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Durante el siglo XVIII, las migraciones desde Europa hacia las colonias iberoamericanas crecieron

notablemente. Miles de españoles, portugueses y – en menor medida- otros europeos se aventuraron


al Nuevo Mundo en busca de enriquecimiento, ascenso social o una mejor vida en tierras americanas.

Reflexionar sobre esas experiencias migratorias nos permite enriquecer nuestra comprensión de las
sociedades tardocoloniales y de los vínculos que unían a Europa con Iberoamérica. Especialmente, los
portugueses y españoles fueron centrales en el proceso de redefinición de las relaciones coloniales
llevado a cabo en el transcurso del siglo XVIII y también protagonistas desgraciados de su crisis y
disolución en el siglo siguiente

Asimismo, las históricas similitudes entre América Española y Brasil en las formas de organización
social, en las configuraciones institucionales y en los lazos construidos con Europa, ameritan una
mirada sobre la inmigración europea que trascienda los límites entre los imperios. Las experiencias
migratorias de muchos europeos - que transcurren en ambos espacios imperiales- dan cuenta de esta
necesidad analítica.

¿Quiénes pueden ser considerados “inmigrantes” en este período? “Inmigrante” es, por cierto, una
categoría que nació en el siglo XIX con el advenimiento de las migraciones masivas. En la época
colonial no existía tal término ni concepto equivalente en español que englobara a las principales
características de lo que hoy se considera es un inmigrante: aquel que dejó su tierra de origen
voluntariamente y se trasladó a otra en busca de mejores condiciones de vida. Sin embargo, a pesar
de la inexistencia de un término que definiese esta práctica en el siglo XVIII, ésta es fácilmente
reconocible en las sociedades de Antiguo Régimen, como lo demuestran los numerosos estudios sobre
migraciones ya sea al interior del espacio americano, en Europa o entre ambos continentes.

Aquí se considerará “inmigrante” a todos aquellos que voluntariamente se embarcaron con destino a
las colonias americanas para mejorar su suerte. No se incluye en esta definición a los soldados
enganchados en Europa para servir en América y que regresaron a su patria luego de concluido el
tiempo de servicio, a los funcionarios reales que pasaron temporariamente a cumplir funciones en las
colonias como un escalón más en su carrera en la administración imperial; ni a los marineros que
pasaban meses en los puertos de las Indias a la espera del regreso de la embarcación en que servían.
Sí, en cambio, se incluye a los soldados enganchados en Europa pero que una vez en América
abandonaron el servicio y se establecieron en tierras americanas, a los marineros desertores, a los
comerciantes que permanecían años en las Indias en la espera de recoger su giro comercial y regresar
a Europa y, por supuesto, a todos aquellos que por diversos medios se trasladaron a América con el
objetivo de establecerse y lograr un ascenso económico y social. También incluimos aquí a quienes
luego de un tiempo decidieron volver a su patria. El regresar al pueblo de origen enriquecido formaba
parte de los deseos de muchos inmigrantes aunque sólo una minoría pudo cumplir con ellos.

Pero si bien muchos rasgos de las prácticas de los inmigrantes de las postrimerías de la colonia
pueden reconocerse en los de sus congéneres del siglo XIX y XX, una cuestión marca diferencias
importantes con el período de las migraciones masivas. Mientras que en este último período los
inmigrantes se movían entre estados nacionales, el espacio Atlántico del siglo XVIII estaba signado
por la existencia de los imperios coloniales. Esto implica, por un lado, que gran parte de los
inmigrantes del siglo XVIII no tuvo el estatus legal de “extranjero” puesto que sus experiencias
migratorias transcurrieron dentro de un mismo espacio imperial. Por otro lado, que españoles y
portugueses (aún aquellos que formaban parte de los estratos ocupacionales más bajos en América)
integraban el grupo dominante en la relación colonial, lo cual imprimió características particulares a
sus formas de integración a las sociedades americanas.

En tanto que actores clave en la configuración de las sociedades americanas, los europeos son
centrales en una vasta bibliografía dedicada al estudio de la sociedad y la política en Iberoamérica
entre fines de la colonia y comienzos de la etapa independiente. Desde una perspectiva abocada al
estudio de las elites americanas, importantes trabajos han analizado las formas de integración de
hombres procedentes de la Península Ibérica a dichas elites y han demostrado cómo su presencia
transformó su fisonomía, sobre todo en aquellos lugares en los que los cambios y el crecimiento
económico del siglo XVIII fueron más intensos. También ciertos aspectos del proceso de arribo e
integración de los inmigrantes han sido analizados en trabajos que estudian las reformas borbónicas
en sus aspectos políticos y militares y las transformaciones sociales asociadas a ellas en las colonias
americanas.Asimismo, los españoles y portugueses han sido estudiados por la historiografía dedicada
al análisis de los procesos independentistas, sobre todo en las cuestiones referidas al desarrollo de
políticas de represión y persecución hacia ellos. También, trabajos ligados a la historia cultural han
contribuido a la comprensión de las cambiantes y multifacéticas formas de identidad de los europeos
en las colonias americanas, mediante la indagación sobre las lógicas de inclusión y exclusión en las
comunidades políticas del siglo XVIII

Pero, como es lógico, el mayor aporte al conocimiento de la inmigración europea proviene de la


historiografía dedicada al estudio específico de las migraciones trasatlánticas durante el siglo XVIII.
Particularmente, la conmemoración del Quinto Centenario de la Conquista de América constituyó un
gran estímulo para el desarrollo de numerosas investigaciones ocupadas en analizar las condiciones y
formas de la emigración ultramarina en Europa; las que fueron publicadas fundamentalmente en las
décadas de 1980 y 1990. También, en este período se incentivó el desarrollo del estudio de la
emigración ultramarina desde perspectivas locales, lo cual ayudó al florecimiento de numerosos
trabajos dedicados a los emigrantes vascos, gallegos, asturianos, andaluces, catalanes, etc. 7 A pesar
de la cantidad de trabajos publicados, el estudio de los procesos de integración a la sociedad
americana ha permanecido en un segundo plano, puesto que el grueso de esta historiografía adoptó
una perspectiva de análisis que hace hincapié en la etapa emigratoria. Recién en el transcurso de la
última década han surgido trabajos que analizan la inmigración europea centrándose en las
sociedades americanas como marco de referencia. 

¿Cuáles son los principales rasgos de la emigración europea en Iberoamérica en este período?

En primer lugar, existe un consenso generalizado de que el incremento de la emigración provino,


sobre todo, de un doble impulso. Por un lado, del crecimiento económico que (con distintos matices)
abarcó a gran parte de las regiones de Hispanoamérica y Brasil. Es ampliamente conocido que el siglo
XVIII fue uno de prosperidad para diversas regiones coloniales. A modo de ejemplos, durante este
siglo se desarrolló con fuerza la economía minera de Nueva España y de Minas Gerais y se recuperó la
producción de plata Altoperuana; crecieron de manera sostenida las economías de plantación del
Caribe español y del Nordeste de Brasil; se intensificó el comercio trasatlántico e intercolonial. Estos
aires de bonanza atrajeron a miles de inmigrantes dispuestos a probar suerte en tierras Americanas. 9

Este crecimiento de la economía fue acompañado de una mayor y mejor vinculación entre Europa y
América. Las políticas regias desplegadas durante el siglo XVIII, que estimularon la relación mercantil
entre las Indias y la Península Ibérica, hicieron que los viajes a través del Atlántico crecieran
considerablemente y que fuese más sencillo que en el pasado encontrar cómo hacer la travesía.
Asimismo, los destinos americanos se hicieron más diversos a medida que más puertos coloniales
fueron habilitados para el comercio trasatlántico; mientras que en Europa nuevos puertos fueron
autorizados para comerciar legalmente con las colonias.

Esto último permitió una mayor circulación de información sobre el Nuevo Mundo en zonas que no
contaban con una fuerte tradición emigratoria hacia América, haciendo que ésta se volviese más
cercana y menos incierta. Como resultado, nacieron nuevas corrientes migratorias, muchas de las
cuales permanecerán activas hasta la segunda mitad del siglo XX.

También, el crecimiento de las administraciones imperiales y la mayor presencia militar en las


colonias, facilitó la emigración. Un número considerable de funcionarios y soldados se asentaron
definitivamente en América como inmigrantes luego de su experiencia como servidores de la
monarquía. A medida que crecía la cantidad de inmigrantes, las redes de paisanaje contribuyeron a la
reproducción del flujo migratorio; parientes y paisanos se transformaron en fuentes certeras de
información sobre las oportunidades en América y las cartas de llamada enviadas hacia Europa
permitían el traslado de nuevos inmigrantes.

Es muy difícil establecer con precisión cuántos europeos emigraron a las colonias iberoamericanas
durante este período. La falta de estadísticas confiables y el alto nivel de emigración ilegal, hace que
los números que trabajosamente han construido algunos estudiosos sean apenas aproximaciones. Se
ha estimado que a lo largo de todo el siglo XVIII emigraron setecientos mil portugueses hacia
América, principalmente a Brasil; mientras que en el mismo período emigraron ciento veinte mil
españoles, aunque es muy probable que la cifra haya sido algo mayor. Estas cifras revelan para
Portugal una emigración sustancialmente mayor que la del siglo precedente, que se ha estimado en no
más de cincuenta mil personas. Para el caso español, las diferencias entre siglos son menos
espectaculares, pero revelan igualmente un aumento en la emigración hacia América: los cálculos
sobre el siglo XVII estiman una emigración de cien mil personas, de las cuales las dos terceras partes
habrían emigrado a las Indias antes de 1630.11       

Un rasgo que distingue a las migraciones hacia Iberoamérica durante este período es que nunca
fueron libres (característica que marca una pronunciada diferencia con el período de las migraciones
masivas inaugurado en la segunda mitad del siglo XIX). Tanto la corona española como la portuguesa
procuraron siempre controlar y restringir el flujo migratorio hacia las Indias. Tras esta política yacía
una noción “monopolista” sobre las colonias americanas: el establecimiento en ellas era un privilegio
reservado a los súbditos del rey de España o Portugal; los extranjeros quedaban excluidos, aunque
existían complicadas formas legales que permitían su asentamiento en las Indias bajo ciertas
condiciones.

También, tras estas normas que restringían la libre emigración a América, estaba el deseo de cuidar la
“calidad” de los hombres y mujeres que se asentaban en los reinos americanos (para emigrar
legalmente había que demostrar ser cristiano viejo, ejercer ocupaciones honorables, no ser “vago” o
“mal entretenido”, entre otras cosas). Por otro lado, la creencia prevaleciente en círculos intelectuales
y políticos de que el fenómeno migratorio era causa del despoblamiento y consecuente ruina
económica de la Península fue otro fuerte factor que jugó a favor de la persistencia de las restricciones
para la emigración hasta el fin de la dominación colonial.

No existieron pues, políticas que alentaran la emigración hacia América, a excepción de los
experimentos de colonización de espacios de frontera escasamente poblados con familias campesinas
reclutadas para tal fin. La fundación de colonias con familias campesinas se desarrolló en el transcurso
del siglo XVIII, como parte de las políticas imperiales de defensa y aumento del control efectivo de
territorios poco poblados y en riesgo de caer en manos de potencias rivales. Se consideraba que una
población estable, numerosa y abocada a las labores agrícolas, contribuiría al crecimiento económico y
a la defensa de los intereses imperiales frente a la amenaza extranjera.

Por fuera de estos acotados experimentos de colonización, quienes deseaban emigrar a las Indias en
el siglo XVIII debían enfrentarse a la legislación que dificultaba sobremanera la emigración a tierras
americanas y afrontar el alto costo de un pasaje que era extremadamente caro, especialmente para
personas de las clases bajas. Si bien estas restricciones no fueron eficaces para frenar la emigración,
sí le imprimieron una cualidad particular, puesto que la mayoría de los inmigrantes del siglo XVIII tuvo
que desplegar estrategias que les permitiesen emigrar eludiendo las reglamentaciones existentes y el
pago de un pasaje para poder embarcarse. Viajar como polizón, como marinero y desertar al
momento del arribo, viajar como criado o no cumplir con la promesa exigida de retornar tras un plazo
estipulado, eran algunas de las prácticas más comunes.

Otra característica de la emigración europea hacia América durante este período es que era
predominantemente masculina: se calcula que entre el 80 y 90% de los emigrantes eran varones, de
los cuales la gran mayoría era soltero. Varias son las causas pasibles de explicar este rasgo tan
particular: las dinámicas de reproducción familiar que incitaban al llamado de sobrinos o hermanos
solteros a reunirse con parientes ya emigrados, la concepción de la emigración como una empresa en
busca de enriquecimiento con vistas a un pronto retorno, las restricciones legales a la emigración que
intensificaban el grado de incertidumbre en el proceso migratorio, el cual se hacía menos difícil para
hombres jóvenes y solteros. Las mujeres que emigraron, por el contrario, tendieron a hacerlo como
parte de un proyecto de emigración definitiva, junto a sus familias y dentro de la ley. Así, las
empresas de colonización que nombramos líneas antes, fueron uno de los espacios privilegiados para
la migración femenina a América durante este período.     

¿Qué características tenía el proceso de integración de los inmigrantes a las sociedades coloniales?

Todavía resta mucho por investigar sobre este punto y nuestro conocimiento es desparejo. Sus
derroteros en tierras americanas han recibido especial atención por parte de los numerosos y
exhaustivos estudios sobre las elites coloniales del siglo XVIII, en tanto que los europeos ocupaban
espacios destacados en ellas.

Al respecto, el estudio de la creación y reproducción de las redes de relaciones interpersonales al


interior de las elites, ha descubierto cómo los vínculos de paisanaje y las pautas matrimoniales
permitían a los recién llegados integrarse exitosamente y participar en las actividades productivas y
comerciales de las elites locales. Asimismo, el análisis de sus formas de participación en la economía
colonial, demuestra que las actividades más rentables y prestigiosas estaban largamente dominadas
por hombres procedentes de Europa.  

Pero las investigaciones sobre la sociedad colonial también muestran que los inmigrantes se
desempeñaban en una vasta variedad de ocupaciones que trascendían aquellas reservadas a las
elites. En las fuentes es posible encontrar a numerosos europeos trabajando como marineros,
artesanos, labradores, soldados, vendedores ambulantes, tenderos, etc. Es más (al menos en los
grandes centros urbanos como México, La Habana, Río de Janeiro o Buenos Aires), la gran mayoría de
los europeos pertenecía a las clases bajas. Sobre estos inmigrantes “del común” se conoce menos,
pero sabemos que en muchos aspectos, su vida estaba ligada a la de sus paisanos más afortunados
integrados a las elites locales. Un dato clave es que la sociedad americana era de carácter estamental,
en donde el origen racial de un individuo condicionaba en gran medida el lugar que ocupaba en la
jerarquía social. En tal sentido, los hombres y mujeres procedentes de Europa contaban con el
privilegio de su origen, que los distinguía claramente de los americanos, muy especialmente de los
integrantes de las clases populares.

El origen europeo era un privilegio no sólo porque la “limpieza de sangre” era un componente
fundamental del honor (y por lo tanto, del prestigio social de un individuo) y porque permitía el acceso
a ciertos privilegios formales (a puestos en la burocracia o al derecho a no sufrir penas infamantes por
algún delito cometido); sino también porque permitía a los inmigrantes, mediante lazos de paisanaje,
activar relaciones interpersonales con miembros de las elites económicas y políticas de la colonia, lo
que facilitaba los términos de su integración en la sociedad colonial y aumentaba las posibilidades de
movilidad social ascendente.

Por otro lado, recientes investigaciones sobre la inmigración extranjera han puesto de manifiesto la
ambigüedad de la condición de extranjería, la presencia de mecanismos informales de integración a
las comunidades locales y la existencia de prácticas sociales muy similares entre españoles,
portugueses y otros inmigrantes de ultramar a pesar de su dispar procedencia en el Viejo Mundo. Si
bien, estos son temas aún poco explorados, es dable suponer que, en términos de la construcción de
las identidades sociales, los europeos – de las elites o de las clases bajas, extranjeros o no- formaban
un grupo diferenciado en la sociedad de las postrimerías del siglo XVIII y principios del siglo XIX.

Con la crisis del orden colonial y el advenimiento de los movimientos independentistas los españoles y
portugueses se constituyeron en la cara visible y más próxima de la dominación colonial. En las
primeras décadas del siglo XIX, fueron víctimas de las políticas de los nuevos gobiernos republicanos y
sobre todo, blanco de la hostilidad de los grupos populares que no ahorraron la oportunidad de
demostrar su animadversión hacia quienes consideraban habían sido los principales beneficiados de un
orden que calificaban como desigual e injusto.   

Este brevísimo resumen de lo que conocemos sobre la inmigración de europeos entre el siglo XVIII y
la crisis del orden colonial en Iberoamérica (que lógicamente excluye matices, particularidades y,
sobre todo, no puede dar cuenta acabada de su complejidad) refleja los alcances de una historiografía
que ha venido reflexionando durante más de tres décadas sobre la cuestión. Sin embargo, su
desarrollo ha sido desparejo y mientras que hay aspectos bien estudiados sobre los que podemos
afirmar que nuestro conocimiento es razonablemente bueno; otros aspectos han sido poco explorados
y aún queda un largo camino por recorrer.

Sobre los primeros, se han estudiado particularmente bien los aspectos institucionales y las políticas
que regulaban la emigración, mientras que se ha avanzado en la identificación de las principales
corrientes migratorias y en el estudio de la cuantificación del flujo de migrantes. También la
historiografía ha prestado particular atención a los inmigrantes que formaron parte de las elites
americanas, sobre los que, como ya señalamos, se han escrito numerosos trabajos.

Por el contrario, otras cuestiones han sido menos exploradas. Ente ellas podemos incluir, por ejemplo,
a los inmigrantes “del común” que integraron las clases populares de la colonia; al análisis del proceso
migratorio desde una perspectiva de género y la particular experiencia de las mujeres; al estudio de la
configuración de las identidades sociales, particularmente en lo referente a cómo eran percibidos los
europeos en las sociedades americanas (y cómo estos percibían a los americanos), cuestión clave para
una mejor comprensión de los procesos independentistas. Asimismo, existen numerosas lagunas
espaciales: se conoce mucho más sobre los inmigrantes en los grandes centros urbanos; mucho
menos sobre sus experiencias, trayectorias y formas de integración en ciudades más pequeñas o
zonas marginales. Diversificar los espacios a estudiar nos permitirá conocer mejor las variaciones en
los modos de integración social de los inmigrantes y, consecuentemente, también la diversidad de las
configuraciones sociales coloniales.

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