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Revista de Literatura Mexicana Contemporánea

Un asesino solitario, la autoría de un crimen compartido: del centro a los


márgenes y el espectáculo de la violencia política en el México de los 90

Aileen El-Kadi
University of Texas at El Paso

1994 fue un año clave para la historia de México. Tres eventos afectaron la
economía, política y sociedad del país: la implementación de tratado de libre comercio
con Estados Unidos (NAFTA), el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación
Nacional (EZLN) en Chiapas y el asesinato del candidato presidencial del partido del
Partido Revolucionario Institucional Luis Donaldo Colosio. La novela Un asesino
solitario, del escritor mexicano Elmer Mendoza, publicada cinco años más tarde,
estructura su trama en torno al magnicidio, motivo que vertebra la ficción
confiriéndole un significado claramente político e histórico.
Colosio fue asesinado el 23 de marzo de 1994 con un tiro en el cráneo y otro
en el abdomen por un joven pistolero de 23 años mientras el político participaba en
un acto de su campaña electoral en la Colonia popular Lomas Taurinas en la ciudad
de Tijuana. El asesino, identificado como Mario Aburto Martínez, originario de
Michoacán pero radicado hacia 8 años en Tijuana fue detenido para ser interrogado y
encarcelado. Versiones no-oficiales hablan de la sustitución del verdadero asesino por
otro sujeto y la liberación de ese como parte de una conspiración organizada por el
Estado que liga el crimen al entonces presidente Carlos Salinas Gortari como su autor
intelectual. Estas versiones nunca fueron aclaradas.
No es irrelevante que Mendoza haya optado por el asesinato de Colosio como
tema central de su novela; se trata de un acontecimiento clave para la historia México;
fue, como acertadamente apunta Ignacio Corona, el crimen político de mayor
repercusión desde el asesinato de Álvaro Obregón en la década del veinte, pero
sobretodo porque pocos años después de ocurrido el crimen la oposición derrotó al

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PRI luego de siete décadas de protagonismo gubernamental. Elmer Mendoza, con


todo, no utiliza estas imprecisiones y rumores alrededor del hecho histórico para
desarrollar una novela policial y dar respuesta al misterio sobre el magnicidio, sino
que justamente a partir de la misma naturaleza ambigua del crimen y el hecho de que
el suceso pasó a formar parte del imaginario social, el autor incorpora fantasía e
historia para recrear este episodio clave del México posrevolucionario. Esto es, la
pluralidad de versiones, el enigma irresoluto, el poder y corrupción de una elite, la
manipulación de información transmitida por los medios masivos es precisamente lo
que interesó al escritor mexicano para abordar cuestiones vis-a-vis con las discusiones
teóricas acerca de la identidad nacional y la agencia política popular. Mendoza, en su
ficción, transforma al crimen en el filtro a través del cual analiza no solamente las
relaciones entre el Estado y la ciudadanía sino que revela la crisis dentro del propio
Estado, y el fracaso del modelo nacional ideado por los agentes de la revolución
mexicana y por el propio PRI.
La novela de Mendoza ha sido referida como “sintomatología social” (por
Ignacio Corona) y “desintegración de la comunidad imaginada” del México pos-
revolucionario (por Fernando Sánchez). Un asesino solitario ha sido, por estos
mismos críticos, considerada una novela neopolicial, integrando un corpus de autores
entre los que se destacan Rafael Ramírez Heredia, Hugo Valdés Manríquez, Enrique
Serna, Juan Hernández Luna, Orlando Ortiz, y Rolo Diez. El crimen, aunque no la
resolución de este ni el castigo del ejecutor de la acción criminal, es no sólo núcleo
del relato, como se dijo, sino el determinante de la estructura de la trama donde
convergen cuestiones políticas y sociales que convierten a este texto en una anomalía
de los relatos policiales tradicionales permitiéndonos analizar la novela bajo otros
parámetros.
Corona en su ensayo “Violencia, subjetividad y mediación cultural” compara y
contrasta las propuestas de la narrativa policial clásica con los neo-policiales. En la
ficción policial anglosajona clásica existe un pacto social implícito que genera una
matriz reconocible desde donde se deducen valores éticos y estéticos en una aparente

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armonía y equilibrio; frente a este orden de cosas, el crimen representaría la


transgresión y quiebre a la estabilidad y reglas establecidas. Por eso, la resolución del
crimen y el castigo al delincuente posibilitan el restablecimiento del estado original.
Por el contrario, comenta Corona, el neo-policial es un texto abierto, esto es,
ambiguo, indeterminado, y aparentemente caótico, “no solo los crímenes no se
resuelven y el final permanece inconcluso, sino que las identidades se trasmutan.”
(185)
En el caso de Un asesino solitario, las identidades sociales no son
transmutables, aunque sí lo son sus particularidades subjetivas, esto es, los detalles
personales de cada personaje no son lo determinante en la historia; lo que pareciera
interesarle a Mendoza es construirlos de manera tal que estos personifiquen –o
asuman- determinados roles sociales y funcionales dentro de la trama; este
mecanismo permitiría que los personajes funcionasen como agentes de la historia
nacional mexicana, interconectándose con otros periodos históricos. En tal sentido el
magnicidio no sería concebido como un crimen extraordinario, sino como un evento
notorio que pondría en evidencia un paradigma de políticas llevadas a cabo por un
Estado corrupto, violento y antidemocrático que mantiene hasta nuestros días las
bases de un México preindustrial regido por el cacicazgo oligárquico.
Bajo la luz de estas observaciones, considero que la novela establece un
diálogo con la historia social y política de México por medio del motivo del crimen y
el tema de la autoria; por lo tanto, propongo analizar Un asesino solitario desde una
lectura de carácter alegórico, alejándome de ese modo, de la discusión acerca de la
naturaleza genérica del texto como novela neo-policiaca.

Alegorías y políticas de la violencia

La definición de alegoría ofrecida por Northrop Frye es claramente aplicable al


texto de Mendoza “a writer is being allegorical whenever it is clear that he is saying:
‘by this I also mean that’.” (90). En Un asesino solitario encontramos referencias

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históricas --sutiles y obvias- tratadas simbólicamente en la representación que


Mendoza ofrece del México de los 90. Las alusiones a sujetos, espacios y hechos
reales del momento de producción del texto de ficción son claramente reconocibles,
creándose una serie de paralelismos entre vida real y ficción; algunos ejemplos:
Jacobo Zabludovsky, el cabeza del canal de noticias nacional mas importante del país
aparece en la ficción como Abrahan Malinovski; el líder Zapatista Sub-Comandante
Marcos es el Sub-Comandante Lucas; Manuel Camacho Solís (Comisionado por la
paz en Chiapas) puede ser identificado claramente en la novela con Samuel Machado;
Cuauhtémoc Cárdenas (candidato presidencial del partido liberal PRD) es Cardona;
Diego Fernández de Ceballos (candidato conservador del PAN), aparece como Max;
y Luis Donaldo Colosio Murrieta es el Luis Eduardo Barrientos Ureta en la ficción.
Estos personajes se conectan en un primer nivel con sujetos reales que durante el
episodio del asesinato de 1994 se hicieron públicos, con todo, en un nivel más
profundo, hay una relación íntima con el pasado histórico, una “representation of the
intrahistorical chain of events” usando aquí la concepción de Erich Auerbach sobre
alegoría en su canónico texto Mimesis (1968), donde se refiere a una interpretación
figurativa de lo histórico.

Figural interpretation establishes a connection between two events or persons


in such a way that the first signifies not only itself but also a second, while the
second involves or fulfills the first. The two poles of a figure are separated in
time, but both, being real events or persons, are within temporally. (64)

El narrador y protagonista Jorge Macías, alias el Yorch, es un empleado público que


trabaja en el sistema de drenaje de una ciudad mexicana indeterminada. Se trata de un
sujeto marginal de clase baja que sobrevive con trabajos informales y temporarios,
entre ellos, ser un asesino a sueldo. Los cambios de tiempos, situaciones y espacios
no parecieran alterar el ritmo acelerado del largo monólogo que es la novela, en la
cual el narrador se dirige a un solo receptor, un individuo de su misma condición

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social.

¿Sabes que carnal? Durante el año tres meses y diecisiete días que llevamos
camellando juntos te he estado wachando wachando y siento que eres un bato
acá, buena onda, de los míos, no se como explicarte, es como una vibra,
carnal, una vibra chila que me dice que no eres un chivato y que puedo confiar
en ti, a poco no. Pienso que como todos debes tener lo tuyo, tu pasado y eso,
pero es una onda que ni me va ni me viene si te he visto no me acuerdo, ya
ves lo que se dice de los que trabajamos aquí, en el Drenaje profundo: que
somos malandrines, puros batos felones (…) así que carnal, acomódate porque
el rollo es largo. (11)

Jorge Macías se convierte en la sinécdoque de su clase social dentro del relato


alegórico, el registro coloquial y regional intenta recrear la experiencia de clase y un
sentido de pertenencia a determinado grupo socio-económico. A través de tal filtro
lingüístico y de perspectiva, el autor interrelaciona y encadena pasado y presente, las
esferas pública y privada, donde lo público pero también lo político son abordados
desde el relato íntimo de la confesión articulada por una única voz. Esto permite el
tratamiento de la violencia y el tratamiento del poder de las mafias dentro del circuito
oficial legal por medio del vínculo entre el narrador-personaje y los miembros del
Estado que lo manipulan. En esas sutiles bisagras de la interrelación entre ambos
sectores el lector percibe los efectos simbólicos y materiales del sistema político –
corrupto-- y sus instituciones sobre distintos ámbitos de la sociedad, pero
especialmente sobre las vidas de los individuos. Macías resulta ser el espejo de esta
crisis, la subjetivización de su experiencia como herramienta del Estado y la
estetización de la violencia como resultado de su narrativa confesional, canaliza una
profunda reflexión ética dentro del escenario de la historia nacional.
“¿Te acuerdas de Barrientos? ¿Aquel candidato chilo a la presidencia? Ah,
pues me contrataron para bajarlo.” (11-12) Macias es contratado por un tal Veintiuno

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que le propone en un bar por “cien mil cueros de rana” matar a un candidato
presidencial “no me acordé cuantos candidatos había, pero si recordé quienes eran los
fuertes, los que salían todos los días en el noticiero de Abraham Malinovski y que
según la prensa podrían ganar muchos votos, ¿Es el que estoy pesando?, Ese mero,
dijo, El del bigote poblado y la sonrisa simpática.” (16)
El vínculo que se establece entre el Estado y el elemento popular está basado
en la violencia, donde el segundo es el ejecutor de la misma. Jorge Macías es un
instrumento del poder, relación que nos remite analógicamente a las relaciones de
poder y uso de la violencia por parte de las elites dominantes de principios del siglo
veinte. Para los caciques-feudales el elemento popular rural representaba ‘su’ base
económica de poder y por consiguiente política. En este sentido la cuestión racial
estaba directamente ligada a la cuestión socio-económica; en el caso de Un asesino
solitario el tema racial está tratado desde diversos ángulos. Con respecto al México
moderno esta es aludida indirectamente a través de, por un lado, las referencias a las
relaciones entre el oficialismo capitalino y sectores sociales regionales en las
negociaciones por el poder, y por otro, los conflictos de carácter político-racial en
Chiapas. La contratación de Macías llega de un oficial de gobierno, el “H”, para matar
a varios lideres zapatistas en la floresta de Chiapas, según Macias, el levantamiento
zapatista fue simplemente un

golpe […] muy bien planeado y lo hicieron para dañar la figura de mi presi,
para echarle a perder el trabajo de cinco años y no me digas que no, se notaba
machín que atrás había gente gruesa, mal intencionada, expertos en maniobras
militares con preparación especial, a poco no, puros batos felones, ¿tu crees
que iban a hacer tanto desmadre nomás porque si? (45)

El Yorch pasa entonces a ejecutar una especie de “limpieza racial” para el gobierno
de Salinas; imposibilitado de asumir –o aceptar-- su propia condición étnica, Macías
es contratado justamente por ser mestizo, situación en la que dentro de nuestra

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lectura, asume una importancia central. El sicario usa la violencia y discriminación


contra su propia subjetividad y contra su propia etnia: “ahora deberás integrarte, te
pagaremos desde enero además de una compensación especial (…) Chiapas es tu
destino, dijo, y tu misión es eliminar a tres dirigentes zapatistas, creemos que tus
características físicas te permitirán entrar hasta el corazón del movimiento.” (85)

El diseño de una estructura social reconocible en Un asesino solitario,


contribuye a definir una suerte de mapa que determina la posición que cada personaje
ocupa en el tablero de la Historia. Este formato nos lleva a un paradigma de lectura
que interconecta pasado y presente en similares momentos históricos, apoyando así el
tratamiento alegórico a esta ficción. En las narraciones decimonónicas el espacio
representado era el campo, espacio también de las novelas de la revolución. Los
centros urbanos ocuparon protagonismo en los relatos de ficción de la segunda
década del siglo veinte, así como la representación de los tipos rurales dio lugar a la
figura del inmigrante llegado a la ciudad desde el interior del país; las elites rurales
fueron sustituidas por representantes del Estado y paulatinamente asociadas a la
corrupción gubernamental y al desencantamiento con la revolución y sus premisas
ideológicas. Al mismo tiempo, la progresiva sustitución de la economía patriarcal
rural por los códigos y modos de socialización del mundo urbano dio lugar a las
condiciones para la urbanización y con ello la intervención de las esferas públicas
(controladas por el Estado) en las privadas, esto es, el ámbito doméstico. Por otro
lado se permitió la articulación e implementación de políticas socio-económicas
incluyentes, que respondían al proyecto nacionalista de las elites liberales bajo un
discurso “nacionalista y progresista”. Este último punto ocurrió bajo la ascensión
económica y política del indígena en las áreas urbanas, y su progresiva adaptación a
los códigos dominantes.
En la novela, entonces, coexisten dos órdenes sociales: el premoderno (o rural
patriarcal) y el moderno (urbano y plural). Esta coexistencia de dos modelos y dos
sociedades en el presente (años noventa) es la base para la imagen que se construye

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del futuro político y social de México, cuya marca sería entonces la imposibilidad de
superación del orden premoderno y las marcas o residuos del pasado patriarcal y
‘monolítico’ sobre el modelo actual. La concepción de la familia patriarcal es
representada como auto-suficiente, sus integrantes se mueven dentro de un círculo
estrictamente reglado, limitado y exclusivo, de naturaleza doméstica. La red de
relaciones familiares (amigos, parientes, amigos de amigos) garantiza la expansión,
siempre cautelosa, de ese círculo, reforzando su poder al tiempo que reafirma su
funcionalidad. La estructura patriarcal contrasta entonces con los pilares de la
modernidad. Lo que podemos observar en la novela de Elmer Mendoza es que este
modelo premoderno se halla superpuesto al de la modernidad, no en coexistencia,
sino en atrito y en permanente negociación. La esfera pública, por ejemplo, acaba
convirtiéndose en una extensión de la privada y doméstica, el poder del gobierno no
es jamás impersonal como debería serlo el Estado moderno para servir
igualitariamente a toda la población, muy por el contrario el orden patriarcal se
impone en Un asesino solitario como paradigma del poder, constituyéndose en el
principal obstáculo para alcanzar una real modernidad y poner en práctica un sistema
de gobierno democrático. En esta misma línea, podemos afirmar que
subliminalmente este modelo premoderno muestra los signos de la herencia española
y de las elites rurales que son fundamentales para entender la sociedad mexicana
actual y las fallas del Estado moderno.
El elemento popular fue, también, uno de los pilares de la narrativa de
propaganda del PRI como fundadora del nuevo orden post-dictatorial y elitista; por
otro lado, la figura del mestizo sirvió para validar el discurso sobre la base de la
nación Mexicana. La novela incorpora estas cuestiones y ofrece una respuesta crítica a
las mismas no solamente porque la narración de la historia está a cargo de un
personaje popular, sino que este personaje, pilar de las propuestas políticas del PRI,
evidencia la degradación, criminalización, y pérdida de compromiso con el país.
Matías es el responsable de llevar a cabo una doble tarea: es el encargado de ejecutar
la violencia política originada desde el centro del poder y, al mismo tiempo, tiene en

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sus manos la tarea que antes competía a los letrados: narrar la nación. Surge entonces
la pregunta: ¿quién legitima la validez de la nación y de la ciudadanía? El narrador-
personaje es, paradójicamente, un infractor de la ley contratado por los representantes
de esta para que lleve a cabo un crimen de naturaleza estatal. Frente a esto podríamos
sugerir entonces otra cuestión: ¿qué tipo de narrativa histórica se escribe cuando esta
proviene de un miembro de la clase popular sin ningún compromiso político con su
país?
El poder del letrado radicaba justamente en la creación –y manipulación- de la
narrativa del Estado naciente y de sus símbolos nacionales. Políticamente coherente
con las propuestas del PRI, Mendoza da voz a un representante del “pueblo”, a un
miembro de la clase trabajadora, a un mestizo e ‘hijo de la revolución’. Esto nos
llevaría a pensar en este texto como una novela social de denuncia, sin embargo el
autor se aleja de esta estética al ofrecer el reverso de los planteamientos ideológicos
de las décadas del sesenta y setenta y oponerse, por otro lado, a las novelas clásicas de
la revolución como depositarias de la narrativa oficial de las luchas armadas.
Oponerse a estos textos es, sin embargo, un modo de dialogar con sus presupuestos
críticamente. Después de los cien años de la revolución, que ha quedado de los
fundamentos que sostenían la narrativa de la modernidad en México? ¿Qué papel
cumple el elemento popular en la jerarquía social y política del país? ¿Cuál es la
agencia actual de quienes lucharon por un Estado democrático?
Como narrador único, el personaje criminal es el encargado de revisar la
Historia de México, una revisión hecha de manera caótica, fragmentaria, por medio
del subgénero de la confesión y basada en la oralidad y el coloquialismo; es también,
por medio de su narración que se desenmascaran las ‘intrahistorias’ políticas y las
negaciones llevadas a cabo entre la elite y la plebe, entre la vieja oligarquía y aquellos
que componen la base que sostiene ese poder.
Mendoza pareciera insinuar que el proceso de democratización que se
pretendió llevar a cabo desde las primeras décadas del siglo veinte, solamente logró
popularizar la composición social del país pero manteniendo, tal como en el pasado,

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la relación utilitaria plebe-elite, en la cual esta última utiliza al elemento de la clase


popular como herramienta para lucrar y lograr mantenerse en el gobierno. El poder
de Macías, como sustituto del letrado en su dominio sobre la palabra apuntaría,
irónicamente, a mantener el status quo contra el cual luchó la revolución y a
desenmascarar la actual condición del pueblo como instrumento y objeto del Estado.

Me di cuenta que mi cerebro se friqueaba bien gacho con las ondas que no
terminaba de entender, pero la verdad era muy sencilla, cuando yo le diera piso
al candidato con el mierdero que cincho se iba a formar ellos me lo darían a
mi, así de fácil, y el Veintiuno estaba detrás de todo, chale, no me andaba
acabando, pero les falo carnal, ya vez lo que te he dicho: Dios carnal, no
estuvo de su parte, simón estuvo de la mía, y te lo repito, si en esta profesión
Dios no esta de tu lado ni te mestas, porque vas a valer madre, asi de sencillo,
y acuérdate que aquí solamente se vale madre una vez, pues si ni modo que
que. (208)

El crimen verdadero, al que alude Elmer Mendosa en su novela, es un crimen plural y


colectivo --mas que individual; de naturaleza social y política, un acto que tiene como
autor no a una elite, aunque estos actúen como autores intelectuales, sino a una
sociedad plural. La ilegalidad y transgresión del acto apunta al quiebre con el contrato
social en las nacientes del Estado-nación a principios del siglo veinte y al verdadero
acto nacional que ocurría en las bambalinas del espectáculo visible para el público,
entre los distintos sectores de la sociedad.
En su cuento “Las ruinas circulares” Borges alude al concepto de autor como
creador de realidades, utilizo entonces esta acepción como metáfora para referirme al
crimen como producto y obra de diversos autores. Como acertadamente apunta Peter
Elmore acerca del mito de la autoría en este texto, entre el narrador –artífice de la
palabra escrita- y el protagonista –autor de un vástago imaginario- se tiende el puente
de la analogía. El producto de su trabajo, o sea: la magia onírica del asceta, es la

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creación de un simulacro. El mago ostenta un poder extraordinario que lo convierte,


efectivamente, en una figura de autoridad. Elmore, recurre a un significativo pasaje de
Beginnings referente al concepto de autoridad; Edward Said afirma: “Authority
suggests to me a constellation of linked meanings: not only, as the Oxford English
dictionary tells us, “a power to enforce obedience”, or a “derived or delegated
power”, or “a power to influence action”, or a “power to inspire belief”, or “a person
whose opinion is accepted”; not only those, but a connection as well with author –
that is, a person who originates or gives existence to something, a begetter, beginner,
father or ancestor, a person also who sets forth written statements (83).
Semánticamente relacionadas, las nociones de autoridad y de autoría nombran la
capacidad de ejercer poder y, por lo tanto, actuar y/o modificar la realidad de los
objetos, los sujetos y los signos. Y en este punto quisiera detenerme. Mendoza
establece una clara relación entre lenguaje y poder y entre narrativas y autores de las
mismas. Tanto Macías como el Jefe H encarnan autoridad, son hacedores en un sentido
más laxo dentro de la producción borgeana, autores en posición de crear ficción.
Elmer Mendoza denuncia al México mestizo no como víctima de un sistema
de clientelismo, sino como cómplice y participante en la conservación del status quo
del Estado oficial. Por eso la falta de interés en resolver el misterio tras el crimen, por
eso la irrelevancia de identificar al asesino o asesinos, la ausencia de justicia y claridad
pública, la impunidad. El acto criminal es parte de la propia narrativa incorporada en
el discurso confesional e irónico de un narrador que tiene a un par como interlocutor
silenciado. El crimen representado en la novela es doble y en ambos casos es
orquestado desde el centro y llevado a cabo, cómplicemente, por los márgenes.
Enmarcada por acontecimientos de naturaleza internacional e inclusiva, como
fue NAFTA, y por hechos que desenmascaran complejas problemáticas internas de
nivel sociocultural y político en México, como el levantamiento zapatistas en Chiapas
y el asesinato de un candidato a la presidencia, la novela expande sus significaciones
hacia otros periodos posibilitando, por medio de la alegoría, la interpretación de la
misma como la imposibilidad de México de llevar a cabo un proyecto moderno de

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nación orgánica, democrática y liberal, la cual, amarrada a formas decimonónicas de


clientelismo, elitismo, racismo y poder autoritario parecieran impedir el progreso del
país.

Bibliografía

Corona Ignacio. “Violencia, subjetividad y mediación cultural: un abordaje al


neopoliciaco a través de la narrativa de Elmer Mendoza”, El Norte y su frontera
en la narrativa policiaca mexicana. Juan Carlos Ramirez-Pimienta, ed. Mexico,
Plaza y Valdés, 2005.
Elmore, Peter. ““Las ruinas circulares” Borges y el mito de la autoría”, Jorge Luis
Borges: políticas de la literatura. Ed. Juan Pablo Davove. Pittsburgh, PA, 2008.
Sanchez, Fernando. Artful Assassins: Muerder as Art in Modern Mexico. Vanderbilt
University Press, 2010.

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