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Alba Zambrano Constanzo

Héctor berroeta torres


(Comps.)

Teoría y práctica de la
acción comunitaria
Aportes desde la psicología comunitaria
Acción comunitaria y psicología
comunitaria, apuntes iniciales

La acción comunitaria es hoy día, desde los distintos fren-


tes de la intervención social, un concepto de uso frecuente. Se
aplica desde acciones institucionales ubicadas en un espacio que
se ha denominado «comunidad», aunque ello se trate solo de
prestaciones de servicios en un determinado barrio o población.
Otro uso común corresponde al servicio brindado por ciertos
profesionales de la intervención social «en terreno», una suerte
de servicio a domicilio. También se incorporan prácticas con una
visión más global e integradora de las causas de los problemas,
el trabajo con redes sociales, etc.
Pero ¿qué es lo propio de la Acción o Trabajo Comunitaria?
¿Cuál o cuáles son los elementos definitorios que le proporcionan
identidad y delimitan su actuación respecto de otras prácticas
sociales? Veamos a continuación algunas pistas que diferentes
autores han propuesto.
Lo primero es situar a la acción comunitaria dentro de
un campo más amplio , como es la Intervención Social (IS).
Corvalán (1996) propone que la IS puede ser entendida como
la acción intencional y organizada para abordar ciertos pro-
blemas no resueltos por las dinámicas de la sociedad, y que se
inscriben en alguna posición paradigmática específica acerca de
lo social. Por su parte, Sánchez Vidal (1996) la describe como
un tipo de intervención que, partiendo de un estado inicial
(presencia de problemas sociales), intenta alcanzar un estado
o estructura final definido por objetivos determinados que in-
cluyen la resolución de problemas y/o el desarrollo del sistema

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social, aplicando para ello estrategias y técnicas interventivas


múltiples y a varios niveles.
Corvalán, distingue dos tipos de IS, que tienen relación
con las instituciones que la realizan, con los propósitos finales
que pretenden y con el contexto y discurso de las mismas. El
primer tipo de IS sería la IS del tipo sociopolítica, y el segundo
tipo sería la IS caritativa, asistencial. Podemos señalar que la
acción comunitaria se inscribe en el primer tipo de IS, ya que
sus propósitos corresponden a objetivos societales mayores y
relacionados con un modelo de desarrollo de una sociedad, ya
sea situándose como un apoyo explícito o una crítica al mismo.
Desde nuestro planteamiento ofrecemos una perspectiva críti-
ca, más bien vigilante y propositiva que considera criterios de
realidad que demarcan posibilidades pero que bajo la acción
colectiva pueden ser desbordadas en sus lógicas originales (en una
práctica instituyente), tendiendo a una intervención psicosocial
con incidencia (Berroeta, 2011).
Entendida como un conjunto de prácticas que buscan trans-
formar un estado de cosas que desde ciertas demandas expresan
un descontento, la IS basa su idea central en la necesidad de
transformar «algo» y ello presupone que detrás hay un cierto
diagnóstico acerca de cómo es la sociedad, cuáles son sus pro-
blemas sociales relevantes y sus orígenes, y los malestares que
ellos producen (Montenegro, 2001). Así, las diversas formas
de entender la intervención social y de presentar soluciones se
vinculan estrechamente con las concepciones que los profesio-
nales y las entidades a las que pertenecen tienen acerca de las
«soluciones» a esos problemas o situaciones , y los mecanismos
mediante los cuales se pueden implementar.
La denominada crisis de la modernidad implica una serie de
fisuras y continuidades de conflicto, que conlleva la aparición de
la «nueva cuestión social», la cual introduce transformaciones
en la sociabilidad y la subjetividad. Resaltamos especialmente
la ruptura de lazos sociales, la fragmentación social y un con-
junto de nuevas formas de malestar que se expresan, entre otros
campos, en la comunidad en tanto espacio de construcción de
cotidianidad, certezas e identidades (Carballeda, 2002). Este

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panorama, sin lugar a dudas, requiere de una nueva agenda para


la intervención en lo social que debe abarcar nuevos desafíos:
responder a nuevas interrogantes, al surgimiento de nuevos
aspectos institucionales, emergencia (como ya lo hemos dicho)
de nuevas problemáticas sociales, y la consecuente aparición de
formas alternativas de comprender y explicar lo social a partir
de nuevas y diferentes ópticas en ciencias sociales (Carballeda,
2002 y De Paula, 2003).
Todos estos cambios, señalan De Paula (2003) y Carballeda
(2002), impactan de un modo significativo los requerimientos
y contextos de la IS, ya que demandan nuevas lecturas, moda-
lidades, instrumentos y métodos que traen como consecuencia
nuevos aspectos teóricos; implican, en definitiva, nuevos aportes
que centran su preocupación en la cuestión del origen, sentido y
coherencia de las nuevas formas de actuación en lo social, y en
este marco se inserta la acción comunitaria.
Podemos sostener que la acción comunitaria sería un tipo de
IS participativa. Según Maricela Montenegro (2001), la principal
característica que distingue las perspectivas participativas de IS
–en este caso, la acción comunitaria–, es que el diseño, ejecución
y evaluación de los programas y acciones se hace explícitamente
a partir del diálogo entre quienes intervienen y las personas de la
comunidad involucradas en la solución de situaciones que les inte-
resa. Los modelos participativos, señala esta autora, tienen como
premisa que las personas deben estar presentes activamente en todo
el proceso de la intervención, siendo tomadas por ellos la mayoría
de las decisiones tocantes a los temas de su interés en el proceso.
En cuanto a la delimitación de la acción comunitaria, Bar-
bero y Cortès (2005) plantean que el eje central de este tipo de
IS es la organización de la población o la constitución de un
grupo/grupos en torno de un proyecto común. Se trataría, a
decir de los autores, de una práctica organizativa que pretende
abordar la transformación de situaciones colectivas mediante el
ordenamiento de la acción asociativa. El componente participa-
tivo en este proceso es fundamental, pues se trataría de que la
gente se fuera implicando de un modo creciente en iniciativas
que le son relevantes.

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Marco Marchioni (2001), coincide en destacar los mismos


componentes que Barbero y Cortès. Estos son participación y
organización. Según el autor, el proceso comunitario de desa-
rrollo no es posible si los diversos protagonistas de un cierto
territorio no tienen una participación activa en él. Se trata de
ofertar ocasiones concretas, reales y apropiadas a la realidad
en que se desenvuelve el proceso, para que las personas formen
parte activamente en la organización, toma de decisiones y rea-
lización de las acciones que estiman convenientes. Pero además
esa participación debe ser organizada, pues se trata de que los
profesionales colaboren en realizar una función pedagógica y
aporten en organizar procesos y actuaciones para que la gente
aprenda a participar y participe efectivamente.
En lo que concierne a la organización, se incluye la necesidad
de coordinar los diversos recursos a menudo fragmentados y dis-
persos en el territorio, y darles coherencia y sentido de globalidad.
Esto implica trabajar con cada ente de los servicios públicos y
asociaciones privadas, y también con el resto de la población.
Como señalan Barbero y Cortès, el proceso participativo
tiene que crear organizaciones sociales: reforzando los grupos
y las asociaciones existentes en la comunidad; favoreciendo el
nacimiento de nuevas organizaciones y un proceso que alimente
y enriquezca el tejido asociativo y, por último, fomentando que
entre el conjunto de grupos exista comunicación y colabora-
ción. En este último punto, como lo subraya Marchioni, se
debería favorecer no solo la comunicación de las actividades
o propósitos puntuales, sino también una comprensión global
del proceso comunitario.
Este proceso de organización colectiva, cuya finalidad es
que los grupos o diversas fracciones de la población aborden y
actúen en torno de proyectos comunes, tiene por condición un
abordaje que facilite nuevas formas de conciencia y promuevan
la implicación de las personas (Barbero y Cortès 2005).
Se trataría de estimular un proceso progresivo, con una fase de
diagnóstico el que debe llegar a ser producido por los protagonistas
de la vida comunitaria. Al hablar de diagnóstico comunitario, se
debe atender a dos cuestiones fundamentales, primero que este

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Teoría y práctica de la acción comunitaria

es un producto comunitario y no del equipo profesional, y que el


diagnóstico debe realizarse de manera participativa (Marchioni
2001). Esta evaluación de la realidad debe integrar lo estático
(estadísticas, antecedentes previos) y lo dinámico (reconstruir lo
relacional, lo histórico, las representaciones, etc.) capaz de ir más
allá de lo evidente. El diagnóstico, como lo plantea Villasantes
(1998), «debe sentar las bases de un proceso instituyente pro-
moviendo un clima emocional que genere nuevos ánimos en las
personas, colocando a los actores en «condiciones de avanzar en el
proceso» (Martí, 2005). En definitiva, es en el diagnóstico cuando
se inicia la participación y allí comienzan a gestarse dinámicas
inclusivas que debieran prevalecer durante todo el proceso, y que
deberían comenzar a impactar en las formas de relación habitual
en dirección a democratizarlas.
Se debe tener precaución respecto del diagnóstico, puesto
que las necesidades de una comunidad (y los respectivos grupos
o redes) son más complejas de lo que preliminarmente salta a la
vista. Se construyen día a día a través de las redes de interacción
que mantiene la gente, y esto requiere entonces de la combinación
de métodos para la construcción del diagnóstico, además de fa-
vorecer que este sea un proceso que cuente con tiempo suficiente
para generar retroalimentación, triangulación de la información
para que la gente pueda reflexionar críticamente acerca de su
realidad. Como lo indica Martí, se trata de operar desde una
posición constructivo-transformadora que requiere ir más allá
de los síntomas para abordar los temas de fondo.
Lo mismo ocurre con las soluciones que la comunidad
plantea tras haber priorizado las necesidades. Las soluciones
deben generar diálogos que permitan problematizar, y con ello
abrir un abanico de soluciones con distintas probabilidades
(Villasante, 2002).
La Investigación Participante resulta ser una buena herra-
mienta para organizar este proceso, especialmente si se generan
en él mecanismos que favorezcan que todas las personas in-
volucradas aporten sus puntos de vista y soluciones, luego de
procesos reflexivos. Aunque sabemos que hay diversas formas
de participación, coincidimos con Ferullo (2006) cuando plan-

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tea la conveniencia de implementar diseños de trabajo con la


comunidad que, además de facilitar la emergencia de la partici-
pación crítica –que se asocia a niveles crecientes de conciencia,
a la capacidad autogestiva y organizativa, y a la posibilidad de
asumir compromisos y responsabilidade–, permitan consolidar
aprendizajes que brinden a los sujetos una mayor incidencia
deliberada en el rumbo de sus vidas personales y/o comunitarias.
En esta perspectiva, podemos plantear que, a diferencia de
otras actuaciones en el campo de la IS, aquí asume gran relevancia
la apropiación por parte de los integrantes de los grupos de las
metodologías que subyacen a la construcción de conocimiento
acerca de la realidad, y a la planificación de la acción a partir de
este. El rol, o uno de los roles del o los profesionales es, entonces,
difundir los procedimientos y metodologías que permiten reali-
zar acciones científicamente orientadas. De este modo, como lo
indican textualmente Barbero y Cortès, «la acción colectiva apa-
recería como un conjunto intencional de actividades, relaciones,
recursos, formas organizativas, formas de hacer, etc., que tienen
como objetivo la transformación de las interacciones colectivas
que se dan en un espacio social determinado» (2005:22).
La cualidad de las relaciones sociales generadas en el proceso
comunitario son a nuestro entender de suma relevancia, se trata
en la acción comunitaria de fomentar dinámicas democráticas,
relaciones de respeto, de solidaridad, de apertura y fomentar
finalmente la autonomía y autogestión en un proceso de corres-
ponsabilidad entre los actores comunitarios aspectos cruciales
que pueden asegurar cambios sustantivos en la sociabilidad y
organización (Barbero y Cortés, 2005; Rebollo, 2005; Villasante,
2002 y Zambrano, 2004).
Para conseguir esto, son fundamentales las «mediaciones»
(métodos, programas, etc.) participativas, que tengan la capacidad
de poner en marcha procesos que configuren nuevas situaciones
de interacción social que permitan –como lo hemos expresado– ir
construyendo una nueva estructura de relaciones sociales.
Para que la participación tenga efectos en la generación
de propuestas alternativas y ellas sean sustentables durante su
ejecución, deben ser producto de un avance en los niveles de

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Teoría y práctica de la acción comunitaria

conciencia de las personas respecto de la realidad que constru-


yen. Esto implica que los sujetos realicen una «vuelta reflexiva
sobre sí mismos y sus mundos cotidianos» (Ferullo, 2006:202).
A partir de las diversas mediaciones de las que se puede valer el
trabajador comunitario, «se ha de procurar mostrar los anclajes
y significados ideológicos entre los significantes y los significados
(…). En definitiva, se ha de intentar provocar la reflexión sobre
los anclajes que sostienen la percepción de la realidad social de
cada cual» (Villasante, 2002:59).
Cabe destacar la noción de proceso que guía la lógica de
la acción comunitaria, el que si bien pretende objetivos finales
relacionados con que los grupos y comunidades mejoren sus
condiciones de vida, también valora el logro de objetivos de
proceso que se generan en el transcurso de la intervención.
Como acertadamente exponen Barbero y Cortès (2005:50),
«los resultados importantes se producen en el proceso y debido
al proceso». Al destacar el valor de los «objetivos de proceso»,
estos autores reconocen la complejidad del proceso implicado
en la acción comunitaria, dando por asumido que las situa-
ciones sociales y problemas complejos pueden enfrentarse a
través de procesos ricos y duraderos que permiten cambios
sustentables en las personas, grupos e instituciones (Barbero
y Cortès, 2005).
En la acción comunitaria se deben promover las condicio-
nes para que estas experiencias de aprendizaje, de afectividad
positiva, sentimiento de comunidad, experiencias de control psi-
cológico, etc., sean experimentadas, compartidas y extendidas
entre los miembros de los grupos y comunidad. Como se puede
derivar, se trata, a fin de cuentas, de construir, un poder donde
mucha gente participa de él, siendo los propios sujetos quienes,
mediante su implicación en el proceso, vivan como beneficiosas
y significativas las diversas o algunas de las experiencias en las
que han decido involucrarse (Barbero y Cortès, 2005).
Variadas experiencias en distintos lugares del mundo tienden
a mostrar que las situaciones complejas en lo local requieren de
soluciones complejas, capaces de generar –desde espacios inno-
vadores y desde el modelo relacional democrático– condiciones

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Alba Zambrano - Héctor Berroeta

para que los distintos actores comunitarios analicen, evalúen y


plantean soluciones sostenibles de manera integral. Propiciando
espacios donde se construyan alianzas, reflexiones, diagnósticos
conjuntos y soluciones compartidas. Para ello se debe en oca-
siones actuar desde la lógica empoderadora, particularmente
cuando los diferenciales de poder entre actores son un factor
determinante en el logro de estos propósitos.
La psicología comunitaria, por su parte, ha centrado parte
importante de su quehacer en atender los procesos y variables
vinculados al desarrollo de la comunidad, tomando como uno de
sus ejes centrales de estudio la constitución y el fortalecimiento
de las organizaciones como instancias articuladoras entre la
institucionalidad y la comunidad. Las relaciones entre actores
diversos, generación de liderazgos, organización, construcción y
crecimiento de redes sociales, identidad comunitaria, empodera-
miento y participación son algunos de los temas abordados por
esta área de la psicología.
Para la psicología comunitaria, el desarrollo humano se re-
laciona en gran medida con la posibilidad de redensificar la vida
social mediante el fortalecimiento del sujeto político, a través de
la promoción de estructuras de relaciones que hagan posible la
participación democrática. Se trataría de generar nuevos sujetos
sociales, nuevos agentes colectivos y nuevas estructuras de rela-
ciones entre ellos, que permitan enfrentar situaciones de interés
colectivo (Montero, 2005).
A pesar de las diferencias existentes al interior de la psicolo-
gía comunitaria, que nos permiten hablar de variadas expresiones
y tradiciones (Alfaro, 2007), se pueden reconocer elementos
comunes, que pueden sintetizarse en:
El punto de vista ecológico: importancia de factores so-
cioambientales y análisis de sistemas sociales, que enfatiza en la
comprensión de las complejas interrelaciones entre los indivi-
duos y su ambiente. Trasciende el nivel individual para adoptar
niveles de análisis más holísticos, que reconocen la relatividad y
diversidad cultural. Asimismo, se propone la intervención en el
contexto a partir de una visión holística.

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Teoría y práctica de la acción comunitaria

Una Psicología de la acción y el cambio social desde una


perspectiva ecológica: se comparte el intento de resolver proble-
mas sociales con énfasis en la transformación-cambio social. La
psicología comunitaria intenta ser útil y relevante en la solución
de conflictos sociales, orientándose a la prestación de servicios
acordes con las necesidades sociales.
Énfasis en el desarrollo de recursos de la comunidad: se orienta
al fortalecimiento de la calidad de vida para mejorar los ambientes
y recursos sociales, así como las competencias personales.
Interés por la prevención tanto de los problemas psicológi-
cos como de los problemas psicosociales, así como el desarrollo
positivo de las personas.
Tiene una vocación aplicada y se centra en las necesidades
de la comunidad. Es de suma relevancia para la psicología co-
munitaria promover soluciones útiles, participativas y enfocadas
en los problemas relevantes para una comunidad.
Busca la unión indisoluble entre teoría y práctica, generando
conocimiento a partir de la práctica y empleando el conocimiento
acumulado para favorecer soluciones más efectivas.
Búsqueda de la interdisciplinariedad, dada la complejidad
de los escenarios comunitarios es imprescindible miradas y es-
trategias múltiples, de allí que el trabajo concertado con diversos
profesionales y otros agentes sea también de relevancia para la
psicología comunitaria.
Se plantea el problema de los valores como una perspectiva
ideológica. Desde las opciones valóricas que asume, se centra
en los grupos que viven en entornos de mayores desventajas.
Asume que los sujetos no son «culpables» de encontrarse en
determinados contextos que dificultan su desarrollo, por lo que
la intervención se dirige al análisis del contexto y las necesidades
de las personas.
Asume la dificultad que supone encontrar una solución
final a los problemas (de modo que estos desaparezcan para
siempre), reconociendo que los problemas tienen una natura-
leza dialéctica. Las soluciones deben ser muchas y diversas,
y no deben centrarse exclusivamente en el individuo o en el
entorno. Se favorecen soluciones tendientes a crear entornos

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Alba Zambrano - Héctor Berroeta

que permitan a los sujetos desarrollar habilidades que le hagan


poseedores del control de sus propios recursos, promoviendo
el relativismo cultural y la diversidad.
La acción comunitaria dirigida a la promoción del desarrollo
posee una gran complejidad y requiere una serie de actitudes,
destrezas y conductas en los profesionales para superar relaciones
de dependencia y dominación. Las prácticas sociales de los profe-
sionales se derivan de sus propios paradigmas sobre la naturaleza
de los problemas sociales, su visión de mundo, los valores que les
guían, los enfoques y herramientas técnicas de las que disponen.
Sumamos a ello las experiencias de vida, las formaciones profe-
sionales y las lógicas institucionales a las que a menudo deben
acoplarse. Un profesional de la acción comunitaria, dependiendo
de esa multiplicidad de elementos, podría constituirse en un refe-
rente cultural que potencia, provoca y facilita procesos de cambios
o, por el contrario, puede mantener las lógicas de dependencia y
minusvalía de las personas con las que trabaja favoreciendo el
status quo (Duhart, 2005; Zambrano, 2007).

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Teoría y práctica de la acción comunitaria

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