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“EL SECRETO MEJOR GUARDADO DE NUESTRA NACION”

(Escrito por Jesús Antonio Aguilera Marín)

Ante los interrogantes planteados por el escritor y poeta William Ospina en su


columna del diario “El Espectador” del domingo 5 de septiembre de 2010, respecto al
robo extensivo, constante, eficaz e impune de la tierra a los campesinos en Colombia,
necesario es, además, preguntarnos si tal violento saqueo y expoliación, en la última
década, es producto de un plan sistemático camuflado bajo la seudo “Seguridad
Democrática”, elaborado por una “Inteligencia Superior” que recoge toda la
experiencia universal y nacional sobre la prehistórica forma de acceder a territorios
complementada con la sofisticación de los artículos, incisos y parágrafos de la
normatividad expedida para blindar la invasión. Veamos: Dice el eminente columnista:
“...En un país donde la más antigua tradición es el despojo de tierras, resulta
asombroso oír hablar de la intención de devolver la tierra a sus propietarios. La más
reciente oleada dejó millones de hectáreas productivas en otras manos. ¿Cómo irán a
hacer para arrebatarles las tierras a sus actuales dueños y devolvérsela a los
campesinos desplazados? La generosa intención no puede olvidar que estamos en un
país donde la voluntad de los terratenientes se confundió siempre con la ley”. La
solución a estos interrogantes tiene sus dificultades. Después de un tiempo los
desplazados no tienen derechos adquiridos pero si perdidos. Basta conocer la
actividad legislativa desplegada en los últimos 100 años sobre Reformas Agrarias y
tenencia de la tierra para observar que por las vías del derecho se han implementado
correlativas contra-reformas cuando los terratenientes han tenido representación
mayoritaria en el congreso de la república, el ejecutivo ha sido fiel defensor de sus
particulares intereses y épocas hubo en que los tres poderes públicos se amangualaron
contra el inerme campesino. Sin olvidar que por la fuerza, la violencia y la amenaza,
esos mismos terratenientes se apoderan de bastas extensiones con importancia geo-
estratégica y económica. “...O me vende o le compro a su viuda...”, resume el estado
inconstitucional de cosas que ha vivido el habitante del campo colombiano.

Continúa William Ospina: “...Cierta gente se acostumbró a robar algo que no es posible
llevarse para ninguna parte, que tiene que permanecer allí donde estaba. Se
acostumbró a cometer robos que no es posible ocultar, a robar lo que enseguida se
advierte que ha sido robado. ¿Cómo lo hacen? ¿Y cómo logran que esos robos sean
enormes, persistentes, eficaces e impunes? El que logre explicarlo habrá llegado al
alma de nuestra sociedad, a la clave de nuestra identidad, al secreto mejor guardado
de nuestra nación”.

Secreto?... Factores, conocidos por muchos, hacen que el 84% de la población, por
torpeza e ignorancia guarde silencio. Sociólogos, antropólogos y economistas, exponen
que en una región apetecida por una persona o grupo, primero se crea un ambiente de
intranquilidad por motivos religiosos, políticos, de orden público, (algo va a pasar),
luego pre-constituyen el incidente que sirve de excusa para la presencia de actores
armados. Viene el desplazamiento y/o compra barata de fincas o parcelas. Con título o
sin él, otros directamente o por testaferros empiezan a ejercer la posesión material del
fundo. Se procura que el campesino no regrese durante un lapso que la ley señala, y
si retorna deberá atenerse a las consecuencias. Si entregó la posesión material y firmó
escritura sólo puede intentar acciones judiciales dentro de los 5 años siguientes
(artículo 4º. Ley 791 de 2002). Si abandonó su parcela y otro entró en posesión tiene
un plazo de 10 años para demandar judicialmente su recuperación (art. 1º. De la
misma ley) contados desde que el otro empezó a poseer. Después de esos cortos
plazos, para el terrateniente se aplica el Artículo 58 C.N. garantizándole la propiedad
privada sobre la tierra expoliada y otros derechos adquiridos conforme a la ley 791 de
2002, los cuales no pueden ser desconocidos ni vulnerados por leyes posteriores.
Blindaje total.

Se legisló en contra de los hijos de los desarraigados y a favor de los terratenientes, así:
El lapso de tiempo necesario para adquirir no se suspende a favor de los incapaces y,
en general, de quienes se encuentran bajo tutela o curaduría ni a favor de quien se
encuentre en imposibilidad absoluta de hacer valer su derecho (artículos 2530 y 2532
del C.C. modificados por los artículos 3º. Y 6º. De la ley 791 de diciembre 27 de 2002).

Si Juan Manuel Santos quiere que los desplazados recuperen sus tierras, deberá, a
través del Ministerio de Agricultura u otra entidad idónea, poner al servicio de estos
desarraigados un numeroso equipo de abogados expertos para promover los procesos
de nulidad relativa y/o absoluta, reivindicatorios y posesorios u otras acciones
judiciales pertinentes; complementando con la modificación del Artículo 58 C.N. Lo
demás es demagogia y actitudes dilatorias para que transcurra el tiempo en
detrimento de los expoliados y a favor de los invasores o sus representantes.

Por eso no es casualidad que 4 meses después de la Posesión de Álvaro Uribe Vélez
como Presidente de la República “su” Congreso expidió la ley 791 de diciembre 27 de
2002, mediante la cual, con su redacción tramposa, amañada y desordenada, se
pretendió mantener oculto el secreto mejor guardado de nuestra nación. No
aplicaron aquello de que la mejor forma de ocultar algo es poniéndolo a la vista de
todo el mundo, como hasta esa fecha lo habían hecho.

Como sucede con la constricción de la anaconda, varios anillos estrangulan al humilde


campesino colombiano. El apretón final se lo da, nada más ni nada menos, la
normatividad constitucional y legal. Parodiando la Canción universal “...sólo se oye un
lamento por doquier...”.

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