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Erik Erikson.
I. Introducción
En nuestra vida hay verdades fundamentales que nos son inmediatas, tan próximas a
nosotros que no nos son evidentes.
Por ejemplo, el oxígeno que llega hasta nuestros cerebros o el ingreso del aire a los
pulmones en cada respiración. No tenemos que pensar en ello para que el sistema que fluye
dentro de nosotros funcione. Si nos desmayamos o nos falta el aire nos daremos cuenta que algo
no va bien, que necesitamos del oxígeno para vivir.
No nos damos cuenta que el suelo nos sostiene hasta que tropezamos y caemos.
A nuestros seres queridos, con frecuencia, no los conocemos ni valoramos
suficientemente. Dramáticamente sólo los valoramos realmente cuando ya no están.
El ser humano es capaz de sustraerse, de olvidarse de las realidades fundamentales de
su vida. Y, sin embargo, son realidades de las cuales no podemos independizarnos, sin las que
no podemos vivir. No podemos decidir que no necesitamos del corazón o de los pulmones, ni
menos podemos disponer de ellos, así como no disponemos de las personas. No podemos hacer
que otros nos quieran, ni tampoco dejarán de existir las personas sólo por no pensar en ellas.
¿Hay una realidad más fundamental y próxima a todo hombre que Dios, del cual el
hombre tampoco puede disponer?. Y, sin embargo, el ser humano vive normalmente sin pensar a
cada momento en Dios. Dios que es:
nuestro Origen,
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el "De Donde" y "Hacia Donde",
nuestro Principio y Fundamento,
Sustento de nuestra vida, mi vida, tu vida.
Nuestra conciencia duerme frente a esta verdad, olvida a Dios, su amor, el cimiento de
su vida. No por ello Dios deja de ser la base, nuestro Principio y Fundamento.
El hombre es, al mismo tiempo, autónomo y dependiente de Dios, criatura separada de Él,
distinta de Él. Somos realidad auténtica, existimos real y verdaderamente porque hemos sido
puestos por Dios en nuestras propias manos. Es decir, somos criaturas libres.
Somos responsables. Dios nos dio la libertad: somos capaces de responder de nosotros
mismos. Sólo nosotros somos responsables de lo que hacemos, somos criaturas libres. Es
decir, somos criaturas responsables.
Esta es la manifestación de la grandeza del Dios Absoluto: crea a alguien procedente de
Él y, a la vez, distinto de Él. Nuestra libertad implica responsabilidad: nos tenemos en nuestras
manos, encargados a nosotros mismos, con la libertad de responder a su llamado.