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La actualidad metodológica de la collatio monástica medieval

Pedro Edmundo Gómez, osb

En estas jornadas sobre la actualidad del pensamiento medieval traemos a colación


un tema paradójicamente actual y olvidado: la collatio monástica. Decimos “actual” en
cuanto parece responder a la necesidad y al deseo de nuestros contemporáneos de: diá-
logo, intersubjetividad, búsqueda comunitaria, conversación fraterna, coparticipación
espiritual, grupos de reflexión-acción, comunidades de investigación o de virtudes, par-
ticipación dialógica en el cultivo-transmisión del saber y racionalidad dialógica-comu-
nicativa, para intentar superar el subjetivismo, el individualismo, el solipsismo, el rela-
tivismo, el escepticismo, el fundamentalismo y el fanatismo. El jesuita Michel Olphe-
Galliard hablando desde la perspectiva de la religiosidad y de la espiritualidad señalaba:
“Como conversación, está lejos de haber caído en desuso. Asistimos, por el
contrario, a un renacimiento del interés por ella y por su método. Este rejuvene-
cimiento de las Collationes Patrum se explica por la necesidad que se siente de
una religión más personal… y es signo de la evolución que lleva a los cristianos
a reunirse en comunidades espirituales”.

Pero es una cuestión olvidada, histórica y metodológicamente, desde la perspectiva de la


teología y del pensamiento en general. Si bien se trata de una añeja observancia monás-
tica, heredada de la época patrística y manifestada por una multiplicidad de testimonios,
en ella vemos un ejemplo de cómo operaba el método teológico medieval: el “fides
quaerens intellectum” anselmiano, la fe que busca entender el dato revelado con la ayu-
da de la razón. Método especialmente utilizado por aquella teología, heredera de la gran
tradición gnóstico-sapiencial de la patrística y fuertemente modelada por la celebración
de la liturgia y la práctica de la lectio divina, que Dom Jean Leclercq, osb denominara
“monástica” para distinguirla de la “escolástica”.
Además en la collatio encontramos reunidas la via inventionis, el método de inves-
tigación o descubrimiento de la verdad, y la via expositionis, el método de exposición o
comunicación del conocimiento. Intentaremos mostrar su “actualidad” desde su “poten-
cialidad” metodológica. Comenzamos acercándonos al término collatio, para que él nos
remita a la realidad significada.

I. El término collatio y sus diversos significados

En el idioma español usamos la palabra colación para referirnos al acto de conferir


un grado académico o eclesiástico, al cotejo que se hace de una cosa con otra, al alimen-
to que se consume entre las comidas habituales, a la comida ligera que se acostumbraba
a tomar de noche los días de ayuno, a la cena compartida en la que todos contribuyen y
todos comparten, a la refección de dulces o fiambres con que se obsequia a un huésped
o se celebra un suceso, y a la conferencia o conversación que tenían los monjes sobre
temas espirituales.
Nuestra palabra colación proviene del vocablo latino collatio y este de collatus, un
participio de conferre, que remite a cola, reunión, relación, comparación, por lo que en-
cierra una muy interesante diversidad conexa de significados.
Connota la operación fundamental en torno al paso de lo concreto a lo abstracto,
ubicada en el encuentro mismo de lo sensible con lo inteligible, la armónica unidad en
la diversidad, el hen panta heraclitiano. Y denota la agregación, reunión (Plautus, Eu-
gippius); la contribución, tributo o subsidio que se imponía (Titus Livius); la ofrenda
hecha a los emperadores (Plinius); la reunión de escritos, instrumentos o piezas para su
comparación, cotejo o paralelo (Tullius Cicero, Hirtius, Quintilianus, Hilarius) con el
original a fin de asegurar su conformidad (Codex Justinianus) y el resultado mismo de
tal examen crítico; el símbolo o colección de todos los puntos de la doctrina católica
(Cassianus); el choque o reencuentro de los ejércitos (Tullius Cicero); la participación
del individuo en una obra colectiva de suerte que cada uno se beneficia de la aportación
de los otros, la conferencia, deliberación, discusión (Augustinus, Cyprianus, Cassianus),
pero sobre todo la conversación, el mutuo verterse; y finalmente la lectura hecha por los
monjes a horas fijas, sobre todo después de comer (Benedictus). Esta última acepción
nos hace entrar en el ámbito monástico.
II. La collatio monástica medieval heredada de la época patrística

Al oír la palabra collatio en seguida se piensa en las famosas Collationes o Confe-


rencias de san Juan Casiano que si bien son una creación literaria nos dan a conocer la
estructura, el objeto y el espíritu de las reales conferencias espirituales de los monjes
antiguos. Pero encontramos también otras referencias a esta práctica en Oriente desde
los orígenes mismos del monacato. En la Vita Antonii escrita por san Atanasio de Ale-
jandría leemos:
«Un día en que él salió, vinieron todos los monjes y le pidieron una conferen-
cia. El les habló en lengua copta como sigue: “Las Escrituras bastan realmente
para nuestra instrucción. Sin embargo, es bueno para nosotros alentarnos unos a
otros en la fe y usar de la palabra para estimularnos. Sean, por eso, como niños
y tráiganle a su padre lo que sepan y díganselo, tal como yo, siendo el más anti-
guo, comparto con ustedes mi conocimiento y mi experiencia”».

Un texto de la koinonía pacomiana nos dice: “Desde los principios, acostumbraban


todos los días por la tarde, después del trabajo y la refección, sentarse juntos y discutir
sobre las Escrituras”.
En el Prólogo de la Regula Basilii encontramos esta indicación:
“… es necesario que nosotros, a quienes se ha encomendado el ministerio de la
palabra, en todo tiempo estemos preparados y dispuestos para la instrucción y
perfección de las almas. Algunos puntos acerca de los preceptos del Señor, de-
bemos testimoniarlos a todos juntos, en el auditorio de la iglesia; otros debemos
exponerlos más en privado a aquellos que han alcanzado una mayor perfec-
ción…”.

Y después de exhortar a quienes quieren buscar y preguntar acerca de la verdad de la fe


a la meditación-estudio de la Palabra de Dios agrega:
“Si, pues, alguno de ustedes juzga que le falta ciencia, expóngalo en la búsque-
da común; si aparece algo difícil u oculto, es más fácil que se esclarezca cuando
varios están conversando juntos, ya que sin duda Dios concede a los que buscan
la gracia de encontrar…Así como a nosotros nos urge la necesidad, y pobre de
mí sino evangelizara, también ustedes corren un peligro semejante si dejan de
interrogar y buscar…”.
También en una de sus Cartas da los siempre necesarios consejos prácticos para partici-
par fructuosamente en la collatio:
“Hablar con conocimiento del tema; preguntar sin ánimo de discutir; responder
sin arrogancia; no interrumpir al que habla si dice cosas útiles; no intervenir por
ostentación; ser moderado en el hablar y en el escuchar; aprender sin avergon-
zarse de ello; enseñar sin buscar ningún interés; no ocultar lo que se ha aprendi-
do de otros”.

En Occidente nos encontramos, por ejemplo, con las llamadas Collationes del Aven-
tino es decir las reuniones que tuvo san Jerónimo con una comunidad de mujeres asce-
tas romanas que, poseyendo una amplia cultura y sintiendo un gran interés por la Pala-
bra de Dios, le pidieron que les enseñase el hebreo y las dejara colaborar en su trabajo
de traductor y exegeta. Jerónimo limitaba su investigación a la anotación de las diversas
lecturas presentes en los códices y dejaba a sus discípulas que decidieran después de
analizar, confrontar y dialogar cuál era la interpretación preferible. Esto les planteaba no
raras veces interrogantes que las conducían a extender su examen y cotejo al resto del
texto sagrado, haciendo su lectura más amplia y profunda, como se acostumbraba en los
monasterios pacomianos, y aumentando a la vez su conocimiento y su amor por las Sa-
gradas Escrituras.
No podemos dejar de citar para concluir este rápido recorrido la Regula Benedicti:
“Si se trata de tiempo en que no se ayuna, después de levantarse de la mesa
siéntense todos juntos, y uno lea las Colaciones o las Vidas de los Padres o algo
que edifique a los oyentes… Si es día de ayuno, díganse Vísperas, tras un corto
intervalo acudan enseguida a la lectura de las Colaciones, como dijimos. Lean
cuatro o cinco páginas o lo que permita la hora, para que dentro de ese tiempo
de lectura puedan reunirse todos, porque quizás alguno estuvo ocupado en
cumplir algún encargo, y todos juntos recen Completas”.

III. La collatio monástica medieval manifestada por una multiplicidad de testimo-


nios

Existía en las abadías medievales una costumbre, una vez al día en algunas y en
otras, por ejemplo Cluny y Farfa, dos veces y en dos lugares diferentes, la comunidad se
reunía para la collatio, un rito a la vez solemne y familiar, que consistía en escuchar una
conferencia dada por el abad y conversar con los hermanos sobre las Sagradas Escritu-
ras.

III. 1. La primera collatio se realizaba por la mañana, en el claustro, antes del traba-
jo manual, era una conferencia de carácter teológico, espiritual y formativo, un sermón
monástico, dirigido por el superior, que solía versar sobre el libro que se leía en el refec-
torio durante las comidas, con el objeto de ayudar a los monjes a crecer en la fe, la espe-
ranza y la caridad, ayudándolos a escuchar la Palabra y a introducirse más profunda-
mente en la meditatio Scripturae, su memorización e interiorización en la ruminatio.
Según la Regula Benedicti, caps. II y LXIV, el abad tenía como una de sus primeras
obligaciones el encargo de enseñar, su paternidad se ejercitaba principalmente a través
de la doctrina o ciencia espiritual que él participaba a sus monjes en estas collationes,
conferencias, y en los coloquios personales. Por ejemplo los Ecclesiastica Officia de los
cistercienses en el capítulo 70 describen el desarrollo de esta observancia dando la si-
guiente indicación: “... el lector se inclinará y presentará el libro (generalmente la Re-
gla) al abad. El abad lo tomará y lo comentará o también hará una señal para llevarlo a
otro. El lector le mostrará el pasaje que debe comentar, después volverá a su puesto”. En
ciertos días de fiesta del año litúrgico, particularmente durante las solemnidades, el abad
en lugar del acostumbrado comentario a la Regla daba un sermón, por eso se las llamaba
“festividades de los sermones”.

III. 2. La segunda collatio solía tener lugar por la tarde al final del trabajo, o des-
pués de vísperas, como lo recuerdan Ekkehard IV de San Galo y Honorio de Autun, o
después de la cena. Según el horario de la Regularis Concordia, en invierno debía reali-
zarse a las dieciocho horas y en verano a las diecinueve y treinta horas, siempre después
del cambio de zapatos.
El lugar podía ser el mismo donde se había trabajado, por ejemplo debajo de un ár-
bol, en un taller, en el scriptorium -lugar de la scriptio divina-, como cuenta Ekkehard,
en el mandatum, que en algunos lugares era llamado por eso “galería de la lectura” o
“de la colación”, o en cualquier otro sitio en el que todos pudieran sentarse en torno al
superior para realizar la collatio, “un diálogo en que intervienen diversos interlocutores,
bajo la dirección de un anciano de autoridad reconocida, que dirige los debates y resume
las conclusiones”.
Eran collationes de Scripturis porque tenían por tema un texto de la Escritura, aun-
que también podía tratarse de otro tomado de la Liturgia, la Regla, o algún escrito pa-
trístico, en cuanto colaboraban en la meditación del texto sagrado. En todos los casos el
lector designado, que podía ser un monje o un niño oblato, ponía primero el pasaje que
iba a leer ante los ojos del superior para que este pudiera preparar su comentario, des-
pués lee dos o tres versículos, hasta que el abad le detiene con una formula tomada de la
liturgia de Maitines: el Tu autem, después del cual, el padre de la comunidad o aquel
que ha sido delegado por él explica brevemente la lectura.
Luego los monjes se exponían recíprocamente lo que habían leído y aprendido de la
rumia de las Escrituras durante la jornada, e incluso las dificultades que les había plan-
teado algún texto difícil. Las aportaciones y explicaciones de los unos eran confrontadas
con las de los otros, de este modo todos recibían luz y cada uno se enriquecía con la
contribución del otro. Texto y lector-lectores se interpelaban mutuamente. Cada uno rea-
lizaba un doble parangón o cotejo de la propia meditatio, comprensión e interpretación,
con la de los otros y ambas con la Palabra de Dios. Las autoridades que resolvían en
última instancia los problemas “hermenéuticos” eran fundamentalmente dos: la Sagrada
Escritura y la Tradición de los Padres.

III. 3. En la collatio los monjes aprendieron a matizar sus propias ideas expresándo-
las no sólo en función de sí mismos, sino también de los demás. Bernardo de Monte Ca-
sino, abad del siglo XIII, comentando la Regla escribe que “dialogando juntos, cada uno
expresa su propio pensamiento. Así, con frecuencia se esclarecen muchas dudas sobre la
Escritura”.
Propuesta como escucha y búsqueda en común, la collatio era la aportación, incluso
dialéctica, de los participantes en la lectio comunitaria para acoger, comprender y asimi-
lar la Palabra de Dios. Constituyendo así un tiempo fuerte de la vida fraterna de los
monjes, de comunión en las cosas de Dios y de recíproca edificación en el camino de la
fe. Los monjes se ayudaban mutuamente a escuchar y obedecer la voz de Dios que les
hablaba en las lecturas que oían y cantaban en el Opus Dei, saboreaban en la lectio divi-
na y reconocían en los acontecimientos de la propia existencia comunitaria y personal.
Esto es confirmado por el testimonio del cisterciense del siglo XIII Santiago de Vitry
quien cuenta que los monjes, “después de haber observado el silencio durante casi toda
la jornada, dedican comunitariamente una hora a la collatio espiritual, en la que se dan
recíprocamente consuelo e instrucción” y “hablan entre si temas que les encienden en
amor de Dios y les confortan en el camino del bien”.

III. 4. La collatio era una forma de lectio divina en sentido amplio porque casi
siempre partía y se alimentaba de una lectura concreta, predominando la actitud de aten-
ción y escucha ante el que lee o comenta lo leído. Para algunos expertos era la misma
lectio hecha de manera comunitaria, en la cual a la escucha de la Palabra del Señor se-
guía la resonancia, el compartir y confrontar amistosamente aquello que cada uno había
gustado y comprendido. “La collatio debe nutrirse de la Sagrada Escritura y reflejar una
experiencia personal de vida interior. No pide alardes de erudición, pero tampoco le bas-
tan simples efusiones de devoción”. Los riesgos siempre presentes “de la palabrería, de
la puerilidad o del sentimentalismo” se evitaban con la referencia objetiva, rigurosa y
deliberada a la lectio del texto bíblico y a las verdades provenientes de su meditatio.
Lectio y collatio eran mutuamente complementarias. La collatio presentaba como
aspecto específico el carácter dialógico-coloquial, en una doble dirección: vertical y ho-
rizontal, hacia Dios y hacia los hermanos. Diálogo interpersonal, recíprocamente edifi-
cante y fraterno. Coloquio de tipo estrictamente teológico-espiritual, en el que se ponían
en común la escucha y la respuesta a la Palabra, esta última basada en la misma Escritu-
ra, se compartían las experiencias individuales y las interpretaciones obtenidas al con-
tacto con el texto sagrado, contrastándolas con las de los otros monjes. Conversación en
la que cada participante era libre de exponer lo que el texto sagrado, leído y saboreado
en la intimidad de la lectio le había sugerido: paralelos, reminiscencias, ideas, símbolos,
sentimientos, propósitos y preguntas, lo que redundaba en estímulo, edificación y enri-
quecimiento de todos. Dom Jean Leclercq lo sintetiza diciendo que la collatio era:
“una conversación en común, en la que, con vistas a una clarificación recíproca,
se discutía un problema espiritual, las más de las veces acerca de una dificultad
planteada por un pasaje de la Escritura, esta conversación se consideraba un
complemento útil -según algunos hasta necesario- de la lectio divina”.

Los participantes experimentaban algún grado de transformación o avance en la


meditatio de la Escritura, se iban transformando -por la presencia de la Palabra de Dios-
ellos mismos en “sacra pagina”, y consiguientemente pudieron conformar mejor su
propia vida con lo que leían y meditaban, manifestando así la primacía del logos sobre
el ethos, de la oratio-contemplatio sobre la operatio-actio.

IV. La collatio monástica medieval un ejemplo de cómo operaba el método teológi-


co

Esmaragdo, monje del siglo IX, comentando el capítulo XLII de la Regula, median-
te tres términos muy ricos de significado, tanto por lo que dicen cuanto por lo que per-
miten suponer, nos ofrece una descripción metodológica, espiritual y teológica magnífi-
ca de la collatio.
La collatio era collocutio, diálogo enriquecedor de carácter cultural y espiritual,
confabulatio, conversación fraterna que construía y edificaba la comunión mutua y la
amistad espiritual, y confessio, aportación o contribución proveniente de un testimonio
o experiencia personal, que iba de lo teologal a lo teológico. Y anota, como de paso, que
“enseña la disponibilidad para aprender”, aprender en comunidad, en compañía de los
demás y por medio de ellos.
El tema es, como pudimos apreciar en los testimonios anteriores, siempre la Sagra-
da Escritura, las divinae Scripturae, y aquellas verdades que se encuentran en el orden
de la fe revelada, en tono a las cuales unos intervienen con interrogationes y otros con
congruae responsiones. Cuestiones planteadas para entender algo que no siendo aún
entendido, puede serlo porque es entendible, es decir, inteligible, verdadero.
El resultado de esta obra común, de este compartir y de esta contribución es que las
cosas occultae se hacen perspicuae. Por eso escribe el abad de Saint Mihiel en su Dia-
dema monachorum:
“La lectio aporta instrucción, la collatio consigue un conocimiento más profun-
do. Por eso la collatio es más provechosa que la lectio ya que aumenta nuestros
conocimientos: en efecto, con las preguntas que se plantean se ahuyenta la du-
da, y, mediante las objeciones (clarificadas), se demuestra la verdad frecuente-
mente oculta. Lo que a la simple lectura le resulta oscuro y dudoso, se aclara
mediante la collatio”.

El fin que pretendían los participantes en el coloquio no era otro que ayudarse mu-
tuamente a resolver los problemas que el texto bíblico planteaba: qué significaba tal o
cual vocablo, cómo debía interpretarse determinado pasaje, cuál era el o los sentidos del
texto. El objetivo primero de la collatio era entender, con la ayuda de la razón, lo que se
creía y aceptaba por la fe, y para eso no bastaba sólo con oír la respuesta del otro, había
que apropiársela para entenderla.
Esmaragdo agrega un nuevo elemento a tener en cuenta: “como la collatio instruye,
así la contentio destruye”. Si “degenera en disputa (disputatio)”, entonces “se pierde el
interés por la verdad, surgen las discusiones, y la polémica de palabras llega a ser ofensa
de Dios”. O en palabras de san Bernardo de Claraval: “se investiga de manera más dig-
na, se halla más fácilmente la verdad, por la oración que por la disputa”.
El diálogo se convierte en un juego dialéctico o una polémica, se busca más la vic-
toria que la unanimidad, se prefiere tener razón en vez de ponderar las razones del otro
y compartir las propias, se trata en última instancia de una estrategia para lograr impo-
ner la propia opinión o la decisión arbitraria de la voluntad propia, porque se ha perdido
su esencial referencia a la verdad. Como afirma un filósofo argentino contemporáneo:
“La palabra, el logos, el verbo, lo que nos reúne, aquello que nos da sentido no
es sino la verdad. La verdad no es sino la realidad. Todo diálogo, para que sea
tal, es decir, para que sea real, debe darse desde la verdad…el diálogo es nues-
tra humana profesión. Esta se realiza el ámbito de la verdad”.
Una verdad que es objetiva y eterna, aunque nuestro acceso a ella sea subjetivo y
temporal, es decir siempre parcial. Los medievales siendo concientes de que no estaban
en posesión de la verdad total, y de que ella los trascendía, creaba, liberaba y contenía,
se sabían sus amantes buscadores. Guerrico de Igny, que llamaba al monasterio “schola
philosophia christianae”, decía: “la inteligencia se le dará al que tiene amor a la Palabra
y se le dará en abundancia; al contrario, al que no la ama, le será quitado hasta lo que
conoce con sus capacidades naturales, por su negligencia”.
Opuesta a la disputatio, la contentio y a la artificiosa subtilitas, la collatio buscaba
con el auxilio de la razón una mejor inteligencia de la Sacra Scriptura, perseguía el inte-
llectus fidei partiendo del auditus fidei. Es oportuno destacar que entre la collatio mo-
nástica y la disputatio escolástica encontramos cierta continuidad y ruptura. El espíritu
que las animaba era el mismo, el fides quaerens intellectus anselmiano, por eso pode-
mos afirmar que el método de investigación es idéntico. En palabras del Padre M.-D.
Chenu, op:
“La función científica (de la teología) le es necesaria a la arquitectura espiritual
y temporal de una cristiandad - así fue como triunfó en el siglo XIII-, pero sólo
puede realizarse plenamente si continúa siendo evangélica, portadora de la Pa-
labra de Dios como mensaje, frecuentando asiduamente a los testigos antiguos,
resistiéndose a objetivar el misterio en un cientificismo inconsciente, conser-
vando la libre intimidad de la fe en medio de las explicaciones más rigurosas”.

La teología monástica, en tanto sapientia, implicaba lectio, meditatio, oratio y con-


templatio, experientia, eructatio y como podemos apreciar también collatio, uniendo fe
y razón, pensamiento teológico y experiencia espiritual, especulación metafísica y con-
templación mística, investigación intelectual y perfección moral, verdad y caridad, inte-
ligencia y amor, autoridad y libertad, tradición y progreso, persona y comunidad; mien-
tas que la escolástica, en cuanto scientia, incorporaba el necesario rigor intelectual, con
su precisión conceptual y la solidez argumentativa de la dialéctica en la lectio, quaestio
y disputatio. El método de exposición es el diverso. Como afirma el teólogo dominico:
“Si tuviéramos que caracterizar la lectio (disputatio) del maestro, frente a la
(lectio) collatio del monje, podríamos decir que se trata ante todo de una exége-
sis, es decir, una interpretación que mira a determinar el contenido objetivo del
texto, cualesquiera que sean las necesidades y las ventajas subjetivas. Así lo re-
quiere la transmisión escolar organizada del dato revelado; de ahí que tarde o
temprano acabe siendo una ciencia”.

De todo lo expuesto, desde la tradición monástica patrística y medieval, podemos


inferir algunos elementos para comprender en que consistía la collatio, en su doble
acepción de conferencia y conversación, como son las indicaciones de tiempo, duración,
lugar, clima, tema y elementos. Se realizaba por la mañana y/o por la tarde, en las horas
de serenidad, libres del trabajo y de las preocupaciones provenientes del exterior, entre
los momentos dedicados a la oración litúrgica y se prolongaba durante una hora apro-
ximadamente. Podía tener lugar en cualquier sitio, el campo, el taller, el scriptorium, o
el mandatum. Se desarrollaba en una comunidad, en un clima coloquial, fraterno y
amistoso. La Sagrada Escritura era el texto obligado de referencia, siendo por eso com-
plementaria de la lectura litúrgica y de la lectio divina. Compuesta de preguntas, res-
puestas y testimonio personal. Propuesta como escucha y búsqueda en común del inte-
llectus fidei, descripta como collocutio, confabulatio y confessio. Opuesta a la disputa-
tio, la contentio y a la artificiosa subtilitas.
Creemos que ese camino abierto y recorrido asiduamente por los Padres y los teólo-
gos monásticos medievales que era la collatio tiene aún “actualidad” porque mantiene
“virtualmente” intacta toda su “potencialidad” metodológica para que el creyente del
tercer milenio pueda entender y transmitir lo que cree, espera y ama. Por eso nos vienen
a la memoria las palabras de un teólogo y filósofo argentino: «no se puede crear una
“cultura nueva” por destrucción de la antigua, como no se puede producir flores sin ra-
mas ni raíces. Hay que regar las raíces y la flor viene sola, por obra de Dios, el sol y el
viento…».

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