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David

 Picó  Vila  

La voz en psicoterapia

Introducción

Desde que empecé a interesarme activamente por el tema de la voz humana y su

relación con los aspectos psicológicos de la persona, quizá una de las cosas que más me ha

sorprendido es lo central que es este tema en nuestras vidas y lo difícil que parece ser

estudiarlo desde la psicoterapia y la psicología. No me ha resultado fácil encontrar referencias.

Sí he encontrado a muchas personas que me dicen tener algún tipo de disconformidad con su

voz. Todo el mundo parece estar de acuerdo en que es un tema importante, tanto desde el

punto de vista personal como desde la práctica clínica. Al mismo tiempo, parece resultar

también un tema algo resbaladizo, difícil de precisar. Sabemos que está pero no sabemos muy

bien cómo hablar de ello.

La literatura sobre comunicación no verbal insiste en la gran cantidad de información

que se transmite a través de los aspectos no verbales de la voz (la entonación, el timbre, el

volumen, los sonidos no verbales, etc.), sin embargo es difícil encontrar detalles al respecto.

Abundan más los textos que hablan de los aspectos de la comunicación no verbal que tienen

que ver con la gestualidad, el movimiento corporal o el uso del espacio. En general, nos resulta

muy difícil describir el sonido. Las carreras de Historia del Arte dedican una parte mínima de

sus planes de estudios a la Historia de la Música. En estas carreras solo se estudian, por decir

así, las “artes de las cosas”: las artes plásticas y la arquitectura. No se estudian las “artes de

los procesos”, de la energía en movimiento: la música, el teatro, la poesía. Entre éstas, la

música es la más marginada. En el sistema educativo español solo se estudia Historia de la

Música con cierta profundidad en los conservatorios, que ni siquiera pertenecen al sistema

universitario.

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En el campo de la psicoterapia también nos resulta más fácil relacionarnos con cosas

que con procesos. Nos es más fácil lo discreto que lo continuo. En la carrera de Psicología el

tema de la voz apenas se trata. Tampoco en las formaciones y en la literatura de terapia gestalt.

Sabemos mucho más sobre los aspectos verbales de la voz (qué decimos paciente y terapeuta,

con qué giros verbales, con qué palabras exactas) que sobre los no verbales (el propio sonido).

Sabemos más de trabajos creativos con mediadores plásticos como la pintura, la arcilla, la

escultura, que con la voz. Cantar, recitar, emitir sonidos, hablar con diferentes tonos, son

recursos que se utilizan a veces en psicoterapia pero suelen tener una presencia marginal. O

están, pero no de forma muy consciente. La información que nos llega del paciente a través de

la calidad de su voz en cada momento forma parte a menudo de lo que “intuimos”: lo sentimos

más que lo podemos pensar. Nuestros tonos de voz como terapeutas ante nuestros pacientes

surgen de nuestra presencia en cada momento, de nuestra actitud y nuestras intenciones. Sin

embargo, solemos ser más conscientes de nuestra posición corporal, nuestra expresión facial o

nuestras sensaciones internas, que del timbre de nuestra voz y sus matices. Sabemos cómo

mostrar una postura erguida o tranquila, pero nos suele costar más modular nuestra voz.

En mi experiencia personal la voz y la ejecución musical han sido a lo largo de mi vida

un termómetro de mi desarrollo personal. Interrumpí de joven mis estudios de piano para

dedicarme a estudiar una ingeniería. Sentía que había algo en mí que impedía mi expresión

artística, que por mucho que estudiara no conseguía disolver. Me sentía un pianista rígido,

mecánico e inexpresivo. Me resultaba imposible conectar mis dedos a mis sensaciones

internas, que eran potentes pero parecían estar encerradas en mi interior. Curiosamente,

cuando empecé, por otras razones, mi proceso terapéutico, uno de los indicadores más

fidedignos que he tenido de mis cambios ha sido, precisamente, el piano. Era sorprendente

comprobar cómo cada transformación que iba teniendo en mis relaciones personales, en mi

manera de vivirme con los demás, tenía una repercusión inmediata en mi ejecución musical.

Más adelante empecé a estudiar canto en el conservatorio y esto se acentuó. ¡A veces parecía

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que mejoraba más como músico con la psicoterapia que con la práctica del instrumento! Nunca

he llegado a ser un gran cantante ni un gran pianista, pero sí he tenido bastante contacto con la

dificultad que supone querer expresar y que tu cuerpo y tu voz no te respondan, o mejor dicho,

que respondan de una forma que no puedes entender, que parece ajena a ti. Desde esta

experiencia surge mi motivación por estudiar la voz en terapia.

Este artículo pretende ser una primera aproximación al fenómeno de la voz. Quisiera

transmitir mi curiosidad y abrir nuevas posibilidades. Estoy convencido de que el aporte en este

campo desde la terapia gestalt puede ser muy productivo. Quisiera que este texto fuera una

invitación a la reflexión y a compartir ideas. En las secciones siguientes haré, en primer lugar,

una revisión de algunas dimensiones importantes que se relacionan con la voz y después una

breve descripción de diferentes enfoques terapéuticos que se centran en ella. En la última parte,

intentaré esbozar una mirada al proceso de la voz desde la teoría de la terapia gestalt, y de

cómo esto nos puede orientar en la práctica clínica.

Dimensiones de la voz

Lo verbal y lo no verbal

Cuando hablamos de la voz distinguimos habitualmente dos aspectos: el verbal y el no

verbal. La parte verbal de la voz incluye la emisión de palabras y frases, y otros aspectos que

contienen información de tipo lingüístico, como por ejemplo la entonación que denota que una

frase es una pregunta. Los aspectos no verbales incluyen todo lo demás: los sonidos no

verbales (resoplidos, gritos, suspiros) y también varios parámetros sonoros que se dan en el

sonido verbal y el no verbal, como la riqueza tímbrica, la intensidad, la velocidad de dicción, la

claridad de las consonantes, la proyección, el ritmo, el tono, etc.

Una misma frase puede ser emitida por diferentes personas en diferentes situaciones y,

aunque la frase sea la misma, la voz que la emite contiene información no verbal que cambia

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de una persona a otra y nos informa, no sobre el contenido del que se habla, sino sobre las

características del hablante y del contexto. Podemos llegar a distinguir si quien habla es un

hombre o una mujer, qué edad aproximada tiene, qué origen geográfico y sociocultural, estado

de salud, estado anímico, a quién se dirige cuando habla, cuán convencido está de lo que dice,

si hay algo que se deja por decir, si se siente amenazado, etc. Alguna vez, en talleres de

trabajo sobre la voz, he pedido a los participantes que escuchen el sonido de escenas de

películas sin ver las imágenes. Les he puesto el sonido en lenguas que no puedan entender

(por ejemplo, en chino o danés). Se suelen sorprender de la gran cantidad de información que

son capaces de extraer respecto a lo que está ocurriendo en la escena: qué personas hay, qué

emociones sienten y cómo se relacionan entre ellas, todo esto sin ver las imágenes ni entender

el lenguaje.

La voz y el desarrollo

El sentido del oído es el primer órgano sensorial que se pone en marcha desde los

primeros meses de la vida uterina. El feto es capaz de escuchar su entorno sonoro y, muy

especialmente, la voz de su madre. Alfred Tomatis1, el creador de la audio-psico-fonología,

descubrió cómo la voz de la madre influye sobre el desarrollo del futuro recién nacido y

condiciona su posible bienestar. El “Método Tomatis” es un método terapéutico que se basa en

la estimulación auditiva con sonidos filtrados que simulan el llamado “parto sónico”, es decir, el

paso de la audición en el medio acuoso del vientre materno al medio aéreo. Según Tomatis,

esta transición dura varios días tras el parto, mientras los bebés drenan el líquido de sus oídos

y lo sustituyen por aire. Durante estos días la voz de la madre es lo único que el bebé puede

reconocer y que le da seguridad.

Asimismo, la voz tiene una función primordial en el momento del parto. El primer llanto

del bebé emerge inmediatamente tras su primera inspiración. En el llanto se cierran las cuerdas

                                                                                                               
1
Tomatis, Alfred. 9 meses en el paraíso. Ed. Biblària, Colección Didascálica. 1990

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vocales para emitir la voz. Este cierre aumenta la presión en los pulmones y los pone en

funcionamiento. La voz es el primer acto por el cual el bebé consigue concentrar energía y

lanzarla hacia su entorno. Es su primer intento de alcanzar ese entorno. Al mismo tiempo, el

sonido de su propio llanto le vuelve a través del oído. El bebé se escucha a sí mismo. Su voz le

proporciona uno de los primeros elementos de construcción de lo que constituirá su

diferenciación yo/no yo: “Este sonido que coincide con estas sensaciones musculares en los

pulmones y la garganta, es yo. Los otros sonidos, no son yo.”

En el resto de nuestra vida, la voz nos marca también varios hitos del desarrollo. La

emisión de los primeros sonidos vocales que no son llanto coinciden con el aumento en el bebé

de las capacidades de exploración del entorno. Las primeras palabras y el primer “mamá” o

“papá” abren al niño un nuevo mundo de relación con el otro mediante el lenguaje. El cambio

de la voz en la pubertad, sobre todo en los varones, marca la entrada en la vida adulta, y se va

transformando desde la juventud hasta la vejez, conforme se va transformando nuestro cuerpo.

Desde antes del nacimiento hasta la muerte, la voz está presente e indisolublemente unida a

quiénes somos y en qué momento del ciclo vital estamos.

La voz y el cuerpo

La emisión de la voz es un acto que implica prácticamente a todo el cuerpo. Para emitir

un sonido vocal intervienen el suelo pélvico, los músculos abdominales, la caja torácica, el

diafragma, los pulmones, la tráquea, la laringe y las cuerdas vocales, la faringe, la lengua, los

dientes y la mandíbula, los labios, el paladar y la cavidad nasal. El estado de tensión o

relajación de estas partes del cuerpo influyen directamente en las cualidades y posibilidades de

la voz. Otras partes del cuerpo, aunque no participen directamente en la creación del sonido,

también están conectadas y pueden influir en la emisión. Pienso, por ejemplo, en la tensión de

hombros y músculos del cuello, que puede reducir la capacidad respiratoria y/o estresar la

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laringe, o en el estado de congestión del tracto digestivo, que puede dificultar el movimiento de

los músculos abdominales o del diafragma.

La voz, el grupo y el individuo

El canto y la danza son una de las formas más importantes de expresión del grupo. La

voz cantada y la voz recitada aparecen en todas las culturas en actos sociales que refuerzan el

sentimiento de pertenencia al grupo2. Un repaso rápido nos trae multitud de ejemplos: los

cantos tribales, las historias transmitidas por tradición oral, los himnos militares y religiosos, las

canciones infantiles, las canciones que se cantan en los viajes, las consignas que se corean en

los eventos deportivos o en los actos de reivindicación política, la entonación de los discursos

en los mítines, los cantos fúnebres, solemnes, festivos... El poder de la voz en grupo para

mover emociones y producir cohesión y sentido de pertenencia es incuestionable.

Otros aspectos de la voz hablada nos informan también de los vínculos grupales de

cada individuo. El acento, y el uso de algunas palabras y giros, permite a menudo reconocer el

grupo de procedencia de una persona, no solo el país, sino la región concreta y a veces hasta

la población o el barrio. Hay expresiones y tonos de voz que pertenecen a los hablantes de una

determinada generación. Cuando escuchamos noticias de radio o televisión antiguas es fácil

observar cómo la manera de entonar las frases ha ido cambiando a lo largo de los años. El

lenguaje de los adolescentes genera expresiones que los distingue del lenguaje infantil, pero

también del adulto. Hay un “hablar adolescente”. Hay tics de pronunciación (como por ejemplo,

en el castellano de España, silbar las eses o nasalizar las vocales) que se reconocen como

signos de pertenencia a una clase social determinada. Las personas que emigran a un país en

el que se habla una lengua diferente de la suya propia, o incluso la misma en otra variedad

dialectal, aprenden el idioma y pierden su acento nativo en función, entre otras cosas, de su
                                                                                                               
2
Un artículo que trata este tema desde el punto de vista de la terapia gestalt es La canción eres tú, de
Susan Gregory, publicado en inglés originalmente en British Gestalt Journal, 2004, vol. 13, nº1, con el
título The song is you, y disponible en una traducción al castellano en la URL
http://gestaltnet.net/fondo/articulos/la-cancion-eres-tu (lectura del 16/4/2013).

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deseo de pertenencia al nuevo país de acogida y de su necesidad de mantener la lealtad a su

país de origen. De hecho, un indicador habitual del nivel de integración de un inmigrante es si

tiene “mucho o poco acento”.

Por otro lado, así como nuestra voz comunica a los demás información relativa a

nuestros grupos de pertenencia, también contiene información que nos identifica como

individuos. La voz de cada persona es única como una huella digital y nuestro sistema auditivo

está especialmente dotado para distinguir los matices tímbricos que diferencian la voz de una

persona de la de otra. Cada persona tiene una voz diferente, pues cada aparato fonador es

diferente (una laringe más ancha o más estrecha, unas cuerdas más largas o más cortas, etc.)

Pero la voz nos transmite también mucha información sobre características psicológicas

de la persona. Una referencia muy citada a este respecto es el trabajo del laringólogo y

psicoanalista Paul J. Moses, reflejado en su único libro The Voice of Neurosis3 (“La voz de la

neurosis”). Moses realizó en 1940 un estudio mediante grabaciones de la voz de un

adolescente que no conocía de nada. Encontró que era posible, únicamente a través del

examen de la voz, deducir un perfil de carácter y un conjunto de rasgos psicológicos que eran

muy parecidos a los que se obtenían con un test de Rorschach. En su libro, Moses describe

parámetros acústicos de la voz, como el rango, el ritmo, la melodía, etc., y los relaciona con

aspectos psicológicos de la persona. Explica, por ejemplo, cómo en el habla de las personas

con esquizofrenia prevalece el ritmo sobre la melodía, o cómo en las personas deprimidas hay

unos patrones melódicos descendentes que se repiten con periodicidad.

Enfoques terapéuticos de la voz

La voz es, como hemos visto, un fenómeno complejo que nos puede abrir varias

puertas a la psique de las personas. Esta complejidad se refleja en una gran cantidad de

enfoques terapéuticos que utilizan explícitamente la voz como vehículo de transformación. Una
                                                                                                               
3
Paul J. Moses, The Voice of Neurosis, Psychological Corp, 1954.

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posible clasificación de estos enfoques podría ser la siguiente: 1) enfoques que intentan

entrenar la voz para conseguir unas cualidades determinadas; 2) enfoques que usan

propiedades transformadoras de la voz, cuando es emitida de una forma especial; 3) enfoques

que hacen uso de los poderes catárticos de la expresión vocal; y 4) enfoques que utilizan la voz

como mediador artístico.

En la primera categoría podemos incluir varias disciplinas que intentan que la persona

aprenda a emitir su voz de forma diferente a como lo hace habitualmente. Se pretende

"mejorar" la voz, o "corregirla", desde unos ciertos criterios que determinan qué se considera

una voz “óptima”. Ejemplos de este tipo de enfoque los encontramos en la logopedia y la

foniatría, la enseñanza del canto, la oratoria o las técnicas actorales. En estas orientaciones se

ve al cliente/paciente como alguien que aprende una habilidad nueva.

En la segunda categoría encontramos enfoques que se basan en el supuesto de que

ciertos tipos de emisión de voz, en sí mismos, producen efectos curativos. Aquí se incluyen las

meditaciones sonoras (p.e., con la silaba om), el canto armónico o difónico, la recitación de

mantras, y otros acercamientos a la voz que atribuyen diferentes propiedades curativas a las

vocales y consonantes, como por ejemplo el llamado “Arte de la palabra”, una modalidad

terapéutica enraizada en la filosofía antroposófica de Rudolf Steiner. En estos enfoques se

considera al cliente/paciente receptor de los efectos curativos del sonido (y del acto de emitirlo).

La tercera categoría de enfoques utiliza la voz como una vía para conseguir algún tipo

de catarsis emocional. Giran alrededor de la idea de que la voz libera emociones retenidas. Se

busca facilitar la expresión intensa y profunda del grito, el llanto o la risa. Aquí encontramos

enfoques como los trabajos con el grito primal o la risoterapia.

La cuarta categoría de aproximaciones utiliza la voz como un elemento mediador en la

terapia, de manera parecida a como se utiliza la pintura o la arcilla en un trabajo con

mediadores plásticos. En estos enfoques la voz, en especial la voz no verbal (el canto, los

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sonidos no verbales), es un canal de expresión que se utiliza para que la persona pueda

manifestar su experiencia y ampliar su consciencia y sus posibilidades expresivas. En estos

enfoques, el terapeuta tiene un papel activo en el acompañamiento vocal del paciente. Le

sugiere, por ejemplo, que explore formas de emitir sonido que el paciente no se permite, como

producir una voz más grave o más aguda, que puede tener resonancias con su relación con su

propia masculinidad/feminidad. También puede apoyar al paciente con su propia voz o algún

instrumento y, por ejemplo, improvisar juntos una nana dedicada a su niño interior. Ejemplos de

estos enfoques pueden ser la Voice Movement Therapy4 de Paul Newham o la psicoterapia

vocal de Diane Austin5, ambos de orientación psicoanalítica.

Un acercamiento a la voz desde la teoría del self

La teoría de la terapia gestalt resulta, en mi opinión, muy adecuada para ayudarnos a

reflexionar sobre el fenómeno de la voz. Aunque ninguna teoría describe la realidad de forma

completa, una teoría nos puede ser útil si nos orienta en esa realidad y nos lleva a algún sitio

que no hubiéramos explorado antes. Mi intención es hacer aquí un intento de contemplar las

cuestiones de la voz desde la base de nuestra teoría, con el propósito de reflexionar sobre qué

maneras de usar la voz en psicoterapia pueden ser coherentes con el método de la terapia

gestalt. No se trata de restar valor a otros métodos terapéuticos, sino de pensar de qué manera

un trabajo con la voz se puede integrar con un trabajo de terapia de corte gestáltico.

La mirada fenomenológica

El enfoque fenomenológico de la terapia gestalt invita al terapeuta a fijarse en “lo que

es”, más que en “lo que debería ser”. Desde esta mirada, el terapeuta intenta poner entre

paréntesis sus interpretaciones e ideas preconcebidas para estar ante su paciente tal cual es,

tanto como sea posible. Un acercamiento a la voz desde este punto de vista nos invita por tanto
                                                                                                               
4
Paul Newham, Therapeutic Voicework, Jessica Kingsley Publishers, 1998.
5
Diane Austin, The Theory and Practice of Vocal Psychotherapy, Jessica Kingsley Publishers, 2008.

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a escuchar la voz del cliente tal cual es, sin interpretarla ni pretender que sea diferente de lo

que es. No es que la voz no pueda cambiar (de hecho, lo hace constantemente), sino que no

hay una voz “correcta” o “auténtica” que debemos buscar, ni una voz “errónea” o “falsa” que

deba ser eliminada. La voz de la persona, tal y como se nos muestra en el aquí y ahora, es una

radiografía de quién es esa persona en ese aquí y ahora. Nuestro objetivo terapéutico no es

modificar esa voz para “mejorarla”, sino desplegar su complejidad y explorar sus matices como

un camino para comprender la experiencia del otro.

En una sesión de terapia, por ejemplo, un ligero temblor, muy breve, en la voz de una

paciente cuando mencionaba de pasada a un hermano fallecido años atrás, fue un indicador de

que había aspectos de su duelo aún no resueltos. Le hice notar que su voz había cambiado al

nombrar a su hermano. El temblor de la voz se convirtió en llanto y esto dio paso a hablar de

temas de aquella relación que aún estaban presentes para ella. Otra paciente, una joven con

dificultades para contactar con su deseo, estaba dudando entre dos caminos distintos en su

vida. Le solicité que emitiera un sonido no verbal para cada una de las opciones. Ella misma

pudo darse cuenta, al escucharse, de cómo una de las opciones no le producía ninguna

excitación. La otra sí le producía excitación pero rápidamente ella la sofocaba. Esto lo pudimos

escuchar ambos perfectamente: con la segunda opción su voz subió de tono durante un

instante y se hizo aguda, e inmediatamente descendió a un tono más grave y plano. Hacer

notar esto nos abrió al tema de dónde estaba puesto su deseo y cómo era que no podía

permitirse sentirlo.

La voz y el self

La voz tiene las propiedades que definen al self en Terapia Gestalt: Excitación y

crecimiento de la personalidad humana: “El self es espontáneo, en ‘voz media’ [...], y está

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comprometido con su situación [...].”6 La voz también. Es espontánea. No podemos emitir voz

de una forma totalmente deliberada. Nunca sabemos qué sonido va a salir hasta que sale, y

una vez estamos emitiendo sonido (sea voz hablada, canto, o sonidos no verbales) entramos

en un proceso de “descubrimiento-e-invención según se avanza”7 en el que la voz emerge de

una forma que está, en parte, fuera de nuestro control.

La voz está en modo medio, es simultáneamente activa y pasiva. Cuando emitimos voz

no solo hay una actitud activa muscular. También escuchamos el sonido que producimos, que

se mezcla con el entorno sonoro que nos rodea. Es un mecanismo autorregulado en el que la

emisión activa de la voz es modulada por la percepción del entorno. Surge en el compromiso

con la situación, pues no podemos acceder a la voz de una manera aislada de la experiencia

presente.

Por otro lado, las estructuras del self se reflejan también en la voz. La voz es una puerta

de acceso privilegiada a las funciones del self, personalidad, ello y yo8. La función personalidad

se nos muestra a través de la voz de múltiples formas. Adoptamos tonos de voz de nuestros

padres y de nuestro entorno cultural. Modulamos la voz conforme a nuestra autoimagen. Los

patrones de personalidad que se cronifican en nosotros y se hacen parte de nuestra fisiología

secundaria tienen un reflejo inmediato en la voz. Como ya hemos dicho antes, la voz implica

prácticamente a todo el cuerpo y, por tanto, las tensiones musculares de nuestra “coraza”

tienen un correlato inmediato en nuestra voz. Una voz sistemáticamente chillona, o nasal, o

aterciopelada, que suena así siempre, sin tener en cuenta el contexto, puede ser producto de

un sistema muscular cronificado. Una voz espontánea y natural es capaz de variar según la

necesidad del contexto y transformarse en chillona o aterciopelada en función de lo que

demande la situación.

                                                                                                               
6
Perls, F.S., Hefferline, R.F., Goodman, P.: Terapia Gestalt: Excitación y crecimiento de la personalidad
humana. pp. 193. Los Libros del CTP (1994).
7
Op. cit.
8
Op. cit.

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La voz es también una puerta de entrada privilegiada a la función ello. En una sesión de

terapia, por ejemplo, podemos en gran medida rastrear qué es lo que empuja, dónde está

puesto el deseo y la urgencia del paciente, escuchando los tonos de su voz según habla. Si el

cuerpo es una entrada a la función ello, la voz nos ofrece un correlato acústico de cómo está el

cuerpo. Nos hace audibles aspectos del cuerpo que pueden no sernos visibles. A veces es más

fácil detectar una respiración retenida si escuchamos cómo suena la voz que si intentamos

observar los movimientos de la caja torácica. La respuesta muscular que se produce cuando

una persona contacta con un tema que le mueve emocionalmente puede ser más audible a

través de la voz que visible si miramos su cuerpo.

La función yo también se refleja de diferentes formas en la voz. Cuando el contacto se

interrumpe la voz se modifica y pierde espontaneidad. Cuando, en el proceso de contacto,

emergen las emociones, la voz cambia de diferentes maneras: se energetiza, toma dirección,

se hace explosiva. Cuando la persona retiene la emergencia de la emoción, la voz también nos

avisa: una voz retenida, titubeante, falsamente segura. La voz de la toma de contacto, de la

exploración del entorno, es diferente a la voz del postcontacto, de la integración. Nuestra

disposición corporal cambia, y, por tanto, también la voz.

Un ejercicio que propongo a veces en talleres de trabajo con la voz y las emociones es

pedir a los participantes que pronuncien frases neutras con diferentes tonos de voz que

denoten diferentes emociones: miedo, afecto, tristeza, enojo, etc. Un resultado frecuente de

esta experiencia es la toma de consciencia de la dificultad que uno tiene en expresar alguna

emoción en concreto, o darse cuenta de que cuando expresa una cierta emoción los demás

escuchan otra. (Cuando expreso tristeza, los demás se piensan que estoy enfadado).

La voz en el campo

La voz es un fenómeno de la frontera-contacto. En todo lo que hemos discutido hasta

ahora en este artículo, hay un aspecto de la voz sobre el que aún no hemos hecho hincapié y

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quizá es el más crucial, al menos desde el punto de vista de la psicoterapia: la voz es algo

fundamentalmente relacional. Hablamos y cantamos no tanto para nosotros como para el otro.

Nuestra voz, simultáneamente activa y pasiva, se regula no solamente con el entorno acústico,

sino, con el entorno relacional. Nuestra forma de hablar depende, sobre todo, de con quién

hablamos y en qué circunstancias. Podríamos decir que nuestra voz ni siquiera nos pertenece

al cien por cien. La podríamos llamar una “intervoz”, de la misma manera que nuestra

subjetividad es, en realidad, una intersubjetividad9. Nuestra emisión de voz no depende solo de

nosotros; depende de con quién estamos, de qué pretendemos en la relación, de cómo nos

sentimos con el entorno, etc. Con nuestro tono de voz enviamos mensajes a los demás sobre

cómo es la relación que tenemos o queremos tener con ellos: ¿Mi voz suena fría y cortante?

¿Hay en mi voz una invitación al acercamiento del otro? ¿Me gustaría que el otro adivinara por

mi tono de voz mis intenciones para no tener que explicitarlas mediante palabras? ¿Puedo

ampliar el volumen de mi voz e incluir a un gran grupo de personas, hablando en público?

¿Hago mi voz más aguda para parecer un niño? ¿La hago más grave para parecer más

hombre? ¿Le doy un timbre metálico para parecer más peligroso? ¿Cómo cambia mi voz según

con quién estoy? ¿Cómo la acomodo a la situación?

Por poner un ejemplo, solicité a un paciente en terapia que me describiera cómo era su

voz, cómo la vivía él. Pudimos entre los dos construir una imagen: su voz era como una cuerda

un poco elástica que le unía con una única persona. Esto nos llevó de forma inmediata a sus

modalidades de relación. Para él, eran más fáciles las relaciones uno a uno, y sentía que tenía

que regular la tensión en la relación para que la cuerda no estuviera muy tensa ni muy floja. Por

otro lado, le resultaba muy difícil hablar para un grupo, ya que, entre otras cosas, no sabía

hacia dónde lanzar su cuerda si había muchas personas. El uso de la voz como metáfora nos

llevaba directamente a su estilo relacional.


                                                                                                               
9
Daniel Stern, On the Other Side of the Moon: The Import of Implicit Knowledge in Gestalt Therapy,
capítulo del libro Creative License, de Margherita Spagnuolo-Lobb y Nancy Amendt-Lyon (editoras), Ed.
Springer, 2003.

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Todas estas cuestiones tienen que ver con el otro. Curiosamente, es algo que no

abunda en los enfoques terapéuticos que usan la voz, que suelen ser más bien individualistas.

A mi entender, ésta una de las vías más interesantes de exploración del trabajo con la voz

desde la orientación gestáltica.

Una consecuencia evidente de adoptar un paradigma de campo es que hemos de poner

atención también en la voz del terapeuta, porque también está afectada por la situación y

también afecta a su paciente. Todas las consideraciones que hemos hecho hasta ahora sobre

la voz también son aplicables a la voz del terapeuta. Cuando uno presencia un trabajo

terapéutico suele ser evidente el gran efecto que el tono de voz del terapeuta puede llegar a

tener en los pacientes. Recuerdo un video de una sesión de terapia de pareja en la que el

terapeuta era Leslie Greenberg. Era llamativo cómo iba ralentizando el ritmo de su voz, cómo

hacía el tono más grave e incluía más aire en la emisión, cómo transmitía una sensación cálida,

casi hipnótica, conforme realizaba intervenciones cada vez más arriesgadas en las que

describía a la pareja sus modos de funcionamiento no sanos. El tono de su voz parecía ser

capaz de sostener a la pareja y serenarla mientras el terapeuta nombraba aspectos difíciles de

la relación. En mi trabajo, he comprobado cómo puede ser interesante a veces amplificar con

mi voz sentimientos que el paciente está expresando de forma incipiente: “Cuando te oigo es

como si estuvieras diciendo ¡basta ya!”. Ese “¡basta ya!”, pronunciado con el énfasis adecuado,

puede impactar al paciente y hacerle notar de qué manera quisiera él mismo expresar ese

sentimiento.

Conclusiones

Espero haber podido transmitir la centralidad de la voz en la experiencia humana. Es un

fenómeno que abarca un tremendo número de dimensiones y que, pese a su importancia,

tiende a resultarnos difícil de manejar de forma consciente. La aproximación al fenómeno de la

voz desde la teoría de la terapia gestalt y el paradigma de campo es un enfoque que, por lo que

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he podido investigar, está poco explorado y puede resultar de gran interés. Mi intención es

continuar profundizando en esta línea. A mi entender, el enfoque gestáltico nos abre varias vías

útiles. Por un lado, nos anima a escuchar la voz sin juzgarla como “buena” o “mala”. Nos insta

más bien a poner nuestra atención en el “cómo”, en qué nos dice una voz respecto a la persona

que la emite y su situación, para desplegar sus matices. El paradigma de campo nos invita a

entender la voz como un fenómeno del campo en el que no pensamos solo en “la voz de una

persona”, sino también en “la voz que la persona lanza a un otro”. Nos hace poner consciencia

asimismo en la voz del terapeuta. Por otro lado, la voz nos proporciona una referencia

importante para un trabajo desde el contacto. Nos ofrece continuas claves de la atmósfera de la

sesión y de lo que se moviliza en cada momento en el paciente. En suma, creo que en la voz y

en su despliegue podemos encontrar una herramienta útil para nuestro trabajo como

psicoterapeutas, aunque es aún un campo poco explorado desde la terapia gestalt. Espero con

este artículo haber despertado la curiosidad del lector.

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