Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
En Occidente nos encontramos, por ejemplo, con las llamadas Collationes del Aven-
tino es decir las reuniones que tuvo san Jerónimo con una comunidad de mujeres asce-
tas romanas que, poseyendo una amplia cultura y sintiendo un gran interés por la Pala-
bra de Dios, le pidieron que les enseñase el hebreo y las dejara colaborar en su trabajo
de traductor y exegeta. Jerónimo limitaba su investigación a la anotación de las diversas
lecturas presentes en los códices y dejaba a sus discípulas que decidieran después de
analizar, confrontar y dialogar cuál era la interpretación preferible. Esto les planteaba no
raras veces interrogantes que las conducían a extender su examen y cotejo al resto del
texto sagrado, haciendo su lectura más amplia y profunda, como se acostumbraba en los
monasterios pacomianos, y aumentando a la vez su conocimiento y su amor por las Sa-
gradas Escrituras.
No podemos dejar de citar para concluir este rápido recorrido la Regula Benedicti:
“Si se trata de tiempo en que no se ayuna, después de levantarse de la mesa
siéntense todos juntos, y uno lea las Colaciones o las Vidas de los Padres o algo
que edifique a los oyentes… Si es día de ayuno, díganse Vísperas, tras un corto
intervalo acudan enseguida a la lectura de las Colaciones, como dijimos. Lean
cuatro o cinco páginas o lo que permita la hora, para que dentro de ese tiempo
de lectura puedan reunirse todos, porque quizás alguno estuvo ocupado en
cumplir algún encargo, y todos juntos recen Completas”.
Existía en las abadías medievales una costumbre, una vez al día en algunas y en
otras, por ejemplo Cluny y Farfa, dos veces y en dos lugares diferentes, la comunidad se
reunía para la collatio, un rito a la vez solemne y familiar, que consistía en escuchar una
conferencia dada por el abad y conversar con los hermanos sobre las Sagradas Escritu-
ras.
III. 1. La primera collatio se realizaba por la mañana, en el claustro, antes del traba-
jo manual, era una conferencia de carácter teológico, espiritual y formativo, un sermón
monástico, dirigido por el superior, que solía versar sobre el libro que se leía en el refec-
torio durante las comidas, con el objeto de ayudar a los monjes a crecer en la fe, la espe-
ranza y la caridad, ayudándolos a escuchar la Palabra y a introducirse más profunda-
mente en la meditatio Scripturae, su memorización e interiorización en la ruminatio.
Según la Regula Benedicti, caps. II y LXIV, el abad tenía como una de sus primeras
obligaciones el encargo de enseñar, su paternidad se ejercitaba principalmente a través
de la doctrina o ciencia espiritual que él participaba a sus monjes en estas collationes,
conferencias, y en los coloquios personales. Por ejemplo los Ecclesiastica Officia de los
cistercienses en el capítulo 70 describen el desarrollo de esta observancia dando la si-
guiente indicación: “... el lector se inclinará y presentará el libro (generalmente la Re-
gla) al abad. El abad lo tomará y lo comentará o también hará una señal para llevarlo a
otro. El lector le mostrará el pasaje que debe comentar, después volverá a su puesto”. En
ciertos días de fiesta del año litúrgico, particularmente durante las solemnidades, el abad
en lugar del acostumbrado comentario a la Regla daba un sermón, por eso se las llamaba
“festividades de los sermones”.
III. 2. La segunda collatio solía tener lugar por la tarde al final del trabajo, o des-
pués de vísperas, como lo recuerdan Ekkehard IV de San Galo y Honorio de Autun, o
después de la cena. Según el horario de la Regularis Concordia, en invierno debía reali-
zarse a las dieciocho horas y en verano a las diecinueve y treinta horas, siempre después
del cambio de zapatos.
El lugar podía ser el mismo donde se había trabajado, por ejemplo debajo de un ár-
bol, en un taller, en el scriptorium -lugar de la scriptio divina-, como cuenta Ekkehard,
en el mandatum, que en algunos lugares era llamado por eso “galería de la lectura” o
“de la colación”, o en cualquier otro sitio en el que todos pudieran sentarse en torno al
superior para realizar la collatio, “un diálogo en que intervienen diversos interlocutores,
bajo la dirección de un anciano de autoridad reconocida, que dirige los debates y resume
las conclusiones”.
Eran collationes de Scripturis porque tenían por tema un texto de la Escritura, aun-
que también podía tratarse de otro tomado de la Liturgia, la Regla, o algún escrito pa-
trístico, en cuanto colaboraban en la meditación del texto sagrado. En todos los casos el
lector designado, que podía ser un monje o un niño oblato, ponía primero el pasaje que
iba a leer ante los ojos del superior para que este pudiera preparar su comentario, des-
pués lee dos o tres versículos, hasta que el abad le detiene con una formula tomada de la
liturgia de Maitines: el Tu autem, después del cual, el padre de la comunidad o aquel
que ha sido delegado por él explica brevemente la lectura.
Luego los monjes se exponían recíprocamente lo que habían leído y aprendido de la
rumia de las Escrituras durante la jornada, e incluso las dificultades que les había plan-
teado algún texto difícil. Las aportaciones y explicaciones de los unos eran confrontadas
con las de los otros, de este modo todos recibían luz y cada uno se enriquecía con la
contribución del otro. Texto y lector-lectores se interpelaban mutuamente. Cada uno rea-
lizaba un doble parangón o cotejo de la propia meditatio, comprensión e interpretación,
con la de los otros y ambas con la Palabra de Dios. Las autoridades que resolvían en
última instancia los problemas “hermenéuticos” eran fundamentalmente dos: la Sagrada
Escritura y la Tradición de los Padres.
III. 3. En la collatio los monjes aprendieron a matizar sus propias ideas expresándo-
las no sólo en función de sí mismos, sino también de los demás. Bernardo de Monte Ca-
sino, abad del siglo XIII, comentando la Regla escribe que “dialogando juntos, cada uno
expresa su propio pensamiento. Así, con frecuencia se esclarecen muchas dudas sobre la
Escritura”.
Propuesta como escucha y búsqueda en común, la collatio era la aportación, incluso
dialéctica, de los participantes en la lectio comunitaria para acoger, comprender y asimi-
lar la Palabra de Dios. Constituyendo así un tiempo fuerte de la vida fraterna de los
monjes, de comunión en las cosas de Dios y de recíproca edificación en el camino de la
fe. Los monjes se ayudaban mutuamente a escuchar y obedecer la voz de Dios que les
hablaba en las lecturas que oían y cantaban en el Opus Dei, saboreaban en la lectio divi-
na y reconocían en los acontecimientos de la propia existencia comunitaria y personal.
Esto es confirmado por el testimonio del cisterciense del siglo XIII Santiago de Vitry
quien cuenta que los monjes, “después de haber observado el silencio durante casi toda
la jornada, dedican comunitariamente una hora a la collatio espiritual, en la que se dan
recíprocamente consuelo e instrucción” y “hablan entre si temas que les encienden en
amor de Dios y les confortan en el camino del bien”.
III. 4. La collatio era una forma de lectio divina en sentido amplio porque casi
siempre partía y se alimentaba de una lectura concreta, predominando la actitud de aten-
ción y escucha ante el que lee o comenta lo leído. Para algunos expertos era la misma
lectio hecha de manera comunitaria, en la cual a la escucha de la Palabra del Señor se-
guía la resonancia, el compartir y confrontar amistosamente aquello que cada uno había
gustado y comprendido. “La collatio debe nutrirse de la Sagrada Escritura y reflejar una
experiencia personal de vida interior. No pide alardes de erudición, pero tampoco le bas-
tan simples efusiones de devoción”. Los riesgos siempre presentes “de la palabrería, de
la puerilidad o del sentimentalismo” se evitaban con la referencia objetiva, rigurosa y
deliberada a la lectio del texto bíblico y a las verdades provenientes de su meditatio.
Lectio y collatio eran mutuamente complementarias. La collatio presentaba como
aspecto específico el carácter dialógico-coloquial, en una doble dirección: vertical y ho-
rizontal, hacia Dios y hacia los hermanos. Diálogo interpersonal, recíprocamente edifi-
cante y fraterno. Coloquio de tipo estrictamente teológico-espiritual, en el que se ponían
en común la escucha y la respuesta a la Palabra, esta última basada en la misma Escritu-
ra, se compartían las experiencias individuales y las interpretaciones obtenidas al con-
tacto con el texto sagrado, contrastándolas con las de los otros monjes. Conversación en
la que cada participante era libre de exponer lo que el texto sagrado, leído y saboreado
en la intimidad de la lectio le había sugerido: paralelos, reminiscencias, ideas, símbolos,
sentimientos, propósitos y preguntas, lo que redundaba en estímulo, edificación y enri-
quecimiento de todos. Dom Jean Leclercq lo sintetiza diciendo que la collatio era:
“una conversación en común, en la que, con vistas a una clarificación recíproca,
se discutía un problema espiritual, las más de las veces acerca de una dificultad
planteada por un pasaje de la Escritura, esta conversación se consideraba un
complemento útil -según algunos hasta necesario- de la lectio divina”.
Esmaragdo, monje del siglo IX, comentando el capítulo XLII de la Regula, median-
te tres términos muy ricos de significado, tanto por lo que dicen cuanto por lo que per-
miten suponer, nos ofrece una descripción metodológica, espiritual y teológica magnífi-
ca de la collatio.
La collatio era collocutio, diálogo enriquecedor de carácter cultural y espiritual,
confabulatio, conversación fraterna que construía y edificaba la comunión mutua y la
amistad espiritual, y confessio, aportación o contribución proveniente de un testimonio
o experiencia personal, que iba de lo teologal a lo teológico. Y anota, como de paso, que
“enseña la disponibilidad para aprender”, aprender en comunidad, en compañía de los
demás y por medio de ellos.
El tema es, como pudimos apreciar en los testimonios anteriores, siempre la Sagra-
da Escritura, las divinae Scripturae, y aquellas verdades que se encuentran en el orden
de la fe revelada, en tono a las cuales unos intervienen con interrogationes y otros con
congruae responsiones. Cuestiones planteadas para entender algo que no siendo aún
entendido, puede serlo porque es entendible, es decir, inteligible, verdadero.
El resultado de esta obra común, de este compartir y de esta contribución es que las
cosas occultae se hacen perspicuae. Por eso escribe el abad de Saint Mihiel en su Dia-
dema monachorum:
“La lectio aporta instrucción, la collatio consigue un conocimiento más profun-
do. Por eso la collatio es más provechosa que la lectio ya que aumenta nuestros
conocimientos: en efecto, con las preguntas que se plantean se ahuyenta la du-
da, y, mediante las objeciones (clarificadas), se demuestra la verdad frecuente-
mente oculta. Lo que a la simple lectura le resulta oscuro y dudoso, se aclara
mediante la collatio”.
El fin que pretendían los participantes en el coloquio no era otro que ayudarse mu-
tuamente a resolver los problemas que el texto bíblico planteaba: qué significaba tal o
cual vocablo, cómo debía interpretarse determinado pasaje, cuál era el o los sentidos del
texto. El objetivo primero de la collatio era entender, con la ayuda de la razón, lo que se
creía y aceptaba por la fe, y para eso no bastaba sólo con oír la respuesta del otro, había
que apropiársela para entenderla.
Esmaragdo agrega un nuevo elemento a tener en cuenta: “como la collatio instruye,
así la contentio destruye”. Si “degenera en disputa (disputatio)”, entonces “se pierde el
interés por la verdad, surgen las discusiones, y la polémica de palabras llega a ser ofensa
de Dios”. O en palabras de san Bernardo de Claraval: “se investiga de manera más dig-
na, se halla más fácilmente la verdad, por la oración que por la disputa”.
El diálogo se convierte en un juego dialéctico o una polémica, se busca más la vic-
toria que la unanimidad, se prefiere tener razón en vez de ponderar las razones del otro
y compartir las propias, se trata en última instancia de una estrategia para lograr impo-
ner la propia opinión o la decisión arbitraria de la voluntad propia, porque se ha perdido
su esencial referencia a la verdad. Como afirma un filósofo argentino contemporáneo:
“La palabra, el logos, el verbo, lo que nos reúne, aquello que nos da sentido no
es sino la verdad. La verdad no es sino la realidad. Todo diálogo, para que sea
tal, es decir, para que sea real, debe darse desde la verdad…el diálogo es nues-
tra humana profesión. Esta se realiza el ámbito de la verdad”.
Una verdad que es objetiva y eterna, aunque nuestro acceso a ella sea subjetivo y
temporal, es decir siempre parcial. Los medievales siendo concientes de que no estaban
en posesión de la verdad total, y de que ella los trascendía, creaba, liberaba y contenía,
se sabían sus amantes buscadores. Guerrico de Igny, que llamaba al monasterio “schola
philosophia christianae”, decía: “la inteligencia se le dará al que tiene amor a la Palabra
y se le dará en abundancia; al contrario, al que no la ama, le será quitado hasta lo que
conoce con sus capacidades naturales, por su negligencia”.
Opuesta a la disputatio, la contentio y a la artificiosa subtilitas, la collatio buscaba
con el auxilio de la razón una mejor inteligencia de la Sacra Scriptura, perseguía el inte-
llectus fidei partiendo del auditus fidei. Es oportuno destacar que entre la collatio mo-
nástica y la disputatio escolástica encontramos cierta continuidad y ruptura. El espíritu
que las animaba era el mismo, el fides quaerens intellectus anselmiano, por eso pode-
mos afirmar que el método de investigación es idéntico. En palabras del Padre M.-D.
Chenu, op:
“La función científica (de la teología) le es necesaria a la arquitectura espiritual
y temporal de una cristiandad - así fue como triunfó en el siglo XIII-, pero sólo
puede realizarse plenamente si continúa siendo evangélica, portadora de la Pa-
labra de Dios como mensaje, frecuentando asiduamente a los testigos antiguos,
resistiéndose a objetivar el misterio en un cientificismo inconsciente, conser-
vando la libre intimidad de la fe en medio de las explicaciones más rigurosas”.