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Grandes protagonistas

de la humanidad

ISADORA
DUNCAN
Grandes protagonistas
de la humanidad

ISADORA
DUNCAN

EDITORA CINCO S.A.


Copyright © 1985, EDITORA CINCO S. A.
Edición exclusiva para Colombia, Venezuela y Ecuador.
Copyright © Ediciones Urbión S. A., para la presente edición.

Editora Cinco S. A. Calle 61 No. 13-23, Piso 7o.


Conmutador: 285 62 00 - Apartado Aéreo: 15188
Télex: 44883 - Bogotá, D. E., Colombia.

Autora de la biografía: Natacha Molina.

ISBN 958-9018-00-9 (Obra completa)


ISBN 958-9018-06-8

c
CARVAJAL S.A.
Impreso en Colombia
Printed in Colombia
INTRODUCCIÓN

P EREGRINOS de la ilusión, un buen día —el


año no hace al caso— llegan a Atenas unos
viajeros, unos turistas excepcionales, con sed
de tradición, decididos a bañarse en las puras
aguas del clasicismo y de la mitología helénica...
La apiñada familia Duncan cree haber encontrado
su particular Monte Tabor y proyecta levantar allí
su tienda para preparar y gozar de su propia trans-
figuración. El proyecto no estaba basado sobre ci-
mientos sólidos y el edificio apenas llegó a ser poco
más que unos planos y un solar porque los dineros
eran tan necesarios como escasos. Es una anécdota
que define una forma de ser, una entrañable for-
ma de utopía. Hubo de abandonarse la idea pero
no se puede hablar de fracaso; la ilusión puede
quebrarse pero nunca será un intento fracasado.
Otro día de otro año que tampoco viene al caso se
produjo la tragedia... La cámara se recreó en la
secuencia. Se consumieron metros y metros de pelí-
cula haciendo flotar al viento aquel largo foulard
vaporoso hasta que uno de sus extremos fue a
prenderse en una de las ruedas traseras del Bugat-
ti. En un instante, por efecto de la velocidad del

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automóvil, el otro extremo del foulard se anudó I
traidoramente alrededor del cuello de la pasajera...
La tragedia fue en el Paseo de los Ingleses de la RASGOS ESENCIALES
playa azul de Niza. Era un 14 de septiembre de
1927, cuando ya los felices años veinte estaban lla-
mando a las puertas de los difíciles años treinta.
Isadora estaba viviendo la plenitud del medio siglo
de una existencia en lucha permanente con lo con-
vencional, con el «así ha sido siempre».
La vida se le fue a Isadora Duncan en plena ca-
rrera, como al vuelo. Y aquella muerte fue la ré-
plica perfecta de su vida, que transcurrió en aloca-
da movilidad del cuerpo y del alma, una carrera
por etapas, contra reloj y contra lo establecido, una
vida hecha de pasión humana y de pasión artística.
Y como obedeciendo a esa misma ley del movi-
miento continuo, por su vida fueron pasando los
amantes, los amigos y los enemigos, los mecenas,
los padres de sus hijos, los compañeros de su arte,
los empresarios, un marido alucinado, los escena-
L A danza fue seguramente la primera expre-
sión de tipo colectivo, la primera respues-
ta organizada, ritual, del hombre frente a
la Naturaleza.
Los más prehistóricos grabados y pinturas en
rios de Europa y de América, las desgracias y los cuevas nos hablan ya de este arte natural, impulsi-
golpes de fortuna, los proyectos y los desalientos. vo, en el que todo el organismo sincronizado por
medio de unas leyes, una especie de liturgia, res-
pondía a la celebración de una ceremonia, una sali-
da para la caza, una puesta de sol, o más tarde, un
nuevo ciclo agrícola.
Quizá por esta antigüedad, la danza es una de las
artes que más han evolucionado. Y esa evolución
es, sin duda, la que ha conseguido un puesto más
elevado de expresión a base de esquematismos, abs-
tracciones, etc. En una palabra, la tradición de la
danza obliga al ejecutante a una perfección y a un
aprendizaje tan severo que difícilmente ninguna de
las otras artes se le puede comparar en este aspec-
to.
Y es fácil comprobarlo. Hoy día, las grandes aca-
demias, los graneles centros culturales donde se cul-
tiva la expresión más pura de nuestro cuerpo, la

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expresión plástica del mismo, encierran, bajo el pe- llamaba Isadora Duncan, y su arte expresaba un
so de la tradición, un severo trabajo. nuevo concepto, que en un principio fue muy difí-
Hay muchas técnicas que aprender, muchas ex- cil de captar para la gran mayoría de sus contempo-
presiones que interpretar, muchas teorías que expli- ráneos.
car y aplicar destinadas a que el organismo sea un Quizá por ello, la trayectoria de Isadora fuera
instrumento obediente y sumiso, elástico y rápido, desde las minorías a las masas. En un principio,
sincronizado y presto a interpretar las emociones fueron las élites las únicas que estaban preparadas,
que cruzan nuestro cerebro. o más bien, próximas a entenderla; pero más tarde
Y curiosamente, a finales del siglo XIX y princi- fue el gran público quien entendió maravillosamen-
pios del XX, la época en que Isadora comienza su te el arte o la danza libre, por llamarla de alguna
tenaz peregrinación a tierras de la belleza, el viejo forma, de Isadora Duncan.
mundo conoce una de las resurrecciones más felices Los bailarines clásicos, respetando la tradición,
y triunfantes del arte de la Danza. innovaban con su sentido personal las técnicas de
Los grandes maestros de la música, desde los clá- siempre. Así, la Pavlova, que parecía flotar en el
sicos a los románticos compositores como Bach, aire, la mujer más etérea que haya pisado los esce-
Beethoven, Mozart, Tchaikovsky, fueron los gran- narios. De igual forma, Nidjinsky, que gracias a su
des precursores de este renacimiento. Las Acade- fortaleza física y a su gran inspiración era capaz de
mias de Danza, como las de Rusia, Berlín, París... atravesar un escenario de un sólo salto, componien-
habían conseguido interpretar con enorme plastici- do una figura que parecía sobrenatural.
dad, hacer visible esa dicha o esa tragedia que las Pero para realizar estas innovaciones, para alcan-
notas musicales encierran para nuestros oídos. zar personalidad en tan difícil arte, hacía falta ser el
El ballet clásico, de precisa belleza, había llegado mejor en el dominio de la técnica.
en esa época a una de las cumbres más altas que ha Y este fue el primer obstáculo con el que se en-
conocido. El mundo entero sabía de esos bailarines, contró Isadora Duncan, en sus comienzos como
salidos de la Escuela Imperial de Ballet de Rusia. danzarina. Los críticos de teatro ponían el grito en
Figuras como Nidjinsky, Pavlova, Korsavina, ac- el cielo. ¿Cómo es posible que una mujer pretenda
tuaban en todos los teatros, impulsando poderosa- bailar sin tener antes un dominio total sobre las
mente el viejo y antiguo arte de danzar. técnicas y la aplicación de las distintas escuelas?
Hubo incluso críticos que, con el paso de los
años, ya desaparecida Isadora de los escenarios y de
La revolucionaria de la danza la vida, juzgaron demasiado acremente este tipo de
arte, comentando que «era un tipo de expresión
Fue entonces cuando apareció, allá en San Fran- que nunca se tenía que haber dado en la escena».
cisco, una jovencita que quería revolucionar el arte Quizá por esto, Isadora se rebeló siempre contra
de la Danza. Los únicos instrumentos o técnicas el academicismo de las escuelas clásicas. Un poco
con que contaba para tan gigantesca empresa eran exageradamente ella, que tanto sentía la danza, acu-
amor por todo lo que hay en la Naturaleza, senti- saba a los profesores clásicos de someter a una tor-
miento, intuición, inspiración en una palabra. Se tura sin sentido a sus alumnos y alumnas, de crear

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piruetas muy próximas al títere y de cifrar todos los tura y las aficiones de la madre. En otras circuns-
objetivos en que una danzarina fuese lo más pareci- tancias, es obvio que los hijos aprenden en el am-
do a un pájaro o a un cisne, cuando podía ser mu- biente familiar lo que va a ser consustancial con su
chas otras cosas. Ella misma cuenta que el primer manera de ser. Pero en las condiciones de los Dun-
profesor de arte que tuvo quedó atónito ante su can no sólo fue así, sino que el desinterés de la
negativa a ponerse sobre las puntas de los pies por- madre por las cosas materiales se complementaba
que le parecía ridículo hacerlo y cruel que se lo de singular forma con su afición musical y su gran
mandaran. cultura referente a casi todos los grandes poetas.
¿En qué se basaba entonces el arte de Isadora? La No es tan difícil empezar a reconstruir el arte de
respuesta es tan simple como puede serlo en nues- Isadora a partir de estos primeros datos. Su madre
tros días el saber el origen de la Danza. Isadora era una persona que pasaba el día tocando el piano
vivió en pleno contacto con la Naturaleza. Nació a y declamando poemas de los más consagrados vates
orillas del mar y en su infancia, todo lo que no de todas las épocas. Y no era locura. Cuando había
fuera Naturaleza le estuvo vedado: todo lo demás algo que comer —pues los padres de la Duncan
costaba dinero. De lo único que podía disponer era estaban separados y el padre no sostenía a la fami-
de su imaginación y de la contemplación de los lia—, se abría el piano para celebrarlo. En caso con-
fenómenos naturales: el mar, el viento, la lluvia. Y trario, en lugar de buscar algo con que alimentarse,
no es exageración; el lector tendrá ocasión de com- el piano se abría como consuelo. Toda una filoso-
probarlo a lo largo de las páginas que siguen. fía, llevada a la práctica.
Isadora, por su parte, crecía a los acordes de ese
piano y al ritmo de esas estrofas. Su única distrac-
Una madre muy especial ción, mirar... lo único que podía hacer era mirar y
asomarse al grandioso océano Pacífico, lleno de
Bien es verdad que no fue sólo eso. En la vida de promesas para la niña asombrada.
una persona, o mejor dicho, en la formación de la Lógicamente, su inspiración se asentó desde su
personalidad, intervienen otros elementos que des- primera infancia en la Naturaleza, la Música y la
pués se entremezclan entre sí con imprevistas in- Poesía. Hay que convenir en que estas tres cosas o
fluencias. Pero a posteriori sabemos que la madre «asignaturas» representan todo un curso de apren-
de Isadora ejerció sobre el futuro de todos sus hijos dizaje básico sobre la danza. Isadora no estaba
una influencia indudable: su desprecio, hasta nive- huérfana de escuela, como decían tantos críticos.
les increíbles, de los placeres no ya de ricos, sino «Para mí —decía Isadora— la Danza no es sola-
los más necesarios; su total ignorancia voluntaria mente algo que permite al alma humana expresarse
sobre lo que era la propiedad, y su falta absoluta de en movimiento, sino también toda una concepción
ese prejuicio que tanto daño ha hecho a la historia de la vida, más ágil y flexible, más armoniosa y más
del siglo XX, llamado vergüenza social, o dicho de natural, de acuerdo con los principios que rigen el
modo más familiar, «el que dirán», fueron definiti- mundo...»
vas cualidades en la formación de sus hijos. Son palabras de la danzarina, dichas en 1916, pe-
Por otra parte, también fueron definitivas la cul- ro sentidas desde su niñez, como estas otras:

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«Estudiad la naturaleza, contemplad la Natura- Pacífico y que cruzaba por las llanuras, la canción
leza, sentid la naturaleza y tratad de expresarla.» de las voces que un inmenso coro de niños, mozos,
Este era su consejo para comenzar a estudiar el hombres y mujeres elevaba a la democracia.
arte de la Danza. »Cuando leí este poema de Walt Whitman, yo
Y el resultado de este amor hacia la Naturaleza también tuve una visión: la visión de América bai-
fue que, cuando Isadora se presentó por vez prime- lando una gran danza que sería la expresión digna y
ra ante el público más especializado, primero en paralela del canto que Walt oía cuando oía cantar a
Nueva York, luego en Londres, en París más tar- América.
de..., la crítica la saludó como una «restauradora de »Esta música tendría un ritmo tan poderoso co-
las danzas de la antigua Grecia». mo la alegría, la vibración y la ondulación de las
En cierto modo esto era verdad. Más tarde, ya en Montañas Rocosas. No tendría nada que ver con la
París, estudiaría a fondo todas las corrientes y las jácara sensual del ritmo del jazz; sería como la vi-
investigaciones que sobre el teatro y la danza griega bración del alma americana, subiendo a las alturas,
se hicieron. Pero al llamarla así, en los primeros luchando por una vida armoniosa. Esta danza que
tiempos, cuando sus influencias eran bien distintas, yo soñaba no tenía ningún vestigio de foxtrot ni de
lo único que se estaba probando de manera feha- charleston; sería el brinco del niño que escala las
ciente era que Isadora había «regresado» o había alturas, hacia lo por venir, hacia una gran visión de
vislumbrado por inspiración la cuna misma de la la vida, hacia una nueva expresión de América.
danza, o al menos el arte en su forma más pura y »Me sonreía irónicamente cuando oía hablar del
primitiva. origen de mi danza griega, pues el origen de mi
danza lo encontraba yo en los relatos que me con-
taba mi abuela, irlandesa, de la época en que cruzó
Voces de América en un carro de toldo, con mi abuelo americano, en
1849, la llanura americana.
Las influencias de Isadora eran puramente ameri- »Ella tenía dieciocho años y él veintiuno, y su
canas. Era la nueva voz de América, que corría primer hijo nació en aquel carro durante un comba-
pareja a la del genial poeta Walt Whitman, la que se te famoso contra los pieles rojas. Mi abuela nos
expresaba a través de ese nuevo arte —tan antiguo— contaba que los indios fueron, por fin, derrotados,
que Isadora propuso al mundo, a principios de y que mi abuelo, con un fusil humeante en la mano,
este siglo. asomó su cabeza por la puerta del carro para salu-
Transcribamos un pasaje de sus Memorias, donde dar la llegada del recién nacido.
la danzarina relata cuáles fueron sus influencias y »Cuando recalaron en San Francisco, mi abuelo
cuáles sus visiones para el futuro de la danza en construyó una de. las primeras casas de madera. Yo
América: recuerdo haber visitado esa casa siendo muy niña.
«En un momento de profético amor hacia Amé- Mi abuela, pensando en Irlanda, cantaba canciones
rica, Walt Whitman dijo: "Oigo a América cantan- irlandesas y bailaba jigas de su patria, pero presumo
do." Y yo me imagino la canción potente que Walt que en aquellas jigas irlandesas había algo del espí-
oía, una canción que brotaba de las olas salvajes del ritu heroico de los precursores y de la lucha contra

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los pieles rojas, probablemente algo de los gestos de mayoría. Pero algún día se desbordará por la exten-
los mismos pieles rojas y un poco de "Yankee sión de toda la tierra, caerá como una lluvia de los
Doodle", que mi abuelo, el coronel Thomas Gary, espacios celestes y América tendrá su expresión en
cantaba a su vuelta de la guerra civil. Mi abuela una especie de música titánica, que dará forma ar-
llevaba todo esto a su peculiar jiga irlandesa, y por mónica al caos. Los muchachos bailarán al ritmo de
ella misma lo supe. A esos bailes añadí yo mi pro- esa nueva música, en una expresión de fuerza y de
pia aspiración de joven americana, y finalmente mi belleza como no ha conocido todavía ninguna civi-
concepción espiritual de la vida, tomada de los ver- lización.
sos de Walt Whitman. Y ved ahí el origen de lo que »Y esta danza no tendrá la coquetería insulsa del
llamaban mi Danza griega.» charlestón ni la convulsión sensual del negro. Será
clara. Veo a América bailando sosteniéndose con
un solo pie sobre la cima de las Montañas Rocosas,
Injertos para mejorar la especie y con las dos manos extendidas del Atlántico al
Pacífico, con su fina cabeza ondeando en el cielo y
Estos orígenes fueron como el árbol robusto de su frente luminosa con una corona de un millón de
raíces profundas en el que Isadora injertó retoños estrellas.
nutridos con savia europea, con el afán de crear una »¡Qué grotesco me parece que se estimule en
danza típica de América. América la escuela de la pretendida cultura física,
«Este fue el origen, la raíz; y luego, al llegar a de gimnasia sueca y de ballet! El tipo del verdadero
Europa, tuve tres grandes maestros, que fueron los americano no será nunca el de un bailarín de ballet.
tres precursores de la danza de nuestro siglo: Beet- Sus piernas son demasiado largas, su cuerpo dema-
hoven, Nietzsche y Wagner. Beethoven creó la siado ágil y su espíritu demasiado libre para esta
danza en ritmos potentes; Wagner en forma escul- escuela de gracia afectada y de pasitos sobre las uñas
tural; Nietzsche, en espíritu. Fue el primer filóso- de los pies. Es notorio que todas las bailarinas de
fo danzarín. ballet son mujeres menudas con los miembros pe-
»Me pregunto con frecuencia dónde estará el jo- queños. Una mujer alta y delgada no bailará nunca
ven compositor americano que oiga el mismo canto el ballet. La imaginación más desbordante no po-
que oyó Walt Whitman y que componga la música dría imaginarse a la diosa de la Libertad bailando
verdadera del baile americano. Sin ritmos de jazz, ballet. ¿Por qué, pues, aceptar esta escuela en Amé-
sin ritmos de cintura abajo, sino del plexo solar rica?»
hacia la bandera estrellada del gran cielo que domi- No cabe duda de que muchas de las afirmacio-
na las llanuras y las montañas nevadas, desde las nes que acabamos de leer, aparte de estar henchidas
Montañas Rocosas al Atlántico. de una equívoca visión de la América futura, y de
»Me parece monstruoso que alguien crea que el tes inflamadas efusiones de patriotismo de la Dun-
ritmo de jazz expresa a América. La música de can, están llenas de grandes verdades. Enemiga del
América tiene que ser totalmente distinta. Está por allet clásico, lo era también de las actividades de-
escribir. Ningún compositor ha apresado este ritmo portivas que conducían a él, como la gimnasia sueca
de América, que es demasiado potente para la a cultura física, que por entonces se pensaba eran

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la expresión de los miembros, una asignatura obli- dos los aspectos. La verdad es que la Duncan fue
gada para dar «esos pasitos encima de las uñas», una persona bastante culta, con mucho rigor a la
que tan crudamente criticaba Isadora. hora de interpretar sus danzas, animada de una ins-
Pero, aparte de estas digresiones, lo que nos inte- piración muy fuerte y dominada por la pasión en
resaba eran esas fuentes de donde Isadora había todos sus actos.
bebido su peculiar arte. Y como decíamos al princi- El amor, para Isadora, era la contemplación de la
pio, en el fondo no era en Grecia, sino en la nueva belleza, y no hacía nada por sustraerse a esa visión.
América, esa América de Abraham Lincoln, que En esto, únicamente, iba en contra de las ideas mo-
todavía creía en la Democracia y en la Libertad de rales que sobre el amor imperaban en su tiempo.
los pueblos. Pero en cualquier rostro que viera despuntar la se-
Sería mucho más tarde, en Londres, donde a la renidad de la belleza, la inteligencia, o el arte, Isa-
sombra del inmenso caudal que contiene el British dora volcaba su amor, con toda la sinceridad de la
Museum, Isadora aprendería profundamente en la pasión que la animaba. Esto está muy lejos de lo que
estutuaria griega, en los vasos y bajorrelieves. Y entendemos por frivolidad.
más tarde, después de Londres, París y parte de Sin embargo, los amores que la sustentaron du-
Italia, tendría ocasión de comprobar que en el mis- rante toda su existencia, llevaron a su vida la trage-
mo pueblo griego era tomada como un símbolo de dia. Es curioso contemplar esa especie de maleficio
la belleza y el arte helénicos.
que acarreaba Isadora a todos los amantes que tu-
vo. Al contacto del amor seguía, invariablemente, el
fruto de la desgracia, como si un sino la persiguiera
Amor y arte sin frivolidad inexorable.
El primero de sus amores fue con el polaco Mi-
Hasta aquí, el arte de Isadora. Pero hay una faceta rovsky, pintor y poeta, un ser pusilánime, que se
en su vida, tan importante como el arte, o fusiona- vio arrebatado, después de tantos fracasos, por su
da con él, indispensable para comprender a la artis- idilio con Isadora. Cuando se separó de ella se en-
ta: nos estamos refiriendo al amor. roló como voluntario en las fuerzas norteamerica-
«Algunas veces —cuenta Isadora— se me ha pre- nas que llegaron a Cuba para luchar contra los es-
guntado si creía que el amor estaba por encima del pañoles; encontró la muerte en el campo de batafla.
arte, y yo invariablemente he contestado que no Después de este amor con el pintor polaco, Isa-
podía separarlos, porque el artista es el amante úni- dora se relacionó con todo aquel hombre que le
co, el solo amante que posee la visión de la belleza
inspiraba belleza o arte. Hay en su primer período
más pura, y el amor es la visión del alma al contem-
plar la belleza inmortal...» de recitales nombres muy importantes a su lado.
Todos relacionados, no ya con el arte indirecta-
Mucho es lo que se ha dicho en contra de la mente, sino directamente con la creación, o lo que
concepción del amor de la bailarina. Incluso, en es lo mismo, con la inspiración. Así, una larga lista
una de las últimas obras que se han hecho sobre su
de personajes, poetas y músicos en su mayoría, co-
vida, una película relativamente reciente, se nos
presentaba a una Isadora demasiado frivola en to- mo Douglas Ainslie, en Londres, Charles Hall,
también en Londres y en París después, Charles
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Nouflard, Beregi en Budapest, al poeta Henrich Fiel a la amistad
Thode en Bayreuth. Pero de entre todos estos artis-
tas, sólo dos alcanzaron la cima de lo que Isadora Y no sólo en el amor era fiel Isadora, sino tam-
pensaba que era el amor: el poeta Gordon Craig y bién en la amistad, respetándola hasta extremos in-
el pianista Walter Rummel, que llevó finalmente la creíbles. Hay una anécdota en su vida que define
mayor desesperación al corazón de Isadora al ena- muy bien esta fidelidad, tan original o particular-
morarse apasionadamente de una de sus discípulas. mente entendida por Isadora.
Dentro de tal vorágine de arte y amor, destaca Se trata de las relaciones amistosas que mantuvo
curiosamente su largo idilio con el conocido indus- con la genial actriz italiana Eleonora Duse, una
trial Singer, con el que conoció períodos de paz y mujer que no dudó en ayudarla intensamente en la
felicidad que pocas veces se volverían a repetir en la mayor tragedia de su vida, la muerte de sus dos
vida de la bailarina. Sin embargo, fue a este hom- hijos.
bre, de todos los que conoció intensamente, a quien Pues bien, Eleonora Duse vivió casada con el
menos amó, y el idilio se explica por otras razones poeta Gabriel D'Annunzio, pero no mucho tiem-
—entre ellas económicas— distintas de las que ha- po, porque el escritor italiano fue una de las perso-
bitualmente guiaban a Isadora. nas más deseadas por las mujeres que se recuerde
Finalmente, el último hombre bien amado de su en la historia de las letras.
vida fue el poeta ruso Essenin, con el que mantuvo De hermoso rostro, aureoleado por una especie de
una violenta convivencia debido al desequilibrio magnetismo, portador de esas señales evidentes de
que ya por entonces afectaba al genial poeta ruso, la inteligencia en todos sus rasgos, D'Annunzio ha-
que acabó suicidándose. cía la corte a todas las mujeres hermosas que se
Pero bien puede decirse que en todos estos amo- encontraba.
res Isadora arriesgó sobre el tapete lo más hondo de Tenía fama de ser una especie de don Juan irre-
su personalidad, de su sinceridad, y sólo en muy sistible para ellas.
pocas ocasiones se acercó al amor con espíritu de Pues bien, Isadora conoció a D'Annunzio cuan-
frivolidad. «La fidelidad —dice Isadora—, con todo do ya éste estaba separado de Eleonora Duse. Por
lo que de mí se ha dicho, es uno de los rasgos fun- su parte, Isadora aún no conocía personalmente a la
damentales de mi carácter». Duse; solamente la había visto actuar en varias oca-
Sólo amaba lo que estimaba que debía ser amado, siones, quedando maravillada de la capacidad de
y cuando lo hacía, y mientras duraba esa inspira- interpretación de la gran actriz. Eso sólo, la admi-
ción de amor, realmente la fidelidad de Isadora no ración por su arte, fue lo que impidió a Isadora
conocía límites. Muchas veces, a pesar de saber que tener relaciones con D'Annunzio, quien hizo todo
el hombre que vivía junto a ella no le era fiel en lo posible por conquistarla. Hay un pasaje de sus
absoluto, como sucedió frecuentemente con el poe- Memorias que merece la pena trascribir por la gra-
ta y escenógrafo Gordon Craig, del que Isadora cia que encierra:
dice que «aprovechaba todas las ocasiones que se le Durante muchos años tuve prejuicios contra Ga-
presentaban por su belleza, para entregarse a amo- briel D'Annunzio, debido a mi admiración por la
res fáciles y sin significado». Duse, a quien yo creía que no había tratado bien, y

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me negué a conocerle. Un amigo mío me decía con- alumbraba los pies, y cuando avanzaba solemne-
tinuamente: mente para hacer lo mismo con la vela colocada
—¿Puedo traer a D'Annunzio para presentárselo? sobre su cabeza, se levantó, haciendo un tremendo
Y yo le contestaba: esfuerzo de voluntad.
—No, no quiero, porque le trataría mal si me lo Lanzando un trementdo grito de terror, huyó del
presentaran. estudio, mientras el pianista y yo, sin poder contener
Pero a pesar de mis protestas, se presentó un día la risa, nos abrazamos como locos.
con D'Annunzio. La segunda vez que resistí a D'Annunzio fue en
Aunque no le había visto nunca, al hallarme Versalles. Le invité a cenar en el Trianon Palace
en presencia de aquel ser extraordinario de luz y Hotel. Era a los dos años de la broma que he relata-
magnetismo, no pude menos de esclamar: do. Subimos en mi automóvil:
—Soyez le bienvenu; comme vous étes char- —¿ Quiere usted que demos un paseo por el bos-
mant! que antes de almorzar? —le dije.
Cuando D'Annunzio hace el amor a una mujer, —Con mucho gusto: es usted encantadora.
la envía todas las mañanas un pequeño poema con Llegamos en el automóvil hasta el Florest de
las flores aludidas en sus versos. Y en efecto, todas Marly, donde dejamos el coche para entrar solos en
las mañanas, a eso de las ocho, recibía yo esas flores, el bosque.
y tuve fuerzas para sostener mi heroico impulso. Estuvimos vagando un rato; luego propuse:
Una noche —entonces tenía un estudio cerca del —Ahora regresemos a almorzar.
Hotel Byron— D'Annunzio me dijo con su peculiar Pero no podíamos encontrar el automóvil. Pen-
acento: samos ir a pie hasta el hotel Trianon, y en efecto,
—Iré a verla mañana a las doce. nos pusimos a pasear y a pasear, y no encontrába-
Estuve todo el día preparando el estudio con un mos la puerta.
amigo. Lo llenamos de flores blancas y de azucenas, Por último D'Annunzio empezó a gritar como un
las flores que se emplean en los funerales, y lo alum- chiquillo:
bramos con centenares de velas. D'Annunzio quedó —Quiero almorzar, quiero almorzar. Yo tengo
ebloui ante la iluminación de mi estudio, que pare- un cerebro y este cerebro necesita ser alimentado.
cía una capilla gótica, con todas aquellas velas en- Cuando tengo hambre, no puedo andar.
cendidas y todas aquellas flores blancas. Entró, le Le consolé como pude, y encontramos por fin la
recibimos, y le llevamos a un diván lleno de cojines. puerta. En el hotel, D'Annunzio se tomó un magní-
Primero bailé, luego le cubrí de flores y puse mu- fico almuerzo.
chas velas a su alrededor, mientras iba y venía al La tercera vez que resistí a D'Annunzio fue años
ritmo de la Marcha Fúnebre de Chopin. más tarde, durante la guerra. Fui a Roma y me
Gradualmente, una por una, fueron consumién- hospedé en el hotel Regina. Por una casualidad.
dose todas las velas, y sólo quedaron encendidas las D'Annunzio tenía la habitación contigua. Cenaba
que estaban sobre su cabeza y a sus pies. Parecía un todas las noches con la marquesa Casatti, y una de
hipnotizado. Entonces, moviéndome todavía suave- las noches me invitó a mí.
mente al ritmo de la música, cogí la luz que le Entré en el palacio y me senté en la antecámara

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para esperar la llegada de la marquesa. De repente
oí las más violentas frases del lenguaje más vulgar
que puedan ustedes imaginarse, dirigidas todas con-
tra mí. Miré a mi alrededor, y vi a un loro verde,
que no estaba encadenado. Me marché a otro salón
cercano, donde continué esperando a la marquesa, y
de repente surgió otro ruido: era un bull-dog blan-
co, que tampoco estaba encadenado.
En vista de lo cual, me fui a otro salón contiguo.
Un salón tapizado con espesas alfombras, y en cuyas
paredes había cueros muy tupidos. Me volví a sen-
tar en espera de la marquesa, y un sonido silbante
me sorprendió de nuevo. Dirigí la mirada al lugar
de donde salían los silbidos, y me encontré con una
serpiente venenosa, encerrada en una jaula, coloca-
da en el extremo de la habitación.
No tuve más remedio que marcharme a otro
salón próximo, a un salón que estaba adornado con
pieles de tigre y en el cual había un gorila que me
enseñaba los dientes. Me fui a otra habitación, que
era el comedor, y allí me encontró con el secretario
de la marquesa. Por último bajó la marquesa vesti-
da con un pijama dorado y transparente, y le dije:
—Veo que le gustan a usted los animales.
— O h , sí, los adoro, y especialmente a los monos
—contestó mirando a su secretario.
Por muy extraño que parezca, tras este excitante
aperitivo, la cena se celebró dentro de la mayor
formalidad.
Al terminar la comida, nos fuimos con un oran-
gután a otro salón, y la marquesa mandó llamar a
su echadora de cartas, que nos predijo nuestros des-
tinos.
Y entonces llegó D'Annunzio. D'Annunzio es
muy supersticioso y cree en todos los quirománticos
y echadores de cartas. La de la marquesa le dijo
cosas extraordinarias.
Isadora Duncan con sus hijos, Devidre y Patrick. (Dibujo de
—Usted volará y hará hazañas terribles. Se caerá José Ciará.)

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usted y estará a dos dedos de la muerte, pero vence-
rá usted a la muerte y vivirá usted su gran gloria.
A mí me dijo:
—Usted va a despertar en las naciones una nueva
religión y fundará usted templos en todo el mundo.
Tiene usted la protección más extraordinaria, y,
aunque le ocurrirá un accidente, los ángeles la guar-
darán. Vivirá usted mucho tiempo, vivirá siempre.
Al terminar esta sesión, regresamos al hotel.
D'Annunzio me dijo:
—Voy a ir todas las noches a las doce a su cuar-
to. He conquistado a todas las mujeres del mundo,
pero tengo que conquistar a Isadora.
Y todas las noches venía a las doce a mi cuarto.
Y yo me decía: Voy a ser la única mujer del
mundo que resista a D'Annunzio.
Me contaba las cosas más extraordinarias de su
vida, de su juventud y de su arte.
—Isadore, je n'en peux plus! Prends moi, prends
moi!
Estaba tan sorprendida por su genio, que en
aquellos momentos no sabía nunca lo que hacía y le
acompañaba dulcemente a su habitación. La cosa se
repitió por tres semanas, al cabo de las cuales, me
encontré tan trastornada que decidí ir a la estación
y tomar el primer tren.
D'Annunzio me preguntaba frecuentemente:
—Pourquoi ne peux-tu pas m'aimer?
—A cause de Eleanora.
En el hotel Trianon, D'Annunzio tenía un pez
dorado, que era su gran amor. Estaba en una jarra
de cristal, y D'Annunzio le daba de comer y le
hablaba. El pez agitaba sus aletas, y abría y cerraba
la boca como si quisiera contestar al poeta.
Un día pregunté al maitre del hotel Trianon:
—¿Dónde está el pez de D'Annunzio?
—¡Ah señora, es una triste historia! D'Annunzio
se fue a Italia y nos dijo que tuviéramos mucho

27
cuidado. «Este pez de oro —fueron sus palabras— atrevido, lleno de sinceridad... y a veces con un
es mi amor y el símbolo de toda felicidad.» Solía poco de esa «pimienta» que los empresarios busca-
telegrafiarnos: «¿Cómo está mi querido Adolphus f» ban en las actuaciones de Isadora, en su primera
Un día Adolphus murió. Lo cogí y lo tiré por la época.
ventana. Pero entonces nos llegó un telegrama de La verdad es que fueron los mismos editores
D'Annunzio, que decía: americanos los que presionaron sobre la Duncan
«Examinen a Adolphus, porque no está bien.» —a cambio de una buena cantidad, naturalmente—,
Yo le mandé un radiotelegrama, donde a su vez para que ésta hiciese unas memorias que fueran
le decía: «comerciales», que fueran «devoradas» por el pú-
«Adolphus muerto última noche.» blico.
D'Annunzio contestó: Para el carácter de Isadora, que tantas veces
«Entiérrelo en el jardín. Arregle su sepultura.» había «jugado» a esas cosas, como en el caso de
Cogí una sardina, la envolví en papel de plata, la D'Annunzio, nada más fácil que escandalizar un
enterré en el jardín y puse en una cruz la siguiente poquito al gran público. Si querían picante, lo ten-
inscripción: «Aquí yace Adolphus.» DAnnunzio, al drían, pero con un sabor mucho más fuerte del que
regresar, me preguntó: «¿Dónde está la tumba de esperaban, con el sabor de la sinceridad, muy difícil
mi Adolphus?» Se la enseñé en el jardín, y bajó de digerir.
muchas flores y estuvo mucho tiempo llorando sobre De ahí que las Memorias sean un plato bastante
la tumba de su pez. fuerte en su versión original, pues las que se tra-
dujeron al francés iban sensiblemente recortadas, y
de este idioma se hizo una versión al español con
Memorias y otros escritos claras y extensas mutilaciones. Y de ahí también
que sobre Isadora cayeran desde las alturas de los
La anécdota de D'Annunzio, además de ofrecer- más puritanos toda clase de denuestos, sobre ella
nos el espectáculo, bastante fiel, de las frivolidades primero y sobre su arte después.
que flotan en los ambientes del gran mundo, de esa Pero lo cierto, aparte de la razón económica, es
especie de dolce vita que acompaña a los elegidos que Isadora aceptó escribir las Memorias en se-
de una época, patentiza además la fidelidad de una mejante estilo, que, por otra parte, nos parece el más
mujer hacia la amistad que sentía por la gran trágica hermoso, porque iba a ser el primero de los tres
italiana. volúmenes en el contase su vida (que son las únicas
Y si hacemos fuerte hincapié en todo esto, es Memorias), y dos tomos dedicados a su arte y a sus
porque alrededor de la Duncan se fraguó una actuaciones.
leyenda llena de malicia, languidez y lo que es peor, Pero ya el primer tomo, Mi vida, apareció como
de algo muy parecido a la prostitución. Nada más edición postuma de Isadora, que no había podido
falso. ni siquiera corregir las primeras pruebas de la pu-
Quizá lo que más haya contribuido a esta falsa blicación, que apareció muy poco tiempo después
imagen sea el hecho mismo del estilo en que están de su muerte.
escritas las Memorias de Isadora, un estilo muy Isadora dejó muchos escritos acerca de su arte, e
28 29
incluso de profundas concepciones filosóficas ela- II
boradas a partir de la danza, tal como la entendie-
ron los primitivos griegos. Muchos de estos tra- UNA ORIGINAL PUESTA EN ES-
bajos fueron publicados, y algunos de ellos, tam- CENA
bién, en el mismo año de su muerte, con el título de
Escritos sobre la Danza, cuyo material fue recopila-
do entre los diversos y fervorosos amigos de la
danzarina.
Una editorial de Nueva York se apresuró tam-
bién a publicar los que quizá son los mejores en-
sayos de Isadora sobre la danza.
Un colosal libro, lleno de dibujos y apuntes so-
bre la genial danzarina, en el que se recogían seis
ensayos: El bailarín y la Naturaleza, La Danza en
el futuro, Lo que debiera ser la Danza, El Movi-

H
ENOS aquí, después de tantos trabajos,
miento es vida, Belleza y ejercicio, La Danza y la en la sagrada patria de la Hélade! ¡Sa-
tragedia. La publicación era una especie de home- lud, olímpico Zeus! ¡Y Apolo! ¡Y
naje a la artista. Y realmente, no puede haber otro Afrodita! Preparaos, oh musas, a bailar de nuevo,
mejor, para dejar constancia, sólo por esas páginas, porque nuestros cantos despertarán a Dionysos y a
de que Isadora Duncan fue ciertamente una mujer las bacantes dormidas...!»
de genio, intelectual y culturalmente muy bien pre-
parada y con un sentido interpretativo de la danza Con estas palabras, recogidas por Isadora en sus
original y profundo. Memorias, saludaron los componentes de la familia
Duncan su llegada a Grecia. Y cuenta la danzarina
que, nada más poner los pies en tierra firme, ella y
su hermano Raimundo, emocionados, se arrodilla-
ron ceremoniosamente y besaron el suelo griego,
ante la mirada un poco atónita de los lugareños,
que no acertaban a comprender del todo a tan exal-
tados viajeros, que, en voz alta, ora declamaban
versos de Byron, ora conjuraban en la forma clásica
de los antiguos dioses.
Isadora ya estaba consagrada como una gran
danzarina, y su fama se había extendido por todo el
mundo, cuando decidió, en compañía de su familia,
viajar a las «fuentes» de su inspiración, a tierra
griega.
Esta incursión hacia el pasado es una buena
muestra de la apasionada existencia de todos los
30 31
familiares de Isadora. Una especie de mística locura »E1 sol se elevaba por encima del monte Pentéli-
que desde la más temprana infancia les había incul- co, revelando su maravillosa claridad y el esplendor
cado la madre. de sus flancos marmóreos, brillantes por los rayos
solares. Llegamos al último escalón de los propileos
y admiramos el templo, iluminado por la luz mati-
Locura clásica de los Duncan nal... como si nos hubiésemos puesto de acuerdo,
se hizo el silencio... nos separamos unos de otros,
El comienzo de este viaje a Grecia ya había teni- levemente ...era una belleza demasiado sagrada para
do la impronta de la locura, pues Isadora y su her- las palabras... nuestros corazones latían animados
mano Raimundo lo decidieron en pocos minutos. por un extraño terror, difícil de explicar ...ni gritos
Viajarían hasta la Acrópolis, pero no a la manera de ni abrazos. Cada uno de nosotros había encontrado
los grandes turistas —y tenían dinero suficiente pa- el punto supremo de adoración y permaneció horas
ra hacerlo— sino al modo de los antiguos peregri- enteras en un éxtasis de meditación del que salimos
nos, en pequeñas embarcaciones, hasta pisar suelo medio destrozados y debilitados.»
griego y, desde allí, andando, irían hasta la Acrópo- No es extraña esta fatiga en quienes comenzaron
lis... Querían saborear bien todos los mitológicos a subir de noche los promotorios sagrados y fueron
rincones de la historia clásica. Sentir intensamente sorprendidos por la aurora ante el templo de Mi-
la atmósfera, las puestas de sol, el rostro de los nerva. Pero sobre todo, no es extraña la fatiga en
habitantes de aquellas regiones... Los preparativos quien como Isadora, tenía la facultad de vivir inten-
apenas si ocuparon más de un día. La danzarina samente todas las emociones.
dejó un importante contrato «colgado» en Berlín, Túnicas, clámides y peplos fueron en adelante las
para embarcarse en la costa italiana con rumbo a las vestiduras que, sin excepción, decidieron vestir los
islas Jónicas. Duncan. Y en ese ambiente, rodeados de todas las
Después de atravesar toda Grecia, los viajeros «circunstancias» de la época clásica, fue donde, sin
dudaron entre dirigirse a Atenas o a Olimpia, deci- hacer caso de contratos ni de obligaciones profesio-
diéndose en última instancia por la capital del Áti- nales, los Duncan, vehementes y apasionados, des-
ca, a donde llegaron, una noche, fatigados y casi sin gajados de la realidad, decidieron vivir para siempre
fuerzas, lo cual no fue obstáculo para que, lejos de en Grecia, cerca de la Acrópolis. Se construirían un
descansar, comenzaran a ascender por los empina- magnífico palacio, frente a ella. No en vano Isadora
dos promontorios que conducen al templo dórico de había cosechado una inmensa fortuna en Berlín y
Minerva. La propia Isadora, en sus Memorias, nos en sus anteriores giras, aunque la realidad era que el
ha dejado la descripción de aquellas emociones: sueño de los Duncan iba a ser mucho más costoso
que el dinero acumulado.
«...Según subíamos, me parecía que toda la vida
que yo había conocido hasta aquel momento se Fue un día en que paseaban por el monte Hime-
desgajaba de mí como un adorno abigarrado; que to, frente a la ciudad sagrada, cuando Raimundo
nunca había vivido antes y que estaba naciendo por —según cuenta Isadora— hundió súbitamente su
primera vez en aquel largo aliento y en aquella pri- cayado en tierra y advirtió solemnemente a la fami-
mera contemplación de la belleza pura. lia que estaban a la misma altura que las ruinas de la

32 33
Acrópolis. ¿Qué mejor lugar para construir la soña- económica, ya que, en la artística, la misma Grecia
da mansión? Todos estuvieron de acuerdo, y la fan- era el mejor escenario natural para la danzarina.
tasía de los Duncan comenzó a trabajar incansable- Sólo que su sentido altruista no le permitía cobrar
mente. La realidad de los hechos tuvo que acudir, sus actuaciones, ya que, según la misma Isadora, no
como si fuera un dios del Olimpo, a dejar las cosas podía tomar ningún dinero griego a cambio de su
en su justo término, porque los Duncan querían arte. Hubiera sido mancillarlo.
construir su templopalacio nada menos que con El año griego, por llamarlo de alguna manera, de
mármol del Pentélico, igual que los templos de la Isadora Duncan, fue memorable y estuvo lleno de
Acrópolis. Tuvieron que conformarse con las pie- actuaciones y trabajos que más tarde fueron de
dras rojas del monte Himeto. gran interés para los melómanos. Los dos herma-
Y llegó el día en que, una vez puestos los cimien- nos, Isadora y Raimundo, trabajaron e investigaron
tos, había de colocarse la primera piedra. Buena profundamente en las raíces musicales del coro
ocasión para que la fantasía de los Duncan encon- griego, encontrando bastantes vestigios recogidos
trara pretexto para desbordarse. Fue toda una cere- posteriormente y todavía conservados en los cantos
monia pagana en la que consumieron abundante- religiosos de la Iglesia Ortodoxa Griega. La bailari-
mente vino y manjares típicos de la región. A la na se decidió a formar un coro griego, con mucha-
puesta del sol, Raimundo señaló los límites que chos de la región a los que enseñó, a fuerza de
iban a tener las posesiones y se sacrificó un gallo mucha paciencia, las melodías clásicas que la cultu-
negro encima de la piedra, la primera, recién colo- ra bizantina había heredado de la tradición griega,
cada. Una orquestina, fanfarria o solfa de los músi- melodías que habían legado a los cantos ortodoxos.
cos lugareños, con primitivos instrumentos, puso la De esta manera, los hermanos Duncan descubrían
nota o el floreo popular y clásico hasta bien entrada para el mundo de la música melodías que habían
la noche, en la colina del monte Himeto. Todo, en estado ignoradas durante más de dos mil años.
la ceremonia, fue un buen auspicio para el templo-
palacio, todavía no construido.
Y la verdad es que nunca llegaría a finalizarse Recuperación de las esencias clásicas
esta construcción, diseñada con arreglo a los planos
disponibles del mitológico palacio del rey Agame- Las actuaciones de Isadora comenzaron en Gre-
nón. Y no por falta de ilusión, sino porque las cia un día en que el destino quiso que se encontra-
finanzas de los Duncan, por muy famosa que fuera ran dos fuerzas que buscaban las mismas fuentes.
Isadora, no estaban a la misma altura que sus sue- La anécdota no puede ser más reveladora ni mejor
ños. El templo del Himeto no pasó de ser un paso buscada:, un día, los estudiantes y profesores de
de danza, un motivo de inspiración, dejado apenas Atenas se manifestaron ante la sede del gobierno
diseñado, dibujado en el aire. real para pedir más exactitud y mejor calidad, rigor
La estancia de los Duncan en Grecia tuvo una en definitiva a la hora de hacer las interpretaciones
duración de un año, al término del cual Isadora de las obras clásicas, pues últimamente se estaban
comprendió que no podía estar más tiempo alejada haciendo adaptaciones que eran verdaderamente ca-
de los escenarios, más que nada por la cuestión lamitosas.

34 35
Y he aquí que frente a aquella manifestación de el Partenón, y allí, despojándose de su túnica, dan-
signo cultural que avanzaba por las calles de Ate- zó desnuda y abrazó una a una las colosales colum-
nas, entonando antiguos himnos y gritos en honor nas del templo. Luego, como en un éxtasis, abrió
de la Grecia inmortal, aparecen los dos hermanos sus brazos, y en esta posición, mostró su cuerpo
Duncan, con sus vestimentas habituales, «vestidos largamente a los dioses inmortales, bajo la luna
de griegos clásicos». Era realmente la aparición de grande de la Acrópolis. El fresco de la noche la
dos dioses ante los nostálgicos intelectuales de Ate- sacó de este trance y la vestal volvió a la realidad,
nas. Isadora y Raimundo fueron tomados como fortalecida por esta comunicación con la inmortali-
dos banderas, como dos símbolos de la petición. dad.
Por supuesto que aquellas gentes sabían quién era
la Duncan, pues por la prensa se tenía noticia de La otra cara de esta imagen se produjo en la
que la célebre bailarina se encontraba en Atenas; estación de Atenas, el día en que Isadora partió.
pero Isadora no había dado ningún recital público Una gran muchedumbre fue a despedirla, con ban-
ni privado. deras y emblemas de la antigua Hélade. Isadora,
conmovida, se envolvió en una bandera griega,
Aquella tarde lo hizo. En medio del delirio de los cuando el tren estaba a punto de arrancar, y levantó
jóvenes estudiantes y de los emocionados catedráti- su voz por encima del griterío entonando el himno
cos de la cultura clásica, Isadora improvisó lo que griego. El entusiasmo fue delirante. Y de esta forma
más tarde sería uno de sus triunfos más definitivos: tan «artística» abandonaba su sueño griego Isadora
«La Danza de las Suplicantes», tragedia de Esquilo. Duncan. Volvería a Grecia, pero sobre los cimien-
Días más tarde, Isadora, ante el mismo público uni- tos del monte Himeto sólo crecerían, en adelante,
versitario, daba el recital, con sus diez muchachos las hierbas altas de un olvido largo.
hablando en la lengua antigua de la misma tragedia.
El éxito fue arrollador, y todos los medios del país
se volcaron en elogios hacia esa mujer tan compe-
netrada con el alma griega. Isadora se convirtió de
esta forma en la cabeza visible que luchaba por
restaurar el antiguo esplendor de la cultura clásica.
El mismo rey Jorge hizo que se preparara en el
Teatro Real un recital para admirar a la danzarina
que tanta emoción había despertado entre sus sub-
ditos, y también aplaudió a la artista y descendió
hasta su camerino para felicitarla.
No es extraño que en este ambiente, rodeada de
la admiración popular, Isadora padeciera sincera-
mente una aguda crisis al comprender que tenía que
abandonar el suelo griego para ir en busca de los
contratos materiales que le brindaban en Europa.
Una noche de luna llena, Isadora subió sola hasta
36 37
III
PERSIGUIENDO AL DESTINO
LOCAMENTE

T ODA la vida de Isadora Duncan fue un ver-


dadero torbellino, una especie de huida con-
tinuada en busca de la belleza perfecta, del
arte consumado. Desde muy pequeña, la futura
danzarina sintió ese impulso apasionado e intenso
hacia la luz perfecta de lo bello. Lo que asombra es
que el fenómeno de Isadora, su vida, repleta de
locuras artísticas, fue posible gracias al ambiente
familiar y al carácter que poseían todos los Duncan
sin excepción. Es increíble contemplar cómo el clan
familiar dedica sus energías, en una época de cares-
tía total, a apoyar con todas sus fuerzas la incipien-
te y nada segura «carrera» artística de Isadora. El
viaje a Grecia, y por eso lo hemos colocado al co-
mienzo de esta biografía, es una buena muestra de
la feliz «locura» de toda la familia, especialmente de
la madre, que acudía allí donde la llamaran sus hijos
para realizar una aventura más, con toda seriedad.

Los duelos con música son menos

Isadora nació en San Francisco, en 1877. Era una


época en que toda California estaba sumida en un
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ambiente febril. De una parte, los agricultores asen- za me ha venido, seguramente, del ritmo de las
taban las bases de una prosperidad que, al correr de olas». Estos recuerdos pertenecen a una época en
los años, convertiría al país en uno de los primeros que la familia Duncan vivía hacinada en una mísera
productores de trutos agrícolas; y de otra, la y reducida habitación con el desahucio encima por
industria ensanchaba a un ritmo vertiginoso. De falta de pago.
aquella época, en la que obreros y patronos busca- Un día, estando en el colegio, Isadora fue invita-
ban la fórmula equilibrada, data la gran influencia da por la maestra a hacer una redacción sobre su
de inmigrantes chinos a San Francisco, quizá la co- propia vida. Eran los primeros días de escuela, y la
lonia más numerosa de chinos de todo el mundo. profesora quería saber lo que los niños pensaban de
En este ambiente de actividad nació Isadora. Sin sí mismos. Todos leyeron su redacción; cuando le
embargo, su hogar era una especie de islote, de llegó el turno a nuestra protagonista, se levantó, y
remanso, adonde no llegaba la realidad circundante. sin inmutarse, según ella misma cuenta, comenzó a
Solamente el ritmo del mar. De las demás cosas no leer: «Cuando tenía cinco años, vivíamos en una
tuvo conocimiento Isadora hasta mucho más tarde. casa de la calle 23; no pudiendo pagar nuestra ren-
Ni ella, que era la más pequeña, ni sus tres herma- ta, nos marchamos a la calle 17, y como al poco
nos, Isabel, Agustín y Raimundo. tiempo el propietario nos llamara la atención, por
La penuria, la carestía más absoluta reinaba en falta de dinero, nos mudamos de nuevo a la calle
esta casa. El padre, una especie de personaje entre 23, donde tampoco nos dejaron vivir en paz y de
bohemio y comerciante, arruinado y enriquecido donde nos trasladamos a la calle 10...».
alternativamente con desesperante frecuencia, había La profesora la mandó callar. Quizá no com-
abandonado a la familia. La madre padeció una gra- prendía que para aquella niña estas minucias no
ve crisis, a causa de la separación, y perdió la creen- tenían importancia y no era un deshonor confesar-
cia en Dios. Daba clases de piano, muy mal retri- las en voz alta. Creyendo que se trataba de una
buidas y viendo el negro horizonte que se le aveci- broma de mal gusto, llevó el asunto hasta la direc-
naba, optó por educar a sus hijos en la más estricta tora del colegio para que ésta hablara con su madre
austeridad, casi de una forma mística. Los Duncan y la reprendiera por semejante falta de educación
no se sentían humillados por lo que no tenían; sim- hacia sus profesoras. Pero la sorpresa de directora y
plemente estaban conformes con lo que tenían, que maestra fue mayúscula cuando se enteraron por bo-
era bien poco ciertamente. ca de la madre, de que aquello que creían descaro
Isadora recuerda esta época de hambre y de frío; no era ni más ni menos que sinceridad en la peque-
sin embargo, su memoria apenas se detiene en ña Dorita, como era llamada en familia.
esta circunstancia. De su infancia tiene los mejores Mayor sorpresa hubieran experimentado las
recuerdos. Ella misma declara en sus Memorias que dos mujeres si se hubieran acercado hasta la casa
«mi infancia, gracias a mi madre, estuvo impregna- donde vivía la pequeña alumna. En medio de la
da de música y poesía»; y más adelante: «Nací a penuria, la madre tocaba incesantemente partituras
orillas del mar y he advertido que todos los grandes de Bach, Mozart, Beethoven, al tiempo que decla-
acontecimientos de mi vida han ocurrido junto al maba a los grandes poetas, como Shakespeare, She-
mar... mi primera idea del movimiento y de la dan- Uey, Keats, etc., mientras los cuatro niños se repar-

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tían un tomate, quizás el único alimento que po- del momento. Una amiga de la familia pagaría los
dían llevarse a la boca. gastos del aprendizaje.
En este ambiente, pronto destacaron las faculta- Tres días estuvo Isadora en aquella escuela de
des para la danza de Isadora. De una parte, su ma- danza. El profesor, que efectivamente comprobó
dre, y de otra, la tía Augusta, felizmente recordada que tenía facultades portentosas para la danza, qui-
en sus Memorias por Isadora, fueron las dos ascen- so enseñarla enérgicamente y convertirla en su
dientes que inculcaron en la niña su sentido artísti- mejor discípula. Pero cada vez que la invitaba a
co. Tía Augusta era una gran declamadora de Sha- colocarse, a la manera clásica, sobre las puntas de
kespeare y quiso en su juventud dedicarse al teatro; los pies, Isadora se negaba y se rebelaba contra la
pero por entonces se pensaba que Satanás andaba afirmación de su profesor de que aquello había que
entre bastidores depravando a las jóvenes actrices, y hacerlo porque era bello. Isadora pensaba que no
le prohibieron semejante inclinación. Entre las dos sólo no era bello sino que lo encontraba feo y anti-
mujeres y la disposición natural de Isadora se fra- natural. Ella misma, recordando aquellos tiempos,
guó el arte que más tarde asombraría al mundo. escribió en sus Memorias:
A los doce años Isadora se vio convertida de «La gimnasia rígida y vulgar que según el tal
repente en profesora de danza, pero de una danza profesor era nada menos que la danza, venía a alte-
muy especial. Desde que tenía uso de razón, había rar y a confundir mis mejores sueños, porque yo
estado interpretando instintivamente los poemas soñaba con unas danzas totalmente distintas; pero
que había escuchado de su madre. Y un día, en una por fortuna me costó muy poco reaccionar. Yo no
pequeña fiesta de sociedad a la que los Duncan tenía aún formado un pensamiento definitivo de la
fueron invitados, Isadora interpretó con singular danza y mi pensamiento oscilaba como en un mun-
arte el poema de Longfellow, Disparé una flecha al do invisible; pero de una cosa estaba segura: la dan-
aire. Todos los asistentes quedaron maravillados y za no era lo que pensaba de ella mi maestro...»
rogaron a la señora Duncan que atendiera a sus
hijas, es decir, que Isadora les enseñara esas «mara-
villas». De esta forma, la pequeña Dorita se convir- El valor de los «obstáculos»
tió en profesora de baile y contó con sus primeras
alumnas, a veces mucho mayores que ella. Isadora volvió a sus clases particulares de danza.
Ella y su hermana mayor, Isabel, habían organiza-
do una especie de pequeña academia de baile. Isa-
La danza no es gimnasia dora enseñaba danza y su hermana bailes de socie-
dad. Más tarde, Isadora también enseñaría estos
Fue a partir de este suceso cuando la familia bailes a los muchachos que, bajo la mirada de la
Duncan se planteó muy en serio las posibilidades madre, sentada al piano, acudían a perfeccionarse
de Isadora. La madre, escuchando las observaciones en los difíciles pasos de los bailes de la época.
que le hacían familiares y amistades, decidió dejar De este tiempo y de estas clases es el primer gran
que la niña fuera al estudio de un afamado maestro amor de Isadora. Un muchacho, Vernon, que tenía
de música que había enseñado a las primeras figuras una farmacia. Todos los días, con cualquier excusa,

42 43
Isadora llegaba hasta la farmacia. Si no tenía nada era como los demás la concebían, sino como la en-
que comprar, se contentaba con mirar desde el es- tendía su hija.
caparate a su querido Vernon, quien, a pesar de Por su parte, Isadora pensaba en la gran suerte de
tantas evidencias, nunca supo el amor que por él ser una persona con pocos medios económicos.
sentía Isadora. Gracias a ese detalle, su infancia había sido libre y
Un día, el farmacéutico anunció a Dorita que había podido desarrollar su instinto y su talento
quería contraer matrimonio, pero con otra mujer. artístico. Ella misma lo cuenta en sus Memorias:
Lo comentó con ella porque la consideraba una «Tengo que estar agradecida a que, siendo yo
buena amiga. Es lógico pensar la tremenda decep- niña, mi madre fuera pobre. No podía tener cria-
ción que esta declaración «indirecta» causó en la dos ni ayas para sus hijos, y a esto debo mi esponta-
pequeña Isadora. Su naturaleza voluptuosa, su ca- neidad, que tanto significa en mis danzas. Me felici-
rácter apasionado la llevaron a amar siempre con to de no haber sido una de esas criaturas persegui-
locura; pero de aquella primera decepción Isado- das constantemente por sus institutrices y en todo
ra salió con el firme propósito de, en adelante, momento protegidas, cuidadas, vestidas con elegan-
ser ella la que tomara la iniciativa; es decir, nunca cia. ¿Qué vida es la suya? A mi juicio, nada envidia-
más callaría Isadora su amor por algo o por alguien. ble. Y no puedo por menos que ufanarme de que
No quería volver a sufrir los celos de Vernon, que mi madre estuviese muy atareada para pensar en los
jamás supo que Isadora había estado enamorada peligros que pudiesen sobrevenir a sus hijos, que
de él. podíamos, de esta manera, seguir libremente nues-
tros impulsos de vagabundos. Gracias a esa vida
Pero esto no iba a ocurrir hasta muchos años más salvaje y sin obstáculos, mis danzas son, ante todo,
tarde. A la decepción siguió de nuevo el ansia de una expresión de la libertad.»
vida que alentaba en el espíritu de Isadora. Le gus-
taba llegarse hasta el mar, y allí en la playa, en los Más adelante, insiste en sus Memorias sobre el
atardeceres, danzar junto a las olas, frente al océano tema de la pobreza como favorecedor de su arte:
Pacífico, un impresionante escenario natural. «No recuerdo ningún sufrimiento que tuviera
Por su parte, la familia, lejos de ser un estorbo o por causa la pobreza de nuestro hogar. A nosotros
una llamada a la realidad, alimentaba ardientemente nos parecía muy natural esa pobreza. Mi madre
su idea sobre la danza. La señora Duncan había visto apenas se preocupaba por las cosas materiales, en-
natural que su hija no se entendiera artísticamente señándonos a despreciar, con finas burlas, la pro-
con el maestro de danza. Era natural, porque Isa- piedad: casa, muebles y posesiones de todo género.
dora tenía su propia idea. ¡Pero sólo contaba cator- Al ejemplo que me dio debo el no haber llevado
nunca una sola alhaja.
ce años! Cualquiera otra familia, y más en las cir-
cunstancias de ella, hubiera intentado, por todos los »Ella nos enseñó que todas esas cosas son obstá-
medios, ya que en la hija apuntaban unas cualidades culos, y nada más que obstáculos.»
realmente buenas, que ingresara en algún ballet, o Esta generosa filosofía sobre las condiciones de
que al menos aprendiera la disciplina de la danza vida de sus primeros años, se completa con lo que
clásica, tal como había sido hasta entonces. Pero la tiempo más tarde pensaba sobre la posición de al-
madre pensaba que Isadora tenía razón: la danza no gunas personas:

44 45
«Cuando oigo a los padres de familia que tra- podía hacer allí. Con esta idea en la cabeza, Isadora
bajan para dejar una herencia a sus hijos, me pre- se dirigió a su familia y les explicó el plan: salir de
gunto cómo no se dan cuenta de que por ese cami- Frisco y tratar de llegar a Chicago, una especie de
no contribuyen a anular y sofocar el espíritu de antesala de Nueva York.
aventura de sus vastagos. Cada dólar que les dejan Como es «natural», la familia estuvo de acuerdo.
aumenta su debilidad. Y deberían saber que la Isadora, prudente por una vez, decidió ir con su
mejor herencia que podrían darles es, sencillamen- madre a visitar a un empresario que estaba de paso
te, toda la libertad necesaria para que se desenvuel- en Frisco, procedente de Chicago: a ninguno de los
van por sí mismos...» miembros de la familia les cabía la menor duda de
que en cuanto Isadora comenzara a bailar delante
de él, sin dejarla terminar la prueba, la contrataría
La pina familiar emocionado.
Sin embargo, no fue así. Madre e hija, después de
No le faltaba razón a Isadora, pero realmente, haber terminado la prueba Isadora, se quedaron en
más que la carencia de medios, lo que más le favo- suspenso, esperando la respuesta de aquel serio se-
reció fue el apoyo sin excepción de toda la familia. ñor.
Porque si su vocación nació en el ambiente familiar —El caso es que no está mal... —dijo aquel se-
de una forma natural, la materialización de esa vo- ñor—, pero esto no es lo que piden los teatros. Us-
cación no fue sólo empresa de Isadora, sino de toda ted, señorita, podría bailar, pero va por un camino
la familia. Todos cooperaron hasta la locura para muy equivocado. Es una lástima que haga esas co-
que el arte de Isadora, un arte nuevo, inexplicable e sas tan raras, porque tiene condiciones...
ininteligible para muchos, desconocido, triunfase. El dictamen fue un jarro de agua fría para las dos
Piénsese que esta empresa no era «colocar» a la mujeres. Pero poco duró la sensación. Apenas ha-
niña en algún sitio, sino luchar contra todo el mun- bían andado cien metros, y ya las dos mujeres ha-
do en defensa de una idea. La cultura defendía una bían decidido que aquel señor no entendía. Lejos
forma de danza: el ballet clásico; los Duncan trata- de desanimarlas, aquel primer empresario pasó, sin
ban de imponer otra: la danza espontánea. Y todo saberlo, a engrosar la fila de los «asnos» del arte. Al
esto lo quería llevar a cabo la inspiración de una menos así lo clasificó la madre.
chiquilla de dieciséis años. La verdad es que la his- Y para salir del desánimo ¿qué mejor que dejarse
toria de las genialidades comenzó siempre detrás de de intermediarios y de visitas e ir directamente a
la locura. Chicago? Isadora propuso a sus hermanos que
Y esto es lo que hizo Isadora, traspasar desde «aguardaran» un poco en Frisco, hasta que ella y su
los primeros pasos el umbral de la locura. Un día madre los llamaran desde Chicago. La familia lo
pensó que Prisco, como llaman sus habitantes a la encontró natural, a pesar del aviso del empresario
ciudad de San Francisco, era demasiado pequeño en cuestión, e Isadora y su madre partieron, con el
para ella. Todavía no había actuado en ningún lo- dinero del viaje exclusivamente, hacia una ciudad
cal; nadie en la populosa ciudad la había aplaudido. que estaba a tres mil kilómetros de distancia.
Pero era demasiado pequeño el ambiente. Nada se Por todo equipaje, las dos mujeres llevaban la

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túnica de Isadora y «lo puesto». Aunque menos Y ni corta ni perezosa se metió en unos grandes
mal que entre lo puesto llevaban algunas sortijas y almacenes, pidió ver al director de los mismos, a
joyas antiguas, heredadas de la abuela, y que tuvie- quien explicó el caso y que, contra lo que esperaba
ron que malvender para poder alimentarse. la joven, accedió a que comprase lo que necesitara a
Porque las cosas no salieron con la velocidad que crédito de los cincuenta dólares que tenía que per-
Isadora había previsto. Ni siquiera con la fortuna. cibir cada semana.
Los empresarios mascullaban poco más o menos lo El éxito de Isadora, en su «nuevo género», fue
mismo que había dicho el primero. La situación clamoroso. Había ganado su primer dinero y ya no
comenzaba a ser angustiosa. Un día, según cuenta pasaba apuros de hambre. Por eso decidió no pro-
Isadora, tuvo que vender el cuello de encaje antiguo rrogar el contrato que le ofrecían en el pequeño
—también de la abuela— para comprar una caja de teatro de varietés. «Aquello lo hice porque no te-
tomates, el único alimento que tuvieron durante níamos dinero para comer. Pero sólo una vez. De-
ocho días... ¡sin pan y sin sal! cidí no volver a hacerlo en la vida», recuerda con
Y fue uno de estos días (ya llevaban cerca de tristeza Isadora.
quince en Chicago), cuando Isadora se decidió a El único resultado positivo, aparte de haber reu-
visitar, en vista de la situación, un pequeño local de nido algún dinero, fue una serie de amistades que la
«varietés», que poco tenía que ver con el teatro y introdujeron en los círculos artísticos y literarios de
muchos menos con la danza. El empresario la vio Chicago. Especialmente la amistad con mistress
bailar con la túnica. Al finalizar, Isadora, que había Amber, una periodista de relieve, subdirectora de
ido sola esta vez, quedó de pie en el escenario espe- uno de los diarios más importantes de Chicago.
rando el dictamen de aquel señor que tan lentamen- Amber la introdujo en un círculo de poetas y escul-
te masticaba su puro apagado, entre las butacas. Era tores, para los que bailó en varias ocasiones. En
una espera angustiosa. La bailarina pensaba en la aquella especie de club conoció al que iba a ser el
situación de su madre y de la caja de tomates, don- segundo gran amor de su vida. Era un polaco de
de no quedaba ya ninguno... De pronto el empresa- unos cuarenta y cinco años, pintor y poeta, llamado
rio le dijo: Iván Mirovski, y de quien Isadora dicen en sus
—Está bien, está bien... podría hacer esas "co- Memorias que fue el único de aquel club que com-
sas" griegas primero, y después... cambiarlas por prendió con profundidad el sentido que animaba el
una camisita y unas pataditas... ;me entiende? arte que ella practicaba.
Lo que aquel señor la decía es que pusiera más... Mirovski era muy pobre, a pesar de los detalles y
pimienta. Isadora, que ha recogido esta conversa- halagos que tenía para las dos mujeres. Afortunada-
ción en sus Memorias, cuenta el desfallecimiento en mente para Isadora, su amor duró unos meses sola-
que se encontraban ella y su madre, y por qué mente, porque hubiera sido un obstáculo muy serio
aceptó aquel tipo de trabajo. La razón era que le en su carrera. Y lo decimos porque la ruptura se
daban cincuenta dólares. produjo un día en que Isadora, radiante de felici-
Nada más salir del teatro, Isadora se quedó per- dad, anunció a su amante que partía para Nueva
pleja: si la habían contratado, necesitaría un vestua- York. Era la meta soñada Sin embargo, para Mi-
rio para salir a escena a dar sus «pataditas picaras». rovski era bien diferente. Aquella noche, ante la

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idea de ser abandonado por Isadora, intentó joven América danzando... nuestro supremo poeta
arrojarse a un río, con una piedra atada al cuello. es Whitman... pues bien, mis danzas son dignas de
Pudieron rescatarlo, e Isadora tuvo que jurarle un poema de Whitman. Crearé para los hijos de
amor eterno y matrimonio en cuanto regresara de América unos bailes dignos que serán la expresión
su «triunfal» gira por Nueva York, para que el po- de América. Traigo a su teatro el alma vital de que
laco no se pegara un tiro de desesperación. De tal carece; el alma del bailarín...»
forma se habían correspondido los dos seres. Isadora tomó aliento para continuar. Daly inten-
tó interrumpirla, lleno de asombro ante el discurso
solemne de aquella joven, pero la bailarina le atena-
Al asalto de Nueva York zó los brazos y continuó:
«...Porque usted sabe que la cuna del teatro fue la
El «contrato» de Isadora para actuar en Nueva danza, y que el primer actor hubo de ser un bailarín.
York era otra locura similar a la salida de Frisco. Se Danzaba y cantaba. Iniciaba la tragedia... y hasta
había enterado de que estaban en la ciudad Ada que el bailarín no vuelva —concluyó proféticamen-
Rehan, una de las mejores bailarinas de la época, y te Isadora— con todo su arte espontáneo, el teatro,
el famoso empresario Agustín Daly. Isadora trató vuestro teatro, no logrará su verdadera expresión.»
de verle por todos los medios, sin lograrlo, pues el Sin duda, Daly se sintió impresionado por la
empresario estaba demasiado ocupado. fuerza verbal de la muchacha. Y casi con la misma
Un día, ni corta ni perezosa, decidió introducirse rapidez que ella le había hablado, le contestó:
entre el laberinto de pasillos del teatro donde actua- «Vaya usted a Nueva York. El día primero de
ba la estrella, y «encontrarse» con Daly. Y así lo octubre comenzaré los ensayos de una pantomima.
hizo. Cuando estuvo frente a él, le sujetó por los Si usted demuestra que sirve, la contratare.»
brazos y ante el estupor del famoso empresario, Estas palabras esperanzadoras para cualquier otra
Isadora, según cuenta en sus Memorias, le soltó muchacha fueron para Isadora la certeza de que
apresuradamente la siguiente parrafada: había «cerrado» un contrato con el afamado empre-
«Tengo una gran idea para usted, señor Daly; sario. Loca de alegría, llegó a su casa, o mejor di-
ustes es, probablemente, la única persona que pue- cho, a la habitación que tenían alquilada, y le dijo a
de comprenderla en este país. Yo he descubierto la su madre que hiciera las maletas:
danza, es decir, un arte que ha estado perdido más —Nos marchamos de gira a Nueva York—, fue-
de dos mil años. Usted es un extraordinario anima- ron las palabras de Isadora.
dor del teatro, pero hay una cosa que le falta en Sólo con la locura como compañera de pensa-
éste y que precisamente fue lo que dio grandeza al miento, podía la Duncan ir cumpliendo las etapas
viejo teatro griego, y es el arte de la danza, el coro de su sueño. No era cierto lo de la gira, ni el con-
trágico. Y yo le traigo a usted la Danza, una idea trato, pero fuera de estas elucubraciones o ilusio-
que va a revolucionar este arte, una idea que va a nes, sí era cierto que estaba introduciéndose de ma-
revolucionar el arte de nuestra época. ¿Que dónde nera eficaz y que tenía posibilidades de actuar en
la he concebido? Frente al océano Pacífico, entre buena compañía, nada menos que en Nueva York.
los pinos de Sierra Nevada. He ensoñado allí a la El viaje presentaba sus dificultades. De momento
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no había dinero para desplazarse. Pero Isadora tele- pocas representaciones salió la compañía de gira.
grafió a San Francisco a una amiga suya, dándole la Los sueños de Isadora se cumplían: tenía contrato
noticia de que había sido contratada en Nueva en Nueva York y salía de gira con una buena com-
York y que, por favor, le mandara cien dólares a pañía por varios Estados. Sin embargo, de aquellos
cuenta. La amiga lo hizo así, pero también se apre- momentos, Isadora nos cuenta con singular realis-
suró a dar la noticia a los hermanos de Isadora. mo:
Agustín e Isabel —Raimundo se quedaría— mar- «Yo llevaba un vestido directorio, de seda azul;
charon a Chicago, portadores de los cien dólares de una peluca rubia y un gran sombrero de paja.
la amiga, para seguir la estela triunfal de su herma- ¿Adonde había ido a parar la revolución artística
na. Cuatro personas en busca de aventuras, sin na- que yo venía a ofrecer al mundo? Estaba completa-
da seguro, se ponían en camino hacia la gran capital mente disfrazada, no era yo misma. Y mi madre
de los Estados Unidos. La cosa parece sacada de un querida estaba decepcionada, aunque no me dijera
cuento... nada... ¡Tanta lucha, para tan pobre resultado!
Los Duncan se alojaron en una pequeña pensión, De regreso a Nueva York, Daly comenzó a mon-
relativamente cerca de la Sexta Avenida, y sin pa- tar la obra de El sueño de una noche de verano.
rarse a observar la ciudad que tenían delante, todos Isadora, a pesar de que insistentemente recordaba a
juntos fueron al teatro. La madre y los dos herma- Daly el destino que tenía en la danza, fue encargada
nos esperaron a la puerta, mientras que Isadora su- de ser el hada que bailase el scherzo de Mendels-
bía a firmar el contrato. Desde luego superó la sohn.
prueba a que fue sometida y quedó contratada para No tuvo otra alternativa que aceptar. Pero no
la pantomima. tardó en protestar enérgicamente por la forma en
Este arte de gestos fue un verdadero suplicio para que se la quería vestir: con un traje de ninfa y unas
Isadora. «Si queréis hablar, ¿por qué no habláis? ¿A alitas de papel a la espalda. Era humillante. De nue-
qué vienen vuestros esfuerzos para gesticular como vo Isadora ante el serio empresario, trató de con-
en un asilo de mudos?», solía gritar en los ensayos vencerle de que aquello era ridículo. De nada le
a los actores. sirvió. «Protesté con todas mis fuerzas contra las
Realmente Isadora hacía muy bien su cometido y alas. Me parecían ridiculas, e intenté convencer a
gracias a eso no fue despedida; pero su comporta- Daly para que me las quitara. Yo podía sugerir
miento, lejos de todo rencor, animado por la since- perfectamente la existencia de unas alas, sin que me
ridad, creaba muchos problemas, y la primera ac- colocaran unas artificiales..., pero todo fue inútil.»
triz, Jane May, llegó a golpearla de mala forma. Pese a todo, el papel, sin ser de primera catego-
ría, era bastante bueno, pues Isadora disponía de
unos minutos preciosos, con una magnífica melo-
Los primeros grandes aplausos día, y en un escenario sólo para ella. La ocasión era
magnífica, y ciertamente, no la desaprovechó la
Poco es lo que cuenta Isadora en sus Memorias contrariada bailarina.
sobre el estreno de aquella pieza, que debió pasar Bajo una luz suave, que semejaba la de una noche
casi inadvertida para el gran público, pues a las de luna llena, Isadora ejecutó su número con tan
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rara maestría, que cuando abandonó el escenario, el
público puesto en pie la tributó una ovación me-
morable. Isadora, sorprendida, se volvió y se incli-
nó profundamente, agradecida a aquel público, el
primero que entendía su arte, expresado a través de
tan escasa danza.
Emocionada todavía, cuando se ocultó entre bas-
tidores tuvo que enfrentarse con la mirada furibun-
da de Daly, que escandalizado, se encaró con ella
diciéndole que no estaba en un music-hall. La obra
no podía detenerse, y la actriz mucho menos podía
adelantarse al público para saludar. La decepción
fue rotunda y la furia también. Porque desde ese
día, el empresario decidió que no hubiera luna llena
para Isadora, que tenía que danzar con el escenario
apagado, sin que apenas se la distinguiera. Pero pa-
ra Isadora era bastante, porque durante aquella pri-
mera representación y durante la ovación, su ma-
dre, sus hermanos, habían llorado de felicidad, al
ver cómo reaccionaba el público.
Y siguiendo la norma de locura que imperaba
entre los Duncan, semejante ovación fue suficiente
para que Raimundo fuera a vivir con ellos a Nueva
York. Si la hermana ya estaba consagrada, no te-
nían por qué estar separados los familiares.
En realidad, las cosas marchaban mejor. Gracias
al contrato de Isadora, pudieron los Duncan alqui-
lar un estudio bastante bien situado y con cierto
confort. Para que no les saliera tan caro el alquiler,
lo subarrendaban durante ciertas horas a profesores
de canto y piano; Isabel, por su parte, como en San
Francisco, seguía dando clases de bailes de moda.
No había miseria, pero todavía había dificultades.
Y fue entonces, con este panorama tan poco se-
guro, cuando Isadora, en uno de aquellos días que
empleaba en asaltar a Daly donde fuera, para expli-
carle sus teorías sobre la dainza, se despidió del tea-
tro. Según ella cuenta en sus Memorias, fue porque
Isadora Duncan interpretando «La Marsellesa». (Apunte de A.
Bourdelle.)
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al echarse a llorar desesperada ente el poco caso que IV
se le hacía, Daly, en un arranque impensado, trató
de consolarla equivocadamente. La escena llenó de DE NUEVA YORK A PARÍS
ira a la mujer, que rompió su contrato allí mismo. PASANDO POR LONDRES
El sorprendido Daly le rogó que no se marchara,
que con el tiempo es posible que montara un espec-
táculo sólo para ella. Pero la Duncan sospechó que
era la circunstancial pasión de Daly lo que le hacía
hablar así, y decidió no verle más.
De nuevo estaba sin trabajo, en una ciudad terri-
blemente demoledora, vertiginosa, en la que cono-
cía solamente algunos círculos muy pequeños de
intelecutales. La madre, cuando se enteró de lo que
había pasado, la consoló diciéndole que no era ella
la que había roto el contrato, sino el destino quien
no había querido prolongar durante más tiempo tan
infeliz situación. En aquel teatro no hubiera llegado
a ser lo que ella tenía que demostrar que era. Real-
mente, la figura de la madre fue para Isadora una
ayuda inestimable, gracias a la cual seguramente lle-
E L compositor Nevin estaba considerado co-
mo el Chopin de América. Isadora conocía
poco su música y, estando sin trabajo, deci-
dió estudiar más a fondo sus melodías, pues las po-
cas que había escuchado habían penetrado intensa-
gó hasta donde se propuso. Porque esas palabras mente en ella.
parecen proféticas y el destino acudiría en auxilio Estudió a fondo el Narciso, las Ninfas del agua,
de Isadora de una manera que no podía ni siquiera Ofelia, y cuando las tuvo bien aprendidas, mandó
soñar aquella cabeza hecha para los sueños. circulares a todas las amistades importantes comu-
nicándoles las nuevas partituras que había ensaya-
do, convocándolas a que la escucharan.
La estratagema llegó a oídos de Nevin, joven y
tuberculoso, y como la mayoría de los artistas de
aquella época bohemia, un tanto excéntrico e ira-
cundo.
Un día en que madre e hija ensayaban una de las
composiciones de Nevin, la puerta del estudio se
abrió violentamente. Las dos mujeres quedaron
asustadas. En el umbral, la figura de Nevin se re-
cortaba, alta, con el pelo desordenado y una mira-
da furiosa. A grandes voces exigió que se le diera
una explicación de lo que él denominaba robo de
su obra.

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Pasado el primer momento de estupor, Isadora llevaba. Y comenzó a sentir la certeza, igual que la
reaccionó y rogó a Nevin que se sosegara. Le dijo había sentido en San Francisco y en Chicago, de
que iba a bailar en su presencia el Narciso, y si él no que verdaderamente la gloria definitiva, la consa-
quedaba satisfecho, juraría solemnemente no volver gración, estaba en la vieja Europa. Sin pasar por
a tomar ninguna música de fondo para sus danzas. Londres y París, centros de arte, no era posible
Nevin, más tranquilo, se dispuso a escuchar. Isado- triunfar, pensaba Isadora.
ra comenzó a interpretar de tal forma las emociones Y dicho y hecho. Isadora lo consultó con su ma-
de Narciso, que Nevin poco a poco se fue exaltan- dre, y ambas estuvieron de acuerdo. Isabel seguiría
do, y acabó como si fuera un niño haciendo planes dando sus clases de baile, oficio en el que cada día
junto a la bailarina. parecía irle mejor, aunque económicamente todavía
Nevin convenció a Isadora para dar recitales no rendía grandes beneficios, y los demás irían a
conjuntos, nada menos que en el Carnegie Hall, Londres con Isadora, excepto Agustín, que se había
una de las salas mejores y más prestigiosas de Nue- enrolado en una compañía ambulante de teatro y se
va York. Y durante varias semanas de intenso tra- había apresurado a casarse con una actriz, ante la
bajo, Nevin vivió más en el estudio de los Duncan inminencia de un hijo. Viajarían, por tanto, a Euro-
que en su propia casa. pa la señora Duncan y sus otros dos hijos: Isadora
Tanto el estreno como las siguientes representa- y Raimundo.
ciones fueron un éxito de crítica y público que se Pero, cuando estaban haciendo los planes para es-
puede calificar de clamoroso. Isadora se puso de te viaje, un incendio destruyó el estudio de los
moda en los ambientes elegantes de la ciudad, y es Duncan, con todo lo que había dentro. La familia
seguro que de haber contado con un empresario, en quedó únicamente con lo puesto, como vulgarmen-
lugar de hacerlo solos Nevin y ella, las actuaciones, te se dice. Quizá fuera esto lo que precipitó, más
además de proporcionar a los dos artistas bastante si cabe, la huida a Inglaterra.
dinero, les hubieran supuesto, al menos en el caso El único inconveniente era el dinero, pues a pesar
de Isadora, la consagración definitiva. de que últimamente habían ido mejor las cosas, la
Bailó Isadora para toda la alta sociedad de Nueva cantidad en metálico de que disponían era ridicula.
York, que la requería en sus grandes veladas, como Como siempre, Isadora buscó solución a tan pe-
un juguete de salón. De la mano de la señora Astor, queño obstáculo, dándose cuenta de lo difícil que
una venerada institución social de América, fue es —según cuenta ella misma— «sacar dinero a los
hasta New-Port, el balneario más afamado. La millonarios».
Duncan cobraba pequeñas cantidades por su actua- La bailarina visitó una por una a todas las gran-
ción... y la merienda. des damas ante las que había bailado. Les explicó la
terrible circunstancia en que se encontraban ella y
su familia después del incendio, lo que realmente
La llamada de Europa convencía a quienes la escuchaban. Las dificultades
comenzaban cuando Isadora explicaba que ese di-
Semejante situación no podía divertir a la artista, nero no era para solucionar la trágica situación, si-
que pensaba en lo efímero de la trayectoria que no para emprender un viaje a Londres con parte de

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su familia, en busca de una meta ignorada, y sin prohibían, después de mucho deambular, logró
ningún punto concreto o algún contrato previamente convencer a un compasivo capitán de un barco que
firmado. transportaba ganado que les llevase a Londres, por
Á todas aquellas señoras el viaje les parecía una una módica cantidad, casi simbólica, que no cubría
locura, un capricho excesivo en vista de las circuns- siquiera los gastos de alimentación durante la trave-
tancias adversas. Y como el que da dinero para algo sía.
tiene perfecto derecho a opinar sobre la vida ajena Recordando este viaje, Isadora escribía que a pe-
—al menos eso parece—, Isadora tuvo que soportar sar de las deficiencias, del ganado mugiendo y mo-
insolentes discursos y llamadas irritantes a la pruden- viéndose en la bodega, y de las penalidades, pocas
cia. veces se sintió tan feliz como entonces y con tantas
Cuenta ella misma que una de aquellas señoras, ilusiones, a pesar de haber viajado en lujosos trasa-
cuya fortuna se calculaba en unos sesenta o setenta tlánticos. Hasta el sentido del humor se trasluce en
millones de dólares, le dio una regañina en toda este párrafo de sus Memorias:
regla, echándole en cara su género de vida y el no «Creo que fue esa travesía lo que hizo de Rai-
haberse dedicado al ballet clásico. Luego de este mundo un cumplido vegetariano, pues la vista de
sermón, hizo que le sirvieran una merienda a base aquel par de centenares de torturadas bestias llega-
de chocolate y tostadas y le dio, no sin antes adver- das desde el Medio Oeste, que se agitaban día y
tirle que cuando tuviera dinero se los devolviera, la noche, golpeándose torpemente con los cuernos y
exigua cantidad de cincuenta dólares. mugiendo con los más tristes acentos, causaba una
Isadora recuerda de aquella escena que fue la tremenda impresión.»
ocasión en que más tuvo que trabajar para ganar Lo único que hicieron los Duncan fue cambiar
tan poco dinero, y añade textualmente: de nombre para embarcarse, pues les daba vergüen-
«Yo acepté, qué remedio, pero nunca le devolví za dar el propio, ya que en cierta manera era conoci-
esos cincuenta dólares, que preferí darlos a los po- do en Nueva York. Las tres personas que llegaban
bres.» en semejante navio al estuario del Hull, con las pri-
Por fin consiguió Isadora los trescientos dólares meras luces del día, eran la familia O'Gorman, el
que hacían falta para el viaje y para disponer de nombre, o el primer apellido de la abuela materna.
alguna cantidad en metálico al llegar a Londres. En cuanto pisaran tierra volverían a llamarse Dun-
Pero una vez más se iba a poner de manifiesto la can.
inutilidad de los Duncan para echar cuentas. Resul-
tó que aquella cantidad tan alegremente presupues-
tada —300 dólares— no llegaba ni con mucho a Capeando el temporal en Londres
cubrir el precio de tres pasajes a Londres, aun en
camarotes de ínfima categoría. «La belleza de Londres nos volvió locos de entu-
Esta vez fue la imaginación de Raimundo, que siasmo...», comenta Isadora en sus Memorias. Era
hacía sus primeras armas en periodismo, quien so- emocionante para los Duncan vivir en la vieja Eu-
lucionó el caso, y de manera bastante efectiva. Se ropa, llena de tradición y de sabor. Este viejo conti-
fue al puerto, y a pesar de que las ordenanzas lo nente comprendería inmediatamente el arte de Isa-

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dora, ese arte que había estado adormecido durante La solución en el cementerio
dos mil años.
Alquilaron una habitación que tenían que pagar Después de semejante aventura, los Duncan,
diariamente, y se lanzaron a contemplar el Londres lejos de preocuparse por encontrar alguna ocupa-
turístico. Todo era felicidad, pero en verdad que ción que les sacara del apuro, o de intentar Isadora
fue escasa, pues al tercer día, cuando regresaban de algún tipo de gestión para conseguir algo, de lo que
la National Gallery, donde habían escuchado una fuera, con esa locura feliz que les caracterizaba, de-
conferencia sobre la pintura de Correggio, se en- cidieron ir a la iglesia de AU Saints, con su viejo
contraron con la desagradable sorpresa de que la cementerio, de gran antigüedad. Uno de los lugares
intransigente patrona les había puesto el equipaje más románticos de todo Londres.
en la escalera. Tuvieron que dormir aquella noche Y si hemos de creer a Isadora en este punto, fue
en Hyde Park. Aquella y las siguientes, porque só- en tan bello lugar, a la sombra de los cipreses que
lo disponían entre todos de seis chelines. Isadora, al cobijan las tumbas de los famosos personajes del
cuarto día de dormir de esa manera y alimentarse siglo XVI inglés, donde de manera más que mágica
con pan solamente, sin decir nada a su madre y a su encontró la familia su salvación.
hermano, les pidió que la siguieran. Dejemos que Una hoja del Times, estrujada, que sin duda ha-
sea ella misma quien lo cuente: bía servido para envolver cualquier ramo, vino em-
«... Llegamos a uno de los mejores hoteles de pujada por el viento hasta los pies de Isadora. Ma-
Londres. El portero estaba medio dormido. Nos quinalmente, ésta recogió el fragmento del periódi-
abrió y le expliqué que acabábamos de llegar en el co y lo leyó, dando un gran grito de alegría: Una
tren, que nuestros equipajes habían sido facturados de aquellas distinguidas damas de la sociedad ame-
en Liverpool y que llegarían hacia el mediodía. Que ricana, para la que había bailado Isadora, se había
nos diera habitación y que nos subiera entretando trasladado a Londres y organizaba magníficas re-
un desayuno, consistente en café con leche, pasteles cepciones en su residencia de Groswenor Square.
de Alforfón y otras golosinas americanas. Aquel día Isadora —como en los cuentos— dejó a su her-
lo pasamos durmiendo en bien mullidas camas... de mano y a su madre en el cementerio y les dijo que
vez en cuando telefoneaba a la consejería del hotel no se movieran de allí hasta que regresara. Y con tal
preguntando si no habían traído aún los baúles, disposición de ánimo se encaminó a Grosvenor. La
lamentándose amargamente del inexplicable retra- suerte estaba de su lado, pues aquella dama la admi-
so: "Como ustedes comprenderán, estamos prisio- raba mucho; apenas se hizo anunciar fue recibida,
neros en nuestras habitaciones... es deplorable que quedando la señora encantada de la coincidencia,
no podamos salir a la calle, y ni siquiera bajar al pues lo que más le preocupaba de sus fiestas era la
comedor...". parte artística. Incluso, a una leve insinuación de
Isadora, le firmó un cheque por diez libras. No es
«Naturalmente hubieron de servirnos la comida difícil pensar la rapidez con que Isadora se trasladó
en las habitaciones, pero la estratagema llegaba a su al cementerio y la alegría de los tres artistas. Locos
límite, y al amanecer del día siguiente abandonamos y felices, compararon latas, y telas de gasa para el
el hotel, poniendo gran cuidado en no despertar al vestuario de Isadora, alquilando un estudio en
adormilado portero...»
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King's Road. Tenían casa y comida, y un contrato mente en París, con ese raro impulso que caracteri-
para actuar los tres en una magnífica fiesta de socie- zaba a la familia. Isadora y su madre continuaron
dad: porque Isadora bailaría, la madre acompañaría solas el largo programa de fiestas y recepciones en-
al piano, y Raimundo, que se había convertido en tre la mejor sociedad aristocrática de Londres. En
un profundo intelectual, daría una conferencia so- aquel tiempo, le llegó también a Isadora la noticia
bre el arte de la Danza. Todo un programa a cargo de que Mirovski, el polaco, había muerto. Después
de los Duncan. del intento de suicidio, había decidido enrolarse,
Aquello fue el principio de una larga serie de in- para buscar la muerte, en la guerra española de Cu-
vitaciones, aunque no el final de los apuros econó- ba. Para Isadora, pese al tiempo transcurrido, fue
micos. un duro golpe, que, paradójicamente, olvidó cono-
«A veces —cuenta Isadora— no nos daban ni un ciendo un nuevo amor: el de un pintor, ya maduro,
penique por nuestras actuaciones, no por tacañería, llamado Carlos Halle.
sino porque la gente pensaba que éramos de su Era este personaje un hombre prudente y, cons-
mundo y no entendía la situación que atravesába- ciente de que Isadora nunca le podría pertener y que
mos. Recuerdo un día en que había estado bailando no se atrevía, o mejor dicho no quería demostrarle
en una función benéfica, cerca de cuatro horas, sin amor, a pesar del gran sentimiento que le embargaba,
percibir un penique. Una señora de la aristocracia por creer que la perjudicaría.
me sirvió el té y me obsequió con fresas, pero era Isadora, más impulsiva, sospechaba que Halle es-
tal mi debilidad a causa de no haber tomado ali- taba enamorado de ella y trataba de insinuarle, fiel
mento sólido en varios días, que todo aquello no a su promesa, que no le importaba corresponder al
hizo otra cosa que aumentar mi malestar. Y al mis- amor de tan grande genio. Pero las cosas no pasa-
mo tiempo otra dama de aquellas me decía: Vea ban de ahí. Halle se contentaba con ir todas las
usted el dinero que hemos recogido para las ciegue- tardes al estudio de Isadora para verla danzar, y
citas... y me enseñaba un saco lleno de monedas de con frecuencia le presentaba a sus amistades y per-
oro.» sonajes que podrían ayudarla.
Pero estas crisis eran mucho menores que las que Halle, que dirigía la Nueva Galería de Arte de
tuvieron que sufrir a su llegada a Londres. Si pasa- Londres, consiguió para la Duncan una representa-
ban hambre, era por no decirlo abiertamente, pero ción en el jardín de la Galería donde exponían los
podían pagar un estudio y nunca más volverían a artistas más vanguardistas del momento. El éxito de
dormir en los parques públicos y alimentarse con su representación tuvo una repercusión inusitada, y
pan seco. Aquella época había pasado. muchos diarios, aparte de la gente de la élite cultu-
ral, se hicieron eco de la actuación de Isadora. Era
el comienzo de algo importante, pues los intelec-
El apoyo de un amor platónico tuales y artistas de Francia comenzaron a sentir cu-
riosidad por el arte de la danzarina. El gran público
Fue por ese tiempo, a los nueve meses de estar en todavía la desconocía.
Londres, cuando Raimundo decidió irse él solo a Isadora siguió bailando en recepciones de aquel
París. Tenía que completar su formación necesaria- tipo, sin que ningún empresario llegara a pensar
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por un momento que el arte de la joven podía ence- mujeres, abrazadas en el puente del vapor, la ma-
rrarse en un teatro ante un público normal. Llegó a drugada en que avistaron la costa francesa.
ser presentada al Príncipe de Gales, el futuro
Eduardo VII, quien le dijo que «tenía una hermosa
belleza, a lo Gainsborough», galantería que no hizo En el París de la Gran Exposición
ninguna gracia a Isadora, que pensaba que tenía una
belleza a «lo Isadora». Raimundo las esperaba en la estación del Norte,
Quizá lo circunstancial de sus actuaciones, sin en París. Y la sorpresa de las dos mujeres fue
ningún contrato por medio, fue lo que decidió a mayúscula al comprobar que su querido Raimundo
Isadora, a pesar del amor que sentía por Halle, a había cobrado un aspecto nuevo, muy parisino. Se
abandonar momentáneamente Inglaterra y embar- había dejado el cabello largo, y vestía de terciope-
carse para Francia, concretamente París, donde es- lo negro y pantalones de pana gris. La explicación
taba Raimundo; París se le presentaba como la me- de este cambio, según dijo Raimundo a las asom-
ta soñada. bradas mujeres, era simple: todos los artistas del
Halle se alegró de aquella decisión. Su madurez barrio latino iban vestidos de la misma manera...
le hacía ser sensato y no aspirar a aquella figura La habitación donde vivía el nuevo parisino era
bellísima y llena de arte. Pero hora es ya de decir demasiado estrecha para tres personas; así que
que Isadora era una mujer muy hermosa, con una aquella misma tarde se decidieron a buscar una
esbelta figura, y unos ojos muy inteligentes. Todo nueva y un poco más grande. Tras muchos rodeos,
en ella transpiraba pasión y belleza, arte en definiti- encontraron un estudio amplio y muy bien situado.
va. Y al contrario de Mirovski, Halle, no sólo no se Era una lástima no alquilarlo, porque tenía las di-
mostró dolido, sino que aconsejó y ayudó a la jo- mensiones ideales, pero sin duda sería muy caro,
ven en todos los sentidos para que viajara a París. por la superficie y por el lugar donde estaba. Sin
Dos años casi justos hacía que Isadora había lle- embargo, la felicidad les embargó cuando se entera-
gado a Londres, cuando se embarcó en un vapor de ron que sólo costaba 50 francos mensuales. Era lo
los que hacían la travesía del canal de la Mancha que en argot se llama toda una ganga...
con término o atraque en Chesburg. Madre e hija Aquella noche de su llegada, con el estudio re-
iban emocionadas. La verdad es que no era para cién alquilado y el corazón lleno de emociones nue-
menos. La locura de Isadora, al pensar que debían vas, las tres personas se durmieron agotadas. Había
salir de San Francisco, y las penurias y penalidades sido un día completo y fatigoso. Apenas llevaban
sufridas hasta entonces no habían sido en vano. durmiendo dos horas, cuando comprendieron el
Con poca o mucha fama, lo cierto es que Isadora se porqué de un precio tan barato. Habían alquilado
iba imponiendo en los ambientes intelectuales. Y un estudio que estaba justo encima de los talleres
desde un punto de vista material, habían salido de de imprenta de un gran diario de la mañana, que
América sin dinero, y ahora viajaban a Francia, comenzaba a trabajar a las once de la noche. El
después de haber dejado Inglaterra, si no ricas, con estrépito era realmente desagradable; pero como
unos pocos ahorros en el bolsillo. La felicidad debe por el día estaba en silencio, decidieron pasar allí
ser algo parecido a lo que experimentaban las dos los primeros meses. Ya se arreglarían por las no-

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ches. Lo importante de momento era establecer re- V
laciones con el «todo París» y poder ensayar duran-
te el día con paz y silencio. El precio lo justificaba LA GRAN OCASIÓN... PERDIDA
todo.
La llegada de Isadora a París coincidió con la
Gran Exposición. Los dos acontecimientos iban a
estar relacionados entre sí. La madre y la hija, des-
de el día siguiente de su llegada, se metieron en el
Louvre, igual que hicieron en Londres con el Bri-
tish Museum; recorrieron todo París y no dejaron
de acudir a la cita de la Gran Exposición.
La relación entre los dos acontecimientos fue que
Isadora conoció el simbólico y vigoroso arte de
Rodin, el mejor escultor de su época, que en nues-
tros días ha alcanzado la talla de clásico. Isadora
misma cuenta en sus Memorias la viva impresión
que le produjo este encuentro con la obra del escul-
tor, cuyo arte y fuerza asimilaría para su propio
arte:
«... Permanecí atónita ante aquel alarde de poten-
L OS primeros días de la bailarina en París, o
mejor dicho, los primeros meses, fueron de
profundo estudio. Isadora dedicaba la maña-
na a los ensayos, acompañada, como siempre, por
su madre, y por las tardes se encerraba en las bi-
cia, de fecundidad y de genio. Y cada vez que oía bliotecas en busca de todo aquello que le hablara de
decir que a este bronce o aquel yeso le faltaban la la danza.
cabeza o los brazos, no podía contener mi indigna-
ción...»
Años más tarde, los críticos darían con la clave Documentando su arte
de algunas de sus danzas, como la Marsellesa o la
Internacional: la fuente de inspiración era la fuerza En la biblioteca de la Opera trabó amistad con el
desplegada por Rodin en sus esculturas. Isadora lle- bibliotecario, hombre de edad, que puso a disposi-
gaba a París, al parecer, en un momento propicio, si ción de Isadora todo cuanto allí se encerraba relati-
hemos de creer en el destino. vo a la danza, la música griega y la tragedia clásica.
Isadora tuvo que leer y asimilar muy aprisa todos
aquellos conocimientos, y aunque su formación
desde muy pequeña fue muy sólida, el estudio en
las bibliotecas de París representó un gran esfuerzo.
La madre llegó a alarmarse ante la falta de des-
canso de su hija, que desmejoraba rápidamente.
Aquel tiempo fue fructífero para la .inteligencia
de Isadora. De sus primeros meses en París son
68 69
estos fragmentos de sus Memorias, relativos a la miembros, encontrando un espejo, no sólo en el
teoría y concepción de Isadora sobre la danza: cerebro, sino en todo el alma, disuelta en la totali-
«... Me dediqué a leer iodo lo referente al baile, dad del ser...
desde lo que afecta a los primeros egipcios hasta lo »Me parecía difícil explicar esto a los niños que
concerniente a las danzas contemporáneas, toman- un día pudieran seguirme —la idea de Isadora era la
do numerosas notas; perc> cuando hube terminado de crear una escuela—; pero cuando llegó el mo-
esta tarea colosal, comprobé que los únicos maes- mento, no necesité sino decirles: escuchad la música
tros de danza que yo podía tener eran Juan Jacobo en vuestra alma, y ahora, mientras escucháis, ¿no
Rousseau, en el Emilio, Whitman y Nietzsche...» sentís dentro de vosotros mismos a un ser interior
Más adelante, después de esta reflexión sobre la que se despierta y que os hace levantar la cabeza,
libertad de su danza y ¿u entronque con las co- elevar los brazos y marchar lentamente hacia la luz?
rrientes clásicas, relativas a la expresión del júbilo o Todos me comprendían, hasta los más pequeños. Y
la tristeza, Isadora nos habla del importante descu- así, poseídos de aquella fuerza espiritual, íntima,
brimiento al que la llevó la reflexión sobre el tema daban sus primeros pasos de danza y luego, frente a
de la danza: los numerosos espectadores que concurrían al Tro-
«Descubrí el tema central de todo movimiento, el cadero, o al Metropolitan Opera House, ejercían
cráter de la potencia creadora, la unidad de donde sobre el público el mismo dominio magnético que
nace toda clase de movimientos, el espejo de visión se nos antojaba reservado únicamente a los graneles
artistas...
necesario para crear las danzas... y de este descubri-
miento nació la idea central de mi escuela. »Todo mi arte se apoya en el solo principio de la
»Las otras escuelas de danza enseñaban que ese Unidad constante absoluta universal, de la forma y
resorte reside en el centrP de la espalda, en la base el movimiento. Unidad rítmica que se encuentra en
de la espina dorsal. todas las manifestaciones de la Naturaleza... las
»De esta base —venían diciendo los consabidos aguas, los vientos, los vegetales, los seres vivos y
maestros de danza— reciben todo el movimiento, hasta las partes íntimas de la Naturaleza obedecen a
brazos, piernas y tronce»- Pero se equivocan, y el este ritmo soberano, cuya línea característica es la
resultado de esta errónea creencia y de su aplica- ondulación. Nada se hace a saltos en la Naturaleza,
ción en las academias ntos lo ofrecen todos esos y por el contrario, en todos los estados y aspectos
bailarines que dan la impresión de no ser otra cosa de la vida se observa una continuidad que el danza-
que muñecos articulados, Su método no puede pro- rín debiera respetar en su arte, so pena de ser un
ducir sino unos movimientos fríos, mecánicos, arti- fantoche y de quedar fuera de la Naturaleza y de la
ficiales, indignos del alnia, es decir, de esa misma belleza.»
alma que intentan expresar o interpretar. Yo, por el
contrario, no traté de Localizar en mí ese punto,
sino de inundar de luz tc>do mi ser, para dar cauces Sigue actuando en círculos reducidos
al alma misma, sin preocuparme de más. Y observé
que una vez dispuesta a?í rni naturaleza, la Música Isadora, de la mano de los círculos intelectuales
discurría por esos caucas vivificando todos mis de París, participa en no pocas veladas y reuniones

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privadas, con un éxito creciente que trasciende en ra— interpretó Sonido sin Palabras, de Mendels-
noticias a los diarios. Y como consecuencia de estos sohn, Momento Musical, de Schubert, unos noctur-
triunfos repetidos, un empresario organizó una es- nos de Chopin... y la Duncan bailó maravillosa-
pecie de presentación en el teatro Sarah Bernhardt; mente, en medio de un ambiente de gran simpatía y
pero algo debió dejarse a la improvisación, porque comprensión. Aquello estuvo muy bien, mejor aca-
a última hora los músicos, con Isadora en escena, so, por la huida del empresario y de los músicos.
se negaron a actuar y se marcharon. »Isadora explicó luego algunas de sus ideas sobre
Pero veamos cómo cuenta este pasaje de la vida la danza, y cómo la entendía... "Ahora —nos anun-
de Isadora uno de sus más emocionados admirado- ció— me voy a la Costa, a contemplar el mar, las
res, el por entonces joven escultor español, José nubes; me voy a estudiar sus movimientos, el senti-
Ciará, estudiante en la Escuela de Bellas Artes de la do que encierra. Y cuando vuelva, os convocaré de
capital francesa: nuevo. Si tengo una sala, danzaré en ella; si no
«Isadora vino una mañana a la Escuela de Bellas dispongo de sala, entonces os convocaré en el Bos-
Artes para invitarnos a los alumnos a asistir a la que de Bolonia." Toda la concurrencia la despidió
representación. Ella fiaba en la juventud. Nosotros, con fuertes aplausos. Nosotros, los alumnos de la
jóvenes y artistas, seríamos los que mejor la com- Escuela, le ofrecimos unas flores, y yo fui el encar-
prenderíamos. Yo no la había visto nunca y me gado de dárselas, por ser el más joven de todos
causó una gran impresión al aparecer en el aula, ellos.»
donde nos encontrábamos modelando. Vestía un Estos párrafos han sido transcritos del libro Isa-
traje liberty, blanco, y se tocaba con una graciosa dora, escrito por Emiliano A. Aguilera. Es una
pamela de anchas alas. Los pies desnudos; calzaba, conversación que mantuvieron el escritor y el es-
como de costumbre, unas ligeras sandalias. Y en los cultor, grandes amigos, sobre la figura de Isadora, a
brazos, recogiéndolo amorosamente, llevaba un ra- quien los dos admiraban. Ciará plasmó esta admi-
mo de lirios... parecía una aparición, una figura de ración en una colecc.ón de dibujos soberbios sobre
ensueño. iem dC 0
eescnbio
c H h , runa °amorosa " ' A S U de
' " I b.ografía Ílera
P ° r s u Parce,
la' excelente bai-
»En cuanto a aquella presentación en el teatro Sa-
rah, tuvo también mucho de singular. El empresa-
rio y los músicos abandonaron a última hora, e
Isadora compareció toda desolada ante el público
que llenaba la sala: "Siento mucho lo ocurrido y os La gran ocasión se hace esperar
ruego disculpas. Los músicos se han ido y yo no
puedo danzar..." —comenzó diciendo en francés, En París, bien relacionadas las dos mujeres, y
con su acento americano—. Pero de repente, como actuando cada vez con más frecuencia para institu-
animada por una súbita inspiración, preguntó si al- ciones y círculos culturales de tipo privado, las
guien era capaz de acompañarla al piano y no faltó Duncan, madre e hija, no pasaron apuros de ningu-
un espectador que dijera "¡yo!". Era un joven com- na clase. Pero en absoluto aquello era la fama y la
positor, luego muy conocido. gloria soñadas en sus días adolescentes. Era necesa-
»...Este joven —cuyo nombre no recordaba Cla- rio despertar al mundo de alguna forma y hacerle

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depositario de ese arte milenario que portaba Isa- después, las dos mujeres estaban alojadas en el ho-
dora. tel Bristol, uno de los más fastuosos de Berlín, con
Un día, Isadora recibió una visita de esas que se la compañía de Loíe Fuller.
pueden calificar como sorpresa. Se trataba de un Sin embargo, la presentación de la bailarina japo-
caballero alemán, muy elegante, que venía a propo- nesa Sada Yakko, que, por entonces era la primera
ner a la danzarina un contrato de mil marcos dia- bailarina de la compañía, fue un estrepitoso fracaso.
rios por actuar en un famoso music-hall de Berlín. Tuvieron que abandonar Berlín y encaminarse a
Es poco lo que sabemos al respecto porque Isadora Leipzig. Isadora, mientras tanto, esperaba su opor-
lo menciona de pasada en sus Memorias, pero lo tunidad. Pero tampoco en esta ciudad, ni en la si-
cierto es que aquel caballero fue despedido violen- guiente, Munich, pudo mostrar su arte.
tamente, mientras que Isadora gritaba que su arte La compañía marchaba muy mal y, a pesar de
no era de music-hall. Iría a Berlín, pero sería la ello, Loíe Fuller no se daba por enterada, o al me-
Orquesta Filarmónica en pleno quien acompañara nos daba esa impresión. Seguían alojándose en los
sus danzas. mejores hoteles y a veces tenían problemas para
A esta visita tan sorprendente, a la que Isadora pagar los gastos de tantos acompañantes.
despidió de manera tan rabiosa, quizás acordándose Fue en Viena donde Isadora tuvo por fin la oca-
de que le venía a proponer lo mismo que aquel sión de bailar una sola noche, ante un público de
primer empresario que le pedía «pimienta», siguió artistas, en el Künstler Haus; y el éxito fue tan
otra, no menos extraña, pero que iba a ser bastante señalado que un famoso empresario, que había acu-
decisiva en la vida de Isadora. dido al pequeño local, le propuso un buen contra-
Esta visita era la de una mujer, Loíe Fuller, ame- to. Se trataba de Alejandro Gross, un empresario
ricana también y danzarina de bailes exóticos. Fue húngaro, que le dijo textualmente, según cuenta
la creadora de las danzas de la serpentina y de las Isadora en sus Memorias:
danzas del fuego. Esta mujer admiraba ya a Isadora —Cuando quiera usted tener un porvenir, bús-
por los numerosos y constantes elogios que había queme en Budapest.
escuchado en todas partes. Loíe Fuller tenía su Y desapareció.
compañía propia y organizaba regularmente Festi-
vales de Arte para presentar a distintas bailarinas.
Como tenía que salir al día siguiente para Berlín,
no había querido dejar París sin ver las danzas de La gran ocasión se presenta
su compatriota. El gesto halagó a Isadora, la cual
acompañada al piano por su madre, bailó ante su La verdad es que no cabía alternativa. Las cosas
colega. La emoción de ésta no tuvo límites y se al lado de su colega americana, a pesar de su buena
apresuró a decir a las dos mujeres que por qué no voluntad, no marchaban muy bien que digamos.
se unían a su compañía. Ella se ocuparía de su pre- Isadora deseaba bailar, y junto a Loíe no podría
sentación. durante algún tiempo. La visita a Budapest no se
Y como siempre a lo largo de su vida, Isadora hizo esperar. Gross tuvo que convencerla de que
también esta vez decidió con rapidez: una semana iba a bailar, por primera vez en su vida, ante un

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nutrido grupo de gente de toda clase y condición,
en un gran teatro y todas las noches. Isadora, acos-
tumbrada a su público de élite, quedó un tanto
confusa. Era muy posible que un público de ese
tipo no entendiera su arte. Pero Gross se encargó
de quitarle los temores. Y no se equivocaba.
Treinta noches duró la actuación de Isadora en el
teatro Ucrania, con un delirante éxito de público y
crítica. Todas las noches, la danzarina exhausta, ha-
bía de permanecer inmóvil y sonriente ante una llu-
via de flores y ovaciones que se prolongaban más
allá de lo imaginable.
«Una noche —cuenta Isadora— dije al director
de orquesta que al final de los números ejecutara el
Danubio Azul, pues deseaba bailarlo. Fue como
una descarga eléctrica. Toda la sala se puso en pie,
delirante de entusiasmo, y hube de repetir el vals
muchas veces antes de que el público depusiera su
actitud de locura.
»A partir de aquella noche hube de incorporarlo
a mi repertorio.»
Y fue en medio de este ambiente de éxitos donde
Isadora conoció a Beregi, el galán más famoso del
teatro húngaro. «Hubiera podido muy bien servir
de modelo para el David de Miguel Ángel», cuenta
Isadora, que quedó hechizada por este hombre,
hasta tal punto que desapareció de la escena y nada
le importó tanto como el amor de Beregi. Gross
andaba desesperado, pero la bailarina decía que el
amor era un sentimiento mucho más elevado que el
mismo arte, y que por nada del mundo se separaría
de Bereg;i.
Sin embargo, iba a ser el propio Beregi quien,
con su actitud, alejara a la Duncan de su lado. El
actor comenzó a hacer planes para el porvenir y a
hablar a Isadora de matrimonio, un matrimonio en
el que el único papel que se le asignaba era el de
«ama de casa» y espectadora asidua de las obras que

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representara Beregi. Del arte de Isadora no había VI
planes para el futuro en la cabeza del narcisista
amante. «HABITADA POR WAGNER»
Fue la danzarina quien tuvo que hacerse sus pro-
pios planes, ante las «locuras» evidentes de Beregi.
Volvió a visitar a Gross y firmó con él un contrato
para ir a Viena y después a diversas capitales de
Alemania. La gira puede calificarse de triunfal. Y
por cierto, en este tiempo, año 1904, se cumplió
aquella idea de Isadora que tan rabiosamente le ha-
bía gritado al empresario alemán que había ido a
verla a París: En Munich bailó nada menos que en
el Templo de la Música.
Pero fue en Berlín, como ella había predicho, en
la KrolPs Opera, acompañada de la célebre Or-

Y
questa Filarmónica, donde su triunfo alcanzó las A tiene el lector noticia de las peripecias del
resonancias de la definitiva consagración. viaje a Grecia de la familia Duncan. Tam-
Y fue entonces, en plena gloria, cuando todos los bién sabe el lector cómo salió de Grecia y
Duncan se reunieron y decidieron embarcarse hacia la memorable despedida que se dispensó a Isadora.
las tierras griegas. Isadora, según ella misma dijo a Lo que no sabe todavía el lector es con quién salió
Gross, necesitaba empapar su danza en las ruinas la danzarina de Grecia: con un coro de diez chiqui-
de la antigüedad clásica. llos griegos, a los que ella misma había enseñado las
melodías del gregoriano bizantino.

Una lamentable experiencia

De nuevo Isadora fue a visitar a Gross, quien le


firmó contratos para actuar en Viena primero, en
Budapest y en Munich después. Es esta una nueva
etapa que, a pesar de estar acompañada por el éxito,
Isadora recuerda con tristeza. En Viena, por ejem-
plo, la actuación de los diez niños griegos fue
aplaudida muy tibiamente, lo que le obligó a ade-
lantarse en el escenario y «explicar» en qué consis-
tía aquella versión de «Las Suplicantes». Sin embar-
go, en la segunda parte del recital, cuando interpre-
tó, a petición del público, el vals del Danubio Azul,

78 79
el teatro se vino abajo. Esta evidencia llena de tris- Wagner, Cósima, fue a visitarla, impresionada por
teza a Isadora. El público no entendía su versión de una interpretación de Isadora y por los constantes
Esquilo y se emocionaba con un patriotismo tras- comentarios que ésta hacía a la prensa sobre el
nochado. compositor. El motivo de la vista era una invi-
Por otra parte, los «terribles» niños griegos lo tación para las representaciones que se darían del
hicieron todo rematadamente mal. Por las noches Tannhauser en Bayreuth, algo así como la Meca de
se escapaban sin que Isadora se diera cuenta. La Wagner, donde todas las primaveras se organizaban
policía le presentó un día un informe vergonzoso y, conciertos en su memoria. Es más, Cósima Wagner
según la propia Isadora, «desde que llegamos a le propuso que interviniera en las próximas repre-
Grecia, los niños perdieron aquella ingenua y divi- sentaciones. Isadora estuvo a punto de aceptar, pe-
na expresión que tenían en los atardeceres del teatro ro de pronto se dio cuenta de que no tenía ninguna
de Dyonisos, y para colmo empezaron a desarro- compañía para hacerlo. Las bailarinas de ballet clá-
llarse y a crecer, y algunos a cambiar la voz... cada sico no servían, y no iba a presentarse ella sola, con
vez salía un poco más desentonado el coro, y no la pretensión de interpretar toda una pieza de Wag-
había forma de justificar esto diciendo que aquello ner con sus brazos. Sin embargo, sin saber todavía
cómo se las arreglaría, prometió a Cósima Wagner
era música bizantina, cuyas exigencias de entona-
su participación en los festivales del siguiente año.
ción son distintas de las corrientes. Lo que salía de Aquella mujer le impresionaba vivamente, y por
sus gargantas era sencillamente un espantoso rui- nada del mundo la hubiera defraudado.
do...»
Esto y el horrible proceder de los chiquillos en «Nunca he visto a una mujer que me impresiona-
todos los hoteles donde se alojaban, fue lo que de- ra con un tan elevado fervor intelectual como Cósi-
cidió a Isadora a encerrarlos en unos taxis y enviar- ma Wagner —recordaría Isadora—. Su porte pare-
los poco menos que «facturados» hacia Grecia. cía acrecentar la hermosura de su alma. Era de una
estatura elevada, tenía un continente majestuoso,
unos ojos muy bellos, una nariz acaso un poco
Hasta Wagner, de la mano de Nietzsche prominente para una mujer y, sobre todo, una fren-
te radiante de inteligencia. Conocía los más profun-
El tiempo que la dejaron libre tan terribles niños, dos sistemas filosóficos y se sabía de memoria todas
lo invirtió Isadora en leer al filósofo Nietzsche. La las frases y todas las notas del maestro, su marido.
moral de este filósofo, inspirada y tamizada a través Me habló de mi arte de la más grata y alentadora
del sentido trágico de la antigüedad clásica y su manera, y me confesó también el desprecio que
amor profundo por la danza, la forma más exquisi- Wagner sentía hacia las escuelas de baile, del ballet
ta de cultura —para el filósofo alemán—, impresio- y de sus vestidos...»
naron en gran medida a la Duncan. Isadora fue, por tanto, a Bayreuth, no a interpre-
Y fue de la mano de este filósofo, a través de los tar, sino como espectadora de los festivales y como
nuevos caminos que le iba abriendo, como Isadora invitada a la misma casa donde viviera Wagner.
llegó a penetrar en el alma y la música de Ricardo Fue una época deliciosa que Isadora recuerda con
Wagner de una forma sublime. La propia viuda de gran cariño. Según ella, por este tiempo rozó la
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cumbre de su arte y de sus conocimientos. La iden- forma que ella. La señora Wagner, visiblemente
tificación con el genial compositor había llegado a emocionada, extendió ante Isadora el papel al tiem-
extremos increíbles. Además, el ambiente era muy po que le decía:
propicio: allí estaba el sepulcro de Wagner, en un «Sin duda, es el propio maestro desde su tumba
romántico parque; sus cosas, sus libros, sus anota- quien os ha inspirado.»
ciones... todo se combinaba en el sentimiento de Isadora copió en sus Memorias las notas del
Isadora. compositor, y este hecho fue una de las satisfaccio-
Un día, paseando por la campiña de Bayreuth, nes más grandes que recibiera en su vida artística.
contempló una casa de piedra de admirable arqui- He aquí el testimonio de aquella identificación en-
tectura, habitada por una familia de labradores. Sin tre el maestro compositor y la genial danzarina:
pensar en los gastos, después de haber contemplado «1.° Danza voluptuosa, amorosa... las ninfas ex-
el romántico jardín de la parte de atrás, ofreció una citan a los jóvenes —muchachas y muchachos— a
indemnización a sus moradores y restauró la casa, mezclarse con ellas. Los buscan por todas partes,
creándose un refugio íntimo en el que pasaría cerca huyen, se ocultan.
de un año. En este lugar empezaría a estudiar su 2." Danza general, especie de "can-can" mito-
puesta en escena de la Bacanal de Tannháuser, para lógico.
el festival de la primavera próxima. 3.° Llegan nuevos grupos; las bacantes se preci-
Fueron meses de intenso esfuerzo, a causa de la pitan y mueven a las amorosas parejas hacia una
complejidad del tema, que se hacía más difícil debi- alegría salvaje.
do a la supervisión que de sus trabajos hacía Cósi- 4.° Mezcla y confusión de todos. Danza frenéti-
ma Wagner, en aras de la fidelidad de interpreta- ca.
ción, cosa que no pareció mal, en principio, a Isa- 5.° Voluptuosidad lasciva, con predomonio del
dora, pero que comenzó a inquietarla cuando com- elemento femenino.
prendió que Cósima no calaba en sus ideas y ponía 6.° Impetuosidad masculina creciente; y siem-
cada vez más reparos. Pero esta divergencia habría pre nuevas aportaciones de coristas.
de proporcionarle una de sus más intensas alegrías 7.° Una especie de convulsión voluptuosa. Se
artísticas. Fue un día, recién amanecido, cuando diría escucharse a unos locos. Jadeos de alegría. Se
Isadora, que había compartido su noche con el poe- llega al paroxismo.
ta Thode, sin dormir, hablando de mil y un temas,
vio que Cósima venía corriendo por su jardín con 8.° Súbito cambio de la acción. Trepidaciones
unos papeles en la mano. voluptuosas, fuego convulsivo. Predominio del ele-
mento bajo: faunos, sátiros, arrastrándose entre los
Algo grave debía ser, pues era muy temprano y demás. Música. Crescendo.
Cósima parecía nerviosa. Cuando entró, abrazó a 9.° Culminan el delirio y el desorden. Todo el
Isadora y le dijo que la noche la había pasado revi- mundo presto a caer por tierra.
sando papeles de su marido y había encontrado 10.° Las Gracias se levantan espantadas y se
unas notas sobre la Bacanal que le habían parecido alejan de las parejas con una "dulce violencia".
reveladoras. Isadora estaba en la verdad, pues Ricar- 11.° Danza de las tres Gracias.»
do Wagner había concebido la Bacanal de la misma Es lógico suponer la sorpresa de la señora Wag-
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ner al darse cuenta de que aquella bailarina había hacia el hotel, en aquel oscuro amanecer ruso,
planteado toda la escena de la misma forma que su cuando me tuve que detener para contemplar un
marido. Su pensamiento de que algo de Ricardo espectáculo que ni el mismo Poe hubiera atinado a
Wagner, por una curiosa transmigración, habitaba pintar con tintas tan sombrías. Era una larga proce-
en el espíritu de Isadora, le llevó a tomar la deter- sión que avanzaba enlutada, silenciosa, mísera. Va-
minación... de casarla con Sigfrido, el hijo del ma- rios grupos de hombres llevaban a cuestas unas far-
trimonio, según confiesa Isadora. dos negros, que resultaron ser ataúdes... el cochero
Por supuesto que nada de esto se llevó a cabo, que me llevaba inclinó la cabeza y se persignó... yo,
pero la señora Wagner estaba convencida de que viéndolo todo a la luz incierta del alba y sobre la
Isadora estaba habitada por su marido. nieve, me sentía horrorizada...».
Aquella misma mañana, Isadora reunió el cuerpo Dos días más tarde, después de esta dantesca vi-
de baile de la Escuela de Wagner, y les leyó las sión, debutó Isadora, con gran éxito, en la Sala de
instrucciones dejadas por el maestro. Trató de in- los Nobles. Su sorpresa fue mayúscula, pues ella
culcar en ellos los sentimientos que ella había expe- misma cuenta la poca relación de ideas que guarda-
rimentado, y comenzaron los ensayos. ba su arte con quienes aplaudían con tal fervor.
El éxito, en Bayreuth, fue total. Los grandes crí- «Mi alma, que esperaba y sufría con las trágicas
ticos, devotos de Wagner, otorgaron a la visión de notas de los preludios, mi alma que se sublevaba con
Isadora el título de actuación inolvidable en los fes- los violentos compases de la Polonesa, mi alma que
tivales wagnerianos. Isadora, a raíz de aquel éxito, lloraba de legítima cólera al pensar en los mártires
que la consagraba en toda Europa, se dedicó a estu- de la Plaza del Palacio, mi alma despertó en aquel
diar más a fondo todas las obras de Wagner, repre- público, rico, mimado, aristocrático, indiferente y
sentando sus obras en toda Alemania y centroeu- ajeno al dolor, unos verdaderos torrentes de aplau-
ropa. sos... ¡curioso! ¡incomprensible!».
Las dos máximas figuras de la danza, en Rusia,
que es casi como decir, las dos mejores bailarinas
Cara y cruz de la experiencia rusa de ballet del mundo entero, tuvieron la gentileza de
ir a visitar a Isadora, felicitándola por su triunfo:
El arte de Isadora ya era mundial. Había logrado nos referimos a la Pavlova y a Sechinska, una mujer
sus sueños de despertar al mundo a un nuevo arte, extraordinariamente bella, según Isadora.
del que ella era la máxima sacerdotisa. La corte «Parecía una mujer de acero —escribiría sobre
imperial de los zares la reclamaba ahora para que Ana Pavlova—; su hermoso rostro tenía los rasgos
diera unos recitales, en un país que se consideraba, severos de una mártir, y apenas se tomaba algún
si no la cuna del ballet, sí el más grande templo que descanso. Toda la tendencia de su entrenamiento
a estas danzas se había construido. consistía, al parecer, en separar del alma los movi-
Isadora debió llegar a Rusia al día siguiente de la mientos del cuerpo, lo que me producía la pena
terrible represión zarista del año 1905. Su primera más profunda. Aquello era todo lo contrario de lo
impresión, en San Petersburgo, fue, recién llegada, que yo defendía, y en lo que fundamentaba mí es-
cuando se encaminaba hacia el hotel: «... Iba sola cuela...»
84 85
Sus visitas a la Escuela Imperial, donde le fue La Escuela de Danza del Futuro
presentado el famoso maestro de bailarinas, direc-
tor de la Academia Imperial, Marius Petitpas, tam- De nuevo en Alemania, Isadora estuvo toda la
poco fueron nada satisfactorias para Isadora, por lo primavera de aquel año de 1905 cumpliendo sus
que se desprende de sus Memorias: contratos con el empresario que la había llevado a
«Se sostenían sobre las puntas de los pies —nos la fama: Alejandro Gross. Y una vez cumplidos
cuenta tras presenciar un ensayo— durante horas éstos, se retiró a Berlín, a descansar unos días.
enteras, como víctimas de una de aquellas mons- Pero no duraría mucho ese descanso. La madre
truosas y bárbaras sentencias dictadas por los tribu- había quedado encargada, desde antes de su viaje a
nales de la Inquisición, y las salas donde practica- Rusia, de conseguir, como fuera, un edificio capaz
ban su cruel e innecesaria gimnasia, desprovistas de de albergar cuarenta niñas, para crear el más dorado
todo motivo de inspiración, con paredes desnudas sueño de Isadora: La Escuela de Danza del Futuro.
o con el solo retrato del zar, me resultaban antros La artista pensaba que en adelante se abandonarían
de suplicio... Me convencí de que la Escuela Impe- las encorsetadas fórmulas de la danza. Quería dejar
rial de Danza conspiraba seriamente contra la Na- alumnas que aprendieran a fondo un arte tan perso-
turaleza y el Arte...» nalísimo.
Hay que pasar un poco por alto el radicalismo de La madre había adquirido una hermosa mansión
estas ideas de Isadora sobre el ballet. Son, en efecto, en Grünewald, rodeada de un magnífico parque. El
demasiado atrevidas, pero están formulada por una sueño comenzaba a hacerse realidad. Por su parte,
persona que tuvo una idea de la danza bien distinta, Gross, armado de paciencia ante los preparativos de
y que no sólo la llevó a cabo, sino que además su representada, le advirtió seriamente los peligros
logró triunfar en todo el mundo. que corría. Bien estaba la locura de un viaje a Gre-
Opinión bien distinta, sin embargo, le produjo la cia, o de un retiro en Byreuth, de cerca de un año;
personalidad y las ideas del fundador del Teatro del pero dedicar todo el dinero ganado y el esfuerzo
Arte de Moscú, el genial Stanislavsky. Era un hom- diario a la «caprichosa» idea de crear escuela, era
bre totalmente entregado a su profesión, que tan una locura. La empresa la dejaría arruinada y sin
fructíferos resultados daría al Arte Dramático en fuerzas.
todo el mundo. Isadora, según propia confesión, se La verdad es que en muchas cosas no se equivoca-
enamoró locamente de él. Pero, también por boca ba el inteligente empresario de Isadora. Pero ésta,
de Isadora, sabemos que Stanislavsky era en la vida como era su constumbre, no hacía caso. Y un día
diaria un hombre asustadizo, tímido e incapaz «de apareció en los periódicos un anuncio pidiendo
tener un hijo fuera del matrimonio, sin poder edu- cuarenta niñas que estuviesen dispuestas a vivir en
carle junto a él». El hombre de teatro, que estaba la residencia de Grünewald en régimen de interna-
casado, admiraba a Isadora, pero sólo en su arte: do y a viajar por todos los países. Debían de ser
«Es como asomarse a los principios del Arte y aun niñas del pueblo —rezaba el anuncio— y dispuestas
del mismo Universo», solía decir, cuando danzaba a ser enseñadas en los secretos de la danza. Lo
Isadora. firmaba Isadora Duncan.
Fueron muchas las personas que acusaron, seria

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o burlonamente, a la Duncan de estar volviéndose facilidad que los demás se expresan por la palabra o
loca. Pero la verdad es que en esta empresa tan por el canto.
idealista no la entendían. Ninguno de los pasajes de »Los estudios y las observaciones de mis niñas
las Memorias de Isadora son tan bellos como los —continúa Isadora—, no se limitaban a las formas
dedicados a los niños. Y de haberse creado esa Es- expresadas en el Arte, sino que brotaban, principal-
cuela —que se intentó fundar repetidas veces— hu- mente, de los movimientos de la Naturaleza... las
biera sido uno de los acontecimientos más impor- nubes arrastradas por el viento, los árboles que se
tantes en el terreno artístico, pues la juventud hu- estremecen al beso del aire, los pájaros que vuelan,
biera aprendido el arte de sentirse libre y espontá- las hojas que flotan y dan vueltas en su caída, cuan-
neamente expresiva. do el otoño, las olas del mar... todo esto debía tener
Merece la pena transcribir esa especie de progra- para mis alumnas un sentido especial. Y las mucha-
ma de trabajo, lleno de ingenuidad, que Isadora chas estaban obligadas a observar la calidad peculiar
llevaba a cabo con sus recién reclutadas alumnas, a de cada movimiento y a experimentar en su alma
las que vistió con túnicas blancas y adornos de flo- un sentido de íntima y secreta adhesión, no común
res, rodeándolas de un grato y evocador ambiente: y capaz de iniciarlas en los arcanos de todas las
«Los ejercicios que yo enseñaba a mis alumnas se cosas, arrastrándolas en pos de la melodía de la
iniciaban con una sencilla gimnasia de músculos, Naturaleza e invitándolas a cantar con ésta...»
preparatoria de su elasticidad y fuerza. Después de Qué poco sospechaba Isadora que todas esas
estos pasos primeros, venían los ejercicios de danza ideas sobre la educación de lo que hoy se denomi-
propiamente dicha, que consistían en caminar de na expresión corporal iban a ser llevadas a cabo en
manera sencilla, lenta, cadenciosa, avanzando con muchas escuelas unos años más tarde; y no por
ritmo elemental, siguiendo después otros ritmos poner en práctica sus ideas propias sobre la danza,
más rápidos y complicados. sino porque realmente coincidía Isadora con su
»Mis chiquillas corrían al principio lentamente, y época y con las más modernas escuelas de pedago-
también lentamente saltaban, de conformidad con gía escolar de su tiempo.
ciertos momentos definidos del ritmo. Así es como Y ante la desesperación de Gross, el proyecto fue
en música se aprende la escala de sonidos, y así es adelante. Isadora rechazó buenos contratos para
como mis pequeñas alumnas aprendían la escala de danzar en los mejores escenarios del mundo. Se
los movimientos. enfrentó a no pocas gentes que querían despresti-
»Aparte de esto, las niñas estudiaban sin darse giarla por su vida moral, tan poco entendida, aun-
cuenta de ello. Yo las tenía siempre vestidas con que hay que reconocer, en honor a la verdad, que
trajes sueltos y graciosos, muy ligeros, y en todo cuesta entenderla... En fin, la escuela fue el centro
momento, igual en las clases que en los juegos o en de su actividad. La escuela y Berlín, donde seguía
sus paseos por el bosque, los movimientos de mis dando recitales, a los que asistía la gente con cierta
alumnas, penetradas de mis ideas, eran insensible- unción religiosa.
mente armónicos, libres, espontáneos. Corrían y
saltaban éstas con toda libertad, hasta que apren-
dían a expresarse por el movimiento con la misma
88 89
VII
ARTE, AMOR Y MATERNIDAD

G ORDON Craig es uno de los genios más


extraordinarios de nuestra época: una
criatura como Shelley, hecha de fuego
y de luz. Es el inspirador de todo el teatro moder-
no, aunque, en realidad —cuenta exageradamente
Isadora— no ha tenido nunca una intervención lite-
raria en los dominios de Talía, viviendo hasta un
poco alejado de éstos.
»Sus sueños han concluido por inspirar todo lo
que es más bello en la escena, y sin él no tendría-
mos a Max Reinhardt, Jacques Copeau, Stanislavs-
ky..., a no ser por él, soportaríamos aún el viejo
escenario realista, con todas las hojas temblando en
los árboles, y las casas con sus puertas que hacen
ruido al abrir y al cerrar.
»Craig tiene una conversación brillante. Es uno
de los pocos hombres a quienes he podido contem-
plar en estado de excitación desde la mañana a la
noche. Con la primera taza de café prendía el fuego
de su imaginación, y ésta lanzaba llamas.
»Dar con él un vulgar paseo por las calles era
como pasear por la Tebas del viejo Egipto en com-
pañía de un gran sacerdote. Ya fuera por su ex-
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traordinaria miopía o por alguna otra causa, lo cier- da a hacerlo de forma irresistible hacia aquel joven
to es que lo veía todo de un modo singular, no de cuya frente parecía derramarse la inteligencia
convencional, imaginativo. Resultaba corriente ver- pura...
le detenerse de súbito ante un espantoso ejemplar Al finalizar la representación, el joven se dirigió
de la moderna arquitectura alemana, y echando ma- al camerino de la artista, y sin pedir permiso para
no del bloc y el lápiz, dibujar una hermosa interpre- entrar, se dirigió a ella resueltamente diciendo:
tación de aquello, dándole el aspecto de un templo —¿Por qué me ha robado usted mis decorados?
egipcio... Frente a un árbol, un pájaro o un niño, se ¿Quién le ha dado permiso?
inflamaba la exaltación de Craig, y no se daba a su Isadora se sobresaltó, temiendo una locura y trató
lado un solo instante de aburrimiento... vivía siem- de convencerle de que aquellos decorados eran no
pre en un paroxismo que iba desde el entusiasmo a suyos, sino, más aún, enteramente propios. No los
la cólera...» había encargado a nadie. Lo llevaba con ella desde
su más tierna infancia. Se trataba de las cortinas
azules con las que Isadora había decorado invaria-
Una locura de amor blemente los teatros donde actuaba y hasta los estu-
dios donde realizaba sus ensayos. Por eso le sor-
¿Quién era este Gordon Craig, que tan formida- prendió tanto la decidida afirmación de aquel joven
bles elogios arrancaba a Isadora? Era sencillamente de tan exaltado aspecto.
el hombre al que quizás amara con más pasión en Pero Gordon no parecía escuchar las protestas de
su vida. La potencia amorosa de Isadora era tam- Isadora. Mirándola fijamente, pareció musitar algo
bién como una llama poderosa y, cuando se enamo- como que la perdonaba porque en realidad ella era
raba, lo hacía con locura. No comprendía este alto la persona que él también había creado para habitar
sentimiento de otra forma, y sus contemporáneos aquellos decorados.
no lo aceptaban demasiado bien. Lo cierto es que Pasada la sopresa, Isadora le preguntó quién era.
Isadora, como en el caso de aquel actor húngaro, El hijo de Elena Therry, una de las actrices que,
estuvo a punto de dejarlo todo, y de hecho lo dejó, según Isadora, era superior a la Duse, la actriz más
lo abandonó todo, incluida su querida escuela, a famosa del arte dramático. Para la danzarina había
cambio de la pasión sublimada que le inspiraba este sido uno de los ideales de mujer. Admiró mucho a
singular personaje llamado Gordon Craig. Elena Therry y fue muy amiga suya. Aquel rostro
Ya el encuentro entre los dos estuvo revestido de le traía infinidad de recuerdos emocionados.
extrañas y sorprendentes situaciones. Isadora cuen- La conversación se prolongó en su propia casa.
ta que, estando un día bailando en el teatro de Ber- La madre de Isadora quedó encantada ante este jo-
lín, a donde acudía todas las noches, se sintió como ven, hijo de la gran actriz, un poco adolescente,
atraída, sugestionada por un hermoso rostro que la porque no dejaba de hablar de su propia obra, de
contemplaba desde las primeras filas. A pesar de sus ideas nuevas sobre la escenografía... La madre,
que ella, como la mayoría de las artistas, evitaba sin sospechar el suceso que se le iba a venir encima,
mirar directamente al público de la sala, por no se despidió de su hija y del apuesto visitante y se
distraerse en sus interpretaciones, se sentía impulsa- fue a dormir.

92 93
Casi inmediatamente, Craig le dijo a Isadora que Pero al final de la gira cayó enferma. El esfuerzo
no se explicaba cómo podía vivir, ella, una artista había sido demasiado grande. Isadora decidió, súbi-
genial, en medio de su familia. Lo que debía hacer, tamente, retirarse a una playa casi desierta, en Ho-
pero aquella misma noche, era irse con él, que era landa, la playa de Nordwyck. Allí esperaría alboro-
quien la había creado... zada la llegada de su hija, porque Isadora estaba
«Como una hipnotizada le dejé que pusiera mi convencida de que sería una niña. Ella misma con-
capa sobre la humilde túnica blanca, cogió mi ma- taba que había tenido un sueño en el que la mismísi-
no, y nos escapamos escaleras abajo», cuenta Isado- ma Elena Therry había descendido hasta ella res-
ra con la mayor naturalidad. plandeciente ofreciéndole una niña rubia, y desde
La fuga duró quince días. Medio mes en el que ni ese día Isadora ni por un momento dudó de aquella
la madre ni Gross, ni su hermana Isabel, que había visión. Tendría una niña, que sería la alumna más
venido a vivir con ellos y a trabajar en la escuela, joven de su escuela.
supieron del paradero de Isadora. El secreto era Dos amigas suyas, María Kist y Catalina N...,
mayor, pues la pareja no salía por el día a la calle, e esta última esposa del famoso explorador capitán
Isadora, a pesar de que Craig en esa época no tenía Scott, fueron a visitarla y se quedaron a ayudarla
dinero, no sacó ninguna cantidad de sus cuentas en los difíciles momentos del parto.
corrientes, que por entonces estaban bastante se- No es de extrañar que una mujer como Isadora,
neadas. extremosa en todos sus sentimientos, volcara su
El idilio duró bastante tiempo. Los dos vivían imaginación en la niña que acababa de tener. «Era
felices, y después de hacer las paces a medias con la sorprendente —dice—; tenía las formas de Cupido,
familia, Isadora volvió a su trabajo en el teatro y en los ojos azules y una rizosa cabellera oscura, que
la Escuela, pero sin abandonar a Craig. Fue el or- luego cayó y se convirtió en bucles de oro.»
gullo de los dos artistas el que se encargó de poner Exaltada por su maternidad, dirigiéndose a las
la palabra fin, aunque no de forma definitiva. Isa- madres de toda la tierra, o mejor dicho a las muje-
dora ofendió el genio de Craig diciéndole que él no res, Isadora parecía increparlas, exageradamente:
hacía más que poner un marco adecuado al trabajo «¡Oh mujeres! ¿Para qué aprendéis a ser abogados
de los demás, y Craig respondió dando un portazo o médicos, pintoras, escultoras o poetisas, si existe
y marchándose, aunque no por mucho tiempo. este milagro de la maternidad?»
Al cabo de unos días, Isadora, para mayor deses- «Durante algunas semanas permanecí horas ente-
peración de la madre y del empresario, anunció que ras con el bebé en brazos —dice en sus Memorias—,
iba a tener un hijo. Al menos los indicios que tenía contemplando su sueño y atisbando cómo algu-
de ello eran evidentes. Sin embargo, aún tuvo tiem- nas veces salía una mirada de sus ojos; me parecía
po de recorrer, en una gira llena de éxitos, varias entonces que estaba yo muy próxima a la otra orilla
ciudades alemanas. del misterio, cerca del conocimiento de la vida...
Llegó, al final de esa gira, a recorrer Dinamarca y aquel alma, encerrada en un cuerpo recientemente
Suecia, países que le entusiasmaron por la prepara- creado, respondía a mis miradas con ojos que pare-
ción y el entendimiento que la gente mostró de su cían muy viejos —¡Los ojos de la eternidad!— y
arte. que me miraban con amor. Sí. Eso es, con amor. Y

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yo acabé por pensar que el Amor es realmente la ció de tal modo a Elenora Duse, que ésta les propu-
respuesta de todo.» so que partieran inmediatamente con ella hacia Flo-
Recuperada y acompañada por su hermana Isa- rencia, donde Craig montaría los escenarios de una
bel, Isadora se dirigió a su querida Escuela de Grü- obra de Ibsen.
newald. Como en los cuentos de hadas, su madre «Cuando tomamos el tren hacia Italia —comen-
perdonó todo lo ocurrido, definitivamente, pues las taba Isadora—, fue uno de los momentos de más
relaciones entre las dos habían estado demasiado felicidad de mi vida. íbamos Eleonora, Craig, mi
tirantes a causa de la escapada con Craig. hija y yo: juntos los dos seres que más admiraba el
La aparición de éste por la Escuela fue fugaz. mundo: Craig realizaría una gran obra, y la Duse
Llegó un día, cuando Isadora acababa de llegar, tendría un escenario digno de su genio.»
para conocer a su hija y para ponerle un bonito La verdad es que si las buenas relaciones dura-
nombre, Deirdre, que viene a significar «Amada de ron, fue porque Isadora hacía de intérprete entre
Irlanda». Craig volvió a desaparecer, pero a las po- Eleonora, que no sabía una palabra de inglés, y
cas semanas estaba de nuevo en la Escuela. Isadora Craig, que a su vez no entendía nada de italiano ni
pasaría con él una temporada bastante larga, inolvi- de francés.
dable para los dos. La habilidad de Isadora no tuvo límites. Consi-
guió que uno y otro desconocieran lo que estaban
haciendo; pues si Eleonora se hubiera dado cuenta
Un peligroso triángulo de por dónde iban las ideas de Craig, hasta no ver-
las terminadas, no le hubiera dejado seguir adelan-
Un día, cuando Isadora estaba totalmente re- te; y a la inversa: si Craig hubiera sabido lo que
puesta del parto, vino a la Escuela un emisario de opinaba la Duse de sus bocetos, hubiera abandona-
parte de la genial actriz Eleonora Duse, una de las do el trabajo inmediatamente.
más grandes actrices que han existido en todos los Sin embargo, el día en que se montaron los esce-
tiempos, para invitar a Isadora a una fiesta íntima narios, Isadora y Eleonora acudieron al teatro y su-
que iba a celebrar en su casa. La pedía, por favor, bieron a un palco. Lentamente se descorrieron las
que aceptara bailar delante de ella, pues había de cortinas, ante la inquietud de Isadora. Pero lo que
partir para Italia y no quería marchar sin haberla apareció ante sus ojos fue de una belleza iniguala-
visto danzar. ble:
Isadora asintió por vanas razones. Una de ellas «A través de vastos espacios azules —cuenta Isa-
porque sentía verdadera veneración por el arte de dora—, de celestes armonías, de líneas ascendentes,
esa mujer, que consideraba inmortal; y otra de las de masas colosales, el alma era transportada hacia la
razones era la de presentar al genial Craig a Eleono- luz de aquel gran ventanal, detrás del cual se exten-
ra, para ver si podían llegar a colaborar juntos los día, no ya una breve avenida, sino el Universo infi-
dos genios. nito. Dentro de esos espacios azules estaba todo el
La verdad es que fue así. Isadora danzó y dejó pensamiento, toda la meditación, toda la tristeza
maravillada a Eleonora, y el joven Craig, después natural del hombre. Más allá del ventanal, todo el
de exponer sus ideas sobre la escenografía, conven- éxtasis, toda la alegría, todo el milagro de su imagi-

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nación. Yo no sé lo que Ibsen hubiera pensado, todos sus movimientos. El espectáculo de estas ni-
pero se hubiera quedado mudo como nosotros, sin ñas era tan hermoso, que no había nadie con alma
palabras, entregado al deleite producido por aquella de artista o de poeta, que no se sintiera admirado
visión...» por él.»
Eleonora, muy emocionada, dio las gracias a A pesar de ello, y estando de acuerdo con la
Craig. Aquello era una genialidad, y así lo constató maestra en que realmente el espectáculo era hermo-
el público florentino, que calificó de inolvidables so, los éxitos de Isadora eran mayores que los de
aquel escenario y la interpretación de Eleonora Du- las niñas. Cada vez que se anunciaba una represen-
se. tación de toda la Escuela, el público, por muchas
Pero la colaboración iba a durar muy poco tiem- razones, acudía en menor número; y los empresa-
po. Eleonora llevó la misma obra a Niza, y tuvo rios, por su parte, procuraban declinar la participa-
que sacrificar parte de los escenarios, debido a la ción de tan numeroso concurso, pues los gastos de
pequeña capacidad del proscenio. Cuando Craig se representación eran sensiblemente mayores, cosa
enteró de semejante mutilación, corrió a Niza y que se acusaba en los precios de taquilla, y en defi-
hecho una furia insultó de tal manera a Eleonora, nitiva en el público.
que ésta le despidió definitivamente. Nunca más se Por otra parte, los gastos de alojamiento fueron
volvieron a ver ni a colaborar juntos en un mismo enormes, y de regreso de esta gira, Isadora se plan-
teatro. teó seriamente la necesidad de recabar de donde
Isadora, por su parte, también estaba molesta, fuera una subvención oficial para su Escuela de
con unas crisis de celos bastantes violentas, por la Danza Futura.
actitud de Craig, que se entregaba como un torbe- Pero una vez más, la prudencia de Isadora brilló
llino a todas las aventuras fáciles que le salían al por su ausencia. Para conseguir dinero para sub-
paso. vencionar la Escuela, la danzarina se embarcó con
todas las niñas rumbo a Londres. En lugar de ir
sola, realizaba de nuevo una serie de gastos que la
Lanzamiento de sus niñas iban a dejar casi sin fondos.
En Londres todo el mundo la trató agradable-
Quizá por eso aceptó un contrato para viajar por mente. Las antiguas amistades que allí dejó hicieron
toda Rusia. El trabajo y la distancia le harían olvi- cuanto pudieron por subrayar la bondad de la idea
dar por completo la separación, la segunda, del in- de la Escuela. Pero los londinenses no dejaban de
quieto Craig. Isadora ignoraba que aquel largo viaje ver aquello como un espectáculo «divertido» muy
le iba a deparar nuevos deseos de vivir y que iba a agradable... pero nada más.
conocer a un hombre que iba a desempeñar un pa- Y casi tan rápidamente como habían llegado a
pel fundamental en su vida. Londres, emprendieron viaje hacia Grünewald, ante
Era la primera vez que Isadora viajaba con sus 40 la velocidad con que se estaban quedando sin dine-
niñas. «Cada día estaban más fuertes y ágiles — ro. Isadora, por su parte, y para recabar nuevos fon-
cuenta Isadora—, y la luz de la inspiración resplan- dos, firmó un contrato de seis meses con Carlos
decía en sus rostros juveniles, en sus cuerpos y en Frohman para actuar en los Estados Unidos. Des-

98 99
pues de tan larga ausencia, volvía a su patria, aun- VIII
que con el corazón encogido de tristeza. Era la
primera vez que dejaba sola a su hija Deirdre. SUEÑOS Y REALIDADES
Por otra parte, cuando el recuerdo regresó a
aquellos primeros años en que tuvo que luchar pri-
mero contra la realidad y más tarde contra la opi-
nión adversa de empresarios, Isadora se dio cuenta
de que realmente salió de América bastante golpea-
da por la adversidad y las personas que la habían
tratado.
En vano buscaba, durante la triste travesía, algo
que la incitara a volver con alegría. Ningún miem-
bro de su familia se encontraba ya allí, y solamente
una evidencia se reflejaba en su memoria: habían

L
sido muy amargos, sin excepción, los años en Amé- OS presagios de Isadora sobre su viaje a Amé-
rica. No cabía duda de que el momento más feliz rica, esos sentimientos tristes que la embar-
era el de su marcha desde Nueva York al puerto gaban durante la travesía, iban a hacerse
británico de Hull. realidad. De nuevo la poderosa América acogía a
uno de los Duncan con fría hospitalidad.

Un mal comienzo

Pero esta vez las raíces del fenómeno había que


buscarlas no en la sociedad americana sino en el
empresario Frohman, que enfocó muy mal el nego-
cio. Isadora era ya una artista consagrada, aclamada
en el mundo, y este empresario planteó las cosas
con mucho, con demasiado miedo.
En principio, pensó que el arte de Isadora era
para minorías. Gran falta de información, pues es-
taba más que demostrado que cuanto más local te-
nía Isadora más grande era su triunfo. Y debido a la
escasez de aforo, Frohman, que había alquilado una
pequeña sala, se vio obligado a regatear medios que
eran básicos, como, por ejemplo, los músicos, un
grupo tan reducido que difícilmente podía interpre-
tar a Beethoven.

100 101
man pidió un palco para la primera representación hacia adelante —hacia adelante y hacia arriba— y
y quedó sorprendido al informarse de que no había siento en mí la presencia de un poder supremo que
localidades. Este ejemplo demuestra que, por muy escucha la música y la difunde por todo mi cuerpo
grande que sea el artista, el arte más elevado se buscando una salida y una explosión. A veces este
pierde si carece del marco que le es necesario. Este poder brotaba con furia, y otras bramaba y me
fue el caso de Eleanora Duse en su primera tournée golpeaba hasta que mi corazón se encendía de pa-
por América, cuando por obra de una mala direc- sión, y yo pensaba que eran llegados mis últimos
ción trabajó en teatros vacíos y tuvo el sentimiento momentos de vida. Otras veces me acariciaba triste-
de que no era admirada en Estados Unidos. Y sin mente, y yo sentía de súbito una angustia tal que
embargo, cuando volvió en 1924, fue recibida de elevaba al cielo mis brazos e imploraba ayuda de
Nueva York a San Francisco con una ovación ince- donde la ayuda no puede venir. Pensaba a menudo
sante. Sencillamente, esta segunda vez se encontró que era un error calificarme de bailarina; yo era
con Morris Gest, que tenía talento artístico para más bien un centro magnético que reunía las expre-
poder comprenderla. siones emotivas de la orquesta. De mi alma brota-
»Me sentía muy orgullosa de viajar con una or- ban rayos ardientes que me enlazaban con la or-
questa de ochenta profesores, dirigidos por el gran questa vibrante y tremenda.
Walter Damrosch. Esta excursión logró éxitos cla- »Había un flautista que tocaba tan divinamente el
morosos; la orquesta nos testimoniaba, al director solo de las almas felices de Orfeo, que con frecuen-
y a mí, la mayor admiración. Era tal mi simpatía cia quedaba inmóvil en escena, mientras corrían de
hacia Walter Damrosch, que, según estaba bailando mis ojos las lágrimas; el escucharle me producía
en medio del escenario, me sentía unida, por todas éxtasis, y la misma sensación me producían por
las fibras de mi cuerpo, a la orquesta y a su gran momentos los violines y toda aquella orquesta,
director. cuyas sinfonías se elevaban al cielo inspiradas por
su admirable director.
»Luis de Baviera tenía la costumbre de sentarse
Danza y música se compenetran solo a escuchar la orquesta de Bayreuth; pero si él
hubiera bailado al ritmo de esta orquesta, hubiera
»¿Cómo podría describir la alegría de bailar con conocido un deleite mucho mayor.
aquella orquesta? Ahí está, ante mí; Walter Dam- »Entre Damrosch y yo existía una gran simpatía,
rosch levanta su batuta; la miro, y a la primera y cada uno de sus gestos tenía en mí una vibración
nota surge en mí la sinfonía de todos los instru- instantánea y correlativa. Según aumentaba el volu-
mentos combinados en uno solo. Un fluido pode- men del crescendo, subía a mí la vida y se desbor-
roso se eleva hacia mí y se hace el médium que daba en gestos; a cada frase musical, traducida en
condensa en una expresión unificada la alegría de un movimiento musical, todo mi ser vibraba en ar-
Brunilda despertada por Sigfrido, o el alma de Iseo monía con el suyo.
que busca su triunfo en la muerte. «Algunas veces, cuando desde lo alto del escena-
«Voluminosos, amplios, hinchados como velas al rio miraba a la orquesta y veía la frente amplia de
viento, los movimientos de mi danza me arrastran Damrosch inclinada sobre la partitura, tenía la im-
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presión de que mi danza era semejante al nacimien- cía el placer de una buena mesa y tocaba el piano
to de Atenea cuando salió armada de la cabeza de horas enteras, siempre incansable, siempre genial,
Zeus. alegre, ligero y delicioso.
»Esta excursión por América constituyó proba- «Cuando regresamos a Nueva York, tuve la sa-
blemente la época más feliz de mi vida. Pero sufría tisfacción de recibir una nota de mi Banco, que
la nostalgia de mi hogar, y cuando bailaba la Sépti- me comunicaba que mi cuenta había crecido con-
ma Sinfonía creía ver a mi alrededor las figuras de siderablemente. Si no hubiera sido por el afán irre-
mis alumnas tal como llegarían a ser cuando inter- primible de mi corazón, que me ordenaba ir a ver a
pretaran conmigo aquella sinfonía. No era un goce la nena y a las alumnas de mi Escuela, nunca hubie-
completo, pero tenía la esperanza de un deleite fu- ra salido de América. Pero una mañana dejé en el
turo más grande. muelle a un pequeño grupo de amigos —María y
»Quizá no hay goce completo en la vida, sino Billy Roberts, mis poetas, mis artistas—, y empren-
únicamente esperanza. La última nota del canto de dí el regreso a Europa.»
amor de Iseo parece un goce completo, pero lo que
representa es la muerte.
»En Washington fui acogida con una verdadera Lohengrin redivivo
tempestad de estusiasmo. Algunos ministros del Se-
ñor habían protestado contra mis danzas en térmi- Esta vez la travesía de vuelta a Europa se le hizo
nos violentos.» corta y feliz. Y no porque supiera que en la esta-
Y, con general estupefacción, se presenta un día ción de París, una vez hubiera desembarcado en Le
en su palco, por la tarde, el presidente Roosevelt en Havre, la esperaba su adorada hija, sino porque los
persona. Parecía entusiasmado del espectáculo y recuerdos que traía de América estaban cargados de
daba la señal de los aplausos a la terminación de felicidad. El éxito no podía haber sido mayor.
cada baile. Luego escribió a un amigo: Su hermana Isabel y su hija esperaban efectiva-
«¿Qué mal pueden encontrar esos ministros en las mente en la estación su llegada. Isadora volvía he-
danzas de Isadora? Me parece tan inocente como cha otra mujer, llena de proyectos. Y en esas condi-
una niña que bailara en su jardín, bajo los rayos del ciones de espíritu, el ambiente de París le cautivó
sol, y que fuera recogiendo las bellas flores soñadas de tal manera que decidió casi inmediatamente que-
por su fantasía.» darse en la capital francesa, donde todavía no era
«Las palabras de Roosevelt —cuenta Isádora— conocida del gran público.
fueron reproducidas en los periódicos, sonrojaron «Fue como tomar París al asalto», recordaría ella
mucho a los pastores y contnbuvcron al éxito de en sus Memorias. Y, en efecto, así fue. La fama de
mi tournée. En realidad, esta tournée fue una de las Isadora era grande en París, aunque no la hubieran
más felices y fructíferas desde todos los puntos de visto actuar en directo, pues las crónicas de Italia,
vista; nadie hubiera deseado un director de orques- Rusia, Alemania, Dinamarca, Suecia, etc., habían
ta más amable y un compañero más encantador que encontrado amplio eco. Por otra parte, todavía
Walter Damrosch, que tenía el temperamento de un quedaba en la memoria de cierto reducido público
artista grande. En los momentos de descanso cono- aquella actuación, recién llegada de Londres, cuan-

106 107
do Isadora les había convocado para una futura ac- Isadora leyó la tarjeta y pudo comprobar que su
tuación en el Bosque de Bolonia, nunca llevada a visitante era Singer, el afamado fabricante de las
cabo. máquinas de coser que llevan su nombre. ««¡Estaba
Esta vez los recitales de Isadora tendrían un mar- pensando en millones, cuando he aquí que un hom-
co, si no más adecuado, porque la Naturaleza hu- bre llama a mi puerta y resulta ser... un millona-
biera sido lo idóneo para su arte, sí uno de los más rio!», comentaría sobre esta situación Isadora, con
dignos que se pudieran encontrar en todo París. El cierto desparpajo.
local era uno de los más prestigiosos: la Gaieté Cuando surgió ante la Duncan la imagen de Sin-
Lyrique. Y contrató a la famosa orquesta de Colon- ger, no pudo contener una exclamación: ¡Lohen-
ne, con el mismísimo Colonne al frente para diri- grin! Aquel hombre alto, con el pelo rubio, la barba
girla. rizada v muv elegante, era tal como ella se había
La reacción del público y de la crítica fue tan imaginado al inmortal Caballero del Cisne. Y con
impresionante que Isadora, que nunca olvidaba sus este nombre le llamaría en adelante.
dorados sueños sobre la Escuela de Arte del Futu- Pues bien, Lohengrin había ido a casa de Isadora
ro, pensó que ningún lugar tan adecuado para le- a decirle no sólo que la admiraba mucho, que todos
vantar una verdadera escuela por todo lo alto como los días iba a ver sus actuaciones en el teatro, sino
París. Quería levantar un gran Templo de la Danza, también a proponerle algo que a Isadora le pareció
donde, a semejanza de Bayreuth, se diesen festiva- un milagro. La mujer que unos minutos antes pen-
les anuales. saba que para fundar la escuela que ella imaginaba,
Y sin pensarlo más, alquiló dos grandísimos pi- sin regateos, necesitaba millones, escuchaba mo-
sos en la rué Danton y mandó llamar a sus niñas de mentos después estas palabras de uno de los hom-
la Escuela de Grünewald, aunque no a todas. Parte bres más ricos de Europa:
de ellas quedarían allí y parte vendrían a París. —Admiro su arte y el valor que representa su
Ni que decir tiene que el presupuesto de la Dun- ideal de fundar una escuela. He venido en su ayuda.
can se vio resentido casi de inmediato. Eran dema- ¿Qué puedo hacer? ¿Querría usted, por ejemplo, ir
siados los gastos de París, a los que había que añadir con todas sus niñas a una pequeña villa de La Ri-
los de mantenimiento de Grünewald. Y de nuevo viera, junto al mar, para componer allí nuevas dan-
las cuentas de Isadora empezaron a no salir como zas? No tendrá que preocuparse de los gastos. Us-
pensaba la artista. Necesitaba millones y millones ted ya ha hecho una gran obra y debe estar cansada.
de francos para sacar todo aquello adelante, decen- Ahora todo eso corre de mi cuenta...
tamente, sin mediocridades: los sacrificios ya los Por un momento, Isadora pensó, como cualquier
había hecho ella antes. persona en su situación, que era un sueño. ¡Haber
Esta vez el destino, vestido de elegante caballero, estado peregrinando por Londres, Nueva York,
iba a acudir en ayuda de Isadora. Una tarde llama- Berlín, en busca de subvenciones para su escuela sin
ron a la puerta. La doncella fue a abrir v regresó conseguir más que buenas palabras, y de pronto un
con una tarjeta: hombre, uno solo, sin habérselo propuesto siquie-
—Hay un hombre ahí fuera que quiere hablar ra, afirma que se va a hacer cargo de todos los
con usted. Me ha dado esta tarjeta. gastos! «Comprendí entonces que aquel era mi mi-

108 109
llonario —confesaría Isadora—, el millonario que mediatamente de quién era la recién llegada a la
mis ondas mentales habían ido a buscar...» fiesta.
Una semana más tarde todas las chiquillas, in- A medianoche, Isadora fue avisada por un
cluidas las de Grünewald, salían en dirección al mar mayordomo: acababan de telefonear desde la Es-
y al sol, en un coche de primera. Iban con destino a cuela diciendo que una de las niñas se encontraba
un bello lugar, Beaulieu, cuya traducción es preci- gravemente enferma, con bastante peligro. Isadora
samente ésa, bello lugar. Cuenta Isadora: se precipitó hacia Lohengrin pidiéndole que busca-
«Las niñas bailaban bajo los naranjos con sus ra un médico mientras ella acudía al teléfono.
leves túnicas azules, las manos llenas de flores y Lo demás, junto a Lohengrin, fue relativamente
fruta. Lohengrin era todo amabilidad y encanto pa- sencillo. Su coche les estaba esperando en la puerta
ra ellas, y no cesaba de pensar en la comodidad de del casino. Hubo que despertar al mejor especialista
las pequeñas. En esta dedicación de él a las niñas en afecciones respiratorias, y con Lohengrin al lado
hallé nuevos motivos de confianza y gratitud. Y el no fue nada difícil. Hubo que buscar los medica-
contacto diario con aquel hombre transformó esa mentos en una farmacia que, a pesar de estar cerra-
confianza y esa gratitud en sentimientos fuertes y da, no tuvo ningún obstáculo para abrir las puertas
profundos, aunque yo, sin embargo, por ese tiem- al señor Singer. Tal era el poder del dinero.
po, le miraba únicamente como "mi caballero", Fue esa noche, en aquellos momentos de dramá-
digno de ser venerado a distancia, de una manera tica tensión, junto a la niña que estaba casi amora-
casi espiritual.» tada, sin poder respirar, cuando tanto Isadora como
Lohengrin se alojaba en Niza, en un hotel de Lohengrin se sintieron extrañamente atraídos. Al
moda, y de vez en cuando invitaba a Isadora a despedir al médico en la puerta de la casa, con la
cenar con él. Un día, la artista que se vestía inva- niña ya fuera de peligro, las dos personas se mira-
riablemente con una sencilla túnica griega, quedó ron satisfechas. La luz del alba comenzaba a cla-
muy turbada al verle acompañado de una mujer rear. Las dos se estrecharon en un fuerte y emocio-
vestida con unos colores deliciosos y llena de perlas nado abrazo.
y brillantes. Las dos mujeres se dieron cuenta casi Cuando regresaron a la fiesta, las horas habían
inmediatamente de que no podían ser otra cosa que pasado tan deprisa que nadie se había dado cuenta
enemigas. El desenlace no se haría esperar muchos de su partida, excepto una persona: la mujer de los
días. diamantes, como la llamaba Isadora, quien al verlos
Fue en un baile de Carnaval, que el propio llegar no pudo aguantar sus celos y, agarrando un
Lohengrin había organizado en el casino. Había cuchillo de una mesa cercana, se dirigió enfurecida
mandado un traje de pierrot a cada uno de los invi- hacia Singer. Este, ante la consternación general, la
tados. Isadora acudía por primera vez a un lugar agarró por las muñecas y, entregándola a un
semejante v vestida de tal manera. El bullicio y la mayordomo, encareció que le dieran algún tran-
locura que reinaban allí dentro eran inimaginables. quilizante, pues tenía un ataque de histeria.
Pero en medio de todo y bajo las máscaras, Isadora Desde aquella noche Isadora se quedó con
se percató de que estaba allí la mujer de la noche Lohengrin. De momento, a la mañana siguiente, se
anterior. De igual forma que ésta se dio cuenta in- embarcaron Isadora, su hija y Lohengrin, en el yate

110 111
de éste, rumbo a Italia. Un largo crucero que ven-
dría a simbolizar una larga luna de miel que duran-
te esta primera etapa tuvieron los dos personajes. IX
Pero Isadora, mujer inquieta y artista, sentía cada EL SENTIDO DE LA VIDA Y DE
vez más remordimientos por la vida de lujo que
llevaba: «Subconscientemente, sentía malestar a LA MUERTE
medida que transcurrían los días, cada vez más dis-
tante de mi ruta. Y algunas veces contrastaba desfa-
vorablemente la facilidad de esta vida de lujo, de
fiestas continuas, de entrega absoluta al placer, con
las luchas amargas de mi primera juventud. Y en-
tonces volvía a sentir la sensación que en otro tiem-
po producía sobre mi cuerpo y sobre mi alma la luz
de la aurora, que se transformaba en ardientes me-
lodías. ¡Mi Lohengrin, mi caballero del Graal, ven-

R
dría también a compartir la gran idea!» USIA fue siempre un país amable con Isado-
Quería Isadora que su amante, más reposado, ra, y, cosa curiosa, su idea de crear una Es-
menos lleno de locura que ella, la acompañara en cuela, que atraía muchas simpatías en la
una larga gira a través de Rusia, donde Isadora de- Rusia zarista, fue la que le produjo las mayores
bía cumplir de nuevo un contrato con Gross. Pero enemistades en la Rusia soviética, después de la re-
Lohengrin, o no quiso o no pudo ir; se excusó volución.
diciendo que seguramente tendría problemas con el
pasaporte. Y de nuevo Isadora partió sola hacia Ru-
sia. Un amor muerto

Pero faltaban aún muchos años para que este su-


ceso se produjera. Isadora, en esta ocasión, volvió a
recorrer con el consabido éxito los lugares que ya le
eran conocidos y visitó a todas sus antiguas amista-
des.
Una tarde, después de regresar de una de sus
actuaciones, Craig la visitó en su estudio. Isadora se
quedó demudada. Seguía igual. En el momento de
verle, la propia Isadora confiesa que «no existía na-
da para mí —ni la Escuela, ni Lohengrin, ni nada—
si no era el placer de volver a verle...». «A pesar de
todo —se siente obligada a puntualizar—, la fideli-
dad era uno de mis rasgos predominantes...».

112 113
Por entonces Craig vivía uno de sus momentos Otro amor resucitado
de máximo esplendor. Estaba haciendo los decora-
dos para el Hamlet, montado y dirigido por Stanis- El fiel Lohengrin la esperaba en la estación, pero
lavsky. Por supuesto, según pudo comprobar Isa- era ya una persona casi desconocida para Isadora.
dora, no sin ciertos celos, una tarde en que fue a En nada se parecía a aquel hombre mesurado en
ver su trabajo en el teatro, todas las actrices se ha- todo que había dejado meses atrás.
bían enamorado de él. Lohengrin se había convertido en un «joven»
El encuentro con su gran amor fue uno de los apasionado, que nada más ver a Isadora, la abrazó
más amargos trances por los que tuvo que pasar fuertemente y la llevó sin más dilación a su aparta-
Isadora, infancia incluida, en toda su vida. mento parisino.
«Cuando le vi —cuenta Isadora—, sentí de nue- «Me llevó a él —cuenta Isadora—, y echándome
vo todo el encanto y fascinación de otras veces, y en una cama Luis XIV, me devoró con sus caricias.
seguramente las cosas hubieran ocurrido de otro Allí supe por primera vez cómo se transforman los
modo si no hubiera tenido yo a mi lado a una de nervios en sensaciones. Parecía como si volviera a la
mis alumnas, bellísima, que hacía las veces de secre- vida de una manera nueva y estimulante que yo
taria. La última noche, a punto de salir para Kiev, desconocía...».
di una pequeña comida a Stanislavsky y a Craig. Una felicidad sin límites parecía embargarles.
»En medio de la comida, Craig me preguntó si Decidieron olvidarse de todo lo que fuese un pro-
quería o no continuar con él, y como yo no podía blema y dedicarse a la dolce vita, que bien podía
contestarle, estalló en uno de sus arrebatos de cóle- llevar Lohengrin. Conocieron los mejores restau-
ra, y cogiendo a la secretaria de la silla, se la llevó a rantes y, por primera vez en su vida de artista,
otra habitación y se encerró con llave. Isadora cayó en la tentación de vestirse con algo
«Stanislavsky quedó muy sorprendido de la ac- que no fuera su túnica griega, de lana en invierno y
tuación de Craig, e hizo lo indecible por convencer de seda en verano.
a Craig de que abriera la puerta. Pero cuando nos Fueron nada menos que tres años lo que duró
convencimos de que todo era inútil, nos marchamos esta nueva unión entre los dos amantes. Tres años
a la estación apresuradamente. Hacía tiempo que el de millonaria como diría Isadora, acordándose de
tren había salido. Regresé con Stanislavsky a su ca- este período de su vida. Tres años en los que hubo
sa, e intentamos hablar de arte moderno, para evitar de todo.
la conversación sobre Craig, pero pronto me di Viajó de nuevo a América, durante esos tres
cuenta de que su conducta había trastornado pro- años, en compañía de su inseparable Lohengrin y
fundamente Stanislavsky...». de la mano del mismo empresario con el que tuvie-
Isadora se fue a Kiev, donde a los pocos días se ra aquel singular éxito anterior, después de los
reunió con ella la sofocada secretaria. Lo único que inexplicables fracasos. Aquella gira americana fue
le dijo Isadora fue si quería reunirse con Craig, a lo de las más felices, porque al éxito artístico se unía la
que la alumna dijo que no. Y después de este amar- presencia de Lohengrin, que no conocía América y
go incidente, decidieron salir en seguida para París, se asombraba ante todo lo que veía.
sin terminar los contratos en Rusia. En uno de esos días, inmediatamente después de
114 115
la representación, una de aquellas altas amistades páginas de sus Memorias puso tanto amor, tanta
que Isadora tenía en América entró alarmada en su minuciosa descripción como en las dedicadas a este
camerino y le dijo: viaje. Fue una experiencia profunda y apacible a la
—Pero, querida Miss Duncan... se ve perfecta- vez. Tal como es Egipto. «Se diría —fue el comen-
mente desde las primeras filas... usted no puede tario final de Isadora sobre el viaje— que nuestra
continuar así... su estado es ya muy avanzado... embarcación era mecida por el ritmo de las eda-
Era cierto. Isadora iba a tener un hijo de Lohen- des». Y añade: «Para los que puedan proporcionar-
grin. Deseaba tenerlo, lo había soñado —según sus se este placer, un viaje por el Nilo es la mejor cura
palabras— contemplando la iglesia de San Marcos, de reposo del mundo».
en Venecia, junto a su hija Deirdre. Pero ante aque- A continuación regresaron a Francia, pues Isado-
lla insinuación, Isadora se vio obligada a justificarse ra ya estaba cerca de dar a luz. Pero Lohengrin,
frente a aquella «avispada» señora: como si el viaje a Egipto no hubiera sido suficiente,
—¡Oh, querida señora! —le dijo—, eso es pre- compró en Beaulieu, en la villa donde descansaban
cisamente lo que yo quiero expresar con mis dan- las niñas de la Escuela, la más hermosa mansión,
zar: el amor, la mujer, la formación, la Primavera, con terrazas al mar, que pueda imaginarse. Y no
el cuadro de Botticelli, ¿sabe usted?, la tierra fecun- contento con esto, como si la idea de la paternidad
da, las tres Gracias bailando encinta, la Madona y le hubiera enloquecido, se dedicó a comprar terre-
los céfiros, bailando encinta también... Todo lo que nos en la vecina localidad de Cap Ferrat, para ha-
se estremece, todo lo que promete una nueva vida. cerse construir un castillo, al estilo de los de Avig-
Esto es lo que significa mi danza... non o Carcassonne.
La señora puso cara de no entender. Pero Isidora Esta vez la maternidad de Isadora fue menos do-
sí que entendió, y después de aquel día decidió lorosa que la anterior. Apenas si se dio cuenta de los
rescindir sus contratos y volver a Venecia, para jun- dolores del parto. Y una vez más —recuerda ella—,
tarse con su hija Deirdre. Hacía varios meses que el mar era testigo de uno de los sucesos más impor-
no la veía. tantes de su vida.
Pensaba Isadora descansar en la ciudad italiana, y
ocuparse, ahora que dispondría de tiempo, de su
hija, y sobre todo de sus niñas y de la Escuela. Pero La tragedia
una vez más Lohengrin y su poder ilimitado con-
vencieron a Isadora para disfrutar de un viaje pláci- El tiempo pasó muy rápido para Isadora. Des-
do y soleado: remontar el Nilo, en una embarca- pués del nacimiento de Patrick, apenas si se movió
ción típica (por supuesto, llena de comodidades y de Francia. Estaba demasiado ocupada, por fin, con
bien aprovisionada). ¿Qué persona se hubiera nega- sus alumnas de Beaulieu. Lohengrin, por su parte,
do a tan sugerente plan? Partieron los tres inmedia- había marchado de nuevo a Egipto, a recorrerlo por
tamente. entero, después de aquella experiencia del Nilo.
Remontaron el Nilo durante todo el invierno. Y Isadora, recuperadas ya su antigua figura y su
ni que decir tiene que los recuerdos que Isadora elasticidad, se decidió a reanudar sus recitales en
conservó de este viaje fueron inolvidables. En pocas París. Y de nuevo su arte, las nuevas danzas que

116 117
había preparado frente al mar, en el hermoso estu- ma, la mujer más paciente del mundo, que sentía
dio de Beaulieu, cautivaron al público y la crítica de adoración por los dos niños.
París. Isadora se sentía otra mujer y tenía la sensa- »—¡Oh, déjelos! —exclamé—. Piense en lo que
ción de que cuando bailaba lo hacía con sus dos sería la vida sin su ruido.
hijos. Era la cumbre de la felicidad. Y no era sólo »Y entonces pensé yo: ¡Qué vacía y oscura sería
un presentimiento de ella. La crítica coincidía en la vida sin ellos, porque más, y mil veces más, que
que sus danzas habían alcanzado una madurez difí- el amor de todos los hombres han llenado y coro-
cil de igualar. nado mi vida de felicidad!
El trabajo de la danzarina era agotador por en- «Continué leyendo: «Cuando no quedó por hcn-
tonces. Dedicada a sus alumnas, a sus ensayos, a los dir más pecho que el tuyo, te volviste ávidamente
recitales, Isadora apenas descansaba. Y los efectos del lado de donde venían los golpes... y esperaste.
no se hicieron esperar. Comenzó a tener insomnio, Pero fue en vano, noble e infortunada mujer. El
y a éste siguieron las pesadillas, las alucinaciones y arco de los dioses estaba tenso, y se reía de tí. Así
las visiones dantescas. esperaste toda una vida con una desesperación tran-
Durante dos semanas tuvo que alternar el trabajo quila y sombríamente contenida. No lanzaste a los
de la mañana y la tarde con los horrores de la no- pechos humanos los gritos familiares. Te hiciste
che. Porque todas las noches creía ver una figura inerte, y se dice que te trocaste en roca para expre-
negra, enlutada, resbalando, deslizándose por la pa- sar la inflexibilidad de tu corazón.»
red de su cuarto, acercándose hasta el borde de su »Y entonces cerré el libro, pues sentí en mi pe-
cama y contemplándola con piadosos ojos, que cho un terror repentino. Abrí los brazos y llamé a
causaban horror. mis dos hijos, y teniéndolos estrechados en ellos,
Un día, decidida a no sufrir más aquellos padeci- me brotaron las lágrimas. Porque recuerdo todas
mientos, tomó la determinación de consultarlo con las palabras y todos los gestos de aquella mañana.
un médico. La causa de todo eran los nervios. Lo ¡Cuántas veces, en noches de insomnio, he vuelto a
que tenía que hacer era descansar. Y si no podía vivir todos aquellos momentos, y cuántas veces he
hacerlo por los contratos, al menos debía instalarse pensado desesperadamente por qué no hubo enton-
en Versalles, no lejos de París, y acudir todos los ces una visión que me advirtiera de lo que iba a
días al trabajo después de haber pasado una buena ocurrir!
noche en la Naturaleza. »Era una mañana gris y apacible. Las ventanas
Isadora se instaló, en efecto, en Versalles y aque- estaban abiertas sobre el parque, donde los árboles
lla decisión le iba a provocar la tragedia más grande se cubrían de sus primeros brotes. Sentí por prime-
de su vida. Una tragedia que marcó el inicio de su ra vez en aquel año el torrente de júbilo que pene-
decadencia, de la que no se repondría jamás. Oiga- tra en nosotros con los primeros días primaverales,
mos la propia voz de Isadora, en sus Memorias, y entre la delicia de la primavera y la contempla-
acerca de lo ocurrido en la carretera: ción de mis hijos, tan rosados, tan adorables, tan
«—Patrick: haz el favor; no metas tanto ruido, dichosos, experimenté una emoción de placer y sal-
que molestas a mamá. té de la cama y empecé a bailar con ellos, y ellos y
»La que decía esto era una mujer dulce y buenísi- yo estallamos en risas locas.

118 119
»Y también el ama reía al mirarlos. De repente, realizaría su antigua y querida ambición de repre-
sonó el teléfono. Era la voz de L., que me pedía sentar la trilogía de Edipo, Antígona y Edipo en
fuera a París y le llevara los niños: «Quería verlos» Colona. Camino de París, iba yo pensando en todo
No los había visto desde hacía cuatro meses. esto y mi corazón se regocijaba con las grandes
»La idea de que este encuentro nos traería la re- esperanzas artísticas. Estaba escrito que aquel tea-
conciliación deseada por mí, me produjo un gran tro no se construiría nunca, que la Duse no encon-
jubilo, y en voz baja comuniqué la noticia a Deir- traría un templo digno de ella y que Mounet-Sully
dre, la cual gritó: moriría sin ver realizado su deseo de representar la
»—¡Eh, Patrick! ¿A que no sabes dónde vamos a trilogía de Sófocles. ¿Por qué la esperanza del artis-
ir hoy? ta es casi siempre un sueño irrealizado?
«¡Cuántas veces he oído luego aquella voz infan- «Sucedió como yo pensaba. L. quedó encantado
til y aquellas palabras! al ver de nuevo a su hijo y a Deirdre, a quien
«¿A que no sabes adonde vamos a ir hoy? amaba tiernamente. Almorzamos alegremente en
»¡Mis pobres, frágiles y hermosas criaturas! ¡Oh, un restaurante italiano, donde comimos muchos
si yo hubiera sabido aquel día el destino cruel que spaghetti, bebimos Chianti y hablamos de nuestro
os acechaba! ¿Dónde, dónde os fuisteis aquel día? futuro y maravilloso teatro.
»Y entonces el ama dijo: »—Será el teatro de Isadora—, dijo él.
»—Señora, me parece que va a llover. Quizá fue- »—No —replique—; será el teatro de Patrick,
ra mejor que se quedaran aquí. porque Patrick será el compositor, el que creará la
«¡Cuántas veces, como en una terrible pesadilla, música de la danza futura.
he oído su advertencia y he maldecido el no haberla «Cuando terminamos el almuerzo, L. dijo:
comprendido! Pero yo pensaba que el encuentro »—Me siento hoy tan feliz... ¿Por qué no va-
con L. sería mucho más sencillo si los niños estaban mos al Salón de Humoristas?
presentes. «Pero yo tenía ensayo. Lohengnn se llevó a su
»Por el camino, en el automóvil, durante aquella amigo H. de S., que estaba con nosotros, y yo volví
última excursión de Versalles a París, con los cuer- a Neuilly con los niños y el ama. Cuando llegamos
pecitos en mis brazos, estaba llena de una nueva a la puerta, dije al ama:
esperanza y confianza en la vida. Sabía que cuando »—¿Quiere usted esperarme aquí con los niños?
L. viera a Patrick olvidaría sus resentimientos per- «Pero ella me contestó:
sonales contra mí, y soñaba que nuestro amor lle- «—No, señora. Creo que sería mejor volver. Los
garía a crear algo verdaderamente grande. niños necesitan descansar.
»Antes de salir para Egipto, L. había comprado «Entonces les besé, y les dije:
un vasto terreno en las afueras de París, con el »—Yo regresaré en seguida.
propósito de construir en él un teatro para mi Es- »A1 dejarlos en el coche, mi Deirdre colocó sus
cuela, un teatro que sería un centro de reunión y un labios contra los cristales de la ventanilla. Yo me
abrigo para todos los grandes artistas del mundo. incliné y besé el cristal en el sitio mismo donde ella
Yo pensaba que la Duse encontraría allí un marco tenía colocados sus labios. El frío del cristal me
adecuado a su divino arte, y que allí Mounet-Sully produjo una rara impresión.

120 121
»Entré en mi gran estudio. No era todavía la alrededor, y yo no lloraba. Al contrario, sentía un
hora del ensayo. Quise descansar un momento y intenso deseo de consolar a todos.
subí a mi cuarto, donde me acosté en un diván. »Cuando miro hacia atrás, me es difícil compren-
Había flores y una caja de bombones que alguien der mi raro estado espiritual de entonces. ¿No sería
me había enviado. Cogí uno y me lo comí perezo- que me encontraba realmente en un estado de clari-
samente, mientras pensaba: «Después de todo soy videncia y que supe que la muerte no existe, que
muy dichosa, acaso la mujer más dichosa del mun- aquellas dos frías imágenes de cera no eran mis
do. Tengo mi arte, el triunfo, la fortuna, el amor, y hijos, sino únicamente sus envolturas rotas? ¿Que
sobre todo, tengo dos hermosos hijos.» el alma de mis hijos vivía en la luz y en la eterni-
»Y estaba así, comiendo perezosamente mis dad?
bombones y sonriéndome, mientras pensaba: «L. »Dos veces tan sólo he sentido aquel grito de la
ha vuelto; todo se pone bien», cuando vino a mis madre, que una oye como si fuera ajeno a una mis-
oídos un grito extraño y sobrehumano. ma: al dar a luz y a la hora de la muerte. Porque
»Volví la cabeza. L. estaba allí, en la puerta, tam- cuando sentí aquellas manitas frías en las mías,
baleándose como un borracho. Sus rodillas flaquea- aquellas manitas que ya nunca me volverían a estre-
ban y cayó al suelo, frente a mí, y de sus labios char, oí mis gritos; los mismos gritos que había oído
salieron estas palabras: cuando nacieron. ¿Y por qué los mismos, siendo
»—¡Los niños, los niños han muerto!» uno un grito de suprema alegría y otro de tristeza?
¿No sé por qué, pero sé que son el mismo grito.
¿No será que en todo el Universo no hay sino un
Ni lágrimas ni lutos ni entierros grito que exprese la Tristeza, el Júbilo, el Éxtasis y
la Alegría, el Grito de la Creación de la Madre?»
«Recuerdo que se apoderó de mí una calma ex- «¿Cuántas veces, yendo por las mañanas de pa-
traña. Mi garganta me quemaba como si hubiera seo, nos ha ocurrido encontrar el cortejo negro y
tragado carbones encendidos. Pero no podía com- siniestro de un entierro cristiano? Nos estremece-
prender. Le hablé muy dulcemente. Intenté calmar- mos y pensamos en todos nuestros seres queridos,
le. Le dije que no podía ser verdad. pero descartamos el pensamiento de que un día
«Entonces vino más gente, pero yo no podía seremos los enlutados de un negro cortejo seme-
comprender lo que pasaba. Y entró un hombre de jante.
barba negra, y me dijeron que era un médico. »Desde mi infancia más temprana sentía yo una
»—No es verdad —decía este médico—. Yo los gran antipatía hacía todo lo que se relacionaba con
salvaré. la Iglesia y el dogma. Las lecturas de IngershoU y
»Y yo le creí. Quise ir con él, pero la gente me lo Darwin y la filosofía pagana habían fortificado esa
impidió. Ahora sé que me lo impidieron porque no antipatía. No soy partidaria del código moderno
querían decirme que ya no había esperanzas. Te- del matrimonio, y creo que la idea moderna de los
mían que la impresión me produjera una enferme- funerales es tan fea y tan espantosa que llega a un
dad, pero me hallaba en aquel momento en un esta- grado de barbarismo.
do de elevada exaltación. Veía a todos llorando a mi »Como yo había tenido el valor de rechazar el

122 123
matrimonio y de negarme a que fueran bautizados pos en la tierra. Debe de haber muchos que piensan
mis hijos, me negué también a que, una vez muer- como yo; pero mi conducta, el expresar lo que sen-
tos, se les hiciera objeto de esa mascarada que lla- tía, fue criticada y censurada por muchos religiosos
man el entierro cristiano. Yo no tenía más que un ortodoxos, los cuales pensaban que, el querer des-
deseo, y era que el terrible accidente se transforma- pedirme de mis seres amados con Armonía, Color,
ra en belleza. La desgracia era demasiado grande Luz y Belleza, y al llevar los cuerpos al Cremato-
para las lágrimas. Yo no podía llorar. Yo me limité rium en lugar de colocarlos en la tierra para que
a manifestar el deseo de que toda aquella gente que fueran devorados por los gusanos, era una mujer
había venido a expresarme su simpatía, vestida de terrible y sin corazón.
negro, se transformara en belleza. »¿ Cuánto tendremos que esperar para que la in-
»Yo no me vestí de negro. ¿Para qué cambiar de teligencia prevalezca entre nosotros, en la Vida, en
traje? Siempre he pensado que el luto es absurdo e el Amor y en la Muerte?
innecesario. Agustín, Isabel y Raimundo se inclina- »Llegué a la cripta del crematorium y vi frente a
ron ante mi deseo y amontonaron en el estudio mí los féretros que encerraban las cabezas de oro,
flores y más flores. Cuando tuve conciencia de lo las manos caídas, frágiles como flores; los piececi-
que sucedía, la primera cosa que oí fue la orquesta tos ligeros; todo lo que yo amaba. Las llamas iban a
Colonne tocando las bellas lamentaciones del Orfeo devorarlos. Dentro de poco no serían sino un paté-
de Gluck. tico haz de cenizas.
»Pero, ¡qué difícil es cambiar en un dia los ins- »Volví a mi estudio de Neuilly. Tenía el vago
tintos horrorosos y trocarlos en belleza! Si yo hu- proyecto de terminar mi propia existencia. ¿Cómo
biera podido realizar mis deseos, no hubieran veni- podría ya continuar viviendo después de haber per-
do ninguno de aquellos siniestros hombres de som- dido a mis hijos? Pero me despertaron las palabras
brero negro, ni aquellos caballos, ni aquella horri- de las niñas de mi Escuela, que me rodeaban dicién-
ble e inútil mojiganga, ni todo lo que hace de la dome:
muerte un horror macabro en lugar de una exalta- »—Isadora: vive para nosotras. ¿No somos tam-
ción. ¡Qué espléndido acto aquel de Byron cuando bién nosotras tus hijas?.
quemó el cuerpo de Shelley en una pira, junto al »Y sus voces despertaron en mí el deseo de cal-
mar! mar la pena de aquellas otras niñas que lloraban,
»Pero en nuestra civilización yo no podría en- con el corazón partido, la muerte de Deirdre y Pa-
contrar sino la belleza inferior del crematorium. trick.
¡Cuánto hubiera deseado un último resplandor al »Si esta desgracia hubiera venido más pronto en
abandonar para siempre los restos de mis hijos y de mí vida, hubiera podido vencerla; si más tarde, no
su dulce amor! Seguramente llegará un día en que la hubiera sido tan terrible. Pero en aquel momento,
inteligencia del mundo se subleve contra estos ritos en plena madurez de la vida, destruyó completa-
horribles de la Iglesia, para crear alguna ceremonia mente mi fuerza y mi poder. ¡Si por lo menos me
final de belleza, un homenaje a sus muertos. El hubiera envuelto un gran amor y este amor me
crematorium es ya una gran ventaja, en compara- hubiera llevado lejos...! Pero L. no respondía a mis
ción con la espantosa costumbre de meter los cuer- requerimientos.

124 125
»Raimundo y su mujer, Penélope, habían salido X
para Albania, donde trabajaban entre los refugia-
dos. Me convencieron para que fuera a su lado, y ONFESIONES DE UN CORAZÓN
salí con Isabel y Agustín hacia Corfú. Cuando lle- HERIDO
gamos a Milán, donde nos detuvimos a pasar la no-
che, vi la misma habitación donde cuatro años antes
pase algunas horas meditando acerca del nacimiento
del pequeño Patrick. Y Patrick que había nacido,
que había venido a mí con la cara del ángel de mi
sueño en San Marcos, Patrick se había marchado.
«Cuando miré de nuevo los ojos siniestros de la
señora del retrato que parecían decirme: "¿No ha
sucedido lo que yo predije?", experimenté un ho-
rror tan violento, que eché a correr por el pasillo y
supliqué a Agustín que me llevara a otro hotel.

N
«Tomamos el barco en Brindisi, y poco después, I la Escuela, ni los recitales de danza, ni la
en una deliciosa mañana, llegamos a Corfú. Toda la buena voluntad de Lohengrin consiguie-
Naturaleza estaba alegre y sonreía, pero yo no en- ron distraer los pensamientos de Isadora.
contraba alivio. Las personas que estuvieron aque- Nada podía volverla a la realidad. En su estudio no
llos días a mi lado me dijeron luego que me pasaba podía vivir, porque todo le recordaba demasiado a
las horas sentada y con los ojos inmóviles, clavados los niños. En la Escuela, donde las alumnas le ha-
en el espacio. No me daba cuenta del tiempo. Ha- bían pedido que viviera para ellas, no podía pasar
bía penetrado en una tierra lúgubre, de tonos gri- más de dos días sin deshacerse en llanto. Y siempre
ses, donde no existe la voluntad de vivir ni de mo- que miraba a Lohengrin, no podía dominar el do-
verse. Cuando el destino nos trae una pena verda- lor. Este acabó por no soportar el ambiente depre-
dera, no hay gestos ni expresiones. Como Níobe, sivo que le rodeaba y un día se marchó, sin despe-
trocada en piedra, me quedé muda, inmóvil, sorda e dirse siquiera.
impenetrable, y anhelaba la aniquilación de la Aconsejada por Isabel, Isadora se había dejado
muerte.» convencer de que lo mejor era emprender un largo
viaje. Decidió ir a visitar a su hermano Raimundo,
que por entonces estaba en Corfú, casado con una
bella mujer, Penélope, y ocupado febril y altruista-
mente en proporcionar las mejoras posibles a los
refugiados de Corfú, como ya hemos visto.
La actividad diaria, recorriendo aldeas, entre los
necesitados, hizo que Isadora se fuera recuperando,
olvidándose un poco de sí misma.
Poco a poco volvió a ser como era antes; pero

126 127
cada vez que su cabeza alcanzaba la normal lucidez,
el recuerdo de los niños se hacía intolerable, y la
bailarina volvía a sumirse en sus depresiones. Hasta
que un día decidió salir de aquel ambiente de po-
breza, creyendo que era aquello lo que le entriste-
cía.

Encuentro con Eleonora Duse

Cayó entonces en una especie de psicosis de hui-


da. Recorrió en automóvil casi toda Europa, sin
encontrar la calma en ninguna ciudad. Había llega-
do hasta Suiza, donde decidió pasar bastante tiem-
po. Pero a los pocos días regresó a Italia. Y fue en
este país donde un día, sin saber cómo, se había
enterado de su dirección Eleonora Duse. Le cursó
un telegrama escueto, pero expresivo.
«Isadora —decía el texto del telegrama—, sé que
está usted ahí. Le ruego que venga a verme. Haré
todo lo posible por consolarla. Se lo aseguro.»
Eleonora vivía en Viareggio, apartada de todos,
consumida en la tristeza del gran amor que ella y el
poeta D'Annunzio habían compartido. Cuando és-
te la abandonó, Eleonora se retiró a una villa en
medio de la campiña. Según cuenta Isadora, estaba
rodeada de jardines y de unos extraños viñedos.
Los muros que rodeaban la casa eran de color rosa.
«Cuando entré en la villa de Eleonora, en Viareg-
gio —cuenta Isadora—, nunca olvidaré cómo vino
a mi encuentro por una avenida cubierta de viñas,
como un ángel glorioso. Me cogió en sus brazos y
sus ojos de ensueño se iluminaron con tal amor y
ternura, que sentí la misma impresión que debió
sentir el Dante cuando encontró en el Paraíso a la
divina Beatriz.»
Fueron aquellos unos días reposados y plácidos.
Eleonora parecía haberse fundido en la pena de Isa-
Un movimiento y una figura en la danza de Isadora Duncan.
(Dibujo de José Ciará.)
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dora, y sólo de esta forma lograba consolarla. Le
pedía que le hablara de sus hijos, cómo eran, que
gestos hacían, qué expresiones usaban. Y esto pare-
cía tranquilizar a la trágica danzarina.
Isadora, dispuesta a quedarse allí toda la vida,
alquiló una villa no lejos de la de Eleonora. Las dos
mujeres bajaban a diario a la playa, al atardecer,
dando grandes paseos. Un día, al término de uno
de estos paseos, «Eleonora se volvió hacia mí —
cuenta Isadora—, y contemplándome durante largo
rato, mientras el sol se ponía como una aureola
encendida por encima de su cabeza, me dijo:
»—Isadora, no tientes más al destino. No bus-
ques de nuevo la dicha. Lo que te ha ocurrido no es
sino el prólogo. Tienes en tu frente la señal de los
que están predestinados a los grandes infortunios
de la tierra. No tientes más al destino, te lo suplico.
»Ah! Eleonora, si yo hubiese escuchado tu ad-
vertencia», se lamenta Isadora en sus Memorias.
Porque poco tiempo más tarde, en una crisis de
desesperación, Isadora sería protagonista de un sin-
gular encuentro, cuyas consecuencias serían funes-
tas. Un nuevo aldabonazo iba a sonar en la puerta
de su esperanza hundiéndola de nuevo en el dolor.

Resurrección y muerte otra vez

Cuando creía estar ya resucitada, ganada para la


vida, cuando de nuevo se había reconciliado con
Lohengrin y éste había comprado un suntuoso edi-
ficio para sus niñas y la Escuela, el dolor la arreba-
taba de nuevo. Pero volvamos a las Memorias de
Isadora, para que ella misma sea quien dé cuenta de
este nuevo infortunio:
«Una tarde gris de otoño, estaba paseando sola
por la playa cuando repentinamente vi que se lan-
zaban ante mí las figuras de mis hijos Deirdre y

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Patrick, cogidos de la mano. Les llamé, pero huye- »—¿Crees realmente que es un genio? —me pre-
ron, riéndose, cuando iba ya a alcanzarlos. Corrí guntó después de examinar sus obras.
tras de ellos, les llamé y desaparecieron entre la »—Sin duda —contesté—, seguramente será un
espuma del mar. Me invadió una terrible aprensión. Miguel Ángel.
Aquella visión de mis hijos... ¿Sería que estaba lo- »La juventud es deliciosamente dúctil. La gente
ca? Tuve durante algunos momentos la sensación joven cree en todo, y yo casi creí que mi nuevo
clarísima de que me hallaba en la linde que separa la amor iba a desterrar mi tristeza. Estaba yo entonces
locura de la razón. Ante mí veía el manicomio, la tan cansada de mi horrible y constante dolor... Hay
vida de espantosa monotonía, y, con amarga deses- un poema de Víctor Hugo que yo solía leer enton-
peración, caí de bruces sobre la tierra y me puse a ces, y que en aquella ocasión terminó por conven-
llorar. cerme:
»No sé cuánto tiempo permanecí en aquella pos- "Sí, volverá, está esperando un poco para volver
tura, pero recuerdo que una mano piadosa me tocó a mí."
la cabeza. Alcé los ojos y creí ver a una de las bellas »Pero, ¡ay!, esta ilusión no fue muy larga.
figuras de la Capilla Sixtina. Era una figura que «Parece que mi amante pertenecía a una austera
venía del mar, y que estaba allí, inmóvil, diciéndo- familia italiana, y que debía casarse con una mucha-
me: cha perteneciente a otra austera familia italiana. No
»—¿Por qué lloras continuamente? ¿Puedo hacer me lo había dicho, pero un día me lo explicó en una
algo por ayudarte? carta y se despidió. No le guardé el menor rencor.
»La miré fijamente. Había salvado mi razón, y ya no estaba sola. Otra
»—Sí —contesté—; sálvame, sálvame algo que vida se iba formando en mis entrañas. Desde aquel
vale más que mi vida: la razón. Dame un hijo. momento entré en una fase de intenso misticismo.
«Aquella noche la pasamos juntos en la terraza Tenía la sensación de que el espíritu de mis hijos
de mi villa. El sol se ponía más allá del mar. La luna vagaba junto a mí y que volverían a consolarme en
salía e inundaba de luz temblorosa el mármol de las la tierra.»
montañas. Al sentir sus brazos juveniles y robustos «El primer día de agosto sentí los primeros dolo-
rodeando mi cuerpo y sus labios sobre los míos, res del alumbramiento. Bajo mi ventana giraban las
cuando toda su pasión italiana descendía a mí, me noticias de la movilización. Era un día caluroso; los
pareció que me rescataba del dolor y de la muerte y balcones estaban abiertos. Mis gritos, mis dolores,
me conducía a la luz. El amor, de nuevo. mis angustias eran acompañados por el redoblar de
»A la mañana siguiente conté a Eleonora todo lo los tambores y por las voces de los pregoneros.
sucedido, y no pareció muy sorprendida. Los artis- »Mi amiga María metió en mi cuarto una cuna,
tas viven continuamente en una tierra de leyenda y una cuna adornada con muselina blanca, una cuna
fantasía, y cuando dije a Eleonora que Miguel Án- de la cual no aparté un momento mis ojos. Estaba
gel había salido del agua le pareció muy natural, v> convencida de que Deirdre y Patrick iban a volver a
aunque odiaba el contacto con la gente extraña, ac- rni lado. Los tambores redoblaban. ¡Movilización!
cedió gustosamente a que le presentara a mi joven ¡Guerra! ¡Guerra! "¿Es la guerra?", me preguntaba
ángel, y visitamos su estudio. Porque era escultor: yo. Pero iba a nacer mi hijo, ¡y le costaba tanto

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trabajo venir al mundo! Como mi amigo Bosson niño, y frente a aquel desastre general, me atrevía a
recibió la orden de partir y de unirse a su ejército, sentirme gloriosamente feliz, y me sentía transpor-
vino un doctor extranjero, el cual no dejaba de re- tada a los cielos con el gozo trascendental de estre-
petir: "Courage, madame". ¿Por qué decía valor a char a mi niño en mis brazos.
una pobre criatura quebrantada por terribles sufri- »Vino la noche. Mi habitación se llenó de gente
mientos? Mejor hubiera sido decir: "Olvídese de que se alegraba al ver en mis brazos a mi nene.
que es una mujer. Olvídese de que ha soportado un »—Ahora —me decían—, serás otra vez feliz.
dolor noble y toda suerte de miserias. Olvídese de »Luego, uno a uno, se marcharon, y me quedé
todo, y grite, y chille, y aulle, y gima..." sola con el bebé. Yo murmuraba: "¿Quién eres;
»Y aún mejor: hubiera sido más humano darme Deirdre o Patrick? Has vuelto a mí." De repente la
un poco de champagne. Pero el médico tenía su criatura fijó en mí sus ojos y respiró penosamente,
sistema, y su sistema consistía en decir: como si sintiera una opresión en el pecho, y de sus
»—Courage, madame. labios helados salió un silbido. Llamé a la enferme-
»La enfermera estaba conmovida, y no cesaba de ra. Vino, miró al niño, lo cogió bruscamente, y,
alarmada, se lo llevó en sus brazos. De la habita-
decirme:
ción vecina llegaban a mí voces que pedían oxígeno,
»—Madame, c'est la guerre, c'est la guerre. agua caliente...
»¡La guerra, la guerra! Yo pensaba:
»Mi bebé se hará muchacho, pero será todavía »Después de una hora de angustiosa espera,
joven para ir a la guerra. Agustín entró en mi cuarto y me dijo:
»Finalmente oí el grito del niño. Gritaba; vivía. »—¡Pobrecita Isadora! Tu hijito... Tu hijito... ha
Aquel terrible año había sufrido grandes horrores, muerto.
pero todos fueron ahuyentados por una inmensa »Creí que aquel momento alcanzaba la cima de
exclamación de júbilo. El luto, las penas, las lágri- todos los dolores que pueden sobrevenirnos en la
mas, la espera larga y los dolores; todo, todo desa- tierra, porque en aquella muerte era como si de
pareció en un gran momento de alegría. No hay nuevo murieran mis otros dos hijos. Era como una
duda, si existe Dios, es un gran director de escena. repetición de la primera agonía. Con algo más de
Todas aquellas horas de luto y de pánico se trans- añadidura.
formaron en alegría cuando contemplé en mis bra- «Entró mi amiga María y se llevó, llorando, la
zos a un hermoso niño. cuna. De la habitación contigua llegaban a mí los
ruidos de un martillo que clavaba la cajita que había
»Pero los cañones continuaban. ¡Movilización! de ser la única cuna de mi hijito. Estos martillazos
¡Guerra! ¡Guerra! parecían golpear en mi corazón las últimas notas de
»¿Es la guerra? —pensaba—. ¿Y qué me impor- la desesperación suprema.
taba a mí? Aquí está mi niño seguro en mis brazos. »Y estando en mi cama, desamparada y deshecha,
Que hagan la guerra ahí fuera. ¿Qué me importa? fluyó en mí un triple manantial de lágrimas, de
»Tan egoísta es la alegría humana. Junto a mis leche y de sangre.»
ventanas, junto a mi puerta, un vaivén incesante,
voces, sollozos de mujer, llamamientos, discusiones
en torno a la movilización... Pero yo tenía a mi
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Vuelta a las raíces de nuevo al final de su programa, cuando interpretó apasio-
nadamente la Marsellesa, que el auditorio escuchó
La Primera Guerra Mundial los dispersó a todos. en pie, aclamando a la artista durante varios minu-
Lohengrin se retiró a Inglaterra y mandó a las niñas tos. Las posturas exaltadas de Miss Duncan consti-
de la Escuela a una villa en las cercanías de Nueva tuyeron una imitación de las figuras escultóricas de
York. Isadora, por su parte, decidió retirarse de Rude en el Arco del Triunfo de París. Su espalda
tanto horror y marchó al hotel de Normandie, en la estaba desnuda, y desnudo también uno de sus cos-
costa inglesa, junto al mar, donde se habían refugia- tados hasta el talle, en actitud que estremecía a los
do muchos intelectuales y artistas. Allí conoció espectadores por la perfección con que representa-
personalmente a Sacha Guitry, quien como dice ba a las famosas figuras de Rude en el famoso Arco.
Isadora, «todas las noches nos deparaba una maravi- El público prorrumpió en vítores y aclamaciones al
llosa velada llena de anécdotas, rumores y chis- final de aquella demostración de arte noble...»
mes». No menos clamoroso fue el éxito de la costosa
Pero este género de vida aburrió y desesperó rá- obra, la de Las Bacantes. El público quedó asom-
pidamente a Isadora. Comenzó a pensar en la dan- brado ante el derroche de escenarios, vestuarios,
za de nuevo. Iría a Estados Unidos y daría recitales personas y no menos asombrada quedó Isadora al
en nombre de la Libertad y los Derechos, para de- comprobar que los ingresos por tales representacio-
fender a Francia. Y empujada por esta apasionada nes eran inferiores a los gastos que había ocasiona-
idea, se embarcó hacia América de nuevo. do el montaje de la tragedia griega. Como siempre
Inmediatamente, a su llegada, se reunió con sus que Isadora actuaba de empresario, las cuentas no
alumnas y comenzó a ensayar nuevas danzas y nue- salían bien al final.
vos proyectos. Porque decidió montar, con todo La situación era bastante crítica. Isadora estaba
lujo de detalles, la obra Las Bacantes, de Eurípides. arruinada. Las cuentas de que disponía en los ban-
Organizó una compañía que contaba con treinta cos europeos estaban bloqueadas a causa de la gue-
actores, cien cantantes, una orquesta de ochenta rra. Pero aquello importaba poco al lado de la resu-
profesores, y el coro de sus alumnas, que eran cin- rrección definitiva de la danzarina. No había dine-
cuenta. Aparte de esto, hizo importantes reformas ro, pero el arte seguía alentando en ella.
en el Century Theatre. Empujada por estas nuevas emociones, tuvo la
Ilusionada con estos nuevos proyectos, dio va- atrevida idea de viajar de nuevo a Europa con toda
rios recitales que alcanzaron un clamoroso éxito, en su Escuela. Sería un grito de paz en medio de la
especial uno de ellos, presentado nada menos que contienda; bailaría en medio de los horrores de
en el Metropolitan House. Isadora, en un arrebato, aquella guerra.
al final de las danzas, se envolvió en un chai rojo, y El único obstáculo para ello era que no había
a los acordes de la Marsellesa, improvisó una danza dinero. Pero para Isadora esto no parecía ser pro-
electrizante, inolvidable para todos los jóvenes que blema. Con su impetuosidad característica —¡vol-
llenaban la sala. Un periódico del día siguiente pu- vía a ser de nuevo ella misma!— reservó unos pa-
blicaba una entusiasta reseña: sajes para ella y sus alumnas en el Dante Alghieri.
«Miss Duncan —decía— logró una gran ovación Tres horas antes de que saliera el barco, todavía no

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disponía de dinero para pagar estos pasajes, y cuan- Vientos de incertidumbre
do ya estaban abatidas, una jovencita entró en su
estudio y sin más preámbulos le dijo: Después de pasar por Nueva York, Londres,
—Isadora, sé que está usted en un apuro. ¿Cuán- etcétera, Isadora vino a refugiarse en París. Mal re-
to necesita? fugio, una ciudad que estaba asediada por el famoso
—Unos dos mil dólares —replicó Isadora casi de cañón Berta, que los alemanes disparaban de conti-
forma mecánica y sin salir de su estupor. nuo, especialmente por las mañanas.
—Aquella joven —cuenta Isadora— sacó una Desde Nueva York, el viaje de regreso lo hizo en
cartera, cogió dos billetes de mil dólares y colocán- compañía de Gordon Selfrigde, aquel hombre de
dolos en la mesa, me dijo: negocios, entonces director de unos grandes alma-
—Siento una gran satisfacción al poderla ayudar cenes, al que la jovencita Isadora fue a pedirle un
en una cosa tan pequeña... vestuario a crédito, a raíz de su primer contrato.
Aquella persona maravillosa, enviada por el des- Fue un encuentro reconfortante y una experiencia
tino, se llamaba Ruth. Como aquella mujer bíblica para Isadora, que nunca había conocido a un
que dijo: «tu pueblo será mi pueblo, tus caminos «hombre de acción». Porque Lohengrin, a pesar de
serán mis caminos». ser un hombre de negocios, no era un hombre acti-
Y gracias a aquella aparición tan increíble, se em- vo, sino una especie de neurasténico, que caía en la
barcaron las alumnas e Isadora. Muchas, muchas languidez de forma continua.
personas fueron las que acudieron a despedirlas al El futuro se presentaba a Isadora bastante negro,
puerto. Y cuando el barco zarpó, lentamente, colo- especialmente por la fatiga que había ido acumulan-
cadas todas en el puente, las niñas sacaron una ban- do a lo largo de su vida. Fatiga no física, sino espi-
derita francesa y cantaron la Marsellesa, ante el en- ritual. Desde que se presentó por primera vez en
tusiasmo del público. Fue una heroica despedida. público, había luchado por imponer una forma de
Ñapóles y Suiza, con unos grandes deseos de ir a arte. En parte lo había conseguido. Pero este mis-
Grecia, fueron los lugares que recorrieron. A Gre- mo público que la aceptaba a ella, no acabó nunca
cia, al final, no fueron, porque las alumnas viajaban por ilusionarse con su idea de crear una definitiva
con pasaporte alemán y no lo juzgaron convenien- Escuela. La vida de ésta había conocido altibajos y
te. Por esa razón quedaron instaladas en Suiza. Pe- nunca se había hecho una labor continuada. No
ro por poco tiempo, porque un día llegó un contra- obstante, la Escuela, a pesar de los sobresaltos,
to en bastante buenas condiciones para actuar en la existía, y aún pasaría Isadora con sus alumnas mo-
lejana Argentina. mentos inolvidables. Aún volverían a Grecia, a re-
cordar y a reconstruir aquella casa en la colina del
La gira, proyectada para actuar más tarde en gran Himeto que la locura de los Duncan había comen-
parte de Sudamérica, sería un fracaso, especialmen- zado demasiado pronto.
te de público. Fueron muy pocos los que compren-
dieron lo que Isadora quería mostrar con sus dan- Y todavía le quedaba a Isadora mucho amor; to-
zas. davía conocería ardientemente la pasión de otro ar-
tista que, con Craig, representaría uno de los dos
grandes amores de su vida. Un virtuoso pianista,

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que, como todos los amores y amoríos de Isadora, »Si pudiéramos penetrar en nosotros mismos y
también le haría conocer el dolor. El último capítu- extraer los pensamientos como el buzo extrae las
lo de las Memorias de Isadora habla de todo esto. perlas... ¡Preciosas perlas de las ostras cerradas del
Pero es también una rara síntesis de sus recuerdos, silencio, en las profundidades de nuestra subcons-
una especie de confesión en voz alta. Por su valor ciencia!
inapreciable para comprender la sinceridad y el ca- »Después de la larga lucha para conservar mi Es-
rácter de esta mujer, no dudamos en transcribirlo a cuela, heme aquí sola, destrozada, sin alientos, de-
pesar de su extensión: seando volver a París para vender mi finca y sacar
«Hay días en mi vida que me parecen una leyen- algún dinero. María regresó de Europa y me telefo-
da dorada, tachonada de piedras preciosas, un cam- neó desde Baltimore. Le di cuenta de mi apuro, y
po florido de infinitos colores, una mañana radiante me dijo: Mi gran amigo Gordon Selfridge sale ma-
en que el amor y la dicha coronan todas las horas. ñana. Si se lo pido, sacará seguramente tu pasaje.
No encuentro palabras para definir el éxtasis y el »Estaba tan cansada de luchar, tenía tal desalien-
júbilo de esos días de mi vida, en los cuales mi to, que acepté alegremente la idea de salir de Nueva
Escuela me parecía un rayo de genio, y creí efecti- York a la mañana siguiente. Pero la desgracia me
vamente que su triunfo, aunque no tangible, era un perseguía, pues la primer noche de viaje, paseando
triunfo inmenso; días en que mi arte era una resu- por el puente, donde, por efecto de las condiciones
rrección. de la guerra, todo estaba a oscuras, me caí desde
»Pero también hay días en que, al intentar repa- una altura de quince pies y me herí gravemente.
sar mi vida, me siento llena de un profundo disgus- Gordon Selfridge puso galantemente a mi disposi-
to, y de un vacío absoluto. El pasado se me antoja ción su camarote, y con él su compañía, que era
una serie de catástrofes, el futuro una calamidad encantadora. Le recordé mi primera visita, hacía
segura, y mi Escuela, la alucinación del cerebro de veinte años, cuando una niña famélica fue a pedirle
una mujer lunática. a crédito una túnica para bailar.
»¿Cuál es la verdad de una vida humana, y quién »Era la primera vez que entraba en contacto con
puede encontrarla? El mismo Dios quedaría per- un hombre de acción. ¡Qué sorprendida al verificar
plejo. En medio de todas estas angustias y deleites, cuan distinta era su vida de la vida de los artistas y
en medio de tanta inmundicia y de tanta luminosa soñadores que yo había conocido!
pureza, este cuerpo de carne se siente devorado por »Casi me parecía que era el otro sexo, y me hizo
el fuego del infierno e ilumindo por el heroísmo y pensar que mis amantes habían sido, decididamen-
la belleza. ¿Dónde está la verdad? Dios o el diablo te, hombres afeminados, y que mis compañeros en
lo sabrán, pero sospecho que están perplejos. la vida fueron más o menos neurasténicos, sumidos
»Así, en algunos días imaginativos, mi cerebro es todos en la más negra tristeza o en el júbilo más
como los cristales de un ventanal, por los cuales loco por obra del alcohol.
viera bellezas fantásticas, formas maravillosas, y los »Selfridge nunca bebió vino; me parecía el hom-
más ricos colores. Otros días, veo sólo a través de bre más extraordinario y alegre que había conoci-
unos cristales empañados y grises, y todo es un do. Hasta entonces no comprendí la existencia de
hacinamiento de inmundicia, llamado Vida. gentes que hallaran agradable la vida en sí, la vida

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por la vida misma. Había creído siempre que el muy adecuado a las noticias siniestras que en el
futuro no guardaba sino algunos rayos de goce efí- curso del día llegaban del frente. Muerte, sangre,
mero, nacidos del arte o del amor. Pero aquel hom- carnicería... Las horas se colmaban de miseria, y
bre hallaba la felicidad en la vida misma. por la noche oíamos el silbido que avisaba la proxi-
«Cuando llegué a Londres con los dolores de mi midad de los aeroplanos.
caída, me encontré sin dinero para ir a París, y fui »Un recuerdo brillante de aquella época fue mi
a hospedarme en Duke Street. Telegrafié a muchos encuentro con el famoso "as" Garros, en una casa
amigos de París, pero de ninguno recibí respuesta, amiga, donde tocaba él trozos de Chopin y yo bai-
creo que por culpa de la guerra. Pasé varias sema- laba.
nas completamente derrotada, en aquella terrible y »Desde el Passy al Quai d'Orsay, íbamos juntos
sombría casa de huéspedes, sola, enferma, sin un muchas veces, y a pie. Una noche estuvimos con-
céntimo. La Escuela estaba destruida, y la guerra templando un vuelo de aviones, y bajo aquella im-
parecía interminable. Solía sentarme ante la oscura presión bailé yo en la plaza de la Concordia, mien-
ventana de mi cuarto y contemplar el vuelo de los tras el me miraba, sentado en la taza de una fuente,
aviones. Deseaba que una bomba cayera sobre mí y con aquellos ojos oscuros, que iluminaba de vez en
pusiera término a mis desdichas. ¡El suicidio era tan cuando el estallido de un cohete que caía junto a
tentador...! En él pensaba con frecuencia, pero nosotros.
siempre había algo que me hacía retroceder. Si en «Aquella noche me dijo que deseaba y buscaba la
las farmacias se vendieran unos sellos para el suici- muerte. Poco después el Ángel de los Héroes se lo
dio, como se venden, por ejemplo, medicinas profi- llevó de esta vida que él no amaba.
lácticas, creo que los nombres inteligentes de todos «Transcurrían los días con espantosa monotonía.
los países desaparecerían de la noche a la mañana. Quise hacerme enfermera, pero comprendí la futili-
Completamente desesperada, envié un cable a L., dad de un esfuerzo superfluo, cuando había tantas
pero no tuve contestación. que esperaban en hileras interminables. Pensé en-
»Un empresario había contratado algunas funcio- tonces volver a mi arte, si bien mí corazón estaba
nes para mis alumnas, que andaban por América tan pesado que creí que mis pies no podría soste-
buscándose un porvenir. nerme.
»Se presentaban con el nombre de «Bailarinas de
Isadora Duncan», pero a mí no me llegaron benefi-
cios de aquellas representaciones. El Arcángel Rummel
«Hallándome en la más desesperada situación,
encontré, por casualidad, a un miembro de la Em- «Hay una canción de Wagner que yo adoro
bajada francesa, quien vino en mi ayuda y me llevó —El Ángel—, en la cual se dice que un Ángel de
a París. En París alquilé una habitación en el Palais Luz fue a calmar a un espíritu que se hallaba triste
d'Orsay, y recurrí a los usureros para tener algún y desolado. Pues un ángel análogo se me presentó,
dinero. en aquellos días amargos, en la persona del Walter
»Todas las mañanas a las cinco, me despertaba el Rummel, el pianista.
brutal zumbido de la "gruesa Berta", principio «Cuando entró a verme, creí que era un retrato

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de Liszt joven escapado de un marco; alto, fino, de la envoltura de la carne, de la apariencia, de la
con un guedeja bruñida sobre la frente elevada, y ilusión, eso que los hombres llaman Amor!
ojos claros como un manantial de luz deslumbran- »E1 lector no debe olvidar que estas Memorias
dora. Tocó para mí al piano. Yo le llamaba mi Ar- se refieren a muchos años, y que cada vez que sen-
cángel. tía un nuevo amor, en forma de Demonio, de Án-
«Trabajábamos en el vestíbulo del teatro, que gel o de Hombre sencillo, creía que era el único
Réjane nos cedió galantemente; y mientras zumba- amor por el cual había estado esperando tantos
ba "la gruesa Berta", entre los ecos de las noticias años, y que este amor sería la resurrección de mi
de guerra, tocaba él Los pensamientos de Dios en la vida.
soledad, o San Francisco hablando a los pájaros, de »Pero sospecho que el amor trae siempre consigo
Liszt, y componía yo nuevas danzas, inspiradas en este convencimiento. Cada conflicto amoroso de mi
sus interpretaciones al piano, bailando oraciones vida hubiera podido ser materia de una novela; to-
llenas de luz y de dulzura. Mi espíritu volvió una dos terminaron muy mal.
vez más a la vida, resucitado por obra y gracia las »He estado siempre esperando la pasión que no
melodías celestiales que cantaban bajo sus dedos. tuviera fin, como en las películas optimistas.
Este fue el principio del más sagrado y etéreo amor »El milagro del amor consiste en la variedad de
de mi vida. motivos, de teclas con que puede desarrollarse, y el
»Nadie ha interpretado a Liszt como mi Arcán- amor de un hombre es, con relación al de otro
gel, porque tenía la visión de Liszt. Leía más allá de hombre, tan distinto como la música de Beethoven
las notas escritas, leía un frenesí, transmitido diaria- comparada con la de Puccini. La mujer, el instru-
mente por los ángeles. mento que responde a la maestría de los ejecutan-
»Era todo gentileza y dulzura, pero su alma ardía tes. Y tengo para mí que una mujer que no ha co-
de pasión. Hacía el amor como un delirio que se nocido sino a un solo hombre es como una persona
imponía a él mismo. que sólo hubiera oído a un compositor.
»Sus nervios le consumían, pero su alma se rebe- »Como avanzaba el verano, buscamos un sitio
laba al deseo. No daba libre curso a la pasión con el apacible en el Midi. Allí, junto al puerto de San
espontáneo ardor de la juventud, sino que, por el Juan, en Cap Ferrat, en un hotel casi desierto, hici-
contrario, su repugnancia era tan evidente como el mos muestro estudio en un garaje vacío, y pasába-
deseo irresistible que le poseía. mos todas las tardes tocando y bailando.
»Era como un santo bailando en un brasero con »¡Qué época tan deliciosa, embellecida por mi
carbones ardiendo. Amar a este hombre era tan pe- Arcángel! Vivía rodeada por el maf, consagrada úni-
ligroso como difícil. Su repugnancia por el amor camente a la música. Era como el sueño de muerte
podía fácilmente convertirse en odio al agresor. de los católicos, cuando piensan ir al cielo. ¡Que
»¡Cuán extraño y terrible es aproximarse a un ser péndulo el de la vida! Cuanto más profundo es el
humano a través de la envoltura de la carne y en- dolor y cuanto más elevado es el éxtasis, más bajo
contrar ün alma! ¡Encontrar a través de la envoltura caemos en la tristeza y más alto ascendemos en la
de la carne un placer, la sensación, la ilusión, lo que alegría.
los hombres llaman felicidad! ¡Encontrar a través »De vez en vez, salíamos de nuestro retiro para

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dar una función a beneficio de los desgraciados, o pe una casa que había sido Sala de Beethoven, y en
un concierto para los heridos. Casi siempre estába- la que hice mi estudio.
mos solos. A través de la música y del amor, a »Mi arcángel tenía un dulce sentido de la piedad.
través del amor y de la música, mi alma vivía en las Parecía sentir todas las penas que pesaban sobre mi
alturas de la dicha. corazón, penas que me hacían interminables las no-
»En una villa cercana habitaban un venerable sa- ches de insomnio y de lágrimas. Y me miraba en
cerdote y su hermana, madame Giraldy. El había esas horas con tal piedad y con ojos tan luminosos,
sido misionero en África del Sur. Se hicieron muy que me sentía algo aliviada.
amigos nuestros, y yo bailaba ante ellos la divina •En el estudio, nuestras dos artes se fundían en
música de Liszt. Pero a fines del verano, encontra- una sola. Bajo su influencia, mis danzas se hacían
mos un estudio en Niza, y cuando se firmó el ar- etéreas. El fue quien primero me inició en la signifi-
misticio, regresamos a París. cación espiritual de las obras de Franz Liszt, con
»La guerra había terminado. Contemplamos bajo cuya música compusimos un recital entero. En la
el Arco del Triunfo el desfile de los ejércitos victo- calma de la Sala de música de Beethoven empecé a
riosos, y exclamamos: estudiar algunos frescos en movimiento y con luz,
»"¡E1 mundo está salvado!" En aquellos momen- sacados de Parsifal.
tos todos éramos poetas; pero así como el poeta •Pasábamos allí horas benditas. Nuestras dos al-
despierta y busca el pan y el queso para su amada, mas, fundidas, se elevaban por la fuerza misteriosa
así el mundo despertó a sus necesidades comercia- que nos poseía.
les. •Según bailaba yo y él tocaba: según elevaba yo
»Mi Arcángel me cogió de la mano y marchamos a mis brazos y según salía el alma de mi cuerpo, en el
Bellevue. Encontramos la casa en ruinas, y en su amplio vuelo de los acordes de plata del Graal, me
reconstrucción invertimos algunos meses engaño- parecía como si hubiésemos creado una entidad es-
sos, tratando de buscar dinero para esta difícil em- piritual ajena a nosotros mismos. Y mientras que
presa. sonidos y gestos ascendían hasta el infinito, otro
»Por último nos convencimos de su imposibili- eco nos respondía de lo alto.
dad, y aceptamos una razonable oferta de compra •Creo que, con la fuerza física de este momento
que nos hizo el Gobierno francés, el cual opinaba musical, cuando nuestros dos espíritus se unían en
que aquel edificio era admirable para una fábrica de la energía divina del amor, escalábamos los límites
gases asfixiantes, con destino a la guerra próxima. del otro mundo.
»Después de haber visto a mi Dionysio transfor- •Nuestros públicos sentían la fuerza de este po-
mado en hospital de guerra, comprendí que estaba der combinado, y con frecuencia advertía yo en el
destinado a convertirse en una fábrica de instru- teatro una atmósfera que me era desconocida. Si mi
mentos bélicos. La pérdida de Bellevue me produjo Arcángel y yo hubiéramos continuado nuestros es-
un gran dolor. ¡Bellevue! ¡La vista era realmente tudios, no hay duda de que hubiéramos llegado a la
tan bella...! creación espontánea de movimientos de tal fuerza
»Cuando, por último, se efectuó la venta y tuve espiritual que equivaldrían a una revolución para la
el dinero en el Banco, compré en la rué de la Pom- Humanidad.
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»¡Qué pena que una pasión terrenal pusiera fin a trabajaba yo todas las mañanas con mis alumnas,
aquella divina persecución de la más alta belleza! procurando inspirarlas una danza digna de la Acró-
Porque así como la leyenda dice que el hombre polis. Mi proyecto era instruir a mil niñas para or-
nunca está contento, pero que abre, sin embaro, la ganizar luego festivales dionisíacos en el Stadium.
puerta al hada mala y ésta introduce toda clase de »Ibamos todos los días a la Acrópolis, y recor-
disgustos, así yo, en vez de contentarme con la dando mi primera visita, en 1904, me era particular-
dicha que había encontrado, sentí volver a mi viejo mente conmovedor el espectáculo de las formas ju-
afán de rehacer mi Escuela, y con ese fin, envié un veniles de mis alumnas, que realizaban, en parte
cable a América a mis alumnas. por lo menos, el sueño que acariciaba desde dieciséis
años atrás.
»Iba, por fin, a poder crear en Atenas la Escuela
Calvario de Amor en Atenas tanto tiempo deseada.
»Mis alumnas habían llegado de América con
«Cuando las vi a mi lado, reuní a algunos fieles afectaciones y amaneramientos que me disgustaron;
amigos y les dije: pero los perdieron bajo el maravilloso cielo de Ate-
»—Vamos juntos a Atenas, a la Acrópolis, por- nas y bajo la inspiración de aquel magnífico pano-
que todavía podemos formar en Grecia una escuela. rama de montañas, de mar y de arte grande.
»¡Qué mal interpretadas son nuestras intencio- »E1 pintor Edward Steinchen, que formaba parte
nes! Un escritor, hablando en The New Yorker de de nuestro grupo, hizo muchos cuadros admirables
este viaje, decía: en la Acrópolis y en el teatro Dionysios. Estos di-
»"Su extravagancia no conoce límites. Cogió bujos eran ya un anticipo de lo que yo anhelaba
una partida familiar, y empezando por Venecia, lle- crear en Grecia.
go á Atenas." «Encontramos a Kopanos en ruinas, habitado
»¡Ay de mí! Mis alumnas llegaron, jóvenes, boni- por pastores con sus rebaños de cabras. La cosa no
tas y triunfadoras. Mi Arcángel las vio y cayó, cayó me inmutó, y decidí limpiar en el acto aquel terre-
enamorado de una de ellas. no y reconstruir la casa. Empezó de nuevo la obra.
»¿Cómo describir este viaje, que fue para mí un »Los escombros acumulados allí año tras año
calvario de amor? Me di cuenta por primera vez en fueron barridos, y un joven arquitecto empezó la
el hotel Excelsior de Lido, donde nos detuvimos tarea de colocar puertas, ventanas y un techo. Ex-
algunas semanas, y adquirí la certeza yendo embar- tendimos un tapiz de baile en la habitación más
cados para Grecia. La seguridad de aquella pasión elevada, e hicimos traer un gran piano.
empañó para siempre la visión de la Acrópolis a la »Todas las tardes, ante la vista espléndida del sol
luz de la luna. Estas fueron las estaciones de un que se ponía detrás de la Acrópolis, esparciendo
Calvario de Amor. rayos de oro y de suave púrpura sobre el mar, mi
»A nuestra llegada a Atenas, todo nos parecía Arcángel tocaba al piano trozos de Bach, Beetho-
propicio para la Escuela. Gracias a la amabilidad de ven, Wagner y Liszt. Al anochecer, cuando refres-
Venizelos, tuvimos a nuestra disposición el Zap- caba la atmósfera, coronábamos nuestras frentes de
peion, donde instalamos nuestro estudio y donde pálidas y adorables flores de jazmín compradas en

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las calles a los chicos de Atenas, e íbamos a cenar al Entonces comprendí y tuve una gran simpatía por
cabo de Falena, junto al mar. esos seres infortunados que, perseguidos por la tor-
»Entre aquellas bandadas de doncellas coronadas tura inimaginable de los celos, matan a quien aman.
de flores, mi Arcángel parecía Parsifal en el jardín Para evitar esta desgracia, cogí a un grupo de mis
de Kundry. Empecé a advertir en esos ojos una alumnas y con mi amigo Edward Steichen subimos
expresión que hablaba más de cosas terrenales que por la ruta maravillosa que atraviesa la antigua Te-
celestiales. Había llegado a creer tan poderoso bas hasta Chaléis, donde vi las arenas de oro en las
nuestro amor, defendido en su fortaleza espritual e cuales me había representado a las vírgenes de Eu-
intelectual, que necesité algún tiempo para que la bea bailando en honor de las bodas desgraciadas de
verdad se me impusiera y para que viera que las alas Ifigenia.
deslumbradoras de mi Arcángel se habían transfor- »Pero, de momento, las glorias de la Hélade no
mado en dos ardientes brazos capaces de coger y podían librarme del infernal demonio que me po-
estrechar el cuerpo de una dríada. De nada me ser- seía, el cual llenaba constantemente mi imaginación
vía mi experiencia. con el cuadro de los dos amantes que había dejado
»Fue un choque terrible. Desde entonces se apo- en Atenas. El recuerdo maceraba y roía, como un
deró de mí una pena insoportable, y a despecho de ácido, en mi corazón y mi cerebro. Al regresar a
mí misma empecé a acecharlos y a espiarlos, para Atenas los vi en un balcón, frente a la ventana de
dar con las señales de su creciente pasión. Los celos nuestra alcoba; los vi radiantes de juventud y de
llegaron a despertar en mí el demonio del asesina- mutuo ardor, y aquello completó mi miseria. Hoy
to. no comprendo mi pasión, pero entonces me sentía
»Una tarde, a la puesta del sol, cuando mi Arcán- tan dominada por los celos que me era tan imposi-
gel, que cada vez se parecía más a un ser humano, ble escapar a ellos como quien pretendiera escapar a
acababa de terminar la Gran Marcha de la Gótter- la fiebre de la escarlatina o a la viruela. Y, a pesar
ddmmerung, cuyas últimas notas morían en el aire de todo «continuaba instruyendo diariamente a mis
mezclándose a los rayos purpúreos que llegaban del alumnas y continuaba la realización de mi Escuela
Himeto e iluminaban el mar, sorprendí súbitamente en Atenas. Desde este punto de vista, todo parecía
la mirada que se dirigían los dos amantes, una mira- sonreírme. El Ministerio de Venizelos favorecía mis
da tan inflamada y ardorosa como el mismo crepús- proyectos, y el pueblo de Atenas estaba entusias-
culo. mado.
»A1 advertirlo, se apoderó de mí una rabia tan »Un día.fuimos invitados a una fiesta en honor
violenta que me estremecí. Tuve que alejarme de su de Venizelos y del joven rey, manifestación que se
lado, y vagué toda la noche por las colinas cercanas celebró en el Stadium. Y cuando el rey y Venizelos
al Himeto, presa de una desesperación frenética. entraron en el Stadium, recibieron una ovación calu-
Evidentemente había conocido ya en la vida a este rosa. La procesión de los patriarcas con sus trajes
monstruo de ojos verdes, cuyas garras inspiraban de brocados, rígidos con sus bordados de oro, fue
los peores sufrimientos; pero nunca en aquel grado un espectáculo sorprendente.
me había sentido poseída por tan terrible pasión »Al entrar yo en el Stadium vestida con mi peplo
como ahora. Amaba y odiaba a la vez a los dos. y seguida de un grupo de figuras vivientes de Tana-

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gra, el amable Constantino Melas vino hacia mí y »Y así continué, y mientras procuraba enseñar a
me regaló una corona de laurel, diciendo: mis discípulas la belleza del paisaje, la filosofía y la
»—Usted, Isadora, nos retrotrae a la belleza in- armonía, me veía interiormente torturada por el
mortal de Fidias y a la época de la grandeza griega. tormento más mortal. No sabía adonde podíamos
»Yo le contesté: llegar en aquella situación.
»—Ayudadme a crear un millar de magníficos »Mi único recurso era fingir una alegría exagerada
bailarines para que bailen en este Stadium de una e intentar sofocar mis penas por las noches, cuando
manera tan maravillosa que el mundo entero venga íbamos a cenar a la playa y tomábamos los vinos
aquí a verlos con pasión y admiración. generosos de Grecia. Sin duda, había remedios más
»Al pronunciar estas palabras, me di cuenta de nobles, pero yo no era capaz de encontrarlos. Sean
que el Arcángel sujetaba amorosamente la mano de como sean, ahí tenéis mis pobres experiencias hu-
su favorita, y por primera vez sentí indiferencia: manas, y lo que yo quiero es relatarlas sinceramen-
¿Qué eran las mezquinas pasiones humanas al lado te. Dignas o indignas de recordación, quizá puedan
de mi gran visión? Y les perdoné con amor. Pero servir y enseñar a los otros, "lo que no hay que
aquella misma noche, cuando les vi desde mi bal- hacer", pero sospecho que a todos nos pasa lo mis-
cón con las cabezas juntas iluminadas por la luna, mo y que todos procuran consolar sus propias an-
me sentí de nuevo víctima del sentimiento mezqui- gustias y tormentos por los medios de que dispo-
no y humano, y este sentimiento provocó en mí tal nen.
crisis, que estuve horas y horas caminando sola y »Esta situación insostenible terminó con un
pensando en un suicidio desde las rocas del Parte- extraordinario golpe de azar, producido por cosa
nón, un suicidio que fuera digno de Safo. No hay tan liviana como la mordedura de un pequeño mo-
palabras para describir el sufrimiento de la pasión
no malicioso; el mono cuya mordedura fue fatal
torturadora que me consumía, y la dulce belleza
que me rodeaba no hacía sino acrecentar mi infor- para el joven rey. Durante varios días estuvo entre
tunio. Me parecía que no había salida para esta si- la vida y la muerte, y luego vino la triste noticia de
tuación. ¿Podrían las complicaciones de una pasión su fallecimiento, que provocó un estado de excita-
mortal hacerme abandonar los proyectos inmorta- ción revolucionaria y que hizo precisa la huida de
les de una gran colaboración musical? No me era Venizelos y de su partida, e incidentalmente nues-
posible expulsar de la Escuela a la alumna, y la tra propia huida, pues éramos en Grecia simples
alternativa de contemplar diariamente su amor y de invitados del presidente del Consejo y caímos vícti-
refrenar la expresión de mi pena me parecía insor- mas de la situación política.
portable. Estaba en un callejón sin salida. Quedaba «Perdido todo el dinero que habíamos empleado
únicamente la posibilidad de elevarme hacia alturas en la reconstrucción de Kopanos y en el arreglo del
espirituales por encima de todo aquello; pero, a estudio, y obligados a abandonar el sueño de una
pesar de mi infortunio, el ejercicio constante de la escuela en Atenas, tomamos el barco y regresamos
danza, las largas excursiones por las colinas, los por Roma a París.
diarios baños de mar, me daban un gran apetito y »¡Qué raro y torturador recuerdo tengo de esta
una violenta emoción humana difícil de dominar. última visita a Atenas en el año 1920, y del retorno
a París, y de la angustia renovada, y de la separa-
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ción final y de la salida de mi Arcángel y de mi terribles y bellos. ¡Qué lástima me dan esas pobres
alumna cuando me abandonaron para siempre! mujeres cuyo credo triste y pálido las aleja de los
»Aunque creía ser mártir de estos sucesos, mi magníficos y generosos dones del amor de otoño!
discípula opinaba lo contrario, y me censuraba ¡Así fue mi pobre madre, y a este mezquino prejui-
acremente por mi falta de resignación. Al encon- cio atribuyo la prematura vejez y la enfermedad de
trarme, por fin, en la casa de la Sala de Beethoven su cuerpo, en la época en que debía estar más es-
preparada para el arte de mi Arcángel, mi desespe- pléndida, y los colapsos parciales de un cerebro que
ración no tuvo límites. No podía ya vivir en aquella hubiera debido ser magnífico. Yo fui una vez la
casa, donde había sido tan feliz; deseaba escapar de presa tímida y luego la bacante agresiva, pero ahora
ella y del mundo, pues entonces creía que el amor me cerraba sobre mi amante como el mar sobre un
había terminado para mí. nadador osado, estrechándolo y ahogándolo en olas
»¡ Cuántas veces llegamos en la vida a esta misma de nube y fuego.»
conclusión! Y, sin embargo, si pudiéramos ver lo
que hay detrás de la próxima colina comprendería-
mos que nos espera un valle de flores y de dicha.
Llegué a la conclusión, admitida por muchas muje-
res, de que después de los cuarenta años de edad
una vida digna debe excluir el amor. ¡Oh qué error
tan profundo!
»¡Y qué cosa tan misteriosa sentir la vida del
cuerpo a través de todas estas duras jornadas en la
tierra! Primero es el cuerpo tímido, gracioso, lige-
ro, de la muchacha que se transforma en una osada
amazona; luego, la bacante que coronada de pám-
panos, empapada en vino, la bacante que cae suma-
mente y sin resistencia al empuje del sátiro. Y el
desarrollo de la carne, dulce y voluptuosa; los se-
nos que se hacen tan sensibles a la más leve emo-
ción amorosa y comunican estremecimiento de pla-
cer a todo el sistema nervioso. El amor que se
transforma en una rosa abierta, cuyos pétalos de
carne se cierran con violencia sobre su presa. Yo
vivo en mi cuerpo como un espíritu en una nube:
una nube de fuego rosa y de estremecimientos vo-
luptuosos.
»¡Qué tontería cantar sólo al amor y la primave-
ra! En el otoño, los colores son más espléndidos y
variados, y los goces, infinitamente más poderosos,

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XI
ANILLOS PARA DOS
CORAZONES SOLITARIOS

S EIS años le quedaban de vida a Isadora Duncan.


Tenía entonces, por el año 1921, cuarenta y
seis de edad. Seguía siendo muy hermosa, y la
vida aún le guardaba muchos días de éxito y, sobre
todo, de amor y hasta matrimonio.
Sus alumnas, después de la guerra, se habían des-
parramado por el mundo. Había un grupo, el de las
alumnas mayores, más aventajadas, que comenza-
ron a dar recitales en los Estados Unidos e Inglate-
rra. Se presentaban bajo el nombre de «Alumnas de
la Escuela de Isadora Duncan»; pero, a pesar de
este nombre, Isadora nunca tuvo noticia previa de
lo que hacían, y se enteraba de sus actuaciones por
los recortes de la prensa que le enviaban sus ami-
gos. Esta actitud, lejos de molestarla, le agradaba,
por cuanto suponía que, en contra —una vez más—
de las opiniones ajenas, la Escuela había dado sus
frutos, al menos en un grupo reducido de alumnas.

La utopía de un revolucionario y una danzarina

Ese mismo año de 1921, Isadora recibió un tele-


grama del Gobierno de los Soviets. Por entonces la

157
nueva Rusia era para Europa algo así como el In- «Sale usted para un largo viaje —le dijo una adi-
fierno, un lugar donde se estaban cometiendo las vina a Isadora, en el puerto—. Tendrá muchos do-
mayores salvajadas, según se encargaban de difun- lores y se casará».
dir las propagandas de todos los países occidenta- Esta mujer se había adelantado hasta Isadora, que
les. estaba a punto de subir las escalerillas del barco que
La verdad es que en la antigua Rusia el absolutis- le había de llevar hasta la Unión Soviética. La pro-
mo de los zares había caído con varios siglos de fecía le hizo gracia, pues no encerraba gran imagi-
retraso. A un gobierno provisional, de tipo liberal, nación por parte de la pitonisa. Lo de que «salía
había sucedido casi inmediatamente un gobierno para un largo viaje» parecía un chiste muy malo. Y
que mantenía las tesis de Carlos Marx, interpretadas en cuanto a lo del matrimonio, después de toda
por Lenin. Los cambios introducidos por el nuevo una vida sin pensar en ello, y siendo además con-
gobierno eran muy nuevos; hablaban de una nueva traria a este tipo de institución, casi incompatible
conducta moral del hombre sobre la tierra, y en con su arte, ¿iba a casarse ahora? No cabía duda de
realidad era un intento de fundar sobre la tierra las que aquella mujer, que tan equivocadamente veía el
fracasadas utopías, soñadas por todos los idealistas futuro, tampoco sabía nada sobre el pasado de Isa-
de las distintas edades. Occidente había entendido dora.
muy a medias lo que se estaba fraguando en el Se conserva una carta que Isadora escribió a unos
antiguo dominio de los zares, y su propaganda, fu- viejos amigos mientras realizaba la travesía. Es un
riosa, hablaba de este nuevo país como de un lugar documento interesante, ya que recoge el espíritu,
infernal. demasiado idealista, de la danzarina, durante ese
El telegrama que recibió Isadora, en su casa de viaje.
Londres, era el siguiente: «El Gobierno ruso es el Refleja la ilusión y la fe que puso en aquel tele-
único que puede comprenderla. Venga con nosotros. grama recibido del Gobierno ruso, aunque la reali-
Haremos su Escuela.» dad iba a ser muy distinta:
El telegrama estaba firmado por Lunatcharsky, el «Queridos amigos:
comisario cultural de la Revolución Soviética, un En camino hacia Rusia, experimento la sensación
hombre que vivía para la cultura, especialmente pa- de que mi alma se despega de mi cuerpo, como
ra el teatro y todo lo relacionado con el arte dramá- después de la muerte. Voy hacia otra esfera. Detrás
tico. de mí dejo para siempre todas las formas de la vida
Isadora no lo dudó ni por un momento. Eran europea.
muy buenos los amigos que tenía en Rusia. Había Con todas las energías de mi ser, decepcionado
estado en ese país muchas veces. Lo conocía muy en buena parte en la realización de mis visiones
bien. Se había compenetrado con esas masas de es- artísticas en Europa, me hallo dispuesta a ingresar
clavos, de trabajadores famélicos y conducidos de en los dominios ideales del comunismo. No llevo
una manera autoritaria. Desde su primera visita se apenas ropa.
había sublevado contra el tiránico proceder de los Me figuro que voy a pasar el resto de mi vida con
zares. Isadora estaba con la Revolución. ¿Por que una blusa roja, entre camaradas llenos de amor fra-
no ayudar a que ésta se consolidase? ternal.

158 159
A medida que el navio avanza —continúa Isado- Por su parte, la cultura disponía de una libertad
ra, con su desbordante imaginación— miro hacia absoluta para encontrar nuevas formas y nuevos
atrás con desprecio, pero también con mucha pie- caminos para el hombre, pero siempre que sus
dad, recordando las viejas instituciones y costum- proyectos, sus preparativos, no fueran demasiado
bres de los burgueses europeos. En adelante seré un costosos.
camarada entre los camaradas, y por fin podré rea- Fueron años en los que hubo una verdadera ex-
lizar un trabajo que ayude a la regeneración de la plosión de maravillosos artistas que dejarían una in-
humanidad. fluencia bien profunda en el arte de todo el siglo
¡Adiós, pues, a la desigualdad, la injusticia y la XX. Pero dependían de la respuesta individual de
brutalidad del viejo mundo que habían hecho impo- un ambiente propicio.
sible mi Escuela! ¡He aquí el nuevo mundo, el bello El proyecto de fundar una escuela era una obra
mundo que acaba de ser creado, el nuevo mundo de digna de apoyo, justa y que encajaba perfectamente
los camaradas, el sueño salido de la cabeza de Buda, en la mentalidad de los nuevos dirigentes. Pero,
el sueño que resonaba en las palabras de Cristo, el desgraciadamente, sólo eso podían prestarle:
sueño que ha sido la última esperanza de todos los apoyo. La economía estaba volcada en otras cosas
grandes artistas! más importantes. No es que el arte estuviera relega-
¡Yo entro ahora en ese sueño, en el que mi obra do a segundo plano —hoy día, las escuelas de Ballet
y mi vida participarán con su gloriosa promesa! de la Unión Soviética siguen siendo las primeras y
¡Adiós viejo mundo, salud para el mundo nuevo!» más prestigiadas del mundo—, sino que, en el or-
La ingenuidad del espíritu de Isadora está fuera den de prioridades, estaba en primer lugar el «pn-
de toda duda. Realmente, cuando escribía a sus mum vivere...».
amigos, estaba sumergida en un sueño. Isadora des- El comisario Lunatcharsky, responsable de la in-
conocía las bases de aquella Revolución; hablaba de vitación a Isadora para realizar el sueño de la Es-
un estado ideal, cuando en realidad se dirigía a un cuela, está realmente desesperado ante la situación.
estado bien realista, con unos objetivos muy con- Sabe que hay cosas más importantes, pero se da
cretos. Un estado que se había propuesto, sí, otor- cuenta también de la importancia de empezar a sen-
gar al hombre una condición ideal de existencia, tar las bases del arte futuro.
donde no tuvieran cabida la desigualdad ni la injus- Sin poder ayudar a Isadora inmediatamente, Lu-
ticia. Pero al igual que ocurrió con la Revolución natcharsky le proporcionó una serie de recitales por
Francesa, el precio que se debía pagar al principio todo el país, mientras él se encargaría de buscar un
era demasiado elevado. local donde instalar la Escuela. Y así se hizo. Isado-
El país estaba en plena campaña para electrificar ra partió para una larga gira y, cuando regresó, se
todos los territorios. Era un capítulo necesario, la encontró con un local adecuado para realizar su
base para que, con esa energía, surgiera una pode- idea, y una serie de niños, reclutados a través de
rosa industria pesada que garantizara la autonomía sindicatos: eran los hijos de los nuevos trabajadores
económica de tan vasto país. Este era el objetivo, al soviéticos.
que se sacrificaron todos los demás en aquellos pri- Esto era suficiente de momento para comenzar
meros años. los trabajos. Olvidando todo su mal humor pasado,

160 161
Isadora se puso a preparar el aniversario de la Re- familia, les había apartado del objetivo artístico que
volución, que andaba próximo. Los niños tenían se habían impuesto.
muy buenas aptitudes para el baile y la danza libre, Estos hombres hacían lo mismo. Isadora les en-
e Isadora supo inculcarles sus ideas a través de ese tendía, pero ya no podía seguirles. Unos años an-
lenguaje universal que es la música. tes, las ilusiones lo hubieran vencido todo. Pero en
Ensayaron la Sexta Sinfonía, la Marcha Eslava, la la actualidad estaba muy fatigada y muy golpeada
Internacional, e t c . ; las primeras actuaciones hicie- por el dolor, como para levantar ella sola con sus
ron llover sobre la Escuela una infinidad de felicita- fuerzas el sueño tan esperado.
ciones y de gratitudes. Pero nada más. Lunatcharsky no era ajeno a las dificultades por
Y ese más era precisamente lo que echaba de las que pasaba Isadora. También el había actuado
menos Isadora y lo que de momento no podía pro- con todas sus fuerzas para conseguir algo más que
porcionarle la Unión Soviética. Tenía plena libertad lo que tenían, pero todo había sido imposible. Al
para desarrollar su arte, disponía de un local y de año y medio largo de estar en la Unión Soviética,
unos chiquillos, pero nada más. No tenía, por Isadora y el comisario de cultura convenían en que,
ejemplo, carbón o leña para encender una estufa, o de momento, no podría fundarse la Escuela, o al
alimentación suficiente para no desfallecer. Y no menos, continuar lo ya iniciado. Isadora se sintió
porque no se lo quisieran dar, sino porque no fracasada.
había. Una nueva gira, antes de despedirse de la Unión
Estas circunstancias adversas eran ciertamente Soviética, vino a proporcionarle un poco de esa feli-
admitidas por todos aquellos hombres que volunta- cidad que anhelaba. Se vio rodeada de nuevo por
riamente habían querido cambiar un régimen. Los todos los intelectuales y artistas de aquel joven país,
que habían vivido bajo los zares sabían de una exis- en carácter y en proyectos, y de nuevo la ilusión le
tencia humillante y se encontraban felices y libres, contagió.
teniendo en sus manos la construcción del Estado
futuro.
Pero Isadora no podría comprenderlo. Venía de El poeta y su musa
los ambientes más selectos de Occidente y estaba
demasiado cansada, a pesar de sus ilusiones, dema- Por aquella época conoció al poeta Sergio Esse-
siado golpeada por el dolor, para afrontar nuevas nin, un hombre atormentado, innovador, en el
situaciones críticas. campo del arte, de buena parte de la poesía rusa.
Comprendía, sí, a aquellos fanáticos de una idea Cuando vio a Isadora, la reconoció inmediatamen-
que tardaría en hacerse realidad y para la que no te, con esa pasión un poco excéntrica de los genios,
escatimaban nada, ni moralmente3 ni físicamente. como la musa que le había inspirado, día a día, sus
¡Cómo no iba a entenderlos si ella había luchado en poemas. Era el mismo cuerpo, la misma cara, que
su infancia con el mismo inconveniente! Había pa- se acercaba a él todas las noches.
sado hambre, no le había importado ese frío pecu- A Isadora, a la que estas cosas no dejaban de
liar de la pobreza, ni la sensación de no ser propie- impresionarla, le entró de repente una pasión sin
taria de nada, ni las burlas; nada, ni a ella ni a su límites por aquel poeta de aspecto infantil, con un

162 163
flequillo rubio y unos ojos azules, m u y ingenuos, porque deleitas con más alma
que en nada testimoniaban las luchas intensas que la imaginación del poeta.
libraba aquel hombre, abocado al suicidio. Nunca sintió mi corazón;
Pero la primera vez que se encontraron no ocu- por eso sin pizca de jactancia,
rrió nada. Isadora siguió con sus recitales, y Essenin puedo decir sin recelo,
no la siguió. Aunque, en cierta manera, desde ese que del hampa me despido.
día comenzó a perseguirla, allí donde se encontra- Ya es hora de decir adiós
ba, enviándole poemas, que de una manera ingenio- a la fugaz e insumisa osadía.
sa hacía llegar al camerino de la danzarina, después El corazón me rebosa
de cada representación. de otros zumos de cordura.
Lo curioso es que no eran poemas dedicados a Llamó septiembre a mi ventana
ella, sino que Essenin le mandaba invariablemente con la rama cobriza del sauce,
los poemas que «le pertenecían por haber sido ella para que me disponga a esperar
la que los había inspirado». su advenimiento indiferente.
Realmente, Essenin estaba más que trastornado Sin que nadie me obligue, sin sufrir,
por Isadora. Había cambiado fundamentalmente su me conformo con muchas cosas.
régimen de vida. Bohemio y siempre proclive a la O t r a me parece mi Rusia,
depresión, Essenin llevaba una vida que, en el mar- otros sus cementerios y sus casas.
co de la Revolución, a sus compañeros les parecía Miro sagaz a mi alrededor,
depravada. Y realmente lo era. No había noche en y veo allí, aquí, por donde quiera,
que Essenin no se perdiera por el hampa de Moscú que sólo tú, amiga mía,
o de la ciudad en donde estuviera, y no había noche serías una compañera fiel.
en que no llegara borracho, o más que borracho, a Y nadie más que a tí podría,
su casa. Pues bien, por los poemas que mandaba a haciendo paz con la distancia,
Isadora, sabemos que Essenin hizo el firme propó- cantar de la bruma del camino
sito de cambiar de vida, porque todo había cobrado y de la golfería que se aleja.
nuevo sentido para él.
De esa época son estos poemas, enviados a Isa- 2
dora:
Si te miro me pongo triste.
1 ¡Cuánto dolor y cuánta pena!
Cobre del sauce y nada más
¡Qué importa si vas de mano en mano! es lo que deja septiembre.
Algo me queda todavía: O t r o s labios se llevaron
el h u m o de cristal de tu melena, todo el ardor de tu cuerpo...
la cansera otoñal de tus miradas. Siento fluir de mi alma
Tienes para mí, ¡oh edad otoñal!, un manantial que me hiela.
más valor que primavera y estío, No me asusto, ni me importa.

164
Anida en mí otra alegría, Hace tiempo que se fueron...
aunque solamente tengo La luna en el camposanto
pavesa amarilla y rocío. dice, enfocando las cruces,
No me supe reservar que pronto iremos a verlos.
para una vida tranquila. Y ya pasada la alarma,
Anduve pocos caminos llegaremos a otras frondas...
y cometí muchas faltas. Todas las undosas rutas
Así fue siempre y será alegran siempre a los vivos.
la vida, un eterno desacuerdo. Querida, ven a mi lado,
Los abedules me parecen mirémonos a los ojos.
huesos humanos, desnudos... Bajo tu mirada dulce,
Cual los árboles del parque quisiera oír tus latidos.
nos iremos marchitando.
¿Si el invierno no da flores, Ni que decir tiene que semejante pasión no dejó
para qué sufrir entonces?
de prender en el corazón de Isadora, que decidió,
con su impulso característico, dar por terminada la
3 gira para acudir a las llamadas de «su» poeta. Y un
día, sin pensarlo demasiado, el poeta y la danzarina
Querida, ven a mi lado; se casaron. El matrimonio llegaba a la vida de Isa-
mirémonos a los ojos. dora cuando ésta tenía cuarenta y muchos años...
Bajo tu mirada dulce Aquella adivina que la despidió en el puerto de
quisiera oír tus labios. Londres no era tan pobre en sus predicciones como
Este oro del otoño, a primera vista le pareció a Isadora. La danzarina
hoy, un mechón blanquecino, había realizado un largo viaje, pero aquello era evi-
le cayó como un milagro dente en una persona que está en la escalerilla de
a este golfillo impaciente. un barco que conduce a la Unión Soviética; había
Dejé mi pueblo hace tiempo, padecido dolores, y eso no estaba tan claro en el
con sus bosques y praderas, momento de subir al barco; los fracasos de la Es-
en la triste gloria urbana cuela eran motivo suficiente para dar por cierta la
quisiera vivir perdido. predicción. Y por último, se había casado.
Y que el corazón a solas La danzarina que veía sus plazos artísticos conti-
evoque el jardín de estío, nuamente retrasados por las circunstancias, y el
donde entre cantos de ranas, poeta, que, aunque innovador del arte, no se sentía
yo, me iba haciendo poeta. muy a gusto dentro de la revolución de su país,
Allí también es otoño... decidieron salir de aquel m u n d o nuevo que tan al-
Sus ramas tienden los tilos borozadamente saludara Isadora dos años atrás, y
y entran por las ventanas emprender el viaje en sentido contrario, hacia el
en busca de los ausentes. viejo m u n d o .

166 167
XII
LA TRAGEDIA FINAL

F UKRON años de una especial felicidad, de ol-


vido de todo lo anterior, de todo lo pasado,
de los dolores que la vida había ido colocan-
do en el ánimo de los dos seres. Es como si ambos
quisieran consumir aprisa y sin preocupaciones el
poco tiempo que les quedaba de vida.
Estuvieron una larga temporada en Suiza, de
donde pasaron a Italia, para habitar finalmente la
villa que en la Costa Azul tenía Isadora. Poco tiem-
po después marcharon a los Estados Unidos, donde
Isadora aún conoció el triunfo en varios recitales.

Amor en crisis

Pero Essenin se da cuenta de que poco a poco, al


lado de esa mujer que él había cantado como su
inspiradora, sólo se le tenía reservada una plaza de
«mirón», de testigo ocular de cuanto pasaba a su
alrededor. Un buen oficio para el poeta, en cuanto
que el arte de la poesía requiere cierta placidez de
espíritu, hacer poco y sentir mucho. Pero Essenin
estaba muy perturbado por su vida anterior.

169
Poco a poco el amor se fue transformando en estaba cada día más loco y cada día se lamentaba
odio, y pronto empezó a reprocharle a Isadora que más de haber encontrado en su vida a Isadora. A las
le hubiera sacado de su querida patria. Se le había ideas siguieron las palabras, y a éstas los hechos. El
marchado la inspiración. La musa de la poesía le poeta comenzó a beber, y de resultas de su encono
había abandonado, y pretendía que Isadora era la contra sí mismo, empezó a golpear a Isadora.
culpable de todo esto. La situación duró apenas unos días. A una mujer
Los celos en un artista son como los celos de que había llegado a ser muy dueña de su existencia
amor. Y seguramente Essenin no soportaba ese y de todos los actos que había realizado en su vida,
constante desvelo, esa multitud que aclamaba conti- una conducta como la de Essenin no la iba a dejar
nuamente a Isadora. El había dado vanos recitales, imperturbable, sometida o domesticada en su papel
pero con muy poco éxito, y sólo entre cierto públi- de «esposa» que ha de aguantar a su marido. La
co universitario muy especializado. separación fue fulminante. Sin dolores ni gritos. Y
Este fracaso, como él lo consideraba, porque hay harta de todo aquello, Isadora decidió salir de la
que pensar que los cantos de un poeta ruso, que Unión Soviética.
recita en su idioma, no son apenas entendidos por No guardaba rencor contra nadie. Eran muy po-
el gran público, ni siquiera cuando se hace en tra- cos los que la habían entendido. Y su humanidad
ducciones, fue lo que decidió a la pareja a regresar no le permitía acusar a nadie. Incluso salía del país
prontamente a la Unión Soviética, en busca de las con mucha mejor impresión que al comienzo. Y así
musas del poeta. lo hizo constar en diversas declaraciones en la vieja
Todo aquel verano de 1924 lo invirtió Isadora, Europa, lo que le costó no pocos disgustos.
de nuevo, en la Unión Soviética, en consolidar la El oficio de espía, que en aquellos tiempos toda-
obra de su Escuela. A pesar de lo poco de que se vía estaba muy ligado, de manera romántica, a
disponía, los niños que empezaron en aquel local nombres de artistas, hacía muy sospechosa la actua-
habían hecho muchos progresos, dirigidos por dos ción de Isadora en los últimos años.
discípulas alemanas, de las fundadoras de la Escuela Había ido a Rusia, y a los dos años había salido
de Grünewald. para viajar por los Estados Unidos, considerados
La danzarina vio con satisfacción que el Gobier- como el enemigo oficial del nuevo régimen soviéti-
no, sin los agobios de dos años antes, comenzaba a co. De nuevo había regresado y de nuevo había
interesarse por su Escuela. Estaba encuadrada entre partido para visitar Inglaterra y Francia los dos paí-
los principales Teatros de Opera, con el mismo tra- ses donde Isadora se refugió después de su ruptura
to que las Escuelas de Ballet, que seguían la tradi- con Essenin.
ción del antiguo régimen, y este hecho era una bue- Durante mucho tiempo, Isadora fue vigilada, y
na compensación para Isadora, que veía en ello la en no pocas cancillerías pensaron que era una espía
prueba de que el pueblo ruso la igualaba en catego- a sueldo del régimen soviético.
ría artística con el arte del Ballet, tan incrustado en Es poco lo que sabemos sobre la impresión que
el alma de la Unión Soviética. esto causaría en Isadora, porque las Memorias las
Pero un acontecimiento personal iba a dar al acabó mucho antes de emprender su último viaje a
traste con esta nueva etapa de felicidad. Essenin Rusia; pero, desde luego, no debió ser muy agrada-
170 171
ble para una mujer que había entregado toda su Los «snobs», las personas de vida más bien frivo-
capacidad humana con tanta generosidad. la, los cazadotes, los vividores profesionales, fueron
Durantes estos últimos años de su vida fijó su desgraciadamente los últimos compañeros de la vi-
residencia en Francia. Entre París y su vida bohe- da de Isadora. La artista había comprometido su
mia, cenáculos literarios, etc., y los hermosos y corazón demasiadas veces, y al final no quería su-
limpios paisajes contemplados desde la Costa Azul, frir nuevos descalabros. «Más vale la dicha de una
en la finca regalada por el generoso Lohengrin. hora que la felicidad de toda una vida», había dicho
Quizás en sus últimos años fue cuando llevó una Osear Wilde. Isadora parecía querer llevarlo a la
vida más frivola, más sin sentido, pero ni mucho práctica.
menos, como muchos han pretendido, discurrió así Visitaba con mucha frecuencia los hoteles de Ni-
la manera de ser y de vivir de Isadora, que estuvo za, el casino; acudía todas las noches a recepciones
llena de entrega, de tenacidad, de inspiración y de aquí y allá, fiestas y cenas organizadas con cual-
amor. quier pretexto. Niza era su nueva capital —«la más
Fue en Niza donde, un día, al leer el periódico azul del mundo»—, el lugar donde no daba nada a
de la mañana, se tropezó con la noticia de que el nadie y donde nadie le pedía nada. Todos buscaban
poeta Essenin se había suicidado. No se sobresal- la dicha de cada hora y nadie quería arriesgar el
tó. Sabía, desde casi después del primer encuentro, corazón en aventuras amorosas o empresas de
que aquel hombre acabaría su existencia de esa ma- mayores alcances.
nera. Eran pocos, aunque después fueron todos, los Un día acudieron a casa de Isadora unos editores
que sabían que el poeta alternaba el alcohol y las americanos. Querían que la artista escribiera sus
drogas, en especial la morfina. Isadora, naturalmen- Memorias a cambio de una cantidad de dinero más
te, no ignoraba que tuviera Essenin ese vicio. que respetable. Isadora se negó en un principio,
pero meses más tarde, pensándolo bien, se volvió
atrás de esa decisión.
No es posible olvidar Quería olvidar —y de hecho, ya estaba olvidado—,
con el nuevo género de vida, muchas cosas. ¿Que
Decidió no dolerse más ante esta nueva desgra- importaba escribir unas Memorias? Isadora pensaba
cia y olvidar por completo todo lo que había sido en el futuro. Ella que nunca había hecho números
su pasado, como bailarina, como persona. Eran de- sobre sus gastos, se había vuelto sumamente admi-
masiados recuerdos, a cual más triste. La verdad es nistradora. La cantidad que le ofrecían podía muy
que el amor, ese amor que ella había proclamado bien engrosar su cuenta corriente y asegurarle una
abiertamente, porque siempre lo había considerado vejez tranquila.
limpio y sin culpa, le había deparado continuas des- Pero revivir la propia vida delante de la aterrado-
gracias. Todos los hombres a los que se había acer- ra imagen de un papel en blanco que espera ser
cado le proporcionaron una felicidad efímera para llenado con los trazos de la sinceridad y de la con-
conducirla de nuevo al dolor más desesperado. fesión es tarea harto difícil y muy ardua para cual-
Ya casi en el umbral de los cincuenta años, Isa- quier sensibilidad.
dora había decidido dar carpetazo a su pasado. Cuando ya estaba el libro mediado, las imágenes

172 173
de amistades más íntimo de Isadora. Eran ellos
de su vida se le habían reaparecido con tal realismo quienes la conocían mejor y los que sabían de esa
que Isadora hubo de ser internada en un hospital y vida doble que llevaba la artista. Todos esos paseos
sometida a una fuerte cura de reposo. Volvieron las ruidosos por la bohemia de París, o por todos los
crisis y las apariciones, en la oscuridad o en la luz, hoteles de la Casa Azul, no eran sino la máscara de
de sus dos hijos, de Lohengrin, de Craig, de Rum-
una huida que Isadora buscaba cada vez con más
mel...
desesperación. No era extraño, para los que sabían
Con todo, por fin quedaron terminadas las Me- de este sufrimiento, que Isadora se hubiera suicida-
morias. Y en un final feliz, porque Isadora, conten- do.
ta con el trabajo que había realizado, ofreció —esta Pero no fue así. Hubo muchos testigos presen-
vez fue ella la que hizo la propuesta a la editorial ciales del accidente. Isadora había salido, como era
americana— el proyecto de biografiar sus dos años
su costumbre todas las mañanas, a dar una vuelta
en Rusia. Mi experiencia en la Unión Soviética, iba
a ser el título definitivo de la obra. Pero ni siquiera en su Bugatti per la orilla del mar.
pudo empezarlo. La muerte iba a acabar con ella de La gustaba el aire matutino, correr a bastante
forma brusca y patética. velocidad por la orilla del mar, en aquel caprichoso
coche conducido por un chófer muy experimenta-
«NIZA, 14. Ha sido víctima de un trágico acci- do.
dente de automóvil Isadora Duncan. El Paseo de los Ingleses es una especie de avenida
La famosa bailarina norteamericana paseaba en marítima que bordea la playa de Niza; era el lugar
automóvil y hallándose en el Paseo de los Ingleses, favorito de Isadora. Y fue allí donde le ocurrió el
el cabo de una «fourlard» que llevaba al cuello se trágico accidente. Los testigos habían sido muchos,
enredó en una de las ruedas traseras del coche, un
como para desmentir la hipótesis de un suicidio.
Bugatti, y el tirón la hizo caer hacia atrás, estrangu-
lada. Al ser recogida por los transeúntes que acudie- Toda la familia de Isadora se reunió en París.
ron en su auxilio, se vio que tenía rota la columna Habían ordenado que después de la autopsia de
vertebral. La muerte debió de ser instantánea.» rigor, el cadáver de Isadora fuera trasladado sin di-
lación a la capital de Francia. La danzarina, que
Esta es la reseña que apareció en un periódico había nacido en Norteamérica y había vivido en
español, El Sol, el día quince de septiembre de varios países de Europa, había manifestado el deseo
1927. Una noticia que en nuestro país causó muy expreso de ser enterrada en París, en el cementerio
poca sensación, puesto que Isadora nunca había ac-
del Pere Lachaise, que tanta historia esconde entre
tuado en España, y realmente era poco conocida.
Pero en el extranjero, el dolor por la pérdida de una sus tapias.
mujer que había alentado a la sociedad de una épo- Los funerales que se le hicieron a la genial baila-
ca, fue más que penoso, especialmente por las cir- rina fueron realmente espectaculares.
cunstancias en que se produjo su muerte. Una gran multitud siguió de cerca el cortejo; a la
capital francesa habían acudido muchas personali-
Incluso circuló el rumor, bastante insistente, has- dades, especialmente del mundo del arte.
ta el extremo de ser dado como cierto en Nortea- Una representación de alumnas de su Escuela,
mérica, de que la bailarina se había suicidado. En
que actuaban por su cuenta en el continente ameri-
realidad, este rumor partió precisamente del círculo
175
174
cano, rodearon, en la marcha fúnebre hacia el ce- ñas, me contó algunos pormenores relativos a ellas.
menterio, el ataúd de su querida maestra. Iban vesti- Los editores pagaron muy bien las confidencias de
das con sencillas túnicas griegas y llevaban ramille- Isadora Duncan, y en realidad sólo la pusieron una
tes de flores de colores muy vivos en las manos. condición: que la bailarina debía referirse a sus
Aquellas muchachas hicieron llorar a mucha gente amores... Cuando Isadora supo esto, no sintió nin-
en París: eran una reencarnación del arte de Isadora gún enfado, y se limitó a comentarlo irónicamente
v configuraban una imagen emocionante y patética. con sus amigos.
Y allí quedó, en el cementerio parisino, Isadora »—Qué gente más tonta... —le dijo al escultor—.
Duncan. No enterrada, pues lo mismo que hizo Creo —añadió— que en mi vida hay algo más im-
con sus hijos quería que se hiciera con ella misma. portante que mis amores.
Consideraba la incineración como una especie de »Aludía, naturalmente, a su arte, a sus bailes, a
enterramiento lleno de simbolismo y de arte. De sus afanes de proselitismo artístico y filosófico; a
ninguna manera quería ser encerrada en una sepul- sus interpretaciones de Bach, de Gluck, de Beetho-
tura y cubierta de tierra. ven, de Chopin, de Liszt, de Wagner; a la Escuela
Sus hermanos respetaron esta voluntad. Isadora de la Danza, fundada en Grünewald; a las escuelas
está enterrada, o mejor dicho sus cenizas están de- de París, de Niza, de Atenas, de Moscú; a su
positadas, como ya hemos dicho, en el cementerio proyectado Templo de la Danza, que estuvo a pun-
del Pere Lachaise, en la zona denominada Colum- to de levantar en la capital francesa.
bario. »Pero, ¡quién sabe! Acaso interpretaba mal el de-
seo de los dirigentes de la Casa Editorial Boni and
Liveright, de Nueva York. ¿ N o eran amores suyos,
Un artista para una artista de la gran danzarina, todo eso? Y, de otra parte, ¿es
que lo principal en su vida no fue el Amor, no
El escritor Emiliano M. Aguilera, autor del libro hubo de ser la pasión?
titulado Pasión y tragedia de Isadora Duncan, man- »La misma artista se resiste a distinguir entre su
tiene al final del mismo una interesante evocación Arte y el Amor...
de Isadora a través de su amigo, el famoso escultor
»¡Ah...! Yo diría que, de lo que hay de amor y de
José Ciará, que tanto admirara a la bailarina desde
pasión en su arte y en todos los diversos aspectos
que la viera danzar por primera vez en el Teatro
de su vida profesional, nunca estuvo más cerca de
Chatélet de París, cuando él era alumno en la Es-
descubrir el verdadero sentido del arte —aquello
cuela de Bellas Artes.
que tanto le preocupó— que al amar simplemente
José Ciará hizo unos dibujos de la bailarina en como mujer, puesto que si el arte es la interpreta-
vida, y fue él también quien los realizó estando ya ción de la naturaleza y de la Vida, esto, la Vida, la
muerta. Durante los últimos años de su vida, la si- Naturaleza, no es sino el Amor.
guió muy de cerca. Creemos más que oportuno »Recordando a Isadora y evocándola en sus últi-
cerrar esta biografía con las manifestaciones del es- mos días, me decía también el escultor de la Diosa:
cultor sobre la bailarina: »Poco tiempo antes de marchar ella a Niza, don-
«El escultor Ciará, hablándome de estas Memo- de tan horrible muerte le aguardaba, asistí a una de

176 177
las reuniones que daba Isadora en su hotel de la rué Lachaise, y, conforme a los deseos que había expre-
Delambre, en Montparnasse... No la volví a ver con sado Isadora en más de una ocasión, se la incine-
vida... La presencia de los que la acompañaban no ró."
me era muy grata... Tratábase de gente frivola, vi- «Nuevamente buscó y rebuscó Ciará en sus car-
ciosa, sin verdadera espiritualidad. Eran tipos, igual petas de apuntes de la bailarina, y habiendo encon-
ellas que ellos, que se acercaban a la Duncan por trado los que le interesaban en aquel momento, los
esnobismo. Yo así que pude, traté de despedirme. puso en mis manos.
Me aburría aquello, me apenaba incluso. Pero Isa- »"Estos otros dibujos los hice ya sin ella delante,
dora me retuvo. Me dijo: solo en mi estudio, de regreso del cementerio... Mi-
»—Espera, no te vayas, y haremos después unos re cómo flotan esos velos... Los dibujé pensando en
croquis. el fuego que consumió los restos de ella, en las
»No tardamos en quedarnos solos, ella, el pianis- llamas en que se deshizo el cadáver..."
ta que la acompañaba en sus ensayos y yo. Enton- »Y, finalmente, me dijo el artista, al resumir
ces Isadora danzó una Marcha Fúnebre..." aquella vida reducida a cenizas en el crematorio del
»José Ciará se interrumpió para buscar en sus Pere Lachaise:
carpetas unos dibujos que, al fin, me pasó, dicién- »Fue muy desgraciada la pobre Isadora. La persi-
domel: guió un signo trágico. Y ella misma sospechaba en
»—Vea usted esos apuntes... sí una fuerza maléfica cuya proyección hacía cundir
»Y el maestro me entregaba unos cuantos croquis la desgracia en torno suyo."»
y esbozos en los que la danzarina, envuelta en unos
espesos velos, aparece en actitudes solemnes.
»"Son los últimos que le hice en vida. Y al pensar
uno en aquella extraña circunstancia, en aquel he-
cho de interpretar Isadora una marcha fúnebre,
cuando desde tan cerca la esperaba la muerte, y ya
no debíamos volver a vernos, uno no puede por
menos de sentirse un poco sobrecogido: un poco
intimidado por el misterio que, sin duda, nos ace-
cha, dejándose presentir en hechos como éste. Lue-
go, el accidente conocido... La muerte... Traslada-
ron su cadáver a París, y fue entonces cuando hice
estos otros apuntes, post mortem..."
»Y ahora el escultor me mostraba unos dibujos
más, del bello rostro de Isadora sumido en una
suprema calma; unos dibujos en los que la danzari-
na se ofrece excepcionalmente quieta e impasible,
como dormida.
«"Trasladamos sus restos al cementerio de Pere

178 179
APÉNDICE
BIO-CRONOLOGIA DE LAS
ARTISTAS DE LA DANZA

La Fontaine (1655-1738)

Pasa por ser la primera bailarina profesional, la


primera que da el salto entre los bailes de sociedad
y la danza como espectáculo artístico. Este fenóme-
no se produce con la representación de «El triunfo
del Amor», de Lulli y Quinault, en 1681, aun cuan-
do todavía sigue manteniéndose un marco tradicio-
nal. Por otro lado, el repertorio de La Fontaine es
extremadamente amplio: minueto, pavana, saraban-
da, gavota, chacona, gallarda, etc.

Marie Subligny (1666-1736)

Durante los quince años en que fue primera bai-


larina de la Opera de París estrenó, entre otros, los
siguientes ballets: «Atis» (1698), «La Europa galan-
te», «Proserpina» (1699), «Acis y Galatea», «Armi-
da» (1703), «Ifiginia en Táuride» (1704). En las
temporadas 1700-1702 actuó en Londres, en donde
profesionalizó el baile.
183
Francxñse Prévost (1680-1741)

En 1705 sucedió a la Subligny en la Opera de


París, en donde había debutado en 1699. Junto con
Jean Balón ejecutó una adaptación musical del
«Horacio» de Corneillc (1708). En 1730 se retiró;
mantuvo una larga relación sentimental con el caba-
llero de Mesmes.

Marie Sallé (1707-1756)

Comienza a bailar a los 12 años. En 1727 actuó


en la Opera de París con «Los amores de los dio-
ses». Fue una innovadora; rechazó los atuendos
ampulosos; así, por ejemplo, en el «Pigmalión» se
presentó vestida con una túnica de muselina. Bailó
alternativamente en París y Londres. Se retiró en
1740.

La Camargo (1719-1770)

Su verdadero nombre era Marie-Anne Cuppi;


nacida en Bruselas, su madre era de ascendencia
española; muy joven fue llevada a París para que
recibiera lecciones de la Prévost. Tuvo su consagra-
ción en «Los caracteres de la danza» (1726), y su
fama le mereció la animosidad de su maestra. En
1734 dejó la Opera, pero volvió en 1740 para reti-
rarse definitivamente en 1751. Vivió con lujo y mu-
rió modestamente, tras haber mantenido relaciones
con hombres tan importantes como el duque de
Richelieu o el conde de Melun.

184 Mademoiselle La Fontaine.


La Barberina (1721-1799)

De nombre Barberina Campanini, natural de


P a r m a , debutó en la Opera de París en 1738 con
«Los Talentos líricos», de Rameau. Federico el
G r a n d e estuvo enamorado de ella y la hizo conde-
sa. T e r m i n ó siendo abadesa.

Lyonnois

N a c i d a hacia 1728, su verdadero nombre era Ma-


rie-Franc.oise Rempon. Estuvo en la Opera de Pa-
rís, c o n frecuencia al lado de su hermano, de 1740 a
1767. Representó todo el repertorio de la época y
su especialidad era la gambeta.

Louise-Madeleine Lany (1733-1777)

El escenario de sus actuaciones, de 1743 a 1767,


fue la Real Academia de Música, mientras que su
h e r m a n o , Jean Barthélcmy Lany, bailarín y director
de ballet, actuaba en la Opera.

Mlle Puvigné

Vinculada durante largos años (1743-1760) a la


O p e r a de París, tuvo frecuentes enfrentamientos
con Thérése Vestris por motivos profesionales, co-
mo en «Acis y Galatea», de Campistron v Lullv
(1752), y en «Castor y Pollux» (1754).

187
Thérése Vestris (1726-1808)
Llegó a París en 1747, procedente de Italia, y
actuó en la Opera, unas veces junto con su herma-
no Gaetano («Las empresas del amor», «Los amo-
res de los dioses» y «Amadís») y otras sola («Alces-
tes»). Mantuvo dura rivalidad con la Puvigné y con
la Lany.

Marie Allard (1742-1802)


Nacida en Marsella, trabajó en Lyon antes de
pasar a la Opera de París en 1761, un año después
de haberse casado con Gaetano Vestris, con quien
tuvo un hijo, Augusto, que también fue famoso
bailarín. Era una consumada maestra en todos los
bailes de la época (rigodón, gavota, tamborin, etc.).

La Guimard (1743-1816)
Nació en París y fue apodada «La Araña». Perte-
neció al cuerpo de baile de la Comedia Francesa.
Debutó en la Opera de París con «Los caracteres de
la Danza» (1762); presentó todo el repertorio de
Noverre y Gardel. Llevó una vida fastuosa y se
construyó un palacio con un gran teatro; fue con-
sejera de María Antonieta en materia de modas.

Anne Victoire Dervieux (1752-1826)


Tenía sólo veintidós años cuando se retiró de la
Opera de París, en donde había debutado cuando
apenas había cumplido los trece. El resto de su vida
pertenece a la crónica galante. Conoció un impor-
tante éxito en «Zoroastro» (1170) v en «Pigmalion» Mane-Anne Cuppi, llamada La Camargo.
(1772).

188
Mlle Dorival

Debutó en la Opera de París en 1773. Su enfren-


tamiento con Gaetano Vestris por motivos profe-
sionales dio con la Dorival en la cárcel; la presión
del público obligó a Vestris a gestionar su libertad.

Anne Heinel (1753-1808)

Nació en Bayreuth y debutó en Stuttgart (1767)


dirigida por Noverre. Permaneció en la Opera de
París de 1768 a 1782. Se la comparó, por su preci-
sión, su seguridad y su aplomo, con el gran Vestris,
con el que mantuvo una gran rivalidad, hasta que se
casaron en 1792 (habían tenido un hijo en 1791);
antes había estado casada con el bailarín Fierville.

Rose Gardel

En 1795 casó con el célebre bailarín y comedió-


grafo Pierre Gardel, después de haber actuado en el
teatro Nicolet y debutado en la Opera de París en
1787. De ella dice Housaye que «bailaba tan bien
Psique que se la hubiera tomado por el Amor».

Clotilde (1776-1826)

Llamada Clotilde-Augustine Malflattrai o Mal-


fleuroy, debutó en la Opera de París en 1793 con
«El juicio de Paris», de Gardel, y representó los
papeles de Psique en «Callipso» y de Cleopatra en
«Los amores de Antonio y Cleopatra», de Aumen
(1808). Estuvo algún tiempo casada con el compo-
sitor Boieldieu.

191
Mlle Aimée (1777-1809)
Su nombre era Anne-Cathérine Angier y debutó
en la Opera de París en 1793. No tuvo suerte en su
matrimonio con Augusto Vestris, el hijo de Gaeta-
no y Marie Allard, y murió de melancolía.

Louise Chameroy (1779-1802)


Amiga y compañera de baile de Augusto Vestris,
debutó en la Opera de París en 1796; murió de
tuberculosis a los veintitrés años. Destacó en el pa-
pel de Cupido en «Telémaco en la isla de Calipso»
(1790).

Mlle Chevigny
Le dio renombre su participación, junto con Mlle
Clotilde, en el ballet de Aumer y Krentzer «Los
amores de Antonio y Cleopatra» (1808).

María Medina de Vigano


Esta bailarina española va asociada a la fama de
su marido, el bailarín y coreógrafo Salvatore Viga-
no (1769-1821), con el que recorrió toda Europa.
Actuaron en España con motivo de las fiestas de la
Coronación de Carlos IV.

Amalia Brugnoli
Formando pareja con su marido, Paolo Samengo,
conoció la fama durante la década 1820-1830. En el
ballet de L. Henry, «Dircea», presentado en Milán
(1826), practicó la técnica del baile sobre las puntas
de los pies. La Guimard.

192
Emüie Bigottini (1784-1858)
Magnífica bailarina y mejor actriz, trabajó en la
Opera de París de 1801 a 1823; tuvo dos grandes
éxitos en «Nina o la loca por amor» (1813), y en
«Los pajes del duque de Vendóme» (1820). Volvió
a la escena en el Odeón en 1827, e inspiró a Auber
«La muda de Portici». En 1806 consiguió su mayor
éxito en «Pablo y Virginia», de Gardel.

Fanny Bias (1789-1826)


Fue una de las iniciadoras del baile sobre las pun-
tas de los pies. Debutó en la Opera de París, en
mayo de 1807, con «Ingenia en Aulide». En 1821
actuó en Londres.

María Danilova (1793-1810)


Aunque murió tuberculosa y desengañada de
amores con el bailarín Duport a los diecisiete años,
debutó y obtuvo un gran éxito en «Los amores de
Venus y Adonis», cuando no había salido aún de la
Escuela Imperial de Ballet de San Petersburgo.

Advotia Istomina (1799-1848)


Se formó en la Escuela Imperial de Ballet de San
Petersburgo, discípula de Ch.-L. Didelot. En 1828
estrenó «Nina o la loca por amor», de L.-J. Milon
y Persius, y en 1838 «Los pajes del duque de Ven-
dóme», de J. Aumer y Gyrowitz; los dos aconteci-
mientos tuvieron lugar en San Petersburgo. Fue
una de las precursoras del baile sobre las puntas de
los pies. Pushkin le dedicó un poema en el prólogo
de Eugene Qnieguin.

195
U s e Noblet (1803-1852)

Buena bailarina y buena actriz, es la más famosa


de las tres hermanas Noblet; actuó en la Opera de
París de 1818 a 1841. Su principal éxito lo tuvo con
«La Sílfide» (1832). También obtuvo importantes
éxitos en Londres, en donde trabajó de 1821 a
1824.

La Taglioni (1804-1884)

Perteneciente a una dinastía de bailarines y maes-


tros de ballet, entre los que destaca su padre, Felipe
Taglioni (177-1871), nació en Estocolmo de madre
sueca. Su nombre va ligado a la imposición definiti-
va del baile sobre las puntas de los pies y del traje
blanco de muselina y demás elementos del atuendo
de las bailarinas, tal como es de uso en la actualidad
(el diseño lo hizo Eugéne Lamí). Su vida artística
fue de una gran movilidad. Entre sus múltiples éxi-
tos figuran: «La Ninfa en el país de Terpsícore»,
«El Siciliano», «Guillermo Tell», «El dios y la
bayadera», «Roberto el diablo», «La Sílfide», «Na-
talia o la lechera suiza», «Brasilia», «La hija del Da-
nubio», etc. Se retiró en 1837. Por su matrimonio
era condesa Gilbert de Voisins.

Pauline Leroux (1809)

Fue una de las figuras del ballet romántico en la


Opera de París; también bailó en Londres.

Anne Heinel.
196
Fanny Elssler (1810-1884)

Nació en Viena ( s u padre era copista de Haydn).


En 1819 entró a f o r m a r parte del cuerpo de baile
del Hoftheater de Viena, dirigido por r. Taghoni;
bailaba con su h e r m a n a Teresa, ésta distrazada de
hombre. Debutó en la Opera de París, en 1834, con
«La Tempestad» de Corelli. Teófilo Gautier la defi-
nió como encarnación de la sensualidad pagana, en
contraposición a la Taglioni, de inspiración cristia-
na. Sus dos n ú m e r o s más famosos fueron la cachu-
cha del «Diablo Cojuelo», de Corelli, y la cracoviana
de «La Gipsi», de Mazilier. Actuó en Londres, en
Norteamérica (1840-1842) y en Rusia (1843). Se re-
tiró en 1851.

Pauline Duvernay (1813-1894)

Debutó en la O p e r a de París en 1831 con «Marte


y Venus» y confirmó su fama en «El dios y la baya-
dera». Tras un i n t e n t o fallido de suicidio se casó en
Londres, donde también actuó con éxito, con un
rico banquero.

Fanny Cerrito (1817-1899)

Debutó en Ñapóles en 1832 y se consagró en


Londres con «La Silfide» (1840) y con «Pas-de-
Quatre» (1845). En 1845 casó con el bailarín Saint-
Léon, junto al cual interpretó «La filie de marbre»
en la Opera de París en 1847.

199
Heléne Andreayanova (1819-1857)

Primera bailarina rusa que actuó fuera de su país.


Formada en la Escuela Imperial de Ballet de San
Petersburgo, bailó en la Opera de París (1845) y en
la Scala de Milán. En 1842 presentó «Giselle» en
Rusia.

Carlota Grisi (1819-1899)

Fue el gran amor de Teófilo Gautier. A los diez


años era primera bailarina en la Scala de Milán. Ca-
só con el coreógrafo y bailarín Jules Perrot, su
maestro; con él actuó en Londres, Viena, Milán,
Munich. Debutó en la Opera de París, en 1841, en
«La favorita», con Lucien Pepita. Su gran éxito fue
«Giselle», con libreto de Gautier. Otros estrenos:
«La bella muchacha de Gante» (1842), «La Peri»
(1843), «Esmeralda» (1844), «Paquita» (1845), «El
paso de cuatro» (1845). Actuó con frecuencia en
Londres, de 1842 a 1851. En 1850 presentó «Gise-
lle» en el teatro María de San Petersburgo. Tuvo
una hija, Ernestine, con el príncipe Radzivill. Se re-
tiró en 1853.

Lucile Grahn (1819-1907)

Nacida en Dinamarca, debutó en 1834 en el Tea-


tro Real de Copenhague, en 1838 en la Opera de
París, en 1843 en San Petersburgo, en 1845 en Lon-
dres («Pas-de-Quatre», de Perrot y Pugni) junto
con Taglioni, Grisi y Cerrito.

Marie Taglioni, llamada La Taglioni.

200
^

Adéle Dumilatre (1821-1909)

Debutó en la Opera de París en 1840 y allí per-


maneció hasta 1848. Obtuvo un gran éxito en 1841
con «Giselle». Su hermana Sofía también fue baila-
rina.

Adeline Plunkett (1824-1910)

Nacida en Bélgica, fue la gran estrella de la Ope-


ra de París en dos etapas: 1845-1852 y 1855-1857;
uno de sus momentos culminantes lo tuvo en el pa-
pel de Vert-Vert en el ballet de Mazilier (1851).

Carolina Rosati (1826-1905)

Como ya empezaba a ser normal entre las figuras


del ballet, recorrió los principales escenarios de Eu-
ropa: Verona, en su Italia natal; la Opera de París
(1853 y 1859); Londres y San Petersburgo. Se retiró
en 1862.

Amalia Ferraris (1830-1904)

Inició su carrera en su país natal, Italia: comenzó


en la Scala de Milán (1844), siguió en el teatro San
Carlos de Ñapóles, después en distintos lugares de
Italia, para continuar en Londres y Viena y finali-
zar en la Opera de París (1856-1863). Se retiró en
1868. Debutó en París con «Les Elfes».

203
Sophie Fuoco (1830-1916)

Se consagró en la Opera de París por los años


1846-1850. Era italiana y su principal característica
radicaba en la fuerza de sus puntas. Obtuvo un
gran éxito en el ballet de J. Perrot, «Catharina».

Emma Livry (1842-1863)

Su verdadero nombre era Emma Emarot. Debutó


a los dieciséis años en la Opera de París con «La
Silfide». Su carrera quedó truncada por un acciden-
te: estando ensayando «La Muda de Portici» se le
incendió el traje de baile.

Léontine Beaugrand (1842-1925)

Se formó en la Escuela de la Opera de París y su


triunfo tuvo lugar en este teatro, en 1864, con
«Diavolino», de Saint-Leon. Fue actriz además de
bailarina. Se retiró en 1880. Teófilo Gautier, que la
vio actuar en «Copelia», la consideró como la con-
tinuadora de la Grisi.

Eugénie Fiocre (1845-1908)

Se consagró al sustituir a Marie Vernon en «La


Muda de Portici», en 1865 y siguió bailando en la
Opera de París hasta 1875. Su interpretación más
lograda fue el personaje de Frantz en «Copedia».

Carlota Grisi.
204
Virginia Zuchi (1847-1930)

Aunque italiana, formada en Padua, bailó en toda


Europa pero se consagró en Rusia, en donde obtu-
vo un gran éxito, en 1885, en «La hija del Faraón».
Inspiró a Benois para la creación de los decorados
de los ballets de Diaghilev.

Rosita Mauri (1849-1923)

Después de ser primera figura del Teatro Princi-


pal de Barcelona desde 1868, fue la gran estrella de
la Opera de París de 1878 a 1907. Su primer gran
éxito lo constituyó el «Polyeucto» de Gounod, y
sus dos grandes creaciones fueron «La Korrigane»
(libreto de Coppée, música de Widor y coreografía
de Mérante), en 1880, y «Dos Pichones» (libreto de
Regnier, música de Messager y coreografía de Mé-
rante), en 1886. Para Coppée era la «danza personi-
ficada».

Rita Sangalli (1851-1909)

Tras su debut en la Scala de Milán, inició una


permanente gira por todo el mundo: París, Lon-
dres, Viena, Nueva York... Pasó repetidas veces por
la Opera de París, pero nunca perteneció a su elen-
co fijo, como estaba siendo habitual. En un punto
tan alejado geográfica y artísticamente como Salt
Lake City se llegó hasta el extremo de construir un
teatro de madera para sus actuaciones.

207
Pierina Legnani (1863-1923)

Su consagración fue en San Petersburgo, a donde


llegó después de haber bailado por toda Europa
(Milán, París, Londres, Madrid) y en donde perma-
neció en 1893 a 1901. Mereció la excepcional cate-
goría de «primera bailarina absoluta».

Julia Subra (1866-1908)

Due durante varios años (1852-1898) la estrella


de la Opera de París. Su especialidad eran los nú-
meros sentimentales e ingenuos.

Olga Preobrajenskaya (1871)

Doblemente benemérita como profesional de la


danza: superó con enorme fuerza la voluntad y con
unas excepcionales facultades artísticas su cojera y
prodigó sus conocimientos teóricos y prácticos por
medio de la enseñanza. Se formó en la Escuela de
San Petersburgo y debutó en el teatro María de la
misma ciudad, en donde no llegó a ser estrella hasta
1898. En 1925 se estableció en París y montó una
acreditadísima Academia de baile.

Antonine Meunier (1877)

Recogió sus experiencias profesionales y sus es-


tudios sobre el arte escénico en un libro titulado
Danza clásica (publicado en 1931). Fue primera
bailarina de la Opera de París. De 1901 a 1926 fue
profesora en el Conservatorio de Mimi Penson.
Rosita Mauri.I

208
Matilde Kschesinskaya (1872)

Es la única artista que, junto con Pierina Legnari,


posee el título de «primera bailarina absoluta». For-
mada en la Escuela imperial de Ballet de San Peters-
burgo, formó parte del cuerpo de baile y fue prime-
ra figura del teatro María. Su principal creación fue
«La hija del Faraón», y formó pareja con Nijinsky
en los Ballets de Diaghilev. Fue la bailarina favorita
del zar y casó con el gran duque Andrés: de ahí su
título de princesa Krazinska. En 1917 se estableció
en Parí y montó una academia de baile.

Ruth Saint-Denis (1877)

Su verdadero nombre era Ruth Denmns. Con-


temporánea de Isadora Duncan y americana como
ella. Su manera interpretativa y sus presupuestos
teóricos están inspirados en las danzas orientales,
por influencia de su pareja Ted Shawn, con el que
fundó la «Denishawn», mitad ballet, mitad acade-
mia. Se la considera como la fundadora de la escue-
la expresionista americana.

211
BIBLIOTECA HISTÓRICA

ÍNDICE
Página

Introducción 7
I. Rasgos esenciales 9
II. Una original puesta en escena 31
III. Persiguiendo el destino locamente 39
IV. De Nueva York a París pasando por Londres. 57
V. La gran ocasión... perdida 69
VI. «Habitada por Wagner» 79
VIL Arte, amor y maternidad 91
VIII. Sueños y realidades 101
IX. El sentido de la vida y de la muerte 113
X. Confesiones de un corazón herido 113
XI. Anillos para dos corazones solitarios 157
XII. La tragedia final 169
Apéndice: Bio-cronología de las artistas de la
danza 181

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