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D escripción de los orígenes, in-

fluencias, rupturas y principales


derroteros que ha recorrido la corriente
de los estudios culturales. Además de
presentar las aportaciones de trabajos
fundamentales que la consolidan, se
detiene en aquellos análisis que otorgan

C
centralidad a la perspectiva de género y
ofrece ejemplos de investigaciones que
aplican su metodología al caso de
Cultura común México. Se trata de un texto que
también puede apuntalar la docencia del
cuarto módulo de la Carrera de
ELSIE MC PHAIL FANGER Comunicación Social (“Procesos de
comunicación social y cultura”),
abocado al conocimiento de las distintas
perspectivas de los estudios sobre cultura
y comunicación.

LOS LLAMADOS ESTUDIOS CULTURALES o estudios sobre las culturas, como


señala Paul Willis, recogen la vibrante creatividad simbólica en la vida
cotidiana de grupos sociales e individuos presente en actividades y
expresiones a veces menospreciadas o poco visibles al ojo humano. Ahí se
definen signos y símbolos propios a través de los cuales ellos establecen su
presencia, su identidad y sus significados culturales dentro de los procesos
sociales que le dan sentido a la realidad con sus prácticas en un área común
de significados (1990).
Está viva y es el foco de análisis de esta corriente conocida originalmente
como Cultural Studies que observa, describe y registra diversos decorados,
atuendos, medios de expresión, uso de televisión y radio, música, moda,
rituales de romance, maneras de hablar, sentido del humor, amistades,
ocio, entre otras cosas. La cultura no es sólo la descripción de la suma de
hábitos y costumbres de una sociedad, sino que pasa a través de todas las
prácticas cotidianas y es el conjunto de interrelaciones sociales.
El concepto engloba tanto significados como valores que se difunden
en cada grupo social y las prácticas en donde se expresan afinidades y
formas de vida, entendidas como elaboraciones colectivas.

ANUARIO DE INVESTIGACIÓN 2004 • UAM-X • MÉXICO • 2005 • PP. 35-57


C U L T U R A C O M Ú N

Fundadores

La corriente surge en la posguerra y tiene su fuente en la crítica literaria de


Frank R. Lewis, publicada en los años treinta en Gran Bretaña. Al interior
del sistema escolarizado busca mejorar el capital cultural de los jóvenes a
través del conocimiento y apreciación literarias basadas en la tradición de
la literatura inglesa —Austen, Elliot, James y Conrad. Desde las aulas,
aboga por la protección de los ciudadanos en contra de la cultura comercial
afirmando que el desarrollo del capitalismo cultural y sus expresiones tienen
un efecto nocivo en las distintas formas de cultura tradicional que atraviesan
las clases sociales (Mattelart, 1997:70).
Lewis aglutina un grupo alrededor de la revista Scrutiny, que se opone
al capitalismo industrial, evalúa el lugar que ocupan los medios masivos
de comunicación y denuncia la alienación que producen las “novelas de
consumo” y los “anuncios”. Se inspiran en los postulados de la Escuela de
Frankfurt para analizar las diferentes formas de producción literaria basada
en el análisis textual, la investigación acerca del sentido y los valores
socioculturales y con ello rechazan los métodos de la escuela funcionalista.
Son Richard Hoggart y Raymond Williams quienes abandonan la visión
elitista sobre cultura y estudian las expresiones de diversos grupos sociales.
En un trabajo que publica Hoggart en 1957, demuestra que es en este
terreno donde la desigualdad social se hace más evidente ya que describe
los gustos de la clase obrera inglesa y los cambios que se producen en su
modo de vida y sus prácticas cotidianas. Por su lado, Williams, en su
calidad de profesor de un instituto de capacitación para los trabajadores,
publica en el mismo año Cultura y sociedad, y aporta una visión critica
sobre la disociación practicada entre ambos conceptos, mientras que Stuart
Hall y Paddy Whannel publican en 1964 Artes populares, ambos trabajos
fundacionales que apuntalan la creación del Centro de Estudios Culturales.

La Escuela de Birmingham

Al amparo de la Universidad de Birmingham se crea el Centro de Estudios


Culturales Contemporáneos (CCCS) en Gran Bretaña, bajo la coordinación

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de Hoggart y en la tradición política e intelectual de la institución que lo


alberga. Pronto ofrecen posgrados, cursos y talleres para estudiar las formas,
prácticas e instituciones culturales y sus relaciones con la sociedad, la política
y el cambio social. Parten del análisis marxista de clase para después
incorporar teorías sobre semiótica, feminismo, postestructuralismo y
estudios sobre colonización, constatando con ello el dinamismo y la
complejidad de los productos culturales bajo escrutinio.
Vive el centro su mejor época bajo la dirección de Stuart Hall, que
coincide con el desarrollo de la nueva izquierda —New Left—, que en
1972 funda la revista intitulada Trabajos sobre Estudios Culturales.

Rupturas e influencias

Raymond Williams rompe francamente con la tradición literaria y enmarca


la definición de la cultura en el ámbito de la antropología, como proceso
global a través del cual las significaciones se construyen social e
históricamente. Estudia la relación de la cultura con las demás prácticas
sociales y critica la reducción que de ella hacen algunos teóricos al someterla
al dominio de la determinación social y económica. El análisis sobre medios
masivos de comunicación rechaza el determinismo tecnológico y estudia
las formas históricas que adoptan en cada realidad y grupo social. Bajo la
lupa se colocan la televisión, la prensa, la publicidad.
Algunas influencias notorias en la construcción del concepto de cultura
son la obra del historiador E.P. Thompson, escrita a fines de los sesenta,
donde reprocha a Williams su
Amaya, Canuto piedra, 2004
referencia a la cultura en
singular, cuando su gremio ha
demostrado que más bien
existen culturas —en plural—,
y que la historia está hecha con
el registro de luchas, tensiones
y conflictos entre ellas y los
diferentes modos de vida de las
clases sociales. Se incorpora

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también la dimensión etnográfica que plantea el interaccionismo social


de la Escuela de Chicago, que analiza “desde abajo” valores y significaciones
vividas, las formas en que se expresan las culturas de los distintos grupos
frente a la cultura dominante, las definiciones propias que se atribuyen los
actores sociales y las condiciones en las que viven. Para ello, el centro
organiza talleres de historia social, vida cotidiana, estudios sobre grupos
marginados, iniciando con ello un rescate de sujetos sociales, situaciones
que proponen nuevos temas y situaciones.
Procuran un marxismo heterodoxo y releen a Lukács, Bakhtin,
Benjamín, Goldman y Sartre retoman a Althusser en su concepción sobre
ideología, no como simple reflejo de la base material, sino con una función
activa de producción social. Revisan los análisis semiológicos de Roland
Barthes sobre la cultura y su método para analizar el sistema de la moda, el
vestido, la alimentación, el mobiliario, la publicidad y la arquitectura de
diversos grupos y realizan una lectura ideológica de las revistas femeninas,
los programas televisivos noticiosos, de ficción y de la prensa en general.
Otra influencia decisiva para el grupo son los trabajos de Antonio
Gramsci sobre cultura y en especial su concepto de hegemonía. Este filósofo
marxista italiano, muerto por su militancia política durante el fascismo en
1937, amplía la concepción marxista de base económica y superestructura
ideológica para considerar aquellas instituciones culturales que dan sentido
a la sociedad en su conjunto como la política, la religión, la escuela, los
medios masivos de comunicación, el arte, los rituales, la literatura, la cultura
popular y los ritos de pasaje, así como los significados en las experiencias
de las personas y los grupos.
Definido como capacidad que tiene un grupo social de ejercer la dirección
intelectual y moral sobre la sociedad, el concepto de hegemonía se refiere a
la capacidad de construir en torno a su proyecto un nuevo sistema de
consensos con alianzas sociales. Enmarcado así, desplaza a la dicotomía de
clase dominante/dominada, cuyo poder reside en su capacidad para controlar
las fuentes del poder económico e introduce nociones de negociación y
mediación y con ello rechaza la asimilación mecánica de cuestiones culturales
e ideológicas a las de clase y base económica.
Estas influencias alimentan el texto de Hall intitulado Resistencia a
través de rituales, en donde propone tres categorías a raíz de su estudio

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Miguel Castro Leñero, Sin título, 2003


sobre la cultura de jóvenes obreros
y que son la cultura dominante, la
subcultura y la contracultura.
Domina en ellos la cultura de la
clase media productiva en busca del
beneficio económico, con valores
que enfatizan una ética de trabajo,
la propiedad privada y la capacidad
de consumo, los logros individuales
y la competencia, las recompensas
futuras y el buen gusto. La cultura
dominante pertenece a los grupos
en el poder y su visión sobre la
sociedad se concibe como natural y universal; la cultura obrera se subordina
a ella y enfatiza valores de solidaridad, acción colectiva, consumo masivo y
cultura de masas. A partir de ahí se estudian diversos grupos o subculturas
británicas como los teddy boys y los skin heads, se describen sus actividades,
valores, artefactos materiales, espacios territoriales de trabajo, vivienda y
recreación, uso de medios masivos de comunicación, música, fiestas, lugares
de reunión, expresiones verbales y gráficas, así como sus diferentes actos
de resistencia frente a la cultura dominante.
Las contraculturas por su parte son expresiones difusas de la clase media
y exploran instituciones alternativas en sus estilos de vida, formas de vida
familiar, trabajo y ocio. Ejemplos son el movimiento beatnik de los cincuenta,
el jipi de los sesenta, el movimiento feminista y gay de los setenta, los
movimientos ambientalistas, a favor de la paz, en defensa de los derechos
humanos de los ochenta y los globalifóbicos de los noventa. Registra el
dominio de la cultura eurocéntrica, de raza blanca, clase media y se introduce
el concepto de culturas híbridas para significar nuevas formas que se
construyen con las fronteras difusas, impuestas por la apertura comercial.
El Centro, con sede en Birmingham, analiza movimientos sociales con
especial interés en el feminismo y su ideología, retoman los trabajos sobre
el mito de Lévy-Strauss y los primeros análisis de Barthes sobre la función
ideológica de los medios que permiten conocer cómo desarrollan los grupos
menos poderosos, desprovistos o “carentes de poder”, sus propios

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significados y su articulación con el uso de diversos productos culturales


con el trabajo, la diversión, el entretenimiento y los espacios vitales —la
casa, la fábrica, la calle, el transporte, los bares, cantinas, la oficina, los
parques y otros espacios al aire libre. Abordan temas de la cultura cotidiana
y la ideología que subyace a la producción cultural, el poder, la etnia, la
clase social, las representaciones y la conformación de identidades de género
y generación a la luz del eje espacio público/privado.
Esto repercute en la conformación de una teoría capaz de refutar los
postulados del análisis funcionalista para estimular una forma diferente de
investigación crítica sobre los medios de comunicación centrado en la
audiencia. El artículo de Hall, intitulado Encoding/decoding, demuestra
que la audiencia es al mismo tiempo receptora y fuente del mensaje, porque
los esquemas de producción-codificación responden a las imágenes que la
institución televisiva se forma de su público y a diversos códigos profesionales
(1980). Revela, asimismo, tres tipos de decodificación de la audiencia:
dominante, de oposición y negociada. La primera corresponde a puntos de
vista hegemónicos legitimados y aparentemente naturales, la segunda
interpreta el mensaje a partir de un marco de referencia contrario y la tercera
es una mezcla de códigos de oposición y adaptación, contradicciones,
conflictos y valores dominantes. El estudio empírico recoge argumentos de
una situación vivida para refutar definiciones aparentemente consensuadas.
Algunos trabajos centrados en el análisis de medios, como el trabajo de
Charlotte Brundson y David Morley publicado en 1978 —Everyday
Television, Nationwide— centra su atención no ya en los medios dirigidos
a las élites —libros, revistas especializadas, los noticieros televisivos y prensa
escrita—, sino en los programas que consume el público en general y que
configuran los géneros populares en la vida diaria —las telenovelas, los
deportes, la variedad, las comedias, las series de misterio y policíacas. A
través de estos espacios que proporcionan solaz y esparcimiento se explora
la vida cotidiana con distintos abordajes sobre las relaciones familiares, de
pareja, la amistad, las relaciones entre géneros y clases sociales, etnias y se
detecta un sentido común popular.
Analizan por un lado la producción mediática en tanto sistema complejo
de prácticas determinantes para la elaboración de la cultura y como espejos
de la realidad social y por el otro el consumo de los mismos como lugar de

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negociación entre prácticas comunicativas diferenciadas. Se estudia su


naturaleza estandarizada, reductiva, homogeneizante que favorece el estatus
quo, pero a la vez su naturaleza contradictoria, variable y creativa. La
complejidad de la producción cultural pasa a primer plano y se ilustra la
conexión fundamental entre el sistema cultural dominante y las actitudes
y respuestas de los individuos y grupos y su influencia sobre contenidos.
Con ello se apartan del paradigma de la manipulación que considera a
los medios como instrumento de dominio absoluto y conspiración de
una élite en el poder en contra de los desvalidos consumidores. Frente a
esta visión se confirma la centralidad de los productos culturales colectivos
como agentes de continuidad social y se discute su naturaleza compleja y
elástica, dinámica y activa, no puramente residual y mecánica con respuestas
hipodérmicas. Los autores ponen de manifiesto la continua dialéctica entre
sistema cultural, conflicto y control social y el problema fundamental que
persiste en la formulación y observación de las prácticas de producción de
las culturas, así como las formas del sistema articulado y complejo al que
dichas prácticas dan vida (Wolf,1997:124).
En los ochenta destacan los trabajos de Paul Willis que publica Cultura
profana, Aprendiendo a laborar y Revista Juvenil y en 1990 Cultura común
en donde señala que “alta cultura” y “arte” son categorías de exclusión más
que de inclusión, con escasa vinculación con la mayoría de los grupos de
jóvenes bajo su escrutinio. Según la mayoría, el arte se contempla como
algo especial que se exhibe en museos y galerías y no forma parte de la vida
cotidiana de la “gente común”, mientras que las expresiones culturales de
la vida diaria, lejos de ser triviales, son cruciales en la vida moderna como
formas de reconocimiento y pertenencia.

Estudios culturales en México

Destaca la obra de Carlos Monsiváis, quien desde los años sesenta publica
libros y ensayos con análisis sobre formas y prácticas culturales que emergen
espontáneamente en la vida cotidiana como manifestaciones populares. Sus
ensayos sociohistórico-antropológicos de la vida cotidiana sobre cultura
mediática le otorgan estatura a su análisis como aspecto de la cultura popular.

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Existe correspondencia entre su reflexión sobre el pensamiento íntimo


de los mexicanos como espectadores del futbol, la televisión y los conciertos
de rock y las preocupaciones de Elias Canetti sobre la relación entre el
poder y las masas y en el pensamiento de Raymond Williams. A la visión
pesimista de Monsiváis, acompañada de una cruel hilaridad y un optimismo
inextinguible, se agrega una crítica a la que alimenta una esperanza para el
cambio al registrar los diferentes planos de las luchas sociales y
microuniversos de cultura que expresan un deseo por documentar y
difundir las contestaciones informales, difusas y “desde abajo” hacia la
plataforma hegemónica. Con ello se aparta de los teóricos de la Escuela de
Frankfurt, como promotores de una teoría de la manipulación que supone
a todo un sector social como juguete de titiriteros.
Sus observaciones sobre lo que sucede en un país pobre ante la falta de
oportunidades en el nivel macropolítico revelan lo que pasa cuando los
ciudadanos anónimos crean sus propias respuestas frente a limitaciones y
deseos insatisfechos. Sus “descripciones densas” penetran en el carácter
nacional, no para esencializar la mexicanidad, sino para desmitificarla a
través de las revelaciones que encuentra en las historietas y los comics o
historietas, las caricaturas, el rock, la televisión, la radio, lo efímero de las
expresiones cotidianas y de la vida nocturna.
Sus ensayos registran la evolución de la industria cultural que en México
se desarrolla entre los años 1930 y 1950 cuando se eliminan paulatinamente
las vivencias colectivas de numerosas prácticas del campo de la cultura
criolla para adoptar patrones extranjeros-hispanos, franceses, pero sobretodo
estadounidenses. Reflexiona sobre prácticas recreativas en el marco de la
cultura urbana capitalina y la colonización que el país ha experimentado
por la adopción emulatoria e indiscriminada y la mayor de las veces acrítica
de la cultura estadounidense y su proyecto globalizador.
Entiende la cultura como espacio generado entre los modos operativos
de la ciudad y las respuestas a tal sujeción, el resultado ideológico que
proviene del choque entre la industrialización y las costumbres, entre la
modernización social y la capacidad individual para adecuarse a la oferta y
a las carencias. Esta cultura emerge al convertirse de sociedad tradicional
en sociedad de masas que arrastra consigo el sometimiento de las clases
populares, las visiones lineales de orden y progreso, la actualización del

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machismo, el uso de los medios electrónicos y la colonización de los gustos


populares que convierten el espectáculo en un muy rentable caos de
crecimiento capitalista, las visiones jerárquicas y discriminatorias de
conocimiento, la nacionalidad como reflejo condicionado del consumismo,
la obediencia interiorizada ante la autoridad y la manipulación del
esparcimiento. Bajo escrutinio constante del autor están los medios de
comunicación masiva como aparatos difusores de estilos de vida y patrones
de consumo exclusivos y excluyentes a los que sólo pueden aspirar unos
cuantos. En especial es la televisión como medio preferente de mexicanos
y mexicanas que cumple con su función de interpretación de la realidad y
punto de referencia educativa.
Néstor García Canclini coordina a principios de los noventa un
seminario sobre procesos de consumo cultural y publica los resultados de
diversas investigaciones basadas en una encuesta aplicada a hogares
mexicanos de todos los estratos a razón de los cambios generados por
políticas modernozadoras. Se trata de un tema poco estudiado en México
y en América Latina, ya que existe una escasa reflexión teórica sobre quiénes
asisten a espectáculos, quiénes permanecen en casa a ver televisión, qué
programas ven, qué escuchan o leen y cómo relacionan otros bienes
culturales con su vida cotidiana. Los textos compilados ofrecen un
panorama sobre consumo cultural en México que parte del conocimiento
de los estudios sobre políticas culturales y proponen herramientas empíricas
de la recepción de las ofertas estatales, privadas y organismos
gubernamentales que comienzan a comprender la necesidad de evaluar
sus acciones a partir de las respuestas de los receptores.
Al estudiar el crecimiento urbano de las décadas anteriores los autores
registran una baja correspondencia entre el crecimiento urbano y la
distribución de la infraestructura cultural. En lo que respecta a la oferta
cultural llamada clásica, como son centros educativos, librerías, museos,
teatros y cine se halla concentrado en el triángulo que va, en el centro de
la ciudad, desde el Parque de Chapultepec hasta el Zócalo y hacia el sur en
la Ciudad Universitaria y sus inmediaciones. El desarrollo del consumo
cultural se explica por su accesibilidad a diversas infraestructuras,
disponibilidad de los recursos económicos, los hábitos culturales y la
administración del tiempo en diferentes sectores de la población.

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En el marco de la construcción de la cultura ciudadana explica los


cambios culturales a partir de las transformaciones de la vida cotidiana en
grandes metrópolis y la reestructuración de la vida pública generada por
lo que llama industrias comunicacionales globalizadas. Analiza las diversas
maneras de abordar las diferencias multiculturales que agravan la
desigualdad en países como México.
José Manuel Valenzuela analiza el consumo cultural en la Frontera Norte
y describe los ámbitos de interacción y consumo cultural en los jóvenes.
Presenta elementos constitutivos del consumo simbólico en la vida
cotidiana transfronteriza de Tijuana, Baja California y sus formas específicas
de diversión en espacios cerrados y privados.
Describe la prevalencia de la desigualdad y el sincretismo en la geografía
y en su configuración espacial y social y observa dichos elementos en
discotecas como principales espacios de consumo simbólico para los
jóvenes: La Revu, La Plaza Fiesta, La Zona norte, el Bordo y los Estados
Unidos de Norteamérica.
En “La Revu” el sincretismo y la desigualdad presentan su más clara
evidencia, es sitio de encuentro ganado por extranjeros, donde los teenagers
—en inglés— marcan el ritmo de las “discos” repletas, en busca de
prostitutas de la zona. La “Zona norte” es lugar de diversión, desahogo y
prostitución para los sectores pobres,
mientras que “El bordo” es lugar que
significa oportunidad para el migrante y
para el tijuanense, un ducto por donde
drena el proyecto nacional, componente
catalizador de la violencia, el narcotráfico
y los problemas económicos.
Como sitios de encuentro entre los
jóvenes, las discotecas de la Frontera Norte
materializan las interacciones que conllevan
a la articulación de tiempos diferenciados
en ámbitos como sistemas semióticos que
señalan puntos de encuentro y
Arturo Hinojos, diferenciación. Aunque ambas identidades
Sin título, 2004
están presentes en todo tipo de relaciones,

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en el ámbito cotidiano prevalece la identidad psíquica, mientras que en el


genérico es más fuerte la identidad metafórica.
Héctor Castillo Berthier encabeza el proyecto Circo Volador, que tiene
su origen en una investigación aplicada a jóvenes urbanos, habitantes de
la Ciudad de México, realizada a lo largo de diez años (1987-1997). Recoge
en una publicación la experiencia generada a través de sus prácticas
culturales y la creación de un espacio de debate entre ellos sobre sus prácticas
y sus valores, identidades y demandas, intereses y necesidades: Juventud,
cultura y política social (1999). El autor identifica a un sector de la juventud
popular de la Ciudad de México, sus formas de agrupación y acción social
en territorios de tiempo libre, trabajo, vida familiar y social.
Por medio de la observación participante y la intervención sociológica,
se registran los medios que dichos jóvenes tienen a su alcance para integrarse
de manera formal o informal a la sociedad, sus habilidades, capacidades,
obstáculos y debilidades. Se analizan las formas de participación colectiva
con base en medios y recursos propios, el fomento a dicha participación,
así como la orientación y el apoyo de las autoridades delegacionales a las
iniciativas juveniles en el campo de la cultura.
Con el objeto de entender su relación con las políticas sociales diseñadas
para la atención juvenil, realiza un diagnóstico sobre las formas de
agrupación que hacen en bandas juveniles, la localización de zonas más
violentas y su relación con la policía. Elige la Delegación Iztapalapa, donde
se estima una cifra de alrededor de 45 mil chavos banda, cuyas edades
oscilan entre 12 y 24 años de edad con predominio de varones, con un
promedio de 30 integrantes cada una.
Su principal actividad es compartir el tiempo libre y platicar en sus
barrios, colonias y unidades habitacionales donde “cotorrean en las
esquinas”, “espantan gente” y desarrollan un lenguaje original y extravagante
con códigos propios que se manifiestan no sólo en la forma de hablar sino
en el cuerpo, su forma de caminar y bailar, la vestimenta, los accesorios,
los peinados como sistema de moda y rasgos de su identidad. Se encuentra
una veta creativa que aparece en formas irregulares y diversas en su música,
sus letras, sus textos de poesía, su interpretación de tradiciones viejas y
nuevas, sus ganas de hablar y ser escuchados, sus formas de pensar y entender
la vida como percepción del mundo.

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El autor define lo popular como lo que está excluido, pues tal parece
que según la lógica moderna, a los sectores populares les corresponde sólo
el consumo final de los procesos creativos como la música, la literatura, el
cine, el video, la radio, la televisión. Por ello propone revalorar la creatividad
simbólica de la vida cotidiana y sus expresiones para que se le asigne el
lugar de una cultura común, para referirse a la creatividad simbólica, que
incluye multitud de formas de expresión y con la cual los jóvenes
humanizan, decoran y transforman en significados importantes sus espacios
de vida inmediatos, comunes, sus prácticas sociales, sus estilos personales
de vestir, sus gustos musicales, mediáticos, la decoración en la privacidad
de sus cuartos, sus rituales de enamoramiento y sus bailes. Ninguna de
estas actividades puede ser desdeñada por trivial o inconsecuente, ya que
en condiciones de cambio valorativo y crisis social su correcta interpretación
puede ser importante para apoyar la formación y sustentación de formas
más desarrolladas de identidad individual y grupal.
Su primer reto fue elegir la forma de acercarse a los jóvenes y por ello
los abordó en territorios de afinidad musical. Buscó el apoyo de la estación
radiofónica Estéreo Joven 105.7 FM del Instituto Mexicano de la Radio
(IMER) que transmitía rock mexicano, dado que éste desempeña un papel
importante en la vida diaria de los jóvenes. Se buscó la promoción de
grupos musicales y la realización de concursos juveniles para conjuntos de
jóvenes músicos no profesionales.
Circo Volador integra un equipo conformado fundamentalmente por
los jóvenes con los cuales se inicia una recolección y selección de materiales
muy diversos sobre la cultura popular juvenil. Surge de la necesidad sentida
de organizar lo que llaman una “democracia participativa” popular, la
organización autogestiva de las actividades culturales y el desarrollo plural
de los grupos sociales en relación con sus propias necesidades recreativas.
Consiguen en comodato un cine abandonado, al que acondicionan y
decoran como punto de reunión para ofrecer diversas actividades culturales.
El plan de trabajo comprendió tres proyectos, en primer lugar conocer
las habilidades juveniles en el trabajo, sus potencialidades y demandas en
el ámbito de su cultura compartida. En segundo lugar, recoger el cúmulo
extenso de materiales discográficos, fotos, poemas y grafitis para dejar
testimonio de las expresiones de la cultura popular juvenil. Se clasificó el

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material en archivos fono y fotográficos, publicaciones marginales,


temáticas, canciones, poesía y directorios. Posteriormente se presentó un
nuevo proyecto radiofónico para apoyar la profesionalización de los jóvenes
que participaban en el proyecto a través de la producción de un programa
llamado “El Túnel”, así como la organización de ciclos de video y talleres
de música y serigrafía.
En tercer lugar se realizó un sondeo para conocer el perfil de los jóvenes
mediante la aplicación de 403 cuestionarios y los resultados revelaron que
gastaban más en transporte, comida y diversión, en su mayoría el cine, la
televisión, los conciertos de rock y el futbol soccer.
Reportaron como lugares de reunión y convivencia más socorridos las
escuelas, la calle y las esquinas; en comunidad con sus amigos tienen en
orden de importancia “echar relajo”, reír, la escuela, la música, las fiestas,
la amistad y la diversión, vivir la vida, ser felices.
Actualmente y con el fin de acercarlos a su propio proceso de
conocimiento y reconocimiento se sigue recogiendo su experiencia musical,
su memoria escrita, se organizan eventos que permiten la difusión de sus
habilidades. Su meta es impulsar más proyectos de desarrollo social para
perfilar una política social que surja desde las bases de la sociedad.
En su tesis doctoral, Brian Levinson elige la producción cultural y la
diferencia social como eje analítico para conocer el discurso de igualdad
en una escuela secundaria en México. Bajo la consigna de Todos somos
iguales, que tanto jóvenes y los maestros endosan reconoce procesos de
igualdad/desigualdad en cuyo centro se negocian significados en la
formación de identidades. Examina algunas maneras en las cuales operan
la cultura y el poder para reconfigurar desigualdades de etnia, clase y género
a la luz del discurso de igualdad y con el objeto de describir el mundo
social en el que habitan. Realiza entrevistas a un grupo focal de veinte
alumnos entre 12 y 15 años, sus maestros y padres y describe el tráfico
entre significados populares e institucionales en la escuela y señala las
consecuencias que esto tiene para conformar el lugar que ocupan en la
vida local y nacional. En el centro de la discusión se encuentra la
reconceptualización del juego de la diferencia/desigualdad en la escuela y
en la sociedad y reporta que las identidades se articulan y rompen la cultura
escolar de la equidad en diferentes maneras, produciendo y reproduciendo

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dimensiones sociales e inequidades en la sociedad local y en los espacios


de socialización. El autor intenta una reformulación sobre la manera en
que las etnografías críticas han conceptualizado el juego de la diferencia,
en donde la llamada cultura escolar crea identificaciones comunes que
reconfiguran la diferencia y facilita el proyecto de hegemonía de Estado al
tiempo que genera contradicciones que lo ponen en peligro.

Estudios de género

Los estudios culturales observan las resistencias de ciertas culturas ante el


embate de otras en el ámbito de actividades, artefactos, música, arte, danza,
rituales y espacios en las luchas por la hegemonía sobre significados y
valores. Sin embargo, la mirada androcéntrica que en su inicio los definía,
asumía que las experiencias masculinas en torno a la cultura eran universales,
sin tomar en cuenta las diferencias entre mujeres y hombres.
Con el desarrollo del movimiento feminista en los setenta surgieron
algunos trabajos pioneros como el de Angela Mc Robbie. En 1978 publica
Jóvenes de clase obrera y la cultura de la femineidad y describe la cultura
común de las mujeres a la luz de una reflexión sobre género y relaciones de
poder, mostrando que éstas rebasan la cuestión de clase. Describe la cultura
como territorio de hegemonía masculina y analiza la reproducción y
organización de resistencias ante diversas situaciones que enfrentan hombres
y mujeres. Propone metodologías para ubicar el poder detrás de las
relaciones de género en lo que define como “construcciones apropiadas de
femineidad y masculinidad adolescente” (1978). Mientras que para ellas
involucra la idea de “atrapar a un chico” como parámetro de autoestima y
”buena reputación”, para ellos implica una preferencia por los deportes
agresivos y por las reuniones con sus amigos del mismo sexo.
En su artículo Cállate y baila examina las fiestas “rave”, vocablo que
significa delirio, desvarío, lugar de expansión de una subcultura del espacio
que resiste estereotipos románticos. Según la autora, el “rave” legitima el
abandono físico y la compañía de otros sin comprometer narrativas de
sexo y romance, al tiempo que favorece a grupos y amigos más que parejas

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o a quienes buscan una pareja en la fase pre-sexual y preedípica de la


adolescencia (1993:422).
La cultura mediática, subestimada anteriormente en los estudios sobre
el género, ocupa un lugar central en su análisis de la vida cotidiana de los
ciudadanos como portadores de prácticas culturales y sus significados con
impacto sobre los receptores. Como oferta recreativa preferente, refleja
estereotipos claves para el comportamiento y la socialización del género.
Afirma que a pesar del discurso sobre la igualdad, predominan en los medios
los hombres activos, propositivos, ejecutivos, que realizan trabajos
importantes, mientras que en la escena femenina dominan las amas de
casa, madres, objetos sexuales, sirenas o prostitutas, cuyo trabajo es poco
importante, escasamente valorado y frecuentemente invisible.
Posteriormente y con ayuda de las ideas postestructuralistas sobre
deconstrucción y resistencia, los discursos contradictorios y los significados
múltiples, se produjo un conjunto de investigaciones sobre los medios
como fuente de placer y como agente desestabilizador de ciertos estereotipos
de género. Tal es el caso del análisis de revistas femeninas Jackie y Sólo 17,
en Inglaterra, donde la misma autora codifica lo femenino tradicional e
identifica nuevos códigos de reconocimiento de ser mujer (1991).
Con énfasis en la producción cultural y la recolección de datos
etnográficos, revela niveles de compromiso de las mujeres en subculturas
femeninas como son la moda y el estilo de vida para delimitar territorios
que sugieren una lectura más abierta. Registra desde la segunda década de
los ochenta nuevos estereotipos como patrones de autonomía: la mujer
“moderna”, “independiente”, “estratégica”, en busca de un clima propicio
para negociar” y “salirse con la suya”. Al superarse los estereotipos de la
mujer sumisa, abandonada, desconfiada de sus congéneres, que representan
un peligro porque pueden robarse a su “amado”, se construyen alianzas
entre mujeres, sororidades, nuevas capacidades para enfrentar adversidades
como infidelidades o engaños. A ésta las llama “subjetividades en progreso”
insertas en espacios mediáticos que ofrecen alternativas de diálogo y de
respuesta, otrora restringidas y reducidas a una relación unidireccional.
Proponen así el intercambio de ideas y comentarios bidireccionales y
multidireccionalidades.

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En el caso de internet, se permite la deconstrucción de la identidad de


género en un diálogo anónimo, informal, autónomo, no estructurado, de
dos o más personas y como espacio alternativo proporciona espacios para
el empoderamiento en grupos solidarios, de apoyo en los chats y foros.
La autora utiliza el concepto “femineidades difusas” para ilustrar la
ruptura de patrones dicotómicos de “discursos femeninos” o masculinos”,
ya que existe un entrecruzamiento de mensajes desprovistos de género,
etnia, edad y clase social, que son liberadores, empoderantes, sobre derechos
humanos, justicia social, derecho al tiempo propio, que ya no tienen
etiquetas de exclusividad.
Parte de la búsqueda, ya no sólo de significados opresivos, sino de la
detección de rupturas, inconsistencias y posibilidades de negociación que
se generan en dichos espacios y afirma que la mirada feminista ha tenido
un gran impacto por los nuevos temas que ha introducido la agenda
mediática, como es la igualdad de oportunidades y la denuncia sobre la
desigualdad sexual. Incluso algunas mujeres se han visto liberadas de sus
roles tradicionales, cuestión que no ha sido igual en el caso de los varones,
ya que la transformación que ha experimentado la identidad femenina a
través de los mensajes mediáticos ha enriquecido las opciones de femineidad
para mejorar su condición de mujeres. Asegura que en el terreno de la
cultura ha habido una explosión discursiva en torno a lo que constituye la
femineidad y su relación ambigua con el feminismo, cuyos asuntos se
implantan en aquellas esferas tradicionales de lo femenino.
La metodología del análisis de contenido le permite la detección de
temas como la equidad y los derechos humanos, que se cristalizan en
igualdad de oportunidades, derecho al tiempo y al espacio propios.
Las revistas femeninas bajo análisis rechazan visiones acartonadas del
feminismo de antaño e imágenes fijas de lo “antifemenino” en donde no
cabe la experiencia que coloca el feminismo de un lado y la femineidad
del otro.
Detecta un proceso de democratización reflejado en un “trato entre
iguales”, en donde no existe más la dicotomía entre las que “saben” y las
que no “saben” o quienes son consideradas víctimas de la ideología
dominante, ya que ha ocurrido una nueva alineación horizontal entre

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feminismo y la experiencia vivida de la femineidad y sus representaciones


textuales que difuminan las fronteras entre el saber y el no saber.
Comprueba que es insuficiente el análisis de clase para el estudio crítico
de la cultura y la ideología en los medios de comunicación masiva, ya que
las relaciones de género han atravesado a la sociedad en su conjunto, y es
necesario rebasar la conceptualización monolítica del género en muchos
estudios que enfatizan la pasividad y el conformismo femenino. Advierte
la necesidad de detectar el nivel micrológico de la disputa y lo contestatario,
y por ello sugiere análisis sobre espacios para abandonar las consignas de
totalidad a favor de la búsqueda de lo específico.
Una visión de género menos optimista que ésta es la que plantea
Winship en su análisis de la revista Options, que apela a la ideología de la
supermujer, orientada a las mujeres lectoras de clase media, que todo lo
pueden. Ellas cumplen con una doble jornada que combina una carrera
en un mundo laboral dominado por varones y un mundo familiar
dominado por una ideología machista y sin embargo no logran incorporar
la colaboración de los varones en las tareas domésticas ni en el cuidado de
los hijos. La revista, en lugar de presentar opciones para la mujer en lo que
respecta a la incorporación masculina al trabajo doméstico y el cuidado de
los hijos y enfermos, promueve el consumo.
En ese mismo sentido Hebidge analiza estilos de vida configurados por
el género en su texto intitulado La sociología de lo sublime (1987), y El
estilo y su significado (1993). Afirma que vivimos en un mundo marcado
por relaciones de poder entre etnias, clases sociales, sexualidad y género y
en una sociedad de grupos “fijadores de estilos”. Los estudios
mercadológicos segmentan el mercado de género y describen recetas para
la mujer moderna, la adolescente sana, la niña precoz, la abuela contenta
y amorosa, etcétera. Además y a lo largo de las últimas décadas las han
bombardeado con imágenes de mujeres exitosas, luchadoras, sobrevivientes
en un contexto de “estilización de la vida”, como producto de un habitus
propio de la nueva pequeña burguesía que incluye en su seno a un conjunto
de profesionales de la mercadotecnia, la publicidad, especialistas de la moda,
los periodistas de la fuente, conglomerado que reinterpretan el concepto
gramsciano de intelectual orgánico ahora al servicio del consumo. Según
la autora, dicho grupo creció en tamaño e importancia, sobre todo desde

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los ochenta y se ha incrementado considerablemente debido a la centralidad


que ocupa la cultura de la representación simbólica en las imágenes
mediáticas corporales de salud, belleza y bienestar articuladas con ideas de
éxito y satisfacción.
En realidad, el análisis cultural aborda la textualidad del discurso de los
medios masivos de comunicación, como serie interrelacionada y
empalmada de textos, lo que puede producir una lectura que recoge y
responde a los nuevos modos de femineidad en la imagen o en el texto
escrito, aunque también es necesario comprender el complejo y competido
proceso social que acompaña la producción, la construcción y la
representación de nuevas imágenes. Al mirar no sólo los productos acabados
en los textos visuales y verbales, sino también las ideologías de grupos
profesionales que lo acompañan —psicólogos de la imagen, publicistas,
mercadólogos creadores de las condiciones y prerrequisitos de su
existencia—, nos alerta hacia cambios sociales más amplios, hacia
conexiones entre esferas anteriormente separadas como los medios y la
educación superior.
En el caso de las revistas femeninas, la femineidad emerge como categoría
menos rígida que propone nuevos temas, aunque todavía gira en torno a
la búsqueda de identidad —a través de modelos unificados de belleza— o
el logro del éxito —a través del consumo— o la búsqueda de valores como
son la armonía, el equilibrio y la felicidad.
Conviven más subjetividades en un nuevo vocabulario de lo femenino,
mayor autoestima, autonomía, pero también existe la presión a ser
físicamente perfecta como prerrequisito para el éxito en el amor como
equivalente de la felicidad. Esto revela un cambio en el foco de atención
sobre la mujer que ya no está al servicio de los demás, sino que se contempla
a sí misma o se imagina contemplada por otras mujeres, en su capacidad
egocéntrica de perfeccionar su imagen por medio de cirugías reconstitutivas,
ejercicios, dietas y otras disciplinas modificadoras del cuerpo. Por ello se
construye una nueva definición de lo femenino, como un ser centrado en
sí mismo, egoísta, empoderante y empoderada y con ello puede reconstruir
la autoestima, como la promesa de “iniciar una vida nueva”, adquirir un
cuerpo nuevo más bello y esbelto, separarse de su pareja o familia, iniciar
un trabajo, estudiar. El mito de la belleza moderno se construye, según Naomi

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Wolf, cuando la esclavitud de la mujer romántica se cambia por la esclavitud


de la mujer superdotada que se “mira el ombligo” y se define a partir de lo
que consume. Resulta paradójico el hecho de que muchas mujeres hayan
conquistado la igualdad en muchos terrenos de la vida privada y pública y
que sin embargo, la publicidad y la mercadotecnia hayan logrado en gran
medida controlar sus deseos y necesidades representando para ellas el mito
de la belleza que reduce sus posibilidades a un concepto homogéneo vinculado
con ideas de “perfección y éxito” (1990:10).
Es cierto que el análisis sobre representaciones de poder en el control
de las imágenes culturales ha recibido atención prioritaria en los medios
audiovisuales, cuya mediación diluye fronteras de clase y géneros. Por ello
se encuentran valores transgresores en las páginas de los medios impresos
y electrónicos, al ofrecer a ellas espacios para el diálogo, intercambio de
ideas, posibilidades de apoyo y solidaridad. Tal es el caso de la radio que
ofrece anonimato en la identidad de género, clase social, etnia, edad y
apariencia y la red que permite además otros espacios de interacciones
horizontales de género a través de la retroalimentación que ofrecen las
revistas femeninas en línea, el correo electrónico, el chat y los foros
(Guzmán, 2003).
En otros lugares, Cara Aichison y Fiona Jordan analizan las manifes-
taciones del género en torno a la imagen corporal articulada a la salud y la
identidad femeninas en el eje consumo de revistas/prácticas turísticas, donde
predominan disciplinas del cuerpo que permiten comprender lo que ellas
llaman la tríada género-generación-turismo. Afirman que existe poco
reconocimiento del papel que dicha relación ha desempeñado en el
consumo productivo del cuerpo hegemónico en ámbitos recreativos y en
el habitus del turista, desde su preparación hasta el momento mismo en
que configura trayectorias, rutinas, vestimenta, accesorios, alimentos, edad,
estilo y gusto (2001).
Sus observaciones permiten cuestionar las construcciones idealizadas
del cuerpo femenino como fenómeno expansivo que conforma identidades
de lugares y gente, configurando una tipología de mujeres y hombres con
influencias muchas veces devastadoras sobre el público consumidor.
Mediante el análisis de cincuenta revistas femeninas y grupos focales de
mujeres exploran prácticas de tiempo libre turísticas que restringen la

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imagenología al cuerpo juvenil esbelto, bronceado como excluyentes por


generación, etnia y clase social.
Firth y Gleeson exploran vínculos entre medios de comunicación
electrónica e historias femeninas que comparten la preocupación por
rescatar a mujeres jóvenes de la depredación sexual por medio de una
vestimenta “protectora”. Recrean discursos sobre ocultamiento y simulación
de la figura femenina frente a la atención sexual no deseada y las diversas
presiones sobre las maneras de vestirse (2001).
Revisan las repercusiones que lo anterior ha tenido en los intentos
juveniles por desarrollar una identidad propia, madura y de la apariencia
como lugar de negociación sobre la consolidación de identidades adultas,
la autonomía y el control que éstas implican.
Abordan las tensiones entre metas adultas y juveniles como proyectos
de identidad en colisión, ya que algunos jóvenes interpretan el discurso
de protección como estrategia para prevenir o retrasar la autonomía
mediante la represión en el atuendo. El tiempo que se invierte en el
consumo de moda se vuelve arena de lucha por el control y la definición
de la identidad y se articula con otros aspectos relevantes como son la
“antimoda”, mediante la aplicación de maquillaje, accesorios, uso de
adornos y accesorios de la apariencia como emblemas alternativos y modelos
de identificación.
Reportan el éxito de la revista Cuerpos de celebridades, lanzada en 2001
en Gran Bretaña, en donde se estimula la preparación y domesticación de
los cuerpos mediante una disciplina reductiva de dietas y ejercicio como
valores transclasistas. Su columna llamada “vidas ejemplares,” ya no registra
vidas de santas, místicas o estadistas sobresalientes, sino celebridades
mediáticas como Jennifer Aniston de la serie televisiva “Friends” y Geri
Haliwell, ex integrante del grupo de las “Spice girls”, quienes en menos de
dos meses redujeron tallas. Así se las convierte en panaceas de un grupo
importante de mujeres que no tardaron en solicitar una reedición del primer
número, haciendo caso omiso de las sanciones impuestas a la revista por el
Ministerio de Salud por promover conductas que pueden incitar a
trastornos alimentarios.
Sin connotaciones morales de por medio, Fiske explora la cultura del
alcohol en Suecia, Australia y Gran Bretaña como práctica de género.

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Entrevista a dos mil hombres y mujeres para documentar patrones en las


maneras de beber, su situación familiar y el contexto social. Encuentra
que la edad y el estado civil son criterios importantes para discriminar a las
mujeres y estigmatizarlas. Define a la cantina australiana como un territorio
libre entre la casa y el trabajo, en donde el hombre restaura su masculinidad
y su condición de ser humano. Se trata de un espacio para las relaciones
temporales, “libres” o espontáneas u ocasionales a diferencia de las relaciones
estables en el hogar y como oportunidad para las relaciones simétricas,
distintas a las condiciones asimétricas del trabajo (1989).
Davis por su parte, muestra en su estudio sobre la clase obrera en la
ciudad inglesa de Manchester, que la cantina es espacio de relajación y
esparcimiento para los varones y para las mujeres lugar de exclusión por
género, tiempo y dinero, ya que ellas deben asegurar el gasto doméstico y
aunque gustan de beber y apostar, pasan la mayor parte del tiempo en
reuniones familiares, con vecinos o amigos. Rechaza la dicotomía rudo/
respetable como estereotipo diferencial de género en dichos espacios y
más bien se encuentra condicionada por la pobreza y la importancia
arrolladora de las divisiones por género, el ciclo vital y generación (1992).
Constata lo anterior un estudio en supuestos territorios con discursos sobre
igualdad de género, como son los bares universitarios en Australia, ya que
en ellos, el billar mantiene cierta territorialidad en la asignación de espacios
exclusivamente masculinos, por medio de prácticas de hostigamiento
sexual, burlas y apodos dirigidos hacia las mujeres que insisten en participar.
Existen también trabajos que analizan los centros comerciales como
lugares para el esparcimiento, sustitutos de parques y jardines en donde se
consume, se miran aparadores, se acude al cine. Son espacios seguros que
se visitan no sólo en fines de semana sino entre jornadas de trabajo
doméstico o asalariado. En ellos las mujeres construyen identidades propias
a partir de la creatividad en la observación y registro de nuevas modas en
aparadores y fuera de ellos, en la detección y elección de una moda a su
gusto que combina atuendos y accesorios para ellas y para sus familias.
Más que seguir definiéndolos como espacios de consumo y alienación, se
analiza el potencial creativo, imaginativo y propositivo para la construcción
de una cultura de género poco explorada, por contar con las connotaciones

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negativas vinculadas con la superficialidad, el consumismo y la enajenación


(Fiske, 1987:99).

Colofón

Este artículo se propuso hacer un recorrido a través de los estudios pioneros


de la corriente que tuvo su origen en Inglaterra y que se conoce con el
nombre de “Cultural Studies” o estudios culturales. Se describieron las
principales influencias y rupturas que a lo largo del tiempo experimenta la
construcción teórica y metodológica de su objeto de estudio, con predominio
en el análisis de trabajos producidos en Gran Bretaña y algunos trabajos que
aplican la teoría y metodología a la realidad mexicana. Por último se
presentaron las investigaciones que contemplan la perspectiva de género
para discutir categorías que ayudan a clarificar diferencias y asimetrías, así
como espacios para la creatividad y el empoderamiento femenino.

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