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"La historia ha sido injusta con

Álvaro Gómez”
El escritor e historiador Juan Esteban Constaín explora en su libro 'Álvaro', la vida
de una de las figuras políticas más importantes, y a la vez más cuestionada, de la
Colombia del siglo XX. Habló con SEMANA por qué decidió hacerlo.

"La historia ha sido injusta con Álvaro Gómez”


SEMANA: ¿Por qué escribir una biografía de Álvaro Gómez Hurtado?
Juan Esteban Constaín: Por varias razones, pero sobre todo, porque desde hace
más de 20 años he estudiado sus ideas con admiración. Sé que defenderlo a él y
a su pensamiento es muy difícil, pero fue un gran estadista y uno de los grandes
políticos del siglo XX. La aventura comenzó cuando su familia me pidió dirigir la
edición de sus obras selectas. Empecé con un ensayo introductorio; pensé que iba
a ser de 20 páginas, y al final salieron 400. Además, la vida de Álvaro es un
laboratorio privilegiado para narrar y conocer la historia del siglo XX en
Colombia, en donde hay una cantidad de discusiones políticas e ideológicas
en las que él es un testigo y actor privilegiado. Por lo general, se lo juzga
desde una perspectiva partidista: sus enemigos lo odian por herencia, y sus
seguidores lo adoran con una devoción casi religiosa.

SEMANA: ¿Por qué plantea que ha sido mal juzgado?


J.E.C.: Su fama, junto a la de su padre Laureano, de ser sectario, y en ocasiones
de radical o violento no es gratuita. Pero hay que entender que vivieron en tiempos
en los que el sectarismo político de conservadores, liberales o izquierda era el
método exclusivo para relacionarse con los demás. El problema es que durante
el Frente Nacional sus enemigos fueron muy hábiles en descargar en ellos la
culpa de La Violencia, de esa guerra civil no declarada.

SEMANA: ¿Cómo es posible que, habiendo tantas posiciones sectarias, esta


fama quedó en manos de los Gómez?
J.E.C.: Hay historiadores que mantienen los prejuicios expuestos en una historia
que se podría decir oficial. Laureano fue muy agresivo en su gestión
parlamentaria. Dejó muchos enemigos a cuestas que heredó Álvaro. Esos odios
en cierta medida sirvieron para estigmatizar a los Gómez como instigadores
de la violencia, cuando no eran los únicos. Se podría decir que el
establecimiento liberal siempre resucitaba el pasado para atacar a Álvaro cuando,
en realidad, él había oficiado una evolución profunda en el lenguaje y las ideas.
Todos eso prejuicios fueron reproducidos en la historia del país y se olvidó, por
ejemplo, que Laureano y Álvaro fueron protagonistas en la constitución del Frente
Nacional, un hecho que trajo paz. En ese momento un pacto de perdón y olvido
que sirvió para todos, menos para ellos.

SEMANA: En este sentido, ¿se puede decir que la historia de Colombia ha


sido contada por los liberales y por la izquierda?
J.E.C.: En lo fundamental, sí. La historia de Colombia tiene dos vertientes
narrativas. Una, la de los protagonistas que cuentan su historia, con su respectivo
sesgo; y luego, hay una consolidación científica de la historia que es rigurosa, pero
en la que influyen los prejuicios de la historiografía partidista. El liberalismo, en el
siglo XX, se asocia con una serie de virtudes que hace que tenga mucho más
glamour y prestigio. Un personaje como Álvaro Gómez tenía todas las de
perder. No deja de ser paradójico que los voceros de esas ideologías más
abiertas resultaban más sectarios y radicales, mientras que él tenía una
postura provocadora y libre.

SEMANA: ¿Era Álvaro la persona que más sabía de marxismo en el país?


J.E.C.: No sé si el que más, pero conocía profundamente la obra de Marx. Estaba
obsesionado con entenderla, porque así la pudo criticar. Desde que era joven, en
Berlín, compraba en los kioskos, a escondidas de Laureano, claro, libros de Marx
y Engels. Le parecían ideas interesantes. Una anécdota: cuando lo secuestraron,
Álvaro terminó enseñándoles marxismo a los guerrilleros del M-19 y ellos
quedaron encantados con el conocimiento que él tenía. Se podría decir se produjo
un síndrome de Estocolmo, pero al revés.

SEMANA: Usted hace énfasis en que Álvaro denunciaba el régimen. Siendo


dueño de ‘El Siglo‘, ‘24 Horas‘, y teniendo en cuenta la tradición política de
su familia, ¿no hacía él parte de dicho régimen?
J.E.C.: De alguna manera sí, y él no lo ocultaba. Una paradoja que señalo en el
libro, consiste en que nadie encarnaba más el poder político en Colombia que
Álvaro Gómez, y al mismo tiempo, durante toda su vida, fue un inconforme con el
establecimiento. Estaba dentro porque no podía evitarlo, pero era un crítico
profundo de los proyectos tan mediocres y fallidos de la época. En el Frente
Nacional, Álvaro hace parte de la primera coalición del gobierno, y lo sacan
rapidísimo porque se opone al esquema político que se estaba llevando a cabo.
Era un inconforme, buscaba el poder para transformar las cosas. La figura de
Álvaro Gómez es una vuelta de tuerca para lo que significa ser conservador, o ser
progresista.

SEMANA: ¿Por qué estuvo en contra, entonces, de la reforma agraria?


J.E.C.: Consideraba que había una concesión demagógica sobre unas hipótesis
no demostradas acerca de lo que se debía hacer con el agro colombiano. Álvaro
reconoce que hay que expropiar para volver a repartir la tierra, pero el Estado no
se podía quedar solo con eso. Para él, el problema era tan complejo que exigía
otras variables que los campesinos colombianos no tenían. Para él, si había
expropiación esa debería generar riqueza. Pero creía que a los campesinos
se les iba a entregar sin el apoyo técnico y económico. Él pensaba que esa
forma de repartir la tierra era nefasta porque sin una buena planeación estatal
tarde que temprano los terratenientes comprarían esos terrenos a precio de papel
mojado. Y fue lo que pasó, él lo vaticinó.

SEMANA: Otro argumento que se utiliza para construir esa imagen negativa
de Álvaro es que él fue uno de los causantes de la creación de las Farc con
sus debates sobre las repúblicas independientes…
J.E.C.: Uno no puede negar lo que la gente es, y él era un conservador con una
disputa vital contra el comunismo. El contexto histórico de sus discursos es clave.
El Frente Nacional era una solución para la época, pero encubrió problemas y
fenómenos que estaban apenas surgiendo. Había una visión simplista del
fenómeno guerrillero, y en el Frente Nacional creían que las guerrillas eran
una continuación del bandolerismo liberal-conservador. En ese contexto,
Álvaro Gómez hace la crítica de las repúblicas independientes, señalando que
Colombia tenía más territorio que Estado, una crítica que sigue vigente.

SEMANA: ¿A quién le ha ido peor con la Historia: a los Gómez o a Gustavo


Rojas y su descendencia?
J.E.C.: A los Gómez, aunque no se puede dar un veredicto concluyente. A
Laureano y Álvaro los amaban, pero en especial, encarnaron más odio que
cualquier otra figura política en este país.

SEMANA: ¿Con qué otros personajes de la historia de Colombia la


historiografía ha sido injusta?
J.E.C.: Con Virgilio Barco. Hay una leyenda negra, urdida por los alvaristas, de
que Barco estaba enfermo, de que era un presidente senil en manos de sus
consejeros y no tenía poder sobre la situación del país. Investigando para este
libro, descubrí lo contrario. No estaba tan mal como decían sus enemigos, y tenía
el dominio en un momento en el que el narcotráfico desafiaba al Estado. Virgilio se
opone con heroísmo, y se lanza a encontrar caminos de diálogo con el M-19.
Además, hace una reforma institucional para que se acaben las causas objetivas
de un gran número de problemas, cuyo mérito va a cobrar luego Gaviria. Barco
fue muy valiente, sin sus decisiones no hubiese habido constituyente del 91.

SEMANA: ¿Por qué en Colombia tendemos a leer la historia en blanco y


negro?
J.E.C.: Esa narrativa maniquea nace con la Independencia. Para legitimar a la
nueva república se construyó un discurso de buenos y malos en los que los
primeros eran los patriotas y los segundos los españoles y realista. Eso siguió y
tomó más fuerza con la creación de los partidos. Los liberales para legitimarse
convirtieron en villanos a los conservadores y viceversa. Y así nos hemos
mantenido siempre necesitamos de un relato con un héroe y un villano. Aquí
la lectura histórica y de la realidad solo admite blanco o negro. Algo así
sucede ahora con las redes que están diseñadas para eso, para una lectura sin
matices, se podría decir que la historia de Colombia fue precursora de las redes
sociales.

SEMANA: ¿Quién mató a Gómez?


J.E.C.: Es una triste paradoja que la bandera obsesiva de Álvaro fuese la justicia,
y que el crimen que le costó la vida esté signado por la sombra de la impunidad.
No me ocupo de las hipótesis sobre su muerte, porque creo que lo fundamental es
lo otro: hablar de él como pensador y estadista.
SEMANA: ¿Qué ecos de la labor de Álvaro Gómez quedan en la Colombia de
hoy?
J.E.C.: Hay una impronta muy grande en las instituciones colombianas, por ser
coautor de la Constitución del 91. Él se sentía muy orgulloso de lo que salió de allí.
Al final, allí se refleja la diversidad de la nación colombiana. En los últimos tiempos
volvió a salir el tema de un acuerdo sobre ‘lo fundamental’, que tanto destacaba
Álvaro, y creo que esa discusión sobre lo fundamental para el país es necesaria y
está pendiente.

SEMANA: ¿Qué le preocupa de la Colombia de hoy?


J.E.C.: Que se esté reeditando el sectarismo y la ceguera ideológica de los años
40. Es una desgracia, porque el Frente Nacional tuvo defectos, pero una virtud:
nos purgó del sectarismo bipartidista. Pero resulta que ha revivido, aunque es muy
pronto para decir en dónde está la causa de este fenómeno. Ojalá el tiempo nos
dé la respuesta.

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