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Para Louis de Funès

Valère Novarina
Traducción de Fernando Gómez Grande

El teatro no debe volver a empezar nunca más. La escena no debe


volver a repoblarse para vomitar cualquier cosa: combates de
máquinas, desprendimientos de lo que sea, cantinelas de glosas
traducidas, refundiciones, torsiones gramaticales, masculinadas,
vidas de hombres-tronco, paso de cabezas a emancipadores, timbres
de ensayo por cuarta vez, división de las cosas en humano-
humanoide metales-metaloides, cámaras negras, barnices blancos,
avalancha de materiales: serrín, arena, agua, plexiglás, formica,
decorados en trampantojos, caucho, alambradas, columnas dóricas,
nieve, lluvia, apariciones de la luna, cañas, techos con artesonados.
Ya no puedo soportar ver de tanto como he visto: hospitales, ruinas
micénicas, plantas depuradoras reconstruidas y animales auténticos.
Innumerables decorados en cada ocasión. Pero pocas veces he visto
carne humana, pocas veces he oído francés, pocas veces he oído las
consonantes, los ritmos, pocas veces he visto salir a escena a un
auténtico actor.

Fuera de aquí, garabateadores de sílabas, arlequines de madera,


títeres estilizados, colibríes nacionales, embrolladores de vocales,
rítmicos desacompasados, falsos borrachos, charlatanes pastosos,
dobladores torpones, monos simétricos, instrumentos de la monodia,
largaos de aquí, directores de cosas, directores del orden,
adaptadores del todo vale en escena, instaladores de tesis,
fraseadores de afectaciones, fatuos, corruptos, esclerotas, doxianos,
dogmáticos, segmentadores, connotadores, directores de bolsillo,
jefes adaptadores, autoproclamados artistas, ases de las ruedas de
prensa, mediaturgos, mediagogos, obstruccionistas de escenarios,
traductores de adaptaciones y adaptadores de traducciones,
videastas de pena, humanos profesionales, libretistas influidos,
adormecedores de conciencias, seguidores de todo, transpositores de
todo, improvisadores de canciones ya escritas, largaos de aquí.
¡Señor Purgón! ¡Arrójelos muy lejos de aquí!
Me gustaría que apagaran los focos sobre el teatro y que todos los
que saben, los que creen saber, volviesen al teatro en el oscuro, no
para seguir mirando, sino para aprender una lección de oscuridad,
para beber la penumbra, para sufrir por el mundo y aullar de risa.
Sufrir por la medida, por el compás, por los números y por las cuatro
dimensiones. Entrar en la música.

Venid, vosotros, los que no pertenecéis a este territorio. Entrad,


infantes dotados de oscuridad; vosotros, los que sabéis que habéis
nacido de la oscuridad, venid. Asistamos juntos al reclutamiento del
agujero. Porque en la escena, el teatro es únicamente la
representación de un hueco. Esta es la idea en la que hay que
profundizar. Esa es la idea que Louis de Funès quería profundizar
para mí.

Cuando hacía teatro, Louis de Funès era un actor dotado de una


fuerza extraordinaria, un bailarín fulgurante que parecía transgredir el
límite de sus propias fuerzas, sobrepasar la expectación y darle al
público diez veces más que las muecas esperadas, a la vez que
economizaba perfectamente el esfuerzo y estaba siempre dispuesto a
recomenzar. Un atleta del gasto. Un controlador de energía: entre
dos crisis paroxísticas, su sobriedad ejemplar y la pureza de su
actuación, recordaban a Hélène Weigel.

Sólo vi una vez en el escenario a estos dos grandes artistas: a Funès


en Oscar y a la Weigel en La Madre. Hélène Weigel daba la impresión
de que actuaba con una sola mano, con el cuerpo muy extrañamente
desestabilizado y musical, toda ella simetría perfectamente plantada
como hacen los actores orientales. Su voz, muy próxima al canto, era
mucho menos atronadora que la de los actores franceses, hasta tal
punto que era necesario proyectar el oído hacia el espectáculo
afinado muy sutilmente a su propio diapasón. Esa "palabra cantada",
ese estilo tan suelto, esa forma tan musical de moverse, la encuentro
hoy en actores como Leièlé Fisher y Léon Spigelman, actores del
teatro Yiddisch de París.

La Weigel era una maestra de la "palabra cantada": Sprechgesang;


Louis de Funès de lo "andado-bailado": Schrittgetanz. Su silueta era
la de un bailarín exultante o, de pronto, la de un depresivo
petrificado. "Detenido-saltado". El gran maestro de las muecas, de las
verborreas mudas y de los aullidos silenciosos. Con frecuencia el cine
nos transmite únicamente una imagen parcial de su arte al filmar casi
exclusivamente las crisis agudas: los accesos continuos de muecas,
las mil cóleras. En el teatro sus saltos eran sólo un momento de su
interpretación, una intensidad suprema que había que saber esperar,
presentir y que sólo acontecía, al igual que la danza del Shité en el
nô, después de una larga calma tensa y como una coronación de la
emoción.

Hoy el actor, antes que un humanólogo, un programalista, un


sociologuero o un rector forense, es el que más sabe de la práctica
mental pura, del desgaste perfecto, de la combustión del cuerpo y del
espíritu, del renacimiento psíquico, del sueño y de las plusmarcas de
la resurrección; es el que más sabe sobre la caída, la gloria y la
recaída, sobre las fuentes y sobre el salto; sabe mil veces más que
todos los demás de cualquier materia (la psiquiatría comparada, la
química nuclear, la medicina deportiva) porque es el único que se
encuentra con la imposibilidad vital de distinguir su cuerpo de su
espíritu, el único condenado a avanzar siempre y entero al mismo
tiempo, el único en el que cualquier movimiento procede del espíritu
y cualquier pensamiento pasa treinta veces por su laboratorio
interno.

Louis de Funès sabía del hombre más que todos los expertos en
humanitud, ortoescenistas, antropoterapeutas, especialistas del
hígado, de las sinapsis, de la comunicación, expertos en castración,
sintagmadores de Dogons, flexionadores de lenguas aglutinantes y
medidores de las zonas de Broca; sabía mucho más que todos ellos
porque sabía --cuando estaba en escena-- que el hombre se
reinventa continuamente, que se reconstruye cada noche con la
palabra, que se deconstruye y se rehace perpetuamente, que todo es
nuevo en cada respiración. Precisamente para sorprender a la
naturaleza, para asombrar a la materia, y volver a bailar cada día una
nueva danza para los ciegos; sólo para salir a escena, para nada más
y como si nos escuchase el que no tiene oídos.

El actor que sale a escena, ¿llega de la nada?


El actor llega de donde sale. Lo que viene a rehacer cada noche a la
vista de todos es recaer con palabras por los agujeros. En su
nacimiento cómico. Y no a reilustrar por la sempiterna y enésima vez
la bufonada reiterada del hombre. Si Louis de Funès sale a escena,
únicamente lo hace para intentar renacer de forma diferente una vez
más cada día.

"¡Si surges de donde sales, dirígete al lugar de donde procedes!"


decía Louis de Funès abriendo mil palabras en la carne. Siempre me
surgía a la vista por los agujeros. Siempre oía en escena su danza
rehecha continuamente bailando su enfermedad del espíritu. Cada
noche el actor nos entrega de nuevo su vida que es una enfermedad
propia de la carne. Si sale a escena no lo hace para vaciarse de sus
palabras, sino que, como si fuera un suicida, sale a bailarnos su
danza.
"Un desesperado acaba de lanzarse una vez más a la escena". Si el
actor no fuese el mayor de todos los desesperados que existen, no
saldría nunca a escena; no podría traspasar el umbral, la puerta por
la que se sale a escena que es una terrible frontera mental y no una
puerta. Porque no existe una puerta para salir a escena. Más bien el
actor pasa totalmente bajo una pared a travésk de su aniquilamiento.
Cuando un actor sale a escena, se le nota inmediatamente si ha
pasado o no bajo la puerta, si sale muy destruido, si ha atravesado la
nada o no. Si ha pasado o no por encima de su propio cuerpo. Al
entrar se ve en la luz que irradia y que sólo aparece sobre los que
han sido aniquilados. Es una gloria que lleva consigo, que no procede
de los focos o de los destellos de las cámaras --eso es una gloriecilla
sin la menor importancia-- sino una auténtica gloria, es decir una luz
que trasluce, que sale del interior. Cuando hacía teatro, Louis de
Funès la llevaba majestuosamente en su rostro muy pálido y
polvoriento.
El actor cómico no debe ir vestido: antes de salir a escena sólo debe
llevar su traje animalesco de lenguas múticas. Louis de Funès decía:
"Hoy salí con mi traje de luces: es el traje al que nunca uno se
acostumbra".

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