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CONCLUSIÓN

La búsqueda de fundamentos sólidos es una tarea incansable de la persona, siempre


buscamos un argumento que respalde aquello que sabemos y a la vez tenemos como
verdadero, hablando en plano gnoseológico. Sin embargo hoy en día no es prioridad
encontrar una justificación a nuestros conocimientos, es prioritario encontrar aquellos
principios que fundamenten nuestras acciones y que nos prometan llevarnos a encontrar una
felicidad que sea total.

Son muchas las propuestas que encontramos y que nos ofrecen ciertos caminos que nos
conducen a una felicidad, sin embargo, nos percatamos que es una felicidad pasajera e
incompleta. Es por eso que hemos planteado una propuesta que parta de la totalidad de la
persona, de aquello que todos poseen por el hecho de ser y de ser persona, una propuesta
que no busca ser una más del gran repertorio de filosofías que nos rodean, sino que se
presenta como aquella que busca los conceptos más universales y de los cuales parte para
desarrollar un pensamiento del cual surja un estilo de vida con principios morales que
busquen el perfeccionamiento de sí mismo, de los demás y del mundo que lo rodea.

Toda ética tiene como base un pensamiento filosófico y a partir de la concepción que
posean del hombre y de aquello que lo rodea, forjan su actitud y su pensamiento moral. Es
así que encontramos éticas epicureístas, hedonistas, estoicas, concecuencialistas,
proporcionalista, entre otras1.
1
Cfr. SADA Fernández Ricardo, Curso de Ética General y Aplicada, pp. 28-33.
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Si bien, Tomás de Aquino no estructuró una ética como tal, es a través del estudio de
sus conceptos fundamentales, que podemos estructurar una propuesta ética que tenga como
fundamento la naturaleza, no solo de la persona, sino de toda la realidad. Es entonces que el
sistema ético tomista surge en la convergencia de la metafísica como base y la antropología
que el Aquinate desarrolla en sus tratados.

La metafísica nos aporta la riqueza que posee el ser, el ente y la persona. Es en esta
rama de la filosofía tomista donde encontramos un acceso a la comprensión del orden
internos de la realidad. Un gran número de personas afirma y defiende la dignidad que
posee la naturaleza y los animales, sin embargo no saben en donde radica su importancia y
dignidad. La metafísica tomista responde con la afirmación de que todos los entes poseen
una perfección por el simple hecho de poseer el ser. Y a pesar de ser una enunciación muy
simple, vienen con ella ciertas características que reafirman la dignidad de los entes.

Podemos mencionar diferentes características que poseen los entes por poseer el ser y a
la vez lo perfeccionan, pero la que nos ayuda fundamentar la defensa del respeto hacia la
naturaleza, es la belleza que poseen estos entes existentes en nuestro entorno. La belleza no
se reduce al mero ámbito estético, sino que es gracias a este aspecto trascendental, que el
ente es perfecto en cuanto que posee toda la perfección que le corresponde. Toda la
naturaleza tiene perfección, y esta perfección despierta en la persona la facultad de la
voluntad, que a la vez lo inclina hacia los entes que le pueden transferir cierta perfección.
Queremos los entes en cuanto nos parecen buenos, es decir, en cuanto nos apetece su
perfección. Es por eso que la naturaleza posee dignidad en cuanto está al servicio del
hombre.

Con esta conclusión queda demostrado que la filosofía tomista no excluye de ninguna
manera la importancia que tiene el mundo y la dignidad intrínseca que posee. La ética
tomista tiene un alcance universal en la relación del hombre con la naturaleza y no solo del
hombre consigo mismo o con Dios, pues esta ética se apoya en la realidad, en el ser de las
cosas, y en la naturaleza humana.
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Esta afirmación no se debe de tomar de manera aislada a la siguiente conclusión, si


bien, la naturaleza posee una dignidad en sí misma, es necesario el sujeto cognoscente y de
sus facultades para que pueda ser captada tal dignidad. Al igual que en los demás entes, la
persona, recibe su dignidad, no de manera externa o de alguien ajeno a él, sino que brota de
su propia naturaleza.

A pesar de la lógica que tiene la propuesta ética tomista, no es aquella a la que todos
tiendan y la que pongamos en práctica en nuestra vida cotidiana, nos encontramos buscando
aquellos hábitos que nos lleven a los bienes pasajeros e imperfectos, no buscamos aquellas
virtudes que nos encaminen al Bien Supremo. Es por eso que tenemos ese sentimiento de
vacío e insatisfacción, sentimiento que también es resultado de la huida al compromiso y al
esfuerzo que representa el practicar las virtudes más elevadas y que pueden llenar el
descontento que invade nuestra existencia.

Nos encontramos distraídos por el ruido que representa la masa de propuestas falaces
de formas de vivir, permanecemos cegados por el conformismo axiológico y no buscamos
en el lugar correcto aquello que nos puede proporcionar la felicidad plena.

El hombre sigue teniendo sed de perfección y al no encontrarla en sí mismo, donde en


las últimas décadas la ha estado buscando, sufre de un descontento y un sin sentido. Se nos
ha olvidado replantearnos un nuevo fin último que nos permita establecer que actos nos
pueden ayudar a alcanzarlo. Si nuestro fin último es el más noble, el más trascendente y
universal, nuestras acciones buscaran acercarse más y más a este fin. En otras palabras, si
nuestro fin último es Dios como Sumo Bien, nuestras acciones estarán encaminadas a la
perfección de nuestra naturaleza. Este no es un objetivo egoísta, pues al buscar
perfeccionarnos, buscaremos destacar lo bueno de la realidad, de las cosas que nos rodean y
les emplearemos con la dignidad que les corresponde. Esta visión también nos permite
reconocer al otro también como fin, no en el mismo nivel que los demás entes, sino como
aquel que mejor me puede ayudar a llegar a mi fin último, tomando en cuenta la posibilidad
que también el posee de alcanzar el Sumo Bien, dándole así la dignidad que se merece.
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Si bien la axiología tomista da las pautas para un comportamiento humano ideal, pero
no por eso imposible, no subestima la capacidad de la persona para actuar rectamente, sino
que toma como fundamento sus facultades para poder exigir que la persona actúe de
acuerdo a ellas y que no pueda excusarse de no hacerlo.

Santo Tomás no pone como relieve las cualidades de los ángeles o de los animales,
sino que pone la facultades del hombre como fundamento de sus actos, es por eso que todos
podemos utilizar las virtudes como medios para alcanzar nuestro fin último, el Sumo Bien,
Dios.

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