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UNIVERSIDAD JUÁREZ AUTÓNOMA DE TABASCO

División Académica de Ciencias Económicas


Administrativas

Licenciatura en Administración de Empresas


Materia:
Filosofia

Tema:

Organizador Grafico.

Profesora:
María del Rosario Jara Valls

Alumna:
Gabriela Trejo López

Villahermosa, Tabasco;

La filosofía occidental se inició con la producción teorética como intento de solución a


determinadas aporías, y con el debate racional como forma de acceder al conocimiento,
no resultaría excesivo reducir su historia a una historia de la filosofía occidental del
lenguaje donde logos y razón son una y la misma cosa.
Platón y Aristóteles advirtieron claramente que no era del todo posible separar
arbitrariamente el plano de la realidad del plano del lenguaje, que las palabras remitirían
necesariamente a las cosas, aun cuando por “cosas” cada uno tuviera su definición.
para Aristóteles era expresar algo con susceptibilidad de verdad o falsedad, pero esto
implicaba además, la significación. Baste con recordar su indicación:
la base del conocimiento de las cosas para él, no podía radicar más que en suelo
empírico.
Era de esta forma y no por reminiscencia o anámnesis que el hombre conocía el mundo y
sólo a través de la sensación llegaba al conocimiento del particular (sensible), recién a
partir de allí, sería posible alcanzar el universal (no sensible).
Platón había advertido que se estaba perdiendo esa ingenua confianza en el lenguaje y
en el significado de los términos, esto es, en su relación con lo real.
para Platón eran el único medio del que se disponía para acceder a la justa nominación
de la realidad, y así, al conocimiento verdadero de las cosas que son.
el filósofo debía orientar su mirada puesto que sólo la inmutabilidad de la idea podía
nombrarse, lo sensible era de desconfiar ya que cambiaba constantemente. Aristóteles
basó sus críticas en ellas y en especial, en la afirmación platónica de que tenemos por
costumbre concretar en una idea general una multitud de

Según esta reconstrucción, el universal es entonces “realidad”


El aspecto más relevante seguía siendo esta diferencia que permanecía al descubierto
entre el plano ontológico y el lógico – discursivo. Diferencia que, por antinómica, debía ser
superada y que, dada la naturaleza de la antinomia, tal superación no podía realizarse
sino renunciando a tener que asumir el universal como realidad Platón, por otra parte, el
suelo de la realidad parecía estar construido justamente por aquellos términos que según
se cree, muy equivocadamente por cierto, en Aristóteles no significaban nada, aquellas
estructuras formadas por ideas que actuaban de soportes principales a la vez que razón
de ser de la estructura, así pues, sin los conceptos no se podía formular juicio alguno.
Aristóteles confiaba sus deducciones a favor de la múltiplicidad frente a la unidad, para
Platón, el concepto entendido como esencia única y real de las cosas, constituía la única
realidad. Lo que sucedía es que, en Aristóteles, lo ontológico surgía sólo cuando se
habían logrado limar las asperezas que iba dejando el lenguaje en el suelo de la realidad
de la cual se hablaba, de la cual podían surgir muchas más que unas pocas preguntas,
por ejemplo: ¿cuál es el tipo y el grado de relación que guardan las palabras con las
cosas o qué forma de vinculación aparece? Es esto precisamente lo que no estaba del
todo claro, o mejor aún, las respuestas podrían ser varias, puesto que el interés de
Aristóteles no pudo limitarse al campo lingüístico o semántico exclusivamente, sino que
intentó, a través de él, acceder al plano lógico Lo que habría hecho Aristóteles entonces,
fue atribuir a Platón una visión de la realidad articulada en por lo menos tres órdenes de
sustancias jerárquicamente dispuestas: las Ideas, los entes matemáticos y la realidad
sensible.
. Lo que conformaría un verdadero sistema reductivo – deductivo con estructura
matemática que abarca y supera, según Aristóteles, a la Teoría de las Ideas.

Esta doctrina, incluso según el propio Aristóteles, no figuraría en los diálogos


platónicos sino que formaría parte de los discursos (λογος ) y discusiones (συνουσιαι)
orales de Platón.
podemos distinguir una de las perplejidades más antiguas de la filosofía, que es
también una de las más actuales: la cuestión de las relaciones entre lenguaje y
realidad. Muchos de los problemas que esa cuestión suscita se deben simplemente a
que esa manera habitual de formular la cuestión es bastante tramposa: pues hablamos
de ‘lenguaje’ y ‘realidad’ como dando por supuesto que se trata de dos cosas, dos
realidades, que nos están dadas cada una, y entre las que tenemos que descubrir
alguna relación este propósito, la célebre definición de verdad de Tarski, que es
irrefutable por tautológica: “El enunciado ‘La nieve es blanca’ es verdadero si y sólo
si la nieve es blanca”. Como veis, la noción de ‘verdad de un enunciado’, entendida
como su adecuación a los hechos mismos, nos remite nada más ni nada menos que a
otro enunciado, a otro hecho de lenguaje, y nunca damos el salto a la nieve misma. Y si
lo damos, peor todavía: pues entonces estamos en el problema de cómo se puede
comparar la nieve con un enunciado; lo cual parece a todas luces imposible, a
menos que supongamos que la nieve misma ya gozaba de alguna manera de
organización lingüística o facultad de hablar, por lo menos para decirnos si es blanca o
no.
formulación bastante clara y razonablemente ingenua del problema en uno de los textos
más antiguos que lo discuten, que es el tratado del sofista Gorgias de Leontinos Sobre
lo que no es, tal como nos lo trasmite el escrito seudo-aristotélico Sobre Meliso,
Jenófanes y Gorgias, ya que el texto original de Gorgias se ha perdido. En efecto, lo
que uno no percibe, ¿cómo habrá de percibirlo gracias a otro, mediante un dicho o un
signo cualquiera distinto de la cosa, como no sea, si es color, viéndolo, y si es ruido,
oyendo? Pues nadie dice el color que ha visto, sino un dicho: así que no cabe concebir
un color, sino verlo, ni un ruido, sino oírlo” (De Melisso Xenophane Gorgia, 980a19-b8).
, palabra significa la cosa. . Es un prejuicio muy arraigado; muchos filósofos, y hasta
algunos lingüistas, lo han entendido así. Entonces las palabras vendrían a significar no
ya las cosas mismas, sino las ideas de cosas que llevamos dentro de nosotros; así el
significado de la palabra ‘manzana’ ya no sería la manzana que crece en el árbol,
sino las imaginaciones o recuerdos de manzanas que acuden a mi mente cuando oigo
la palabra. Así Locke definía las palabras como “signos externos de nuestras ideas, que
son internas” . No habrá manera de entender jamás cómo la gente se entiende al
hablar; y el problema del significado, en vez de aclararse, se nos habrá hecho más
enigmático todavía.
lo esencial, lo que dice Wittgenstein en su razonamiento contra los lenguajes privados,
de manera mucho más elaborada; pero creo que no hace falta insistir mucho en eso.

El significado, en resumidas cuentas, no puede estar ni en las cosas sin más, en la realidad, ni
tampoco en la mente de los hablantes; así que, por lo que parece, sólo queda que esté en el
lenguaje mismo, en el lenguaje como uso o como institución social. . Los significados están en
la lengua, en el sistema, y más exactamente, en esa parte del aparato que es el sistema léxico de
una lengua, ese léxico que Saussure comparaba con un diccionario cuyos ejemplares están
repartidos entre todos los hablantes el mundo de las ideas platónicas, si queréis; y por otro lado,
este mundo de lo que vemos y tocamos, el mundo que se percibe, y al que apuntan los índices
mostrativos como ‘esto’, ‘aquí’, ‘yo’. Es el problema platónico de la participación, la méthexis: es
un término más bien mítico, metafórico, porque lo que intenta decir es algo paradójico, algo que a
duras penas se puede concebir; y, sin embargo, es algo que hacemos a cada paso cuando
hablamos, cada vez que juntamos un índice mostrativo con una palabra semántica o significativa,
diciendo, por ejemplo, ‘esta rosa’ o ‘ese árbol que hay allí’: aquí es justamente donde surge la
realidad, en ese intento de reconciliar lo irreconciliable. La realidad es esa fusión imposible entre
los dos mundos. Es aquí donde se establece la realidad, al menos si entendemos que, para que
algo sea real,
Referencias Bibliográficas

Femenías, M.L., ¿Aristóteles, filósofo del lenguaje?, Ed. Catálogos, Buenos Aires, 2001,
p. 41.

Lledó, E., Filosofía y Lenguaje, Ed. Ariel, Barcelona, 1995, cit. en Femenías, M.L., op.cit.,
p.13.

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