese entonces, las dos penas
de mayor aplicación en los EE.UU. eran prisión y probation. Para los autores, la
única pena «de verdad» era la prisión y la probation implicaba un cierto grado de
impunidad, hasta el punto de considerar la pena de multa como más punitiva que
la probation.
11
Desde Europa, se considera como concepto equivalente en los Estados Unidos el de
«sanciones intermedias» (Nellis 2001, p. 18) y community corrections (Robinson, Mc-
Neill & Maruna 2014, p. 151). En cuanto a conceptos, tanto sanciones intermedias
como penas comunitarias nacieron por iniciativa de los respectivos gobiernos de clari-
ficar y distinguir entre penas pecuniarias, comunitarias y de prisión. Es probablemen-
te por esto que el concepto británico haya tenido mayor repercusión europea.
12
Lo utiliza el Ministerio del Interior británico en su política del «castigo en la comuni-
dad», que integra diversas reformas, y es por esto que se suele agregar que con la pena
comunitaria se fortalece el aspecto punitivo de las penas alternativas.
La forma que adopta esta restricción personal es variada, pero siempre conlleva
la carga de un contacto activo con el agente penal. Es este el titular primario de
la supervisión, que dota del carácter comunitario a la pena. Como se desprende
del texto anteriormente parafraseado, el concepto de «pena comunitaria» no se
usa simplemente para describir formas de castigo impuestas en la comunidad o
fuera de la prisión, ya que, en ese caso, comprendería también la multa13, que es
la pena no privativa de libertad más impuesta, sino que se requiere un elemento
de supervisión (Raynor, 2012, p. 928). De hecho, «lo que las sanciones y medidas
13
Una definición que se excede por su simpleza es la de «penas no de multa para lidiar
con penados fuera de la prisión» (Nellis, 2001, p. 17), ya que podría contener otras
penas sin intervención, como la de inhabilitación, por ejemplo.
14
Definición elaborada en colaboración con Marta Martí Barrachina en seminarios del
Grupo de Investigación en Criminología y Sistema Penal de la UPF 2015.
TABLA 1
ELEMENTOS PC
15
Hay que reconocer que la academia había propuesto la creación de un órgano análogo
al Probation Service en España ya desde Maqueda (1985), junto con un nuevo sistema
de penas (Grupo de Estudios de Política Criminal, 2012), y que las obras más moder-
nas dedican apartados a los órganos de la administración encargados de la supervisión
(Torres Rosell, 2006; Rueda, 2007; Blay, 2007b; González Tascón, 2013). Sin embargo,
a mi modo de ver, no se ha llegado a reconocer la relevancia del elemento común en
las penas comunitarias de la supervisión, puesto que se hace un estudio separado de
Las instituciones que en España son penas comunitarias son los trabajos en be-
neficio de la comunidad y la suspensión de la ejecución de la pena privativa de
libertad con reglas de conducta (como la participación en programas formativos
y el sometimiento a tratamiento de drogas).
cación, trabajo, morada, cuidado del núcleo familiar, empleo del tiempo libre y
cualquiera otra que sea pertinente para una eficaz intervención individualizada»
(art.17b) de la ley 18.216). La prestación de servicios en beneficio de la comu-
nidad, por su parte, consiste en «la realización de actividades no remuneradas a
favor de la colectividad o en beneficio de personas en situación de precariedad,
coordinadas por un delegado de Gendarmería de Chile» (art. 10 de la ley 18.216).
2.1 Administrativización
Todo sistema de sanciones tiene tres tipos de normas: la previsión legal de las pe-
nas, las normas que rigen la individualización de las mismas y las normas de eje-
cución (Silva, 1998, p. 247). En este ámbito se producen dos tipos de tensiones: a
qué órgano corresponde la competencia legislativa o nomogenética de cada tipo
de normas y a qué órgano corresponde la aplicación de las normas mencionadas,
caracterizándose por una cierta desconfianza en el Ejecutivo y la administración
18
Es necesario no confundir con la administrativización del derecho penal, que se refie-
re al proceso mediante el cual el derecho penal comienza a tipificar conductas que por
su menor injusto pertenecerían al ámbito sancionatorio administrativo (Silva, 2011,
pp. 135 y ss.)
19
La vulneración de este principio da lugar a las conocidas leyes penales en blanco y sus
derivadas.
20
En España: artículo 3 CP español para la ejecución de las penas en general, artículo
36.1 CP para la pena de prisión. En Chile, el Tribunal Constitucional ha sostenido que
«el principio de legalidad exige que una ley previa establezca no solo la duración y el
tipo de pena, sino también las circunstancias de ejecución de la misma, es decir, las
condiciones de cumplimiento» (Rol N° 2983-16, redacción del ministro Nelson Pozo).
21
Este tipo de discusiones se generaron con la publicación del reglamento para la eje-
cución de los trabajos en beneficio de la comunidad en España en 1996. El Código
Penal de 1995 introdujo por primera vez las penas comunitarias en España, y proba-
blemente por esa inexperiencia omitió regular cuestiones esenciales de la ejecución
del TBC, como el incumplimiento. El Real Decreto 690/1996, de 26 de abril, por el
que se establecen las circunstancias de ejecución de las penas de trabajo en beneficio
de la comunidad y arresto de fin de semana, llenó este y otros vacíos, estableciendo
cuatro criterios para valorar el incumplimiento del TBC. Cuestión muy criticada por la
doctrina que se solucionó trasladando al artículo 49 CP, casi sin cambios, los criterios
del reglamento mediante la reforma legislativa operada por la LO 15/2003. Toda esta
historia regulatoria, sumada a otras múltiples reformas, genera al día de hoy que el
artículo 49 CP que regula la pena de TBC sea una intrincada disposición con diversidad
de números que idealmente deberían constituir artículos distintos.
mismas. Para entender este problema hay que tener en cuenta que se acepta en
general que la aplicación del primer y segundo ámbito de actuación de las normas
penales (previsión legal e individualización) corresponde al juez, mientras que
la aplicación de normas de ejecución corresponde a la administración (controla-
da por el juez). Sin embargo, estas tres etapas no son compartimentos estancos
cuyas fronteras sean fácilmente delimitables, de manera que puede ocurrir que,
para cumplir con su tarea de implementar la pena, la administración realice acti-
vidades que puedan calificarse propias de la individualización de la pena.
El mecanismo por el que se da esta situación no es evidente, puesto que una vez
individualizada judicialmente la pena, es necesaria para su implementación la con-
creción de algunos aspectos que pueden depender de factores como la existencia de
plazas o cupos, la búsqueda de una plaza adecuada a las necesidades criminológicas
del penado, la disponibilidad horaria del penado para no incidir negativamente en
sus responsabilidades laborales y familiares, etc. Estos aspectos son algunos de los
que se tendrán normalmente en cuenta para la realización de un plan de trabajo in-
dividualizado (o plan de actividades en la nomenclatura utilizada por el reglamento
de prestación de servicios en beneficio de la comunidad).
22
Sobre la utilidad de este instrumento y su uso en España, ver Larrauri (2012) y Larrau-
ri y Zorrilla (2014). Sobre la historia, contenido, utilidad y uso del informe presenten-
cial en Chile, ver Jiménez Allendes y Santos (2010, pp. 118-222).
2.2 Discrecionalidad
23
Así, por ejemplo, la concreción de una pena de un número determinado de jornadas
de trabajo en beneficio de la comunidad en España en un plan concreto, que no solo
determina la actividad a realizar, sino también la duración de cada jornada y su calen-
darización, constituye para algunos claramente un ejercicio de individualización de
la pena que atenta contra los principios de proporcionalidad y de igualdad e incluso
representa un problema desde el punto de vista de la distribución constitucional de
competencias entre la administración y los jueces y la determinación judicial de las
penas (Blay, 2007b, pp. 123-124); e incluso, para la autora, el RD en esta parte es
derrotable. En Chile en este punto no se ha generado debate por cuanto la sanción se
impone por el juez en número de horas y no de jornadas.
Cid y Larrauri (2002) quisieron averiguar qué uso hacen los jueces de la discre-
cionalidad que detentan en el ámbito de las alternativas en una época en que
gozaban de un menor ámbito de discrecionalidad que hoy. En ese entonces, ob-
servando el comportamiento judicial, en el año 1998 descubrieron, entre otras
cosas, que los jueces hacían poco uso de la discrecionalidad que detentaban. Re-
24
En este sentido, para la suspensión, ver Roig (2014, pp. 177 ss.).
25
Entre otras, ver las STC 198/2001 y STC 170/2004.
De Sola, García & Hormazábal (1986, p. 77) afirman que la discrecionalidad ju-
dicial referente a la suspensión ocurre en la elección de la pena más que en la
decisión sobre suspender o no la pena de prisión:
«[…] si el Tribunal entiende que el reo debe ir a prisión, le basta con impo-
ner una pena de un año y un día, como en ocasiones ocurre.
Existe investigación empírica que parece confirmar estas prevenciones; así, Be-
yens et al. se refieren a una serie de investigaciones que dan cuenta de que los
jueces intentan anticipar decisiones probables en etapas posteriores a su decisión
y que, cuando estiman que es previsible que en dichas etapas se vayan a alterar
sus resoluciones de forma drástica, entonces pueden desarrollar mecanismos
compensatorios. Así; por ejemplo, concluyeron que jueces de instrucción pueden
hacer uso de prisión provisional (con un fin punitivo, previendo que el impu-
tado no cumplirá pena de prisión) y que jueces sentenciadores imponen penas
bastante más extensas que las merecidas por el penado para asegurar un tiempo
mínimo de cumplimiento en prisión (Snacken, van Zyl Smit & Beyens, 2014, p.
395; Beyens, Snacken & Van Zyl Smit, 2013).
26
El paradigma del «no tratamiento» es uno de los que surgió de las críticas al ideal reha-
bilitador. Paradójicamente, mientras desde el ideal rehabilitador se valora la voluntad
del penado como central para lograr sus fines, desde el paradigma del «no tratamien-
to» se valora el consentimiento como central para el respeto de la dignidad del penado.
La segunda tensión de la que hay que hacerse cargo es respecto de la calidad del
consentimiento que se presta en el contexto del sistema penal. Desde un punto
de vista jurídico, importa que se trate de un consentimiento «libre e informado».
Se ha puesto de relieve que el penado, cuando consiente, está en una posición
desventajada ante el juez, quien decidirá la pena (o su ejecución) teniendo en
cuenta su «respuesta colaboradora», lo cual conllevaría un «chantaje implícito»
(González, 1997, p. 81). En la administración de justicia española, el tratamiento
a los agresores por violencia de género se inscribe dentro de las denominadas «te-
rapias coactivas» y se configuran como una alternativa a una pena de prisión lo
suficientemente disuasoria como para que el condenado opte por el tratamiento
(Rueda, 2007, p. 70).
Tanto es así que incluso aceptando que puede haber diversos grados de acepta-
ción o rechazo ante la imposición de una pena comunitaria, Trotter (2015, p. 2)
ha desarrollado el concepto de clientes involuntarios –involuntary clients– para
referirse a aquellos destinatarios de servicios sociales o legales que no han elegido
recibir los servicios que se les están ofreciendo. De hecho, estos clientes pueden
oponerse de forma activa a recibir el servicio. Pueden creer que es innecesario e
intrusivo. Los clientes reciben el servicio ya sea por orden judicial o porque están
bajo la amenaza de alguna otra sanción legal27. El nacimiento de este concepto no
dice relación con una cuestión teórica, sino que tiene por objeto el desarrollo de
un cuerpo de prácticas y habilidades apropiadas para el trabajo con este tipo de
clientes por parte de los agentes de los servicios involucrados. En el caso de las
penas comunitarias, para la categorización de Trotter se trata siempre de clientes
involuntarios, aun cuando parte de la relación sea voluntaria y efectivamente se
persiga la voluntariedad por parte del servicio.
27
El autor acepta una gradación de la «voluntariedad» en la asistencia de un cliente a un
servicio, yendo de voluntario a involuntario en un continuo. Es evidentemente «invo-
luntario» quien es vinculado a un servicio por orden judicial (o bajo amenaza de una
orden), y lo es parcialmente quien acepta por presiones o motivaciones que no sean un
deseo propio de enfrentar sus problemas (Trotter. 2015, p. 3).
28
Sobre la abolición del consentimiento en el Reino Unido, sus razones, implicancias y
crítica, ver a Raynor (2014).
29
Esto porque considera que el fundamento del consentimiento en para la imposición del
TBC se encontraría en la proscripción de los trabajos forzados en la Constitución española.
nes en que quienes tienen más recursos no den su consentimiento a los trabajos
en beneficio de la comunidad para ser penados con multa30.
Estas críticas forman parte de la batería de ataques que en los años 70 logra-
ron el decaimiento del ideal rehabilitador. Paradigmáticamente, Foucault (2009
[1976]) explica el cambio del locus del castigo penal estatal del cuerpo al alma,
que se disciplina mediante minuciosas técnicas. Allen (2009 [1989]) sistematiza
las críticas al ideal en tres grupos, el primero de los cuales está conformado por
aquellas que se basan en la proposición de que «el ideal rehabilitador constituye
una amenaza a los valores políticos de las sociedades libres»31.
30
Hay que tener en cuenta que, en ocasiones, la ausencia de consentimiento puede inci-
dir en la imposición de una pena de prisión.
31
Los otros dos grupos de críticos contienen: la vulnerabilidad del ideal para ser de-
gradado e instrumentalizado para la consecución de otros fines; y la carencia de una
técnica rehabilitadora, de manera que no sabemos cómo prevenir la reincidencia cam-
biando el carácter y el comportamiento del penado (esta última es la crítica que, a mi
parecer, ha sido más atendida por la criminología).
32
Sobre el contenido rehabilitador de las penas de trabajos en beneficio de la comuni-
dad, ver Blay (2007b).
33
Hay que tener en cuenta que la propia exposición de motivos de la LO General Peni-
tenciaria hace referencia al anteproyecto de CE en este aspecto.
34
Recogen esta doctrina en Chile Carnevali y Maldonado (2013).
35
Otras críticas que dicen relación más directa con la resocialización específicamente en
la prisión se pueden ver en Muñoz Conde (1985, cap. iv).
36
De las mismas, extraeré aquellas que están vinculadas al tema que se desarrolla en este
lugar.
37
Que es en el que más se han desarrollado estas ideas, probablemente en parte por su ma-
yor longevidad, pero también porque el elemento coercitivo del Estado es más evidente.
Pese a las prevenciones realizadas para adecuar este principio a las exigencias
de un Estado liberal, en la realidad hay que reconocer que el cumplimiento de la
pena comunitaria tiene elementos de intervención y no únicamente de asisten-
cia38. Y, además, su cumplimiento será cuando menos «coercitivo», es decir, se
cumplirá voluntariamente, pero bajo amenaza de un mal que se pretende evitar.
En este sentido, «aun cuando puede sostenerse que todo tipo de castigo es siem-
pre coercitivo, esto parece ser particularmente problemático para la rehabilita-
ción correccional, puesto que su objetivo es cambiar al sujeto en vez de limitarse
a restringirle o privarle de su libertad, o bien castigarle de alguna otra manera.
Esto implica una forma bastante particular de inmiscuirse en el mundo interior
de una persona, incluso en la misma identidad del sujeto, por lo que, bajo este
respecto, la coerción genera una serie de problemas ético/morales propios de la
rehabilitación» (McNeill, 2015).
38
Cuestión que se criticó cuando en 1995 se incorporaron las primeras penas comunita-
rias en el CP español (Larrauri 1996), puesto que la intervención que se deseaba por
la doctrina penal era una de carácter asistencial. La autora consideró las nuevas reglas
de conducta como excesivamente gravosas, puesto que se enfatizaban las medidas de
control que afectan la libertad individual, se otorgaba amplia discrecionalidad para
añadir cuantas medidas dispusiera el juez y, por último, por la rigidez y severidad de
las consecuencias del incumplimiento de las mismas.
39
Un segundo motivo, revisado anteriormente, era la necesidad del consentimiento del
penado para su ejecución.
CONCLUSIÓN
Respecto de la definición de las penas comunitarias, cabe destacar que, pese a que
el origen de estas instituciones se remonta a fines del siglo XIX, es en la década
de los noventa cuando que se consolida el concepto de «penas comunitarias» en
un intento de definir y conceptualizar este grupo de sanciones de forma autó-
noma y exenta de referencias a la prisión. A diferencia de las denominaciones
utilizadas con anterioridad para referirse a iguales o similares realidades (penas
no privativas de libertad, penas alternativas, medidas penales alternativas), ya
no se definen estas instituciones respecto de su relación con la pena de prisión, y
se realza su cumplimiento en la comunidad, el elemento de supervisión que con-
tienen, la satisfacción o reparación que permiten y su valor punitivo autónomo.
Debido a la novedad que entraña la «supervisión» (en cuanto concepto, no tanto
en cuanto a su desarrollo práctico), es necesario recordar que la supervisión es
una actividad ejercida por parte de un agente de la administración, que consiste
en el seguimiento de la ejecución de una pena, caracterizado por integrar en el
mismo elementos de control, de asistencia y de reforma.
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EL AUTOR
SUMARIO
1. Introducción
2. La criminología positivista como sistema interpretativo de la cuestión social
3. Tipologías y categorías acerca del nexo entre inmigración y delito
4. Reconstruyendo los saberes en torno a los delincuentes
5. Traducciones y metamorfosis acerca de la cuestión migratoria como cuestión
criminal
6. Reflexiones finales. Una mirada en conjunto
RESUMEN
En este artículo se propone reconstruir algunas de las maneras mediante las cua-
les la criminología positivista —en tanto constituía un saber consagrado aca-
démicamente y en cuanto ocupaba un importante lugar institucional-estatal—
definió y conceptualizó las relaciones entre inmigración y delincuencia en el
contexto de la gran inmigración masiva de la ciudad de Buenos Aires.
PALABRAS CLAVE
THE AUTHOR
SUMMARY
1. Introduction
2. Positivist criminology as an interpretative system of the social question
3. Typologies and categories about the nexus between immigration and crime
4. Reconstructing the knowledge around criminals
5. Translations and metamorphosis about the migratory question as criminal
question
6. Final thoughts. A general overview
ABSTRACT
The aim of this article is to reconstruct some of the manners through which pos-
itivist criminology – as it constituted an academically consecrated knowledge
and bearing in mind it occupied a relevant institutional place among the state –
defined and conceptualized, in the context of the great massive immigration and
KEYWORDS
INTRODUCCIÓN
No se trata de mirar el pasado por el pasado mismo, sino poniendo los ojos en el
presente, pues tal como nos advierte Caimari (2013, p. 252): «El conocimiento
del pasado puede (debe) proveer marcos interpretativos de largo plazo, capaces
de contribuir a la mejor interpretación de los datos coyunturales».
En un plano más amplio, este artículo se sitúa al interior del objetivo general de
una tesis doctoral que estoy realizando en el marco de la Universidad de Buenos
Aires, y que se desagrega del siguiente modo: Caracterizar la reciente producción
de imaginarios estatales1 acerca de las relaciones entre inmigración y delincuen-
cia en torno al migrante limítrofe y ponerlos en relación con aquellos producidos
respecto a los migrantes europeos hacia finales del siglo XIX y principios del XX
en el ámbito de la Ciudad de Buenos Aires.
1
Apropiándome de los aportes de Pierre Bourdieu y Étienne Balibar, entiendo por
imaginarios estatales la proyección de una personalidad colectiva interior, el Estado,
dentro de la cual coexisten principios de visión y división del mundo, actos de clasifi-
cación, percepción y jerarquización, marcas y símbolos visibles u audibles y rasgos de
comportamiento típicos o emblemáticos.
LA CRIMINOLOGÍA POSITIVISTA
COMO SISTEMA INTERPRETATIVO DE LA CUESTIÓN SOCIAL
Uno de estos cambios, indudablemente uno de los más importantes, está vincu-
lado a las transformaciones en el mercado de trabajo. Desafiados por la emergen-
cia de una nueva clase trabajadora predominantemente inmigrante y urbana, con
nuevas formas de expresión e incesantes demandas, los criminólogos positivistas
reajustaron sus visiones de clase —maneras de percibir y representar los proble-
mas sociales— a la nueva realidad. Como sistema interpretativo de la cuestión
social, los criminólogos positivistas construyeron distintos imaginarios en torno
a aquello que percibían como amenazas para el orden social. Dentro de este vasto
conjunto, uno de los peligros lo constituía la inmigración.
De este modo, Salvatore reconoce que el estudio de los inmigrantes y de sus ten-
dencias criminales preocupaba a los criminólogos positivistas. Así, menciona a
Moyano Gacitúa, quien reunió algunas estadísticas delictivas para mostrar que el
influjo de los inmigrantes europeos, más que proveer de civilización y una mayor
productividad, trajo crecientes tasas de delito. Similares observaciones encuen-
tra el autor en Los hombres de presa, de Luis María Drago. Dado el énfasis que para
los criminólogos positivistas tenía la dualidad mundo del trabajo/mundo del delito,
muchos de ellos reconocían que los inmigrantes tenían una inaceptable ética de
trabajo, lo que de alguna manera los alejaba del primer mundo y los acercaba al
segundo. Así, Salvatore menciona una de las obras más relevantes de la escuela
argentina, Criminología de José Ingenieros, para referirse a dos casos clínicos de
inmigrantes que, después de haber cambiado tantos trabajos ocasionales, termi-
naron por perder el amor al trabajo y se involucraron en actividades delictivas. En
esta referencia, siguiendo a Salvatore, el tema de la caída del trabajo al delito se
combina de manera precisa con la amenaza representada por la clase trabajadora
inmigrante.
fondos, lo que los acercaba a la mala vida, a los auxiliares del delito y, a fin de
cuentas, al mundo del delito. De este modo, todo un conjunto de tensiones socia-
les —desempleo, pobreza, vagabundeo, sindicalismo— eran presentadas como
el resultado de anomalías individuales, tematizadas como problemas sociales
que eran parte de un fenómeno más general, la criminalidad, reducible a análisis
sistemáticos, experimentación y a un tratamiento individualizado cuyo modelo
indudablemente lo constituía la Penitenciaría Nacional de Buenos Aires.
Esta tesis que presenta el autor es profundizada en un texto suyo posterior, Cri-
minología positivista, reforma de prisiones y la cuestión social/obrera en Argentina,
publicado en el año 2000. En dicho ensayo el autor refiere que el surgimiento y
consolidación de la escuela criminológica positivista en Argentina entre 1890 y
1920 aparecen relacionados con una problemática fundamental de la economía
agroexportadora: la cuestión de la disciplina del trabajo. Las reformas penales y
penitenciarias formuladas por los principales exponentes de dicha perspectiva
estuvieron de esta manera dirigidas a interpretar y gestionar la pretendida falta
de una ética del trabajo en importantes sectores de la clase trabajadora inmigran-
te. En continuidad con Penitentiaries, Visions of Class, and Export Economies: Brazil
and Argentina Compared, Salvatore reconoce que la criminología positivista cons-
tituyó una configuración de saber-poder que contribuyó a crear nuevas perspec-
tivas desde donde cuestionar y examinar los problemas sociales en la Argentina.
Volviendo sobre la división entre el mundo del trabajo y el mundo del delito, y da-
das las características de un mercado de trabajo cambiante e inestable, los crimi-
nólogos positivistas definían una conexión directa entre cambios ocupacionales
TIPOLOGÍAS Y CATEGORÍAS
ACERCA DEL NEXO ENTRE INMIGRACIÓN Y DELITO
larmente, entre los primeros, los lunfardos van a ser la principal preocupación
de autores centrales, como es el caso de Francisco de Veyga. Para este último, el
lunfardo representa una de las formas degenerativas inferiores, el infantilismo.
Basándose en datos estadísticos que apuntan que el porcentaje más elevado de
arrestados corresponde a la categoría profesional de los jornaleros, y que el delito
más común es el hurto en la vía pública, Scarzanella disputa esta definición: más
que ser la expresión de un fenómeno de degeneración, la criminalidad profesio-
nal en el Buenos Aires del primer decenio del siglo es un componente de una
heterodoxa economía de la calle.
Los lunfardos, como subtipo de delincuente profesional, no eran los únicos que
se prestaban como objetos de atención-intervención de los criminólogos posi-
tivistas. En las páginas restantes del primer capítulo de Ni gringos ni indios des-
filan otras figuras de semejante posición: prostitutas, mendigos, vagabundos y
atorrantes. Como vimos en ocasión de la descripción realizada por Salvatore, el
denominador común de estos tipos de criminales es, en mayor o menor medida
dependiendo del caso, la incapacidad de ejercer un trabajo regular: «El criterio
que define al criminal es su incapacidad para aplicarse e identificarse en un tra-
bajo» (Scarzanella, 2015, p. 25). Entre el crimen y la honestidad, por su parte,
desfilan figuras fronterizas, protagonistas de la mala vida. Lo que los distingue de
los criminales es el trabajo, aunque se trate de una forma aberrante del mismo. A
partir de estos planteos, la autora culmina el primer capítulo subrayando que la
aceptación del trabajo regular es el criterio que mide los límites entre lo honesto y
lo deshonesto, entre el delincuente y el buen ciudadano. Para algunos autores de
cuño positivista, entre estos dos polos también oscilaba la figura del inmigrante.
Asimismo, en el segundo capítulo del libro reaparecen otras figuras del nexo
inmigración-delito, específicamente atendiendo el lugar ocupado por la inmigra-
ción femenina en la prostitución, pero también destacando que para algunos au-
tores esta inmigración había producido una grave decadencia de las costumbres
morales, contribuyendo a que aumentaran otras modalidades delictivas, como
por ejemplo las juveniles: «Uniones inestables, madres distraídas de sus deberes
por el trabajo a domicilio o en la fábrica, eran consideradas la causa de la crecien-
te criminalidad juvenil» (Scarzanella, 2015, p. 43).
Estas categorías acerca del nexo entre inmigración y delito coexisten en su tiem-
po con distintos casos célebres, algunos de los cuales Scarzanella reconstruye en
el tercer capítulo del libro. Sobre los mismos (el pequeño asesino Santos Godino,
la uxoricida Carmen Guillot y sus cómplices calabreses, el terrorista J. M.), ella
refiere que se pueden atribuir a un problema urbano específico: la delincuencia
juvenil, el delito pasional y el terrorismo. Lo que me interesa destacar aquí es la
tensión que existe entre los instrumentos teóricos de los criminólogos positivis-
tas y los procesos penales, ya que los primeros se habían revelado poco rigurosos,
poco útiles para la aplicación práctica de abogados y jueces en los procesos pe-
nales. En este sentido, se podría sostener que si bien alrededor de estos casos se
produjeron categorías criminológicas acerca del nexo entre inmigración y delito,
Scarzanella (2015:74) afirma: «Los informes periciales que he examinado rara-
mente reflejan los prejuicios y estereotipos del tiempo sobre la inmigración como
fuente primaria de desorden y violencia». Para la autora se trata de una conviven-
cia, y a veces contrastación, de distintos estereotipos creados por la antropología
criminal: criminal nato, mattoide y el inmigrante como malhechor.
Acerca del otro modelo, definido como el panóptico del desierto, este contaba
con características que lo distinguían del anterior. Nace y se desarrolla ligado a la
necesidad de colonizar, a la vocación de la expansión estatal: «El castigo era una
herramienta introductora de población para soldar tierras remotas al cuerpo del
2
Criminología, una de las principales obras de Ingenieros sobre el saber del delincuente,
está basada en los casos allí examinados.
Dentro de este recorrido, el tema del delincuente extranjero singularizó los estu-
dios nacionales. Son mencionados al respecto Los hombres de presa, de Luis María
Drago (1888), y Causas del delito (1892), de Antonio Dellepiane. Más allá de que las
presunciones sobre la mayor predisposición de los migrantes a cometer delitos no
tenían base empírica, Caimari subraya que esta asociación delito-inmigración pasó
a constituir un fundamento del sentido común criminológico de especialistas y
funcionarios, argumento que puede ser problematizado a partir de la descripción
que proporciona Máximo Sozzo (2011) en su artículo «“Los exóticos del crimen”.
Inmigración, delito y criminología positivista en la Argentina (1887-1914)».
Esta nueva fase del proyecto penitenciario tuvo una impronta asimilacio-
nista que la emparenta con iniciativas —mucho más extendidas— en las
escuelas: los rituales patrióticos, la alfabetización de los presos, el apren-
dizaje del castellano. Para miles de jornaleros italianos y españoles la «ar-
gentinización» transcurrió tras las rejas (p. 102).
De esta manera, vemos cómo la figura del inmigrante ocupa dos lugares en Ape-
nas un delincuente; aparece tanto en el nexo que lo vincula a la delincuencia, cuan-
to en la conexión que establece con el proyecto penitenciario, canal o promoción
de argentinidad.
En primer lugar, el autor destaca que un soporte clave del vínculo causal entre in-
migración y criminalidad estuvo dado por las estadísticas oficiales que la Policía
de la Ciudad de Buenos Aires comenzó a elaborar en los inicios de la década de
1880. El pretendido vínculo se transformó progresivamente en uno de los tópi-
cos claves en la construcción de un discurso científico sobre la cuestión criminal
a partir de la importación de las ideas de la criminología positivista, específica-
mente en su vertiente italiana.
3
Orientándose en una dirección similar, cabría hacer mención al texto «Retratando al
“homo criminalis”. Esencialismo y diferencia en las representaciones “profanas” del
delincuente en la Revista Criminal (Buenos Aires, 1873)». En él, Máximo Sozzo (2007)
reconstruye las miradas esencialistas y diferenciales que se hacen del otro delincuente,
no ya desde un saber experto o consagrado, sino desde los discursos profanos de la
Revista Criminal. Un aspecto que resulta particularmente interesante de analizar en
tanto para el autor dicha publicación se anticipaba, con sus retratos del delincuente, a
los discursos y representaciones esencialistas de la criminología positivista.
4
En esta misma dirección, Sozzo (2002) plantea como eje de otro texto suyo unir la
problemática de la traducción y de la criminología, tanto en el pasado como en el pre-
sente. A este respecto, sostiene que el nacimiento de la criminología en la Argentina
se vinculó a un conjunto de técnicas de traducción en sentido estricto y traducción en
sentido amplio. Desplazándose de las metáforas del trasplante, transvase y transposi-
ción de las concepciones propias de la criminología positivista hacia la metáfora de la
metamorfosis, el autor reconstruye todo un juego de adopciones y rechazos/innova-
ciones criminológicas entre un contexto y el otro, así como rasgos de complementa-
riedad. En este sentido, Sozzo (2002, p. 382) destaca que «los vocabularios criminoló-
gicos traducidos/importados no se mantuvieron intocados, sino que el “viaje cultural”
entre el allá y el acá —a través de las traducciones y la utilización de lo traducido— les
hacía adquirir nuevas formas, los metamorfoseaba. Pero los rasgos o caracteres no-
vedosos no implicaron la destrucción total de una matriz discursiva mínima común
(positivismo criminológico)».
pone en cuestión ese nexo causal entre la inmigración y el delito. Y ello a partir
de las siguientes maneras: desarticula la evidencia empírica presentada por la
Policía de la Capital Federal al incorporar datos demográficos más refinados que
incluían los limites etarios, y niega teóricamente la existencia de un vínculo entre
raza y delito. Tampoco introduce ninguna consideración sobre la necesidad de
intervención estatal sobre el proceso de inmigración. De modo sintético, Sozzo
destaca que Dellepiane niega la existencia de un vínculo causal entre inmigración
y delito, una confrontación que se mantiene en el segundo momento de consoli-
dación de la criminología positivista en Buenos Aires.
El mismo coincide con un mayor impacto de este saber en las instituciones penales,
pero también con un contexto en el cual la relación entre inmigración y delito está
rodeada de la mirada de los criminólogos positivistas acerca del desenvolvimiento
del movimiento obrero. En este punto, al igual que vimos en ocasiones anteriores
en otros autores, Sozzo destaca la emergencia del anarquista como tipo delincuente.
Una vez presentadas estas distintas figuras intelectuales, Sozzo concluye que la
criminología positivista produjo un nexo causal entre la inmigración y el delito
como modo de interpretar la cuestión criminal, sobre todo en el escenario de la
ciudad de Buenos Aires. Reconoce que también se registraron voces disonantes al
interior del discurso criminológico local, como los casos de Dellepiane, así como
algunos de los aspectos presentes en Lancelotti. Retomando a Salvatore, afirma
que las visiones sobre el antedicho nexo fueron parte de un conjunto más amplio
de herramientas para interpretar la cuestión social. En este sentido, contribuyó
a dibujar nuevas fronteras: de la civilización y la barbarie a lo normal y lo patoló-
gico, así como a distinguir una buena inmigración de una mala. Pero quizás uno
de los aspectos más fundamentales —pues nos ubica en el escenario de situar a
la criminología positivista en relación a un régimen de saber5 o como una cien-
cia política6— es que brindó instrumentos para que las élites pensaran el nexo
inmigración-delito y ensayaran formas de intervención estatal, de las cuales la
ley de Residencia y la ley de Defensa Social son ejemplos más que elocuentes de
este accionar.
A lo largo del presente artículo reconstruí algunas de las maneras en que distin-
tos autores reflexionaron acerca de los vínculos presentes entre la criminología
positivista y el nexo inmigración-delincuencia. Como fue destacado con anterio-
ridad, no pretende ser una lista de referencias exhaustivas, sino tan solo descri-
bir un campo problemático de investigación, aquel que apunta a los procesos de
criminalización del migrante en el pasado, pero también en el presente, en tanto
podemos preguntarnos por la persistencia y/o metamorfosis de estos discursos y
representaciones en la actualidad.
5
Siguiendo las reflexiones suscitadas por Michel Foucault (2015, p. 323), «el modo en
que el conocimiento circula y funciona, sus relaciones con el poder».
6
Retomando a Robert Castel, Sozzo (2002, p. 354) afirma que la criminología es visua-
lizada como una ciencia política en el sentido de que «tiene como centro de referencia
la actividad de gobernar, de gestionar individuos y poblaciones».
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
LOS AUTORES
SUMARIO
RESUMEN
Este artículo ilustra esta idea mediante la estimación de la cifra negra de robos y
la reducción de las receptorías de denuncia en Ecuador.
PALABRAS CLAVE
THE AUTHORS
Email: danielcastroaniyar@gmail.com
SUMMARY
ABSTRACT
To the extent that situational and territorial approaches are most relevant in
Crime Reduction, traditional methods of measurement such as Victimization
Surveys and Administrative Denunciations show new weaknesses inherent in
their nature and implementation. These weaknesses occur both in their practical
effectiveness for policy designing, and in the risks involved from simplifying the
This article illustrates this idea throught estimation of the Black Figure of Rob-
beries and reduction of the denounce reception posts in Ecuador.
KEYWORDS
1. INTRODUCCIÓN:
LA TENSIÓN ENTRE VICTIMIZACIÓN Y DENUNCIA
Tal debate se amplifica por el efecto de la divergencia en los enfoques socio métri-
cos generalizantes —como las encuestas de victimización— y los focales —como
las denuncias—, así como la preponderancia creciente de los enfoques de reac-
ción y prevención por territorios.
En relación al primer problema, es conocido que las bases empíricas creadas por
unos sean ineficientes para otros. Para algunos autores, el problema residiría en
la debilidad de las bases conceptuales con las que se diseña el método, colocando
demasiada responsabilidad en las grandes encuestas:
1
«This ties back into the emphasis on large surveys. Although many secondary data
sets used by criminologists have measures from multiple relevant domains, it is not
Quizás por ello, en la práctica, la denuncia por registros policiales, así como la
registrada por el sistema acusatorio, mantienen algunas ventajas frente a la En-
cuesta de Victimización. Si bien las primeras dependen excesivamente de los
factores de legitimidad, operatividad, conveniencia y privacidad que mayormen-
te filtran la denuncia, también se indica que las segundas generan, a la luz de
las teorías basadas en territorios (Weisburd, Braga, Groff & Wooditch, en im-
prenta; Castro, Jácome & Chávez, en imprenta; 2012, p. 6; Weisburd, Groff &
Yang, 2012; Sherman, 1998, 1995), una percepción ilusoriamente general del
fenómeno delictivo, desestimando lo que Sullivan y McGloin consideran como la
importancia de los datos secundarios. El hecho de que las denuncias constituyen
un flujo en tiempo casi real de información relativamente más situacionalizada,
permitiendo observar un comportamiento posiblemente factorizado en cortos
períodos de tiempo, señalaría ventajas de las denuncias administrativas sobre el
estándar de las encuestas de victimización.
Por otra parte, visto desde la perspectiva de la prevención territorial o del lugar,
los éxitos en materia de reducción del delito alcanzados por diferentes cuerpos
always the case that the breadth or depth of the available measures fits well with the-
ory. The reliance on existing data containing only a subset of measures on key con-
structs generally leads to some compromises in specifying model».
2
«Esta clase de material producido en largos plazos y en estudios principalmente (aun-
que no exclusivamente) cualitativos, con amplia participación del estudioso y realiza-
dos en contextos confinados y con criterios casi obsesivamente microscópicos, es lo
que puede dar a los megaconceptos con los que se debaten las ciencias sociales con-
temporáneas —legitimidad, modernización, integración, conflicto, carisma, estruc-
tura, significación— esa clase de actualidad sensata que hace posible concebirlos no
solo de manera realista y concreta, sino, lo que es más importante, pensar creativa e
imaginativamente con ellos» (Geertz, 2000 [1973], p. 34).
policiales del mundo (Weisburd, Groff & Yang, 2012) exponen que la relación
entre oportunidad y situación en pequeños o micro-territorios es mucho más
eficiente que el enfoque por políticas globales, sean estas culturales, económicas,
religiosas o puramente represivas, entre otras (Sherman, 1996). Tal eficiencia no
necesariamente muestra los orígenes y raíces de la idea de delincuencia, pero sí
que la percepción de seguridad puede producirse de modo más favorable en el
plano del pequeño territorio, allí donde la acción preventiva fue implementada
(Weisburd, 2016), que en el territorio imaginado o representado como general.
El enfoque territorial abre las puertas a la creación de puentes metodológicos
entre las dinámicas económicas, urbanísticas, políticas, interculturales y, al mis-
mo tiempo, con los patrones georreferenciados y temporales en los que se hace
concreto el delito. Este enfoque permanecería a las sombras del delito tal como es
percibido desde la esfera del público, los medios o la sociedad de víctimas, donde
el sentimiento de inseguridad suele alimentarse más de los estereotipos y las
simplificaciones que de sus contextos reales.
La práctica de la medición del delito se encuentra así entre las aguas de lo políti-
co, tocando temas de legitimidad de relatos e instituciones, y las aguas de los di-
ferentes planteamientos empíricos de medición, tanto en lo relativo a problemas
de foco como a la simplificación epistemológica del fenómeno.
Las mismas fiscalías, por su parte, que antes solo estaban ubicadas en las cabezas
cantonales, se desconcentraron en el 2012 bajo la forma de SAI (Servicio de Aten-
ción Integral), acercando la función de la denuncia a la comunidad.
De tal modo que, entre 2011 y 2012, en relación a la función de la FGE, la descon-
centración permitió un mayor acercamiento del servicio de recepción de denun-
cias en todo el país. También en esos años se crearon más juzgados desconcen-
trados territorialmente, con el fin de atender las contravenciones. Sin embargo,
la unidad más desconcentrada de la seguridad ciudadana ecuatoriana, la Unidad
de Policía Comunitaria (la cual atiende cerca de 1 km2 en zonas urbanas), perdió
esta función.
Por su parte, la Fiscalía General del Estado, a través del Sistema Integrado de
Atención a Fiscalía (SIAF) y su aplicación, el Delitoscopio, registra todas las no-
ticias de delitos que llegan a su conocimiento. A partir de abril del año 2012 se
convirtió en la fuente oficial de los delitos para todo el Estado. El Sistema David
también utiliza esta fuente, agregando los partes policiales.
GRAFICO 1
ÍNDICE DE VICTIMIZACIÓN E ÍNDICE DE DENUNCIAS
POR ROBO A PERSONAS
GRÁFICO 2
NOTICIAS DEL DELITOS AGREGADOS REGISTRADAS EN FISCALÍA
GRÁFICO 3
TASA DE HOMICIDIOS EN ECUADOR
Esto nos hace presumir que los datos de la Fiscalía General del Estado, produci-
dos por el SIAF y el Delitoscopio, no reflejan fielmente, al menos en el nivel global-
nacional, el comportamiento delictivo que se presume medir.
Los datos de denuncias de fiscalía se pueden comparar con las inferencias de po-
blación que hace la Encuesta de Seguimiento sobre Inseguridad Ciudadana. De
tal modo que tendríamos datos triangulados de cuatro fuentes:
TABLA 1
ESTIMACIÓN DEL TOTAL DE ROBO A PERSONAS
(DENUNCIA + NO-DENUNCIA)
Estimación Estimación
% % Denuncias
TRIMESTRES (denuncias + % de la No
Victimización Denuncia registradas
no denuncia denuncia
jun-12 5,44% 15,78% 8882 56271 47389
sep-12 6,38% 18,88% 9193 48692 39499
dic-12 3,33% 20,01% 9389 46925 37536
mar-13 3,6% 15,0% 8723 58314 49591
jun-13 3,4% 16,0% 9012 56407 47395
sep-13 4,1% 17,7% 8679 48899 40220
dic-13 2,5% 17,2% 8946 52027 43081
mar-14 2,6% 17,3% 8848 51220 42372
jun-14 2,2% 15,6% 8402 53749 45347
sep-14 2,4% 21,4% 8516 39858 31342
dic-14 2,9% 21,3% 9208 43223 34015
mar-15 2,7% 19,5% 10377 53243 42866
GRÁFICO 4
ESTIMACIÓN DEL TOTAL DE ROBO A PERSONAS (DENUNCIAS + %
DE NO DENUNCIA), NO DENUNCIA Y DENUNCIAS A FISCALÍA
Es importante hacer notar que, a pesar de que la línea de tendencia del total de
robo a personas estimada se encuentra en disminución, la incidencia en el último
trimestre del año 2014 y el primero del 2015 se encuentran en aumento.
De los datos vaciados pueden extraerse varias conclusiones:
Las cifras de victimización y denuncia, por las razones antes apuntadas, no pue-
den revelar por sí mismas de manera confiable información útil para fines de po-
líticas criminales preventivas, de estrategias dirigidas eficientemente o de diseño
de una justicia penal que considere la complejidad del fenómeno delictivo.
CONCLUSIONES
e. Dados los hallazgos relativos al impacto proporcional del delito en los micro-
territorios sobre la comisión del mismo en el resto del conglomerado urbano
(Weisburd, 2015), no es de sorprender que otros métodos, diseñados para revelar
la estructura de la oportunidad y situación delictiva a nivel global, favorezcan no
solo la eficiencia de la acción civil y policial en los micro-territorios y comunida-
des, o el descenso del sentimiento de inseguridad, tal como se ha medido en los
pequeños territorios (Weisburd, 2016), sino también el diseño de políticas inte-
grales que reconocen la situación delictiva junto al público.
f. En el sentido del literal anterior, los estándares comunes de las encuestas na-
cionales de victimización, dada su naturaleza generalizante, no son suficientes
a una comprensión de los patrones de oportunidad y situación que dan sentido
real y concreto a la comisión del delito. Por el contrario, favorecerían la ilusión de
que el delito es un fenómeno propio a cualquier territorio o contexto indistinto
sobre el que reposan sentimientos de inseguridad.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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Weisburd, D., Groff, E. & Yang, S.M. (2012). The Criminology of Place. Street Seg-
ments and our Understanding of the Crime Problema. NY: Oxford University Press.
LA AUTORA
SUMARIO
Introducción
Origen y dilemas de las salidas tempranas facultativas
El archivo provisional en el proceso penal chileno
Análisis estadístico del archivo provisional según tipo de delito e imputado
Análisis de la correlación entre delitos ingresados y archivo provisional
Modelo de regresión lineal
Reflexiones finales
RESUMEN
Cada vez que se aborda el tema de las salidas tempranas facultativas (el archivo
provisional, el principio de oportunidad y la facultad de no iniciar la investiga-
ción) es desde el punto de vista comparativo. Mucho se ha hecho por cuantificar-
las, pero poco o nada por tratar de explicar el origen de la problemática surgida
por su aplicación. Este trabajo pretende dar un nuevo enfoque al tratamiento
clásico del tema; lo que se busca es describir cuáles son las relaciones que influ-
yen en el comportamiento de las salidas tempranas facultativas, en específico la
situación de los archivos provisionales. Para ello se analizó el origen de estas sali-
PALABRAS CLAVE
THE AUTHOR
Introduction
Origin and dilemmas of voluntary early departures
The provisional archives in the criminal procedure
Statistical analysis of the provisional archive according to type of crime and im-
puted
Analysis of the correlation between offenses entered and provisional archive
Linear Regression Model
Final thoughts
ABSTRACT
Every time the theme of the premature optional exits is discussed, it is from the
comparative point of view - the Provisional File, Principio of Oportunidad and
the Faculty to Not To Initiate the Investigation. Very much it has been tried to
quantify them, but little or nothing to try to explain the origin of the happened
problems for his application. This work intends to yield a new focus to the clas-
sical treatment of the theme, that looks for itself, it is to describe as they are the
relations that influence the behavior of the premature optional exits,specifically
the situation of the provisional files. The origin of these exits, its application,
problems and the correlation between provisional files and disowned accused
with the intention of measuring the type and association’s grade between these
KEYWORDS
INTRODUCCIÓN
Un análisis detallado del uso de estas facultades nos permite ver su importan-
cia. A modo de ejemplo, en el año 2015, del total de términos aplicados a nivel
nacional, un 45,92% corresponde a archivo provisional, un 5,41% al principio
de oportunidad, y un 9,53% a la facultad de no iniciar la investigación, que en
total suman 60,86%. Si a ellos agregamos que este tipo de salidas son percibidas
como de baja calidad por los operadores del sistema, la relevancia en volumen y
su implicancia en el sistema penal en general ameritan su estudio. Sin embargo,
mucho se ha hecho por cuantificarlas, pero poco o nada por tratar de explicar la
problemática que generan estas salidas.
Con el fin de descubrir cuáles son las relaciones que influyen en el comportamien-
to de las salidas tempranas facultativas, especialmente respecto de los archivos
provisionales, en la parte final de este artículo se hará un análisis de correlación
entre archivos provisionales e imputado desconocido con la intención de medir
estadísticamente el tipo y grado de asociación entre estas variables. Para ello se
analizará el periodo 2009 a 2015 de los datos contenidos en los boletines estadís-
ticos anuales del Ministerio Público.
Se eligió este periodo ya que desde el año 2009 los boletines estadísticos incorpo-
ran datos segregados por imputado conocido y desconocido, variable de interés
para este análisis. Antes de iniciar el análisis señalado revisaré el origen de estas
facultades y los principios que las inspiran.
Con este fin de racionalizar el quehacer del Ministerio Público, a efectos de per-
mitir que este pueda operar dentro de parámetros razonables de eficiencia y ca-
lidad, es que se le otorgan ciertas facultades discrecionales para poder gestionar
adecuadamente su carga de trabajo. Así, en la discusión del nuevo procedimiento
de enjuiciamiento criminal se regularon ciertos institutos, también llamados de
oportunidad, en que se facultó al Ministerio Público a racionalizar el uso de los
recursos del sistema penal en momentos muy tempranos de la persecución penal
(v. gr. el archivo provisional, la facultad para no iniciar investigación, el principio
de oportunidad y la decisión de no perseverar en la investigación), a fin de foca-
lizar la persecución en hechos punibles que, primero, fueran investigables penal-
mente y, segundo, que tuvieran cierta relevancia penal y social (Val et al., 2011).
Son estos institutos y su aplicación en etapas tempranas del proceso los que en su
conjunto determinan las salidas no judiciales, en las cuales constituyen una for-
ma de término alternativo al conflicto, que no implica un juicio y son conocidas
en términos coloquiales por los operadores del sistema como salidas tempranas,
mecanismos de descongestión o mecanismos de discrecionalidad, no existiendo un
consenso en el uso de una u otra denominación para referirse a este conjunto
de herramientas administrativas. En mi parecer, y de aquí en más, utilizaré la
PRINCIPIO DE LEGALIDAD:
CAMBIO DE PARADIGMA EN EL NUEVO SISTEMA PROCESAL PENAL
Uno de los principios básicos que caracterizaban al sistema inquisitivo, que rigió
en nuestro país desde el año 1894 es el principio de legalidad procesal esto es,
investigar todos los hechos delictivos de que tengan conocimiento y perseguir
las correspondientes responsabilidades penales hasta las últimas consecuencias.
Este principio sigue siendo un pilar fundamental del sistema acusatorio en Chile;
sin embargo, no ha podido sino hacerse cargo de una realidad universal, como es
que ningún sistema penal está en condiciones de perseguir e investigar todos los
delitos perpetrados en una sociedad.
Por todo lo razonado es que el Ministerio Público, una vez iniciada la Reforma
Procesal Penal en Chile, ha ido generando una política de control de la carga de
trabajo, a efectos de permitir que este pueda operar dentro de parámetros razo-
nables de eficiencia y calidad, con el objetivo de manejar adecuada y razonable-
mente el flujo del sistema.
Un segundo caso en este circuito de selectividad está constituido por los fiscales,
que abordaré en este trabajo. Por último, en este circuito, es la actividad de selec-
ción que realizan los jueces, en el sistema procesal penal actual, la intervención
de los tribunales, específicamente de los juzgados de garantía, está dada en un
sentido de control judicial, cuando someten a su aprobación o rechazo un princi-
pio de oportunidad o la facultad de no iniciar la investigación, que en la práctica
Es así que se han suscitado criterios de selección de ingreso de los delitos al pro-
ceso penal teniendo, como punto de partida, métodos de selectividad natural y
otros provocados por los mismos órganos que intervienen en la persecución. En
el nuevo sistema los fiscales tienen como una de sus primeras obligaciones reali-
zar una adecuada selección de los casos, identificando todos aquellos que llegan a
su conocimiento y cuáles son los que van a ser objeto de investigación.
La selección de casos debe ser realizada en una parte significativa en una etapa
muy inicial del procedimiento a través de los mecanismos de discrecionalidad o
descongestión que el nuevo sistema procesal penal entrega al Ministerio Público.
En efecto, una vez que los fiscales reciben una denuncia, la primera actividad
relevante a realizar deberá ser la de evaluar el contenido de la misma y adoptar
alguna decisión en cuanto a continuar o poner término a la persecución penal,
introduciendo de ese modo criterios de racionalidad en su aplicación.
Sin embargo, uno de los principales problemas que se atribuyen a estos mecanis-
mos de selección —y que afecta, en mi opinión, especialmente al archivo provi-
sional— es poder establecer correctamente y más allá de la normativa legal los
alcances que tiene esta importante facultad; poder determinar bajo qué criterios,
en términos cuantitativos, cuánta selección de casos es deseable o idóneo aplicar;
cómo se debe llevar a efecto dicha desestimación; y en qué tipo de delitos o casos
debe operar, todo ello teniendo en cuenta el fin que se ha tenido a la vista por el
legislador, que es el de otorgarles a los fiscales la posibilidad de enfocar su trabajo
y canalizar sus recursos hacia la realización de actividades productivas y social-
mente relevantes más que a obedecer a índices de inseguridad ciudadana o metas
institucionales de persecución penal.
DISCRECIONALIDAD REGLADA
Existe discrecionalidad en el proceso por parte del Ministerio Público para desa-
rrollar las diligencias que resulten técnicamente apropiadas para la investigación,
pudiendo llevarlas adelante hacia donde mejor le parezca y contando para ello
con el auxilio de los órganos policiales. Es así que existen diferentes potestades
discrecionales:
Por otra parte, la finalidad inmediata del archivo provisional es evitar la sobresa-
turación del sistema, a fin de que los fiscales puedan concentrarse en los delitos
que interesen más a la gente. Nunca será posible encontrar culpables con el con-
siguiente agotamiento de los recursos con los que se cuentan para desarrollar sus
actividades. Según Espina, la «primera intervención en sala del diputado Espina.
Aprobación en general, sesión 24 especial, 13 de enero de 1998». En definitiva, el
Una de las críticas fue recogida en el oficio 542 de noviembre del 2004 de la
Fiscalía Nacional, el cual señala que la percepción de la sociedad sobre esta fa-
cultad de Ministerio Público es que «en la opinión pública existe la convicción de
que se procede al archivo provisional para dar cumplimiento a fines estadísticos,
primando ese objetivo por sobre los intereses de las víctimas como personas con-
cretas afectadas por hechos delictuosos». De esta crítica se puede colegir que el
archivo provisional procede en desmedro de las víctimas y que está siendo utili-
zado como un método ineficaz de solución de los conflictos penales.
Lo anterior se debe a que una de las principales formas de término que tienen los
procesos penales es el archivo provisional, llegando a un 43,9% de los términos el
año 2015, especialmente en los casos de delitos contra la propiedad con imputa-
do desconocido, situación que es la base de este análisis.
Por otra parte, muchas críticas, especialmente respecto de la aplicación del archi-
vo provisional, son:
1. El alto número de casos que terminan por alguna de las salidas tempranas
facultativas, en especial el archivo provisional; se los percibe como térmi-
nos de baja calidad, ya que no dan una respuesta jurídica al caso o no brin-
dan una solución efectiva al problema.
2. Existe la convicción, por parte de la sociedad civil, de que la aplicación de
las salidas tempranas facultativas, especialmente el archivo provisional,
generan insatisfacción en las víctimas.
3. El objetivo de las salidas tempranas facultativas está asociado a la racio-
nalización de recursos y a delitos de ocurrencia común, pero de baja cri-
minalidad; sin embargo, el alto índice de archivos provisionales aplicados
de delitos con pena de crimen, como el delito de robo, especialmente los
violentos, desvirtúa este objetivo, implicando una suerte de renuncia de la
persecución penal para este tipo de delitos (Zegarra Guarachi, 2016).
Pero la principal crítica se refiere a que el Ministerio Público utiliza el archivo pro-
visional de manera masiva, renunciando a la posibilidad de investigar de forma
más exhaustiva incluso cuando los delitos cometidos son de crimen, violando su
mandato original, que es la de utilizar estas salidas solo para delitos de bagatela.
Para los efectos de este análisis se utilizarán los boletines estadísticos del Minis-
terio Público, que organizan la información más relevante acerca de los delitos
que fueron tramitados durante un año. Se usarán específicamente aquellos orde-
nados en informes anuales para el periodo comprendido durante los años 2008
al 2015. Todos los antecedentes contenidos en estos documentos provienen del
Sistema de Apoyo a los Fiscales (SAF), base de datos institucional que se alza
como fuente única y común para la cuantificación de las diferentes variables que
se describen estadísticamente en los boletines (Fiscalía de Chile, 2015).
Los boletines estadísticos se citan con un año de desfase, ya que son publicados en
los primeros meses del año posterior al informado. Estos advierten que un elemen-
to que se debe considerar al momento de interpretar las cifras es que la tipificación
respecto del hecho delictual es independiente del grado de ejecución y corresponde,
por regla general, a la información disponible al inicio de la investigación penal,
conforme a lo cual estos datos no necesariamente dan cuenta de eventuales reca-
lificaciones ocurridas durante el desarrollo del proceso penal (Biblioteca del Con-
greso Nacional de Chile, 2016). Esto es importante, como veremos, ya que se debe
considerar que a partir del año 2008 se introdujo un nuevo elemento de análisis;
esto es, el nivel de conocimiento de la identidad del imputado al momento de re-
cibir y tramitar una denuncia. Esta variable segmenta las causas entre imputados
desconocidos e imputados conocidos (Fiscalía de Chile, 2009).
Por ser el objeto del estudio, se enfatiza en la aplicación del archivo provisional se-
gún categoría de delito y, junto con ello, la tasa de judicialización de las categorías
de delito, distinguiendo por tipo de imputado.
1
Definida como el cociente entre delitos terminados y delitos ingresados, expresado
como porcentaje. Dato relevante, ya que es una forma de medir la eficiencia del Minis-
terio Público.
TABLA 1
DELITOS INGRESADOS Y TERMINADOS SEGÚN AÑO, DATOS
ACTUALIZADOS. NIVEL NACIONAL, AÑOS 2008-2015
Fuente: elaboración propia. Datos obtenidos de los boletines estadísticos del Ministerio
Público, años 2013; Tabla 29, 2014 y Tabla 2, 2015.
impacto de los archivos en el sistema es medir su peso dentro del total términos,
es decir, dentro del universo de los cierres que se usan, teniendo cuidado de com-
parar las mismas variables, causas con causas, delitos con delitos.
La Tabla 2 presenta los valores para imputado conocido, valores que han sido
ordenados de mayor a menor en función del año 2008.
TABLA 2
DELITOS INGRESADOS POR IMPUTADO CONOCIDO Y CATEGORÍA
DE DELITOS, CON FORMATO CONDICIONAL, EXPRESADO
EN PORCENTAJE, NIVEL NACIONAL, AÑOS 2008-2015
CATEGORÍA
2008 2009 2010 2011 2012 2013 2014 2015
DE DELITOS
Lesiones 19,85% 19,58% 19,77% 20,00% 19,46% 19,47% 19,41% 19,03%
Faltas 16,79% 17,19% 18,84% 18,01% 17,18% 14,92% 13,64% 13,08%
Delitos contra
16,05% 15,87% 16,26% 16,89% 17,71% 18,64% 18,56% 17,69%
la libertad e int.
Otros delitos 11,22% 10,58% 8,57% 9,18% 9,25% 9,35% 2,55% 2,70%
Hurtos 7,50% 7,62% 7,42% 7,56% 7,57% 7,98% 8,76% 8,80%
Otros delitos
5,06% 5,19% 5,31% 5,27% 5,39% 5,62% 5,87% 5,92%
contra la propiedad
Delitos ley
4,68% 5,01% 5,48% 5,57% 5,29% 5,72% 7,09% 7,68%
de tránsito
Delitos económicos
3,96% 4,21% 4,05% 3,89% 3,81% 3,75% 3,84% 4,00%
y tributarios
Robos no violentos 2,92% 2,92% 2,78% 2,54% 2,52% 2,57% 2,78% 2,86%
Delitos de leyes
2,67% 2,78% 2,78% 2,74% 2,99% 3,36% 4,01% 4,08%
especiales
Robos 2,51% 2,37% 1,93% 1,76% 1,70% 1,82% 2,02% 1,98%
Cuasidelitos 2,13% 2,00% 1,94% 1,73% 1,79% 1,82% 1,80% 1,80%
Delitos ley de drogas 2,01% 2,06% 2,21% 2,15% 2,42% 2,14% 2,25% 2,78%
Delitos sexuales 1,83% 1,80% 1,79% 1,91% 2,07% 2,00% 1,93% 1,91%
Delitos contra
0,53% 0,50% 0,58% 0,52% 0,55% 0,53% 2,66% 2,67%
la fe pública
Homicidios 0,20% 0,21% 0,18% 0,18% 0,17% 0,19% 0,22% 0,22%
Delitos funcionarios 0,10% 0,12% 0,10% 0,11% 0,12% 0,12% 0,19% 0,21%
Delitos leyes propie-
0,00% 0,00% 0,00% 0,00% 0,00% 0,00% 0,53% 0,50%
dad Intelectual
Delitos de justicia
0,00% 0,00% 0,00% 0,00% 0,00% 0,00% 0,01% 0,01%
militar
Delitos de tortura 0,00% 0,00% 0,00% 0,00% 0,00% 0,00% 0,01% 0,01%
Hechos de relevancia
0,00% 0,00% 0,00% 0,00% 0,00% 0,00% 1,86% 2,08%
criminal
TOTALES 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100%
Fuente: elaboración propia, según datos tabla 5. Datos ordenados de mayor a menor se-
gún año 2008, total de datos con formato condicional, color claro para el menor y oscuro
para el mayor.
Esta misma situación se observa en la tabla 3, esta vez para imputado desconocido:
TABLA 3
DELITOS INGRESADOS POR IMPUTADO DESCONOCIDO Y CATEGORÍA
DE DELITOS, CON FORMATO CONDICIONAL, EXPRESADO
EN PORCENTAJE, NIVEL NACIONAL, AÑOS 2008-20152
CATEGORÍA
2008 2009 2010 2011 2012 2013 2014 2015
DE DELITOS2
Robos no violentos 27,35% 28,93% 29,80% 28,85% 28,46% 28,62% 28,98% 28,38%
Otros delitos 14,29% 13,99% 13,92% 14,01% 14,28% 14,24% 0,30% 0,26%
Hurtos 13,71% 13,74% 14,06% 13,75% 14,15% 14,23% 14,43% 13,84%
Robos 12,34% 11,85% 11,02% 11,04% 10,43% 12,05% 13,56% 13,64%
Lesiones 9,14% 8,15% 7,77% 7,45% 6,71% 6,12% 5,68% 5,48%
Delitos contra
8,90% 8,60% 8,57% 8,65% 8,48% 7,98% 7,31% 6,68%
la libertad e int.
Otros delitos contra
6,10% 6,42% 6,25% 6,98% 6,71% 6,29% 6,85% 6,78%
la propiedad
Delitos económicos
2,38% 2,81% 3,00% 3,51% 3,61% 3,30% 5,43% 7,67%
y tributarios
Faltas 2,20% 2,10% 2,05% 2,12% 2,00% 1,87% 1,58% 1,42%
Delitos sexuales 1,10% 1,05% 1,00% 1,12% 1,30% 1,26% 1,13% 1,07%
Delitos de leyes
0,74% 0,76% 0,96% 1,05% 2,25% 2,28% 0,45% 0,48%
especiales
2
Las categorías de delitos corresponden a un catálogo de subcategorías, las cuales se
pueden consultar en el anexo uno.
Fuente: elaboración propia según datos Tabla 6. Datos ordenados de mayor a menor
según año 2008.
GRÁFICO 1
DELITOS INGRESADOS POR TIPO DE IMPUTADO, SEGÚN CATEGORÍA
DE DELITOS. NIVEL NACIONAL. PERIODO ACUMULADO 2008-2015
52,8%
TOTAL 47,2%
92,7%
Robos no violentos 7,3%
87,0%
Robos 13,0%
Otros delitos contra la propiedad 57,3%
42,7%
Otros delitos 59,4%
40,6%
28,5%
Lesiones 71,5%
Hurtos 66,4%
33,6%
18,0%
Homicidios 82,0%
87,9%
Hechos de relevancia criminal 12,1%
11,6%
Faltas 88,4%
39,8%
Delitos sexuales 60,2%
1,2%
Delitos ley de tránsito 98,8%
25,1%
Delitos ley de drogas 74,9%
47,2%
Delitos funcionarios 52,8%
53,3%
Delitos económicos y tributarios 46,7%
76,1%
Delitos de tortura 23,9%
28,4%
Delitos de leyes especiales 71,6%
23,7%
Delitos de juscia militar 76,3%
13,0%
Delitos leyes propiedad intelectual 87,0%
34,5%
Delitos contra la libertad e int. 65,5%
30,6%
Delitos contra la fe pública 69,4%
25,7%
Cuasidelitos 74,3%
Fuente: elaboración propia según sumatoria delitos ingresados por tipo de imputado y
categoría de delitos de tablas 5 y 6.
Ahora analizaremos los delitos terminados por tipo de término aplicado, los que
se agrupan a su vez en salidas judiciales, salidas no judiciales y otros términos;
esto para abocarnos en profundidad a uno de los objetivos de este artículo, es
decir, la aplicación de las salidas tempranas por parte del Ministerio Público; asi-
mismo, se analizarán por tipo de imputado y categoría de delitos.
Se debe recordar que los tipos de término se encuentran asociados a las rela-
ciones delito-víctima-imputado presentes al interior de un caso. Los análisis de
términos judiciales y términos no judiciales se realizarán excluyendo la categoría
otros términos.
GRÁFICO 2
TÉRMINOS APLICADOS PARA SALIDAS JUDICIALES
Y NO JUDICIALES, NIVEL NACIONAL, AÑOS 2008-2015
70%
65%
60,7%
58,4% 57,6% 58,1%
60% 56,9% 56,2% 55,6%
54,3%
55%
50%
45,7%
43,8% 44,4%
45% 42,4% 43,1%
41,6% 41,9%
39,3%
40%
35%
30%
2008 2009 2010 2011 2012 2013 2014 2015
TABLA 4
TIPOS DE TÉRMINOS POR SALIDAS JUDICIALES Y NO JUDICIALES,
VALORES EXPRESADOS EN PORCENTAJE. NIVEL NACIONAL.
AÑOS 2008-2015
TIPO
2008 2009 2010 2011 2012 2013 2014 2015 TOTAL
DE TÉRMINO
Sentencia
14,21% 15,50% 15,93% 13,71% 13,51% 14,43% 14,68% 15,24% 14,62%
definitiva conden.
Suspensión
11,56% 12,30% 12,96% 17,00% 18,27% 16,86% 12,39% 7,13% 13,70%
cond. del proced.
Facultad
8,73% 8,55% 7,89% 6,76% 6,12% 8,01% 9,20% 9,53% 8,05%
para no investigar
Términos judiciales
Sobreseimiento
2,20% 2,69% 2,70% 1,56% 1,93% 2,81% 3,65% 3,86% 2,65%
definitivo
Acuerdo
1,38% 1,41% 1,54% 1,62% 1,95% 2,09% 2,16% 2,16% 1,79%
reparatorio
Sobreseimiento
0,91% 0,83% 0,97% 0,78% 0,78% 0,84% 0,85% 0,86% 0,85%
temporal
Sentencia definiti-
0,29% 0,33% 0,47% 0,44% 0,55% 0,71% 0,87% 1,12% 0,60%
va absolutoria
Sobreseimiento
0,00% 0,00% 0,00% 0,00% 0,00% 0,00% 0,00% 4,54% 0,54%
definitivo 240
Archivo
45,57% 45,78% 45,82% 46,04% 44,55% 43,74% 45,81% 45,92% 45,40%
provisional
T. no judiciales
Principio
11,25% 8,64% 7,75% 8,11% 8,23% 6,51% 6,18% 5,41% 7,77%
de oportunidad
Decisión
2,74% 2,92% 2,95% 3,04% 3,21% 3,23% 3,56% 3,69% 3,17%
de no perseverar
Incompetencia 1,15% 1,04% 1,03% 0,94% 0,90% 0,77% 0,65% 0,55% 0,88%
TOTAL 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100%
TABLA 5
TIPOS DE TÉRMINO, TASA DE VARIACIÓN PORCENTUAL,
AÑO BASE 2008. NIVEL NACIONAL. AÑOS 2008 A 2015
TIPO
2008 2009 2010 2011 2012 2013 2014 2015
DE TÉRMINO
Sentencia
0% 15,2% 14,5% 12,1% 7,7% 7,1% 6,0% 8,7%
definitiva condenatoria
Suspensión condicional
0% 12,4% 14,5% 70,8% 78,9% 53,7% 10,0% -37,5%
del procedimiento
Términos judiciales
Facultad para no investigar 0% 3,5% -7,7% -10,0% -20,7% -3,3% 8,2% 10,7%
Sobreseimiento definitivo 0% 29,0% 25,2% -18,0% -1,1% 34,2% 69,8% 77,3%
Acuerdo reparatorio 0% 7,7% 13,8% 35,9% 60,0% 59,3% 60,3% 58,0%
Sobreseimiento temporal 0% -4,0% 8,5% 0,0% -2,7% -3,2% -4,3% -4,1%
Sentencia definitiva
0% 20,9% 65,1% 77,3% 115,4% 159,4% 208,0% 290,2%
absolutoria
Sobreseimiento
0% 0,0% 0,0% 0,0% 0,0% 0,0% 0,0% 0,0%
definitivo 240
Archivo provisional 0% 6,1% 2,7% 17,4% 10,7% 1,2% 3,2% 2,1%
T. no judiciales
El análisis sobre los términos aplicados según imputado conocido para el periodo
anual 2008‐2015 muestra que en promedio los términos judiciales alcanzan un
66,1%, mientras que las no judiciales en promedio alcanzan un 33,9%, consi-
derando que los porcentajes de términos judiciales y términos no judiciales se
calculan excluyendo la categoría otros términos.
TABLA 6
TÉRMINOS APLICADOS SEGÚN IMPUTADO CONOCIDO Y AÑO,
VALORES EXPRESADOS EN MILES. NIVEL NACIONAL.
AÑOS 2008-2015
TIPO
2008 2009 2010 2011 2012 2013 2014 2015 TOTAL
DE TÉRMINO
Sentencia
definitiva 215,1 248,1 246,6 241,3 232,0 230,5 228,4 234,1 1.876 25,7%
condenatoria
Suspensión
condicional del 175,2 197,0 200,7 299,3 313,5 269,5 192,7 109,5 1.758 24,1%
procedimiento
Archivo
164,5 172,3 162,7 189,2 180,5 150,8 145,5 134,8 1.300 17,8%
provisional
Principio
128,8 105,0 95,3 115,2 111,2 72,4 60,9 52,8 742 10,2%
de oportunidad
Facultad para
55,9 58,6 48,3 44,4 36,4 49,2 56,1 58,9 408 5,6%
no investigar
Decisión de no
35,7 40,8 39,1 46,8 47,1 45,1 47,2 47,8 350 4,8%
perseverar
Sobreseimiento
28,6 38,7 38,7 23,8 26,5 37,2 49,1 52,6 295 4,1%
definitivo
Acuerdo
21,0 22,6 23,8 28,5 33,5 33,4 33,6 33,1 229 3,1%
reparatorio
Sobreseimiento
13,6 13,3 15,0 13,8 13,4 13,4 13,2 13,2 109 1,5%
temporal
Incompetencia 12,1 11,4 10,7 11,2 10,2 8,0 6,6 5,3 76 1,0%
Sentencia
definitiva 4,4 5,3 7,3 7,8 9,5 11,4 13,6 17,2 76 1,0%
absolutoria
Sobreseimiento
0,0 0,0 0,0 0,0 0,0 0,0 0,0 69,7 70 1,0%
definitivo 240
TOTAL 855 913 888 1.021 1.014 921 847 829 7.288 100%
Podemos ver que el término más utilizado del total de salidas no judiciales en el
caso de imputados conocidos es el archivo provisional.
En resumen, para imputados conocidos los términos judiciales alcanzan un
66,1% frente a un 33,9% de términos no judiciales; por ende, existe una mejor
respuesta judicial cuando el imputado es conocido, siendo la sentencia definitiva
condenatoria el término más aplicado en estos casos.
GRÁFICO 3
TÉRMINOS APLICADOS SEGÚN IMPUTADO DESCONOCIDO Y AÑO.
NIVEL NACIONAL. AÑOS 2008-2015
TABLA 7
TÉRMINOS APLICADOS SEGÚN IMPUTADO DESCONOCIDO Y AÑO,
VALORES EXPRESADOS EN MILES. NIVEL NACIONAL.
AÑOS 2008-2015
TIPO
2008 2009 2010 2011 2012 2013 2014 2015 TOTAL
DE TÉRMINO
Archivo provisional 526 561 547 621 584 548 567 570 4.525 81,6%
Facultad para no
76 78 74 75 69 79 87 88 625 11,3%
investigar
Principio
42 33 25 28 30 32 35 30 255 4,6%
de oportunidad
Decisión
6 6 7 7 8 7 8 9 57 1,0%
de no perseverar
Sobreseimiento
5 5 5 5 5 4 4 3 37 0,7%
definitivo
Incompetencia 5 4 3 4 7 8 8 7 44 0,8%
Sentencia definitiva
0 0 0 0 0 0 0 0 0 0,0%
condenatoria
Sobreseimiento
0 0 0 0 0 0 0 0 0 0,0%
temporal
Suspensión condi-
0 0 0 0 0 0 0 0 0 0,0%
cional del proced.
Sentencia definitiva
0 0 0 0 0 0 0 0 0 0,0%
absolutoria
Sobreseimiento
0 0 0 0 0 0 0 0 0 0,0%
definitivo 240
Acuerdo reparatorio 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0,0%
TOTAL 661 688 660 739 702 677 709 707 5.544 100%
TABLA 8
ARCHIVO PROVISIONAL, SEGÚN IMPUTADO CONOCIDO
Y DESCONOCIDO, EXPRESADOS COMO PORCENTAJE DEL TOTAL
DE TÉRMINOS POR CADA CATEGORÍA DE DELITO. NIVEL NACIONAL.
PERIODO ACUMULADO 2008-2015
TÉRMINOS
CATEGORÍA DE DELITO
ARCHIVO IMPUTADO IMPUTADO
PROVISIONAL CONOCIDO DESCONOCIDO
Delitos ley de tránsito 2,36% 99,02% 0,98%
Homicidios 7,98% 92,00% 8,00%
Delitos leyes propiedad intelectual 8,57% 95,80% 4,20%
Faltas 10,57% 91,52% 8,48%
Delitos de justicia militar 20,25% 88,16% 11,84%
Hechos de relevancia criminal 23,82% 15,30% 84,70%
Delitos ley de drogas 24,35% 83,93% 16,07%
Otros delitos 25,60% 52,35% 47,65%
Lesiones 30,17% 78,56% 21,44%
Cuasidelitos 30,68% 82,84% 17,16%
Delitos funcionarios 32,19% 68,44% 31,56%
Delitos contra la fe pública 36,23% 77,28% 22,72%
Delitos de leyes especiales 40,41% 80,54% 19,46%
Delitos contra la libertad e int. 42,39% 70,42% 29,58%
Delitos de tortura 43,37% 55,96% 44,04%
Otros delitos contra la propiedad 45,13% 55,46% 44,54%
Delitos económicos y tributarios 48,53% 57,63% 42,37%
Delitos sexuales 57,18% 67,46% 32,54%
Hurtos 58,57% 42,12% 57,88%
Robos 80,22% 21,12% 78,88%
Robos no violentos 88,78% 12,31% 87,69%
Fuente: elaboración propia. Datos obtenidos boletines estadísticos del Ministerio Públi-
co, años 2008 a 2015.
La Tabla 8 compara el valor promedio del archivo provisional para el periodo (ex-
presado como porcentaje del total de términos por categoría de delito) y el archi-
vo provisional bajo las mismas condiciones anteriores para imputado conocido
y desconocido. Se observa la directa relación existente entre archivo provisional
y tipo de imputado en categorías de delitos donde el imputado es desconocido,
como es el caso de los delitos robo no violento, con un 88,78%, y robos, 80,22%,
donde el imputado desconocido es de un 87,69% y 78,88%.
En primer lugar, lo que se busca es dar con relaciones entre variables, es decir,
analizar aquellos datos que cambian en el tiempo y observar si este cambio in-
fluye o está influenciado por algún factor identificable; si encontramos alguna
relación entre estos cambios, podemos comenzar a explicar los fenómenos obser-
vados y determinar cuáles son las variables que participan del evento en estudio
y la intensidad de sus relaciones.
Por esto diremos que de los múltiples factores que explican por qué sucede un
fenómeno particular, el tipo estudiado solo es parte de la explicación. Toman-
do en cuenta estas limitaciones arrancaremos con nuestro análisis para la salida
temprana archivo provisional.
TABLA 9
FRECUENCIAS DE LAS SALIDAS TEMPRANAS. NIVEL NACIONAL.
AÑOS 2008-2015
Fuente: elaboración propia. Se usó el periodo 2009-2015, ya que no hay datos por ca-
tegoría de delito y tipo de imputado para el año 2008.
La Tabla 10 muestra los datos utilizados para generar las relaciones entre va-
riables del periodo en estudio. De la sola observación de los datos podemos ob-
tener información relevante sin recurrir aún a técnicas estadísticas complejas.
Por ejemplo, podemos decir que las variables, presentadas (delitos ingresados,
delitos terminados, términos con imputado conocido, términos con imputado
TABLA 10
DATOS UTILIZADOS PARA DETERMINAR
LA RELACIÓN ENTRE VARIABLES3
Fuente: Elaboración propia. Datos obtenidos de los boletines estadísticos anuales del
Ministerio Público.
3
Las siglas (ID) y (IC) se refieren a imputado desconocido e imputado conocido, respec-
tivamente.
Denominado «r», mide el grado de intensidad de esta posible relación entre va-
riables. Este coeficiente se aplica cuando la relación que puede existir entre las
variables es lineal (es decir, si representáramos en un gráfico los pares de valores
de las dos variables, la nube de puntos se aproximaría a una recta). Los valores
que puede tomar el coeficiente de correlación «r» son: -1 ≤ r ≤ 1; mientras más
cerca de uno sin considerar el signo indica mayor relación entre variables.
COEFICIENTE DE DETERMINACIÓN
GRÁFICO 4
DIAGRAMA DE DISPERSIÓN, IDEALIZACIÓN DE LA RELACIÓN
ENTRE DELITOS INGRESADOS Y DELITOS TERMINADOS
1.440.000
1.420.000
DELITOS TERMINADOS
1.400.000
y=x
1.380.000 R² = 1
1.360.000
1.340.000
1.320.000
1.300.000
1.280.000
1.260.000
1.260.000 1.280.000 1.300.000 1.320.000 1.340.000 1.360.000 1.380.000 1.400.000 1.420.000 1.440.000
DELITOS INGRESADOS
GRÁFICO 5
DIAGRAMA DE DISPERSIÓN, RELACIÓN ENTRE
DELITOS INGRESADOS CON DELITOS TERMINADOS
1.800.000
R² = 0,69512
1.700.000
1.650.000
1.600.000
1.550.000
1.500.000
1.280.000 1 .300.000 1 .320.000 1 .340.000 1 .360.000 1 .380.000 1 .400.000 1 .420.000 1 .440.000
DELITOS INGRESADOS
Para analizar la relación entre delitos ingresados y terminados por archivo provi-
sional y salvar el obstáculo del desfase entre ingresos y términos nos planteare-
mos la siguiente hipótesis.
Los ingresos explican los términos; los términos están compuestos por imputado cono-
cido (IC) e imputados desconocidos (ID); el número de imputados desconocidos explica
un alto porcentaje de los archivos provisionales; y, por transitividad, el número de in-
gresos también explica una parte de la variación de archivos provisionales.
ILUSTRACIÓN 1
DIRECCIÓN DE LA RELACIÓN ENTRE VARIABLES
TÉRMINOS TÉRMINOS
INGRESOS TÉRMINOS IMPUTADO
DESCONOCIDO
ARCHIVOS
PROVISIONALES
GRÁFICO 6
SERIES TEMPORALES DE TOTALES NACIONALES PARA DELITOS
TERMINADOS, TÉRMINOS POR IMPUTADO DESCONOCIDO (ID)
Y TÉRMINOS POR ARCHIVO PROVISIONAL (AP)
2.000.000
1.500.000
1.000.000
500.000
-
2009 2010 2011 2012 2013 2014 2015
GRÁFICO 7
RELACIÓN ENTRE TOTAL DE TÉRMINOS Y TÉRMINOS
CON IMPUTADO DESCONOCIDO
1.200.000
1.000.000
TÉRMINOS CON (ID)
800.000
200.000
-
1.500.000 1.550.000 1.600.000 1.650.000 1.700.000 1.750.000 1.800.000
TOTAL DE TÉRMINOS
GRÁFICO 8
RELACIÓN ENTRE DELITOS TERMINADOS CON IMPUTADO
DESCONOCIDO (ID) Y TÉRMINOS POR ARCHIVO PROVISIONAL
820.000
TOTAL TÉRMINOS POR ARCHIVOS
800.000 A&[&+#"'+!I&b&$,+,'"&
y = 0,4607x + 310164
780.000 R² = 0,72341
PROVISIONALES
760.000
740.000
720.000
700.000
680.000
- 200.000 400.000 600.000 800.000 1.000.000 1.200.000
Por ejemplo, para el año 2007, año del cual conocemos los valores, obtuvimos
desde un número de ingresos conocido el número de archivos provisionales como
valor proyectado= 598.739 unidades, errando por un 5,4%. En el caso del año
2016, se proyectó el ingreso x= 1.300.000 unidades y con ese valor se extrapoló
TABLA 11
VALORES PROYECTADOS, AÑOS 2007 Y 2016
FRECUENCIA VALOR
AÑOS INGRESOS DIFERENCIA
ARCHIVO P. PROYECTADO
2007 1.141.839 568.315 598.739 5,4%
2008 1.256.880 690.666
2009 1.319.382 733.078
2010 1.289.833 709.639
2011 1.424.004 810.611
2012 1.365.474 764.622
2013 1.343.570 698.872
2014 1.348.895 712.645
2015 1.332.238 705.170
2016 1.300.000 704.739
TOTAL 11.980.276
GRÁFICO 9
PROYECCIÓN DEL VALOR PARA ARCHIVOS
PROVISIONALES EL AÑO 2016
820.000
FRECUENCIA ABSOLUTA ARCHIVOS
T;7A49927:&0c7&-+,'&
760.000 Proyeccion año 2016
`,@$++@+++&#&!+"@!$(a&
(1.300.000 , 704.739)
740.000
720.000
700.000
680.000
660.000
1.200.000 1.250.000 1.300.000 1.350.000 1.400.000 1.450.000
DELITOS INGRESADOS
REFLEXIONES FINALES
Esto desecha cualquier otra hipótesis, como son las metas institucionales, que
conllevan una inevitable y apremiante preocupación de los actores por dar cum-
plimiento a las metas de gestión, asociadas, para algunos, a las salidas tempranas,
a la influencia de los instructivos de la fiscalía nacional, índices de inseguridad,
etc., dejando solo un pequeño porcentaje sin explicar donde todas estas teorías
podrían tener cabida. El predecir el comportamiento de una variable implica que
El Ministerio Público, en febrero del 2017, dio a conocer las cifras respecto de los
delitos del año 2016, y en lo que nos interesa para nuestro análisis, los datos son
los siguientes; delitos ingresados, 1.312.7484; unidades y archivos provisionales,
706.8525 unidades. El error en la predicción fue menor a un 1% en ambos casos
(-0,3% para archivos provisionales y -0,97 para delitos ingresados).
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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chileno. En M. de Justicia, A diez años de la reforma procesal penal. Santiago de
Chile: Ministerio de Justicia.
4
Tabla N°3: Delitos ingresados por categoría de delitos y tipo de imputado. Boletín es-
tadístico anual 2016 del Ministerio Público.
5
Tabla N°6: Términos aplicados por tipo de imputado. Boletín estadístico anual 2016
del Ministerio Público.
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Zegarra Guarachi, M. J. (2016). Las salidas tempranas facultativas: Archivo Provi-
sional, Principio de Oportunidad y Facultad de No Iniciar la Investigación, Origen,
Aplicación y Problemática, periodo 2008 al 2015. Magíster Crimonología. San-
tiago: Universidad Central.
LA AUTORA
SUMARIO
Introducción
Implicancias criminológicas de la enajenación mental y la criminalidad
Análisis de las causas seguidas contra imputados que fueron ingresados en el
hospital psiquiátrico Philippe Pinel durante los años 2013 y 2014
Conclusiones y sugerencia
RESUMEN1
El tema que se va a abordar dice relación con analizar la situación, tanto desde
un punto de vista criminológico como procesal de aquellos sujetos que, presu-
miblemente enajenados mentales, han cometido un hecho típico y antijurídico
en nuestro sistema penal, principalmente en lo que respecta a la aplicación de
medidas cautelares a su respecto. En el trabajo se mostrará, en términos amplios,
1
Este artículo es un extracto de una investigación realizada en el marco de una tesis
para optar al grado de Magíster en Criminología y Justicia Penal de la Universidad
Central de Chile, año 2017.
PALABRAS CLAVE
THE AUTHOR
SUMMARY
Introduction
1. Criminological implications of mental alienation and criminality
2. Analysis of the cases against defendants who were admitted to the psychiatric
hospital Philippe Pinel during the years 2013 and 2014
Conclusions and suggestions
ABSTRACT
The main matter in this work will be to analyze, from the procedural and crimi-
nologic point of view the situation of possible insanity people guilty of a crime.
In this work I will show the historic evolution of penal treatment to that people,
after that i’m going to analyze how the Chilean penal system respond to the dan-
gerousness present in this type of cases. The fundamental objetive is to show
the main lacks and emptys that have our penal legislation and describe how our
judges resolve them.
KEYWORDS
INTRODUCCIÓN
El estudio de este tema resulta sumamente relevante, ya que que hay un escaso
desarrollo doctrinario al respecto y tiene consecuencias directas para el propio
imputado, al verse en un estado de incertidumbre en cuanto a su situación pro-
cesal. También es importante para el conjunto de la sociedad, toda vez que el
análisis adquiere mayor relevancia social tratándose de imputados por delitos
violentos, donde su libertad puede poner en riesgo directo la seguridad de la víc-
tima y de la sociedad en general. Por último, tiene directas consecuencias para
los operadores del sistema penal, especialmente para los jueces, quienes muchas
veces se ven enfrentados a la necesidad de instaurar soluciones «creativas» para
salvar el problema mencionado, las cuales no siempre se corresponden con el
tenor literal de las disposiciones legales, sino que resultan de una labor interpre-
tativa en que se toman en consideración objetivos de protección social.
Se ha delimitado el campo de análisis solo a los imputados internados en el Hos-
pital Psiquiátrico Dr. Phillippe Pinel de Putaendo (Región de Valparaíso, Chile)
bajo la mencionada medida cautelar desde los años 2013 a 2014, toda vez que
se podrá analizar cada una de las causas en cuestión dentro de un universo de
causas abordables teórica y prácticamente.
1. IMPLICANCIAS CRIMINOLÓGICAS
DE LA ENAJENACIÓN MENTAL Y LA CRIMINALIDAD
pugnada por los clásicos, como ya se señaló. Se plantea que, para que la pena sea
eficaz y útil en la prevención de nuevos delitos, se deben considerar una serie de
factores, tales como la personalidad y ambiente del infractor, dejando de lado la
pena retributiva, reemplazándola por una sanción criminal de tipo preventivo en
manos de policías y reparatorio de los daños causados, que tenía por fin principal
eliminar la reincidencia considerando el delito y la peligrosidad del delincuente
(Santos, 2012). En atención a lo señalado, los principios rectores del positivismo
pasaron a ser: defensa social; determinismo (en el sentido de que el infractor pe-
nal es siempre anormal) en base a anomalías orgánicas, físicas o factores que lo
rodean; peligrosidad; y utilitarismo de la pena, dado que los medios preventivos
sirven para impedir nuevos ilícitos. Al derecho penal se le asignó una finalidad de
proteger a la sociedad de futuros delitos que pudiera cometer el delincuente, jus-
tificándose la pena en una necesidad de defensa social, pudiendo cumplirse dicha
función de dos maneras diferentes: la positiva de reeducación del delincuente y
la negativa de eliminación o inocuización.
Ante ello, se intentó satisfacer los intereses de ambas corrientes y unir estos con-
ceptos en una visión dualista del derecho penal que cuenta con penas y medidas
de seguridad de manera simultánea, las que tienen consecuencias jurídicas dife-
rentes. Es así como la pena constituyó, a partir de entonces, una respuesta del
sistema penal frente a la culpabilidad, mientras que las medidas de seguridad lo
fueron frente a la peligrosidad.
Puede concluirse que la ideología de la escuela positivista centrada en el autor
del delito proporcionó el marco teórico para fundamentar la aparición de las me-
didas de seguridad, en general, como una consecuencia jurídico-penal frente a la
comisión de un delito dirigidas a la prevención especial y fundamentadas en la
peligrosidad del sujeto.
La segunda parte del presente estudio tiene por objeto analizar antecedentes
relevantes en las causas correspondientes a los imputados privados de libertad
en el Hospital Psiquiátrico Dr. Philippe Pinel (Putaendo, Región de Valparaíso)
durante los años 2013 y 2014.
GRÁFICO 1
DELITOS IMPUTADOS A SUJETOS PRIVADOS DE LIBERTAD
EN EL HOSPITAL PSIQUIÁTRICO DR. PHILIPPE PINEL (2013-2014)
GRÁFICO 2
DELITOS CONTRA LA PROPIEDAD IMPUTADOS A SUJETOS PRIVADOS
DE LIBERTAD EN EL HOSPITAL PSIQUIÁTRICO DR. PHILIPPE PINEL
(2013-2014)
El Gráfico 2 muestra que dentro de los delitos contra la propiedad, que son un
total de 54, la mayoría de estos corresponde al de robo en lugar habitado, que al-
canzan a un total de 21 delitos y que constituyen el 39% del total. De cerca le
sigue el delito de robo con violencia o intimidación, que constituye el 33% con 18
ingresos. Como categorías menores se encuentran el delito de incendio, con cinco
causas que alcanzan un porcentaje del 9% en esta categoría; el hurto con cuatro,
que constituyen un 7% del universo de esta categoría delictiva; y, finalmente,
otros, que alcanzan un 6%, con tres ingresos.
Como resultado del análisis podemos afirmar que la mayor cantidad de ellos se
trata de delitos que tienen pena de crimen o que pueden ser denominados de-
litos graves. La relación entre la gravedad del delito imputado y la decisión de
imponer una medida cautelar privativa de libertad será analizada en el capítulo
correspondiente. Se hace presente que esta categoría se elabora a partir de la in-
formación que se obtiene de la muestra en análisis y no contiene todos los delitos
que afectan la propiedad; así, por ejemplo, el delito de daños, que también afecta
la propiedad, no se incluye por no haber sido imputado a ningún sujeto privado
de libertad en el centro psiquiátrico mencionado anteriormente.
GRÁFICO 3
DELITOS CONTRA LAS PERSONAS IMPUTADOS A SUJETOS PRIVADOS
DE LIBERTAD EN EL HOSPITAL PSIQUIÁTRICO DR. PHILIPPE PINEL
(2013-2014)
Dentro de los delitos contra las personas, que alcanzan a 38 dentro del universo to-
tal de delitos imputados a personas privadas de libertad en el centro psiquiátrico
en estudio, la mayoría de ellos corresponde a delito de amenazas en contexto de
violencia intrafamiliar, los que alcanzan a 10 ingresos, que equivalen a un 26% de
esta categoría. A continuación se mencionan los ilícitos de lesiones y desacato, con
un total de ocho cada uno de ellos, constituyendo un 21% respectivamente. Se-
guidamente puede mencionarse el delito de parricidio, que registra un total de 6
causas, totalizando un porcentaje del 16%, y el homicidio, con un porcentaje del
13, que equivale a cinco ingresos. Finalmente se registra el delito de femicidio,
con una causa que equivale al 3%. En este caso, la relación que se mostraba en la
categoría de delitos contra la propiedad cambia. Los delitos contra las personas
que significaron la privación de libertad del supuesto autor son en su mayoría
delitos que no tienen pena de crimen o que no caben dentro de la categoría de
delitos graves. Recordemos que, de los más frecuentes, solo el delito de desacato
tiene una pena que supera el presidio menor en su grado medio, siendo el más
frecuente el delito de amenazas, que tiene una pena de presidio menor en su gra-
do mínimo y el delito de lesiones, que incluso tiene asignada una pena alterna-
tiva de multa. Los delitos más graves y que conllevan penas más altas son los de
menor presencia. Asimismo, es importante recordar que el delito de amenazas,
el más frecuente en esta categoría, no es un delito de lesión concreta en contra de
la víctima, sino un delito de peligro cuya sanción pretende precaver eventuales
males en contra de la víctima con ciertos criterios de certeza respecto de dichos
males. En el análisis correspondiente se determinará si la situación de peligro que
el sujeto representa para sí mismo o para terceros, derivado del informe psiquiá-
trico, es un elemento determinante para decretar una medida de privación de
libertad respecto de un delito que, de acuerdo a su penalidad, incluso podría ser
merecedor de una pena sustitutiva a la prisión.
GRÁFICO 4
DELITOS SEXUALES IMPUTADOS A SUJETOS PRIVADOS DE LIBERTAD
EN EL HOSPITAL PSIQUIÁTRICO DR. PHILIPPE PINEL (2013-2014)
GRÁFICO 5
OTROS DELITOS IMPUTADOS A SUJETOS PRIVADOS DE LIBERTAD
EN EL HOSPITAL PSIQUIÁTRICO DR. PHILIPPE PINEL (2013-2014)
Se elaboró la categoría otros delitos con el fin de incluir a aquellos delitos que, no
perteneciendo necesariamente a ninguna de las categorías anteriores, su presen-
cia no resulta tan numerosa como para hacer un análisis especial diferenciado.
Esta muestra revela que dentro de la categoría otros delitos, que son un total de
13, la mayoría de ellos corresponde a delitos tipificados en la ley 20.000, esto es,
tráfico y microtráfico de estupefacientes, que alcanzan a un total de ocho, constitu-
yendo un 61% dentro de esta categoría. Luego le siguen un delito de porte de arma
de fuego y uno de receptación, alcanzando un 8% cada uno de ellos, y otros delitos,
que corresponden a un 23% del total en esta categoría.
ANÁLISIS
Con los cinco gráficos anteriores se pretende reflejar cuál ha sido la tendencia de
los tribunales al momento de disponer medidas cautelares privativas de libertad
a sujetos presumiblemente enajenados mentales, en relación al grado de violen-
cia y peligrosidad del hecho y según los bienes jurídicos que protegen. Se puede
señalar que la mayor cantidad de delitos respecto a imputados presumiblemente
inimputables que se encuentran sometidos a una medida cautelar los constitu-
yen aquellos que atentan contra la propiedad, los que alcanzan a un 42% del total
de los delitos, situación que puede explicarse por la alta penalidad de estos tipos
penales en nuestra legislación y la trascendencia que se les ha dado en nuestro or-
denamiento jurídico a los delitos de esta naturaleza. Dentro de estos, la mayoría
viene dada por el delito de robo en lugar habitado y robo con violencia o intimidación,
los que en su conjunto alcanzan un porcentaje del 72% dentro de esta categoría,
lo que encuentra sustento en la pena de crimen que la ley les asigna y su carácter
multiofensivo, toda vez que atentan no solo contra la propiedad, sino que tam-
bién contra la integridad de las víctimas.
El resto de los delitos dentro de esta categoría son delitos con pena de crimen, a
saber: parricidio, femicidio y homicidio, los que en su conjunto alcanzan el 32%,
cifra que en nada sorprende al tratarse de delitos de alta penalidad y gravedad.
Considerando que el objeto de análisis son los sujetos privados de libertad en
el centro psiquiátrico mencionado a propósito de los delitos que ya se han ana-
lizado, es importante conocer bajo qué mecanismo jurídico se ha ordenado la
privación de libertad de los mismos, ya que si bien en un análisis purista de las
normas del Código Procesal Penal la internación provisional debiera ser la única
medida cautelar aplicable, en la práctica no lo es. Los fundamentos de medidas
diversas a la internación provisional son también un elemento que enriquecerá el
análisis final del capítulo. En los siguientes análisis se verá cuáles son las medidas
cautelares decretadas por los tribunales de justicia que significaron la privación
de un sujeto presumiblemente enajenado mental en el Hospital Psiquiátrico Phi-
lippe Pinel.
GRÁFICO 6
MEDIDA CAUTELAR APLICADA A SUJETOS PRIVADOS DE LIBERTAD
EN EL HOSPITAL PSIQUIÁTRICO DR. PHILIPPE PINEL (2013-2014)
Se puede afirmar que la cantidad de causas en que se decretó como medida cau-
telar la internación provisional en relación a aquellas en que se decretó la prisión
preventiva es ostensiblemente superior. Es así como las causas en que se decretó
la internación provisional alcanzan al 79% en contraposición al 18% de las causas
en que se decretó la prisión preventiva como medida cautelar privativa de liber-
Una de las alternativas y salida a este dilema parece ser que en caso de no contar
con un informe de carácter psiquiátrico para disponer la internación provisional,
tratándose de individuos presuntamente inimputables que han cometido delitos
graves, se podría decretar la prisión preventiva de conformidad al artículo 140
del Código Procesal Penal, supliendo este vacío legal. La profesora María Inés
Horvitz Lennon (2008) señala que ello no sería posible, toda vez que la regla
supletoria del artículo 456 del Código Procesal Penal realiza una remisión ex-
presa a las disposiciones del Libro II de mencionado cuerpo legal, y las medidas
cautelares personales se regulan en el Libro I, por lo que no serían aplicables,
tratándose de imputados presumiblemente enajenados mentales. En consecuen-
cia, las sospechas de inimputabilidad y peligrosidad de un individuo sometido
a la justicia penal obliga a realizar un informe psiquiátrico, y mientras este se
halle pendiente de elaboración y remisión al tribunal, el procedimiento debe sus-
penderse sin posibilidad de aplicar una medida cautelar personal general, dando
prevalencia a los derechos fundamentales del imputado respecto de quienes hay
sospechas de inimputabilidad, ya que el legislador ha establecido a su respecto un
procedimiento especial con mayores garantías.
2
EXCMA. CORTE SUPREMA, 24 de noviembre del 2015 (Rol 28.370-2015).
GRÁFICO 7
FORMA DE TÉRMINO DE CAUSAS EN QUE SE DECRETARON
MEDIDAS CAUTELARES PRIVATIVAS DE LIBERTAD EN EL HOSPITAL
PSIQUIÁTRICO DR. PHILIPPE PINEL (2013-2014)
rando la privación de libertad absoluta del imputado que estas significan. Del
total de causas (97) con imputado privado de libertad, solo un 29% terminaron
por dictación de una sentencia definitiva, lo que implica que durante el curso del
procedimiento el sujeto fue considerado responsable penalmente, descartándose
las sospechas de inimputabilidad preliminares, decretándose la reapertura del
procedimiento y su consecuente carácter de imputable.
Finalmente, cabe hacer presente que solo un 32% del universo de causas en estu-
dio se aplicó una medida de seguridad, dictaminándose que el imputado es peli-
groso para sí o terceros y su carácter de inimputable en virtud de una patología de
carácter psiquiátrico, pudiendo establecerse que la medida cautelar de privación
de libertad en un establecimiento psiquiátrico resultó ajustada a la forma de tér-
mino de la causa y proporcional a la misma.
GRÁFICO 8
TIPO DE AUDIENCIA EN LA CUAL SE DECRETARON MEDIDAS
CAUTELARES PRIVATIVAS DE LIBERTAD A SUJETOS PRIVADOS
DE LIBERTAD EN EL HOSPITAL PSIQUIÁTRICO DR. PHILIPPE PINEL
(2013-2014)
El Gráfico 8 indica que del total de 97 audiencias en las cuales se dispuso que el
imputado fuera sometido a alguna medida privativa de libertad en el Hospital
Psiquiátrico Dr. Philippe Pinel de Putaendo, 54 de ellas fueron impuestas en una
primera audiencia de control de detención, lo que equivale a un 56% del total,
mientras que el 44% restante corresponde a otra audiencia posterior, con un to-
tal de 43 audiencias de otra naturaleza. Se hace hincapié en la relevancia de esta
cifra, toda vez que el control de detención es la instancia del procedimiento penal
en la cual es posible presentar por primera vez ante el juez los antecedentes de la
detención del imputado que ha sido conducido al tribunal ante una hipótesis de
flagrancia que justificó su privación de libertad, o ante la ejecución de una orden
de detención judicial expedida por tribunal competente, en virtud de lo cual, la
posibilidad cierta de contar con un informe psiquiátrico al momento de controlar
la detención en esta primera audiencia, dentro de las 24 horas siguientes, es im-
posible ante la insipiencia del procedimiento iniciado en caso de flagrancia. Esto
cobra importancia considerando que en esa primera audiencia deben presentar-
se los antecedentes tanto para la suspensión del procedimiento del articulo 458
como los que exige el artículo 464 del Código Procesal Penal para la procedencia
de la medida cautelar privativa de libertad, en especial la exigencia de un informe
psiquiátrico practicado al imputado, con el cual, en la mayoría de los casos, el
tribunal no cuenta, como se ve en el Gráfico 9.
GRÁFICO 9
PRESENCIA DE INFORME PSIQUIÁTRICO PARA FUNDAR LA MEDIDA
CAUTELAR PRIVATIVA DE LIBERTAD RESPECTO A LOS IMPUTADOS
PRESUNTAMENTE ENAJENADOS PRIVADOS DE LIBERTAD
EN EL HOSPITAL DR. PHILIPPE PINEL. (2013 Y 2014)
toda vez que en el Gráfico 9 se demostró que en más de la mitad la mitad de las
causas en las cuales se decreta internacional provisional estas tienen su origen en
una audiencia de control de la detención, lo que evidentemente produce la impo-
sibilidad temporal de contar en dicha oportunidad procesal con el informe psi-
quiátrico del imputado. Esto ha llevado, en la práctica, a que nuestros tribunales
dispongan medidas cautelares que implican una absoluta privación de libertad
del presunto enajenado mental, omitiendo un requisito que la ley pide de manera
imperativa al juez de garantía para proceder a evaluar la eventual procedencia de
la internación provisional.
Esta situación debería ser solucionada en base a una modificación en sede le-
gislativa, porque claramente las normas legales tienden a alejarse de la realidad
práctica que día a día deben enfrentar nuestros tribunales; son insuficientes e
impracticables, especialmente en lo que a la exigencia de un informe psiquiátrico
se refiere.
GRAFICO 10
ARGUMENTO CONTENIDO EN LA RESOLUCIÓN QUE CONCEDE
LA MEDIDA CAUTELAR PRIVATIVA DE LIBERTAD RESPECTO
DE LOS IMPUTADOS PRESUMIBLEMENTE ENAJENADOS PRIVADOS
DE LIBERTAD EN EL HOSPITAL PSIQUIÁTRICO DR. PHILIPPE PINEL
(2013-2014)
Con respecto al Gráfico 10 es necesario hacer una aclaración previa antes de en-
trar en el análisis. El gráfico refleja un total de 79 causas. No se pudieron analizar
las 97 causas objeto de la muestra total, toda vez que hubo 18 audios a los cuales
fue imposible acceder y escuchar los fundamentos de los tribunales; por eso se
explica que el total difiera de los gráficos anteriores. Si bien incorpora informa-
ción de 79 causas, los argumentos alcanzan un total de 84, atendido que en algu-
nas de ellas el tribunal otorgó más de un fundamento para su resolución.
Del análisis del Gráfico 10 puede concluirse que la mayoría de los tribunales ha
usado el argumento de la peligrosidad del sujeto para fundar su medida cautelar
privativa de libertad. Así queda demostrado, ya que en un 69% del total, que
equivale a 58 causas, uniendo la peligrosidad médica y la peligrosidad para la
seguridad de la sociedad, se esgrimió este fundamento en la audiencia respec-
tiva. En segundo lugar puede mencionarse como fundamento la necesidad de
privar de libertad al imputado para que concurra a realizarse la pericia psicológica
correspondiente, con un 15% que equivale a 13 causas del universo en estudio.
Como tercer argumento se ha mencionado por nuestros tribunales la protección
de la víctima, argumento que alcanza al 10%, lo que equivale a ocho causas y,
El artículo 455 del Código Procesal Penal chileno define la peligrosidad del sujeto
como el riesgo futuro de que el individuo en cuestión atente contra la sociedad,
contra terceras personas o contra sí mismo. Estimamos que este concepto legal,
en el fondo, no es más que un pronóstico que, como tal, conlleva incertidumbre y,
por lo tanto, puede estar errado. Las definiciones que se han dado en doctrina no
difieren mucho de lo ya señalado, siendo Garófalo quien acuña por primera vez
este concepto de peligrosidad con la expresión temibilita, definiéndola como «la
perversidad constante y activa del delincuente y la cantidad posible de mal que
había que temer del mismo» (Leal, 2003). Por su parte, Rodríguez Morullo, citado
por Falcone (2007), la define en términos amplios como la probabilidad de que
una persona cometa un hecho contrario al orden social.
guridad de todos sus integrantes, pudiendo ser vista como una herramienta de
control social en el caso concreto.
CONCLUSIONES Y SUGERENCIAS
El sujeto representa un peligro para el sistema, ya que sus acciones no poseen re-
gulación específica en un proceso penal estrictamente literal de la norma, razón
por la que, para enfrentar este peligro, el juez se torna un garante del sistema,
creando mecanismos que, pese a las críticas de que pudieran ser objeto, cumplen
a cabalidad las orientaciones de justicia que se le exigen.
Por el lado de la víctima resulta más claro aún que, ya sea que consideremos a la
víctima individual como un afectado por el delito o a la sociedad toda como una
víctima, un sujeto que derivado de su peligrosidad y falta de tratamiento parece
tener altos índices de reincidencia, resulta un riesgo importante para la paz social
que es necesario afrontar. Acá el juez, con el objeto de mantener esta paz social
en un empoderamiento de las características que se le atribuyen a la pena (retri-
bución y restablecimiento de la paz social), crea mecanismos de defensa eficaces
para protegernos a todos y así minimizar el riesgo que el imputado presenta,
manteniendo ese riesgo bajo control de las agencias oficiales del Estado.
Finalmente, en el área del debido proceso, la sujeción estricta a las normas pe-
nales positivas y el cumplimento irrestricto de ellas, junto a una interpretación
absoluta pro-imputado, generan en sí mismo un riesgo a la sociedad, sobre todo
en aquellos casos en que las eventuales situaciones de inimputabilidad están re-
lacionadas con delitos de alta connotación social. Asimismo, dicho apego estricto
pone también en riesgo la legitimidad del sistema. En el caso concreto, ante un
evento de gravedad y connotación social, la falta de cumplimiento de los requisi-
tos que la ley establece para decretar una medida de control absoluta, como es la
internación provisoria, no parece ser excusa suficiente para decretar la libertad
de un imputado que podría volver a cometer un hecho similar o peor. La probabi-
lidad de que dicha situación ocurra es muy alta, y el imputado se vuelve un objeto
de riesgo que es necesario controlar. La forma como se controla dicho riesgo, si
bien puede no ser estrictamente legal, cumple otras funciones mucho más po-
pulares y que evitan la deslegitimación de un sistema que se erige como un pilar
fundamental de la vida social; el poder judicial.
Entonces, otra de las conclusiones que podemos hacer es que el sistema se com-
porta diferente dependiendo de la gravedad del hecho, ya que eso estará íntima-
mente vinculado a la peligrosidad del sujeto. En los delitos de bagatela o meno-
res, sin altos índices de riesgo, el imputado no cumple los niveles de peligrosidad
exigidos por la ley, por lo que generalmente ni siquiera se solicitarán por parte del
Ya en el ámbito del análisis empírico, otro aspecto que demuestra las falencias de
nuestra legislación en la materia dice relación con que en un 69% de los casos se
argumentó por los jueces de garantía la peligrosidad como fundamento de la apli-
cación de la medida cautelar privativa de libertad, lo que resulta del todo inex-
plicable considerando que en el 71% de los casos la decisión judicial no se apoyó
en un informe psiquiátrico, basándose el juicio de peligrosidad en valoraciones
subjetivas del juzgador en orden a proteger la seguridad de la sociedad, pudiendo
ser vista como una herramienta de control social, toda vez que el disponer la
privación de libertad del presunto enajenado mental sin contar con un informe
psiquiátrico que respalde el criterio, como se hace en la práctica, podría implicar
una posible vulneración de los principios de igualdad y del debido proceso.
Con los datos mostrados y la información analizada pareciera irse dibujando una
explicación del comportamiento delictivo que se aleja de las teorías clásicas del
positivismo para acercarse más a las teorías de la reacción social y, específicamen-
te, a la teoría del etiquetamiento, con ciertos matices, por cierto. En la noción
pura de la teoría, la atribución de un determinado comportamiento a un deter-
minado grupo de personas condiciona el comportamiento de la misma; así, el
etiquetado empieza a cumplir un rol atribuido socialmente en una especie de pro-
fesía autocumplida de lo que se espera de él. En el caso que se explica, esta atribu-
ción tiene su origen en que la sociedad, a través de los medios de comunicación,
por ejemplo, e incluso mediante las mismas instituciones del Estado, las cuales
poco a poco empiezan a encasillar a las personas que sufren trastornos mentales
como locos, los que de manera casi determinista son considerados peligrosos por
su participación en un acto de gravedad que implique un grave riesgo en caso de
repetición. Entonces, en una versión, pudiéramos decir, actualizada de este plan-
teamiento, el etiquetado se produce por lo que el sujeto hace o el hecho criminal
en el que participa y no por una atribución social pura, lo que si bien no explica el
origen de su comportamiento delictivo, sí dibuja un comportamiento esperado ya
no de parte del encausado, sino de parte del Estado en el juzgamiento de su com-
portamiento. Dicho de otra forma, la relación pareciera caminar así: un hecho
de relevancia social y gravedad, unido a una persona que posee trastornos que
pudieran significar una declaración de inimputabilidad, hacen nacer la noción
de peligrosidad inherente a él antes de determinar la certeza de su participación
en el mismo. Esta noción recién nacida de peligrosidad hace surgir un compor-
tamiento esperado por parte de los intervinientes en el proceso de juzgamiento,
de modo que la fiscalía solicita inmediatamente medidas de privación de libertad
y control del mismo; y del juez, quien deberá tener en consideración intereses de
protección de la sociedad como víctima del hecho para decretar medidas de con-
trol que incluso sobrepasen las herramientas que la propia ley le entrega.
del procedimiento, en virtud del artículo 458 del Código Procesal Penal, no es
óbice para la aplicación de medidas cautelares ordinarias, artículos 155 y 140 del
cuerpo legal mencionado, interpretación adoptada por la Corte Suprema en el
reciente fallo mencionado en este trabajo. La solución descrita implica dejar de
lado la alternatividad que existe entre la internación provisoria y la prisión pre-
ventiva como una especie de canje, ya que también se contaría con el catálogo del
artículo 155 del Código Procesal Penal, que permitiría, por ejemplo, en caso de
un presumible enajenado mental, decretar el arresto nocturno o el arresto total
en su domicilio, medidas mucho menos intensas que la internación provisional.
Si bien dicha interpretación no parece del todo ajustada a las normativas con-
tenidas en el Código Procesal Penal, es una solución posible atendida la escasa e
insuficiente legislación actual y, a todas luces, parece más adecuada que el decre-
tar una internación provisional en abierta contravención al texto legal expreso,
sin contar con un informe psiquiátrico que respalde el juicio de peligrosidad del
imputado.
Finalmente resulta claro y del todo necesario realizar las modificaciones legis-
lativas que permitan limitar el arbitrio judicial en la búsqueda del equilibrio de
intereses a que hemos hecho mención. Esto significa complementar la legislación
existente haciéndose cargo precisamente de este punto, estableciendo mecanis-
mos no solo efectivos, sino también claros, que limiten el actuar judicial y que
transiten en el camino, ya sea de protección de la víctima, como de sujeción al de-
bido proceso en este tipo de causas, que si bien no representan la mayoría de las
tramitadas en los tribunales del país, poseen un componente particular al tener
como protagonista un sujeto con especiales necesidades de protección.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
alto y bajo, técnica que fue complementada con doce actividades en que los parti-
cipantes representaron, como en una obra de teatro, situaciones definidas por el
equipo de investigación. En las entrevistas se consultó en detalle sobre las expe-
riencias cotidianas en el ejercicio de roles de autoridad y subordinación, mientras
que las representaciones fueron el espacio en que las personas pudieron hablar
desde su rol asignado, permitiéndose a sí mismas explicitar visiones y opiniones
polémicas o socialmente criticadas (y que de otra forma habrían sido omitidas
por los participantes).
En lo que se refiere a los contenidos del libro, Kathya Araujo reporta que incluso
desde el momento en que planeaba iniciar la investigación sobre la autoridad
enfrentó un triple desafío en los ámbitos conceptual, político y metodológico.
Fue un desafío conceptual por el poco desarrollo del tema en relación a su gran
relevancia, hasta el punto de encontrar contradicciones en la conceptualización
de la autoridad y en la persistencia de aspectos sin abordar de la misma. El de-
safío político consistió en elaborar en torno a la idea de la autoridad a pesar de
la disputa valórica y político-ideológica sobre su naturaleza, que ubica en dos
extremos opuestos a la noción de la autoridad como una garantía del orden, de
carácter positivo, o bien como una fachada más de la dominación. En el aspecto
metodológico emergió la dificultad de pensar en términos teóricos la autoridad
desde nuestra tradición social e histórica (chilena, latinoamericana), que difiere
muchísimo de la realidad y antecedentes de sociedades que, grosso modo, pueden
denominarse noroccidentales y centrales.
de los temas, no se abunda en largas citas, sino que se prefiere la síntesis de las
ideas de los autores y el apoyo en las palabras textuales surgidas de las activi-
dades participativas. Adicionalmente, la relativa independencia de los plantea-
mientos de cada capítulo permite al lector abordar las secciones de su interés sin
necesariamente haber pasado por todas las anteriores. Esto puede ser de especial
utilidad para quienes, por economía, buscan conocer más del problema de la au-
toridad en los distintos ámbitos sociales en que se investiga.
En los capítulos 3 y 4 se abordan los dos ámbitos sociales que, con base en la
evidencia recabada en la bibliografía del tema, son más sensibles a los cambios
y, al mismo tiempo, persisten como centrales en el problema de la autoridad: la
familia y el trabajo.
Si bien el capítulo 3, que trata sobre la familia, es del todo interesante, también
es cierto que su desarrollo se aparta un poco de los capítulos que le anteceden
y siguen. Esto debido a que se busca explicitar las tensiones que se originan en
un modelo de autoridad parental tradicional sometido a las exigencias de la vida
contemporánea, y que se ha transformado producto de una nueva dinámica social
y familiar que afecta el ejercicio de las autoridades materna y paterna, de forma
diferencial y no siempre equilibrada ni consensuada entre los sexos. Y en cambio,
al introducir la forma en que la autoridad —y, desde luego, el autoritarismo— in-
teractúa con las definiciones de la familia en cuanto espacio nuclear de despliegue
de los afectos, la investigación enfrenta al lector con un enfoque propiamente
sociológico, al que se agrega una perspectiva psicológica. Sin pretender resumir
en estas breves líneas todo el contenido del capítulo, es precisamente señalar
el giro en el afecto, entendido bajo el concepto de la afectivización de la familia
contemporánea, el que ha puesto en el centro de la vida familiar a los hijos, hasta
el punto que la familia misma se define a partir de ellos. Esto es enunciado como
una «torsión de la función de los hijos con respecto a los padres por parte de estos
mismos», que resulta en un traslado del núcleo relevante desde lo conyugal hacia
lo filial. Esta transformación permite entender, a modo de ejemplo y en alguna
medida, la verdadera avalancha de situaciones que debe conocer la justicia de fa-
milia, ya que sus temas siempre están atravesados por el afecto, o por la falta de
afecto, o incluso el odio, y en cualquier circunstancia este es el telón de fondo en
que se despliega la autoridad familiar y, por qué no decirlo, la autoridad judicial.
los trabajadores y el logro de las recompensas a ella asociadas, sino que también
es «un factor de alta exigencia para aquellos colocados en la posición de mando,
debido a la concentración de decisiones y la poca delegación que se fomenta».
Por otra parte, vivimos un momento en que las barreras que separan al mundo
público y el privado están cada vez más difuminadas por la tercerización de fun-
ciones especializadas, mediante la licitación y contratación de empresas externas
por parte de los organismos públicos. De esto surge una nueva duda: ¿Qué pasa
con la autoridad en el mundo del trabajo cuando este es desplegado por organiza-
ciones insertas en instituciones como las mencionadas? ¿Es posible ejercer una
autoridad alejada del autoritarismo si la institución pública que recibe los servi-
cios tiene un carácter verticalista que es parte de su esencia y función?
En un país que en los últimos años ha visto emerger con mucha fuerza a una ciu-
dadanía empoderada que busca profundizar la horizontalidad de las relaciones
dentro del orden democrático, se hace más importante que nunca el examen de
la autoridad y su puesta en jaque en los diferentes ámbitos de la vida social. El
libro El miedo a los subordinados. Una teoría de la autoridad, de Kathya Araujo, es
sin duda un aporte en el necesario debate y reflexión sobre la compleja red de
vínculos sociales en que nos toca vivir.
ACERCA DE LA REVISTA
La revista Nova Criminis. Visiones Criminológicas de la Justicia Penal es una
publicación semestral editada por el Centro de Investigaciones Criminológicas
de la Justicia Penal, perteneciente a la Facultad de Ciencias Jurídicas y Socia-
les de la Universidad Central de Chile.
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El consejo editorial acoge trabajos científicos referidos a investigaciones o
estudios relativos al área de la criminología y de la justicia penal. En consi-
deración al carácter de revista especializada en criminología, no se publican
trabajos de contenido puramente dogmático penal.
DE LOS AUTORES
Solo se recibirán trabajos de investigación originales e inéditos que no hayan
sido presentados para su publicación en otra revista o editorial en forma si-
multánea.
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académicos, evaluadores externos independientes del comité editorial, y de
la identidad o institución editora de la revista, bajo el sistema de doble ciego.
El proceso de evaluación será de carácter anónimo para los evaluadores. La
evaluación considerará lo siguiente:
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cinco palabras clave en español e inglés.
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electrónico y filiación académica y/o institucional, indicando ciudad y país.
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los tamaños y tipografías.
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Para insertar la citación en el texto se debe incluir apellido del autor y año de
la publicación. Ejemplos:
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Si la obra tiene entre tres y cinco autores, se citarán todos la primera vez y en
adelante el apellido del primer autor seguido de et al.
Para libros de más de seis autores, se citará solo el primer autor seguido de
las siglas et al., en el texto, sin perjuicio de incluir todos los autores en la bi-
bliografía final.
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El listado de referencias irá al final del trabajo. Debe ordenarse alfabéticamen-
te por apellido del autor y se guiará por las siguientes indicaciones básicas:
a) Un libro:
Apellidos, Iniciales del autor (Año de publicación). Título del libro en cursivas.
Lugar de publicación: Editorial.
Ejemplo:
Wacquant, L. (2001). Parias urbanos: Marginalidad en la ciudad. Buenos Aires:
Manantial.
Ejemplo:
Torres, C. (2010). Ámbito y competencia del médico forense: la víctima desde
el punto de vista médico forense. El informe médico forense. En A. Rubio
(ed.), Victimología forense y derecho penal (pp. 11-48). Valencia: Tirant Lo
Blanch.
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NORMAS EDITORIALES
Ejemplo:
Pantoja, A. (2012). Recordando el futuro. La construcción de imaginarios so-
bre el futuro en la ficción cinematográfica. Revista Comunicación, Nº10,
787-799.
Ejemplo:
Oxman, N. (2012). Aspectos político-criminales y criminológicos de la crimi-
nalización de la posesión de pornografía infantil en Estados Unidos de
Norteamérica. Revista Política Criminal, [en línea] vol. 6, Nº12. Disponible
en: http://www.politicacriminal.cl/Vol_06/n_12/Vol6N12A2.pdf
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Wacquant. L. (2001). Parias urbanos: Marginalidad en la ciudad. Buenos Aires:
Manantial.
Example:
Torres, C. (2010). Ámbito y competencia del médico forense: la víctima desde
el punto de vista médico forense. El informe médico forense. En A. Rubio
(ed.), Victimología forense y derecho penal (pp. 11-48). Valencia: Tirant Lo
Blanch.
c) For journals:
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Example:
Pantoja, A. (2012). Recordando el futuro. La construcción de imaginarios so-
bre el futuro en la ficción cinematográfica. Revista Comunicación, nº 10,
787-799.
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Example:
Oxman, N. (2012). Aspectos político-criminales y criminológicos de la crimi-
nalización de la posesión de pornografía infantil en Estados Unidos de
Norteamérica. Revista Política Criminal, [en línea] vol. 6, nº 12. Retrieved
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