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Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al
Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Durante la
cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de
entregarle, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios
volvía, se levantó de la mesa, se quitó el manto y se ató una toalla a la cintura. Luego echó agua en un
recipiente y comenzó a lavarles los pies a sus discípulos y a secárselos con la toalla. Cuando llegó a
Simón Pedro, éste le dijo: “Y tú, Señor, ¿me vas a lavar los pies a mí?” “Ahora no entiendes lo que estoy
haciendo—le respondió Jesús—pero lo entenderás más tarde.” “¡No!—protestó Pedro—¡Jamás me
lavarás los pies!” “Si no te los lavo, no tendrás parte conmigo.” “Entonces, Señor, no sólo los pies, sino
también las manos y la cabeza…” Cuando terminó de lavarles los pies, se puso el manto y volvió a su
lugar. Entonces les dijo: “¿Entienden lo que he hecho con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor,
y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes
deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he puesto el ejemplo para que hagan lo mismo que yo he
hecho con ustedes.” Juan 13: 1-15
En el envío anterior reflexionábamos sobre la hospitalidad de Abraham y mencionamos que Jesús siguió
su ejemplo. Podríamos decir que todo el ministerio de Jesús puede ser percibido a la luz de la
hospitalidad. Ya tendremos ocasión de profundizar más tarde sobre esto. Recordemos ahora que su
ministerio público comienza, precisamente, con un acto de hospitalidad: la conversión del agua en vino
en el contexto de las bodas de Caná. Otra de las más profundas manifestaciones de la hospitalidad de
Jesús es el lavatorio de los pies, recogido en el evangelio de San Juan.
Nos dice San Juan que Jesús sabe que se acerca “su hora de pasar de este mundo al Padre” y se despide
de sus discípulos congregándolos en lo que es el símbolo máximo de la hospitalidad: la cena o comida
común, en este caso la celebración comunitaria de la Pascua. Allí se entrega a sí mismo para permanecer
con ellos y con nosotros, mediante la institución de la Eucaristía, hasta el final de los tiempos. En inglés,
la palabra “hostia” y la palabra “anfitrión” es la misma: “host.” Además, Jesús emplea esta ocasión para
enseñarles el grado de humildad que la hospitalidad y el servicio requieren. Reflexionemos ahora acerca
de algunos puntos principales de este relato evangélico. Siéntanse en libertad de señalar otros:
Para practicar:
1. Practica la Lectio Divina con el texto de Juan 13: 1-15. ¿Qué palabra, frase o versículo te
atrae o capta tu atención? Repítela, saboréala, guárdala en tu corazón.
2. Reflexiona acerca de algunas situaciones concretas en que has estado consciente de Jesús
lavándote los pies. Si te sientes cómodo haciéndolo, comparte con los compañeros del
grupo. Da gracias a Dios por su hospitalidad divina y su servicio constante.
3. Practica la Visio Divina con la imagen que acompañamos a continuación. ¿Qué detalles
observas? ¿Qué te dicen los gestos corporales de los participantes? Permanece un rato en
silencio con la imagen, sin analizarla ni tratar de entenderla, simplemente percibiéndola.