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Freud en el aula (de filosofía) o Psicoanálisis para dummies (deseantes y críticos)

Cristian David Espinel Salinas – 432913 / Universidad Nacional de Colombia – SFC: Freud

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Aunque no estés enfermo, ¿quién podría abarcar todo lo que se mueve en tu alma y de lo
cual no te enteras o recibes información falsa? Te comportas como un déspota absoluto
que se conformara con las informaciones que le brindan sus consejeros áulicos y no
descendiera hasta el pueblo para escuchar su voz. Entra en ti, en lo profundo de ti, y
10 aprende primero a conocerte; luego comprenderás por qué debiste enfermar y acaso
evitaras enfermarte.

Sigmund Freud 1

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El presente trabajo lo escribo con base en la experiencia que he vivido durante el semestre pasado al
ser parte del seminario de Freud dictado por el profesor Ciro Roldán en el tercer piso del Departamento
de Filosofía de la Universidad Nacional de Colombia. Lejos de considerarse un resumen de los
contenidos o las experiencias vividas allí, se plantean las que creo son las consecuencias de acercarse a
20algunos de los preceptos básicos del psicoanálisis desde la mirada de estudiantes de filosofía, por
supuesto, con la guía de un profesor que conoce lo suficiente del tema como para compartir tal saber.
Para no tener malentendidos, al hablar de consecuencias me refiero a las novedades que se plantearían
al estudiante de filosofía que dado su campo de estudio cuenta con ciertas herramientas que le
permitirían ver la mente de una manera en especial. Tales herramientas son desde los estudios en
25lógica hasta las reflexiones de los autores más importantes de la filosofía occidental.

Sé así que no es el tipo de trabajo final que se presentaría para una clase de filosofía; pero también sé
que la clase en mención no es el tipo de clase, al menos por su contenido y sus alcances, que se
presenta en el departamento del cual hago parte. Por otro lado se me podrá tachar de narcisista, a lo
30cual respondo que aun cuando de entrada podría unirme a la objeción, si es que es una, este escrito no

1
En “Una dificultad del psicoanálisis” (1917 [1916], 135).
hablará de mí, quiero decir, de mi percepción como sujeto en el mundo con tales y tales descripciones,
sino que pretenderá escribirse desde mi posición como estudiante de filosofía en esta academia.
Aunque podría hablar del encuentro con la filosofía y no con los estudiantes de filosofía, creo que la
opción por la que opto se justifica pues mostrará cómo el pensamiento freudiano puede influir de
35manera positiva en nuestra labor como filósofos.

En las líneas que vienen sustentaré que la teoría freudiana es para la filosofía un impulso a continuar
con la labor que le otorgan autores como Castoriadis al describir a la misma como “el cuestionamiento
de los idola tribus, de las representaciones admitidas colectivamente” (1998, 222). De otra parte, aun
40cuando haya desacuerdos innegociables entre grandes exponentes de la filosofía con las teorías de
Freud, esto no impide que en la actualidad se hagan acercamientos que delimiten en qué puntos se
encuentran y las razones por las que se distancian. De tal forma, se podrá contribuir al cuestionamiento
que nos llama desde el mismo Sócrates.

45I. El sueño, su espacio, su tiempo y su carácter.

A) Su carácter: narciso

Como vimos durante el seminario en el sueño el yo se vuelve sobre sí mismo mediante la regresión.
De allí podemos observar como su carácter es narcisista. Quiero decir con esto que somos narcisistas al
50momento de soñar, no que por soñar seamos narcisos constantemente. Freud dice que “al estado en que
el yo tiene junto a sí a la libido lo llamamos narcicismo” (1917, 131). Así, el que al soñar la libido
vuelva al yo querría decir que la libido no permanece en el yo y que los sujetos en que no se dirigió la
libido a algo diferente al yo permanecerían soñando. En todo caso, creo que sus vidas, reposo y vigilia,
no serían sueños en un sentido estricto pues para esto es necesaria la regresión, lo cual a la vez implica
55que alguna vez la libido se hubiese separado del yo. ¿Qué es entonces el yo? Antes de resolver tal duda
en cuyo centro encontraremos el núcleo de inconvenientes que significó la respuesta de Freud para la
tradición filosófica, pasemos al espacio del sueño.

B) Su espacio: la inconsciencia
Mediante la figuración onírica que se encuentra bajo el régimen de lo que Freud denomino proceso
60primario, el sueño, o mejor, el soñante, puede habitar múltiples espacios. Así, en una noche podemos
estar en el colegio de nuestra adolescencia y pasar sin saber cómo a una oficina extraña que mezcla en
su constitución las palmeras que tanto nos recuerdan la niñez. Pero como advertí, es el soñante el que
los habita. El espacio del sueño es otro. El sueño, como el síntoma o el lapsus es una de las
formaciones del inconsciente. Éste será la primera advertencia a la tranquilidad del estudiante
65promedio de filosofía. Para él, existirá algo como el subconsciente, que como dicen por ahí: nos
traiciona. Además, tenderá a confundir tal entidad extraña y traicionera con un actuar erróneo de la
conciencia o con los procesos que simplemente nos pasan inadvertidos, es decir: como la ausencia de
conciencia. Se dirá por ejemplo que está cansado al cometer un lapsus o que sus sueños no tienen
interés para él y que de hecho casi nunca los recuerda y si lo hace son estos bobadas sin importancia
70que permiten justificar la duda de la percepción en la vigilia como lo hiciera Descartes. ¿Qué es
entonces el inconsciente?

El inconsciente, o mejor, la inconsciencia y su producto: lo inconsciente “no es un lugar o una


sustancia. Ante todo, se trata de la ausencia de subjetivación de ciertas representaciones, que por lo
75demás son memorizables y perceptibles” (Pommier 2004, 4). Así como el sueño es formación, la
represión primordial — aquella mediante la cual alejamos el sentimiento de angustia que sentimos al
darnos cuenta que seríamos el falo que completa a la madre y que contradice nuestra representación de
ser sujetos libres de esta representación incestuosa y objetivante — produce una inconsciencia. Luego,
sólo la inconsciencia de la represión primordial parece ser algo oculto, o mejor, reprimido y con esto
80imposible de traducirse para el sujeto. En cambio lo inconsciente del lapsus sólo necesita de ser
señalado para ser traducido, esto, mediante análisis.

Pero veníamos diciendo que el sueño, que reconocimos como formación del inconsciente está bajo el
régimen del proceso primario. En el “Proyecto de una psicología para neurólogos” (1895 [1950])
85Freud afirma que:

“Llamamos procesos psíquicos primarios a la investidura-deseo hasta la alucinación, el


desarrollo total de displacer, que conlleva el gasto total de defensa; en cambio, llamamos
procesos psíquicos secundarios a aquellos otros que son posibilitados solamente por una
buena investidura del yo y que constituyen una morigeración de los primeros. La condición
90 de los segundos es, como se ve, una valorización correcta de los signos de realidad
objetiva, sólo posible con una inhibición por el yo” (372).

Para aquel que me siga hasta acá no será difícil aceptar que siendo la figuración onírica un proceso
primario, ésta buscará la alucinación de un deseo, su cumplimiento. Esto, mediante la regresión que es
95el “hecho de que en el sueño la representación vuelve a mudarse en la imagen sensorial de la que
alguna vez partió” (1900, 537). De otra parte se aceptará también que en el sueño se desarrolla el
displacer y que es por tal motivo que la mayoría de nuestros sueños parecen pesadillas. Este factor
permitirá a Freud sustentar la hipótesis de un “Más allá del principio de placer” (1920) que gobernaría
la vida psíquica. En algunos sueños, tal vez la mayoría, la libido que se vuelve contra el yo lo hace en
100exceso, con lo cual se produce el displacer. Sólo así se explica que la investidura del yo que en el
proceso secundario actúa protegiéndolo, aquí se vuelva contra él. Cabe reconocer también que en el
proceso primario del sueño el yo no está inhibido y que esto se sumaría a la posibilidad de que el
displacer retorne.

105Ahora, si el seguimiento ha sido bueno y yo claro, no será difícil asociar la conciencia con el proceso
secundario y la inconsciencia con el primario. Así parece cumplirse al menos para el sueño. Lo
importante de esto no sólo se verá en la tendencia a volver a lo inerte y un poco más allá, al no-ser;
sino en una suerte de primacía de lo inconsciente y de lo pulsional como gobernantes de la vida tanto
humana como no humana. Basta conceder, sin más explicaciones que las ya dadas en el inconsciente
110en su versión de lo reprimido primordial, que dándole la función de permitir que el sujeto aleje el
displacer al impedirse su retrascripción, éste — el animal humano — puede continuar no sólo con la
entrada en la vida del lenguaje y en sociedad, sino con el aprendizaje y lo que llamaremos conciencia.
Así, no hay consciencia sin inconsciencia.

115C) Su tiempo: no lineal


La regresión podría ser vista como el tiempo del sueño. Sin embargo lo es del proceso de ida. El sueño
pasa pues por el proceso secundario y con esto por la censura. El proceso de vuelta que sería el paso
por la censura tiene pues otro tiempo, de apariencia lineal. Quiero decir, despertamos y empezamos a
120recordar lo que soñamos. Así, hablamos de un contenido latente al cual llegamos mediante análisis y
de otro manifiesto que es el relato sesgado por la censura, que desfigura y no permite recordar lo que
estaría ligado a deseos reprimidos y que alguna vez causaron displacer.

Le Poulichet (1996) responde a nuestra pregunta. Ella admite que en el sueño “se pone en figura un
125tiempo no lineal, que no conoce la distinción pasado-presente-futuro: tiempo de intercambios y
metamorfosis que presenta a veces las sucesiones en la simultaneidad. Se trata de un tiempo ajeno a
toda representación del tiempo” (63). Aquí vale la pena dar otra lección al estudiante de filosofía, ya
que parte de la filosofía que considera posible, demostrable e incluso mostrable, la existencia de un
texto primero de la mente humana — tabula raza, similar a una conciencia, limpia, clara, presta a la
130racionalidad y por ende espejo del yo, sino el mismo yo — ésta, pareciera no aceptarla. Freud en su
correspondencia con Fliess afirma:

“Tú sabes que trabajo con el supuesto de que nuestro mecanismo psíquico se ha generado
por estratificación sucesiva, pues de tiempo en tiempo el material preexistente de huellas
135 mnémicas experimenta un reordenamiento según nuevos nexos, una retrascripción
{Umschrift}. Lo esencialmente nuevo en mi teoría es, entonces, la tesis de que la memoria
no preexiste de manera simple, sino múltiple, está registrada en diversas variedades de
signos” (274).

140Es tal reordenamiento posibilitado por la retrascripción de la que es capaz el hombre, el que hace que
el tiempo del sueño sea no lineal. Ahora, ¿por qué la mente no es un lugar que permite conocer al
inscribir en ella signos, como creían los filósofos, sino que la concepción de la memoria en Freud nos
remite a un diverso registro de signos, a un reconocimiento antes que al mismo conocimiento? Si
pensábamos asumir el papel despótico descrito por Freud en la cita con que inicio este escrito, nos
145daremos cuenta en los siguientes apartados que parece necesario descender hasta el pueblo y escuchar
su voz. Advertiremos que en este punto la sospecha freudiana es posterior a la nietzscheana; y que:
“hay más razón en tu cuerpo que en tu mejor sabiduría." (Nietzsche (1885) 1998, 63). ¿Cómo sostener
tal cosa? El estado primero de desvalimiento humano y el lenguaje son la clave.

150II. La Necesidad, la demanda y el deseo

He venido hablando de huellas mnémicas (de memoria) que se reordenan y de situaciones que se
reprimen y no pasan por retrascripción. Todo esto es posible por un aparato anímico que en una suerte
de dualismo conceptual nos presenta de un lado un cuerpo biológico de necesidades vitales y que no
155diferiría mucho al de algunas especies cercanas evolutivamente pero que, y aquí está la otra cara del
dualismo, está habitado por el lenguaje. ¿Habitamos en el lenguaje o éste nos habita a nosotros?
Diremos pues que si algo nos habita es la voz, pero que está nos permite deshacernos de la misma,
olvidarla, al sostener las palabras y dejar que entremos en el sentido (la significación) que da el
lenguaje. Así, habitamos el lenguaje cuando nuestro cuerpo es (¿o mejor, fue?) constituido por el
160mismo. Cuando con éste — el lenguaje — el prójimo representa lo que él cree que deseamos, en
realidad eleva la necesidad al estatus de demanda. Lo que deseamos es en principio lo que desea el
otro. El prójimo no sólo interpreta el grito del humano desvalido que es el bebé, sino que responde con
su deseo a tal suceso. Deseo — debería decir ese otro— que sea alimento lo que demanda el bebé. Se
satisface así la necesidad biológica pero se implanta el deseo que después trataremos de expresar
165mediante la demanda. No se tendrá hambre de cualquier cosa, sino de algo en especial. Aunque un
tetero cubriría el hambre, sólo demandar una malteada, conseguirla y beberla, cumplirá nuestro deseo.
Tal deseo cumplido en el sueño al alucinar como pasa también en la vida en vigilia. Pero nunca
cumplido del todo, pues su estructura es la falta. Falta de identidad entre la primera vivencia de
satisfacción y las consecuentes. Dado que se quiere experimentar tal vivencia de nuevo, su ausencia
170nos mueve a su presencia, que aun siendo imposible nos permite así desear.

La forma en que damos cuenta de ese movimiento que es el deseo no es mediante el instinto, que
correspondería al resto de animales, sino gracias a la pulsión. Ésta, definida en “Pulsiones y destinos
de pulsión” (1915) como representante psíquico de una fuerza constante, hará agujero en el cuerpo del
175bebé mediante los cuidados de la madre. El significante (la palabra) también será el responsable de que
vía mecanismos anímicos inconscientes como la identificación, construyamos nuestro cuerpo, que
como nuestro deseo, en principio fue el cuerpo del otro. Fuimos uno con el seno materno, uno con el
mundo, pues incapaces de distinguirnos del mismo sin palabra. Se me dirá ahora que nada de lo
anterior importa al estudiante de filosofía. No obstante bajo este dispositivo explicativo se halla la
180posibilidad de que digamos que antes que conocer el mundo mediante signos, somos reconocidos por
otro que nos significa. Así pues, todo lo que después se signifique bajo el título de conocimiento, será
entonces resignificación. Al conocer, más que significar, se resignifica. Es el esfuerzo pulsional el que
permite llegar al otro y su interpretación, el que de tomar este camino y ser aceptado nos llevará al
lenguaje y con el tiempo a la neurosis. Confundiremos así, constantemente, nuestro deseo con el deseo
185del otro.

En todo caso no para aquí lo que la teoría freudiana puede aportar al estudiante de filosofía. Pues
también tenemos algo para los interesados en la moral. El imperativo, cualquiera que sea, sólo viene de
la experiencia ya descrita. Como admite Freud (1895):

190

“El llenado de las neuronas del núcleo en ψ tendrá por consecuencia un afán de descarga,
un esfuerzo {Drang} que se aligera hacia un camino motor. […] Aquí, una cancelación de
estímulo sólo es posible mediante una intervención […] y ella exige una alteración en el
mundo exterior (provisión de alimento, acercamiento del objeto sexual) que, como acción
195 específica, sólo se puede producir por caminos definidos. […] Ésta sobreviene mediante
auxilio ajeno […] Esta vía de descarga cobra así la función secundaria, importante en
extremo, del entendimiento {Verstündigung; o comunicación}, y el inicial desvalimiento
del ser humano es la fuente primordial de todos los motivos morales” (362-363).

200Sabiendo esto no parece raro el imperativo moral kantiano y mucho menos el católico. El famoso:
«Obra sólo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en una ley universal»,
no parte pues de una disposición autónoma y desinteresada del sujeto sino de su desvalimiento y la
ayuda que éste necesita para sobrevivir. A su vez, el «Ama a tu prójimo como a ti mismo» sólo
adquiere sentido cuando entendemos que alguna vez ese mí mismo y ese prójimo fueron uno. No
205obstante incluso aquí avendrá otra lección: ese prójimo es tan amado como odiado. Tal ambivalencia
de sentimientos será tenida en cuenta con profundidad en “Tótem y Tabú” (1913).

III. El no ser como originario.

210Tal vez en esto Freud no es lejano al pensamiento filosófico, pues ya los diálogos platónicos daban
cuenta de teorías de la génesis desde lo contrario. Que en el principio fuera la nada, no es extraño. Lo
interesante acá es cómo Freud logra enlazar la fuerza de la pulsión que impulsa a la vida (la libido) y
que se regularía en el proceso secundario y, en términos más generales, mediante la cultura, con un
trasfondo de muerte que aún siendo silencio, guía nuestro aparato psíquico mediante la repetición de
215volver a lo originario, o mejor, a lo primero. No sólo se plantea el deseo desde la ausencia de goces
primarios, sino que Freud especula como el aparecer de la conciencia habría tenido un destino similar
que el de la vida misma. Textualmente en “Más allá del principio del placer” (1920):

“Aquí no puede menos que imponerse la idea de que estamos sobre la pista de un carácter
220 universal de las pulsiones […] y quizá de toda vida orgánica en general. Una pulsión sería
entonces un esfuerzo, inherente a lo orgánico vivo, de reproducción de un estado anterior
que lo vivo debió resignar bajo el influjo de fuerzas perturbadoras externas; sería […] si se
quiere, la exteriorización de la inercia en la vida orgánica” (36).

225Así, la que Freud designará como pulsión de muerte nos señala un regreso a lo inorgánico. Dirá Freud:

“En algún momento, por una intervención de fuerzas que todavía nos resulta enteramente
inimaginable, se suscitaron en la materia inanimada las propiedades de la vida. Quizá fue
un proceso parecido, en cuanto a su arquetipo {vorbildlich}, a aquel otro que más tarde
230 hizo surgir la conciencia en cierto estrato de la materia viva. La tensión así generada en el
material hasta entonces inanimado pugnó después por nivelarse; así nació la primer
pulsión, la de regresar a lo inanimado. […] Durante largo tiempo, quizá, la sustancia viva
fue recreada siempre de nuevo y murió con facilidad cada vez, hasta que decisivos influjos
externos se alteraron de tal modo que forzaron a la sustancia aún sobreviviente a desviarse
235 más y más respecto de su camino vital originario, y a dar unos rodeos más y más
complicados, antes de alcanzar la meta de la muerte” (ibíd.).

Volvamos pues a nuestro objetivo y preparémonos para cerrar yendo por los senderos por los que
empezamos. Narcisos como lo somos, a continuación daré cuenta de tres heridas que para muchos
240siguen abiertas y son insuperables, incurables. De estas, Freud tendría, al menos en una, la
responsabilidad sino absoluta, sí en gran parte; ésta se plantea como una dificultad del psicoanálisis.

IV. Las tres afrentas al narcicismo universal: cosmos, bios y psique.

245A) Cosmológica

Esta afrenta tiene como responsable a Nicolás Copérnico, aunque, como reconoce Freud (1917
[1916]), Aristarco de Samos en el siglo III a. de C. “sostuvo que la Tierra era mucho más pequeña que
el Sol y se movía en torno de este cuerpo celeste” (132). Agrego aquí que tal giro sería similar no al
250kantiano, pero sí al freudiano. Pues podría afirmarse que la conciencia no sólo es mucho más pequeña
que la inconsciencia, sino que se mueve y, de hecho aparece, como fruto de la necesidad de la descarga
pulsional del proceso primario donde opera lo inconsciente.

255B) Biológica
El nombre aquí es Charles Darwin. “El hombre no es nada diverso del animal, no es mejor que él; ha
surgido del reino animal y es pariente próximo de algunas especies, más lejano de otras” (ibíd.). Aquí,
Freud parece ir más lejos con su pulsión de muerte y sus estudios de la cultura. Por un lado veríamos
260que la evolución está sujeta siempre a la posibilidad de la muerte y por el otro, el estudio del
totemismo y de las neurosis infantiles muestran la cercanía tanto al “no escandalizarse por remontar su
linaje a un ancestro animal” y por “no asombrarse de que los animales piensen y hablen en los
cuentos” (ibíd.).

265C) Psicológica

El yo, finalmente, como última lección. Pero ¿qué ha hecho Sigmund para que el yo no sea el “yo
pienso-existo” de los filósofos, aquella unidad que se asimila fácilmente a la conciencia? Son dos
esclarecimientos: “que la vida pulsional de la sexualidad en nosotros no puede domeñarse
270completamente, y que los procesos anímicos son en sí inconscientes, volviéndose accesibles y
sometiéndose al yo sólo a través de una percepción incompleta y sospechosa, equivalen a aseverar que
el yo no es el amo en su propia casa” (1917 [1916] 135). He ahí pues la tercera afrenta. Empero el
estudiante de filosofía que tenga un nivel de cultura de preuniversitario se preguntará: ¿Y, entonces,
qué significa cuando uno dice: “no fui yo, fue mi ello”?

275

Como vimos el inconsciente en Freud pasó a ser lo inconsciente. Tal trasformación se debió en gran
parte a una suerte de reemplazo de éste por el ello. Lo inconsciente pasa a ser una cualidad multívoca
cuando existe uno sin represión que de hecho está en el yo. Un yo inconsciente presente cuando el
sujeto en análisis se resiste desde su yo a continuar aproximándose a la reprimido (Cf. 1923, 19). Así,
280hablar de que el yo es lo consciente pero que albergaría algo inconsciente parece impropio. Surge
entonces el ello que viene a representar lo pulsional, el cuerpo, lo real. Freud (1923) propone llamar
“«yo» a la esencia que parte del sistema Percepción y que es primero preconsciente, y «ello», en
cambio, según el uso de Groddeck, a lo otro psíquico en que aquel se continua y que se comporta
como inconsciente” (25). Se reclama entonces con justicia: ¿Dónde queda la conciencia? Se responde
285como ya advertimos: igual que lo inconsciente la consciencia es una cualidad, un estado de percepción
de una actividad de la psique. Entonces ¿dónde está la razón? En el yo. “El yo es el representante
{repräsentieren} de lo que puede llamarse razón y prudencia, por oposición al ello, que contiene las
pasiones” (27).

290Ahora, si tenemos que enfrentar a los timoratos que enfrentaba Freud en su tiempo, también hoy nos
preguntarán: ¿dónde está entonces lo superior en el hombre? “Podemos responderles: «Por cierto que
la hay, y es la entidad más alta, el ideal del yo o superyó, la agencia representante {Representanz} de
nuestro vínculo parental. […] El ideal del yo es […] la herencia del complejo de Edipo y, así,
expresión de las más potentes mociones y los más importantes destinos libidinales del ello»” (37).
295«Bueno, al menos el yo es el yo» dirá el filósofo desprevenido. Mas aquel que ha seguido este
recorrido dará cuenta de que aún cuando el yo representa la razón, de éste también podemos predicar la
inconsciencia y no sólo eso, sino que para construir nuestro yo dependemos de otro dado nuestro
desvalimiento y el ser de lenguaje (de signos) que somos. En todo caso y para que no queden dudas:
“El yo es sobre todo una esencia-cuerpo; no es sólo una esencia-superficie, sino, él mismo, la
300proyección de una superficie” (27).

Para cerrar este segmento me permito dar la palabra al filósofo y psicoanalista Slavoj Žižek (2006) que
en su análisis del cine titulado “The pervert´s guide to cinema” afirma:

305 “la lección que nos enseña Freud es que el superyó y el ello están fuertemente conectados
[…] El superyó no es una entidad ética. El superyó es una entidad obscena que nos
bombardea con ordenes imposibles y se ríe ante nuestra imposibilidad de complacer sus
demandas, mientras más obedecemos más culpables nos hace… hay siempre una cierta
locura obscena en la entidad superyoica […] El ello es inocente y busca divertirse pero al
310 mismo tiempo está poseído por una especie de mal primordial […] esta combinación entre
corrupción absoluta e inocencia expresa de manera palmaria el funcionamiento del ello”.

V. El divino Platón, Schopenhauer, Deleuze, Searle, Lyotard, Rorty y Žižek.


Aunque Freud haya reconocido varias veces que los poetas se han adelantado a varias de las cosas que
315formula el psicoanálisis, también da cuenta de filósofos que tocarían, tal vez de forma más sigilosa y
sin la demostración que brinda la clínica, algunos de sus preceptos. En el prólogo a la cuarta edición
(1920) de “Tres ensayos de teoría sexual” (1905) Freud afirma:

“En verdad, hace ya mucho tiempo, el filósofo Arthur Schopenhauer expuso a los hombres
320 el grado en que sus obras y sus afanes son movidos por aspiraciones sexuales — en el
sentido habitual del término—. ¡Y parece mentira que todo un mundo de lectores haya
podido borrar de su mente un aviso tan sugestivo! Pero en lo que atañe a la «extensión» del
concepto de sexualidad, que el análisis de los niños y de los llamados perversos hace
necesaria, todos cuantos miran con desdén al psicoanálisis desde su encumbrada posición
325 deberían advertir cuán próxima se encuentra esa sexualidad ampliada del psicoanálisis al
Eros del divino Platón” (121).

De otra parte, tenemos filósofos que critican, defienden o acuden a Freud. Aclaro pues que solamente
los menciono pues empezar a elaborar tales relaciones es un trabajo grande y dispendioso que ahora no
330puedo encarar. Gilles Deleuze en colaboración con Félix Guattari hacen todo un libro llamado “El
Anti-Edipo” (1972) y en el que claramente critican la concepción freudiana del complejo de Edipo.
Lyotard defiende el pensamiento freudiano de las interpretaciones del mismo Lacan y después se
retracta; juego de ida que podemos ver en “Discurso, Figura” (1971) y de vuelta en “Peregrinaciones”
(1986). Rorty (1996) por su parte acude a Freud y su concepción del yo para escribir en “Contingencia,
335ironía y solidaridad” (1996) el capítulo dos: La contingencia del yo.

Recientemente el filósofo antioqueño Juan Manuel Uribe Cano nos muestra que después de Freud la
filosofía parece no querer acercarse al psicoanálisis. Ejemplo de esto es el filósofo de la mente Jhon
Searle (1996) quien al hacer un recorrido por el inconsciente freudiano admite en un pie de página
340ignorar la distinción entre pre-consciente e inconsciente, tomándolos a ambos por “inconsciente” 2. En
2
Al respecto cuatro cosas: 1) Aunque en este trabajo no se elabora la diferencia, ya que el hacerlo no afecta los motivos
del mismo, es importante, por ejemplo, distinguir que tanto en los estudios de la cultura que emprende Freud como en el
de los lapsus, el inconsciente no se reduce a algo que antecede a la conciencia o que tenga la posibilidad de tornarse
todo caso los argumentos de Uribe Cano (2009) son otros. Él asegura que “la filosofía continúa
sosteniendo el concepto de yo-sujeto como única razón cognoscente, a pesar de las variantes en él
introducidas. La filosofía no atendió al saber producido por el psicoanálisis en este sentido, creando
una especie de irreconciabilidad. Esta posición se tensionó hasta llegar a desconocimientos de parte y
345parte” (83)3. Así, encontrar a un filósofo y psicoanalista como Žižek es extraño y más si se considera
públicamente marxista, palabra que se escucha cada vez menos en el estudiante promedio de filosofía.
Pero la demanda aquí no es para que el estudiante de filosofía se entregue al diván y mucho menos al
autoanálisis. Este escrito es un llamado que intenta mostrar que las elaboraciones psicoanalíticas abren
la posibilidad de pensar la(s) realidad(es), de cuestionar las representaciones admitidas colectivamente.

350

VI. Un ejemplo

Quiero pues, antes de despedirme de ustedes, dar un ejemplo de lo que permite el asistir a la demanda
que hoy hago aquí. Es Lyotard respondiendo a “¿Por qué filosofar?” (1964). Allí, al indagar por el
355deseo, el philein que está en el griego philosophía, deja atrás la opción de examinarlo desde la
categoría de la causalidad. Con el propósito de animarlos a continuar su lectura dejaré esta gran (en
tamaño y reflexión) y última cita:

“El deseo no pone en relación una causa y un efecto, sean cuales fueren, sino que es el
movimiento de lago que va hacia lo otro como hacia lo que le falta a sí mismo. Eso quiere
360 decir que lo otro (el objeto, si se prefiere, pero precisamente ¿es el objeto deseado en
apariencia el que de verdad lo es?) está presente en quien desea, y lo está en forma de
ausencia. […] Si se vuelve a los conceptos de sujeto y de objeto, el movimiento del deseo

5consciente, sino que, de hecho, salvo tal vez en el inconsciente de la represión primordial, está en la superficie. Como ya
dijimos, el que sea inconsciente refiere a un sujeto que no quiere o no puede dar cuenta de ello. 2) Searle tampoco parece
conocer de la segunda tópica de Freud que admite la distinción pre-consciente, consciente, inconsciente, bajo la luz del
ello, el yo y el superyó, con lo cual pasamos de hablar de EL inconsciente a LO inconsciente. 3) El pie de página al que
hago referencia es el número cinco. Se encuentra en el capítulo titulado: El inconsciente y su relación con la consciencia
10del libro “El redescubrimiento de la mente”, Editorial Crítica (Barcelona), traducción de Valdés Villanueva. 4) Esta es otra
lección para el estudiante de filosofía, el cual debería procurar que antes de hacer críticas lea bien a quien criticará.

3
Para observar cómo llega a afirmar tal cosa dejo al gusto del lector el querer hacerlo o no.
hace aparecer el supuesto objeto como algo que ya está ahí, en el deseo, sin estar, no
obstante, «en carne y hueso», y el supuesto sujeto como algo indefinido, inacabado, que
365 tiene necesidad del otro para determinarse, complementarse, que está determinado por el
otro, por la ausencia. Así, pues, por ambas partes existe la misma estructura contradictoria,
pero simétrica: en el «sujeto», la ausencia del deseo (su carencia) en el centro de su propia
presencia, del no-ser en el ser que desea; y en el «objeto» una presencia, la presencia del
que desea (el recuerdo, la esperanza) sobre un fondo de ausencia, porque el objeto está allí
370 como deseado, por lo tanto como poseído” (81-82).

VII. (…)

De despedida quiero confiar en su capacidad de análisis con lo cual no enumeraré las lecciones que
375puede dar el psicoanálisis al estudiante de filosofía. No siendo más espero que mi texto haya sido lo
suficientemente interesante como para despertar el interés de acercar a Freud al aula, al aula de
filosofía.

Bogotá, 14 de enero de 2012.

380

385 Bibliografía

CASTORIADIS, Cornelius. “El ascenso de la insignificancia”. La democracia como procedimiento y


como régimen. Traducción de Vicente Gómez, Madrid: Ediciones Cátedra S.A., 1998.
FREUD, SIGMUND. “Obras completas”. Amorrortu editores. Buenos Aires, 1976.
390
 (1895 [1950]) Proyecto de una psicología para neurólogos
 (1896) Carta 52
 (1900) La interpretación de los sueños

 (1905) Tres ensayos de teoría sexual


395  (1917 [1916]) Una dificultad del psicoanálisis

 (1920) Más allá del principio del placer


 (1923) El yo y el ello

LE POULICHET, Sylvie. “La obra del tiempo en psicoanálisis”. Amorrrortu editores: Buenos Aires,
4001996.

LYOTARD, Jean-François. “¿Por qué filosofar?” ¿Por qué desear? (1964). Traducción de Godofredo
González, Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica, S. A., 1989.

405NIETZSCHE, Friedrich. “Así habló Zaratustra” (1885). Madrid: Alianza Editorial, 1998.

POMMIER, Gérard. “Como las neurociencias demuestran el psicoanálisis”. Capítulo 15: Los
malentendidos de la palabra inconsciente. (2004) Traducción de Pío Eduardo San Miguel Ardila.
Escuela de Estudios en Psicoanálisis y Cultura. Universidad Nacional.

410URIBE, Juan Manuel. “El sujeto contemporáneo: una perspectiva analítico-filosófica (compilación)”.
¿De quién se habla? Edita Universidad de Antioquia, 2009.

ŽIŽEK, Slavoj. “The pervert´s guide to cinema” en DVD, 2006.

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